El deseo de saber cómo era la imagen del mundo y los distintos países de la tierra es algo que se remonta a la lejana Antigüedad, período en el que aparecieron las primeras representaciones de mapas geográficos de los que tenemos noticia y que vivieron, con Grecia, una edad de oro extraordinaria que fue determinante para los tiempos posteriores. Casi a la par, es también muy probable que fuese surgiendo un afán coleccionista de mapas y cartografías por parte de todos aquellos que vivieron la geografía como un interés científico o que sintieron simplemente la atracción por el conocimiento y la belleza que los mapas transmitían. Pues bien, estos dos intereses, que son a la vez complementarios, es lo que explica la razón de este catálogo de mapas antiguos que tengo el gusto de reseñar, ya que, por una parte permite conocer la historia y la evolución que han vivido las representaciones cartográficas de nuestro país, de sus distintas regiones y de todos los territorios que formaron parte en su día de la Monarquía hispánica y, por otra, el afán compilatorio que han sentido instituciones o personas como Antonio Rodríguez Torres y Pilar Ayuso González que, de forma muy acertada, el 27 de julio de 2016, decidieron donar su fantástica colección de mapas a la Real Academia de la Historia, donde hoy se guarda y desde la que se puede consultar muy fácilmente a través de su Biblioteca Digital. Se incrementan, pues, con este valioso legado, otras colecciones cartográficas que la Academia ya poseía provenientes de académicos tan destacados como Pedro Rodríguez Campomanes, Tomás López de Vargas, José Cornide de Folgueira y Saavedra, Antonio Cavanilles y Centi, Ángel Ferrari Núñez o Gonzalo Menéndez-Pidal, entre otros.
Básicamente, la colección se compone de 321 materiales cartográficos y gráficos impresos que, en la gran mayoría de los casos -ya lo hemos dicho-, son mapas antiguos referidos a España o a territorios que formaron parte de la Corona española, pero que incluyen también vistas de ciudades, planos urbanos, representación de monumentos o acontecimientos históricos y batallas, que fueron realizados por conocidos cartógrafos de todas las escuelas europeas -Italia, Flandes y Países Bajos, Francia, Inglaterra, Alemania y España- y que fueron abiertos también en madera y cobre en las mejores imprentas de los siglos XV al XIX, e ilustrados por dibujantes y grabadores de gran prestigio. Por ello saltan a la luz nombres tan destacados como Claudio Ptolomeo, Girolamo Ruscelli, Abraham Ortelius, Gerard Mercator, Pirro Ligorio, Vincenzo Maria Coronelli, Nicolás Sanson, John Speed, Christoph Weigel o Willem Blaeu, pero igualmente artífices más modernos y vinculados a nuestro país como el ya citado Tomás López, Vicente Tofiño de San Miguel o Carlos Ibáñez de Ibero.
Podría decirse que son, en cierto modo, una muestra extraordinaria de la evolución histórica de la monarquía hispana tanto en la época de los Austrias como de los Borbones. Reflejan también las oscilaciones que España vivió en el concierto de las naciones en el período estudiado, que abarca momentos de gran esplendor, pero asimismo otros que, en cambio, lo fueron de profunda crisis o decadencia. De ahí que su contemplación conjunta pueda ser considerada como un espejo que refleja mil y una situaciones que pueden aportar, a quien contemple su rico y variado material, muchas lecturas y conocimientos.
Ahora bien, nada se vería con tan ordenada y pulcra claridad, de no ser por la precisa e inteligente organización que al catálogo le ha otorgado su autora, Carmen Manso Porto, responsable de la Sección de Cartografía y Artes Gráficas de la Biblioteca de la Real Academia de la Historia, que es experta reconocida en esta materia. Parte así, Manso Porto, en iniciar su catálogo con un estudio introductorio imprescindible para conocer la evolución histórica de la cartografía de España desde sus distintos centros de producción que, curiosamente, estuvieron casi siempre fuera de nuestro país y no pocas veces en manos de países claramente hostiles a la Monarquía como fueron en su día Holanda, Francia o Inglaterra. Incide por otra parte en destacar los esfuerzos realizados en la época de Carlos V y Felipe II por conseguir una cartografía aceptable de la península y un equipo de geógrafos bien formados que, no obstante, en la mayoría de los casos tristemente se convirtieron en proyectos frustrados; también destaca los esfuerzos realizados por España en el tiempo de las Luces cuando nuestro país, finalmente, pudo ponerse en muchos campos a la altura de las circunstancias. Con todo, es claro que en este largo proceso que va del XV al XIX la dependencia cartográfica de España del exterior fue notoria, al carecer, no ya de cartógrafos destacados, sino asimismo de grabadores expertos o de imprentas preparadas para asumir con la precisión necesaria las exigencias de la moderna cartografía; eso explica que muchos de los mapas referidos a la península fueran editados en Venecia, Florencia, pero sobre todo en Amberes, Ámsterdam, París, Londres… y hasta en Nuremberg, mientras que Madrid, por ejemplo, quedó casi descolgado en la producción hasta finalizar el siglo XVIII cuando se pudieron publicar finalmente el mapa peninsular realizado por Tomás López en 1770 o el Atlas Marítimo de España de Vicente Tofiño que tuvo lugar en la Dirección de Hidrografía, en 1789. Sin duda los avatares vividos por España en estos tiempos es lo que explica esta circunstancia, si bien tampoco debemos olvidar que el período de máximo esplendor español -siglos XVI y XVII-coincidió con el momento en el que la casa de Habsburgo, reinante en España, era poseedora de los territorios de Flandes en donde se concentró en esos tiempos el grueso de la producción geográfica más importante, por lo que fue fácil valerse de esta situación para que muchos de los encargos entonces emprendidos fuesen realizados o impresos en suelo flamenco.
La labor ordenadora de Manso Porto ahonda, sin embargo, en muchas otras cuestiones que son también de interés. Diferencia, por ejemplo, entre los mapas singulares que describen la península, en donde se incorporan España a la vez que Portugal, de aquellos otros que, en cambio, la representán de manera fragmentaria a través de sus distintas regiones que van de Andalucía a Vascongadas, de Extremadura, León y las dos Castillas a Aragón, pasando por Cataluña, Levante, Asturias, Cantabria o Galicia y sin olvidar el territorio insular donde destacan, obviamente, Baleares y Canarias. También diferencia todos los territorios que formaron parte de la Corona, con Portugal y su imperio, partes de Italia, Francia y los Países Bajos, del mismo modo que el norte de África, el Sáhara y Guinea Ecuatorial. Salen obviamente a colación toda la América hispánica y el Pacífico con todos los archipiélagos que formaron parte de la Monarquía destacando entre ellos el de Filipinas con su puerto excepcional de Manila. A su vez, muestra interés la autora en destacar aquellos documentos que tuvieron un particular valor histórico o anticuario, bien por reflejar la España romana antigua, la división episcopal, las provincias eclesiásticas benedictinas o las representaciones de grandes batallas o guerras que fueron decisivas para nuestro país en distintos momentos de su historia. Destacan entre ellos el mapa de las batallas romanas en la península realizado por Enrique Flórez, varios referidos a la Gran Armada contra Inglaterra, el ataque a Cádiz por la flota inglesa en 1596, escenas de las guerras de Flandes, el encuentro franco-español en la Isla de los Faisanes de 1659, representaciones referidas a las guerras de Sucesión y de la Independencia españolas y hasta un retrato ecuestre del general Prim en la batalla de Castillejos que tuvo lugar en 1860 en el contexto de la guerra con Marruecos.
No olvida destacar en un capítulo especial la imagen del mundo representado en esferas, los más importantes mapamundis, los frontispicios de atlas y algunos mapas de continentes o de países. En fin, que podría decirse que la organización es eficaz porque se ve en ella la mano de una experta perfectamente cualificada.
Al mismo tiempo, elemento clave en la obra que reseñamos es el sistema de catalogación que la autora utiliza y que da sentido a la obra. Está hecho con gran lógica y precisión, pues más allá de lo que uno espera encontrar en lo que suele manifestarse en cada registro, también ahonda en muchos aspectos que son particularmente útiles. No sólo en las cuestiones más específicas y técnicas de cada pieza -número de orden, autor, entidad, título, mención de responsabilidad, escala, lugar de publicación, fecha, etc.-, sino en aportar una rica información complementaria que va desde las cuestiones históricas de cada mapa, a las referencias bibliográficas, pasando por una descripción minuciosa de lo representado. Así, por ejemplo, menciona si tiene o no márgenes graduados, red hidrográfica, representación del relieve, toponimia, división territorial del país, identificación de ciudades o si están los mapas coloreados o no; pero sin olvidar todo el complemento decorativo que, algunas veces, convierte los mapas en bellas obras de arte llenas de atractivas representaciones que ayudan a dar otras explicaciones culturales: entre ellas embarcaciones que navegan por los mares, peces y monstruos marinos que viven en él, rosas de los vientos, vistosos titulares ricamente enmarcados en atractivos recuadros, imágenes de dioses, de figuras alegóricas, motivos heráldicos…, incluso con caudalosas leyendas informativas, representación de ciudades, de reyes o de gentes que tanto aparecen solitarias representando a cada país o simplemente ejecutando acciones diversas que los caractericen. Es decir, que un mapa, en ocasiones, se convierte en una pieza cultural y artística de primer orden que puede tener interés en muchos campos diferentes al estrictamente geográfico.
También merece destacarse que la obra de Carmen Manso Porto se completa con ricos índices de autores e instituciones, de títulos y autores principales o de carácter materia-geográfico que son de gran utilidad para el lector. Por consiguiente, podríamos afirmar que España en mapas antiguos es una obra cuidada, excelente y de un indudable interés que, finalmente, se destaca igualmente por estar presentada con unas palabras preliminares de Carmen Iglesias, condesa de Gisbert y directora de la Real Academia de la Historia lo que le confiere a la obra un carácter institucional relevante.