En este volumen, editado por Laetoli en su combativa y vibrante colección “Los Ilustrados”, y en colaboración con la Universidade de A Coruña y el Ministerio de Ciencia e Innovación, José Luis Tasset, Catedrático de Filosofía Moral de la Universidade de A Coruña, traduce y analiza el Relato conciso y genuino de la disputa entre el Sr. Hume y el Sr. Rousseau, (A Concise and Genuine Account betwen Mr. Hume and Mr. Rousseau), una de las pocas obras inéditas en castellano que quedaban por publicar de David Hume y en la que se recopilan los documentos que Hume fue seleccionando a propósito de la polémica que mantuvo con Jean-Jacques Rousseau durante el año 1766.
Si Hume y Rousseau no se hubieran conocido en persona, probablemente habrían mantenido toda su vida una relación cordial de admiración mutua, pero el caso es no fue así e incluso llegaron a vivir bajo el mismo techo; si demasiada luz ofusca la mirada en el caso del ilustrado Hume, demasiada cercanía convierte al filósofo amigo en un muro demasiado cercano que no nos deja tomar perspectiva –ni tampoco se pretende esa distancia- para observarlo, obteniendo una fría muralla infranqueable, en el caso del proto romántico Rousseau. Ambos acabaron enzarzados en una desagradable disputa, no sólo filosófica –que lo fue, debido a las discrepancias conceptuales entre ambos respecto de asuntos como la vida social, la política, la autonomía, la creación, la sinceridad, la emocionalidad, etc.- sino también personal, debido a las enormes diferencias de carácter entre ellos: explosivo y de un emotivismo visceral, salvaje, en el caso de Rousseau; contenido y de una sensibilidad poco expresiva, e incluso puritana, en el de Hume. Su disputa despertó el interés en toda Europa, se publicaron un buen número de artículos y folletos tanto en Inglaterra como en Francia, opinando sobre ella y poniéndose de un lado o del otro, y aún hoy sigue dando lugar a libros tan conocidos como El perro de Rousseau o La querella de los filósofos.
Aunque estos dos libros han alcanzado una amplia difusión en español, sin embargo, como resalta el editor español, no se contaba en nuestra lengua con una edición completa de la obra que el propio Hume preparó sobre la disputa, un memorial relativamente extenso (A Concise and Genuine Account), que contiene las cartas de ambos sobre el asunto y un breve relato de Hume que las conecta y contextualiza. Como su título completo, muy descriptivo, no es muy adecuado desde el punto de vista editorial, autor y editor han considerado titular el volumen Mi disputa con Rousseau, sin dejar de aparecer el título completo de la obra que Hume publicó en la portadilla interior: UN RELATO CONCISO Y GENUINO DE LA DISPUTA ENTRE EL Sr. Hume y el Sr. ROUSSEAU, CON LAS CARTAS enviadas entre ellos durante su CONTROVERSIA, Y TAMBIÉN CON LAS CARTAS del Honorable Sr. WALPOLE y del Sr. D'ALEMBERT relativas a este extraordinario asunto. .
Este volumen está dividido en tres grandes apartados: la primera parte la forma un estudio de la historia de edición de la obra y de sus distintas versiones; la propia edición de todo el material de Hume, junto con algún otro escrito adicional, es lo que le da cuerpo a la segunda parte del libro. La tercera parte, contiene un relevante epílogo en el que se narra la polémica de forma independiente respecto de los escritos de la época, construyendo la formulación de una hipótesis acerca de la naturaleza de la discrepancia entre ambos, así como profundizando y desvelando el significado de dicha polémica en el contexto de la Ilustración europea.
Este libro se ha realizado en las estancias de investigación como invitado del profesor Tasset entre los años 2020-2022 en la Universidad de Cádiz, en el marco del proyecto de investigación del MCI (GEN-RED-PUR) RTI2018-093498-B-100. El autor nos dice al respecto que no se le ocurre un medio mejor que la confrontación con Rousseau para poner a prueba la fortaleza del paradigma utilitarista de racionalidad moral que Hume tanto contribuyó a construir. En este sentido, me atrevería a decir que, si la Ilustración nos ha llevado a la filosofía del utilitarismo clásico, los desvíos de la misma nos llevaron, desde las sombras de Rousseau a otras versiones del utilitarismo más románticas, más rousseaunianas, o más egocéntricas que pierden la neutralidad como metavalor y se aferran a los emotivismos y a la puesta en valor de las preferencias que se aferran al relativismo normativo. Cabría adelantar que donde no hay juicio de valor, nada vale nada, o que juicio y opinión no son términos sinónimos.
Pero vayamos por partes, en cuanto a la primera sección del volumen:
El autor de la edición nos advierte de que hay tres versiones, con importantes diferencias. En primer lugar, la contenida en el manuscrito, supervisado por Hume directamente, que se envió al D´Alembert con anotaciones marginales de su puño y letra, y del cual se hicieron otras dos copias.
Cuando Hume decidió finalmente publicarlo, este manuscrito fue enviado a D´Alembert con el permiso para traducirlo todo al francés (obviamente las cartas de Rousseau en francés no necesitaban ser traducidas) y hacer modificaciones o adiciones que fueran necesarias. Aparte de un buen número de notas que no estaban en el original, y de una modificación general del tono del escrito de Hume, que fue considerablemente suavizado, se añadieron tres materiales complementarios: una presentación de los editores franceses, que era básicamente una justificación de por qué Hume había decidido publicar las cartas relativas a la polémica y su relato de esta, una carta crucial de Horace Walpole exculpando a Hume de una de las principales acusaciones de Rousseau, y una carta final de D´Alembert acerca de las acusaciones de Rousseau contra Hume y contra él mismo. Esta obra apareció en octubre de 1766 en París, aunque aparece como publicada en Londres, con el título Exposé succint de la contestatio qui s´est élevée entre M. Hume et M. Rousseau, avec les pièces justificatives.
La enorme demanda e interés que la obra y la disputa de fondo entre Hume y Rousseau despertó en toda Europa hizo que Hume se planteara la posibilidad de publicarla también en inglés, lengua en la que apareció finalmente en noviembre del mismo año 1766; pero Hume quedó muy insatisfecho con ambas ediciones, especialmente con la inglesa, pues había mandado a su editor de Londres indicaciones muy precisas, junto con una de las tres copias de su manuscrito, que no se respetaron en su mayoría o que incluso se incumplieron flagrantemente, como, por ejemplo, la deicisón de Hume de no mencionar por su nombre a Madame de Bouffeurs ni a Madame de Verdelin.
Es relevante señalar que, aunque la edición original en inglés de la obra indica que se trata de una traducción del francés, esto no es totalmente cierto, ya que la obra principal, una especie de memorándum de uso privado elaborado por Hume para su posible defensa pública, estaba en inglés y fue enviado por Hume a sus amigos franceses para que lo editaran en Paris si lo consideraban conveniente. Cuando Hume vio la edición francesa, consideró que el traductor, Suard, aunque bajo la supervisión de D´Alembert, se había tomado demasiadas libertades, por lo que se encargó de supervisar él mismo la edición en inglés, así como de añadir comentarios y aclaraciones de su propia mano, por lo que se puede considerar la edición inglesa la auténtica versión canónica de la obra. Partimos, por tanto, de esa edición, supervisada directamente por Hume.
Su frustrada amistad constituye un extraño ejemplo en la historia de la filosofía de intimidad entre dos genios, y hasta su ruptura tiene el brillo y el esplendor de la extraordinaria inteligencia de ambos, a pesar de que esta no sirviera para tender entre ellos los puentes que les hubieran permitido salvar su extraño ejemplo de amistad filosófica en el centro mismo de la Ilustración europea.
Parece que la razón lógica, problemática, que lleva al camino de una solución monista, universal, se topó con la razón dilemática en que varias vías son posibles; de la razón universal ilustrada, avanzamos por una vía hacia el liberalismo razonable, no monista y plural; pero también, por otra vía, surgen los desvíos de la ilustración que dan paso a una sociedad postliberal, relativista, y es que, contra Descartes, los que no piensan (pero sienten) también existen. Rousseau dirá, acertadamente en este sentido, soy lo que siento. Como en un dilema de las vías del tranvía de Philippa Foot observamos en esta disputa las consecuencias de la misma, hacia el refuerzo de la Ilustración o hacia el mundo postilustrado, así es como la observaba –pero sin hacer este análisis filosófico- desde la distancia y de forma divertida Madame du Deffand, pero no adelantemos acontecimientos, que no quiero desvelar el contenido de las cartas, para no hacer spoiler y que el lector pueda disfrutar de las mismas una vez que tenga el volumen en sus manos.
No obstante, cabe señalar que en esta obra, es decir, en la primera parte del volumen que nos ocupa, tal como resalta el editor español, es relevante que los editores franceses hagan una advertencia sobre el motivo de la publicación, subrayando que Hume ha visto sus escritos frecuentemente censurados con inclemencia, fanatismo, ignorancia y espíritu partidista, sin dar jamás una respuesta a sus adversarios; al contrario, su amor por la paz es tan conocido que las críticas realizadas contra sus escritos muchas veces le han sido llevadas por sus respectivos autores para que las revise y corrija. Sólo con gran resistencia y creyendo que era la solución más digna para su propio respeto, pudo un hombre como él, dominado por su carácter tan pacífico, ser convencido para que consintiera en la publicación de este opúsculo, como así le recomendaron finalmente los ilustrados más relevantes de los salones parisinos.
Por su parte, Roussau, comentan los editores franceses, proscrito en casi todos los países en los que había residido (esta relación comienza porque en 1762 el Parlamento de París emitió una orden de arresto para detenerlo a causa de su obra Emilio) decidió refugiarse en Inglaterra gracias a la hospitalidad de Hume, quien, animado por amistades comunes, y afectado por su situación y desgracias, se comprometió a llevarlo con él y brindarle un asilo pacífico, seguro y adecuado. Sin embargo, muy poco se conoce el celo, la competencia e incluso la delicadeza con las que el Hume llevó a cabo este acto de benevolencia. Con qué disposición se esforzó por justificar a los ojos de los demás las singularidades del Rousseau, y por defender su carácter frente a aquellos que no estaban dispuestos a pensar tan favorablemente de él como él mismo lo hizo. Para dar cuenta de esta disposición y de sus actos, Hume consideró necesario explicar el asunto escribiendo un relato preciso de todo lo que pasó entre él y el Rousseau desde su primer contacto hasta la ruptura. No se podía permitir que una acusación y un desafío que al final resultaron tan públicos quedaran sin respuesta; al contrario, cualquier silencio prolongado por parte de Hume podría haberse interpretado en su contra.
Corresponde ahora adentrarnos en la segunda parte del libro:
Como expresaba en párrafos anteriores, no desvelaré el contenido de las cartas, aunque me referiré necesariamente a ellas al comentar esta segunda parte del volumen, es decir, el epílogo, donde José Luis Tasset analiza filosóficamente toda esta documentación, desgranándola paso a paso; entre dichas cartas son de especial relevancia las siguientes: las del Sr. Rousseau al Sr. Hume y viceversa; del rey de Prusia al Sr. Rousseau (escrita como una perversa broma por Walpole y revisada por Helvétius y Voltaire); del Sr. Rousseau al director del St. James´s Chronicle; del Sr. Walpole al Sr. Hume; Entre estas cartas se encuentra una carta de Rousseau a Hume de 18 folios escrita con una belleza estética insuperable, con una retórica elocuente y con unos aires de delirio de los que no cabe lugar a dudas. Se verá que en la carta de Rousseau hay dos niveles, dos planos: el de los hechos, que efectivamente es favorable en todos los sentidos a Hume, y el de los sentimientos y la dignidad herida, el de la amistad si no traicionada sí descuidada. De ahí la conclusión final de la carta que, como el propio Hume reconoce, es “sublime”. Entre los materiales adicionales, cabe destacar la declaración del Sr. D´Alembert sobre la carta del Sr. Walpole, enviada a los editores franceses; y la carta final de Voltaire a Hume.
Con todas las cartas analizadas, se aporta una visión cronológica de las mismas y se añade al relato de la disputa el de un gracioso affaire, más sexual que sentimental, entre Thérèse, la compañera de Rousseau y el cronista Boswell. También es relevante la crónica de los celos de Rousseau ante la belleza o la semiótica que transmiten los retratos de ambos pintados por Ramsay, parece claro que Ramsay era consciente desde un principio de las diferencias entre ambos y ello se refleja en los retratos: el de Hume es un reflejo de su éxito social; el de Rousseau, aunque él no lo supo ver así, el de la emergencia de un nuevo tipo intelectual, de una nueva época, de una nueva sensibilidad: el filósofo salvaje, hasta cierto punto antisocial, retador, independiente. Ambos retratos son excelentes desde el punto de vista artístico. Ahora cuelgan juntos en la National Portrait Gallery de Edimburgo, considerados de forma unánime como dos obras maestras de la pintura del siglo XVIII.
José Luis Tasset recopila todos estos despropósitos para valorar las interpretaciones del conflicto, y dar una explicación de sus causas, siguiendo las fechas más señaladas, entre las que destaca que la ruptura que se produjo inmediatamente después de la publicación de la Carta del rey de Prusia. Coincidiendo con esa publicación, Rousseau se refería a Hume en su correspondencia privada como un traidor. Junto a esto, veremos que la carta a su amigo Guy demuestra que fue él quien casi obligó a Hume a publicar la Concise and Genuine Account.
En primer lugar, propondrá una hipótesis acerca del posible significado e interpretación de estos hechos. En este sentido, tratará de aclarar si se trató simplemente de una disputa entre caracteres humanos distintos, que los tenían, desde luego; si se trataba de una disputa meramente entre individuos discordantes; o si había en el fondo una discrepancia ideológica, no tanto individual sino cultural, entre dos modelos distintos de comprensión del comportamiento humano y también de concepción del papel de los intelectuales en la sociedad y, más específicamente, de la integración de los filósofos en las redes dominantes de producción y difusión de ideas. Junto a todo esto, también analizará brevemente si la discrepancia puedo basarse simplemente, como parecieron pensar en algún momento Hume y otros muchos, en el hecho de que Rousseau sufriese alguna clase de patología mental. Tasset, si bien no descarta esta última posibilidad, cree que hay fundamentos suficientes para valorar con seriedad filosófica, y como factor dominante, el cambio de era que se estaba produciendo; ahora bien, también observa que lo más sensato es ensayar una interpretación poliédrica que conceda su punto de razón a cada perspectiva.
Desde este punto de vista, siguiendo toda la documentación, para José Luis Tasset, y para cualquier lector sensato, es cierto que Rousseau se comportó con Hume como un canalla (interpretación caracterológica), no son pocos los ilustrados que opinan de este modo, pero el más expresivo tal vez fuese Holbach cuando le escribe a Hume lo siguiente: “Os digo que no pasará mucho tiempo antes de que os desilusionéis gravemente. No conocéis a vuestro hombre. Os lo digo claramente, estáis alimentando una víbora en vuestro pecho”; pero también es cierto que a veces mostraba signos de estar completamente loco (interpretación patologizante) y ser, por tanto, más digno de compasión que de cólera. Aquí es donde, al final de toda la incomprensión, Hume encontró paz para su cólera e indignación. Y en este mismo sentido van las explicaciones de Madame de Bouffleurs en sus cartas a Hume, cuando le escribe: “Nunca un hombre que tanto merece la felicidad estuvo tan poco dotado por la naturaleza para alcanzarla”.
Tampoco está falto de razón Voltaire cuando le escribe a Hume para comentarle que “Este es un pleito de la ingratitud a la benevolencia”. Las amistades de Hume creían en general que todo provenía del orgullo excesivo que formaba la base del carácter de Rousseau y que lo llevaba a buscar tanto la distinción de rechazar la generosidad (al concederle una pensión solicitada por Hume) del rey de Inglaterra como a librarse de la carga intolerable de una obligación para con Hume mediante el sacrificio en conjunto del honor, la verdad y la amistad, así como del interés. Si retomamos el estudio de la pseudología de la mentira del profesor Miguel Catalán, en su volumen titulado La traición. Seudología, XII nos explica que Para traicionar primero has de pertenecer (Harold Philby), la esencia de la traición consiste en intentar hacer el mayor daño no al enemigo ni al indiferente, sino precisamente a quien nos ama y hemos amado, es necesario que el trato entre traidor y traicionado hay sido de afecto y confianza, y, en concreto, de esa rara confianza que solo se deposita en muy pocos y que refleja la definición de “amigo”. Para averiguar el motivo de la traición en una amistad genuina podríamos preguntarnos qué tienen en común las relaciones personales que dan lugar a las dos traiciones paradigmáticas de Occidente: la de Judas a Jesús y la de Bruto a César. Son las dos traiciones que coloca Dante en la hez de los infiernos. Pues bien, lo que tienen en común ambas relaciones es la extremada diferencia entre lo que cada uno da y recibe. Es la asimetría de los bienes y los dones, y es esta asimetría a la que Voltaire se refiere cuando explica que la reacción de Rousseau con respecto a Hume es un pleito de la ingratitud a la benevolencia. Hume había aportado mucho más que Rousseau en una amistad que no era equitativa. No menos cierto es que también Hume tomó una actitud, un poco cargante, al tratar a Rousseau como un pobre desgraciado digno de compasión, lo que evidentemente era uno de los motivos de enfado y resentimiento de Rousseau contra él.
Por otra parte, también es cierto que Rousseau muestra en su correspondencia claros rasgos de una nueva sensibilidad, cercana en un sentido general al romanticismo a punto de llegar y centrada en el papel determinante y dominante de los sentimientos y las emociones.
Desde mi punto de visa, tal vez la pregunta que cabe hacer es cómo se interpretan las emociones y los sentimientos desde el utilitarismo clásico y desde los desvíos del utilitarismo hacia esa nueva emotividad más relativista. No se puede tachar a Hume, cuyo tratado sobre las pasiones y la naturaleza humana ha sido tan relevante para el empirismo y para toda historia de la filosofía, de ser un filósofo que no creía que las pasiones fuesen determinantes en nuestra vida. Hume fue el pensador que escribió con tanto acierto “la razón es la esclava de nuestras pasiones”. Claro que, Rousseau no quería sirvientes al servicio de la pasión, la pasión debía ser natural, desbocada y salvaje.
Pero que estaba desarrollándose cambio de paradigma cultural parece verse en muchos frentes de la disputa: por ejemplo, Rousseau y Hume discrepaban acerca de las formas de reconocimiento de la creación intelectual, Hume la vinculaba sobre todo al reconocimiento económico y social dentro de una cultura burguesa (cultura del reconocimiento) y Rousseau a un reconocimiento ideológico dentro de una cultura de la celebridad que culminará en el culto a su figura durante la Revolución francesa (interpretación de la cultura de la celebridad).
Ambos discrepaban también porque estaban insertos en modelos de redes sociológicas de producción y difusión de la filosofía que acababan colisionando, una de ellas más vinculada a las estructuras de la élite de los salones y otra a una cultura más popular, muy vinculada a una difusión filosófica más amplia y a un nuevo papel de los emergentes medios de comunicación públicos, en especial las publicaciones periódicas, los diarios y seminarios, lo que generaría nuevas posiciones de los distintos sujetos en las redes de producción y difusión de la filosofía.
Acertadamente retoma José Luis Tasset para, encabezar este Epílogo, las palabras de Bertrand Russell: “Rousseau estaba loco, pero fue influyente; Hube estaba cuerdo, pero no tuvo seguidores”. El desvío de la Ilustración nos ha llevado por la senda del romanticismo que estaba emergiendo con Rousseau como referente, a la defensa de que solo cuenta lo que siento, por lo que el diálogo mayéutico es desterrado por el poder de la elocuencia del más fuerte, del más locuaz, el márketing ideológico y cultural es la razón que acaba contando y triunfando. No hace falta subrayar que hoy en día, prima la opinión del influencer en un mundo cada vez más escaso de filósofos.
Los salones de París, la cultura de la reputación, que estaba gobernada por la connivencia, permaneció contraria al régimen de la celebridad, que estaba basado en los mecanismos de la identificación hechos posibles por la prensa y la palabra impresa; la cultura de la reputación usaba el lenguaje que Hume llama de pruebas y razones, la otra parte, la cultura emergente del bando de la nueva celebridad, por medio de las múltiples cartas y comentarios de la disputa aparecidos en diarios, gacetas y hasta panfletos, procedentes en la mayor parte de los casos de autores desconocidos, se ponía del lado de Rousseau y usaba lo que podríamos llamar un nuevo lenguaje de justificación sentimental.
Se ha sostenido que Hume y Rousseau eran iconos de la Ilustración y de la Postilustración o Contrailustración y algo de cierto hay en ello, pero no parece, al menos en el caso de Hume, que este se acomodara fácilmente a esa definición prototípica de representante de la Ilustración, ya que su filosofía constituye un verdadero reto para esta, como supo ver muy bien Imanuel Kant. Seguramente tendremos que conceder que la tesis del choque entre dos culturas puede tener algo de cierto, aunque deba ser vista, en un sentido más específico, como probablemente un choque entre, en primer lugar, dos construcciones distintas de la imagen del intelectual y del creador y, en segundo lugar, como una radical oposición y enfrentamiento entre dos formas distintas de conceptualización de las redes de construcción y difusión del pensamiento filosófico.
Para Jose Luis Tasset, la disputa entre ambos filósofos fue a la vez personal, colectiva, pública, privada, lógica y muchas cosas más. Desde este punto de vista, parece que solo una interpretación poliédrica y, por tanto, atenta y respetuosa con lo que cada uno de esos vectores representa, puede hacer justicia a lo que comenzó siendo una disputa entre amigos, o eso parecía al menos, pero acabó siendo una querella que trascendió por completo los límites de la mera amistad entre dos grandes filósofos hasta llegar a ser uno de los momentos definitorios de la crisis del pensamiento ilustrado.
En cuanto al debate sobre si Hume debió o no publicar este volumen, se puso en cuestión si Le bon David había dejado de serlo. Pero, como bien explica José Luis Tasset, se parte aquí de un error de base: Construir una imagen artificial de David Hume como un santo laico y luego reconocer que no era tan santo es imponer sobre el propio Hume una obligación de ejemplaridad que constituye una proyección externa más que un punto de partida interno al propio Hume y su carácter. Tan impresentable fue el comportamiento de Rousseau que lo extraño es que Hume hubiera aguantado tanto. De modo que el estallido de este no sólo era previsible, sino comprensible, esperable, razonable. José Luis Tasset piensa que lo único que falló en Hume fue el momento del estallido y las vías para su expresión: como amigo que intentaba ser de Rousseau, debió ponerlo en su sitio de inmediato y de una manera clara, sin matices, en aras de esa misma amistad que decía profesarle. El problema no está en que Hume fuera humano y se comportara como un ser humano, indignado y ofendido, sino que no se comportó así desde el principio. Ese fue su fallo y es lo que, en opinión de José Luis Tasset, no saben apreciar la mayoría de los especialistas en la disputa.
Para José Luis Tasset, Hume contesta de un modo nunca visto en ninguno de sus escritos, ni privados ni públicos, y algo excesivo, tildando a Rousseau de monstruo, villano y bribón. No es que sean nada del otro mundo estos insultos, pero muestran una cierta falta de control por parte de Hume, quien en su pensamiento filosófico también dijo “entrégate a la filosofía, pero en medio de toda tu filosofía, sigue siendo hombre”. Y en cierto sentido, esto es lo que hizo, aunque debería haberlo hecho en sus cartas a Rousseau y no en las enviadas a Holbach, debió haberle contestado indignado, preso de la cólera, arrebatado por un sentimiento de traición, de amistad ofendida, lo cual habría sido, en realidad, lo único que lo hubiera salvado y justificado ante los ojos de Rousseau. Pero en lugar de eso le pidió pruebas y hechos concretos.
En una nota a pie de una de sus cartas Hume escribe: “Nuestro amigo no es el hombre que esperábamos; aun así, a diferencia de él, sigamos siendo los mismos que éramos (Séneca, De los beneficios; Libro VII, cap. 29)”. Esto es lo que demuestra, que un hombre indignado puede seguir siendo un filósofo íntegro.
Este libro es de una riqueza estética enorme, debido a la propia belleza de las cartas, principalmente las de Rousseau. Al mismo tiempo, considero que tiene una profundidad filosófica relevante si queremos comprender no sólo el salto al romanticismo sino también, podemos añadir, la deriva postmoderna. A primera vista, la razón de Hume no se dejó manipular por el sentimentalismo romántico de Rousseau, por el emotivismo. La emotividad puede y debe acompañar a la razón; pero, sustituir la razón pasional por el emotivismo, es decir, sustituir la sensibilidad por sentimentalismo, es muy peligroso porque, cuando la neutralidad se convierte en un metavalor en el cual no podemos juzgar con criterios no monistas, pero sí racionales, lo que sentimos y cómo lo sentimos, es decir, cuando todo vale por igual, al final nada vale nada y, ante cualquier debate o conflicto en el que tengamos que ponernos de acuerdo, si todas las opiniones valen por igual sin, como decíamos, criterio alguno de razón, en estos términos la opinión que primará será la que tenga más poder; de esta manera, se sustituye la firmeza racional por la fuerza emotivista. Por lo tanto, ya no hay reflexión de ningún tipo; considero que razón y pasión deben ser indisociables y deben seguir siendo distinguibles para que una sirva de mecanismo de control – y de enriquecimiento - sobre la otra en sentido bidireccional. Desde mi punto de vista, en el análisis que realiza José Luis Tasset en el epílogo, podemos observar claramente ese desvío que ha tomado la Ilustración perdiendo su fundamento: se confunde el emotivismo con la sensibilidad. La sensibilidad siempre es hacia algo, pone el foco en la preocupación por el otro, hasta el punto de sufrir más por los demás que por uno mismo (sensibilidad hacia el arte, sensibilidad hacia los enfermos, sensibilidad siempre hacia algo o alguien). Hume sufría por su amigo, se interesaba por él; el emotivismo es puro narcisismo que viene a avalar el relativismo normativo. No hay nada más insensible que el emotivismo, pues sólo sabe contar hasta uno, no tiene en cuenta a los demás: “soy lo que siento”, dirá Rousseau, está muy lejos de ser lo que hoy en las ciencias humanísticas se conoce como un PAS (Personal de Alta Sensibilidad). Filosóficamente, así, el sentimentalismo es el polo opuesto de la sensibilidad.
Para finalizar, creo también que se puede deducir, siguiendo las cartas de Hume, que Rousseau era talentoso para escribir, pero no se puede considerar un genio, ni siquiera era talentoso para la filosofía, en la cual tenía –nos dice Hume- carencia de conocimientos. En cierto sentido, adular al talentoso narcisista en aquello que no destaca como él cree, es característico del provincianismo adulador que todavía hace quitarse el sombrero al paso del rey desnudo. Rousseau, vestido habitualmente con su característico traje armenio con el que no pasaba desapercibido, no cabe ninguna duda de que era visto –en este caso con razón- como la mejor pluma de la Ilustración; pero considero que la nueva era que reclamaba tener las pasiones en cuenta en la capacitación humanística se estaba fundamentando en la filosofía de Hume y no en la de Rousseau; ahora bien, igual que los desvíos de la Ilustración trajeron el salto del relativismo cultural (tenemos diferentes formas de vivir) al normativo (todas las formas de vivir –y por lo tanto todas las sociedades- son igualmente éticas y legítimas), podemos observar que los desvíos del abandono de la sensibilidad ilustrada provocaron el abandono de la compasion, de comprender, para quedarnos con el emotivismo más caprichoso, individualista y relativista; y para regalarnos también, un mundo de influencers que no son otra cosa que el rey desnudo de la postmodernidad.
Entre Rousseau y Hume hay mucho más que una disputa entre amigos, hay un enfrentamiento entre dos formas de ver el mundo, desde el egocentrismo o desde la alteridad, razón por la que recomiendo la lectura de este ensayo con el fin de analizar, guiados del epílogo realizado por José Luis Tasset -y desde unas cartas entre los grandes pensadores de la Ilustración bellísimas-, los valores de la Ilustración, de la Modernidad y de la Postmodernidad que nos habita.