Todas las disciplinas deben hacer avanzar el conocimiento de los dominios y problemas sobre los que se erigen, pero al tiempo, desde una perspectiva más ‘social’, deben igualmente preocuparse por compartir con la sociedad (esto es, hacer accesible a la sociedad) ese conocimiento que generan. En el caso de la lingüística, esta disciplina ha ampliado de modo espectacular el conocimiento sobre el lenguaje y las lenguas. Sin embargo, por desgracia, todos esos avances no se han hecho llegar en general a la sociedad, por lo que, frente a otras disciplinas (como la física, donde abundan los libros dirigidos al gran público), ha existido una carencia acusada en este sentido, que es mucho más preocupante que en otros dominios por el hecho de que numerosos prejuicios sobre lenguas y variedades impregnan la sociedad. Fue esta carencia la razón de ser de , un libro magnífico dedicado precisamente a combatir esos prejuicios. Como señalaban los editores, «The main reason for presenting this book is that we believe that, on the whole, linguists have not been good about informing the general public about language». Esto implica que «Linguists have been busy keeping up with that developing knowledge and explaining their own findings to other linguists», de manera que «very few of them have tried to explain their findings to a lay audience» ().
Dos decenios más tarde, la situación referida por Bauer & Trudgill no se ha alterado sustancialmente, más allá de casos puntuales. Por ello, el libro aquí reseñado es muy destacable, porque no solo pretende esparcir en la sociedad, de manera muy didáctica, los extraordinarios avances obtenidos en el estudio del lenguaje, sino que también intenta combatir, en clave igualmente didáctica, falacias recurrentes asumidas por buena parte de la sociedad. El libro, que aparece ahora en su tercera edición (las dos previas, editadas por E. M. Rickerton & B. Hilton, se publicaron en 2006 y 2012 respectivamente), se originó a partir de una serie de radio de 2005 (Talkin’ about Talk) cuyo objetivo era, como expone B. Zimmer en el «Foreword» del volumen, «to convey linguistic knowledge in digestible chunks» (p. xv). Más concretamente, los editores señalan en la introducción que «As the study of language has advanced into the twenty-first century, with so many specializations and technical advances that linguists can barely keep up with their own concentration, the need to make the field accessible to the public becomes more critical» (p. 1). De esa necesidad surge el libro, que es «an attempt to offer this type of information about language to the public in an informative, entertaining, and accessible format» (p. 1), ofreciendo respuestas a preguntas como «What do people who are not I the language field want to know about language? What are some of their major misconceptions? What do our readers want to know about learning or using languages» (p. 2).
De este modo, el volumen brinda a un público no especializado una visión actual y muy abarcadora de la lingüística: objetivos, ámbitos, procedimientos, problemas, utilidades, etc. En concreto, reúne 66 capítulos breves (generalmente, 4-5 páginas) que reflejan globalmente la pujanza de la disciplina, su complejidad y su naturaleza interdisciplinar. El título de cada capítulo se formula, cual reclamo para captar la curiosidad de los lectores, en forma de pregunta, y tras él se explicitan brevemente, también como preguntas, los principales aspectos tratados por cada uno. Todos los capítulos, que tienen la gran virtud de presentar temas muy complejos y amplios de manera muy sencilla (existe, pues, un esfuerzo didáctico muy apreciable en todos ellos), ofrecen, tras la exposición del tema respectivo, sugerencias adicionales de lectura para los lectores interesados, tanto dentro del propio libro (referencias cruzadas a otros capítulos, al estar conectados bastantes de ellos) como fuera de él, al recomendar referencias de profundización de las que se ofrece un breve comentario. Cabe destacar además que esta tercera edición ha sido ampliada con respecto a las previas, al añadirse nuevos capítulos y actualizarse la mayor parte de los previamente existentes.
Por otro lado, es de destacar la relación de autores que han participado en el proyecto, muchos de ellos referentes internacionales en sus áreas respectivas de investigación, como M. C. Baker, J. Bybee, D. Cameron, S. Curtiss, P. Daniels, P. Garrett, K. Hirsh-Pasek, R. Hudson, P. Ladefoged, M. Lewis (editor del Ethnologue desde 2005 a 2016), J McWhorter, R. Michnick Golinkoff, C. Moseley, D. Preston, G. Pullum o W. Wolfram, este último en su doble papel de autor y coeditor.
El libro se estructura en 12 partes, reuniendo cada una entre 4 y 7 capítulos aunados por un tema común, enfocado (reitero) al interés de lectores sin conocimiento en lingüística. Ofrezco a continuación un brevísimo resumen de cada parte. En la 1 («What is linguistics?», caps. 1-6), el cap. 1 («Why learn about language?», pp. 7-10), de R. Rodman, expone aquellos aspectos del lenguaje que pueden suscitar más curiosidad entre el público, anticipando así la mayor parte de los temas abordados por el libro. P. Chapin, autor del cap. 2 («You’re a linguist? How many languages do you speak?», pp. 11-15), combate el estereotipo recogido en el título, mostrando cuál es la tarea de los lingüistas y enfatizando su carácter interdisciplinar en bastantes casos. El cap. 3 («What is the difference between dialects and languages?», pp. 16-20), de G. Tucker Childs, expone los difusos límites entre ambas nociones y, de manera muy interesante, rechaza contemplar la variedad estándar como superior a las restantes variedades de la lengua. M. Baker, en el cap. 4 («Do all languages have the same grammar?», pp. 21-24), argumenta, mediante ejemplos muy sencillos, que, subyacentes a las grandes diferencias entre las lenguas, existen aspectos comunes en sus gramáticas, mientras que P. Lewis, en el cap. 5 («How many languages are there in the world?», pp. 25-29) expone la gran dificultad de responder a esa pregunta, teniendo en cuenta, por ejemplo, la problemática de las nociones abordadas en el cap. 3. El cap. 6 («Why is Chomsky such a big deal in linguistics?», pp. 30-34), de G. Carlson, apunta las claves de la gran influencia del pensamiento (lingüístico y político-social) del fundador de la Gramática Generativa.
En la parte 2 («Language structure», caps. 7-12), el cap. 7 («How are the sounds of language made?», pp. 37-40), escrito por P. Ladefoged para la primera edición de 2006 (año en que falleció), expone sucintamente algunos aspectos de la fisiología del habla y el rango de variación de consonantes y vocales en las lenguas, y el magnífico cap. 8 («What is the right way to put words together?», pp. 41-44), de D. Preston, analiza críticamente el prescriptivismo y las bases extralingüísticas en que descansa la falacia de creer que una variedad es mejor que otras. En el cap. 9 («What makes a word ‘real’?», pp. 45‑49), A. Curza rechaza la idea extendida de que una palabra solo es ‘real’ si está recogida en el diccionario. C. Myrick, vincula en el cap. 10 («What is grammatical gender?», pp. 50-53), la gramática del género en las lenguas con sus repercusiones sociales, mientras que el cap. 11 («What is an artificial language?», pp. 54-57), de C. Moseley, expone, además del concepto aludido, las razones por las que se han creado muchos códigos de este tipo. En el cap. 12 («Do animals use language?», pp. 58-62), D. Jo Napoli repasa en clave muy escéptica las supuestas capacidades lingüísticas atribuidas a animales no humanos.
La parte 3 («Language and communication») agrupa 5 caps. El 13 («What happens if you are raised without language?», pp. 65-68), de S. Curtiss, trata las consecuencias de una adquisición tardía del lenguaje (incluyendo el caso de Genie), sosteniendo un período sensitivo que afecta al desarrollo gramatical (no al léxico). R. Queen sostiene en el cap. 14 («Can animals understand us?», pp. 69-73) que «we need to be cautious» (p. 70) sobre la idea de que muchos animales entienden el lenguaje, ofreciendo razones al respecto. W. Wolfram presenta en el cap. 15 («What is speaking in tongues?», pp. 74-77) el fenómeno de la glosolalia, y en el 16 («How many kinds of writing systems are there?», pp. 78-82), uno de los mayores expertos en sistemas de escritura, P. Daniels, trata la tipología de tales sistemas. Finalmente, en el cap. 17 («Whatever happened to Esperanto?», pp. 83-86), A. Okrent & E. M. Rickerson exponen el origen y la estructura del esperanto, sosteniendo que «it has become a living language» (p. 85).
En la parte 4 («Language and thought», caps. 18-21), el cap. 18 («Why do linguists study brains?», pp. 89-92), de L. Menn, ofrece las muchas razones por las que la lingüística se interesa por el cerebro. El cap. 19 («Does our language influence the way we think?», pp. 93-97), de G. Pullum, es un ejemplo extraordinario de cómo un tema muy complejo puede ser expuesto de manera diáfana para no expertos. La conclusión de Pullum es tajante: «The idea that our language inexorably shapes or determines how we think is pure speculation» (p. 95). J. Kroll & K. Bice exponen en el cap. 20 («How does the brain handle multiple languages?», pp. 98-102) la neurología del bi/multilingüismo y sus beneficios cognitivos, y D. Kempler & M. Goral abordan en el 21 («Can you lose language?», pp. 103-107) los diversos factores que pueden provocar déficits lingüísticos.
La parte 5 («History of language») ofrece 7 caps. (22-28). El 22 («What was the original language?», pp. 111-114), de B. Hilton, expone las enormes dificultades para deducir cómo eran las lenguas prehistóricas, y el 23 («Do all languages come from the same source?», pp. 115-119), de A. Bomhard, introduce las relaciones de parentesco entre lenguas y los límites en su conocimiento. E. Rickerson aborda en el cap. 24 («What language did Adam and Eve spoke?», pp. 120-123) propuestas del pasado sobre el carácter divino de algunas lenguas, y por qué, obviamente, hoy en día esa cuestión «became the stuff of poetry» (p. 122). En el cap 25 («Where does grammar come from?», pp. 124-127), J. Bybee defiende que el mecanismo de gramaticalización es central para explicar tanto el cambio gramatical como el propio origen de la gramática. P. Daniels analiza en el cap. 26 («Where did writing come from?», pp. 128-131) los factores que provocaron la invención de la escritura y las influencias de unos sistemas sobre otros. El cap. 27 («Where did English come from?», pp. 132-135), de J. Algeo, explica la génesis y desarrollo del inglés, y en el 28 («Is Latin really dead?», pp. 136-139), F. Morris sostiene que el latín no es una lengua muerta, al pervivir en numerosos ámbitos.
En la parte 6 («Language variation and change», caps. 29-34), dedicada en su mayor parte a discutir variados prejuicios, J. McWhorter explica en el cap. 29 («Do languages have to change?», pp. 143-146) por qué el cambio es un proceso inherente a las lenguas, y J. Lipski intenta desterrar en el cap. 30 («Aren’t pidgins and creoles just bad English?», pp. 147-150) prejuicios sobre los dos tipos de código referidos en el título. El cap. 31 («Do deaf people everywhere use the same sign language?», pp. 151-155), de L. Monaghan, continua la muy valiosa labor de discutir críticamente prejuicios, en este caso sobre las lenguas de signos, mostrando que son tan complejas como las orales y que, como en estas, existen numerosos códigos diferentes. D. Cameron defiende en el cap. 32 («Do men and women talk differently?», pp. 156-159) que la pregunta que titula el capítulo es un prejuicio, pues para responder deben considerarse factores contextuales: qué personas son comparadas, en qué contexto, etc. En el mismo sentido, R. Barrett arguye en el cap. 33 («Can somebody ‘sound gay’?», pp. 160-162) que esa pregunta está impregnada por visiones estereotipadas. El cap. 34 y último de esta parte («Why languages die?», pp. 163-166), de C. Moseley, expone las causas de la muerte de lenguas y por qué esa muerte supone una tragedia, al desaparecer también la cultura, el conocimiento y la visión del mundo asociada a la lengua.
La parte 7 («Language learning») reúne 7 caps. (35-41). En el 35 («How do babies learn their mother tongue?», pp. 169-173), L. Stites, R. Michnick Golinkoff & K. Hirsch-Pasek abordan uno de los aspectos que más curiosidad suscitan sobre el lenguaje, su adquisición, y en el 36 («How many languages can a person learn?», pp. 174-178), R. Hudson indica que el límite de la capacidad que un individuo tiene de adquirir en sociedades multilingües es de 5-6, tratando también casos excepcionales de hiperpolíglotas. El cap. 37 («What causes foreign accents?», pp. 179-182), de S. Weinberger, responde a la pregunta del título mediante la noción de período crítico, y A. Bolonyai caracteriza el bilingüismo en el 38 («What does it mean to be bilingual?», pp. 183-186), realzando (como el cap. 20) sus grandes ventajas cognitivas en niños y adultos. B. Hilton, en el cap. 39 («What makes some languages harder to learn than others?», pp. 187-190), sostiene, de modo algo especulativo, que, aunque todas las lenguas tienen la misma complejidad, para un angloparlante la lengua más difícil de aprender podría ser el chino por varias razones, incluyendo su sistema de escritura. El cap. 40 («Can monolingualism be cured?», pp. 191-194), de K. Sprang, señala que aunque los niños aprenden lenguas con especial facilidad, los adultos tienen ciertas ventajas sobre ellos, por lo que «If you’re a monolingual adult, there’s no reason to continue in that sad condition» (p. 193). En el cap. 41 («How have our ideas about language learning have changed through the years?», pp. 195-199), J. Phillips repasa la evolución histórica de los métodos de aprendizaje de lenguas.
«Language and society» (caps. 42-46) es el tema abordado en la parte 8. El cap. 42 («What is the connection between language and society?», pp. 203-207), de J. Forrest, subraya los íntimos vínculos entre ambos dominios y enfatiza (como otros capítulos) que la ideología impregna el uso del lenguaje, algo ejemplificado mediante la infravaloración que sufren muchos dialectos, al asociarse con grupos socialmente desfavorecidos. N. Ostler, en el cap. 43 («What are linguas francas?», pp. 208-212), traza una panorámica de este tipo de códigos (tanto lenguas naturales como pidgins) y V. Gambhir muestra en el 44 («How can a country function with more than one official language?», pp. 213-217), a la luz de la situación de India, cómo pueden coexistir varias lenguas oficiales en un país, mostrando que, lejos de producir caos, el sistema funciona bien. El cap. 45 («Why do people fight over language?», pp. 218-223), de P. Garrett, traza una magnífica panorámica de los conflictos lingüísticos, que derivan de que la lengua es parte fundamental de la identidad de grupo, por lo que «when someone attacks our language […] we feel that we are being attacked» (p. 222). Tales conflictos suelen resultar de situaciones de amenaza u opresión de una lengua por los hablantes de otra. El cap. 46 («What is gendered language?», pp. 224-228), de C. Myrick, expone los debates y polémicas en torno al lenguaje inclusivo como medio de evitar el masculino como género por defecto.
En la parte 9 («Language in the United States», caps. 47-52), el cap. 47 («What is the language of the United States?», pp. 231-235), de D. Goldberg, desmonta la falacia de que en USA existe monolingüismo en inglés basándose en los datos del mapa lingüístico creado por la MLA (por ejemplo, solo en Idaho se hablan 70 lenguas). J. Tetel Andresen denuncia en el cap. 48 («Is there a language crisis in the United States?», pp. 236-240) que USA carece del aparato educativo para formar personas multilingües, pues quienes toman las decisiones educativas minusvaloran el aprendizaje de lenguas. W. Wolfram discute críticamente en el cap. 49 («Are American dialects dying?», pp. 241-244) varios prejuicios sobre la variación dialectal (creer que no se habla un dialecto o que se carece de acento) y M. Mithun presenta en el cap. 50 («How many native American languages are there?», pp. 245-249) la gran diversidad de lenguas aborígenes de USA y la complejidad de sus gramáticas y enfatiza que su pérdida es trágica, al ser cada una de ellas «a unique way of looking at the world» (p. 248). En el cap. 51 («What is African American English?», pp. 250-253), N. Holliday, además de caracterizar esta variedad y su historia, realza su papel clave como marcador de identidad y muestra que la estigmatización que ha sufrido se basa en ideologías discriminatorias sin sustento lingüístico. Finalmente, el cap. 52 («What is the future of Spanish in the United States?», pp. 254-259), de M. Carreira, constata la robustez del español en USA y enfatiza su estatus de lengua propia de ese país.
La parte 10 aborda «Language and technology» (caps. 53-56). L. Squires rechaza en el cap. 53 («How is language used on social media?», pp. 263-266) la creencia popular de que la comunicación por Internet destruye la lengua y T. Heift sistematiza en el 54 («Can computers teach languages faster and better?», pp. 267-270) las ventajas y límites de las nuevas tecnologías de aprendizaje de lenguas. Por su parte, en el cap. 55 («How good is machine translation?», pp. 271-274), K. Knight analiza el desarrollo y las trabas de la traducción automática, y J. Schneier trata en el cap. 56 («Is text messaging changing how I write and speak?», pp. 275-279) la idea extendida de que el modo de escribir los mensajes de textos (SMS) corrompe el lenguaje, mostrando que es infundada y que los SMS tienen un rol importante de pertenencia al grupo.
En la parte 11 («Language and education», caps. 57-61), el cap. 57 («Why should educators care about linguistics?», pp. 283-287), de A. Charity Hudley & C. Mallinson, sostiene que el apoyo del profesorado a estudiantes con perfiles lingüísticos diferentes (lenguas y dialectos) debiera descansar en el conocimiento aportado por la lingüística, y en el 58 («Should schools teach grammars?», pp. 288-291), R. Hudson sostiene, frente a las reticencias del ámbito anglosajón, la necesidad de enseñar la gramática, que permitirá al estudiante conocer cómo funciona su lengua y las L2 que estudie. El cap. 59 («Is elementary school too early to teach foreign languages?», pp. 292-298), de G. Lipton, realza las ventajas de estudiar una L2 desde las etapas educativas básicas y el 60 («Why study languages abroad?», pp. 299-303), de S. Spaine Long, subraya que estudiar una lengua en el extranjero permite acceder a su contexto cultural, pero no suprime la necesidad de un marco formal de aprendizaje que dé sentido a la experiencia a la que accede el aprendiz. El cap. 61, de P. Carter («What is bilingual education?», pp. 304-308), expone esta noción (bases, tipos, ventajas, etc.) y su necesidad, pues la lengua de instrucción es muchas veces la de las elites dominantes, que muchos alumnos no dominan, insistiendo también en que la lengua no dominante no debe desaparecer del aula una vez adquirida la dominante, para garantizar la equidad.
La parte 12 y última («Language application») reúne 5 caps. (62-66). En el 62 («How are dictionaries made?», pp. 311-315), E. McKean expone la labor de los lexicógrafos y realza su carácter descriptivo (no prescriptivo) y en el cap. 63 («Why do we need translators if we have dictionaries?», pp. 316-320), K. Hendzel clarifica la gran complejidad de la labor de traductores e intérpretes, al ser el conocimiento de la lengua un mero punto de partida al que se debe sumar el dominio de muchos otros aspectos. El cap. 64 («How are endangered and sleeping languages being revitalized?», pp. 321-326), de T. Hirata-Edds, M. Linn M. Berardo, L. Peter, G. Sly & T. Williams, expone las bases de los procesos de revitalización de lenguas, sus éxitos y su necesidad. N. Schilling presenta en el 65 («Can you use language to solve crimes?», pp. 327-330) la lingüística forense mediante la discusión de casos concretos y el cap. 66 y último («How can you keep languages in a museum?», pp. 331-334), de J. Robbins, P. Barr-Harrison & G. Nedved, enfatiza el valor de los museos sobre el lenguaje como medio de acercar el lenguaje a la sociedad, ilustrándolo con el funcionamiento del National Museum of Language (al que los autores están vinculados), inaugurado en 2008 en College Park, Maryland, y que desde 2013 opera de modo virtual. La obra finaliza con un amplio índice temático (pp. 335-345).
Aunque el brevísimo resumen ofrecido es incapaz de hacer justicia a los contenidos de la obra, espero que al menos permita apreciar la muy buena selección de los temas reunidos en las diferentes partes del volumen teniendo en cuenta su objetivo que, reitero, no es técnico, sino que responde a asuntos que pueden ser de interés a un público no especializado en lingüística. Al tiempo, es muy destacable que el libro no se limita a la mera exposición de temas que suscitan interés en la sociedad, sino que muchos capítulos aprovechan esos temas para discutir críticamente de un modo muy claro numerosos prejuicios que impregnan la sociedad (esto es, los destinatarios potenciales de la obra). Por otro lado, los temas de cada capítulo no solo están tratados de manera muy asequible para personas sin bagaje lingüístico sino también amena, y ambos aspectos no son sencillos de lograr, pues los autores que los han escrito han debido alterar radicalmente la perspectiva técnica a la que están acostumbrados; en este sentido, los contenidos de cada capítulo ofrecen una información actualizada y asequible sin perder por ello rigor expositivo.
El único capítulo disonante con respecto a los 66 que conforman la obra es el 22. Este capítulo («What was the original language?»), de B. Hilton (como ya referí, coeditor de las dos primeras ediciones del libro reseñado) desentona en alguna medida con respecto a todos los demás, no porque el planteamiento de Hilton carezca de interés (que lo tiene, y mucho, pues aborda temas de gran interés y curiosidad para el público, como «When did language begin, and how? What language did the earliest human speak?»; p. 111), sino porque algunas afirmaciones del autor son erróneas y otras revelan una falta de actualización incomprensible en un investigador que escribe sobre cuestiones vinculadas con la evolución del lenguaje y al que se le supone, en consecuencia, cierto dominio en la materia.
Un ejemplo del primer aspecto es la chocante afirmación de que, entre otras opciones, el lenguaje pudo surgir «perhaps with the artistic flourishing that roughly coincided with the appearance of anatomically modern humans some fifty thousand years ago» (p. 112). Sostener que los humanos anatómicamente modernos (Homo sapiens) aparecieron hace 50 000 años es un disparate, revelando gran desinformación por parte de Hilton. De hecho, existe consenso unánime en que el origen de nuestra especie es mucho más antiguo. Por ejemplo, uno de los principales paleoantropólogos, indica que «the distinctive modern human morphology became established, very clearly in Africa, and probably shortly after 200 Ka [1 ka = 1000 años, VML]». También afirman, en idéntica línea, que «Fossil remains indicate that early modern H. sapiens were present in Africa from about 200,000 years ago, and these individuals had an anatomy similar to that of humans today». Por citar un ultimo ejemplo de ese consenso que Hilton parece desconocer, según , «The evidence points to an African origin of modern humans dating back to 200000 years followed by later expansions of moderns out of Africa across the Old World».
En este sentido, los fósiles más antiguos de nuestra especie, que conducen a la datación mencionada, son los de Omo Kibish I (valle del río Omo, Etiopía), al que inicialmente se le atribuyeron 130 ka de antigüedad pero cuya datación fue atrasada por McDougall et al. (, ) hasta 195 ± 5 ka, y también los de Herto, Etiopía, datados entre 160-154 ka (). Estos últimos restos (unos cráneos) son considerados de humanos modernos, aunque retienen algunos rasgos humanos arcaicos, por lo cual la especie a la que remiten fue bautizada como Homo sapiens idaltu (cfr. para una amplia discusión de los primeros fósiles de los humanos anatómicamente modernos). Por ello, como señala , «the Herto and Kibish fossils in particular demonstrate quite clearly that the unusual basic morphology evident in our species was established in Africa in the period following 200 Ka».
Por otro lado, la falta de actualización de Hilton es patente en esta afirmación: «One physical distinction between modern humans and all other animals, even chimpanzees and earlier humans, appears to be critical: a lowered larynx» (p. 113). Sin embargo, ese supuesto carácter clave del descenso de la laringe como aspecto distintivo entre humanos y animales se ha revelado falso desde hace ya 20 años, por lo que ha sido abandonado (salvo por Hilton). En efecto, tradicionalmente los mecanismos del habla, y entre ellos, en especial la bajada de la laringe, se consideraron un aspecto privativo del ser humano, al asumirse dos modelos para la posición de la laringe mamífera (cfr. , , ): mientras en los mamíferos no humanos y en los recién nacidos humanos la laringe (y la raíz de la lengua) se consideraba como posicionada alta, en los niños sufre un descenso. De ahí que «The beliefs that a descended larynx is uniquely human and that it is diagnostic of speech have played a central role in modern theorizing about the evolution of speech and language» ().
Sin embargo, la asunción tradicional de que «The non-human larynx is positioned high» () se ha revelado inadecuada, de modo que «laryngeal descent is not uniquely human» (). De hecho, trabajos como (cfr. también una síntesis en ) muestran inequívocamente, a partir de novedosos estudios del tracto vocal de animales vivos con rayos-X, que la producción vocal de mamíferos tan diferentes entre sí como cerdos, cabras, perros o monos se basa en una laringe muy móvil, que desciende de manera dinámica durante las vocalizaciones de esos animales (a veces, muy notablemente, como en el ladrido de los perros). Esto mismo rige también para los chimpancés, citados por Hilton en sentido contrario, como muestran . Además, ni siquiera una laringe descendida de manera permanente es un atributo únicamente humano: muestran que el ciervo rojo macho y el gamo la poseen, de modo que «The resting position of the larynx in males of these species is similar to that in humans, and, during roaring, red-deer stags lower the larynx even further, to the sternum» (). Esta posición de la laringe se extiende también a varias especies del género Panthera, como leones, tigres, guepardos, jaguares o gatos domésticos (). Así, como señala , «Given that all mammalian species examined have a flexible capacity to lower the larynx during vocalization […], and many species possess a descended larynx much more extreme than that in humans […], it is clear that the much-discussed role of the descended larynx in human speech has been greatly overestimated in its importance». Como autor de este capítulo, Hilton debería conocer esta cuestión, que invalida desde hace 20 años el modelo de bajada de la laringe que este autor sigue defendiendo.
En todo caso, el carácter relativamente decepcionante de este capítulo (en cuanto a sus inexactitudes) no empaña de ninguna manera el conjunto de la obra, pues los contenidos de los 65 capítulos restantes son, en general, magníficos para el objetivo con que fueron concebidos. Como apunte menor, quizás se echa en falta, dada la amplia atención del volumen a la discusión y rechazo de prejuicios, un capítulo en la parte 9 («Language in the United States») que hubiese abordado críticamente el movimiento Official English o English Only (cfr. , , ), el cual ejemplifica el peligroso auge de la ideología monolingüe que ha sufrido USA en los últimos decenios, mediante la idea de que el inglés debe ser la única lengua oficial del país. Ya que ese movimiento considera al español (lengua más usada en USA tras el inglés) como una gran amenaza, hubiera sido pertinente haber rebatido en un capítulo las falacias en que descansa ese movimiento.
En todo caso, más allá de aspectos puntuales como los referidos, el libro reseñado representa una magnífica propuesta de acercamiento a la sociedad por parte del colectivo de lingüistas. Esta tarea, como ya señalé, es a mi juicio urgente, no solo para dar a conocer el conocimiento generado por la disciplina, sino también para combatir los numerosos prejuicios existentes con respecto al lenguaje que impregnan la sociedad y que, al fin, propician la indeseable consecuencia de la discriminación (de variedades y sobre todo de sus hablantes). Ambos aspectos son acometidos de manera extraordinaria por el libro. Esperemos que tenga la amplia difusión que merece entre el público al que va dirigido.
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