En 1952 la editorial del Partido Comunista Uruguayo (PCU), Ediciones Pueblos Unidos, publicó el libro de carácter testimonial Mi viaje a la URSS del periodista, maestro y pedagogo uruguayo Jesualdo Sosa (Tacuarembó, 1905 - Montevideo, 1982). En él se narra el viaje realizado por este, junto al periodista y poeta Alejandro Laureiro, el ingeniero y matemático José Massera, el dirigente sindical Félix Díaz y el teatrista Atahualpa Del Cioppo, por distintas ciudades y territorios de la Unión Soviética y Checoslovaquia, invitados en calidad de Delegación uruguaya por la VOKS (Sociedad para las Relaciones Culturales con el Exterior), entre el 30 de octubre y el 29 de noviembre de 1951. Todos ellos, en el momento de emprender el viaje, son afiliados al PCU, Sosa desde 1944, y con una actividad intelectual o sindicalista, que comenzaba a ser reconocida en el ámbito nacional. Ediciones Pueblos Unidos (EPU) fue fundada en 1942 por el italiano Ettore Quaglierini, funcionario de la Komintern encargado a partir de 1931 de la prensa y las publicaciones en lengua española, con el objetivo de distribuir libros y textos en español de literatura política y filosofía soviética. Fue el director de la Editorial Europa-América en Madrid y Barcelona (1933-1939) e instalado en Uruguay, después de 1939, trabajó junto a Vittorio Vidali en el aparato de la prensa del PC de Uruguay, regresando a Italia en 1946. La editorial pervivió hasta 1990 con la interrupción de publicaciones durante la Dictadura cívico-militar uruguaya (1973-1985), aunque en estas fechas y hasta 1976 algunos libros salieron publicados en Buenos Aires. Ediciones Pueblos Unidos llegó a editar más de cien obras entre las que se incluyen algunas escritas por comunistas uruguayos, como la que nos ocupa, o las de similar temática viajera y testimonial como Europa, nuevo mundo () del que fue hasta 1955 el secretario general del PCU, Eugenio Gómez, o la de Alfredo Gravina Crónica de un viaje a la URSS y Checoslovaquia ().
El corto tiempo que transcurre entre el viaje y la fecha de impresión de Mi viaje a la URSS, 19 de agosto de 1952 como indica el pie de imprenta, nos invita a suponer que uno de los objetivos previos del viaje es la escritura testimonial de esta experiencia político-viajera y su rápida divulgación en Uruguay a su regreso; más, si comprobamos que los componentes de esta Delegación también publicarán de forma conjunta, en el mismo año y sobre el mismo viaje, el libro Cinco uruguayos en la URSS (testimonio) en la editorial del Instituto Cultural Uruguayo-Soviético (ICUS).
El libro de Sosa se engloba entre un nutrido número de libros de viaje que se publican en la primera década de la Guerra Fría (1947-1956), en los que sus autores relatan su experiencia por los países del Este en calidad de invitados de los gobiernos socialistas, con el claro objetivo de que dieran a conocer en sus países de origen lo vivido y observado a través de distintos medios como conferencias o publicaciones. Las invitaciones estaban dirigidas a destacados dirigentes e intelectuales afines al comunismo. Fue esta una estrategia, entre otras, que formó parte de la programación cultural que ambos bloques enfrentados usaron como instrumento ideológico propagandístico. En esta primera década de la Guerra Fría, informa:
El prestigio de la Unión Soviética, que contribuyó significativamente a la derrota del fascismo, así como la simpatía de los intelectuales izquierdistas hacia la Unión Soviética alcanzan su máximo esplendor. No es casualidad que el mayor número de testimonios de los intelectuales latinoamericanos de sus viajes por Europa Oriental provenga de este período.
La pugna por la influencia mundial de las dos superpotencias que lideraban el orden internacional globalizó el conflicto ideológico y los intelectuales de los países sobre los que se quería ejercer influencia, como los de América Latina, fueron una parte decisiva de la política internacional. Ambos bloques usaron como instrumento sustancial en la confrontación mutua la programación cultural, como bien señala citando a y :
El miedo de la amenaza comunista y su penetración en el hemisferio occidental llevó a Washington a iniciar una serie de operaciones psicológicas y programas culturales (). Al mismo tiempo, desde la segunda mitad de los años cincuenta, podemos ver una creciente propagación cultural de los países comunistas: visitas de varios conjuntos artísticos, radiodifusión, distribución de revistas, literatura, películas o la oferta de becas para estudiantes (). ().
En este marco debemos situar el libro de Jesualdo Sosa publicado por EPU. Tanto el viaje de esta Delegación uruguaya como la publicación misma del libro son un ejemplo significativo de la financiación indirecta de la URSS al PCU. Como señala , uno de los principales canales de apoyo financiero indirecto al PCU fue a través de EPU, la principal distribuidora de literatura comunista del continente, que recibía sin apenas cargo libros soviéticos, chinos o de Europa oriental con los que obtenía por su venta una ganancia neta que reinvertía en muchas ocasiones en la publicación de literatura comunista local, aliviando así el presupuesto del Partido. Otra ayuda material indirecta era la invitación, con pasajes y estancias pagadas, a visitar la URSS y los países socialistas, como sucede con la Delegación uruguaya protagonista del libro de Jesualdo. El principal objetivo de estas invitaciones era claramente político y propagandístico, pero también era una forma de retribuir a los militantes más activos e influyentes (). Sosa corrobora en Mi viaje a la URSS la financiación del viaje y de la estancia como miembros del Comité Central de la Paz, invitados para asistir el 7 de noviembre a las festividades de la Plaza Roja, conmemorativas de la Revolución bolchevique de 1917, y también señala cómo el Gobierno soviético ofrecía la posibilidad de realizar actividades remuneradas para obtener dinero soviético durante su estancia. Consciente de la falta de imparcialidad de la que podría ser acusado si se tenía en cuenta que el viaje era pagado y programado por la VOKS, son varias las ocasiones en las que el autor manifiesta no recibir indicaciones ni prohibiciones por parte de las autoridades soviéticas, de lo que puede hacer o decir, tratando de alejar toda sospecha de manipulación ideológica.
El libro de Jesualdo Sosa articula su narración siguiendo las pautas de cronología e itinerario que el trayecto determina. Se inicia el 30 de octubre de 1951 volando sobre el océano rumbo a Europa con escalas en Dakar, Lisboa, Ginebra, Zúrich, Praga y Minsk para llegar el 2 de noviembre a Moscú, donde permanecerán hasta el 12 de noviembre, cuando parten para Leningrado, ciudad que visitarán hasta el 15, día en el que viajan hacia Armenia, de la que conocerán Tbilisi y Everan, para emprender el regreso a Moscú el 21. En Moscú estarán hasta el 24, cuando inician el retorno a Montevideo con escalas en Vilna, Varsovia, Praga, donde permanecen dos días, para continuar el 27 hacia Zúrich y llegar el 29 a Montevideo. Este largo recorrido permite a Sosa efectuar una amplísima revisión sobre los más variados temas: pedagógicos, culturales, sociológicos, políticos, económicos, arquitectónicos, urbanísticos, agrarios, etc., en la que la descripción y las figuras de amplificación y definición dominan sobre la narración, y la voluntad documental e histórica prevalece sobre la literaria, aunque no está exenta de ella. Esta intención descriptiva y digresiva amplia va pareja con la perspectiva utópica de la que parte Sosa. Y no es tanto que la subjetividad prevalezca sobre la objetividad de lo expresado, sino que parte de la premisa de estar viajando a un «mundo nuevo» opuesto al capitalista que debe ser descrito desde todos sus ángulos, como lo hace la literatura utópica al tratar de ofrecer ideales alternativos a los del mundo real. «Porque vamos viajando para ver un mundo nuevo. Porque aún somos jóvenes, tenemos gargantas de verdades y sentimos alegría de vivir» (15), escribe al inicio del viaje. En este sentido el libro ofrece múltiples temas para ser abordados en relación con la intención descriptiva que se expone y las expectativas socioculturales de las que parte el autor. Me detendré en los diversos retratos (suma de prosopografía y etopeya) de hombres y mujeres soviéticos que la narración nos ofrece para analizar hasta qué punto el desiderátum ideológico contamina la pretendida objetividad. Para este análisis parto fundamentalmente de un enfoque hermenéutico en su vertiente antropológica, con particular interés en el imaginario comunista y los arquetipos articulados por la propaganda ideológica para infundir a la sociedad soviética los modelos de una vida social nueva, sin prescindir de la sociología; es decir, analizaré distintos retratos incluidos en Mi viaje a la URSS desde la base de los condicionamientos socioculturales en los que la obra está inserta.
El primer retrato que se nos ofrece ya en territorio soviético es el de «Iaroslav Kuchvalek», que será el guía y traductor de la Delegación uruguaya en Praga: «amigo cordial y culto si los hay, que habría de ser nuestro cicerone en Praga, profesor de español en la Universidad, especialista en literatura latino-americana y un poco como el cónsul de los latinos que llegan a Praga» (33). En él, como podemos observar, domina la etopeya al resaltar su cordialidad, cultura e inclinación profesional hacia la literatura latinoamericana. Todo lo contrario sucede en el primer retrato colectivo de soviéticos que viajan en el avión que los lleva de Minsk a Moscú, donde la balanza se inclina hacia la prosopografía: «El pasaje del avión es, al parecer, casi todo ruso, a excepción de algún polaco o checo. Gente de aspecto grueso, fuerte, bien nutrida, vestida con sobretodo de esos que quisiéramos tener (si se los pudiera usar luego)» (35), donde se resaltan las cualidades físicas y de vestuario que inciden en la fortaleza corporal, aspecto bien nutrido y la ropa adecuada para el frío. Estas características que nos ofrecen los dos primeros retratos volverán a surgir ante otros individuos y grupos como podremos ir observando. Retengamos ahora la fortaleza, buena alimentación, un vestuario práctico para el frío, su cordialidad y cultura. El siguiente retrato es el que se detiene ante el intérprete que la VOKS les proporciona en Moscú, «Wladimiro Kusmichev», al que deciden llamar Volodia:
Volodia es un muchacho joven, grueso, de rostro lampiño y cara redonda, con ojillos pequeños (muy orientales), de excelente carácter y buena voluntad. Hizo la guerra un corto tiempo, cuando terminada la escuela normal de los diez grados, y luego, herido en un pie, en el que tiene una profunda cicatriz que le obliga a leve cojera, fue retirado del frente. Siguió estudiando y se especializa en problemas de esta materia, de Latino-América (38).
En este caso, junto a la juventud, la corpulencia y cordialidad se señala una cierta orientalización de sus ojos y el pathos de la herida de guerra y el esfuerzo personal en seguir sus estudios; características etopéyicas, estas últimas, que buscan emocionar al lector. Ese mismo día los acompaña como guía para conocer la ciudad una joven cuyo nombre no nos especifica: «era una jovencita bastante bella, muy segura de la importancia de su cometido, parca en los gestos y grave en la expresión» (40). Es interesante que nos detengamos en esta diferencia a la hora de describir a dos jóvenes de sexos opuestos, que fueron asignados a la delegación uruguaya, porque muestran un patrón a la hora de retratar a hombres y mujeres a lo largo de la narración y delata una visión heteropatriarcal de la mujer, a pesar de que se valora positivamente su inserción en el mundo laboral en pie de igualdad con el hombre, como en más de una ocasión destaca Sosa incidiendo en este logro social de la Rusia comunista. De esta joven «cicerone» se resalta su belleza física, sin entrar en pormenores; es decir, se menciona muy genéricamente su atractivo físico desde la mirada masculina para seguidamente resaltar valores de competencia profesional, gestualidad mínima y expresión seria; rasgos, estos últimos, que inclinan la balanza descriptiva hacia la no frivolidad o veleidad; hacia lo sobrio y funcional. Semejante caracterización es la que podemos observar en las muchas ocasiones en las que el narrador se detiene en la descripción de edificios, planes urbanísticos y maquinaria de construcción soviética. En los aviones soviéticos «no existe nada innecesario. Nada que empiece a sumarse en el cobro del pasaje, luego. Ni fasten seat belt, ni emergency exit, ni life veste, ni camareras con sex appeal. Pero los aviones son sólidos, cómodos, y los pilotos excelentes» (36). Sus construcciones «en general no pasan de ocho o diez pisos, pero son macizas, sólidas; excelentemente aprovechadas; sobrias en su exterior en donde domina generalmente una geometrización pura (rectángulos, cuadrados, cubos), de colores claros: ocres cálidos, grises» (42-3). En otra ocasión, visita una Escuela Normal Femenina guiado por su directora y el retrato de esta es el siguiente: «la directora Lidia Alexeevna Pomeránzova, una antigua maestra de ojos pequeños, como de tártaro, de nariz chata, robusta y que, mientras jugaba con un cigarrillo entre los dedos (cosa no frecuente entre las mujeres rusas), hablaba con mucha seguridad del problema [escuela por sexos]» (103). La caracterización física vuelve a señalar determinados rasgos étnicos orientales y la robustez física, que ya habíamos observado en los retratos masculinos y las construcciones urbanísticas y mecánicas arriba transcritas, y en la profesionalidad señalada en la joven guía, llamando la atención, en esta ocasión, la amplificación parentética: «cosa no frecuente entre las mujeres rusas» y el uso del verbo «jugar» para la acción señalada. Todo ello refuerza la visión que el narrador quiere ofrecer de la sociedad soviética; una sociedad, en general, no frívola y funcional, no individualista ni «aburguesada», que responde al ideario estalinista de supeditación de hombres y mujeres a la causa socialista donde las «veleidades» y «frivolidades» o «excentricidades» burguesas propias del capitalismo no tienen cabida. Esta misma perspectiva es la que podemos observar en el retrato colectivo que el autor realiza de los espectadores en el Gran Teatro de Moscú:
El teatro estaba repleto de pueblo en general. Pueblo, al menos exteriormente. Porque es muy difícil distinguir la categoría social (por su trabajo) de los soviéticos, visto su atuendo exterior. A menudo, remirando muy escrupulosamente a alguna persona, nos preguntábamos:
―¿Qué es este individuo: obrero, profesional, intelectual, dirigente, qué? Y a pesar de que reiteráramos un más prolijo examen, nos solíamos quedar sin contestación. En general, las gentes visten muy correctamente. En el teatro de oscuro; las mujeres a menudo de largo, con muy pocas joyas: un collar, algunos pendientes, algún cinturón de metal o fulgurante sobre un traje de terciopelo o seda. Dentro del pueblo, solo hay una diferenciación exterior, el militar que viste de uniforme y lleva, ufano, sus condecoraciones. Las mujeres, en esta época, todavía estamos en otoño, usan poco la piel, apenas si un ocho o diez por ciento; lo que me dicen no sucede en pleno invierno, que las pieles menudean, a pesar de su elevado costo. En cambio, ahora, muchas usan adornos de piel; cuellos y puños, como un cuarenta o cincuenta por ciento. En general, las mujeres visten bien, aunque sin preocuparse mucho por la elegancia. Los trajes son muy diversos en sus confecciones y telas, aunque no abundan las ropas raras o costosas. No hay nada detonante, ni llamativo, en nadie. Los hombres usan gruesos y magníficos abrigos (muy general), calzan excelentes zapatos y se cubren con gorros de «mouton», de astrakán o de gruesos paños (51‑2).
Este retrato, además de poner en evidencia una de las principales premisas del ideario marxista-leninista de la abolición de las clases sociales, aquí exteriorizada en un atuendo que no permite observar categorías sociales, exhibe nuevamente la consigna contra el individualismo burgués, presente en lo ostentoso, lo llamativo o lo raro; características que no percibe el narrador en los espectadores moscovitas, sino todo lo contrario, a excepción de los militares que lucen «ufanos» uniforme y medallas. Es evidente que la única ostentación no sancionada en la vestimenta de esta «nueva sociedad» es la que exterioriza su contribución decisiva a su implantación. Sosa, sabedor de que esto podría hacer pensar a sus lectores que una nueva división jerárquica se estaba creando, en un régimen que perseguía la igualdad, se afana, unas líneas más abajo de la descripción transcripta, en señalar que no hay en las butacas del teatro sitios preferentes para los militares, como ha oído y leído que se dice:
No vimos en ningún caso, a pesar de que los militares están en todas partes ―forman dentro del marco de la cultura en general y tienen gran honor de su uniforme―, no vimos preferencias, ni sitiales reservados, ni «primeras filas siempre ocupadas por militares», como hemos oído y leído. Ni siquiera en la entrega o retiro de los abrigos, en las roperías, hemos visto ninguna preferencia (52).
A lo largo del viaje, Jesualdo Sosa se encuentra con militares y héroes de guerra que lucen sus condecoraciones, pero esto siempre es visto desde la óptica del narrador como un alarde de orgullo por haber participado en la instauración del comunismo o en la lucha contra el fascismo, más que como un síntoma de jerarquización social que los privilegia, por tanto podemos decir que se muestra afín al imaginario comunista presente en la propaganda política estalinista de la época, que convirtió los acontecimientos de la Revolución y la victoria en la II Guerra Mundial (la Gran Guerra Patria, para los rusos) en uno de los principales instrumentos de consolidación de la identidad soviética. Por otro lado, el gobierno soviético propició la entrega de medallas que reconocían tanto logros militares como civiles en la instauración del nuevo régimen. Las medallas, junto a otros signos iconográficos, formarían parte de los símbolos de la Revolución rusa estudiados por como himnos, banderas, monumentos, etc., a los que consideran como un lenguaje que contribuyó a legitimar el proceso revolucionario a través de la definición de nuevos valores, identidades y significados. Lucir una medalla era, pues, un signo público de adhesión y lealtad al nuevo régimen, pero también, como señala González-Quesada (2021: 260) al estudiar la acuñación de medallas durante el Gobierno Provisional después de febrero de 1917 y extrapolable a las etapas posteriores del gobierno soviético, «una forma de asumir, comunicar y compartir los valores e ideales que el imaginario estampado en las medallas representaba, en definitiva, fue una manera más de enriquecer la incipiente cultura política de un país».
Continuando con el fragmento del Gran Teatro, anteriormente transcripto, el hecho de que realce que las mujeres apenas usan joyas y no se preocupan en exceso por la elegancia persigue nuevamente mostrar la escasa «frivolidad» de las mujeres soviéticas, y el uso de pieles, tanto por hombres y mujeres, se justifica de nuevo por su funcionalidad. Por otro lado, es interesante que mencione la diversidad de telas, los gruesos abrigos, excelentes zapatos y gorros de pieles o de paños, posiblemente para contrarrestar los mensajes antisoviéticos divulgados fuera de la URSS que señalaban la escasez de suministros de alimentos y ropa; escasez que la estudiosa del estalinismo ha demostrado que sufría la población soviética desde el inicio de la industrialización en la década de los treinta:
Everything, particularly the basics of food, clothing, shoes, and housing, was in short supply. This had to do with the move from a market economy to one based on centralized state planning at the end of the 1920s. But famine was also a cause of urban food shortages in the early 1930s, and for some time ordinary people, as well as political leaders, hoped that the shortages were temporary. Gradually, however, scarcity began to look less like a temporary phenomenon than something permanent and systemic. Indeed, this was to be a society built on shortages, with all the hardship, discomfort, inconvenience, and waste of citizens’ time associated with them. The Homo Sovieticus emerging in the 1930s was a species whose most highly developed skills involved the hunting and gathering of scarce goods in an urban environment.
, no obstante, aclara que, en la década del 50, fecha del viaje de Sosa, la mayor escasez es de zapatos, ropa, textiles y todo tipo de bien de consumo. No es esta la imagen que muestra nuestro autor. Ve a ciudadanos funcionalmente bien vestidos y pulcros, y cuando observa colas en las tiendas para recoger pan, como sucede en la visita que realizan a Jarkov, capital de Ucrania durante los primeros años de la Revolución, se recalca la abundancia del pan repartido por el Estado, con orden y control, en una ciudad en la que aún siguen visibles las consecuencias de una guerra en la que la ciudad pasó cuatro veces de mano:
En una panadería, una fila de personas retira unos inmensos panes, a veces hasta cuatro o cinco debajo del brazo. El despacho se hace rápido, ordenado, mediante una libreta individual en la que se anota y controla la entrega. El pueblo está correctamente vestido igual que en Moscú y camina de prisa. Pasan muchos lisiados. […] Anduvimos un poco por los alrededores y las huellas de la guerra se multiplicaron, pero también el fervor constructivo (185).
La anomalía que emborrona la utopía, en esta ocasión, como en otras, es justificada por Jesualdo Sosa por los efectos de la cercanía temporal de la contienda antifascista y por el escaso tiempo de la instauración del régimen comunista: la Revolución «¡apenas tiene 34 años!» (45), exclama en una ocasión.
A lo largo de la descripción del viaje el narrador se detiene en retratar a otros hombres y mujeres que va conociendo, como al director y guionista de cine soviético Mark Semionovich Donskoi (Odessa, 1901 - Moscú, 1981): «un hombre típico de la nueva Rusia; fuerte, saludable, más bien bajo, con una cara abierta y reidora, su medalla en el pecho y etc.» (121‑2), al mundialmente conocido titiritero Serguei Obraztsov (Moscú, 1901-1991): «nos encontramos con un hombre más maduro de lo que muestran sus fotografías, como de más de cincuenta años, de ojos claros, con el rostro muy modelado en donde se destacan unos labios gruesos y unos pómulos salientes que definen su eslavismo, y con el cabello corto y dorado. Es de gran simpatía personal y lleno de sabiduría teatral» (139) o al capitán de vuelo y héroe de guerra que pilota el avión que lleva a la comitiva uruguaya hasta Armenia:
Se llama Manucharian y es armenio, hijo de padres campesinos que eran muy pobres cuando nació. Su tipo físico corresponde exactamente a todo habitante genérico de su raza: más bien alto, fornido, de cutis amorenado, cabellos y ojos negros expresivos, muy espesas las cejas y de pestañas largas y levemente enruladas. Es un tipo físico que se comprueba mucho en nuestro país (192).
Hemos seleccionado estos tres retratos, entre otros, porque revelan, junto a los anteriormente mencionados, una serie de caracterizaciones constantes que respaldan el imaginario soviético del «hombre nuevo» surgido de la revolución, que tiene conciencia de sí mismo y de su función social en tanto que forma parte de una colectividad que trabaja por el bien común: su fortaleza física, reflejo a su vez de su fortaleza espiritual en el cumplimiento del deber en beneficio de la colectividad, y su identidad étnica. En los ejemplos seleccionados de retratos podemos apreciar que Sosa no olvida mencionar ciertos rasgos étnicos que explícitamente realzan la multiplicidad étnica de la URSS unida en un imperio igualitario, fuerte y grande, gracias a las acciones del Estado soviético, que eliminaba los problemas de nacionalidades y del que se sienten orgullosos sus ciudadanos. Un ejemplo de este imaginario, que se opone a las críticas antisoviéticas que señalaban conflictos nacionalistas no resueltos, lo podemos apreciar en el fragmento que dedica a reproducir su conversación con el piloto armenio Manucharian. Este, después de explicar en estilo directo su participación en la Gran Guerra Patria y su posterior desmovilización, añade: «Mis padres siguen viviendo en Armenia y yo me casé con una rusa. Como Ud. ve, también un ejemplo de que en la URSS no existe “problema de nacionalidades”» (194), problema que sí existía, lo que ha quedado sobradamente demostrado por la historiografía, como podemos apreciar en las siguientes palabras de :
El problema nacional, de hecho, figura entre las preocupaciones por excelencia de los dirigentes soviéticos desde la misma creación de la Unión Soviética en 1922. La búsqueda de una fórmula no colonialista que permitiese la cohesión de lo que hasta entonces era un imperio de caracteres tradicionales y la superación de las diferencias de clase, cultura y religión gracias a la nueva ideología fue una constante hasta el final […]. Por otro lado, se pretendió que la nueva identidad soviética, como superadora de las diferencias nacionales, se extendía por igual en las diferentes repúblicas y pueblos. Pero lo cierto es que fundamentalmente fue un sentimiento compartido por los rusos, disminuyendo su intensidad entre los individuos de otros pueblos y minorías.
Ya casi al final del relato del viaje, Jesualdo Sosa reflexiona a posteriori sobre una pregunta que le realizó un periodista, en la rueda de prensa para Izvestia que les organiza VOKS en su local de Moscú, y a la que no supo contestar razonadamente en ese momento: «¿Cuál es su impresión sobre los hombres corrientes soviéticos que ha tratado?» (267). Esta reflexión, que pone en funcionamiento una estructura que podríamos llamar diseminativa-recolectiva, le lleva a realizar una revisión pormenorizada de los hombres y mujeres conocidos durante el viaje y en la que los retratos presentan muchas de las características ya observadas en los anteriormente analizados pero que, en esta ocasión, se presentan como los signos del «hombre/mujer corriente»: cordialidad, fortaleza, profesionalidad, sencillez y recato en el vestuario de las mujeres, activismo social, disciplina, seriedad en el trato, recato o pudor en la exteriorización del sentimiento, el amor o la sexualidad. Con respecto a esta última señala: «No hemos visto en ningún aspecto de la vida (ni en la diaria, ni en el cine, ni en el teatro, ni en la convivencia social), no hemos visto ese perro erótico suelto que es tan típico ladero de nuestro mundo» (273). Como aclaración a esta cita tenemos que señalar que en esta época estalinista, frente a la inmediatamente posterior a la Revolución en la que la libertad sexual formó parte del ideario revolucionario ―con medidas tan radicales como la derogación de la mayoría de las leyes que criminalizaban a los homosexuales, legalización del aborto, libre y gratuito, o el divorcio―, se privilegia, en la relación entre el sujeto y el deseo, el orden y la homogeneización del mundo social sobre la búsqueda de la realización personal, valorando a la familia como un instrumento ordenador básico de la sociedad frente al amor libre, al que se considera la expresión de una «desviación burguesa» que hace peligrar la sobrevivencia de la revolución. Ya Lenin en 1920, como queda recogido en el libro de Clara Zetkin Recuerdos sobre Lenin, publicado en 1924, apelaba a dejar la cuestión sexual en aras de los esfuerzos revolucionarios:
La revolución exige concentración, exaltación de fuerzas. De las masas y de los individuos. No tolera esas vidas orgiásticas propias de los héroes y las heroínas decadentes de un D’Annuzio. El desenfreno de la vida sexual es un fenómeno burgués, un signo de decadencia. El proletariado es una clase ascensional. No necesita embriagarse, ni como narcótico ni como estímulo. Ni la embriaguez de la exaltación sexual ni la embriaguez por el alcohol. No debe ni puede olvidarse, ni olvidar lo abominable, lo sucio, lo salvaje que es el capitalismo. Su situación de clase y el ideal comunista son los mejores estímulos que pueden impulsarle a la lucha. Necesita claridad, claridad y siempre claridad. Por tanto, lo repito, nada de debilitarse, de derrochar, de destruir sus fuerzas. El que sabe dominarse y disciplinarse no es un esclavo, ni aun en amor ().
Estas ideas son las que se dejan translucir en la construcción de muchos de los retratos de hombres y, sobre todo, de mujeres de Jesualdo Sosa. En ellos no hay signos externos que impliquen «desviaciones burguesas».
Sosa ve en el hombre corriente soviético lo que dice extraer del periódico Pravda: «una individualidad robusta y original, inseparablemente vinculada al vigoroso espíritu colectivo del pueblo trabajador» (276), características que exaltan el ideario soviético en la construcción del homo sovieticus y que Jesualdo incorpora en los retratos de los hombres y mujeres que conoce durante su viaje.
Para comprender el «sovietismo» de este intelectual uruguayo es conveniente tener en cuenta que Mi viaje a la URSS se escribe en el momento más álgido de la «batalla ideológica»; momento en el que «a la feroz campaña de demonización y represión que creó la política exterior de Occidente, los comunistas respondieron con un endurecimiento del poder disciplinario a todos los niveles, que en las llamadas «democracias populares» alcanzó niveles patológicos de control y terror» () y en el que en la mayoría de los partidos comunistas del mundo se tendió a:
[…] reforzar su disciplina interna sobre la resignificación de viejos conceptos. El «internalismo proletario» pasó a designar la más absoluta fidelidad a la URSS, que como nunca antes simbolizó un modelo político y un prodigio económico, cultural, social y científico. El «espíritu de partido» se tradujo en la sumisión total a las direcciones, cuyos hombres adquirieron atributos cuasi sagrados. La «lucha de clases» se impuso a cualquier otro tipo de combate, particularmente en el terreno ideológico, aunque el mandato antiimperialista convirtió a los comunistas en adalides de la defensa de las culturas nacionales amenazadas por el «cosmopolitismo» y la «degeneración» norteamericanas ().
Hemos podido comprobar a través de esta cala en los retratos en los que demora la narración, que Sosa ve, en los hombres y mujeres «corrientes» que ha conocido, al «hombre que trabaja», al «hombre nuevo» surgido de la revolución que tiene conciencia de sí mismo y de su función social en tanto que forma parte de una colectividad que se afana en el mejoramiento de las condiciones de vida y de la felicidad comunitaria, como pedía , en su famoso Discurso en el Primer Congreso de Escritores Soviéticos de 1934, para el héroe de la nueva literatura soviética y que se verá reflejado en las obras literarias del realismo socialista. Uno de los motivos centrales de estas es, como señala , «el gran sueño soviético» ―fundir el material humano para crear a una persona impecable, ejemplar, un homo sovieticus―. Este motivo de la refundición humana está perfectamente reflejado en el título de una de las novelas más emblemáticas de la época soviética: Así se templó el acero (1934) del escritor Nikolái Alekséievich Ostrovski (1904-1936)». Son muchas las ocasiones en las que, durante la descripción de su viaje, Jesualdo Sosa cree ver cumplida en la Unión Soviética la presencia del mito del homo sovieticus. La aplicabilidad del ideario comunista en todo lo que ve es la que guía sus observaciones que tratan de mostrar a un receptor latinoamericano o uruguayo, a través del valor testimonial, cómo esa aplicación está haciendo posible la utopía de un «hombre nuevo «en un «mundo nuevo» no capitalista, contribuyendo a la creación de una cultura de izquierda bajo la dirección del comunismo. Si como afirma , los mitos son actos de confirmación de valores en tanto que
[…] el término «mito» se extiende a determinadas construcciones, presentes en nuestra vida intelectual o afectiva, y también las que nos permiten conectar teleológicamente los componentes cambiantes y condicionados de la experiencia, relacionándolos a realidades incondicionadas («ser», «verdad», «valor», etc.),
podríamos considerar que el objeto de observación de Jesualdo Sosa ―en esa intención demostrativa de una fórmula aplicable― no es el individuo particular, sino la imagen colectiva del pueblo soviético que responde a las realidades incondicionadas de ser, verdad y valor del mito del homo sovieticus, lo que les confiere a sus retratos una perspectiva política. Su mirada es una mirada comprometida con un ideario prosoviético. Esta postura está en consonancia con la del PCU de la época de Eugenio Gómez como secretario general del partido (1941-1955) y que a comienzos de los años 50 y, sobre todo, después de la derrota electoral de noviembre de 1951 puso el énfasis autocrítico en reforzar la educación ideológica de los comunistas para fortalecer la fe revolucionaria () y en un mayor impulso partidista por la lucha por la paz. Recordemos que esta delegación uruguaya viaja como Comité Central de la Paz y, por tanto, como integrante del Consejo Mundial de la Paz, auspiciado por la URSS, lo que convierte este libro de viaje en una muestra significativa de la Guerra Fría cultural iniciada tras la II Guerra Mundial por las dos superpotencias, que cifraban la cara amable de esta batalla ideológica en dos palabras talismán: paz y libertad, esgrimidas por la URSS y los EE. UU., respectivamente (). Es en este contexto en el que los retratos de hombres y mujeres soviéticos y soviéticas de Jesualdo Sosa deben ser leídos. Sus retratos articulan valores del imaginario comunista, del arquetipo del mito comunista del «nuevo hombre» que nuestro autor considera valioso difundir a un público latinoamericano en una época en la que la confrontación ideológica entre dos formas de estar en el mundo se polariza y agudiza.
Referencias bibliográficas
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Notas
[1] Este trabajo se ha realizado en el marco del proyecto Escritores latinoamericanos en los países socialistas europeos durante la Guerra Fría (ELASOC). Ref. PID2020-113994GB-I00 del Plan Nacional 2020. Programa Estatal de Generación de Conocimiento y Fortalecimiento Científico y Tecnológico del Sistema de I+D+I.
[2] Establecida en 1925 por el Gobierno soviético para centralizar y controlar mejor el esfuerzo por crear y transmitir una imagen positiva del país hacia el extranjero, era la encargada de organizar los viajes y conferencias y atender a los visitantes (Zourek 2017: 337), así como la coordinadora e intermediadora de las distintas asociaciones extranjeras que pretendían trabar contactos culturales y científicos con instituciones soviéticas. A partir de 1958 la VOKS pasó a denominarse Unión de Sociedades Soviéticas de Amistad (SSOD).
[4] Como a Ariel Badano (1951) con Alba combatiente: poemas…, a Asdrúbal Jiménez (1959) con Los desposeídos, a Rodney Arismendi con Para un prontuario del dólar (Al margen del Plan Truman) (1947) o Problemas de una revolución social (1962) y a José Luis Massera con Ciencia, Educación, revolución (1970). EPU también publicará en 1949 el libro Coplas de Juan Panero: Libro I del poeta comunista español Rafael Alberti, que tras la Guerra Civil española y desde 1940 a 1963 vivió el exilio entre Argentina y Uruguay. En este último país y en concreto en Punta del Este, Alberti y María Teresa León vivieron todos los meses de verano durante veintidós años en su casa bautizada La Gallarda, centro de reunión de artistas y escritores.
[5] Previamente Laureiro había publicado en 1946 el ensayo Yo: Rusia por dentro… y por fuera en la Editorial América de Montevideo.
[6] Que fuera EPU la principal distribuidora se debía a la legalidad en esas fechas del PCU; legalidad que en otros países no existía por lo que «muchas veces se vendían y repartían libros y folletos a personas y agentes de países latinoamericanos en los que el Partido Comunista era ilegal» ().
[7] Todos los componentes de la Delegación cobraron en rublos por la realización de artículos para medios soviéticos si consideramos las siguientes palabras de Sosa: «Poseedores de rublos (derechos cobrados por nuestros artículos en diversas publicaciones soviéticas), y como advirtiéramos que estábamos sobre partida y con rublos en el bolsillo […]» (277).
[8] Jaroslav Kuchválek fue posteriormente Embajador de la República Socialista de Checoslovaquia en Brasil y reconocido hispanista. Con anterioridad y en fecha cercana al viaje de Jesualdo Sosa, participó como intérprete en el homenaje que la Universidad de Chile rindió a Pablo Neruda en su quincuagésimo cumpleaños en julio de 1954, en el que fue invitado junto a los escritores checoslovacos Jan Drda, director de la Unión de Escritores Checoslovacos, y Jan Kostra (20/7/1954). Esta misma delegación asistió en julio y agosto a la primera edición del Festival Internacional de Cine de Mar de Plata ().
[9] Wladimiro Kusmichev (también transcrito como Vladimir Kuzmichev) llegará a ser secretario de la Asociación URSS - América Latina () y en los sesenta fue director del Departamento Latinoamericano de SSOD (Unión de Sociedades Soviéticas de Amistad) «que como se supo recientemente a la vez se desempeñaba como oficial de la Inteligencia exterior soviética», se señala a pie de página de una carta de Pablo Neruda (17/4/1963) dirigida a Kuzmichev editada por .
[10] Visitando el Palacio de Leningrado el narrador retrata de esta forma a su vicedirectora: «una mujer delgada, nerviosa, vestida sencillamente con un traje de saco y sin ninguna exteriorización femenina» (165).
[11] Cuando visita un jardín de infantes para niños huérfanos expresa: «Los niños están bien alimentados (la comida es sumamente variada y nutritiva), vestidos con corrección y son extraordinariamente alegres y despiertos» (65). En el koljós Mikoian de Everan, en Armenia, la comitiva es recibida por su presidente y un grupo numeroso de koljosianos que «traen su rostro soleado y esa fisonomía inconfundible de los trabajadores del campo. Visten sencilla pero correctamente» (227).
[12] Comenta el autor: «La seriedad, casi empaque, que tiene el soviético, le viene mucho, al parecer de su sentido de responsabilidad funcional o para vivir. No se les ve signos de exteriorización ruidosa en ningún aspecto» (272).
[13] Informa : «Los resultados electorales de 1950 fueron catastróficos para los comunistas. El PCU había perdido un poco menos de la mitad de sus votos de 1946, pero más de la mitad de su bancada parlamentaria. Gómez no entró al Senado y de 4 diputados por Montevideo y 1 por Canelones, el PCU iba a tener tan solo 2 representantes capitalinos».
[14] Nace integrado al Movimiento Internacional de Partidarios de la Paz impulsado por los dirigentes soviéticos y, como explica , la causa de esa decisión podría ser explicada por el «hecho de que el desarrollo de las armas nucleares por el Gobierno de EE. UU. proporcionaba a la superpotencia norteamericana una gran superioridad militar sobre las armas convencionales de que estaba dotado el Ejército Soviético. Por lo menos hasta que la URSS logró desarrollar sus propias armas nucleares y los vectores capaces de impulsarlas a grandes distancias (cohetes intercontinentales). Durante tan crítico periodo, los dirigentes soviéticos trataron de impulsar y desarrollar un gran movimiento de masas a favor de la paz, que eventualmente pudiese contrarrestar los intentos de una guerra preventiva contra la Unión Soviética que preconizaban algunos politólogos y estrategas estadounidenses».