Cualquier disciplina científica tiene una doble misión: por un lado, debe hacer avanzar el conocimiento sobre su objeto de estudio, pero, por otro, también debe compartir ese conocimiento y proyectarlo socialmente, para que la sociedad pueda beneficiarse de él. En lo que concierne a la lingüística, esta disciplina ha logrado, y sigue logrando día tras día, avances espectaculares en el conocimiento de su objeto de estudio, el lenguaje y las lenguas. Como profesionales del ámbito, tenemos ciertamente que congratularnos por ello. Pero cuestión diferente es el grado en que tales avances se han hecho llegar a la sociedad o proyectado en ella, empezando por el nivel más básico (pero muy inquietante, por pernicioso) de combatir prejuicios sobre las lenguas y las variedades que, por desgracia, impregnan buena parte de la sociedad y estigmatizan o degradan muchas lenguas y variedades y, sobre todo, a las personas que las hablan. De hecho, frente a los miles y miles de publicaciones (libros, artículos o capítulos en volúmenes) que cada año ven la luz sobre el lenguaje y las lenguas, apenas una ínfima parte de ellas se dirigen al gran público, combatiendo y desterrando esos prejuicios.
Esta relativa dejación por parte del colectivo de lingüistas fue la razón de ser de un libro extraordinario (en concepción y contenidos) dedicado al análisis crítico de los prejuicios lingüísticos, , quienes en la introducción del volumen escribían que “The main reason for presenting this book is that we believe that, on the whole, linguists have not been good about informing the general public about language” (). Según ambos autores, “Linguists have been busy keeping up with that developing knowledge and explaining their own findings to other linguists” (), de modo que “very few of them have tried to explain their findings to a lay audience” (). Más de dos decenios después, esta situación apenas se ha alterado, por lo que, a mi juicio, el compromiso social de los lingüistas no ha sido demasiado acusado ni siquiera en ese nivel básico de luchar contra los prejuicios lingüísticos, a pesar de ser los profesionales indicados para acometer esa tarea (y otras muchas), mejorando la vida de quienes sufren discriminación lingüística.
Este ejemplo no es ni mucho menos el único que se puede aducir: por aludir a otro de relativa desatención a la proyección social de la investigación lingüística, sostenía que aunque la sociolingüística cuantitativa estadounidense se ha beneficiado grandemente de sus investigaciones sobre la variedad denominada como Black English o African American Vernacular English (en adelante, AAVE), en general ha devuelto poco a cambio a la comunidad afroamericana en términos de implementación práctica (tratando de paliar la inhumana estigmatización que han sufrido, y siguen sufriendo, los hablantes de esa variedad), más allá de mostrar que el AAVE es un sistema regido por reglas y, por tanto, de ninguna manera inferior al inglés americano estándar. Como último ejemplo, recientemente han sostenido que la lingüística debe involucrarse mucho más a la hora de “combating racism, white supremacy, and colonialism within linguistics” () y obtener justicia racial en una disciplina que “remains predominantly white” (). Por tanto, “This lack amounts to a ‘race gap’ in linguistics—that is, linguists have significant deficiencies compared to practitioners in other disciplines when it comes to the critical study of race and the inclusion of racially minoritized groups in our student and faculty ranks” ().
Los lingüistas estamos en una posición inmejorable para combatir todo tipo de ideas infundadas o falsas sobre el lenguaje, que (re)producen o perpetúan situaciones de desigualdad y discriminación sufridas por muchas personas en cualquier parte del mundo. Esto, más allá de la importancia lingüística, tiene sobre todo importancia social, humana, vinculada a la obtención de una sociedad más justa e igualitaria. El lenguaje no solo es un bien utilitario fundamental para las personas, sino que está íntimamente vinculado con ellas, al ser un aspecto clave de su identidad, social e individual, en forma de las lenguas y sus variedades (; ; ; ; ; ). Por ello, al menoscabar la lengua o variedad de alguien se ataca un aspecto íntimo de la persona. Por desgracia, el lenguaje suele ser un terreno de conflicto y lucha (cf. para un panorama tan conciso como claro), al ser usado por grupos dominantes según una estrategia que menosprecia una lengua o variedad diferente de la suya propia para menoscabar la identidad del otro, algo que no sorprende al ser el lenguaje un instrumento muy poderoso de poder ().
De ahí precisamente que el lenguaje pueda usarse como ariete erigido en potente medio de discriminación (cf.), algo paradigmáticamente atestiguado, como ya referí arriba, por la vergonzosa estigmatización sufrida por el AAVE y sus hablantes. Las lenguas o variedades usadas por los estratos más poderosos se imponen sobre el resto, al igual que se imponen sobre el resto de la población las costumbres e ideologías de tales estratos. Esto presupone una profunda injusticia y desigualdad: todas las sociedades, y en especial las modernas, dada su enorme complejidad, están formadas por muchos grupos caracterizados por ideologías e intereses muy variopintos. Sin embargo, como señalan, no todas esas ideologías e intereses se visibilizan, sino que solo lo hacen los propios de los grupos dominantes, presentándolos falsamente como “intereses de toda la sociedad” (). Como resultado, las reclamaciones, anhelos, derechos e ideologías del resto de grupos son reprimidas, marginadas y silenciadas, dado el desempoderamiento sufrido por esos grupos, a los que se les ha privado de su voz.
Como señalé antes, el papel del lenguaje es clave en este sentido, al ser un mecanismo central de poder y control. Así, del mismo modo en que las ideologías de los grupos no dominantes son silenciadas, también son silenciadas sus lenguas (no dominantes) y variedades (no estándares) en todos los ámbitos (social, educativo, etc.) de manera irracional. En lo que respecta a la variación interna de una lengua, ha mostrado extraordinariamente, mediante la formulación de su language subordination model, cómo la ideología del estándar es una máquina poderosa que estigmatiza y estrangula al resto de variedades, empezando ya en la propia escuela, “fixing the message in stone” (; cf. también ). Sin embargo, señala , con una lógica aplastante, que:
If […] we are agreed that it is not acceptable or good to discriminate on the grounds of skin color or ethnicity, gender or age, then by logical extension it is equally unacceptable to discriminate against language traits which are intimately linked to an individual’s sense and expression of self.
Lo señalado es muy importante porque la discriminación lingüística de seres humanos es, al igual que sucede en otros tipos de discriminación, un aspecto que socava gravemente la pretensión fundamental de alcanzar justicia social (también individual), entendida como “the elimination of institutionalized domination and oppresion” (). Su ausencia cercena drásticamente la igualdad de muchas personas y grupos, algo apreciable, por ejemplo, en el ámbito educativo, donde numerosos autores claman por la necesidad de una justicia social en las aulas que no existe para muchos (cf. ; ; Corson , ; , en prensa; de la Blanca y Longa en prensa; ), al haber sido privados de su voz (). En todo caso, esa justicia social (e individual) es vetada, mucho más allá del ámbito educativo, en multitud de situaciones en que el lenguaje está involucrado: insultos, acoso lingüístico, menosprecio de lenguas o variedades no asociadas al poder, limitación o negación de derechos lingüísticos en múltiples ámbitos, persecuciones lingüísticas, negación de derechos básicos por causas lingüísticas (algo evidenciado en el fenómeno del linguistic profiling que se abordará más tarde), trato discriminatorio en tribunales ( muestra la discriminación por acento y dialecto en tribunales estadounidenses), pervivencia oficial de lenguas coloniales en países descolonizados, etc.
La obra reseñada ofrece una extraordinaria panorámica de las muchas maneras (algunas de ellas, inauguradas por su autor) en que los lingüistas pueden involucrarse en la obtención de una sociedad más justa e igualitaria (la palabra ‘in/justicia’ aparece un total de 335 veces en la obra). En todo caso, el autor de esta reseña debe señalar de entrada que el contenido de la misma no es imparcial (aunque, por supuesto, tampoco sectario). La razón de ello estriba en el muy profundo respeto y admiración intelectual y humana que tengo hacia John Baugh, y que comenzó hace más de 30 años, cuando leí un fantástico trabajo suyo (en donde desmontaba afirmaciones vergonzosas de algunos autores contra el AAVE y sus hablantes, como, que sostenía que los niños negros son menores en inteligencia que los blancos debido a causas genéticas, o , según el cual ciertos rasgos gramaticales de la variedad estándar, como la presencia de la cópula (to be), son necesarios para el pensamiento abstracto, por lo que los afroamericanos carecen de pensamiento abstracto debido a la ausencia de esa cópula. Esto, sin embargo, ignoraba la evidencia ofrecida por meticulosos análisis (Baugh , ; ; , etc.) de que las reglas que rigen el funcionamiento de la cópula son muy específicas y detalladas. Como señala , si la cópula tiene stress, como es usual cuando aparece al final de secuencia, no puede ser elidida (Couldn’t nobody say what color he is, cuyo significado es Nobody could say what color he is; este ejemplo y los siguientes son de ), y tampoco puede elidirse si es negada (en este caso, se pronuncia ain’t, como en You ain’t goin’ to no heaven, cuyo significado es You aren’t going to any heaven), o si expresa un aspecto habitual ausente en inglés estándar (they be sayin’, que significa they habitually say), o cuando está en pasado. En resumen, la cópula solo se puede elidir opcionalmente en el tiempo presente como caso no marcado, como sucede en he good (he’s good). Por otro lado, esta elisión como opción no marcada se reitera en bastantes lenguas, como árabe, ruso, húngaro o swahili entre otras (cf. ). Por ello, “a close examination of the empirical evidence repudiates the claim that Black English is less logical than standard English or is incapable of abstractions” ().
John Baugh, en la actualidad Presidente de la Linguistic Society of America, ha efectuado contribuciones fundamentales a diferentes ámbitos de la ciencia lingüística desde la perspectiva interdisciplinar que siempre ha caracterizado su trabajo, aunando la sociolingüística, etnografía, antropología o sociología: análisis socio/lingüístico del AAVE y de su variación interna, variedad en la cual es una de las mayores autoridades (Baugh , , , , entre otros muchos, son trabajos de referencia), destacando por su combinación de métodos cuantitativos y cualitativos, relevancia legal de aspectos lingüísticos, incluyendo los fundamentos lingüísticos de la selección de jurados, implicación como experto en juicios, formulación del bien conocido fenómeno del linguistic profiling (cf. Baugh , , ; ), actitudes lingüísticas, análisis crítico de prejuicios y estereotipos en diversos ámbitos, o atención constante a la conexión entre lenguaje y educación, donde Baugh ha escrito contribuciones muy destacadas sobre la perversa praxis educativa sufrida por los alumnos afroamericanos, entre otros colectivos discriminados lingüísticamente en la educación (cf. ; Baugh , ,, , , , en prensa). En estas referencias no solo denuncia el olvido escolar hacia esos estudiantes, sino que propone implementaciones educativas concretas para mejorar su situación. Debe tenerse en cuenta en este sentido que Baugh fue durante 15 años ‘Professor of Linguistics and Education’ en una de las más prestigiosas universidades de Estados Unidos, Stanford (donde coincidió con otro destacado lingüista afroamericano, John R. Rickford), antes de trasladarse a Washington University in St. Louis hace más de una década. Por señalar una última aportación relevante, es una obra fundamental, de carácter interdisciplinar, para entender la enorme polémica generada en USA en torno a la denominada declaración de Oakland (diciembre de 1996), que reconocía el papel del Ebonics o AAVE en el aula.
Sin embargo, además de hacer avanzar el conocimiento lingüístico, Baugh se ha caracterizado siempre por la aplicación y proyección social de su investigación, tratando de mejorar la injusta marginación (lingüística y de otros tipos) sufrida por diferentes colectivos, como en especial los afroamericanos, comunidad a la que pertenece el propio Baugh, que es, como él mismo señala, “a descendant of African slaves” (p. xii) y hacia la cual ha mostrado un gran compromiso continuado. Su ansia de la búsqueda de justicia y de igualdad entre las personas deriva, como explica Baugh (p. xv), de que él mismo padeció discriminación racial y lingüística en su niñez y adolescencia, primero en Filadelfia y luego en Los Ángeles. Más allá de ello, Baugh reconoce que su trayectoria debe mucho a William Labov (p. xiii) y, en especial, su (1969), un trabajo fundamental que desmontó el mito de que el AAVE era bad English, una variedad inferior al inglés estándar o incluso sin gramática. Ese trabajo es uno de los primeros donde un sociolingüista se alza contra la posición de déficit, muy asumida en la época, según la cual los hablantes de variedades no estándares (y en especial el AAVE) sufren un hándicap cognitivo, dado el déficit lingüístico que acarrea la gramática supuestamente deficiente de tales variedades. Labov sostuvo la conocida como posición de diferencia, según la cual “Because no one linguistic system can be shown to be inherently better, there is no reason to assume that using a particular dialect can be associated with having any kind of inherent deficit or advantage” (; sobre ambas posiciones, cf. ). El propio Labov dirigió la tesis doctoral de Baugh, primer estudiante afroamericano que obtuvo un doctorado bajo su supervisión. Por tanto, Baugh reconoce una gran deuda con su maestro en el desarrollo de su afán de justicia: “as a descendant of slaves, I was inspired by the ways in which he [Labov; VML] deployed social science for the benefit of people who are greatly in need of help” (p. xiii).
El libro analizado defiende firmemente que los conocimientos generados por la ciencia lingüística pueden y deben utilizarse para obtener justicia, luchando así contra la estigmatización, discriminación o desigualdad entre seres humanos producidas por causas lingüísticas, mejorando gracias a esa lucha las condiciones de vida de muchas personas y grupos desfavorecidos. Por tanto, el libro “is fundamentally about fairness” (p. xiii), ilustrando “various ways in which linguistics can be used to promote the advancement of justice” (p. 16), e invitando de manera decidida a los lingüistas a involucrarse en ese camino. Surge de la percepción de Baugh (que comparto) según la cual “linguistic science has been either overlooked or underutilized as a potential tool to rectify injustice” (p. 185), quizás en alguna medida por la propia dejación del colectivo de lingüistas. De este modo, “the absence of strategic linguistic inquiry has frequently perpetuated injustice unabated” (p. xiv), a pesar de que prácticamente todos los ejemplos de injusticia humana tienen “one or more linguistic dimensions” (p. xiii). Esta tarea es, según el autor, tan ambiciosa como urgente (p. 1). Debe matizarse que la noción de justicia manejada por Baugh no se restringe a procesos legales, sino que es mucho más abarcadora: “Justice, as defined, here, includes fair treatment, equal opportunities, and respect for others, especially among people whose cultural and linguistic backgrounds are diverse” (p. 2, nota 2). Por tanto, el libro sostiene que, aunque no es obviamente el lenguaje la única herramienta o fuente de discriminación (cf. cap. 8), el lenguaje no puede ser dejado de lado o ignorado en la búsqueda de justicia global; esto es, no puede haber justicia social o individual si no existe al tiempo justicia lingüística. El libro es magnífico en cuanto a los objetivos planteados.
La obra se estructura en once capítulos, cada uno de los cuales analiza parcelas concretas de esa búsqueda global de justicia mediante una combinación de discusión teórica y exposición de numerosos ejemplos. A continuación, presentaré el contenido de cada capítulo.
El 1 (“Introduction”; pp. 1-20) introduce los objetivos perseguidos, resumibles en “advance human equality throughout the world” (p. 1) y anticipa qué ofrece cada capítulo. En él, Baugh explica, de manera más amplia que en el Prefacio, cómo su experiencia vital lo condujo a esa búsqueda de justicia a la que ha consagrado su trayectoria, y que no solo se debe a la ya referida discriminación que sufrió en sus propias carnes cuando era niño y adolescente, sino a su traslado desde Los Ángeles a Filadelfia para estudiar en Temple University (centro que apostó firmemente por el estudiantado afroamericano), situada en la muy conflictiva zona norte de esa ciudad, caracterizada por un turbulento clima social (brutalidad policial hacia los afroamericanos, discriminación racial y lingüística, drogas, conflictos sociales, etc.).
Por su parte, el capítulo 2 (“Linguistics, life, and death”; pp. 21-43) aborda el origen de la lingüística forense y ofrece un panorama de este ámbito mediante la exposición y discusión concienzuda de tres casos legales, dos de ellos muy bien conocidos por Baugh, pues estuvo implicado como experto, defendiendo de cargos muy graves a afroamericanos sin recursos. Por ello, tal como refleja el título del capítulo, Baugh muestra que “linguistic analyses can represent the difference between life and death for the defendant in the case” (p. 25), y sostiene que los análisis lingüísticos efectuados por expertos, en general poco utilizados en juicios, deberían tener mucho más protagonismo, dada su gran utilidad.
En el capítulo 3 (“Linguistics, injustice, and inequality”; pp. 44-57) Baugh expande la relación entre lenguaje y justicia mucho más allá del ámbito forense, identificando y analizando “various circumstances where language usage intersects with (in)justice and the quest for equality among diverse people throughout the world” (p. 44). Esas circunstancias están aunadas por la presencia de problemas de desigualdad y disparidad de oportunidades en personas con diferente perfil lingüístico: afirmaciones sustentadas en posiciones de poder, comentarios de jóvenes cercanos al abuso verbal, discursos históricos, lucha por los derechos humanos lingüísticos o desigualdad educativa, que produce un tratamiento muy desigual hacia quienes no dominan la lengua o variedad dominante; en ambos casos, la escuela, como ya señalaron pedagogos como o , insta al abandono de la cultura (y lengua o variedad) nativa del niño, privándole, por tanto, de su voz (). La consecuencia educativa se traduce en que, con respecto por ejemplo a los estudiantes afroamericanos a los que Baugh ha prestado tanta atención, la gran mayoría “are still too far behind” (; ofrece estadísticas contundentes al respecto, y tal situación aún no se ha corregido). Lo mismo rige para otros colectivos marginados en la enseñanza. A pesar de que todos los casos discutidos revelan cuán profundamente están insertadas las dimensiones lingüísticas de la injusticia en la vida cotidiana, el mensaje del capítulo consiste en que “linguistic science has been underutilized as a means to advance justice and to promote greater equality among humanity worldwide” (p. 57).
Por su parte, el capítulo 4 (“Some linguistic and legal consequences of slavery in the United States”; pp. 58-64) esboza las circunstancias históricas del vergonzoso comercio de esclavos africanos, y cómo ese siniestro legado ha perpetuado la injusticia social (y lingüística) hacia los descendientes de esclavos. Cabe destacar aquí que, si en tiempos previos Baugh aludía al colectivo afroamericano como un todo, posteriormente varió tal perspectiva, de manera que, por ejemplo, afirmaba ya que “Black people are highly diverse, wherever we reside”. En consonancia con esta visión, el capítulo sostiene que los afroamericanos conforman un grupo heterogéneo no solo cultural sino también lingüísticamente, algo apreciable en que no todos utilizan AAVE (; ; ;), siendo tal variedad incluso empleada por personas no afroamericanas (; ). Algunos cálculos apuntan a que un 80-90% de afroamericanos hablan AAVE (; ). Por tanto, Baugh sostiene, basándose en la clasificación de Ogbu (, ) sobre los tipos de inmigrantes llegados a USA (voluntarios, llegados por propia decisión; autónomos, como mormones y judíos, que aunque denigrados, pudieron optar a las oportunidades que tuvieron los inmigrantes voluntarios; e involuntarios, los traídos a la fuerza), que la variable fundamental no es la raza, sino la procedencia, la descendencia de esclavos: “Black Americans who have, or whose ancestors have, immigrated to the United States of their own volition tend to differ linguistically and culturally from Black Americans whose ancestors were imported to this country and sold as slaves” (p. 61). Y son precisamente los afroamericanos descendientes de esclavos quienes siguen sufriendo muchas desventajas sociales, económicas y lingüísticas, de modo que son ellos las personas que más ayuda y apoyo precisan.
El capítulo 5 (“Linguistic profiling”; pp. 65-81) expone la noción que da título al capítulo, desarrollada por el propio Baugh en una serie de trabajos pioneros ya referidos antes. Esta noción, que deriva de la de racial profiling (basada en señales visuales), se basa solamente en señales auditivas (dialecto y acento), de modo que “those who engage in linguistic profiling make inferences about the speech they hear, and then act upon those inferences by denying goods or services to the speaker based on negative stereotypes about her or his speech” (p. 65). El propio Baugh sufrió tal práctica (cf. p. 15), pues al trasladarse a Stanford en 1987 para residir allí un año, empezó a hacer llamadas telefónicas para buscar un alojamiento de alquiler, medio en el cual “many people who hear my voice asume that I am White” (p. 15). Sin embargo, al concertar una cita, en algunos casos “the rental agents or apartment managers, upon seeing me, claimed that there must have been some misunderstanding and that no rental unit was available” (p. 16). Esa práctica es profundamente discriminatoria, al negar un alquiler a alguien simplemente porque su habla no es estándar, sino que usa variedades como el AAVE o el inglés chicano. Por otro lado, Baugh muestra que el linguistic profiling no se limita a denegar vivienda, sino que abarca otros contextos como empleo, sexo, educación, etc., no suponiendo otra cosa que prejuicios lingüísticos (por esa razón señalé antes que tales prejuicios son mucho más graves de lo que podría parecer, al subyacer a muchas, sino a todas, las situaciones de injusticia y desigualdad). La razón última es bien conocida, vinculándose con la relación entre lenguaje y poder, esto es, con el poder asociado (o no) a ciertas variedades: “Affluent and elite people throughout the world are the ones who determine which linguistic norms are valued, as well as deciding which languages, or dialects of their own language, they abhor” (p. 17).
En el capítulo 6 (“Earwitness testimony and unbiased formulation of auditory lineups”; pp. 82-96) Baugh discute el tan delicado como fundamental papel de los testimonios auditivos (reconocimiento de voz) en juicios, testimonios que suelen recibir mucha menor atención que los de tipo visual pero que pueden resultar igualmente decisivos para impartir justicia en casos penales graves, conduciendo a la culpabilidad o a la exoneración de cargos de personas injustamente acusadas. Con el objetivo de “help determine the value of earwitness testimony during trials” (p. 84), Baugh expone una serie de experimentos realizados por él mismo que analizan si personas que escuchan grabaciones de hombres y mujeres con diferentes perfiles culturales y lingüísticos concuerdan o no sobre los rasgos de los hablantes grabados, para así conocer la fiabilidad con que un hablante puede identificar la voz de un extraño. El capítulo tiene el gran interés añadido de que Baugh proyecta esa discusión a su propuesta de crear y usar ruedas de identificación auditiva como elemento clave para determinar la inocencia o culpabilidad de un sospechoso. Esas ruedas auditivas contendrían las voces grabadas de seis personas, incluyendo al sospechoso y a otros hablantes similares sexual y lingüísticamente.
En el capítulo 7 (“Dialect identification and discrimination in the United States”; pp. 97-110), que complementa al previo, se exponen cuatro experimentos que pretenden determinar en qué medida es posible identificar la raza de un hablante, y cuya inspiración surgió de los estudios sobre linguistic profiling. Antes de exponer esos experimentos, Baugh aduce datos socioeconómicos que revelan la gran disparidad de riqueza entre grupos raciales estadounidenses, así como las circunstancias históricas responsables, que provocaron que los afroamericanos tengan una renta mucho más baja que los blancos. En concreto, los experimentos abordan el reconocimiento auditivo de tres variedades (estándar, AAVE e inglés chicano) en ausencia de claves visuales y mediante marcadores fónicos. Los experimentos revelan que:
(a) dialect-based discrimination takes place, (b) ethnic group affiliation is recoverable from speech, (c) very little speech is needed to discriminate between dialects, and (d) some phonetic correlates or markers of dialects are recoverable from a very small amount of speech. (p. 99)
El capítulo 8 (“Formulating discrimination: Dimensions of a Historical Hardship Index”; pp. 120-133), sostiene que “While there can be no doubt that language usage can serve as a basis for discrimination” (p. 120), al tiempo reconoce que la dimensión lingüística no es la única que provoca un trato injusto a personas, sino que existen otras. Por ello, basándose en trabajo previo (cf. por ejemplo , este autor propone un Historical Hardship Index (cf. la figura 8.1. de la p. 128) que, precisamente, “is provided to emphasize the fact that injustice, and the factors that perpetuate discrimination and inequality, typically exceed linguistic behavior alone” (p. 133). El índice recoge numerosas categorías, como sexo, circunstancias históricas familiares, lengua heredada, discapacidad física o mental, educación, residencia, ocupación familiar, orientación sexual o descendencia de esclavos, además de tres parámetros vinculados específicamente con categorías raciales. Baugh propone el índice como un autotest, de modo que “Readers are encouraged to calculate their own HHI score” (p. 128). Para ello, cada categoría (salvo el sexo) recoge tres posibles puntuaciones, de 1 a 3; cuanto más alta es la puntuación obtenida, más ayuda precisa la persona para vencer la discriminación que atenaza su vida. Al tiempo, el autor sugiere cómo se podrían incorporar otras categorías para adaptar el test a las circunstancias concretas de otros países.
El capítulo 9 (“Linguistic harassment”; pp. 134-150) se enfrenta a un problema muy complejo, el acoso lingüístico (formas de acoso llevadas a cabo mediante el lenguaje), que es de carácter explícito, frente al linguistic profiling (encubierto). El capítulo sostiene que puede tener consecuencias (legales y de otros tipos) muy graves y que, por razones obvias, los lingüistas son los mejor posicionados para detectar ese fenómeno, el cual “can take many forms” (p. 135). Con el objetivo de clarificar la noción abordada, Baugh establece cinco categorías: acoso lingüístico, abuso lingüístico, insultos y burlas, calumnias y libelos y bullying lingüístico. La figura 9.1 de la p. 138 muestra cómo esas cinco categorías se interrelacionan de manera compleja. Al tiempo, Baugh sugiere herramientas “that can be used to help determine if and when linguistic harassment has taken place” (p. 149), para conocer cuándo el acoso puede tener consecuencias legales: teoría de los actos de habla, análisis del discurso y de la conversación o etnografía del habla. También discute ejemplos concretos que ilustran cómo llevar a cabo la evaluación. En resumen, el capítulo pretende establecer un marco sólido que permita saber de manera inequívoca cuándo el lenguaje ofensivo puede ser tan grave que precise de asistencia legal.
Por su parte, el capítulo 10 (“Linguistic contributions to the advancement of justice”; pp. 151-182) ofrece una panorámica de diferentes formas en que la lingüística ha ayudado al avance de la justicia e igualdad, exponiendo muy variadas investigaciones que han tratado de superar las dimensiones lingüísticas de la injusticia, tanto directamente (conscientemente perseguida) como de forma indirecta (inadvertida en un principio, al ser diseñada con otros fines). Baugh efectúa un recorrido por contribuciones como las de Sapir o Boas, herramientas metodológicas (algunas tratadas ya en los caps. 6 y 9, si bien la perspectiva difiere en el presente capítulo, al otorgar más atención aquí a sus creadores y a su motivación), aspectos educativos, derechos humanos lingüísticos, diversidad lingüística y justicia social, aspectos legales del linguistic profiling, poblaciones desplazadas o urbanización de hablantes rurales, entre otros. Por otro lado, Baugh enfatiza la necesidad de combinar métodos cuantitativos y cualitativos en la búsqueda de justicia, algo por lo que él mismo se ha caracterizado. En resumen, el capítulo “provides many perspectives that are relevant to linguistic contributions to the advancement of justice” (p. 182).
Finalmente, el capítulo 11 (“Shall we overcome?”; pp. 183-200) reitera la necesidad de que la lingüística se involucre en la búsqueda de justicia. Para ello, Baugh expone cinco etapas en esa búsqueda: pursuing justice, overcoming justice, obtaining justice, achieving justice y finalmente sustaining justice, y ofrece sugerencias muy valiosas sobre cómo la disciplina puede “lend assistance to this noble enterprise” (p. 183), superando así la injusticia y la discriminación en ámbitos como el racismo, sexismo, homofobia, desigualdades económicas y de oportunidades educativas, brutalidad policial, intolerancia religiosa, o incluso la lucha contra la propaganda de grupos terroristas en redes sociales, dado que “a great deal of this injustice is perpetuated through linguistic means” (p. 186).
Este breve resumen de los contenidos de cada capítulo sin duda no puede hacer justicia al libro, pero espero que al menos muestre por qué el libro de Baugh, que refleja fielmente la trayectoria del autor durante muchos años, centrada en eliminar la discriminación efectuada mediante el lenguaje en todas las esferas en que se produce, es extraordinario.
Mi única discrepancia con el libro, de carácter muy puntual, tiene que ver con Basil Bernstein (cf. pp. 72 y 172), conocido autor de una polémica propuesta sobre la existencia de códigos restringidos y elaborados. Según Baugh (p. 72), opiniones como las de, (cf. supra) o , autores estos últimos que sostenían que los alumnos afroamericanos llegan al colegio sin un sistema lingüístico coherente,
were indirectly reinforced by research in England conducted by Basil that claimed to identify significant class differences in language usage where members of the upper classes were said to be speakers of an ‘elaborated code’, while speakers from the working and lower classes were constrained by a ‘restricted code’.
Baugh señala también (entiendo que incluyendo también a Bernstein) que “Collectively these scholars were advocates of a ‘deficit hypothesis’ suggesting that minority or working-class students simply did not have the intellectual or linguistic capacity to achieve academic success”. En trabajos previos, como , este autor ya había anticipado tal visión, al señalar que:
Bernstein studied class differences in language usage among White students, concluding that upper-class speakers of the elaborated code had cognitive access to universalistic concepts, while working-class speakers of the restricted code displayed linguistic content that was highly particularistic, lacking in abstraction. ()
y también que “Those who considered AAL to be linguistically deficient could easily consider nonstandard AAVE to be a restricted code” ().
Sin embargo, a mi juicio Bernstein no apoyó realmente esa posición de déficit, sino que fue malinterpretado, aunque sin duda a ello ayudaron las importantes oscuridades expositivas de su teoría señaladas por , que provocan que “It is difficult to assess Bernstein’s work for several practical reasons” (). Entre otras razones apuntadas por Stubbs, la visión de Bernstein se fue modificando en aspectos clave a través del tiempo, existiendo incluso elementos contradictorios entre sí, o el hecho de que sus escritos son muy abstractos y contienen “few examples of actual language in use” (), a pesar de otorgar un papel muy importante al lenguaje. Por ello, señalaba Stubbs que “Bernstein’s views has often been oversimplified, misused or distorted” (. De todos modos, es interesante consultar los comentarios de Bernstein (1990) al propio, donde, entre otros aspectos, se lamenta de que en la crítica de Stubbs “a major paper () is ignored”. También en este trabajo discute las críticas de a su marco, algunas de las cuales quizás son excesivas, como que “Bernstein’s views are filtered through a strong bias against all forms of working-class behavior, so that middle-class language is seen as superior in every respect” ().
A pesar de esas dificultades y oscuridades en su marco, Bernstein es un autor clave en la relación entre lenguaje y educación. Su teoría de los códigos postula la conexión entre clases sociales y maneras de hablar, que el autor proyecta al ámbito educativo, tratando, mediante las categorías de clase y relaciones de poder, cómo el sistema educativo se relaciona con la división social del trabajo. El código elaborado, propio de clases medias, dispone de una sintaxis más compleja, ideas abstractas, etc., mientras que el restringido, propio de clases trabajadoras, tiene los rasgos opuestos. Este código restringido se utiliza cuando existe mucho conocimiento compartido entre hablantes (de ahí su economía), mientras que el elaborado se emplea en ausencia de ese conocimiento compartido, debiendo así ser más explícito. Según Bernstein, el código dominante en la escuela es el elaborado, por lo cual los alumnos de clases trabajadoras, no familiarizados con él, están en desventaja educativa, sufriendo un mayor fracaso escolar. Lo que en realidad pretendía Bernstein era explicar los peores resultados educativos de alumnos de clases trabajadoras frente a los de clases medias en tareas vinculadas al lenguaje, cuando en otras tareas (como las matemáticas) no existían diferencias significativas. Por ello, el objetivo de Bernstein es “prevent the wastage of working-class educational potential” ().
Sin ignorar los aspectos problemáticos de su obra, que ciertamente existen y que hacen difícil valorar exactamente el pensamiento de Bernstein, tengo la sensación de que este sociólogo de la educación fue injustamente tratado, porque su noción de código restringido se entendió como una defensa de la posición de déficit que él nunca hizo. De hecho, el propio Bernstein rechazó reiteradamente en diferentes trabajos (en especial ) equiparar su teoría con la posición de déficit, al igual que rechazó la identificación que muchos hicieron entre códigos elaborados y restringidos y variedades estándares y no estándares respectivamente, identificación que él también negó. Ofrezco varias citas de Bernstein sobre estas cuestiones que son significativas:
I have never asserted that differences between codes have any basis in a speaker’s tacit understanding of the linguistic rule system, that non-standard forms of speech have, in themselves, any necessary conceptual consequences, or that reasoning is only possible in an elaborated code. ()
I would resolutely oppose the view that the distinction between the two forms of communication rested upon, or necessarily pointed to, the difference between ‘standard’ or ‘nonstandard’ speech. Indeed the relationship between codes and social class was seen as contingent. ()
The difference between the children is not a difference in cognitive facility/power but a difference in recognition and realization rules used by the children to read the context, select their interactional practice, and create their texts. ()
In the same way that every language carries the same potential for realizing codes as defined by this thesis, language varieties, dialects, have the same potential. There is no reason to believe that in our terms any language variety can realize only one code. It is therefore highly misleading and inaccurate to equate a standard variety with an elaborated code and a non-standard variety with a restricted code, even though there may well be a class distribution of language varieties. Codes and dialects belong to different theoretical discourses, to different theories, and address fundamentally different problematics. ()
What is at stake is not the issue of the intrinsic nature of different varieties of language but different modalities of privileged meanings, practices, and social relations which act selectively upon shared linguistic resources. ()
With respect to the deficit position the code theory does not support the view that the sole origin of educational failure and success lies in the presence or absence of attributes of the student, family, community. Success or failure is a function of the school’s dominant curriculum, which acts selectively upon those who can acquire it. The dominant code modality of the school regulates its communicative relations, demands, evaluations, and positioning of the family and of its students. The code theory asserts that there is a social class-regulated unequal distribution of privileging principles of communication, their generative interactional practices, and material base with respect to primary agencies of socialization (e.g. the family) and the social class, indirectly, affects the classification and framing of the elaborated code transmitted by the school so as to facilitate and perpetuate its unequal acquisition. Thus the code theory accepts neither a deficit nor a difference position but draws attention to the relations between macro power relations and micro practices of transmission, acquisition, and evaluation and the positioning and oppositioning to which these practices give rise. ()
Dejando de lado esta cuestión, y volviendo al hilo general, el libro es, como señalé arriba, realmente magnífico, ofreciendo una gran cantidad de sugerencias sobre qué puede hacer la lingüística para “to overcome injustice, or, more positively, to promote justice” (p. 199). Por ello, la obra, escrita por un muy destacado lingüista, parece en realidad más bien la obra de un filántropo, comprometido profundamente con la igualdad y la justicia, y que resalta lo mucho que los lingüistas pueden hacer como colectivo que atiende a un rasgo clave de la existencia humana como el lenguaje, y por tanto que tienen una responsabilidad social acusada. Ese carácter filantrópico se advierte en las palabras casi finales del libro: “By enlisting the help of those who are selfless and willing to commit themselves to the pursuit of justice — in all forms — it is my fervent hope that we may eventually achieve the aspirational objective where injustice is rare — if not nonexistent” (p. 200).
Por otro lado, Baugh traza una distinción (cf. p. 186) entre la búsqueda de justicia en un macronivel o bien en un micronivel. Aunque obviamente el autor aspira a que la ciencia lingüística resuelva injusticias situadas en el macronivel, que implica mejorar las condiciones de vida sufridas por muchas personas a la vez, sostiene que la búsqueda de justicia en un micronivel, mucho más reducido, “where one people helps another” (p. 186) no debe ser ignorada. Baugh ofrece un ejemplo precioso en este sentido, del cual fue protagonista (cf. pp. 187-189). En 2002, recibió la llamada de una madre soltera afroamericana de Oakland (California) para pedir su ayuda. Ella había recibido una multa de aparcamiento y fue a pagarla al juzgado. La cola avanzaba despacio y sintió la necesidad de ir al cuarto de baño. Para matar el tiempo, entabló conversación con otra mujer de la cola, comentándole en cierto momento que “As soon I’m finished up there (i.e., at the payment window), I’m gonna go drop a bomb in the bathroom” (p. 188). Obviamente, no aludía a ningún artefacto explosivo real, sino a su imperiosa necesidad de defecar, si bien su comentario ante una desconocida fue muy desafortunado, pues pocos meses antes (11/09/2001) habían tenido lugar los atentados de las Torres Gemelas. Tras pagar la multa e ir al baño, fue arrestada por la policía, acusada de amenaza de bomba en el edificio. Aunque la mujer tenía trabajo estable, no podía permitirse contratar un abogado, por lo que se le asignó uno de oficio. Este abogado le recomendó admitir la culpa, lo cual le permitiría esquivar la cárcel. Sin embargo, la admisión de culpa supondría perder su trabajo. Baugh escribió una carta al juez encargado del caso, explicándole que la mujer había recurrido a un eufemismo y que, aunque eligió mal el término, era un error inocente, ofreciendo otros ejemplos de eufemismos para orinar y defecar. Tras leer la carta de Baugh, el juez quitó inmediatamente los cargos. Aunque este ejemplo atañe solo a una persona, no puede desdeñarse, porque la pérdida del trabajo de la mujer hubiera sido un verdadero drama, al provocar la exclusión social para ella y sus hijos.
Por todo lo señalado, el libro es extraordinario, y estoy seguro de que inspirará a muchos profesionales del lenguaje a encontrar caminos para prestar ayuda a quienes la necesitan. El mensaje del libro es muy poderoso: es imperioso que los lingüistas se involucren en que la justicia prevalezca en los muchos dominios vinculados con el lenguaje donde esa justicia está ausente. Lo que sostiene (y muestra) Baugh es que la justicia en su sentido pleno, más abarcador, tanto a nivel social como individual, no puede existir si al tiempo no existe justicia lingüística (entendida como algo que va mucho más allá de los meros aspectos legales), al ser el lenguaje un elemento fundamental en la vida humana y en las relaciones entre personas. Esto, en otras palabras, implica la asunción de que el lenguaje es absolutamente clave para obtener una sociedad realmente democrática, libre de cualquier atisbo de discriminación (). Por todo ello, el libro debería ser muy tenido en cuenta por el colectivo de lingüistas.
Escribía el pedagogo brasileño Paulo Freire () que “Otro sueño fundamental […] es el del derecho que tenemos, en una verdadera democracia, a ser diferentes, y en razón de ese derecho, su extensión en el derecho a ser respetados en la diferencia”. Baugh ha luchado muchos años por el derecho a que los que son diferentes lingüística y culturalmente con respecto a los valores dominantes tengan su voz, y sean precisamente respetados en la diferencia, que es fundamental para su identidad, en vez de ser considerados como seres que encarnan unos valores lingüísticos y culturales inferiores o deficientes. Por ello, creo que lo más destacable que se puede señalar del libro reseñado en particular, y de la extensa trayectoria científica de su autor en general, dirigida a otorgar dignidad (lingüística y social) a las personas, a ayudarles a cobrar su voz, a luchar contra la discriminación lingüística, a abolir la desigualdad y a atender a colectivos marginados o desfavorecidos, es que, gracias al trabajo y al empeño de autores como John Baugh, este mundo es mejor. En resumen, la obra es un excelente (y emotivo) ejemplo de cómo la lingüística se puede convertir en filantropía.
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