1. Introducción
Este artículo trata acerca de la etimología en el diccionario académico; lo hace fijándose en un tipo particular de etimología y en una edición concreta: en las etimologías latinas de la duodécima edición. Etimología, latín, diccionario académico, edición de 1884 y Real Academia Española constituyen una serie de palabras clave de notable interés e importancia en la historia de la lexicografía española, particularmente en la académica, y en la historiografía lingüística del español. La recuperación de la etimología en esa edición, eliminada tras el Diccionario de autoridades, y el desarrollo de la lingüística histórica y comparativa en España desde mediados del siglo xix son los dos hechos que justifican esta atención preferente.
Para abordar este asunto se expone, en primer lugar, la consideración de la etimología en el proyecto lexicográfico de la Real Academia Española, presente ya en el Diccionario de autoridades. A partir de ahí, se suceden cambios que llegan hasta la edición aquí considerada y que la sobrepasan, pues todavía hoy la etimología desempeña un papel fundamental en la construcción del diccionario. En segundo lugar, se justifica la elección de la duodécima edición para el examen de las etimologías latinas porque esta información sobre el origen de las palabras vuelve al diccionario en esta edición y porque es en este momento cuando empieza a aplicarse una nueva metodología lingüística, comparatista e historicista, en la que destaca la filiación de las lenguas, como la del latín con el castellano. En tercer lugar, la atención a las etimologías latinas lleva a su clasificación y descripción, y, por último, en cuarto lugar, a atender a las observaciones que autores contemporáneos del diccionario formularon al examinarlas. La hipótesis que sustenta este trabajo es que, en 1884, en la duodécima edición, la Academia recuperó la etimología, y lo hizo movida por razones lingüísticas que empezaron a aplicarse en ese momento y lo siguieron haciendo en las posteriores ―en la decimotercera y decimocuarta, principalmente― en un largo proceso de cambio y de mejora en el que tradición e innovación, de nuevo como en otros contenidos del diccionario, guían su evolución. Se concluye, entonces, y así se expondrá más adelante, que las etimologías latinas de la duodécima edición responden, unas, a los cambios que se estaban produciendo, y otras, a una tradición con la que la corporación académica no rompe en este asunto, como tampoco lo hizo en otros contenidos del diccionario.
2. La etimología y el diccionario
La presencia de la etimología en el diccionario académico se inicia en el Diccionario de autoridades (). En esta obra y en este momento, es esta una información fundamental y, haciéndose eco todavía de una etimología precientífica (; ), la Academia destaca su capacidad para fijar el significado de las voces, el verdadero o etimológico, y cumplir así con el objetivo principal de la obra expuesto ya en su título: Diccionario de la lengua castellana, en que se explica el verdadero sentido de las voces, su naturaleza y calidad… La etimología como origen y derivación de una palabra, queda, de momento, relegada ante la búsqueda del significado verdadero, primitivo o etimológico. Al mencionar en la primera página del prólogo de ese diccionario a Covarrubias, antecedente glorioso en esta tarea de indagación etimológica, la Academia señala la pauta que ha seguido en la elaboración del diccionario con respecto al origen de las voces:
sin detenerse con demasiada reflexión en el origen y derivacion de las voces: porque además de ser trabájo de poco fruto, sería penoso y desagradable à los Lectores, que regularmente buscan la propiedad del significado: y el origen ò la derivación, quando no es mui evidente y claro, quedaba siempre sujeto à varios conceptos, despues de ser desapacible su lección, y que ocasionaría un volumen fastidioso y dilatado. ()
Más adelante vuelve sobre la etimología; lo hace en otra parte del prólogo para disculpar la falta en algunas voces y dejar claro los principios que guían su presencia en otras:
Por lo que mira à las Etymologías hace la Academia la misma ingénua expresión, como se reconocerá por el discurso de ellas, que en adelante se pone. Habla la Académia de las Etymologias con el pulso y moderacion que corresponde al peligro de errar: y tiene por mas congruente evitar muchas, antes que exponerse á un error cierto, que justamente se le impugnasse. ()
Con todo, es mucha la importancia que se le concede a la etimología, como lo prueba el hecho de que se le dedique uno de los discursos proemiales que abren el diccionario: la explicación de la etimología de una voz como el “origen, ó principio que tuvo para su formación, ó significado”; la consideración de la dificultad de su estudio, “que pide mucha reflexión, y gran peso”; y el reconocimiento de la evolución y el cambio en las lenguas con la exposición de un método consistente en la aplicación de reglas con las que determinar el origen inmediato de las palabras hacen que la etimología no solo esté presente como información en muchas de las voces, sino también como disciplina lingüística vinculada a la lexicografía ().
Al lado de la etimología se encuentra la correspondencia latina: si aquella informa del origen de una palabra, esta es un equivalente en latín, y en muchos casos una paráfrasis en lengua latina del significado de la voz castellana (). Estas informaciones no guardan relación, lo que hace que no se pueda sustituir la una por la otra. La única conexión entre ambas es la lengua utilizada, el latín:
En la versión Latina de las voces ha procurado poner la Académia la mayor conformidad; aunque muchas veces es casi imposible convertir igualmente la voz Castellana en otra Latina, por cuya razón para inteligencia de los extranjeros se ha usado de algunas phrases en los casos que ha sido preciso, con el deséo de la mayor claridád, y conocimiento de los Lectóres: y tambien por evitar no volver la voz Españóla en otra Latina, menos expresiva, y no tan correspondiente. ()
Publicado en 1770 el primer tomo de la que estaba destinada a ser segunda edición del Diccionario de autoridades, se suceden unos acontecimientos que frustran la culminación de esta obra: a la reimpresión de la Ortografía y a la aparición casi simultánea de la Gramática en 1771, sigue a buen ritmo la revisión del tomo segundo, muy adelantada en 1776, lo que hizo que se repartiera entre los académicos el material del tercero. Pero la revisión a que obligaba lo redactado y la ejecución de otras tareas no permitían alcanzar el final en un plazo razonable. Por ello, en 1777, ante esa situación y ante la demanda de ejemplares del diccionario, se propuso hacer un compendio de toda la obra en menor número de tomos y tipografía más reducida, suprimiendo las etimologías y las autoridades (). Se eliminaban las etimologías y se conservaban las correspondencias latinas en aras de reducir el volumen. No se dice entonces, pero la razón para suprimir aquellas y mantener estas parece tener más que ver con la provisionalidad con que fueron tratadas en Autoridades que con el espacio ganado al suprimirlas: al pulso y moderación con que se procedió en 1726 se une el reconocimiento de que en 1770 “han escusado las impropias violentas o inciertas, poniendo solo las que han parecido más propias, naturales o fundadas”. La inseguridad con que habían sido tratadas muchas a lo largo de estos años determinó su supresión.
Acabamos de señalar más arriba, en el prólogo del Diccionario de autoridades, que la etimología y la correspondencia latina eran dos informaciones distintas. Con todo, en el prólogo de la segunda edición de ese diccionario, se establece una conexión al apuntar que en las etimologías que vienen del latín “se omite la nota del origen, siempre que le manifiesta la misma correspondencia latina”. Y esa conexión es explícita, pues se reconoce sin tapujos, en la quinta edición, de 1817:
También se habia observado algun descuido en las correspondencias latinas, que desde la primitiva formacion del Diccionario quiso la Academia que acompañasen á las palabras castellanas, tanto por hacer participantes de la utilidad del Diccionario á los extranjeros, y facilitar entre ellos el conocimiento de nuestra lengua, como por mostrar, segun sucede frecuentemente, la etimología y orígen de nuestras voces. )
En algunos casos, etimología y correspondencia latina eran lo mismo, y en otros, a pesar de haber sido eliminada, parece que la etimología todavía estaba presente en el diccionario. Así sucede en esta misma edición: “Se han suprimido tambien muchas palabras y expresiones redundantes y varias noticias y etimologías que han parecido poco necesarias y oportunas: reforma que aun sería mayor, si la estrechez del tiempo hubiera dado lugar á mas detenido examen” ().
La etimología no aparece de facto, pero se cuela como correspondencia latina y guía la redacción del diccionario, pues es decisiva para la admisión de voces nuevas, para aquilatar la buena formación de estas palabras (; ). Así en la novena edición, de 1843, en la valoración de las palabras que se han de admitir, advierte la Academia de lo siguiente:
es preciso consultar muchas obras, extractar, y comparar autoridades, investigar etimologías hasta donde sea posible, meditar y pesar desapasionadamente los reparos de la crítica, y observar en todas sus clases la tendencia de nuestra sociedad en órden á adoptar tales voces ó locuciones. ()
El mantenimiento de las correspondencias no dejó indiferentes a los consultores del diccionario (; ): a medida que pasan los años y se suceden las ediciones, van recrudeciéndose las críticas hasta que, en 1869, en la undécima edición, se acuerda la eliminación:
La mayor novedad que respecto de las ediciones anteriores ofrece la presente, es la supresion de las correspondencias latinas. Éstas adolecian de algunas inexactitudes inevitables, y, sin poder hacer las veces de un Vocabulario hispano-latino, ocupaban grande espacio y sobre todo podian inducir á error. Tampoco podian servir de seguro guía para la etimología de las voces castellanas, por cuanto el mayor número de éstas procede inmediatamente del latin vulgar, y las correspondencias se tomaban del latin clásico. Ni era posible otro arbitrio en punto á las muchas voces representativas de objetos nuevos, de usos y costumbres modernas, sin equivalentes en el latin, y que era forzoso explicar por medio de largas y enojosas perífrasis. Tales consideraciones, y la de estarse ocupando la Academia en la formacion de un Diccionario Etimológico, que consigne el orígen, la formacion y las vicisitudes de cada vocablo, la han movido á suprimir las referidas correspondencias. ()
La edición se publica sin correspondencias latinas, una huella del pasado, propia de la lexicografía bilingüe (como ya se ha señalado, con ella se pretendía ayudar a los extranjeros en la inteligencia de las voces); también sin etimologías, algo que, desde su eliminación tras el Diccionario de autoridades, singularizaba al diccionario académico, no precisamente para destacarlo, y lo igualaba a otros diccionarios del español y de lenguas extranjeras, carentes de esta información.
3. La recuperación de la etimología en 1884
Las primeras palabras de la “Advertencia” con que se abre esta duodécima edición se refieren a la supresión de las correspondencias latinas en la edición anterior y a la recuperación de la etimología en esta:
En la de 1869 omitió [la Academia], razonando su acuerdo, las llamadas correspondencias latinas que siempre había llevado este libro, y ahora, en vez de tales correspondencias, da las etimologías de los vocablos españoles; pero, lejos de estimar del todo acabado y perfecto su trabajo en tan ardua materia, no ve en él sino tentativa sujeta á corrección. La necesidad de llevarle á cabo perentoriamente para que por mucho tiempo no careciese el público de este Diccionario, cuya última edición estaba agotada, ha sido causa de que en la nueva no se atribuya etimología ninguna á voces de origen que no se podía desentrañar sin más largo y feliz estudio. En caso de duda, ha parecido preferible, á omitir la etimología, darla con signo de interrogación. Si filólogos españoles ó extranjeros hicieran acerca de esta peligrosa labor útiles observaciones, la Academia se complacería en aprovecharlas. ()
En este texto destacan tres ideas: 1) que no hay etimología en todas las voces; 2) que las etimologías dudosas se recogen con signo de interrogación; y 3) que la Academia anima a filólogos españoles y extranjeros a hacer observaciones y comentarios sobre esta “peligrosa labor”. El pulso y la moderación con que se trató la etimología en el Diccionario de autoridades guían, de nuevo, el trabajo en esta edición, en la que se cultiva ya una etimología científica:
no se trata ya de aquella vieja etimología del primer diccionario académico sino de una información vinculada a una concepción moderna de lo que M. Müller en aquellos momentos llamaba “etimología científica”, renovada en el siglo xix con el fortalecimiento del concepto de cambio lingüístico y de la comparación. ()
La preocupación por esta información es una constante en la labor diccionarística de la Academia. La supresión no parece que supusiera su olvido y la recuperación ahora no obsta para que continúe en las ediciones posteriores el trabajo de revisión. Así se hace saber en la decimotercera, de 1899, y en la decimocuarta, de 1914. Si en la primera de estas ediciones solo se habla de rectificación y revisión en el seno de la Comisión de Etimologías, en la segunda la referencia es más explícita:
Por eso desde que decidió enriquecer su Diccionario con las etimologías de las voces castellanas, ya en la edición anterior y más especialmente en la que ahora saca a luz, encaminó sus esfuerzos con verdadero empeño a consolidar esta que fué notable mejora en el plan de nuestro léxico, investigando nueva y detenidamente los orígenes de todas las voces en él catalogadas; comprobando a la luz de la más severa critica las etimologías que parecían más o menos discutibles; rectificando aquellas para quienes se descubría más sólido fundamento; suprimiendo las pocas que lo tenían algo inconsistente o problemático, y añadiendo número considerable sobre las muchas indiscutibles comprendidas en las dos últimas ediciones. ()
La recuperación de la etimología en 1884 responde al brío que la lingüística histórica y comparativa dio a los estudios filológicos desde mediados del siglo xix (; ; ). En 1856, Pedro Felipe Monlau publica su Diccionario etimológico de la lengua castellana (; ). En él figuran como apéndice dos repertorios bibliográficos, uno de autores con aportaciones a la etimología y otro de obras de lingüística y filología; entre ellas, figuran las de Bopp y Diez (). Tres años más tarde, en 1859, ingresa en la Academia; lo hace con un discurso en el que lamenta que no se siga la senda de Bopp, de quien cita las dos ediciones de su Grammatik (). Casi diez años después, en 1868, presenta un informe titulado Breves consideraciones acerca del idioma válaco o romance oriental comparado con el castellano y demás romances occidentales como respuesta a una obra ofrecida a la corporación para su publicación. En él critica que el interés de los estudios lingüísticos no se centre en la filología comparada y señala que esta disciplina, creada entonces hacía medio siglo, se cultiva en Europa, de lo que hay abundantes testimonios. Afirma, asimismo, que la lingüística comparada ha contribuido a conocer mejor el origen y el desarrollo de las lenguas, y todo gracias a su fundador, Francisco Bopp ().
Esta llamada de atención a la gramática comparada tuvo en Francisco de Paula Canalejas un seguidor. En 1869, un año después del informe de Monlau, ingresa en la rae con un discurso titulado Las leyes que presiden a la lenta y constante sucesión de los idiomas en la historia indo-europea. En él cita a lingüistas extranjeros y muestra que conocía la obra de Grimm y Bopp. Le responde, en nombre de la corporación, Juan Valera, quien defiende el paso de la gramática general a la gramática comparada, así como su aplicación en los trabajos de la Academia:
Los grandes trabajos, que esta Academia prepara, prueban su deseo de que los recientes progresos de la filología comparativa influyan como deben en el cultivo de la lengua patria. Uno de estos trabajos es un Diccionario etimológico, obra que, há tiempo acometió por sí solo un individuo de su seno, á quien la muerte impidió llevar á buen término tan árduo propósito, y obra de la que ya también otro ilustre Académico nos ha trazado, por decirlo asi, un excelente bosquejo. Para esta empresa no se debe negar que los doctísimos filólogos extranjeros nos han allanado el camino escribiendo Diccionarios etimológicos de otras lenguas hermanas; y le han facilitado particularmente, Díez con su Diccionario y su Gramática de las lenguas románicas, y Engelmann con su Glosario de palabras españolas y portuguesas que se derivan del árabe. ()
Poco después, en 1871, Francisco García Ayuso refleja con más extensión y profundidad los principios y logros de este modelo histórico-comparativo en su obra principal, El estudio de la filología en su relación con el sanscrit ().
Estos testimonios de Monlau, Canalejas, Valera y García Ayuso revelan que, en el panorama lingüístico español, se estaban produciendo cambios; también en el seno de la Real Academia Española. Son cambios que tardan en cuajar, si es que llegan a hacerlo. En 1879, Gumersindo Laverde Ruiz todavía escribe: “España, patria de Hervás y Panduro y del padre Sarmiento, vive hoy enteramente ajena a los estudios sobre filología comparada que tan gigantescas proporciones han adquirido en el resto de Europa” (apud ). Y en 1880, Antonio Sánchez Moguel concluye:
Y después que esto acontece, nuestros trabajos no han sido los de trasladar a nuestra lengua las obras maestras en que aquellos resultados se consignan, las de un Bopp, un Schleicher, un Ascoli, un Max Müller, un Whitney, para que su divulgación provocara el despertar de las dormidas energías, sino que nos hemos reducido al simple papel de extractores y noticieros […] Con decir que en nuestras Universidades no existe aún una cátedra de Filología comparada, dicho está todo. ()
Hay algunos intentos de gramática histórica-comparada, pero de escaso valor: en 1884 se publica la Gramática histórica de las lenguas castellana y catalana, de Ignacio Ferré y Carrió; en 1886, los Estudios filológicos de la lengua castellana, de Vicente Tinajero Martínez, y en 1889 lo hace la Gramática comparada de las lenguas castellana y latina, de Francisco A. Commelerán, autor también de un Diccionario clásico-etimológico latino-español ().
Además de esta nueva corriente de estudios lingüísticos históricos y comparativos, como razón para la recuperación de la etimología, está el que la Academia estuviera confeccionando un diccionario etimológico, de lo que había dado noticia, como acabamos de ver, en el prólogo de la undécima edición. Era un proyecto recogido ya en los Estatutos de 1859. Como no llegó a terminarse ni a publicarse, la Academia aprobó en 1876, a instancias de Valera, el uso de esos materiales para la próxima edición: la duodécima (; ).
Antes de abordar el tratamiento de la etimología, de las etimologías latinas en esta edición, procede atender, siquiera someramente, a la aparición, al lado de estas obras lingüísticas y filológicas, de diccionarios etimológicos, consecuencia también del historicismo decimonónico. Se ha citado el diccionario de Monlau, publicado en 1856. A lo largo del siglo xix ven la luz otros repertorios etimológicos. Lo hacen al amparo de la floración que experimentan los diccionarios generales de la lengua, muchos con etimologías (). El primero es el de , obra póstuma, confeccionada a partir de las notas de su autor (). Para Corominas y Pascual (), este diccionario, aunque anticuado y parcial, es un buen representante de una etimología que estaba empezando a cambiar, practicada ya en el Discurso proemial de las etymologias de la Academia, en los “cánones” de y en los “elementos, cánones o reglas” del padre Sarmiento (). La etimología, entonces, “empieza a ser considerada como la ciencia a la que debe corresponder la reconstrucción de las fases antiguas y no documentadas de las lenguas” ().
Entre 1880 y 1883 aparecen los cinco volúmenes del Primer diccionario general etimológico de la lengua española de Roque Barcia (; ). No es propiamente un diccionario etimológico, sino más bien un diccionario con etimologías (; ). Estas aparecen en un apartado específico en el que se trata del origen de las palabras, de su formación; la intención es ayudar a conocer su significado y enseñar a usarlas con propiedad (). El método etimológico, practicado ya por Monlau, se basa en identificar las raíces y en agrupar las voces que tienen una raíz común (). Pero, a diferencia de aquel, la obra de Barcia parece anclada en el pasado sin que los nuevos aires de la lingüística recorran sus páginas (, nota 5). Unos años más tarde, entre 1887 y 1889, Eduardo de Echegaray llevó a cabo una versión reducida de este diccionario (; ). Con el título de Diccionario general etimológico de la lengua española aparecía una obra en que la etimología “se reduce a la búsqueda del étimo primero” ().
Como en el primer diccionario académico, el de Autoridades, lexicografía y etimología se unen solidariamente en todos estos repertorios, de modo que la etimología determina el significado y la forma de una palabra. Se impone indagar en su pasado, establecer su origen, y los diccionarios etimológicos, diccionarios generales etimológicos, se empeñan en esa labor. En este ambiente desarrolla su trabajo lexicográfico la Real Academia Española, rodeada de estas obras que con el tiempo han sido valoradas de forma muy desigual ().
4. Las etimologías latinas
El diccionario de la Academia no es un diccionario etimológico; es un diccionario con etimologías. El modo de practicar la etimología en los repertorios que se acaban de citar se manifiesta, sobre todo, en las palabras de origen latino: porque en ellas se procura descubrir la raíz, señalar los elementos que intervienen en su formación y ofrecer las voces con ellas relacionadas. El prestigio de las lenguas clásicas () y el interés por vincular el castellano con el latín (), todavía en el siglo xix, encuentra en la etimología la herramienta adecuada para establecer esta relación. Se justifica, entonces, la elección en este trabajo de las etimologías latinas para describir su tratamiento y conocer a través de ellas la aplicación de los principios historicistas y comparatistas.
4.1. Clasificación y descripción
Una vez expuestas las razones para la recuperación o, mejor dicho, nueva introducción de la etimología, pues se hace con otros postulados, en la duodécima edición, y presentada la situación de los diccionarios etimológicos decimonónicos, examinemos cómo se aplica el método histórico y comparativo en el tratamiento etimológico de las palabras. Para ello nos fijamos en las etimologías latinas por verificarse en ellas la filiación entre el latín y el castellano, y el conocimiento de las voces que conforman el léxico heredado en español, además de los cultismos y latinismos (; ; ; ). Responden estas etimologías a una distinción entre “latín” y “bajo latín”, latín clásico, preferentemente, y los dos últimos siglos del latín tardío, si bien el concepto de “bajo latín” se usa con más frecuencia para señalar el latín incorrecto en que se escriben los documentos privados, crónicas, anales y leyes durante toda la Alta Edad Media ().
Las palabras con étimo latino en el diccionario, del latín o bajo latín, presentan la siguiente tipología (en algunos casos con cadenas etimológicas complejas) (; ; ).
a) Palabras que proceden “Del latín”:
En estas etimologías, el paréntesis etimológico contiene información muy diversa; por ello, pueden establecerse varios grupos de acuerdo con las características que presenta el étimo latino y la información que se da de él. Así, el étimo puede ser: 1) una palabra simple (o derivada sin explicación de su formación); 2) una palabra derivada o compuesta (con explicación de su formación); y 3) una palabra latina, étimo intermediario de una palabra griega, étimo último.
1. Étimo, palabra simple (o derivada sin explicación de su formación):
En las voces en que aparece esta información etimológica, los étimos latinos se acompañan o no del significado: si este no aparece, se entiende que la voz tiene en latín el mismo significado que en castellano; si no es así, entonces, sí se recoge:
Este comportamiento continuó aplicándose en ediciones posteriores del diccionario y así lo observó al explicar el modo como la etimología guía la definición:
cuando se admite que una voz castellana viene de otra latina de igual significado, se anota escuetamente la forma latina, sin traducción ni otras explicaciones, dando a entender que la definición inmediata conviene por igual a la palabra madre y a la hija. ()
A veces los sentidos de una palabra, recogidos en las acepciones del diccionario, no se acomodan por igual al significado del étimo. Y si esto sucede, no es porque sean creaciones de la lengua no latina, sino porque se corresponden con sentidos distintos del étimo () e, incluso, con étimos distintos.
2. Étimo, palabra derivada o compuesta (con explicación de su formación):
Hay voces cuyos étimos son derivados o compuestos latinos; en los derivados, se observa una distinción entre derivados por prefijación y sufijación (cfr. ):
En los derivados por prefijación (abdicar), se indican los elementos integrantes de la formación y se da el significado de dichos elementos. La palabra latina que resulta de la formación se acompaña también del significado, si se dan las condiciones apuntadas en el grupo 1, esto es, que el significado de la palabra latina difiera de la castellana. En cambio, en los derivados por sufijación (aberración), solo se indica la base de la que resultan y el significado de dicha base.
Los compuestos tienen un tratamiento similar a los derivados por prefijación (debido a la equiparación de la prefijación y la composición en la morfología histórica tradicional): en ellos se indican los elementos constituyentes y su significado:
Los derivados por prefijación tienen, entonces, un tratamiento distinto a los derivados por sufijación. Esto es debido a la correspondencia entre prefijo y preposición, y a la facilidad, por tanto, para dar el significado de dicho prefijo.
3. Étimo intermediario latino, étimo último griego:
El tercer grupo es aquel en que el latín es lengua intermediaria y el étimo último es griego. Como en los casos anteriores, los étimos latino o griego van acompañados de significado si el de la voz castellana es otro:
En los tres grupos que se acaban de señalar, se observa que la mayoría de las palabras castellanas no experimenta apenas cambios formales con respecto a los étimos latinos. Se trata de lo que en gramática histórica se denomina cultismos (). En esas palabras, la aplicación del método histórico y comparativo y la comprobación de la filiación del castellano con el latín en la determinación de la etimología muestra que se mantiene y se conserva la forma latina en la voz castellana sin apenas modificaciones formales.
4. Lengua intermediaria y étimo último latino:
Un último grupo de voces con etimología latina es aquel en que el latín figura como étimo último:
De palabra no latina; del latín | Ababol. (Del ár babilas; del lat. papāver) Badajo. (Del ital. battaglio, del lat. batuĕre, golpear, sacudir.) |
Son voces latinas llegadas al castellano, según esta edición, a través de otra lengua intermediaria: en los ejemplos citados, el árabe, que la adapta a sus condiciones morfofonéticas, y el italiano, que muestra un derivado nominal a partir del verbo latino.
b) Palabras “Del bajo latín”:
En las palabras cuya etimología es el bajo latín, el modo como se ofrece esta información es, de nuevo, muy diverso. Así, encontramos: 1) étimos de esta variante del latín con o sin significado; 2) étimos acompañados de una correspondencia latina o de un étimo latino; y 3) étimos cuyo origen último se sitúa, de nuevo, en griego, o en otra lengua.
1. Étimo del bajo latín:
El primer grupo lo forman voces del bajo latín con un tratamiento similar al de las voces del latín; es decir, el étimo no se acompaña de significado, si este es el mismo que el de la voz castellana:
Hay casos en que se indica en el paréntesis etimológico una voz del bajo latín; difiere de los anteriores que se acaban de citar en que no se precisa “del b. lat.”, sino solo “b. lat.”. Y lo hace completando a una palabra castellana propuesta como origen:
Debió de ser una errata, por una mala ordenación de la información, corregida en la edición siguiente: “Del b. lat. cabalcāre; del lat. caballus, caballo”.
2. Étimo del bajo latín y correspondencia o étimo latinos:
En el segundo grupo, el étimo del bajo latín se corresponde con otra voz o étimo latinos, acompañados siempre del significado:
Esta correspondencia con otra voz o étimo latinos sirve para mostrar la presencia aún en el diccionario de las correspondencias latinas: es el caso de palĕa e, incluso, de ejemplos citados más arriba en que se postula un verbo como etimología de un sustantivo. Y esto sucede, pese a que este tipo de información había sido suprimido ya en la undécima edición.
El detalle en la explicación lleva a indicar, si procede, la composición de las voces latinas:
De palabra del bajo latín; de palabra latina, significado + palabra latina, significado | Cabreo. (Del b. lat. cabrēum, capibrevĭum; del lat. caput, cabeza, y brevis, pequeña.) |
3. Étimo intermediario del bajo latín, étimo último griego o de otra lengua:
El tercer grupo es aquel en el que el bajo latín es lengua intermediaria entre el castellano y el griego u otra lengua:
4.2. Análisis y comparación
No es fácil determinar la fuente de las etimologías latinas ―del latín y del bajo latín― recogidas en la duodécima edición. Se ha dicho que se aprovecharon los materiales destinados a la confección de un diccionario etimológico, y el propio Diccionario de autoridades, único repertorio académico que hasta entonces las registraba, pudo ser otra fuente de información. Además, no hay que olvidar que la nueva metodología aplicada a la indagación del origen de las lenguas románicas establecería muchas de ellas por primera vez. En esta tarea, la existencia de los diccionarios etimológicos citados pudo ser una fuente de información.
En la duodécima edición se conservan algunos procedimientos aplicados ya en el Diccionario de autoridades: la indicación “Del lat.” de la duodécima edición se corresponde con las distintas variantes de redacción de que se sirvió aquel diccionario para la etimología latina. A su lado, la atención a las variedades o modalidades del latín (), que justifica la indicación “Del b. lat.”, ya se encuentra también en ese primer diccionario: Capitulación: “Parece haberse tomado de la voz Capitulatio de la baxa Latinidad”; Legua: “Viene del Latín baxo Leuca o Leuga”. Era necesario establecer esta distinción entre latín y bajo latín y a ello se refirió la Academia en la undécima edición al explicar los motivos que habían llevado a la supresión de las correspondencias latinas, entre otros la imposibilidad de servir para la etimología de las voces “por cuanto el mayor número de éstas procede inmediatamente del latin vulgar, y las correspondencias se tomaban del latin clásico” (). Diez años antes, en 1859, en su discurso de ingreso en la corporación, Pedro Felipe Monlau apuntó la existencia de distintas “edades” o etapas del latín (cfr. ) y afirmó que “todo induce á creer que el neo-latin se formó por el intermedio de la baja latinidad” (). La consideración de los procesos de formación de palabras en latín y bajo latín, explicados con detalle en los “Rudimentos de etimología” que aparecen tras el prólogo de su diccionario etimológico (; ) y el tratamiento que recibe la etimología a partir de ellos ayudan a entender el modo como procedió la Academia, acorde con los postulados del historicismo ().
5. Observaciones a las etimologías latinas
Las etimologías latinas ―al igual que otras etimologías― fueron objeto de observaciones y comentarios por parte de algunos autores contemporáneos del diccionario, buenos conocedores de su contenido. Señalamos a continuación tres cuyas obras están fechadas en el intervalo de la duodécima a la decimotercera edición.
5.1. Francisco Rodríguez Marín
En su obra De academica caecitate. Reparos al nuevo diccionario de la Academia Española (1886), el bachiller Francisco de Osuna [Francisco Rodríguez Marín] celebra la aparición del diccionario “con sus puntas y ribetes de etimológico”. Sobre la presencia de esta información, la etimología en la nueva edición afirma:
Cuando hubo que disparatar, se disparató á troche y moche; cuando hubo de copiar se copió sin discernimiento; y cuando los académicos ignoraron, á pesar de la ayuda de tantos vecinos, se quedaron con las etimologías en el buche, ó estamparon el primer disparate que se les vino á las mientes, si bien encerrándolo entre dos signos interrogativos. ()
Clasifica las etimologías en “falsas”, “incompletas” y “mal escritas y peor entendidas”, a las que une las que no se recogen. Entre las “falsas” señala formas como las siguientes:
Cita, además, las etimologías de afrecho o bizco, en las que intenta ofrecer otro origen, en la primera, ante la duda mostrada por la Academia, y, en la segunda, ante lo inoportuno de su propuesta (en la 13.ª edición, en ninguno de los dos casos, se consignó etimología):
Entre las “incompletas” figuran también algunas latinas40. Su observación atiende a dos hechos: a completar la etimología con el étimo último y a precisar que el étimo es un derivado. En el primer caso, el autor tiende a situar el étimo último en la lengua hebrea:
Este interés por remontarse al hebreo se debe al cultivo de una etimología precientífica, aún conservada, centrada en indagar en la razón de ser del significado más que en la de la forma (). Así lo demuestra al afirmar que “saber que las palabras cuerno, gloria, cinamomo y estrella, pongo por caso, provienen de las latinas cornu, gloria, cinnamomum y stella, y nada más, es cosa propia de etimologistas de teta”. Por eso, se pregunta: “Y cornu, ¿de dónde provino, y por qué se llamó así?” ().
El segundo hecho al que atiende, el de la precisión del étimo, consiste en indicar que es un derivado:
12.ª edición | bachiller Osuna |
---|---|
Acento. (Del lat. accēntus.) | Acento proviene de accentus; pero éste de ad cantus. Así dicho sábese lo que fueron y lo que son los acentos. () |
La clasificación de las etimologías latinas hecha más arriba muestra el acierto de esta observación, pues en las voces derivadas por prefijación suele explicarse su formación.
Al lado de estas voces de étimo latino, la observación que hace a amargo y cuerno refleja, en el primer caso, que no mira por la oportunidad del étimo para explicar la forma de la voz castellana como resultado de su evolución y, en el segundo, que solo se interesa por la correspondencia entre la palabra y la cosa por ella designada:
Los últimos grupos a los que atiende son las “etimologías mal escritas y peor entendidas” y aquellas que faltan en el diccionario, entre las que no figura ninguna latina.
5.2. Antonio Fernández Merino
Tres años después de que viera la luz la obra del bachiller Osuna, Antonio Fernández Merino, colaborador en la comisión de etimologías de la corporación académica, publica un opúsculo titulado Observaciones críticas á las etimologías de la Real Academia Española (1889). En él considera que en las etimologías de la duodécima edición se halla
cuanto puede apetecerse en un trabajo que quiera calificarse impropio de gente seria: lenguas raras é idiomas que no lo son, lastimosísimas confusiones, latín que no se halla en parte alguna, errores trascendentales en derivaciones, improvisaciones risibles y cuanto en una palabra pueda hacer creer que se procedió jugando. ()
Precisamente del latín apunta:
El fondo común de nuestra lengua es el latín, pero no la lengua arcáica (…) sino el latín pulido de una parte por influencias griegas, adulterado por utilizaciones que hizo de términos de otras lenguas á medida que las naciones conocidas entonces entraban en el tanto grande cuanto absorbente imperio romano. Hasta este punto el latín lo tenemos ya perfectamente catalogado; á más de los diccionarios generales existen vocabularios particulares de los más ameritados autores de aquella literatura, de modo que no es posible aventurar nada, ni lógico aceptar cosa alguna que no tenga autoridad expresa y formal. En buen número de casos la Academia ha dado esto al olvido y no pocas palabras de las que tendremos ocasión de presentar ejemplos, aparecen derivadas del latín; mas vano será cuanto se haga para comprobar la verdad; el latín de la Academia en las ocasiones á que nos referimos es suyo propio, no le debe nada a nadie. ()
Las etimologías latinas son analizadas en dos apartados: en uno, recoge palabras del latín ―y de otras lenguas― que considera “ejemplos de palabras derivadas de lenguas a que no pertenecen” (); en otro, cita “ejemplos de palabras á que indebidamente se señaló por origen el bajo latín” ().
En el primer apartado señala palabras no latinas como legua, rifa o timbre, pese a que el diccionario les da ese origen:
Legua y rifa conservan la etimología del Diccionario de autoridades (timbre no figura en este diccionario): lengua “Viene del Latin baxo Leuca ú Leuga”; rifa: “Covarr. dice que puede venir de la voz Griega Riphe, que vale ímpetu, ù del Hebreo Ruf, que significa machacar ò reducir à polvo: pero tambien se pudo tomar del Latino Rixa, que significa lo mismo”.
Otros ejemplos sirven para mostrar lo inoportuno de la etimología latina, si atendemos al conocimiento que poseemos hoy sobre el origen de esas voces. En borracho, buche o coraje denuncia la dificultad formal que existe para que estas palabras resulten de los étimos propuestos:
En la 13.ª edición, la etimología de borracho cambió: remite a borracha, voz que se hace derivar del lat. burranĭcum, ‘cierta vasija para el vino’. En el propio suplemento de la 12.ª se modificó la etimología de buche: “Del persa, bugcha, arca, maleta, envoltorio”, con la observación “en vez de la etimología del 1.er art.”. La de coraje también cambió en la 13.ª: “Del b. lat. coragium; del lat. cor, corazón, ánimo, esfuerzo”, aunque en la 14.ª volvió a tener la de la 12.ª edición.
En burro o cadera, el problema está en la difícil conexión semántica entre la voz castellana y el étimo latino:
En la 13.ª edición, burro deriva de borrico (en la 12.ª, borrico lo hacía de burro), y así se mantiene hasta hoy. En cadera, la 14.ª edición da la etimología que se le atribuye hoy: “Del lat. cathĕdra, asiento, silla, y éste del gr. kαθέδρα”.
Una mezcla entre dificultad formal y semántica observa Fernández Merino en lindo; la etimología dada por la Academia no puede explicar ni la forma ni el significado de la voz castellana:
En la 13.ª, “Del lat. limpĭdus, límpido”, la atribuida hoy en el diccionario. Y no faltan llamadas de atención a la existencia de una voz del propio latín sin necesidad de postular creaciones léxicas ―así se hace en la 13.ª edición―, como sucede en masturbarse:
En el segundo apartado, el relativo al bajo latín, introduce correcciones para señalar que la voz es un préstamo:
Hay en este grupo de etimologías del bajo latín algún caso en que la corrección indica que la palabra no es heredada del latín o tomada de otra lengua, sino creación castellana:
12.ª edición | Fernández Merino |
---|---|
Abastar. (Del b. lat. bastāre, de bastus, suficiente.) | Es no decir nada. Abastar, es un verbo formado en el ant. castellano, de A y Bastar. () |
La revisión de estas etimologías en ediciones posteriores muestra el acierto de las observaciones de Fernández Merino. Unas correcciones aparecen ya en la decimotercera, otras en la decimocuarta; las hay que se verifican en las siguientes. Y hay casos en que la discusión etimológica aparece ya en el Diccionario de autoridades, luego perdida al regularizar en el paréntesis etimológico ―que consigna solo lengua y étimo― la manera de dar esta información.
5.3. Pedro de Mugica
Las observaciones sobre la lengua y el diccionario que años más tarde hace Pedro de Mugica son también destacables. Autor de numerosos trabajos lingüísticos, lexicográficos y gramaticales, durante más de medio siglo fue lector de lengua y literatura castellanas en la Universidad de Berlín (). Su obra se difundió entre los eruditos alemanes y europeos, además de hispanoamericanos, con quienes trabó una amistad reflejada en una abundante correspondencia.
Las observaciones a las etimologías aparecen principalmente en dos de sus obras (). En Maraña del idioma (1894) se encuentran las primeras:
Son estos algunos ejemplos, como el de la voz trincar, que el diccionario académico deriva de trinchar . En ella hace una observación de carácter fonético al señalar que “con una ch francesa que produce una c en castellano, es de todo punto imposible” ().
En Maraña del diccionario (1897), las observaciones son más abundantes, pues examina con más detenimiento el contenido del diccionario. Sobre las etimologías, advierte: “No he de tocar sino rarísima vez el delicado punto de las etimologías” (), advertencia que reitera un poco más adelante: “Procuraré, repito, hablar lo menos posible sobre etimologías, porque sería cuento de nunca acabar” (). Con todo, se fija en ellas y lo hace para notar algunas incorrecciones e imprecisiones. En unas corrige la etimología latina indicando que son préstamos:
En otras, completa y precisa la etimología latina:
Y en otras sencillamente se limita a señalar lo inoportuno de la etimología, observación que confirma el cambio que se produce en ediciones posteriores:
Estas observaciones del bachiller Osuna, Fernández Merino y Mugica muestran su oportunidad al comprobar que la Academia revisó las etimologías en ediciones posteriores. Lo hizo al advertir las deficiencias mostradas en estas consideraciones, muy convenientes, como lo demuestra también la explicación que de estas voces dan hoy los diccionarios etimológicos.
6. Conclusiones
Al comienzo de este trabajo se han apuntado unas palabras clave: etimología, latín, diccionario, Academia… Ciertamente, por lo expuesto en estas páginas, puede concluirse que la etimología y, en particular, la etimología latina tiene una importancia capital en el diccionario, desde Autoridades hasta hoy. En este tiempo, ya casi tres siglos, son destacables el comienzo, su presencia en el Diccionario de autoridades, y la situación que presenta en la actualidad, resultado de cambios de muy diverso tipo y promovidos por razones muy distintas. En 1884, en la duodécima edición, la etimología, eliminada nada más iniciarse la publicación de las distintas ediciones, vuelve al diccionario y lo hace con un nuevo impulso. La irrupción de la lingüística histórica y comparativa hace que sea pertinente registrar esta información etimológica en los repertorios lexicográficos; el conocimiento de la historia de las lenguas y la filiación del castellano con el latín explican la oportunidad de fijarse en el modo como son tratadas las etimologías latinas.
La clasificación y descripción que se ha hecho de este tipo de etimologías en este trabajo muestra que su tratamiento ha sido muy variado, destacando en ellas la distinción entre las voces del “latín” y las del “bajo latín”: en unos casos, la voz castellana conserva sin apenas modificación el étimo latino; en otros, la distinción entre la base latina y el derivado castellano es mayor, hasta el punto de que lo que se indica parece más una correspondencia en latín que un étimo en esta lengua. Así lo manifiestan autores contemporáneos del diccionario como Rodríguez Marín ―el bachiller Osuna―, Fernández Merino y Mugica. En sus obras, la etimología del diccionario ocupa un lugar destacado y el examen a que la someten refleja, en su opinión, incorrecciones e imprecisiones. Con todo, muestra la oportunidad de sus observaciones el hecho de que, en ediciones posteriores a la duodécima, en la decimotercera y decimocuarta ―y también en las siguientes―, la Academia introduzca cambios y modificaciones coincidiendo en muchas de ellas con las observaciones de aquellos examinadores. La etimología se recupera en 1884 y se hace al amparo de la lingüística histórica y comparativa. Pero los cambios que resultan de aplicar esta nueva metodología tardan en cuajar, poco a poco se van introduciendo modificaciones en esta información, algo que requiere, como ya se advertía en Autoridades, pulso y moderación. Son cambios no sistemáticos porque afectan a unas palabras y no a otras, que conservan restos del pasado.
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Notas
[1] No tienen etimología los diccionarios no académicos decimonónicos de , , , , ; tampoco, en el siglo xx, y . El diccionario de , publicado al año siguiente de la duodécima edición del diccionario académico, es el primero de los no académicos que registra la etimología. Tras él la consignan y .
[2] estudia una parte de la etimología de las voces de esta edición y de la siguiente, los procesos de lexicogénesis que operan tanto en griego y en latín como en castellano. Y advierte de aquellos casos en que no se ofrece la etimología porque la definición contiene esa información lexicogenética.
[4] Lapesa (1986: 420) señala que Sarmiento “se anticipó a los comparatistas y neogramáticos del siglo xix en su concepto del latín vulgar y de la regularidad de las leyes fonéticas que formulaba como teoremas”.
[5] Para la extracción de los ejemplos de voces con etimologías latinas, se han consultado las primeras letras del diccionario (duodécima edición), esto es, las letras A-D.
[6] señala que el latín tardío (bajo latín) va desde alrededor del 200 hasta la llegada de las lenguas romances: “este período nos lleva hasta el final de la latinidad propiamente dicha”.
[7] Por cadena etimológica compleja se entiende la presencia en el paréntesis etimológico del étimo intermediario y el étimo último, procedimiento no sistemático en el diccionario en sus distintas ediciones ().
[8] Una “palabra simple” es aquella que no ha experimentado un proceso de formación de palabras, no es derivada ni compuesta en latín. Figuran también en este apartado voces como abducción, derivado latino por sufijación, en las que no se explica el proceso de su formación.
[9] examina ejemplos de homónimos, distinguidos en esta edición a consecuencia de la inserción de la etimología.
[10] Se usa “base” como segmento simple o complejo al que se aplica un proceso morfológico de formación de palabras ().
[11] El dcech (s. v. aba) explica que “no puede hablarse de la existencia de un verdadero verbo abarse”. Y precisa, además, que “aunque no habría dificultades fonéticas no puede tratarse de la conservación de un infinitivo apagĕre, que por lo demás no está documentado en latín”.
[13] El origen preposicional de los prefijos explica la semejanza entre prefijación y composición y su diferencia con la sufijación. Asimismo, el hecho de que las preposiciones gocen de significado posibilita que este se ofrezca en los prefijos y no en los sufijos.
[14] En la 14.ª edición cambia la etimología: “De abaz”. Y en esta voz se indica la etimología propuesta para abacero.
[16] Son muy abundantes en el diccionario precisamente por la relación con los tecnicismos, parcela léxica que experimentó un notable aumento en esta duodécima edición. La lengua está repleta de cultismos, un grupo léxico en permanente aumento desde los primeros textos.
[17] El dcech (s. v. amapola) explica que, de la alteración del lat. papāver, surge una forma mozárabe, étimo de amapola, y de esta palabra, por disimilación, resulta ababol.
[18] En la 14.ª edición “Del b. lat. batallĭum, y éste del lat. batuĕre, golpear, sacudir”. El dcech (s. v. badajo) da la forma del lat. vulgar *batuaculum, derivada de battuare.
[20] Ese étimo latino es una variante que refleja la evolución formal del latín al bajo latín o latín tardío.
[21] En la 14.ª edición: “Del neerl. bijlander, barco”. El dcech (s. v. balandra) la explica como resultado del cruce del neerlandés bijlander y la voz palandra.
[22] El dcech (s. v. bálago) explica el término por su relación con bálago y señala que “las ideas de ‘escoba’ y ‘retama’ se expresan muchas veces con un mismo nombre, por hacerse las escobas con esta planta”. Por este motivo, más parece una correspondencia latina que una etimología, mantenida hasta la 18.ª edición en que se indica “De a y baleo”.
[24] En el dcech (s. v. cablieva), derivado del arag. cablievar, del cat. capllevar ‘dar fianza (por alguien)’.
[25] En el diccionario académico se ofrece una filiación etimológica similar a la que encontramos en un diccionario etimológico como el dcech de Corominas y Pascual: cabalgar aparece bajo el lema caballo, por compartir la misma raíz.
[26] La etimología cambia en la 18.ª edición: “Del ant. al. wallender, peregrino”. El dcech (s. v. balandrán), del oc. balandran.
[27] En el Diccionario de autoridades: Lat. palea, culmus, stipula. A partir de la 14.ª edición solo se recoge la etimología del lat. palĕa. En la 20.ª edición la voz aparece sin etimología.
[31] Se hace uso de formas como “Es voz Latina”, “Es tomado del Latino”, “Viene de la voz/palabra Latina”, “Es voz puramente Latina”, entre otras.
[33] Aparece a mediados del siglo xix una denominación, “bajo latín”, que los latinistas actuales incluyen en el latín tardío ().
[34] A continuación, se citan como ejemplos algunas voces con etimologías latinas comentadas por estos autores en sus obras.
[35] “Bachiller Francisco de Osuna” fue el seudónimo que utilizó en sus artículos periodísticos. Crítico con la Academia, ingresó en ella en 1907.
[36] En la 14.ª edición: “De a y el b. lat. baleĭum, escoba, y éste del célt. balaen, retama”. Sobre esta palabra, véase la nota 22.
[38] En la 14.ª edición: “Del lat. lupus, lobo, y canis, perro, aludiendo a la claridad crepuscular, en que estos animales no pueden ser bien distinguidos uno del otro por los pastores”. En el dcech (s. v. lobo) se da la misma explicación.
[39] En la 14.ª edición solo volvió a consignarse la primera con alguna variación: “Del lat. affractum, p.p. de affrangĕre, romper”. Es la etimología que ofrece el dcech (s. v. afrecho). Bizco no vuelve a tener etimología hasta la 18.ª edición: “Del lat. *vĕrsĭcus, de vĕrsus, vuelto”. El dcech (s. v. bizco) indica que es voz de origen incierto.
[40] En las voces señaladas a continuación el étimo que ofrece el diccionario académico coincide con el que indica el dcech de Corominas y Pascual.
[41] Desde la 18.ª edición se explica la voz como derivada de amaro con influjo de amargar, del lat. amaricāre. El dcech (s. v. amargo) da la misma explicación.
[42] En la 13.ª edición cambia la etimología: “Del fr. timbre”. En el dcech (s. v. témpano), del fr. timbre.
[43] No hay cambio en la etimología hasta la 19.ª edición: “Del celtolat. leuca”. Se trata, efectivamente, de una palabra celta en latín. El dcech (s. v. legua) ofrece la misma explicación.
[44] En la 13.ª edición: “Del gr. ῥijή , lance”; y en la 14.ª, “Del al. riffen, rapiñar”. El dcech (s. v. rifa) la explica como voz de creación expresiva.
[45] En la 14.ª edición aparece sin etimología y así se mantiene hasta la 18.ª en que se deriva de borracha. El dcech (s. v. borracho) explica que es voz de origen incierto.
[46] En la 13.ª edición “Del lat. bulga, bolsa” y en la 14.ª, “En fr. poche”. El dcech (s. v. buche I) indica que es “voz expresiva de formación paralela a la de varias palabras extranjeras que significan ‘barriga’”.
[51] En la 14.ª edición la etimología es la siguiente: “Del b. lat. adobāre, adornar, y éste del germ. dubdan”; en la 18.ª, “Del germ. *dubdan, armar caballero”; y en la 20.ª, “Del fr. ant. adober, armar caballero, y este del germ. *dubdan, empujar”. El dcech (s. v. adobar), del fr. ant. adober.
[52] En la 14.ª edición: “Del lat. harpa, y éste del germ. harpa”. En la 21.ª edición se precisa que esta voz germánica llega al cast. a través del fr. harpe, de acuerdo con lo indicado en el dcech (s. v. arpa).
[53] En la 14.ª edición: “Del neerl. bijlander, barco”. El dcech (s. v. balandra) da la misma etimología.
[54] El Diccionario de autoridades explica: “Covarrubias dice que viene de la palabra antigua Briga, que vale junta ó ayuntamiento de gente popular y común. Otros la deducen del Italiano Briga, que corresponde á enójo y pendencia. Lat. Lucta. Jurgium. Rixa”. En las ediciones 13.ª y 14ª aparece sin etimología. En esta última edición, el verbo bregar sí la tiene: “Del b. lat. brigare, y éste del gót. brikan, luchar”. En el dcech (s. v. bregar) se explica del gót. brĭkan ‘romper’ por vía catalán o de la lengua de Oc.
[56] El Diccionario de autoridades explica: “Covarr. quiere se derive de la palabra Tunél, por embasarse en él los atunes, que se trahen à vender; pero es mas natural venga del Aleman Tonne, que significa vasija de vino”. En la 13.ª edición “Del al. tonne”, etimología mantenida hasta la 18.ª en que se explica del prov. o cat. tonell y éste del célt. tŭnna.
[57] En la última edición, la 23.ª, como étimo último del galés gwas, ‘mozo, muchacho’. En el dcech (s. v. vasallo), del célt. *vassallos ‘semejante a un criado’, de vassos ‘servidor’.
[59] En la 14.ª edición: “Del bajo al. kaye, médano”. En el dcech (s. v. cayo) explica que “infundada es también la etimología de la Acad.: ‘bajo alem. kaye ‘médano’’”.
[60] A esta palabra se refiere, de nuevo, en otra obra: “Al mismo demonio no se le ocurre que cimbra venga de cingĕre” (Mugica 1897: 57). En la 13.ª edición: “Del ant. alto al. cimbran, construir con madera”.
[61] En Terreros, fr. coussin. (No figura en Autoridades). En el dcech (s. v. cojín), del lat. vulgar *coxīnum, de cŏxa ‘cadera’.
[62] En la 14.ª edición se indican las correspondencias en port. trincar y en cat. trencar y así se mantiene hasta la 21.ª en que se explica como voz procedente del occitano trencar.
[63] Se trata de una obra en dos tomos sin fecha de edición. No obstante, hay una información sobre su datación en la carta-prólogo de Miguel de Unamuno al autor, que aparece al comienzo y que está fechada en 1897.
[64] En la 13.ª edición “De viga”; en la 19.ª, “Del al. bí Got, por Dios”. El dcech (s. v. bigote) señala que es voz de historia oscura y da como origen esa expresión germánica.
[65] La etimología se mantiene hasta la 18.ª edición en que cambia: “Del fr. breuvage, y éste del lat. *bĭbĕrāticum, de bibĕre, beber.” En el dcech (s. v. brebaje), del fr. ant. bevrage.
[66] La etimología cambia en la 18.ª edición: “Del ant. fr. bordel, choza, y ésta del célt. borda, tabla”. En el dcech (s. v. burdel), del cat. bordell o del oc. bordel.
[67] En el Diccionario de autoridades se explica que “Viene del Latino Heri, que significa esto mismo, por cuya razón se debiera escribir con h, pero el uso común la ha excusado”. En la 14.ª edición: “Del lat. ad heri”.
[70] El dcech (s. v. carrasca) indica que procede de una raíz prerromana karr-, a la que pertenece, entre otros, el lat. cerrus.