Preguntarse por lo que otorga la consideración de genio a un escritor es una cuestión que indefectiblemente nos empuja a traspasar el ámbito de los méritos reconocidos por la crítica literaria. Desde el Romanticismo, la construcción de la imagen y figura de un autor ha conferido creciente protagonismo a sus reflexiones, vivencias y relaciones personales, abriendo a la vez el foco de interés del público hacia los lugares y pertenencias que rodearon una trayectoria vital. En relación con estas demandas de unos lectores ávidos por completar el “retrato” intelectual e íntimo de sus autores preferidos, el escrutinio de elementos materiales ha conducido en no pocas ocasiones a la fetichización de los objetos conservados. De hecho, en la valoración de esos objetos intervienen parámetros que van desde el grado de proximidad física en relación al cuerpo de su poseedor -enseres domésticos, mobiliario, piezas de uso y adorno cotidiano, instrumentos para el oficio de escribir...-, hasta las pertenencias elegidas o regaladas para integrarse en espacios domésticos y de trabajo -esculturas, cuadros, dibujos, caricaturas...-, distinguidas en todo caso por significativas evidencias de aprecio. Establecida la asociación con el autor, todo ese abanico de testimonios materiales ha adquirido con el tiempo el rango de reliquias, idóneas para albergar, junto a los libros, la capacidad más potente para evocar y hacer presente un escritor en los años posteriores a su muerte.
En referencia a este valor de los objetos conectados vitalmente con un escritor, englobados en la actualidad bajo la etiqueta del patrimonio literario, la exposición Valle-Inclán íntimo constituyó una oportunidad única para asomarse a la esfera más privada y desconocida de Ramón del Valle-Inclán. Al confrontar el discurso expositivo con el poema Correspondances (1857) de Charles Baudelaire, tan afín a las preocupaciones estéticas de Valle-Inclán, podría afirmarse que la exposición fue un medio para descubrir e interpretar las correspondencias entre entidades que llegaron hasta nosotros separadas y descontextualizadas, como un ejercicio a la vez científico y poético, capaz de tender puentes para restablecer las relaciones entre lo material y lo espiritual que presidieron el mundo creativo de su poseedor.
Los objetos mostrados son los restos del mundo más personal que estaba repartido por los espacios del domicilio situado en la calle Francisco de Rojas 5 de Madrid, un ámbito familiar al que sólo tenían acceso completo allegados y amistades. Gracias a la colaboración de los herederos de Valle-Inclán, la exposición organizada en el Colexio de Fonseca de la Universidade de Santiago de Compostela extendió al gran público el privilegio de contemplar esas piezas. Cuadros, dibujos, esculturas, mobiliario, junto a objetos artísticos, decorativos y personales que pertenecieron a Ramón del Valle-Inclán, se presentaron en compañía de documentos impresos y manuscritos, entre los que sobresalían ejemplares de primeras ediciones de obras propias y otras dedicadas al autor. Se trata de un legado conservado inicialmente gracias a Josefina Blanco, su viuda y continuadora en las labores de edición de su obra durante el franquismo; y más tarde por los cuidados del matrimonio formado por Carlos del Valle-Inclán Blanco y Mercedes Alsina Gómez-Ulla.
En la selección de objetos y obras de arte trabajaron los comisarios José Manuel López Vázquez y Margarita Santos Zas, catedráticos de Historia del Arte y la Literatura Española en la USC, con la ayuda de Javier del Valle-Inclán Alsina, como nieto y estudioso de don Ramón. La presentación de estos testimonios materiales pretendió componer el telón de fondo de una vida y, a la vez, hacer interaccionar los objetos con las poéticas y asuntos tratados en las obras literarias y de crítica de arte de Valle-Inclán. Estas intenciones se condensan en el hilo argumental, explicitado en el catálogo bajo el subtítulo “Las poéticas de las artes plásticas como telón de fondo”. En el espacio principal del salón artesonado del Colexio de Fonseca y su capilla anexa las diferentes obras y piezas se destacaron sobre un suntuoso fondo rojo aplicado a las paredes, animando al visitante a vivir una experiencia sensorial y emocional coherente con las ideas estéticas en las que se movió la inspiración de Valle-Inclán, desde el simbolismo y modernismo a las vanguardias.
Dado el perfil especializado en historia del arte de la revista que acoge esta reseña, parece oportuno incidir en unas obras de arte que nos hablan de una de las facetas de Ramón del Valle-Inclán menos conocidas hasta la fecha: la de un escritor que fue también coleccionista. Así, es preciso subrayar el privilegio de contemplar por primera vez obras de artistas españoles de primera línea como Ricardo Baroja, Rafael de Penagos, Andrés Vázquez Díaz, Luis Bagaría y Julio Antonio, sin olvidar a los artistas gallegos de las mismas generaciones, entre los que aparecen Castelao, Juan Luis López, Francisco Asorey, Carlos Maside o Arturo Souto. Es innegable que la relevancia de estos artistas serviría para presentarlos como testimonios de los gustos de una época, si bien en la exposición se aspiró a priorizar el diálogo entre las obras artísticas y los textos del propio Valle-Inclán, encontrando en La Lámpara Maravillosa (1916), junto a otros escritos públicos y privados, el terreno ensayístico ideal para este propósito.
La exposición se organizó en cinco secciones, sobre las que conviene entresacar sus líneas maestras de argumentación, aunque renunciando a entrar en el detalle de todas las obras y correspondencias expuestas. La primera sección, El gusto por lo primitivo: Gótico, Prerrafaelismo, Florencia y Japón, abordó la atracción por las manifestaciones de arte etiquetadas como primitivas, aquellas vistas desde finales del siglo XIX como reservorios de pureza, para las que se encuentran paralelismos en escritos de Valle-Inclán en los que el naturalismo y la racionalidad son cuestionados ante la preferencia por distintas posibilidades simbólicas. Además, la admiración por el acabado de las artesanías es una nota visible en la atención que Valle-Inclán prestó al diseño tipográfico e ilustraciones de sus libros. Las referencias a los modelos de belleza y gracia del primer renacimiento y los prerrafaelitas, o la inclinación hacia el arte japonés, completan este primer apartado en el que se introduce al Valle-Inclán más proclive a las sutilezas y refinamientos de la pintura y las artes gráficas.
Como desdoble y segunda parte, bajo el título Revelar lo que la naturaleza esconde. La revolución en los contenidos y en el estilo la exposición profundizaba en las influencias del simbolismo al centrar el papel de la emoción como catalizadora y guía de la visión del artista. Esa búsqueda de la emoción aportaría la llave para abrir la puerta a los juegos para refinar las sensaciones y lograr así, mediante la orfebrería del estilo, el acceso a lo que no se comprende, los rasgos más eternos y esenciales que el escritor reconocía igualmente en la obra de pintores como Marceliano de Santa María, Fernando Labrada, Vidal Palmada y Ángel Zárraga.
La Aportación española del 98: La “España Blanca” y la “España Negra” recurrió a los tópicos puestos en acción después del Desastre del 98 para explorar la contraposición entre la corriente de estética naturalista y de virtuoso control de los efectos lumínicos que encabezaría Sorolla, frente a los ecos del simbolismo detectables en la pintura de Ignacio Zuloaga y Romero de Torres. Las relaciones de amistad que Valle-Inclán mantuvo con otros pintores alternativos al naturalismo estético se centraron en los casos de Echevarría, Anselmo Miguel Nieto o Ricardo Baroja, destacándose la influencia de los criterios pictóricos del escritor, reconocida por algunos de estos jóvenes artistas. Retratos de Valle-Inclán, junto a muestras de sus intervenciones en la ilustración y ornamentación de sus libros, servían para certificar un llamativo terreno de fertilizaciones cruzadas. Las representaciones literarias y artísticas de las tradiciones del país, los tipos étnicos, o la experimentación en la deformación de la realidad, completaban aquí el cuadro de entrecruzamientos entre obras de arte y referencias literarias.
La sección Máscaras de Ficción: la creación de un personaje cambiaba el registro para enlazar los retratos y caricaturas que poseía Valle-Inclán, mostrados ahora en diálogo con los retratos literarios salidos de la pluma de diferentes escritores y periodistas contemporáneos. Descubrir el verdadero carácter bajo la máscara del rostro era una tarea que el autor gallego consideraba que sólo podía resolverse acudiendo a sus propios libros, según manifestó en carta a Zuloaga en el año 1917. Esta sección discurría por ello entre muestras de cómo percibían a Valle-Inclán artistas, caricaturistas y periodistas, e incluso amigos como Rubén Darío, Ricardo Baroja, Ramón Pérez de Ayala y Antonio Machado, para desembocar en una primera selección de objetos personales, entre los que sobresalían la inconfundible capa bordada de la Casa Martín y las gafas redondas de carey.
Esos primeros objetos rescatados para conjurar la imagen física de Ramón del Valle-Inclán tenían continuidad en la sección Vanitas, ahora gracias a las medallas y condecoraciones pertenecientes a los reconocimientos mundanos, combinadas con piezas de mobiliario y otros objetos que, en cambio, nos trasladaban a sus ámbitos vitales más cotidianos, aquellos que también acogieron su oficio de escritor. La ambición por convertir sus libros en objetos artísticos sobrepasaba por tanto la esfera de lo doméstico para adentrarse en las claves iconográficas subyacentes bajo los adornos elegidos para el diseño de sus obras, cerrando el círculo con las alabanzas vertidas en las dedicatorias manuscritas de las obras regaladas por los principales autores de su tiempo.
Finalmente, la sección El rostro / Gesto único de la muerte traspasaba el ámbito sagrado de la antigua capilla del colegio de Fonseca para franquear la entrada a un espacio sobrecogedor, centrado por la presentación de la máscara funeraria del autor que protagonizaba el final del recorrido. Valle-Inclán afirmó en La Lámpara Maravillosa que portaba sobre su rostro “cien máscaras de ficción” ocultando el verdadero gesto no revelado todavía. Ese gesto se materializó con toda su rotundidad en la efigie mortuoria encargada al escultor Francisco Asorey, la máscara corpórea de un espectro en tránsito a la otra vida, acompañada de un molde de la mano, y del no menos plástico retrato a lápiz y pastel realizado por Juan Luis. De la intensidad emocional que transmiten estos últimos elementos participaba también la humilde hoja y flor de camelia seca recogida entre las flores que adornaron el dramático entierro del escritor. Textos de los poemas Mientras hilan las Parcas (1916) y Karma (1919) servían para cerrar esta sección, y la exposición, con las visiones en las que Valle-Inclán se anticipó a su muerte, manejando metáforas de finitud y eternidad en el primero, e imágenes de la casa póstuma que habría de ser templo funerario y solar aldeano de su clan en el segundo.
El resumen visual y emocional de esta exposición deja en el recuerdo la reunión de testimonios en apariencia tan disímiles como la Natividad pintada al óleo a finales del siglo XV, la pieza original más antigua de la colección que poseyó Valle-Inclán, la copia en yeso de la Dama dal Mazzolino de Verrocchio, un soberbio biombo japonés, la librería fabricada por los Hermanos Villalba que guardó sus libros, la baraja española con la que se entretenía en sus últimos días, o la flor de camelia recogida en el cementerio de Boisaca antes citada. Pertenencias y recuerdos que, unidos a los retratos artísticos y literarios, nos devuelven el rostro más verdadero de un escritor que no sólo se distinguió por el aprecio de las artes, sino que las animó y supo integrar como pocos en su vida y obra.
Todas las piezas se recogen en el catálogo editado en el mismo año 2023, acudiendo para la portada a uno de los retratos más conocidos del autor: mostrado en segundo plano tras el hueco de una cerradura como sugerencia de la excepcional y voyeurística posibilidad de asomarse a su mundo interior. En cuanto a los pertinentes estudios que preceden a la reproducción de las piezas, cuentan con una bibliografía de referencia y dos índices onomásticos para identificar los nombres citados en el texto, entre los que se incluyen también los firmantes en los pliegos de pésame de la funeraria compostelana en las horas posteriores al fallecimiento de Valle-Inclán. Por medio de un código QR es posible, por último, visualizar un recorrido en vídeo por la exposición, con intervenciones de sus comisarios.
Debemos reconocer el dilatado y exhaustivo trabajo de digitalización de fondos del Legado Valle-Inclán, dirigido por Margarita Santos Zas, así como los certeros análisis histórico-artísticos a cargo de José Manuel López Vázquez, entre los logros de una exposición que también contó con la imprescindible colaboración de los herederos de Valle-Inclán, y muy particularmente el activo papel de Francisco Javier del Valle-Inclán Alsina. Fernando, Miguel y Javier del Valle-Inclán Alsina, actuales herederos de Ramón del Valle-Inclán, son propietarios del patrimonio literario y artístico cedido para la exposición. Sólo cabe lamentar que esta muestra, la quinta promovida por la Universidade de Santiago de Compostela, no llegara a itinerar y verse en Madrid, la ciudad en la que el escritor pasó la mayor parte de su vida, en lo que sin duda debiera ser un objetivo para el futuro, quizás ampliando los contenidos de esta exposición compostelana con piezas que aguardan la oportunidad para darse a conocer.
Otra posibilidad complementaria para este legado, manifestada por los comisarios con ocasión de la edición del catálogo, apuntaría a la creación de una exposición permanente en Compostela, lo que tendría asimismo toda lógica habida cuenta que la biblioteca personal y la colección de manuscritos, archivo genealógico, publicaciones periódicas y documentos varios valleinclanescos se encuentran ya depositados en la Biblioteca Xeral de la USC como Legado Valle-Inclán Alsina. La Compostela en la que Valle-Inclán cursó sus estudios universitarios de Derecho, y a la que retornó muy enfermo en sus postreros días, hasta su fallecimiento el 5 de enero de 1936, debiera organizar los medios para que este singular legado, sin parangón entre los escritores españoles de la primera mitad del siglo XX, tenga las máximas garantías de difusión, activando sus significados culturales y enriqueciendo el ininterrumpido diálogo del escritor con sus lectores.