1. Introducción
Es un hecho reconocido entre los expertos (; Leonetti ,, ; entre otros) que las construcciones vocativas no admiten determinación, ya sea de naturaleza definida (1b) o indefinida (1c). Por consiguiente, no es de extrañar que se señale esta propiedad como determinante para identificar los vocativos, máxime si en trabajos de lenguas íbero-romances como el de se señala como la estrategia más común:
No obstante, algunos investigadores (, , , ,, , ; entre otros) ponen en entredicho esta afirmación al encontrar ejemplos en diferentes lenguas y dialectos en los que el determinante sí puede aparecer, entre los que se puede incluir el español:
-
(2)
- a.
A ver, los chicos, quedaos aquí; Español
las chicas, acompañadme.
- b.
Alo, domnul! Rumano
Hola, señor-voc -el
‘¡Hola, señor!’.
- c.
*(Les) garçons, Jean est arrivé Francés
Los niñosvoc, Juan es llegado
‘Niños, Juan ha llegado’
- d.
Quei ragazzi, venite qui! Toscano
Aquellos chicosVOC, venid aquí
‘Chicos, venid aquí’
- a.
El contraste entre los ejemplos de (1) y (2) nos lleva a plantearnos los siguientes interrogantes: ¿qué tipo de sintagma proyectan los vocativos? De manera similar, ¿es el mismo para los casos de (1) que para los de (2)? El objetivo de este trabajo no es otro que dar respuesta a estas preguntas, las cuales han pasado desapercibidas entre los estudiosos españoles.
Con este propósito en mente, el artículo se ha dividido en un total de tres apartados. En el apartado 2 se presentan y resumen algunas de las propiedades más notorias de los vocativos. Por su parte, en el apartado 3 se revisan y analizan las principales propuestas formuladas por los investigadores a este respecto, a saber: (1) los vocativos son ssnn; (2) los vocativos proyectan por defecto ssnn y, en ciertos casos, ssdd; y (3) los vocativos son siempre ssdd. Finalmente, en el apartado 4 se recogen las conclusiones más sobresalientes y se muestran futuras líneas de investigación.
2. Vocativos: algunas propiedades importantes
La palabra vocativo proviene del término latino vocatīvus y este, a su vez, del verbo vocare, que significa literalmente ‘invocar, llamar, nombrar a una persona o cosa personificada’ (). En la bibliografía especializada han surgido muchas propuestas para definirlo. La mayoría de ellas se centra en tres ámbitos: sus aspectos semántico-pragmáticos (i. e., significado, funciones primordiales, relación hablante-oyente), sus características morfo-sintácticas (i. e., clase de palabras y sintagmas que lo conforman) y sus propiedades fónicas (i. e., contorno entonativo). Por ejemplo, la Real Academia ofrece una definición basada en los dos primeros (i. e., significado, funciones, enunciados en los que aparece y clases de palabras), pero sin tener en cuenta el tercero:
[C]onstituyen expresiones vocativas los nombres, los pronombres y los grupos nominales que se usan para llamar a las personas o animales (¡Eh, tú!; ¡Papá!, ¿me oís?; Lucera, ven acá), para iniciar un intercambio verbal o para dirigir a alguien un saludo (¡Hola, Clara!), una pregunta (¿Está cansado, don Marcelo?), una petición o una orden (Márchate, niña), una advertencia (Manuel, ten cuidado), una disculpa (Lo siento, caballero), etc. ().
En esta investigación se entenderá por vocativo aquella expresión no integrada en la estructura entonativa del enunciado ―conforma una frase entonativa independiente (véase )― que se utiliza para designar al destinatario. Son muchos los que asocian esta función con una ‘marca’: la de caso vocativo. La bibliografía ofrece división de opiniones a la hora de hablar de su existencia: mientras unos defienden que sí es posible hacerlo (, ), otros señalan que no hay suficientes evidencias para ello (, ). En esta investigación nos decantaremos por esta última opción por las razones que se exponen a continuación.
La primera de ellas es que no está claro si el caso vocativo tiene una desinencia propia o si más bien se corresponde con el tema puro. Si diferenciamos entre las lenguas que mantienen un sistema de casos (p. ej., latín, alemán, griego) de las que no (p. ej., español, francés, italiano), observamos que en las primeras hay tres opciones para el caso vocativo: (a) coincide con el nominativo (p. ej., en latín); (b) ha desaparecido del sistema y sus funciones las ha asumido el nominativo (p. ej., alemán); o (c) se mantiene, pero solo en algunos contextos (p. ej., en griego). En estas últimas lenguas, autores como muestran que el caso vocativo, en realidad, no posee distinción morfológica alguna, sino que es el tema puro (, ) sobre el que se forman los demás casos; es decir, es el caso cero (): “[…] el vocativo no tiene desinencia propia, pues aún en los casos que en apariencia podríamos encontrarla ―temas en o/e― sigue siendo un tema puro” (9).
Para aquellas lenguas que no poseen caso morfológico como, por ejemplo, el español y otras romances, se ha propuesto la noción de caso abstracto. En todas estas lenguas sería necesaria la presencia de un regente que preceda al vocativo para cumplir con la propiedad de adyacencia () entre el rector asignador de caso y el sintagma que lo recibe (). No obstante, si por algo se caracteriza el vocativo es por ser un elemento adjunto o no argumental: no forma parte de la red temática de ningún predicado (, , ; entre otros). Por consiguiente, se podría afirmar que no hay ningún elemento en la oración que rija al vocativo y, por tanto, ninguno que establezca una relación semántica con él. Si esto es cierto, entonces los vocativos no serían elementos oracionales sino periféricos (i. e., se generarían directamente en la periferia izquierda: ) como demuestra el hecho de que existan vocativos extradeícticos (), es decir, vocativos no correferenciales con ningún argumento del predicado (Hugo, ¿sabes qué tiempo hará mañana?).
Finalmente, no siempre existe correspondencia entre caso vocativo y función vocativa: puede haber situaciones en las que la estructura se asocie con una función puramente exclamativa (3a).
En consecuencia, parece quedar demostrado que no es viable hablar de caso vocativo incluso en las lenguas que todavía mantienen el sistema de casos.
Si volvemos a las propiedades de los vocativos, encontramos la distinción de , quien señala que poseen dos funciones fundamentales: llamar la atención del interlocutor (función apelativa o call), o mantener el contacto entre hablante y oyente (función fática o addressee). Este cambio de función se refleja en la posición que ocupan con respecto a la oración. Si adquieren una función apelativa, aparecerán en posición inicial (4a), mientras que, si poseen una interpretación fática, se situarán en posiciones medias o finales (4b-c):
Esta triposicionalidad los acerca a los elementos extraoracionales como los adverbios periféricos (5), con los que pueden coaparecer (6) y con los que comparten la propiedad de tener una entonación independiente, aspecto que se refleja en la escritura a través de la adición de comas:
Por otro lado, los vocativos se caracterizan por presentar propiedades de segunda persona, ya sea del singular (7a) o del plural (7b), lo que los convierte en elementos deícticos. La razón se debe a que se asocian con uno de los participantes del discurso, el destinatario o addressee, tal como señalan Alonso Cortés (, ), , o, entre otros muchos. Ello explica su tradicional vinculación con las oraciones imperativas, las cuales demandan la presencia de un destinatario al que dirigir una orden (Alonso Cortés , ):
A este respecto, los expertos señalan que, cuando el hablante apela al interlocutor a través de una expresión vocativa, se está produciendo una especie de ‘bautismo lingüístico’. Es decir, en el momento en el que el interlocutor emite una expresión vocativa para llamar la atención del oyente o para mantener su atención, el hablante está bautizando al destinatario con ese nombre (). Pero para que el destinatario pueda sentirse identificado en términos de , o simplemente apelado, es imprescindible que se cumplan una serie de requisitos, los cuales podrían ser considerados como condiciones básicas de buena formación de los vocativos o, como denomina Predelli, condiciones de satisfacción (). Es decir, al igual que los actos de habla tienen que cumplir una serie de condiciones (preparatorias, de sinceridad, etc.: Searle , ) para que puedan ser interpretados como tales, los vocativos también deberían contar con otras para poder hacerlo.
Una primera condición para la buena formación de los vocativos sería que el hablante utilizara propiedades para designar al oyente que se correspondieran con características intrínsecas y diferenciadoras de este, de manera que pudiera sentirse interpelado cuando el hablante se dirigiera a él. Para ilustrar esta afirmación, tómense los siguientes ejemplos:
Si el hablante emite un enunciado como (8a), la persona que responderá será aquella que cumpla con las propiedades de ser un varón, tener un hijo y que ese hijo sea el hablante. Sin embargo, si el locutor a quien quiere llamar es a su madre, ella en ningún caso entenderá que está siendo interpelada ni acudirá al requerimiento de su hijo, puesto que en el sustantivo papá hay propiedades (p. ej., ser varón) que hacen imposible que el individuo mamá se pueda sentir identificado. Algo semejante ocurriría si, en otro contexto, el hablante hubiera empleado el nombre propio Santi para referirse a alguien cuyo nombre es David (8b) o profesor para hacer lo propio con alguien que es escritor (8c), entre otras muchas cosas. Por tanto, una primera condición para la buena formación de los vocativos comportaría la necesidad de que el hablante utilizara una característica propia y diferenciadora del interlocutor para designarlo, de manera que este se pudiera sentir identificado.
Sin embargo, el bautismo lingüístico no solo toma en consideración el acuerdo entre el nombre vocativo y las propiedades de lo nombrado (condición 1), sino la relación o el vínculo que existe con el hablante. Si se recupera (8a), se observa que el único individuo que puede emitir un enunciado de este tipo será aquel que mantenga una relación de parentesco con el oyente; es decir, un hijo que se dirija a su padre. Algo semejante ocurriría si en vez de papá se empleara una construcción del tipo Alba, querida nieta, ¿puedes venir? Para que este enunciado pueda llevarse a cabo, es preciso que el hablante sea la abuela del oyente, pero la secuencia se vuelve inaceptable si la persona que lo emite no mantiene tal vínculo con el interlocutor.
En cambio, cualquier individuo puede decir algo semejante a La nieta de Marianita ha venido hoy. Ello implica que, en el entorno de una secuencia que no funciona como vocativo, no existe ningún requisito para que se cumpla esta relación, pero en el entorno del vocativo sí lo hay. En consecuencia, se podría señalar que la segunda condición para la buena formación de los vocativos es que el hablante debe mantener con el interpelado el tipo de relación que indica el nombre vocativo.
No obstante, esta condición en ocasiones se incumple. Este es el caso de nombres lexicalizados como hija mía que han perdido, en la mayoría de los casos, su sentido relacional para emplearse simplemente como una forma apelativa o cariñosa (9). Algo semejante ocurre en parejas que se llaman papá y mamá, aunque no mantengan ese parentesco (10):
- (9)
(Una señora a una niña que acaba de encontrarse): Hija mía, ¿te has perdido?
- (10)
(Una madre a su marido): Papá, ¿nos puedes ayudar a subir las maletas?
Por lo tanto, los vocativos están sujetos unas veces al cumplimiento de esta condición (abuela), pero no en otras (hija mía).
Una tercera condición para la buena formación de los vocativos es que estos sean específicos (Hill , ). De acuerdo con ), la especificidad puede ser entendida en tres sentidos distintos: lógico, discursivo y pragmático. El criterio pragmático, el más común e intuitivo, es el que será empleado en esta investigación. Según este criterio, un sn es específico cuando es “empleado por el hablante para referirse a una entidad determinada en la que está pensando. [...] [L]o decisivo para una caracterización de la especificidad [...] [es] la intención del hablante de comunicar y hacer manifiesto que pretende referirse a una entidad determinada” ().
Por lo tanto, cuando el hablante dice miserables o niños como en (11a) y (11b) respectivamente, lo está haciendo con la intención de referirse a un conjunto determinado de individuos (los destinatarios) que reciben, en este caso, una orden. Si la interpretación no fuera específica, entonces cualquier persona que cumpliera la condición de ser miserable o de ser joven atendería a la llamada del hablante. En consecuencia, los vocativos referirán a entidades específicas a pesar de tener apariencia de entidades inespecíficas, propiedad, por otra parte, común a otras lenguas (12) y bastante frecuente en la gramática del español (Busco a una secretaria):
La cuarta y última condición para la buena formación de los vocativos es que han de ser referenciales, es decir, deben tener la capacidad de referir a un individuo o a un conjunto de individuos del mundo real o, al menos, de uno de los mundos posibles. De esta manera, el referente de ejemplos como los de (8) es un hombre del mundo real que se llama David, que es padre de un hijo y cuya profesión es la de ser escritor. Si los vocativos no fueran referenciales, no se produciría la comunicación: la expresión vocativa no podría identificar al destinatario con ningún individuo del mundo real o de los mundos posibles y, por lo tanto, nadie recibiría el mensaje del hablante o simplemente nadie se daría por interpelado.
Su capacidad referencial contrasta, en lenguas como el español, con su imposibilidad de combinación con estructuras encabezadas por determinantes. En (13) se muestran algunos ejemplos a este respecto:
Por ello, la bibliografía especializada considera este factor como fundamental para distinguir los vocativos de otros elementos argumentales como los sujetos preverbales. Estos últimos deben encontrarse dentro de un sd para poder ser referenciales, restricción que algunos autores asocian con su capacidad para ser argumentos: “A ‘nominal expression’ is an argument only if it is introduced by a category D” (). De esta manera, ejemplos como (14a) no son posibles en lenguas como el español si el determinante está presente, mientras que en (14b) ocurre justamente lo contrario: su ausencia produce la agramaticalidad de la frase.
La imposibilidad de combinación de los vocativos con determinantes no se da en todas las lenguas por igual. Si bien el húngaro, el búlgaro, el griego o el italiano, como señala , así como el catalán (, ) y el gallego () no admiten, por lo general, la presencia de determinantes, otras lenguas como el rumano (15a), el francés (15b) y dialectos como el toscano (15c) sí lo hacen en contextos concretos, generalmente cuando se trata de un artículo definido:
Esta restricción también desaparece en español en ciertos contextos (p. ej., contrastivos: (16a)) y en algunas de sus variedades, sobre todo cuando el que encabeza la construcción es un posesivo (16b):
El contraste entre (14a) y (16) pone de manifiesto que las construcciones vocativas presentan dos comportamientos diferentes en lo que a su capacidad de combinarse con determinantes se refiere. De un lado, las que rechazan su presencia sistemáticamente y, por otro, las que sí la permiten, pero únicamente cuando se trata de determinantes definidos (i. e., artículos definidos, demostrativos y posesivos), de manera que podríamos decir que se trata de variantes marcadas.
A las primeras construcciones las denominaremos expresiones vocativas sin determinación o de tipo 1. Estarán conformadas por estructuras unimembres (14a), a saber: pronombres, nombres propios, nombres comunes y adjetivos sustantivados. A las segundas, por su parte, las llamaremos expresiones vocativas con determinación o de tipo 2. Estas se pueden dividir, a su vez, en dos grupos: las que presentan un significado contrastivo o discriminativo (i. e., construcciones con artículos definidos y demostrativos: (16a)) y las que adquieren un valor de relación (i. e., construcciones con posesivos: (16b)).
En relación con las construcciones vocativas de tipo 2, las encabezadas por artículos definidos y demostrativos son las que más debate han producido, ya que no todos los expertos las consideran como verdaderos vocativos (cf. ). A este respecto, es importante traer a colación la propuesta de . Estos autores defienden que las oraciones imperativas, consideradas como prescripciones, cuentan con tres participantes o argumentos: (a) el hablante o prescriptor, emisor de la orden; (b) el destinatario o receptor de la prescripción, responsable de que la acción ordenada se cumpla; y (c) el ejecutor o actor, encargado de llevar a cabo la preinscripción. Mientras que en las oraciones imperativas el receptor y el actor correfieren (17a), en las exhortativas ―imperativas extendidas de acuerdo con estos autores― no pueden hacerlo en ninguno de los casos (17b):
En efecto, en (17a) el destinatario y el ejecutor de la acción es la misma persona: el vocativo fumadores. Sin embargo, en (17b) la expresión vocativa (camarero en el ejemplo) actúa como mediador entre el hablante o prescriptor y el actor o ejecutor de la prescripción ({los/ esos} fumadores). De esta manera, el mediador o destinatario de la prescripción se convierte en el responsable de causar o provocar que el actor realice la acción ordenada por el hablante: que se sienten fuera, en la terraza.
Si aplicamos esta propuesta a los vocativos de tipo 2 con valor contrastivo, se observan dos posibilidades: o bien que el destinatario (vocativo) y el actor se desdoblen en dos personas distintas (segunda y tercera, respectivamente: (17b)), o bien que ambos participantes correfieran, con lo que el receptor y el ejecutor de la prescripción coinciden (segunda persona: los fumadores: (17a’)), tal como ocurre con las estructuras imperativas (vid. (17a)). De esta manera, se explica que los participantes o argumentos no puedan ser dos personas distintas (17b’) y, en consecuencia, sean considerados como verdaderos vocativos:
Si todo lo dicho hasta aquí es cierto, lo siguiente que habría que plantearse es qué tipo de sintagma proyectan los vocativos de tipo 1, si este coincide con los de tipo 2 o si, por el contrario, son diferentes. Estas cuestiones se resolverán en el siguiente apartado.
3. Vocativos: ¿qué tipo de sintagma proyectan?
Determinar el tipo de sintagma funcional que proyectan las expresiones vocativas ha dado lugar a división de opiniones entre los expertos. Sus propuestas se articulan principalmente en torno a tres hipótesis: (a) los vocativos son ssnn (, ); (b) los vocativos proyectan por defecto ssnn y, en ciertos casos, ssdd (); y (c) los vocativos son siempre ssdd (; ; ; ; ; Slocum , ; ). En las siguientes secciones se explora cada una de estas hipótesis.
3.1. Hipótesis 1. Vocativos como ssnn
Esta opción es secundada por autores como Longobardi (1999, ) o . Giuseppe Longobardi, famoso por sus estudios sobre los nombres propios y los nombres escuetos, establece una generalización basada en que ha tenido gran repercusión entre los investigadores. Esta consiste en afirmar que, en las lenguas romances, un argumento es un sd y no un sn, debido a la naturaleza necesariamente predicativa que se obtiene en este último (; ). La razón que le lleva a tal generalización se sigue de la observación de los siguientes ejemplos:
Tal como muestran los ejemplos de (18) y (19), el atributo en italiano se puede construir de dos formas: o mediante un sn (medico: (18a)) o mediante un sd (un medico: (18b)), siendo la primera opción la más común. Por su parte, el sujeto solo puede desempeñar tal función si se inserta dentro de un sd (cf. (19a) y (19b)). Por consiguiente, un sd puede ser un argumento ―y, en ciertos casos, un predicado―, mientras que un sn solo puede obtener una lectura predicativa (). Esta es la razón por la que, en líneas generales, la bibliografía especializada considera que los ssdd son argumentos y los ssnn, predicados (; Leonetti , ; ; entre otros).
Esta última afirmación lleva a asumir al propio y a otros muchos autores como que, dado que los vocativos solo pueden ser interpretados como predicados y nunca como argumentos, proyectan necesariamente ssnn. De ser esto cierto, se explicaría por qué no pueden llevar determinación:
Sin embargo, los vocativos no pueden ser ssnn por varios motivos. El primero se relaciona con la posición que ocupan en la proyección los pronombres personales, expresiones vocativas por excelencia (, , , entre otros). Es un hecho reconocido entre los gramáticos que, tal como afirman, o el propio Longobardi (, ), los pronombres personales se generan directamente en dº debido a sus propiedades intrínsecamente definidas y deícticas, y, en consecuencia, referenciales. Por lo tanto, se hace necesario postular la existencia de un sd, no de un sn, en cuyo núcleo se sitúe el pronombre, máxime si todas las estructuras vocativas equivalen en último término a estos pronombres (véase el ejemplo (7)).
El segundo motivo se relaciona con la posición que ocupan los nombres propios en la proyección. En ausencia de determinantes expletivos, estas categorías gramaticales, segundas construcciones vocativas en la jerarquía, se moverían en las lenguas romances desde una posición nº, en la que se generan, a dº, tal como defiende). Este movimiento se justifica por la necesidad de los nombres propios de obtener una interpretación de objeto individual () y, en consecuencia, de objeto referencial (). De esta manera, sería de nuevo imprescindible suponer que los nombres propios con función vocativa proyectan ssdd, no ssnn:
Como consecuencia de todo ello, la hipótesis que defiende que los vocativos son ssnn en todos los casos queda descartada.
3.2. Hipótesis 2. Vocativos: ssnn por defecto y ssdd en ciertos contextos
La hipótesis 2 supone un refinamiento de la propuesta anterior: los vocativos proyectan, por defecto, ssnn y, en ciertos contextos, ssdd (). De acuerdo con lo presentado en la sección 2, en este último grupo se encontrarían los pronombres personales de segunda persona (22a), los nombres propios (22b) y las construcciones encabezadas por determinantes (i. e., vocativos de tipo 2: (22c)):
Por su parte, los nombres y adjetivos sustantivados con función vocativa (p. ej., {Niña/Pesado}, cállate) proyectarían, por defecto, ssnn. En este sentido, se acercarían a los denominados por los gramáticos como nombres escuetos o desnudos (bare nouns: ); es decir, sustantivos que desempeñan funciones argumentales, pero que no llevan determinación. Algunos ejemplos de este tipo de construcciones se recogen en (23):
La aparición de ejemplos como los de (23) ha despertado el interés de los estudiosos, ya que ponen en entredicho la generalización de Longobardi sobre la necesidad de insertar construcciones nominales dentro de un sd para que puedan ser argumentos de un predicado (cf. (18) y (19)). Las investigaciones se articulan en torno a dos hipótesis. La primera, defendida por Contreras (, ), Lois (, ), o Longobardi (, ), entre otros, consiste en asumir que estas estructuras poseen un determinante o cuantificador nulo ―determinante invisible, según Contreras (, )― como resultado de la interpretación cuantificativa que adquieren en estos contextos (Faltan ambulancias = ‘Faltan {tres/ varias} ambulancias’). Por consiguiente, los ssnn escuetos se insertarían dentro de un sd con un núcleo nulo, el cual los convertiría en expresiones argumentales. De esta forma, se preservaría la hipótesis de Longobardi:
La segunda hipótesis, recogida en los trabajos de , o , entiende que estos nombres no poseen carácter referencial porque no se combinan con ningún determinante. En consecuencia, solo pueden designar clases o propiedades (Tengo coche) y no entidades o individuos (Tengo el coche). En consecuencia, se interpretarían como ssnn:
Si ahora se aplican estas dos propuestas a los nombres vocativos, ocurriría lo siguiente: de acuerdo con la primera hipótesis, estos nombres se quedarían en nº y la posición dº estaría ocupada por un núcleo nulo ―quizás, el pronombre de segunda persona tú―, tal como defienden autores como . En consecuencia, los nombres vocativos adquirirían una interpretación genérica y cuantificativa de manera análoga a la que se produce en oraciones del tipo Trajo manzanas, equivalente a Trajo {tres/ muchas} manzanas.
No obstante, esta propuesta encuentra una serie de inconvenientes. El más inmediato se relaciona con el hecho de que las construcciones vocativas no pueden tener una lectura genérica o inespecífica. De tenerla, no cumplirían con sus condiciones de buena formación, según las cuales los vocativos han de ser referenciales y específicos (vid. sección 1). Por otro lado, el núcleo pronominal tú y sus variantes debería poder ser recuperado en todos los contextos. Sin embargo, ejemplos como los de (26) ponen de manifiesto que este pronombre solo puede desempeñar funciones apelativas (26a), no fáticas (26b-c), lo que supondría un nuevo problema para esta hipótesis:
Si el que ocupara la posición dº fuera un determinante o un cuantificador nulo, este debería poder recuperarse, tal como ocurre con los nombres de masa (Trajo manzanas > Trajo varias/ tres manzanas). No obstante, en (27) se observa que la inserción de un determinante o de un cuantificador convierte la expresión en agramatical, con lo que la hipótesis de que las construcciones vocativas poseen un núcleo nulo situado en dº queda descartada:
El segundo análisis implica que los nombres y los adjetivos sustantivados con funciones vocativas son ssnn y designan propiedades o clases, no individuos. No obstante, esta propuesta tampoco puede ser aplicada a estas construcciones por los siguientes motivos. Es un hecho reconocido entre los gramáticos que la posición nº refiere a conceptos universales (i. e., a tipos), mientras que la posición dº, a objetos individuales (i. e., a individuos) (). En este sentido, los vocativos se quedarían en nº y denotarían masas (Bebo {agua/ *libro}) o clases (soy profesor, un puesto de profesor). Si esta afirmación fuera correcta, podrían emplearse vocativos en singular para dirigirse a todos los individuos que componen la clase. Sin embargo, esto no sucede, tal como se observa en (28): encontramos vocativos, en plural, que se pueden dirigir a todos los individuos de una clase, pero no vocativos en singular que puedan hacerlo:
Por otro lado, si los vocativos fueran denotadores de clase, admitirían modificadores que designan clases, como típico o clásico (29a). Aunque pueden ir acompañados de otros adjetivos, sobre todo si estos son antepuestos (vid. ), parece que las construcciones vocativas rechazan la presencia de adjetivos de clase (29b). Tal incompatibilidad se explicaría por la vinculación de estos últimos con la ‘parte’ del nombre referida a la clase:
Algo semejante ocurre con las construcciones de tipo (p. ej., un tipo de profesor), relacionadas tradicionalmente con la lectura de clase, pero, de nuevo, incompatibles con las construcciones vocativas:
Por último, cabría detenerse un momento en lenguas como el inglés. En ellas, de acuerdo con , los nombres que denotan clase se construyen con el artículo indefinido (cf. (31a)-(31b)). Sin embargo, este artículo necesariamente desaparece cuando la estructura adquiere una función vocativa (32), lo que de nuevo pone de manifiesto que los vocativos no son denotadores de clase:
En consecuencia, queda descartada la posibilidad de que los vocativos se interpreten, en unos casos, como ssdd y, en otros, como ssnn. Además, pone de manifiesto que el hecho de que los vocativos sean típicamente nombres sin determinante obliga a reconsiderar la idea generalizada de que haya una relación directa entre la denotación de clase y la ausencia de determinante.
3.3. Hipótesis 3. Vocativos como ssdd
La tercera y última hipótesis consiste en suponer que, en realidad, las construcciones vocativas proyectan siempre ssdd, sean de la naturaleza que sean. De esta manera, se solventarían los problemas que planteaban las propuestas anteriores relacionados con los pronombres personales o, por ejemplo, con los nombres propios. Sin embargo, quedaría por resolver por qué los nombres comunes y adjetivos sustantivados se asocian con ssdd, sobre todo si se tiene en cuenta la generalización de Longobardi (, ) y sus seguidores: los argumentos son ssdd, pero los predicados no pueden serlo.
A este respecto, es importante traer a colación la propuesta de. Esta autora, influida por , señala que la hipótesis de Longobardi se sostiene si entendemos que lo que diferencia a los ssdd de los ssnn no es que unos se asocien con argumentos y otros, con predicados, sino que los primeros implican individuos y los segundos, propiedades (). En este sentido, las expresiones vocativas proyectarían ssdd porque comparten con los argumentos el hecho de denotar individuos, no propiedades ().
En el caso de los nombres y adjetivos vocativos, esta lectura referencial se obtendría suponiendo que, en algún momento de la derivación, suben de nº-a-dº, tal como defiende Longobardi para los nombres propios. De esta manera, se explicaría por qué los vocativos de tipo 1 no admiten determinación: nombre vocativo y determinante estarían compitiendo por la misma posición, con lo que la inserción del determinante convertiría la expresión en redundante (33). Anomalías semejantes se encuentran en (34), donde la combinación de varios determinantes fuertes que aportan las mismas propiedades (definitud o referencialidad, según el enfoque) convierten la expresión en agramatical:
En este punto, es importante traer a colación el trabajo de . Este autor señala justamente que el único caso de la gramática ―además del de los vocativos― que impide a los sustantivos llevar determinación es el de los nombres propios ―salvo que esta se interprete como ‘expletiva’―. Por ello, se podría decir que las razones por las que los nombres vocativos no pueden llevar determinación son semejantes a las de los nombres propios:
[…] it must be the case that some different reason explains the absence of the article with Vocative Phrase, possibly related to the referential capacities of the noun phrase involved. In fact, notice that the only other case where the definite article is impossible with proper names, of course in those varieties which allow proper names to occur with articles such as in many Northern Italian varieties, is the case where the proper name plays the role of a predicate […] ().
En consecuencia, se podría considerar que las construcciones vocativas con nombres comunes y adjetivos sustantivados funcionan como algo cercano a los ‘nombres propios del destinatario’.
Cabría preguntarse, por último, por qué los vocativos de tipo 2 sí pueden estar encabezados por ciertos determinantes (a saber, artículos definidos, demostrativos posesivos) y, sobre todo, qué valor aportan los determinantes en tales casos. Comencemos con los artículos definidos. De acuerdo con , el artículo definido en alemán presenta dos estructuras diferentes cuando va precedido de una preposición: una forma no contracta y una forma contracta (). Estas formas conllevan dos valores o significados distintos. La primera, llamada forma fuerte (zu dem: (35a)), se ancla al discurso, con lo que adquiere una referencia anafórica; por su parte, la segunda, denominada forma débil (zum: (35b)), implica la existencia de una sola entidad, que se asocia con un valor de unicidad ():
Si se aplicara esta propuesta al caso concreto del español, se llegaría a la siguiente conclusión. Aunque no experimenta cambios en su forma, el artículo definido puede tener dos valores diferentes: uno que conlleva una lectura de entidades únicas (36b) y otro que implica anclaje discursivo y, por consiguiente, una referencia anafórica (36a):
Efectivamente, en (36a) se indica que el individuo (la niña en este caso) es una entidad conocida o familiar tanto por el hablante como por el oyente, puesto que ya ha sido previamente introducida en el discurso (una niña); en consecuencia, su referencia es anafórica. Por su parte, en (36b) el artículo refiere “a la única entidad existente que cumpl[e] con las condiciones impuestas por el contenido descriptivo del sn” (), en este caso, a la casa en la que habitan los padres del oyente. Por nuestro conocimiento del mundo, sabemos que las personas habitan en una sola casa, lo que explica que la referencia de este sintagma se interprete como única: solo existe una entidad en el mundo que cumpla con las condiciones de ser el lugar donde residen los progenitores del oyente. Por consiguiente, en (36b) no es necesario que el determinante adquiera una interpretación anafórica: tanto el hablante como el oyente ya conocen la entidad a la que el artículo refiere y no hay ninguna más que pueda cumplir con esas condiciones.
Si esta hipótesis es correcta, se concluye que los artículos definidos presentan dos valores distintos dependiendo de si aparecen en las expresiones vocativas de tipo 1 o en las de tipo 2. En las primeras, aportan un significado anafórico, es decir, lo que Schwarz denomina forma fuerte. Su presencia convierte la expresión en agramatical porque esta propiedad ya se presupone: el referente es accesible y conocido por el oyente en tanto que se identifica como tal sin que sea necesario introducirlo previamente en el discurso (está cara a cara con el locutor). Por lo tanto, el uso del artículo en estos contextos se hace innecesario y convierte la expresión en redundante:
Por su parte, en los vocativos de tipo 2 el artículo adquiriría un valor de unicidad, relacionado con lo que denomina forma débil. Es decir, se emplearía para indicar que solo existe un individuo que cumple con las condiciones de interpretarse como destinatario del mensaje. De esta manera, se explica que la estructura adquiera un significado contrastivo: el empleo del artículo sería una forma de discriminar al interlocutor ‘real’ de los destinatarios potenciales del mensaje. Así, en una sala llena de hombres, el secretario del mostrador utiliza el artículo en la expresión La señora, acérquese al mostrador para que se dé por interpelada la única mujer de la sala.
Con respecto a los demostrativos, parecen excluirse de las expresiones vocativas de tipo 1 por el tipo de deixis que unos y otras realizan. En el caso de los demostrativos, no se asegura que se identifique al referente de forma precisa (son deícticos opacos), pero en los vocativos la referencia debe estar garantizada (son deícticos transparentes):
No obstante, en las construcciones de tipo 2 se han observado algunos casos de compatibilidad entre vocativos y demostrativos (Esa señora del fondo, acérquese, por favor). La presencia del demostrativo en estos casos se ha justificado por la lectura contrastiva que conlleva; es decir, la aparición del determinante permite diferenciar al interlocutor de otros destinatarios posibles y acentuar una propiedad suya (en este caso, ser mujer y estar esperando al fondo).
Finalmente, cabría explicar la presencia de los posesivos en expresiones vocativas (Come despacito, mi cielo), la cual es más común de lo que pudiera parecer en un principio. De acuerdo con Leonetti (, ), los posesivos no son determinantes puros en lo que a sus propiedades se refiere (p. ej., tienen una referencia autónoma con respecto al sintagma en el que se insertan, al contrario que los demás determinantes: *[mii profesor]i vs. [eli profesor]i: ) y en cuanto a su capacidad de combinación. De acuerdo con , al contrario que los verdaderos determinantes, los posesivos prenominales pueden aparecer con otros determinantes en algunas variedades del español (39a) o con oraciones de relativo explicativas (39b), pero no con especificativas (39c):
-
(39)
- a.
En verdad os digo cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis / *estos los / *los estos hermanos menores a mí me lo hicisteis (crea,).
- b.
Detenida por simular el robo de su móvil, que había regalado a su novio.
- c.
Detenida por simular el robo {*de su / del} móvil que había regalado a su novio.
- a.
Por tanto, las propiedades de los posesivos, así como su capacidad de combinación, ponen de relieve que estas categorías no funcionan como verdaderos determinantes, al menos en las construcciones vocativas. El valor que aportan a la estructura es el de un vínculo afectivo entre hablante y oyente; es decir, funcionan como elementos enfáticos o pleonásticos: “[n]o […] elige[n] […] a un individuo particular entre un conjunto de personas del mismo nombre […], sino que […] señala[n] un vínculo afectivo entre la persona designada por el posesivo y aquella a la que se refiere el nombre […]” ().
Si todo lo dicho es cierto, el sustantivo sería el encargado de portar las propiedades de segunda persona y el posesivo vincularía la expresión con el hablante, dotándola de un significado afectivo (mi cielo), de parentesco (mi hermano) o de poder (mi jefe), lo que legitimaría su presencia en estas estructuras (vid. González López , ). De esta manera, se explicaría la necesidad del posesivo de aparecer en primera persona del singular (mi) y no en ninguna otra, salvo que se trate de una fórmula fija (Su Alteza, Su Señoría, etc.: vid. González López , ).
4. Conclusiones
A lo largo de este artículo se ha tratado de determinar el tipo de sintagma que proyectan los vocativos. Tras el análisis de las principales propuestas planteadas entre los expertos (a saber, ssnn, ssdd o ambos dependiendo de cuál sea el núcleo), se ha llegado a la conclusión de que los vocativos proyectan siempre ssdd, ya sean de tipo 1 o de tipo 2. La pregunta que nos hemos planteado entonces es cómo se explica la presencia / ausencia de los determinantes en estas estructuras. En los primeros (i. e., vocativos de tipo 1), el determinante no puede aparecer porque produce redundancia (nombres vocativos y determinantes aportarían el mismo valor y competirían por la misma posición), una interpretación anafórica (artículos definidos) o una deixis espacial (demostrativos). En los segundos (i. e., vocativos de tipo 2), su presencia se ha justificado por el valor enfático o pleonástico que aportan a la estructura (posesivos), por su interpretación de unicidad (artículos definidos) o por su sentido contrastivo (demostrativos).
No obstante, quedan otras muchas preguntas por resolver asociadas a la naturaleza de los vocativos: qué posición ocupan con respecto a la oración (¿periferia izquierda o aposiciones del sujeto?), cuál es su relación con los imperativos y con los elementos extraoracionales (p. ej., adverbios oracionales, partículas o estructuras parentéticas) o cómo se explican los casos en los que su referencia ‘coincide’ con la de otros elementos argumentales (Maríai, ¿tei ayudo?), entre otras muchas cosas. De esta manera, se pone de manifiesto la necesidad de recuperar el estudio de los vocativos y otorgarles la importancia que se merecen.
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Notas
[2] Como señala resulta llamativo que en francés estas construcciones no admitan el artículo cuando se construyen en singular ((*Le) garçon, Jean est arrivé) y sean agramaticales si no aparece en plural (*(Les) garçons, Jean est arrivé) (ejemplos tomados de ).
[3] Este grupo es el más numeroso (, , , entre otros). Mientras que unos se decantan por darle prioridad a su marcada función apelativa (; ; ), otros se centran en su capacidad para identificar, activar o predicar una propiedad del interpelado o addressee (). También se encuentran algunos estudios que focalizan las propiedades que denotan (; ) o el tipo de relación que establecen con el hablante (cortesía, familiaridad, etc.: ; ; ).
[4] Los autores que se centran en este aspecto se focalizan en las clases de palabras que pueden funcionar como vocativos, el sintagma en el que se insertan () o en sus propiedades personales y deícticas ().
[5] Tan solo unos pocos (; ; ) ponen de relieve sus propiedades fónicas, tales como su entonación (i. e., su curva entonativa) o el truncamiento que admiten algunas estructuras en estos contextos (; ).
[6] En latín ya se producía un sincretismo entre nominativo y vocativo en la gran mayoría de sus declinaciones (primera, tercera, cuarta y quinta o mixta); también había algunos nombres propios que no diferenciaban estos dos casos. Un ejemplo de ello sería el nombre propio latino Deus (‘Dios’), el cual no poseía ninguna diferencia flexiva entre nominativo y vocativo ().
[7] En lenguas como el griego, el nominativo de los sustantivos masculinos tiene como desinencia -oς (p. ej., Τύπος, πεpíπατoς), mientras que el vocativo toma -o si son palabras de menos de dos sílabas (p. ej., Τύπο: ‘chico, tipo’) y -ε si poseen más de dos (p. ej., πεpíπατε : ‘caminante’). Si se trata de nombres femeninos, o al menos se declinan como tales (p. ej., O επιβάτης: ‘pasajero’), sus desinencias son -η/-α tanto para el vocativo como para el nominativo (p. ej., kópη: ‘chica, mujer joven’; θάλασσα: ‘mar’).
[8] En ellas, el único vestigio de la existencia de casos son los pronombres personales y los posesivos. Curiosamente, tal como señala para otras lenguas, en español los pronombres personales junto con los posesivos excluyen el caso vocativo del sistema, aunque el uso pronominal sea la forma vocativa tú por excelencia (p. ej., Tú, ¿qué haces?).
[9] En este punto, algunos autores (Hill , ) dejan entrever que es la partícula la que selecciona al vocativo. El problema estaría en aquellas lenguas que no poseen partícula o en las que esta no es obligatoria sino opcional, como ocurre en español o en catalán, de acuerdo con . En estos casos, sería necesario explicar por qué aparece el vocativo, pero no la partícula.
[10] A una conclusión similar llega tras el análisis de un elemento dislocado como Juan en Buf, Juan, ni me hables, hace tiempo que el pobre hombre no sabe nada de Carla (). De acuerdo con este autor, “[l]os ssnn dislocados llevan a concluir que el filtro de Caso se aplica sólo a ssnn que están integrados en la oración propiamente dicha o, dicho de otro modo, que el recibir Caso es un requisito para que un sn se integre como constituyente de una oración” ().
[12] Si bien este aspecto excede los límites de este artículo, es importante señalar que la bibliografía especializada coincide en afirmar que tanto los vocativos como los adverbios oracionales conforman frases entonativas independientes: su entonación no está supeditada a la del resto del enunciado. A este respecto, véase , , , o Prieto y Roseano (; ), y las referencias allí citadas.
[13] Nótese que vosotros es la forma plural del pronombre tú, puesto que se forma como resultado de la unión de ‘tú + tú’ (). En este sentido, son muchos los que señalan que, en realidad, el único pronombre personal con valor deíctico que puede desempeñar funciones vocativas es tú, ya que, en último término, todas las construcciones que aparecen en estos contextos equivalen a él ().
[14] A partir de los trabajos de y , realiza una propuesta sobre las funciones de los vocativos que denomina hipótesis ipa. En ella defiende que los vocativos desempeñan tres funciones básicas: (a) identificar al interpelado o addressee, (b) predicar una propiedad de él y (c) activarlo, de ahí las siglas ipa (Identificar, Predicar y Activar:).
[15] Todas estas formas apelativas se podrían emplear si se hace en sentido irónico, si se encuentran en una situación de familiaridad y se trata de una broma entre ellos, etc.
[16] De acuerdo con el criterio lógico, un sn es específico cuando “su interpretación es independiente de la presencia de cuantificadores u operadores intensionales en la oración, y por consiguiente permite inferir la existencia de un referente individualizado” (). Según el criterio discursivo, la lectura específica de un sn se obtiene con independencia de la “presencia de operadores y relaciones de ámbito. Identifica la interpretación específica con la partitiva, es decir, con la cuantificación sobre un conjunto de elementos ya delimitado contextualmente, ya conocido” ().
[17] A este respecto, señala lo siguiente: “One cannot call someone without knowing who calls, and one cannot know that one is being called without knowing who one is oneself” ().
[19] Nos referimos a aquellos contextos en los que el hablante puede dirigirse a un ser animado como Dios (¡Dios mío, dame fuerzas!), a una musa (Calíope, concédeme el don de la elocuencia) o, por ejemplo, a un ser inanimado personificado como el sustantivo flores (“Aprended, Flores, en mí / lo que va de ayer a hoy / que ayer maravilla fui / y hoy sombra mía aun no soy […]”: Góngora. 1621. Aprended, Flores, en mí. Letrillas). Cabría preguntarse si las condiciones de buena formación de un oyente que pertenece al mundo real y las condiciones de uno que forma parte de un mundo posible (i. e., un oyente virtual) coinciden o si, por el contrario, cambian. De acuerdo con nuestra investigación (), las condiciones de buena formación de los vocativos que aluden a destinatarios de otros mundos posibles son las siguientes: (a) que el interlocutor sea un oyente virtual (); (b) que la persona que interpreta el enunciado lo admita como tal; (c) que su referencia virtual se asocie con la deixis am Phantasma (; ); (d) que refiera a entidades específicas; (e) que el hablante mantenga o no el tipo de relación que indica la expresión vocativa con el oyente virtual, y (f) que no se produzca un intercambio en los papeles de los participantes del discurso.
[20] En este punto, es importante determinar qué clase de referencia tienen las construcciones vocativas. Los vocativos refieren a uno de los participantes del discurso: el interlocutor. Así se explica que, sean de la naturaleza que sean, equivalgan en último término a los pronombres tú y sus variantes. Sin embargo, la referencia de estas expresiones no se obtiene por su relación con el discurso previo, sino que depende del contexto situacional: varía en función de “quién sea el emisor y el destinatario en cada acto de habla” (). En este sentido, los pronombres vocativos tú y sus variantes no están ligados por ningún elemento de la oración, sino que su referencia queda anclada al centro deíctico con el que se asocian (i. e., al acto de habla; véase ). De esta manera, los vocativos conformarían expresiones logofóricas, entendiendo logoforicidad en sentido amplio: elementos que encuentran su anclaje en el acto de habla.
[21] A una conclusión llega . Esta autora defiende que los vocativos poseen una referencia familiar y única a pesar de ser incompatibles con los determinantes: “Catalan nominal vocatives are incompatible with Ds but are nonetheless referential and interpreted as familiar and unique” ().
[22] Los sujetos posverbales (p. ej., Faltan ambulancias) se comportan de manera diferente, tal como demuestra en su libro y se estudiará en la sección 3.2.
[23] Esta generalización es matizada en páginas siguientes por el propio Longobardi, quien defiende que los ssdd pueden ser argumentos, pero no así los ssnn (). Esta afirmación ha sido criticada en trabajos posteriores por autores como ).
[25] De acuerdo con en el registro coloquial ciertos nombres masculinos tienden a omitir la consonante final cuando se combinan con el artículo definido: domnul > domnu.
[26] A esta misma conclusión llega María Moliner en su diccionario: “Vocativo: […] Antiguamente llevaba a veces artículo: ‘Dígasme tú el caballero’. En el lenguaje literario o en exclamaciones, el adjetivo posesivo precede a veces al vocativo: ‘No me mueve, mi Dios, para quererte…’; ‘Ay, mi niña!’” ().
[27] La razón por la que se admiten estos determinantes y no otros parece estar relacionada con la interpretación única y familiar que implican. El término unicidad se concibe como “el individuo o conjunto de individuos […] [que] es identificable para el oyente […] [porque] en el dominio discursivo relevante no existen otros posibles candidatos que respondan a la misma descripción […]” (). De acuerdo con esta definición, la referencia de los vocativos ha deser única en tanto que es necesario asegurar que el individuo que se identifica como destinatario sea exclusivamente uno. Por otro lado, su referencia es familiar porque se presupone que el referente es accesible, conocido y perteneciente al universo del discurso, seguramente porque el interlocutor, necesariamente único, se encuentra cara a cara con el hablante (por ello, es innecesario introducirlo previamente en el discurso).
[29] En esta investigación, se supondrá que los adjetivos se recategorizan en sustantivos como muestra el hecho de que no admitan grado (*Muy tonto, ayúdame), puedan recibir ‘complementos’ (p. ej., sspp y adjetivos (ia), oraciones de relativo (ib)) y permitan su combinación con determinantes (ia-c) cuando aparecen en vocativos de tipo 2:
[30] Sobre las construcciones vocativas con posesivos y su presencia en distintas variedades del español ({Mi jefe/ Mi hermano/ Mi niña}, acérquese), véase .
[31] Esta autora propone diferenciar los verdaderos vocativos de los falsos vocativos. Los primeros (ia) son pronombres de segunda persona, nombres propios, nombres escuetos y adjetivos que se caracterizan por tener propiedades deícticas, cotejadas gracias al movimiento que realizan desde su posición de núcleos (nombre nº, adjetivo aº, determinante dº) a la de núcleo vocativo (en adelante, Vocº) (). Por su parte, los falsos o fake vocatives (ib) son, de acuerdo con la citada autora, ssdd y Sintagmas Cuantificadores que poseen una interpretación cuantificacional o predicativa. Al no ser núcleos, no pueden aparecer en Vocº, por lo que se comportan como complementos de un núcleo vocativo omitido ():
[32] A este respecto, defienden que existen muchas variantes. Por ejemplo, el hablante podría ser también actor en construcciones del tipo María, salgamos de casa.
[33] En estos últimos casos, el ‘desdoblamiento’ implica que actor y receptor ocupan distintas posiciones en la proyección. A este respecto, véase .
[34] Autores como defienden que la ausencia de determinación en construcciones vocativas se debe justamente a la naturaleza predicativa de estas construcciones.
[35] De acuerdo con , todo elemento deíctico es necesariamente referencial, pero un elemento referencial no tiene por qué ser deíctico. Por ejemplo, los nombres propios son expresiones referenciales, pero no deícticas, mientras que los demostrativos son elementos deícticos y, por ende, referenciales.
[37] De acuerdo con autores como o , se puede establecer una jerarquía de las clases de palabras más proclives a emplearse como vocativos, a saber: pronombres de segunda persona > nombres propios > nombres comunes > adjetivos.
[39] Es importante señalar que, incluso en aquellas lenguas en las que se admite un determinante expletivo junto al nombre propio (el Joan en catalán), la presencia de este determinante se rechaza cuando el nombre propio desempeña funciones vocativas (Ei, (*el) Joan!: ). Ello supondría una prueba más a favor de que el nombre propio sube necesariamente de nº-a-dº en estos contextos. Para más ejemplos a este respecto, véase la nota 50 y .
[40] también hacen notar la necesidad de hablar de ssdd y no de ssnn en las construcciones vocativas cuyo núcleo es un nombre propio, así como en las expresiones cuyo núcleo es un nombre común encabezado por un artículo.
[41] Para un análisis más pormenorizado de estas estructuras en español, véase y las referencias allí citadas.
[42] La posibilidad de que estos nombres se construyan sin determinantes depende de las propiedades de cada lengua (). A este respecto, propone una clasificación para las lenguas basada en la capacidad de cada una de ellas de admitir nombres escuetos en posiciones argumentales. Así, diferencia cinco grupos de lenguas (; traducción mía):
- 1)
Lenguas sin nombres escuetos: este es el caso del francés.
- 2)
Lenguas con nombres escuetos más estrictos: los nombres escuetos poseen ciertas restricciones con respecto a la posición ―generalmente posverbal― en la que pueden aparecer. Según Longobardi, conformarían este grupo las demás lenguas romances como el italiano o el español.
- 3)
Lenguas con nombres escuetos más libres: se encuentran en cualquier posición, incluso en la de sujeto preverbal. Este es el caso de lenguas como el inglés y, de acuerdo con Longobardi, la mayoría de las lenguas germánicas.
- 4)
Lenguas con plurales escuetos indefinidos: estas lenguas solo poseen un artículo léxico definido. En este grupo se encontrarían el islandés, el celta o el hebreo, tal como afirma Longobardi.
- 5)
Lenguas con singulares escuetos ambiguos: es decir, lenguas sin artículos. Nos referimos, siguiendo a Longobardi, a lenguas como el ruso, el latín o el checo.
[43] Entre los múltiples autores que estudian estas construcciones, destacan los siguientes: , Contreras (, ), Lois (, ), , , Longobardi (, ), , , o, por ejemplo, .
[44] A esta misma conclusión llegan , , o . Estos autores defienden que, en lenguas como el inglés, el pronombre de segunda persona no puede desempeñar funciones fáticas (ejemplos tomados de ):
-
(i)
- a.
Hey you, give me that boat hook!
Eh/Hey túvoc da me ese bote gancho
‘¡Eh tú, dame esa ancla!’.
- b.
*What I think, you, is that we ought to take the money and run.
Que yo pienso túvoc es que nosotros deber coger el dinero y correr
‘*Lo que yo pienso, tú, es que nosotros debemos coger el dinero y {correr/irnos}’.
- a.
[45] Esta afirmación no es nueva: son muchos los expertos (; Zamparelli , ; ; ; Roca , ; ; ; ; ; ; entre otros) que coinciden en afirmar que la lectura referencial y específica está reservada para dº.
[46] Agradezco a Cristina Sánchez (comunicación personal) por sus comentarios a este respecto. Por supuesto, todos los errores son responsabilidad mía.
[47] La necesaria interpretación específica que implican los vocativos explica por qué son más frecuentes los adjetivos prenominales ( presunto asesino) que los posnominales (?asesino presunto), ya que, de acuerdo con Bosque (, ), los adjetivos antepuestos en contextos indefinidos se asocian necesariamente con una lectura específica (ii). Por su parte, los pospuestos pueden tener dos interpretaciones: específica o inespecífica (i) (ejemplos tomados de):
[48] Agradezco a Cristina Sánchez (comunicación personal) por sus comentarios a este respecto. Por supuesto, todos los errores son responsabilidad mía.
[49] A esta misma conclusión llegan autoras como o , entre otros. Basándose en la observación del comportamiento del artículo en lenguas como el francés (p. ej., (*Le) copain, viens ici: ‘(*el) amigo, ven aquí’), concluyen que la hipótesis de la subida nº-a-dº de Longobardi debe extenderse a los contextos nominales en los que el sustantivo rechaza la presencia del determinante.
[50] Téngase en cuenta, además, que las lenguas que admiten construcciones del tipo ‘Detexpletivo + nombre propio’ rechazan la presencia del expletivo cuando desempeñan funciones vocativas:
[51] En palabras de Schwarz: “In theoretical terms, the basic claim will be that the weak article can be best characterized as requiring uniqueness (relativized to a situation), whereas the strong article has an anaphoric nature” ().
[52] Esta idea no es nueva. Autores como señalan que, cuando se habla de artículo definido, se hace en dos sentidos distintos: (1) información consabida o conocida (i. e., familiar) y (2) unicidad ().
[54] Este no es el único caso en el que los demostrativos no pueden aparecer con otros elementos deícticos. A este respecto, señala que no es posible combinar un demostrativo que indique cercanía con un complemento locativo que no lo haga y al contrario: debe existir una concordancia en lo que respecta al valor deíctico que ambos poseen (). De esta manera se explica la agramaticalidad que se produce en oraciones como las siguientes:
[55] Se han registrado numerosos casos no solo en español, europeo y americano (Mi jefe, no se enfade), sino también en otras lenguas como el italiano, el francés, el griego, el inglés o el ruso. Para más información a este respecto, véase González López (, ).
[56] Otras propiedades que señala son que los posesivos pueden equivaler a elementos de naturaleza argumental (la hija de Maite > su hija) o no argumental (la silla de Pedro > su silla), mientras que los determinantes puros no tienen esa posibilidad. Asimismo, los determinantes puros se generan en posición prenominal ([sd La [sn niña] ]), lo que contrasta con el hecho de que los posesivos lo hagan en posición posnominal ([tui hermano hi] = hermano tuyo > tu hermano).
[58] Otras construcciones no vocativas semejantes se encuentran en aquellos contextos en los que los posesivos: se combinan con demostrativos (este hijo nuestro), aparecen junto a nombres propios (mi Sofía) o, por ejemplo, se interpretan como reflexivos (Se levantaba temprano, se preparaba su desayuno, salía a dar su paseo y se compraba su periódico) ().