A la memoria de Almudena Grandes, novelista de Madrid.
1. INTRODUCCIÓN
Cuando un escritor se convierte en celebridad nacional, todo cuanto hace en adelante adquiere una significación que lo trasciende. La glorificación del escritor en las sociedades modernas conlleva una exposición permanente de su vida ante la opinión pública, que observa y analiza cada detalle de su comportamiento, identificándose con él o criticándolo con acritud si no se ajusta a lo esperado. Es el precio de la celebridad. Administrar la gloria adquirida se convierte entonces en una tarea ardua y complicada, sobre todo si el reconocimiento es controvertido desde los primeros pasos y se le utiliza como campo de batalla de posicionamientos ideológicos y políticos opuestos. El paso del tiempo acentúa las disensiones y las complicidades. Así ocurrió con Pérez Galdós, que vivió gran parte de su vida bajo el contradictorio yugo de la celebridad desde que tras los dos banquetes que le ofrecieron sus admiradores el 26 de marzo de 1883 en el círculo Ayala de Madrid, la discreta privacidad en la que había vivido hasta entonces se vio desbordada con su conversión en escritor nacional (). Al despedir al escritor, todavía recordaba cuanto significó aquel homenaje en su trayectoria y reclamaba para el escritor un reconocimiento mayor que el que había tenido hasta entonces.
Entre los innumerables episodios que cabe evocar para ilustrar estos supuestos voy a analizar aquí una serie de imágenes de Pérez Galdós y de escritos relevantes sobre él relativos a dos momentos del final de su vida: la erección del monumento al novelista en el Retiro madrileño, inaugurado el 19 enero de 1919, y el adiós que le tributó el pueblo de Madrid cuando falleció el 4 enero de 1920. Culminó el primero el reconocimiento de su carrera dedicada a novelar las contradicciones de la vida moderna española tomando como escenario preferente Madrid y las necrologías contienen un balance sobre lo que significaba como escritor nacional.
Aunque Pérez Galdós estaba viejo y enfermo, continuaba haciendo certeros análisis de la vida española en sus escritos y declaraciones. Y de aquí que todavía fuera campo de batalla entre liberales y conservadores por sus posicionamientos políticos. Nunca renunció a seguir lanzando a la sociedad española sus mensajes, ni siquiera cuando mermó la salud y tuvo que enfrentarse a limitaciones tan graves como la ceguera. Apenas unos días antes de fallecer aún encabezó la firma de un documento en la que se pedía que se reintegrara a sus puestos a un grupo de alumnos de la Escuela Superior de Guerra, que habían sido expulsados injustamente como recordaba El Sol la mañana del día 4 de enero de 1920: «La última voluntad del maestro» ().
El reconocimiento social no pudo ocultar la creciente miseria económica del escritor, aunque vivió atendido con solicitud por sus familiares y otras personas cercanas en la casa de su sobrino, en la calle Hilarión Eslava, donde residía. Era don Benito, con sus más y sus menos, el gran patriarca de las letras españolas. Cuanto hacía, decía o escribía se convertía en noticia y en objeto de discusión como venía siendo habitual. Era el peso de la celebridad del escritor nacional que representaba el patriarca de las letras españolas.
2. EL MONUMENTO DEL PUEBLO DE MADRID A SU NOVELISTA EN EL RETIRO
A comienzos de 1919 se inauguró el monumento que proyectó y ejecutó el escultor Victorio Macho, con quien Pérez Galdós había establecido una cordial amistad cuando esculpió su busto en San Quintín en 1914-1915 (.). El escultor le envió una copia al novelista en 1915 y este, complacido, hizo gestiones para que se difundiera su fotografía como portada de La Esfera el 12 de junio de aquel año. Era una revista con cuyos propietarios mantenía una excelente relación (). Esto le dio cierto nombre a Victorio Macho y le llovieron los encargos para hacer otros retratos. Un tiempo después se instaló en Madrid, abrió taller en Las Vistillas y siguió frecuentando al novelista como uno de sus amigos más cercanos y fieles. Don Benito, además, conservó hasta el final de su vida el busto en lugar preferente en su estudio. El escultor siguió retratando en otras ocasiones al viejo escritor y hasta publicó algún dibujo ().
Un grupo de literatos y el escultor lanzaron un tiempo después la idea de que Madrid debía honrar al novelista con un monumento público. Formaron la comisión que gestionó la suscripción popular con la que se financió Serafín y Joaquín Álvarez Quintero, José Francés, Marciano Zurita, Andrés González Blanco, Emiliano Ramírez Ángel y Victorio Macho.
Nada era más natural sino que fuera este último quien se ocupara de diseñar y ejecutar el monumento. Además, se ofreció a realizarlo gratuitamente, con lo que solo se tendrían que financiar los gastos materiales. Don Benito posó para el escultor en su habitación de la casa de Hilarión Eslava. Victorio Macho fue bosquejando la figura, retratándolo reclinado en su sillón, sin ningún énfasis ni pose forzada, en actitud de reposo meditativo. Más adelante, algunas noches Galdós iba al taller del escultor con Paco, su criado, para posar mientras el artista precisaba los últimos detalles de la maqueta y para comprobar desde su ceguera prácticamente completa como avanzaba el proyecto del monumento.
Se fue informando a la opinión pública del desarrollo de los trabajos. En los primeros días de febrero de 1918 los periódicos ya daban cuenta de que se había puesto en marcha la suscripción popular para sufragar los gastos (véase, por ejemplo, el comentario de ).
El 16 marzo de 1918 La Esfera publicó una fotografía de Salazar de la maqueta con este pie: «Proyecto de estatua a D. Benito Pérez Galdós, obra del joven y notable escultor Victorio Macho». La acompañaba y glosaba un artículo de José Francés, «De la vida que pasa. Galdós», recordando cómo había surgido la iniciativa y sostenía que el escultor ya en el boceto «eterniza a Galdós en una actitud de reposo»:
Victorio Macho, el gran escultor, quiere expresar con ello ―además de una armónica serenidad realmente estatuaria― que la enorme labor galdosiana ya está ungida para siempre de inmortalidad, y que las manos que obedecieron tantos años al mandato del pensamiento inagotable, descansan al fin…
Don Benito Pérez Galdós, con su silueta flaca y alta, sus bigotes blancos y sus ojos menudos ocultos detrás de las gafas negras, tiene en la España intelectual aquella importancia que tuvieron en Francia Balzac, en Inglaterra Dickens y en Rusia Tolstoi. Es el gran agitador de las multitudes; pero teórico, sentimental, de ese mundo interior donde caben todos los sueños que ni siquiera se lucha por realizarlos. Sus novelas «contemporáneas» y de «la primera época» responden a un concepto vulgar y cotidiano de la vida. Sus Episodios nacionales están de tal manera ligados a nuestra historia, han sabido recoger las palpitaciones de nuestro pueblo y de sus quimeras, triunfos y descalabros, con tan exacta veracidad que, como dice Enrique Bravo en la España trágica, al abrir cualquier episodio, «Vamos a ver la historia de España» ().
Francés adelantó así el alcance simbólico del monumento y situó a Galdós entre los grandes novelistas europeos que mejor ejemplificaban en sus respectivos países la novela moderna: Balzac, Dickens y Tolstoi. Después realizaba otras consideraciones sobre los Episodios y la significación que tenían para los españoles, deseando que el legado de Galdós fuera «lazarillo para tantos ciegos de espíritu» como había en el país. La situación no dejaba de ser paradójica: un escritor viejo y ciego reposando sentado en su sillón era el guía elegido para abrirles los ojos del espíritu a los españoles.
También José García Mercadal describió el modelado de la figura de Pérez Galdós en La Correspondencia de España el 3 marzo de1918, insistiendo en el análisis del significado de la postura en reposo del escritor:
En recientísima visita hemos encontrado al joven escultor comenzando el modelado de la figura que constituirá sobre un pedestal bajo, el monumento a Galdós emplazado en el Retiro que va a construirse por suscripción particular.
El boceto es admirable. Se ha huido en él de toda ridícula representación de motivos, pues D. Benito tiene valor propio bastante para que sea preciso rodearle de alegorías. Sentado en un sillón y cubiertas las piernas con una manta, según la postura habitual en su refugio de escritor, el patriarca de las letras españolas guarda una actitud de reposo, enlazadas sus manos sobre las piernas y alzada su cabeza, como si los ojos, velados por la ceguera, tratasen de seguir en el aire el desfile de las inmortales figuras creadas por su inteligencia.
No es un busto, como algunos escribiendo un tanto ligeramente han dicho, sino un monumento lo que la devoción de sus admiradores regalará al Ayuntamiento de Madrid en honor y para memoria del ilustre Galdós, en cuyos libros tantas páginas memorables pueden encontrarse consagradas al pueblo de Madrid y a sus héroes. Y este monumento, al propio tiempo que enaltezca la figura de un escritor insigne, será tal que consagrará el valer de un artista que supo labrar en el silencio la excelsitud de su arte ().
Meses más tarde, Pedro de Répide en «La estatua de Galdós. El tributo de la piedra», en El Progreso, decía:
No se concebiría, en verdad, el monumento de Galdós más que en la forma sencilla, noble y recia con que se ha realizado. Podría variar únicamente el tamaño, ser de tales o cuales dimensiones el bloque de piedra, en que ha de quedar tallada la figura del maestro, siempre grandiosa de cualquier manera que sea interpretada.
[…] Victorio Macho, el joven y admirable escultor, ha ofrecido su obra generosamente, poniendo en ella el amor que todos los españoles deben al excelso patriarca de las letras. Sólo se ha recaudado para los gastos exclusivamente materiales, y todo ello se ha hecho con la cantidad insignificante para tal objeto de unas 10.000 pesetas, ya casi totalmente recogidas.
Y de este modo, por el esfuerzo noble de un artista, y sin la alharaca de una gran suscripción, Pérez Galdós podrá saber que ha quedado levantada su estatua, y pocas veces en verdad se habrá entregado con más motivo la imagen de un escritor a la contemplación y veneración de las generaciones venideras ().
En octubre ya estaba concluido el monumento. El Fígaro publicó el día 14 en su portada una fotografía de la escultura y delante de ella Galdós acompañado por Victorio Macho, Emiliano Ramírez Ángel y Andrés González Blanco
En el interior, dos extensos artículos proporcionaban información sobre don Benito: «Pérez Galdós. Su vida y su obra» (), con un demorado recorrido por su trayectoria, ilustrado con dos dibujos de Luis de la Rocha del anciano escritor, en uno de ellos en posición similar a la del monumento; y de , «Su significación Nacional. El teatro de Galdós», resaltando la contribución de los dramas galdosianos a la modernización de la sociedad española y acompañados de fotografías de la salida del banquete que el día anterior les habían ofrecido a Galdós, Unamuno y Cavia en el hotel Palace unos 600 comensales en un acto de desagravio por la persecución que estaban sufriendo por la censura a causa de sus opiniones políticas sobre la posición española ante la Primera Guerra Mundial. Eran partidarios de los aliados frente al gobierno presidido por el Sr. Allendesalazar, que sostenía posicionamientos germanófilos.
En esta circunstancia radica el que González Blanco titulara su artículo con una construcción tan forzada en el comienzo: «Su significación Nacional». Lo acompañaban las fotografías citadas y una extensa crónica, «Por tres grandes españoles. El acto de ayer en el Palace» (), con dibujos de Rocha, donde se incluyen la descripción del acto y los discursos pronunciados, incluidos los de los homenajeados con los inevitables espacios en blanco por los cortes de la censura. Era sin lugar a dudas un acto político cuyas principales circunstancias explicó . Galdós, Unamuno y Cavia se habían posicionado con los aliados en el conflicto bélico que se vivía y esto les causó no pocos contratiempos. El que las embajadas de Inglaterra y Francia apoyaran la construcción del monumento con 1000 pesetas cada una probablemente tiene que ver con la simpatía y el apoyo mostrados por Galdós con sus países en el conflicto.
Otros retratos de los homenajeados jalonan las páginas del periódico: «Mariano de Cavia», pintado por . «Miguel de Unamuno», por , acompañado de un artículo glosando su personalidad de Bernardo G. de Candamo; y «Benito Pérez Galdós», por , envejecido y concentrado en sí mismo.
Este último artista era colaborador habitual del diario y lo encontraremos más delante en este ensayo firmando otros retratos de Pérez Galdós. En El Fígaro, que defendía posiciones políticas liberales y hasta socialistas, no podían dejar pasar de largo un suceso tan importante como aquel banquete y de paso aprovecharon para promocionar el monumento, ya acabado y en condiciones de ser entregado a las autoridades municipales madrileñas.
El hecho es que a finales de año el monumento estaba preparado para su presentación pública y la inauguración tuvo lugar en la tarde del domingo 19 de enero de 1919. Unos días antes la comisión había mandado a la prensa una carta con el recordatorio de que se trataba de un homenaje del pueblo de Madrid al escritor:
No hace todavía un año, varios amigos del glorioso don Benito Pérez Galdós quisimos realizar el vehemente deseo, sentido por todos sus admiradores, de elevarle en Madrid un monumento que fuera digno de su ingente obra literaria, tan original, tan madrileña, tan española.
Inmediatamente pusimos manos a la empresa, estimulados en el primer término por el generoso desinterés del escultor, que se ofrecía a hacer la estatua sin otra recompensa que su propia satisfacción.
Había que recurrir a la buena voluntad de todos, y eso hicimos, abriendo una suscripción pública que de propósito no quisimos revestir de otro aparato ni solemnidad que los que pudiera darle el entusiasmo que nos animaba.
La Prensa nos ayudó hidalgamente, publicando la noticia de nuestro proyecto y las listas de suscriptores. Las autoridades nos prestaron el más efusivo concurso, Muchos españoles, diversas asociaciones de cultura y algunos extranjeros devotos apasionados de la gloria de nuestro Galdós, se apresuraron a procurar que el insigne creador de los Episodios nacionales y de las «Novelas contemporáneas» llegase a recibir prontamente este homenaje de cariño y de admiración, tributo merecido a su genio y a su incansable y sobrehumana actividad literaria. Y así ha sido, por dicha. Nuestra fe se ha visto premiada y nuestra ambición satisfecha.
A unos y a otros nos complacemos en reiterarles ahora públicamente nuestra gratitud.
Erigida la estatua en los jardines del Retiro, frente a la Rosaleda, su entrega al excelentísimo Ayuntamiento de Madrid se efectuará el próximo domingo 19, a las tres de la tarde. Será un acto sencillo y cordial. Esta comisión ruega a todos los madrileños que no falten a él, en cumplimiento de un deber gratísimo y como vivo testimonio del amor que esta insigne villa siente por el patriarca venerable que en su larga carrera, en el libro y en el teatro, apasionado del pueblo, amigo de los humildes, castizo, optimista, apóstol siempre, no se cansó de trabajar, enalteciendo a su Patria, hasta que le impusieron pavoroso descanso la ceguera y la ancianidad. Serafín y Joaquín Álvarez Quintero, Victorio Macho, José Francés, Marciano Zurita, Andrés González Blanco, Emiliano Ramírez Ángel (apud ).
Desde minutos antes de la inauguración se fue congregando una numerosa concurrencia: desde ciudadanos anónimos a conocidos literatos y artistas, además de la comitiva municipal. Se había reservado un espacio mediante una valla y la guardia municipal cuidaba el acceso, para el que era necesaria una invitación oficial que se envió a personas destacadas: el exministro Sr. Francos Rodríguez, el maestro Arbós y el doctor Manuel Tolosa Latour, amigos íntimos del novelista; artistas reconocidos como Marceliano de Santamaría y José Pinazo; el gobernador de Madrid, Sr. Romea… los miembros de la comisión que habían gestionado la construcción del monumento. No hubo ningún representante del Gobierno de la Nación y el Ayuntamiento de la ciudad se limitó a aceptar la entrega del monumento.
Llegó la corporación municipal encabezada por el alcalde, D. Luis Garrido Juaristi, y los tenientes de alcalde con los maceros vestidos de gala y la banda municipal. Y finalmente, entre los aplausos de la multitud congregada a lo largo de un sendero decorado con laurel y otras flores, apareció Pérez Galdós en compañía de Victorio Macho, en un coche de caballos que había puesto a su disposición el Ayuntamiento. Tras descender con dificultad del carruaje y una vez acomodado en un sillón preparado al efecto, comenzó el acto de la inauguración mientras sonaban los acordes de la Marcha solemne, del maestro Villa, y el final de la ópera Zaragoza, de Pérez Galdós y el maestro Arturo Lapuerta.
El monumento se hallaba cubierto con una gran bandera española, que retiró el alcalde. La situación no dejaba de ser paradójica: por un lado, el anciano novelista se encontraba sentado en un modesto sillón, que aliviaba su decrépita salud. Por otro, en el monumento, aparecía sentado en un espectacular sitial, cuyos brazos eran dos leones, dos magníficos ejemplares de la especie que había acompañado su celebridad desde los días de la edición ilustrada de los Episodios nacionales, en que el emblemático animal de la heráldica española aparecía en las cubiertas de los tomos y en las portadas de los diferentes episodios. Los leones franquearon el paso en adelante a Pérez Galdós, una vez convertido en el escritor nacional por excelencia. Y no solo en los libros, sino que en la fachada de San Quintín, en Santander, cuidó que aparecieran tutelando la casa los leones rampantes con el emblemático lema Plus Ultra y después en la calle Hortaleza, en la decoración exterior de su editorial, formaban parte sustancial de la publicidad diseñados por Arturo Mélida. Más todavía: la empuñadura de su bastón, hoy en el Museo de Historia de Madrid, es una leona agazapada.
En el acto de la inauguración intervinieron distintas personalidades, comenzando con un discurso de Serafín Álvarez Quintero, quien se dirigió al novelista como amigo y «patriarca de nuestras letras». Describió la escultura:
Pues hela aquí, ésta es, esculpida en piedra catalana por un escultor de Castilla: sencilla y austera, tranquila, reposada, noble, representativa en su serenidad y en la solemne actitud de sus cruzadas manos del alto espíritu que supo crear una ingente obra, plena de viva realidad, y cuyas páginas exhalan, como un vaho de lágrimas que sube al aire camino de los cielos, el amor a los menesterosos y a los humildes. Es nuestro Galdós (apud ).
Resaltó el valor educativo de los libros del maestro en el sano patriotismo para los niños y jóvenes y lo parangonó con Dickens y Balzac, novelando durante medio siglo la historia de Madrid y la de España.
En un breve discurso, el alcalde tuvo palabras de agradecimiento para cuantos habían hecho posible la erección del monumento y elogió a Galdós, a quien besó la mano al final. Después se procedió a la entrega del monumento al alcalde dejando constancia en un acta en pergamino firmada por Galdós, el alcalde de Madrid don Luis Garrido Juaristi, los miembros de la comisión y algunos otros ciudadanos. Valero transcribe el documento:
En Madrid, a XIX de enero de MCMXIX, en presencia del excelentísimo Ayuntamiento de esta villa y corte, se procedió por el excelentísimo Sr. D. Luis Garrido Juaristi, alcalde presidente, a la ceremonia de inaugurar la estatua del excelso novelista y dramaturgo don Benito Pérez Galdós, erigida por suscripción pública, y situada en el lugar del parque de Madrid denominado paseo de los Pinos. La Comisión ejecutiva, compuesta por Victorio Macho, escultor y autor del monumento, y los escritores Serafín y Joaquín Álvarez Quintero, José Francés, E. Ramírez Ángel, Marciano Zurita y A. González Blanco, hace en el día de hoy solemne entrega de ella para su custodia a la villa de Madrid.
Y para que conste firman este [sic] acta todos los asistentes a la ceremonia (apud ).
Una comisión de niños y niñas ciegos del Colegio de Sordomudos y Ciegos entregó al novelista un ramo de flores. Terminado el acto y arropado por la multitud, Galdós se dirigió con evidentes signos de dificultad, emocionado y tembloroso, hacia su carruaje entre aplausos y vivas de los congregados.
Emilia Pardo Bazán, siempre atenta a cuanto sucedía con don Benito y consciente de su propia ancianidad, escribió una emotiva columna, «Un poco de crítica. Estatua en vida», en ABC, el día 27 de enero. El dos de febrero se le dio un banquete a Victorio Macho en el restaurante Ideal-Room. Las invitaciones se pusieron a la venta en las librerías de Fe y Pueyo, y en el Círculo de Bellas Artes, a 12,50 pesetas el cubierto. Fue organizado por Mateo Inurria, Marceliano Santamaría, José Pinazo, Germán Gómez de la Mata y Ballesteros de Matos. En su breve intervención de agradecimiento Victorio Macho resaltó lo mucho que debía a Galdós y brindó por él:
Esta labor mía, que vosotros en un momento de infinita bondad ponderáis, sin duda exageradamente, ha sido una obra inspirada por el amor y la devoción que todos debemos al gran patriarca Galdós, al nunca bastante ponderado… Yo he sido el intérprete, no más, de vuestro sentir, y me emociona pensar que al rendir tributo al literato glorioso, pobre como Diógenes, ciego como Homero, ingenuo y grande como la raza, la España espiritual se ha elevado a los ojos del mundo.
El saber que venía el maestro nos ha reunido a todos aquí en una fiesta simpática, homenaje que vosotros me dedicabais a mí y yo le brindo a él.
[…] Elevemos siempre nuestro espíritu a esa luminosa y profunda mansión de poesía, donde Beethoven dirigirá la imponente sinfonía de los infinitos mundos y Miguel Ángel continuará dando formas grandiosas a colosales titanes.
Y tú, amado abuelillo, maestro glorioso. ¡Genio! Cuando llegues a ese mundo ideal de Beethoven, Miguel Ángel, Cervantes, Shakespeare, Alonso Berruguete, El Greco y Goya diles de nosotros (en ).
Victorio Macho colocaba de este modo a don Benito en una galería de celebridades artísticas europeas extraordinaria, en compañía de Beethoven, Miguel Ángel, Cervantes, Shakespeare, Alonso Berruguete, el Greco y Goya. Resulta emocionante comprobar que lo hiciera evocando también a Diógenes y Homero, por su pobreza y por su ceguera. La revista Mundo gráfico publicó una fotografía de Cortés del homenaje el 5 de febrero: en ella comparece Pérez Galdós sentado con un grupo de los asistentes al banquete y el propio Victorio Macho se encuentra en la parte inferior izquierda (apud ).
La monumentalización de Pérez Galdós se había consumado de este modo en la ciudad en que situó la mayor parte de su extensa obra narrativa. Hay un gran contraste entre la figura del obrero de la pluma viejo y cansado descansando en su sillón y el genio a quien se homenajea, presentándolo sentado sobre un grandioso sitial, constituido por dos leones. La actitud en que fue retratado el viejo escritor tiene un punto de melancolía, que invita a situar el monumental retrato en la sugestiva serie de las representaciones melancólicas de los artistas de la vida moderna. Representa la gloria de un laborioso ciudadano, fatigado tras haber contado los afanes de sus conciudadanos. Aunque denostado por algunos, olvidado por el Gobierno de la Nación y corregido el olvido institucional por un grupo de ciudadanos, el novelista tuvo al fin un espacio en el gran parque madrileño del Retiro. Su desmedrada figura contrasta con el teatral empaque de los titulares de otros monumentos cercanos. Y aun así, tiene una grandeza superior a ellos. La grandeza del genio.
A partir de mediados de verano, sin embargo, la salud del novelista se fue deteriorando inexorablemente y aún no se había cumplido un año desde el glorioso homenaje madrileño, cuando se produjo el deceso del escritor, rodeado de los suyos en su cuarto de la casa de Hilarión Eslava.
3. LA MUERTE DE PÉREZ GALDÓS Y LA DESPEDIDA DEL PUEBLO DE MADRID
El desenlace se produjo entre las tres y las cuatro de la madrugada del día 4 de enero de 1920. Tenía don Benito 76 años y a su lado se encontraban su hija María, con su esposo Juan Verde, su hermana y su sobrino José Hurtado de Mendoza; también Rafaelita, la hija del torero Machaquito, que vivía con ellos (), y su secretario personal, el escritor Rafael Mesa y López, así como la señorita Carmen Lobo y los señores Victoriano Moreno y Eusebio Feito.
Hasta última hora le había acompañado también Gregorio Marañón, su médico de cabecera, quien después llamó a algunos jóvenes artistas para que inmortalizaran el gesto último del fallecido, dibujándolo y realizando mascarillas mortuorias. Pronto se corrió la voz del fallecimiento y fueron llegando al domicilio sus mejores amigos: los hermanos Álvarez Quintero, Victorio Macho, Emiliano Ramírez Ángel, José Betancourt (Ángel Guerra), Margarita Xirgu, etc. También el ministro de Instrucción Pública, Natalio Rivas, que ofreció a la familia que el Estado costease el entierro aunque no existía procedimiento reglado, lo que dio lugar en las horas siguientes a un precipitado Real Decreto que suscitó duros comentarios, alguno de los cuales cito después.
Aquella misma mañana los periódicos proporcionaron información escrita y gráfica del suceso, como la fotografía del escritor viejo y solo a los pies de su monumento en el Retiro, que publicó El Fígaro en su portada y que contrasta una vez más la humanidad deteriorada del escritor con su glorificación.
Leyendo el pie de la fotografía y el editorial galdosiano de aquel día, se entiende la elección de esta imagen, que da continuidad a su compromiso con el país hasta el final de sus días.
Por la tarde continuó el desfile de allegados por la casa mortuoria: Emilia Pardo Bazán, Armando Palacio Valdés, el doctor Tolosa Latour, Eduardo Marquina, Fernando Díaz de Mendoza, Manuel Machado, Pedro Muñoz Seca, etc., etc. Puede verse una extensa relación en La Libertad el 5 de enero y también en otros periódicos. Pero no compareció ningún otro miembro del Gobierno y el rey Alfonso se limitó a enviar a un ayudante.
Varios artistas escultores confeccionaron su mascarilla y trazaron dibujos del cuerpo yacente. Teo Mesa ha rastreado algunas de estas obras, que después fueron dando lugar a variaciones (). En realidad era una muerte anunciada y las últimas imágenes del novelista presagiaban el fatal desenlace. Es el caso del «Apunte del natural hecho recientemente por Juan José Gárate» que publicó El Sol el mismo día cuatro de enero, cuando se anunció en la portada: «Duelo nacional. Ha muerto Galdós» (). En la parte derecha se reproducía el dibujo en el que comparece don Benito muy viejo y con los ojos cerrados, dormitando ().
Victorio Macho hizo un magistral retrato de «Galdós yacente» del que se conservan reproducciones fotográficas publicadas en la prensa (). El dibujo fue propiedad de Tomás Morales (). José Francés lo comentó en «Humano e Inmortal», en La Esfera el 10 de enero:
Y maravillosamente el rostro de Galdós no parece el de Galdós. La frente es más espaciosa; el pelo gris que lamía laciamente su cráneo se aborrasca en dos mechones libres a ambos lados; los párpados, al cerrarse, no parecen ocultar unas pupilas muertas años antes que el corazón. Las mejillas parecen aún haber engrosado y levantan un poco el bigote que tampoco es ya vulgar, sino que tiene una clásica misión estatuaria con el resto de la cara.
No es el Galdós humano, es el Galdós inmortal. Su rostro tiene ahora la augusta grandeza de una revelación ultraterrena. Todos los retratos anteriores se borrarán ante la enérgica visión de este último rostro ().
Comentó el dibujo insistiendo en contrastar la gloria del escritor célebre, a quien colocaba en esta ocasión junto a Esquilo, Homero, Shakespeare y Cervantes, con su miseria económica y fisiológica final, desatendido por el Gobierno español:
Ella resume para siempre el Galdós humano y el Galdós inmortal. El Galdós cotidiano que soportaba su miseria económica y su miseria fisiológica, pero también el Galdós de más allá de los siglos, que ocupará en la historia de la Humanidad un puesto al lado de Esquilo, de Homero, de Shakespeare, de Cervantes, y a quien el Gobierno español no ha querido enterrar con los mismos honores de simple ministro porque Galdós no desempeñó ningún cargo político importante.
Victorio Macho consideraba una de las bases de la escultura el cuidadoso dibujo previo, que ayudaba a fijar las coordenadas de lo representado y los detalles que después debían pasar a las figuras escultóricas. García Mercadal y otros críticos ya venían destacando su consistencia como dibujante cuando realizó el busto del novelista en 1914-15. Pérez Galdós aparece en este retrato con su gesto último: hundidos los ojos definitivamente ciegos, afilado el perfil del rostro, reposando su cuerpo en el lecho. La última imagen del artista, realizada siguiendo una tradición bien asentada desde el siglo xix .
Hizo también una mascarilla de yeso que al parecer no se ha conservado, aunque todavía estaba en su estudio en 1970 ().
Daniel Vázquez Díaz llevó a cabo ahora nuevas imágenes. Contaba con un gran prestigio como retratista y, desde su vuelta a Madrid en el verano de 1918, colaboraba habitualmente en la prensa liberal española con retratos de personajes relevantes, ilustraciones de relatos, los grabados de la serie «Las ciudades mártires» europeas destruidas en la reciente Gran Guerra y otros dibujos, que solo han sido censados parcialmente (). En la primavera de 1919 viajó por encargo de El Sol a París y desde allí envió dibujos de las Conferencias de paz de Versalles, y ya de vuelta a Madrid continuó ilustrando relatos, así como crónicas teatrales y musicales, y ampliando su galería de retratos de personajes relevantes de la vida española.
Vázquez Díaz había publicado, como se ha visto, retratos de don Benito, ya que formaba parte de la galería de prohombres de la nación (). Importa ahora centrarse en cómo captó el gesto último del novelista. Se ha sugerido, pero sin pruebas firmes, que el Gobierno le encargó un retrato post mortem del novelista. Este supuesto encargo desdice su cicatero comportamiento en el adiós del novelista. Aunque indica que «no existe foto de esta imagen ni se conoce el paradero de la obra», lo cierto es que existen varias obras del artista relacionadas con la muerte del novelista, pero nacidas de estas otras motivaciones inmediatas. El Sol publicó el día 5 de enero de 1920 «Galdós en el lecho mortuorio», con tres apuntes tomados del natural del novelista yacente (). Además, he localizado en el Museo de Historia de Madrid otra obra original inédita que forma serie con otras que comentaré enseguida ().
No se ha aclarado lo suficiente cuántas mascarillas mortuorias se hicieron. Mesa se refiere a que estuvieron presentes en la casa para este fin el ceramista Daniel Zuloaga y también el escultor granadino José Palma, acompañado de su alumno Cándido Carretero. Palma realizó una mascarilla, que reproduce (), y un vaciado de la mano del novelista que tantos grandes personajes literarios había pintado con su pluma. Se han localizado otras mascarillas anónimas que o bien se hicieron entonces o pueden ser copias de las vaciadas entonces, testimonios, en consecuencia, de los deseos de preservar su última imagen. Excede a estas páginas y a mi competencia un estudio detenido de estas, que sitúa y reproduce ). Daniel Zuloaga realizó al menos un apunte del natural, que publicó El Liberal el día 5 de enero en su portada junto a otro de Mariano Benlliure como parte del dosier «La obra de Galdós. Un muerto inmortal».
Al igual que otros retratos mortuorios, dibujados o fotográficos, eran manifestaciones de una costumbre habitual con la que se trataba de preservar la imagen última del difunto, mucho más si como en esta ocasión se trataba de una celebridad nacional . Y cuando fue expuesto el cadáver para que los madrileños pudieran despedirse del novelista continuó el interés y el esfuerzo por preservar su imagen. Se hicieron y se publicaron en los periódicos fotografías. Entre los artistas que tomaron nuevos apuntes sobresalen los de Vázquez Díaz, que reprodujeron los periódicos. En la portada de El Fígaro, el 5 de enero, publicaron el titular «Galdós muerto» y a toda plana una fotografía de la capilla ardiente, haciéndose eco de que toda España lloraba la muerte del insigne escritor.
Junto al editorial «Galdós y Madrid» (), incluyeron «Semblanzas. Galdós presente» de y en la página 4 cinco apuntes post mortem tomados del natural por Vázquez Díaz, bajo el epígrafe «Galdós yacente», todos ellos trazados con rapidez y espontaneidad a la vista del cadáver en el lecho mortuorio ().
Añadía así dos más a los publicados en El Sol. También La Libertad incluyó otro apunte encabezando el editorial de su dosier sobre el suceso ()
Entre otros comentarios se informaba de que también Victorio Macho y Ricardo Marín tomaron otros apuntes del natural, que quedan por localizar, aunque quizás en el primer caso se refieran al que ya he comentado antes y que se publicó en La Esfera.
Pero no adelantemos demasiado en la narración. Volvamos al día cuatro de enero. A las doce de la noche, el doctor Marañón, ayudado por otros colegas, embalsamó el cadáver y continuó el velatorio hasta las siete de la mañana del día cinco, en que el teniente alcalde de Madrid se hizo cargo del cadáver en su domicilio y lo trasladaron en un furgón hasta el Ayuntamiento, donde fue recibido por el alcalde y los concejales, escoltados por maceros. En el Patio de Cristales se montó la capilla ardiente. El cuerpo se encontraba dentro de un ataúd de caoba, que contenía otro de cristal que permitía verlo. Un lecho de hojas de laurel y guirnaldas adornaban el túmulo, siguiendo las instrucciones de Cecilio Rodríguez, el jardinero mayor del Ayuntamiento. Doce hachones iluminaban la capilla, que guardaban ocho parejas de Infantería, una de Caballería y una pareja de bomberos. Por allí, hasta las tres de la tarde, hora en que comenzó el entierro, desfilaron miles de personas, siguiendo el bando que dictó y mandó publicar el alcalde don Luis Garrido Juaristi en los periódicos:
Madrileños:
Ha muerto Galdós, el genio que llenó de gloria la literatura de su tiempo con las asombrosas creaciones de su pluma.
Con sus libros honró a su Patria, con su vida se honró a sí mismo,
Fue bueno, piadoso y el mayor orador del arte y del trabajo.
Los que le admiraron en la vida vengan a la casa del Ayuntamiento para ante su cadáver, poderle dar el último adiós.
Este homenaje de dolor le será grato porque amó siempre la sencillez
EL ALCALDE
Luis Garrido Juaristi.
A propuesta del ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, el Rey Alfonso XIII había firmado ya el aséptico decreto por el que el Estado asumía los costes del funeral y se invitaba a entidades representativas a sumarse al duelo. Sin embargo, después de su publicación en los diarios, la prensa liberal reprochó la escasa representación gubernamental en el entierro y la frialdad del documento. Volvía a hacerse evidente la distancia del mundo político conservador del escritor. En su editorial, «España entera llora al maestro», El Sol decía al respecto:
La España oficial, fría, seca y protocolaria, ha estado ausente en la unánime demostración de pena provocada por la muerte de Galdós. La visita del Ministro de Instrucción Pública no basta.
[…]Ese decreto, en el que no hay ni una palabra emocionada, destacará hoy su sequedad en las columnas de los periódicos, donde palpita el dolor de todo un pueblo, donde tiemblan las frases tiernas y acongojadas de la noble España galdosiana.
[…] No importa, el pueblo sabe que ha muerto el más alto y peregrino de sus príncipes. […] Habrá un dolor íntimo y sincero que unirá a todos los buenos españoles ante la tumba del maestro inolvidable. Y esto valdrá por todos los decretos que puedan aparecer en la Gaceta ().
Frente a la frialdad oficial, escribió un emotivo artículo acerca de «Dónde y cómo debería estar la sepultura de Galdós» sosteniendo que, aunque a las honras fúnebres se les dé el carácter de «duelo nacional», no sirven más que para que se pavoneen los vivos. Si hubiera un verdadero panteón nacional, Galdós debería ir allí. Recordaba que cuando murió Joaquín Costa propuso que lo enterraran en la cumbre del Moncayo y ahora proponía que a don Benito lo enterraran en una plazuela del corazón de Madrid que las gentes sencillas convertirían en lugar sagrado.
En La Libertad también publicaron otro duro editorial, «Sin honores», comentando que el Ministro de Instrucción Pública había declarado que no se le podían conceder honores porque no ocupó ningún puesto público de importancia. Y decían:
Está muy bien. El patriarca de las Letras españolas no ha sido, por lo menos, director general, porque no estaba casado con la hija de un exministro, ni era un joven de los que ven premiada su natural estulticia con un cargo político ejercido por juro de heredad, ni había pasado sus horas en las tertulias de un cacique. Por consiguiente, el hombre que enalteció España con su genio no puede llegar a obtener esa consagración oficial en los tristes y definitivos momentos de la inhumación de sus restos ().
Tras algunos comentarios acerca de que no podía por la misma razón abrirse para él el Panteón de hombres ilustres de Atocha, se referían al Real Decreto promovido para salir del paso por Natalio Rivas:
Es tan grande la figura de Galdós, tan enorme su importancia y su popular prestigio, que no le hacen falta esos honores por decreto. Hoy irá todo el pueblo de Madrid al Ayuntamiento a desfilar ante los mortales despojos del grande hombre. Y esta tarde, Madrid entero acompañará en masa el cadáver hasta su última morada. Una explosión de sentimiento público le rendirá los honores que el Gobierno le ha regateado.
En efecto, acompañó al cortejo fúnebre una multitud de madrileños: la guardia municipal vestida de gala rodeaba el ataúd, que iba cubierto con una gran bandera española, con lo que una vez más se recalcaba la imagen de Pérez Galdós como escritor nacional, que se había acuñado en los años ochenta del siglo xix y que se fue afianzando y engrandeciendo con el paso del tiempo. Hasta hoy.
El cortejo fue presidido fugazmente por algunos miembros del Gobierno, tras pasar por la capilla ardiente. En la revista Mundo gráfico queda el testimonio oportunista del presidente del Consejo, Sr. Allendesalazar, fotografiado ante el cadáver. También estaban representadas grandes instituciones: Universidades, la Real Academia Española, el Ateneo de Madrid, el Círculo de Bellas Artes, etc. Entre las coronas, se recuerdan en las informaciones de la prensa las enviadas por el Ateneo y el Círculo de Bellas Artes, el Cabildo de Gran Canaria, el teatro Infanta Isabel y otras personales: Emilia Pardo Bazán, Loreto Prado, Enrique Chicote, etc. La prensa ofreció relaciones que no es preciso reproducir aquí.
A las tres de la tarde salió el cuerpo hacia cementerio de la Almudena. En la cabeza marchaba destacado el ministro Natalio Rivas, que ostentaba la representación personal del rey. Recorrieron la Calle Mayor, la Puerta del Sol, la calle Alcalá y la Plaza de la Independencia. Solo en los primeros tramos lo presidieron miembros del Gobierno que enseguida, a la altura de la calle Espartero, se retiraron pretextando que tenían sesión de trabajo en el Senado. Una gran multitud lo acompañó a lo largo de este recorrido. En la calle Alcalá algunos hombres intentaron ponerse a la cabeza entre la carroza mortuoria y la presidencia oficial del duelo, pero fue abortado su intento por las fuerzas montadas de seguridad. Después el cortejo continuó en la intimidad hasta el modesto panteón familiar de los Hurtado de Mendoza, donde fue enterrado.
Los teatros no ofrecieron funciones aquel día en señal de duelo y los periódicos madrileños y de todas las ciudades españolas dieron cumplida información durante los días siguientes a la par que se organizaban sesiones de homenaje en diferentes instituciones, que merecen consideración y estudio aparte. Se repitieron las quejas por la cicatería gubernamental. Decía El Liberal en su editorial, «Día de luto nacional. En el entierro de Galdós», el día 6 de enero:
Acudió todo el pueblo de Madrid, todo este pueblo de categorías llanas, que también sabe responder al cumplimiento de cualquier deber ciudadano.
Acudió doliente a dar ese adiós al maestro para añadir a su gloria un último homenaje de muchedumbre.
No así ―lo confesamos con vergüenza no exenta de ira― no así el elemento oficial; esos escalafones de enlevitados caballeros que suelen decorar con su prestancia el sepelio de cualquier dignatario incurso en la Gaceta. Estos señores de la chistera protocolaria estuvieron bien humildemente representados en el fúnebre tránsito de tal gloria nacional ().
Y por ello reprochaba la sordidez y la tacañería de los organismos oficiales, refugio de covachuelistas, donde no se colocaron a media asta banderas con crespones en honor de quien tan alto la había izado. Ya que vengo prestando atención a lo publicado por El Fígaro, hay que señalar que el día 6 de enero ofreció un amplio reportaje acerca del entierro bajo el título general de «Homenaje a Madrid a Galdós», con varias fotografías y a toda página otro dibujo de Vázquez Díaz que sintetizaba el homenaje popular de los madrileños: «El pueblo ante el cadáver de Galdós (Apuntes de Vázquez Díaz)»; una mujer mirando el cadáver expuesto en su ataúd comenta: «¡Que Dios te dé la gloria allí arriba, como gloria tuviste aquí, en la tierra!» ().
Aunque presentada la escena como apuntes del natural, en esta ocasión la composición trasciende hacia lo simbólico.
La figura femenina es una mujer madura del pueblo, ajada por la dura vida. Contempla compasiva el cuerpo yacente del novelista en el ataúd abierto… Tiene mucho de mater dolorosa y de encarnación figurada de la Nación, que despide a uno de sus hijos preclaros. Pérez Galdós había recurrido en su literatura última con frecuencia a estos personajes simbólicos como la Madre en El caballero encantado (1909). El dibujo de Vázquez Díaz se desliza más hacia la composición alegórica que hacia la mera escena costumbrista. Hacía pocos días que el dibujante había saludado, el día uno de enero, al año nuevo con otra composición de estas características: en ella una madre joven sostiene en los brazos a su bebé (). Es una de las varias maternidades que el pintor dibujó en aquellos años, con la misma delicadeza ondulada del trazo, pero su título le otorga una dimensión diferente: «Año nuevo». Sin dejar de ser una tierna escena de una madre con su hijo, lo es también del año entrante siguiendo una larga tradición con este tipo de figuraciones simbólicas del año naciente.
4. NECROLOGÍAS: BALANCE DE UNA VIDA DEDICADA A LA LITERATURA
Resulta imposible hacer un recuento en pocas páginas de la amplia documentación de los periódicos madrileños de aquellos días, cuyo sentido, por otra parte, se intuye teniendo en cuenta las tendencias ideológicas de diarios y semanarios como ya hizo . Un muestreo por las cabeceras de las portadas del día 4 de enero sitúa las dimensiones del suceso: «Duelo nacional. Ha muerto Galdós» (); «Galdós ha muerto. Muerte de un gran español» (); «Duelo nacional. Ha muerto el patriarca de las letras españolas» (); «Gloria nacional que desaparece. Pérez Galdós ha muerto» (); «Pérdida de una gran figura nacional. Don Benito Pérez Galdós» (); «Los genios de la raza. Don Benito Pérez Galdós» (); Ya el día 5: «Una pérdida nacional. Muerte de Galdós» (); «Duelo nacional. La muerte de Galdós» (), etc.
El carácter de escritor nacional se destacaba en la mayor parte de las cabeceras y en las colaboraciones incluidas. Se resaltaban su grandeza y su genialidad con la que se conectaba, dada su edad, el carácter de patriarca de las letras españolas. Así El Fígaro optaba en la portada por una escueta y rotunda cabecera: «Galdós ha muerto», con una fotografía del monumento del Retiro y el novelista a sus pies, como se ha visto, pero seguida en el interior de colaboraciones sobre su significación histórica: «Galdós y la historia de España» () y «Don Benito ha muerto» ().
En el editorial de El Liberal se veía su desaparición como la del «soberano de las letras» españolas y después se hilaba una curiosa retahíla de comparaciones ―Abraham, Mesías― que lo dotaban de una dimensión profética:
La vida del soberano de nuestras letras se ha extinguido. Galdós ya no existe; en el fondo del alma sentimos una terrible sacudida, como si nos faltara una parte de nuestro espíritu, y en nuestra conciencia de ciudadanos experimentamos una sensación de vertiginoso descenso, como si súbitamente España hubiera bajado de nivel.
En Galdós se ha condensado, como en un crisol vivo, forjado por los dioses toda la gloria literaria española. Desde hace cuatro siglos, ningún escritor ha llegado como él a interpretar el modo de ser y las aspiraciones de toda una raza, nadie como este patriarca, de inteligencia fecunda aun en la senectud, Abraham espiritual de que han de descender las futuras tribus estéticas, ha pensado tan alto, sentido tan hondo y hablado tan claro. Figura del Mesías artístico, él es el precursor de toda una literatura que ha de hundir sus raíces en la realidad para extender sus ramas por todas las idealidades; pero este Mesías será colectivo; no es dado a un hombre solo realizar labor tan extensa, tan perfecta, tan total, tan humana, sino llevando dentro el genio insuperable de Galdós ().
Era el escritor nacional por excelencia y, en consecuencia, desde hacía medio siglo las cubiertas de sus libros fulgían en los escaparates con la enseña nacional. Sus libros eran relatos «empapados de amor a la patria»; a él habían acudido en El Liberal buscando orientación literaria y en su obra veían un reservorio espiritual y liberal imprescindible para el futuro del país. Nada más natural que cuando se inauguró el monumento del Retiro lo cubriera la enseña nacional y que ahora también su féretro discurriera por las calles madrileñas cubierto con ella. El ceremonial simbólico de la Nación acompañó siempre al novelista. Y así ha ocurrido después con sus más y sus menos, con altibajos según el devenir de los tiempos y convertido en referente permanente del panteón liberal, modelo de conductas y objeto de homenajes ().
Había casi unanimidad en reconocer la gran pérdida que se había producido, pero no faltó alguna voz discordante como la de El siglo futuro. Diario católico, que el día 4 le dedicó al suceso solo dos columnas bajo el aséptico título de «Pérez Galdós», discrepando de los panegíricos de otros y afirmando que «Galdós no fue nuestro. Fue de nuestros enemigos» ().
Cuando se entra en la lectura de los periódicos, se advierten enseguida diferencias en la valoración del escritor. Así La Acción, diario conservador, titulaba su portada del día 4 castizamente: «Los genios de la raza. Don Benito Pérez Galdós» (Anónimo 1920q). En el editorial, «Homenaje», se encomiaba su figura, pero censurando sus años de republicanismo en el que habría caído arrastrado por sus amigos. Recordaban su labor de novelista situándolo entre los grandes y su periodismo en La Nación y en Las Cortes, el banquete de 1883. Narraban «Su muerte» y aludían en otro artículo a «La religión y Pérez Galdós», anotando los intentos fallidos de que confesara y comulgara. También en La Época, se aplicaban a señalar sus errores en ideas religiosas. Seguía escociendo el anticlericalismo de don Benito, lo suficiente como para que no se apreciara su profunda religiosidad (). En ABC preferían narrar aspectos anecdóticos en las colaboraciones de Blanco Belmonte (1920) y Zurita (1920).
Dejados en los diferentes dosieres a un lado las informaciones sobre su enfermedad y muerte, las prolijas relaciones de sus obras y otros escritos circunstanciales, otra parte significativa de los artículos se ocuparon en situar en la tradición literaria española al maestro desaparecido; así ocurre en el apartado del dosier de El Sol del día 4, «Galdós y la crítica», donde lamentaban la inexistencia de un buen estudio crítico de conjunto sobre el novelista; seleccionaron, no obstante, algunos fragmentos de textos críticos notables. Unas «Palabras de Azorín» con una semblanza de Pérez Galdós, que recalcaba una vez más su figura de viejo ciudadano normal y de modesta apariencia:
En el ocaso de una larga y honrada vida de trabajos, D. Benito Pérez Galdós se ha quedado casi ciego. No puede escribir ya por sí mismo sus libros; los dicta. D. Benito Pérez Galdós es un anciano alto, recio, un poco encorvado, viste sencillamente, cubre su cabeza un sombrero blando, redondo, un poco grasiento, no recuerda ningún mortal haber visto sobre el cráneo del novelista ningún sombrero hongo. La modestia de D. Benito, respecto a indumentaria, es propia de todo gran trabajador intelectual. No podemos imaginarnos atildado, prendido de veinticinco alfileres a un hombre ―Flaubert o Spencer, Nietzsche o Leopardi― cuya única preocupación son las cosas de la inteligencia, un hombre absorto en una honda, noble y desinteresada labor intelectual. Luego, en nuestro D. Benito este su sombrero ajado, su gabán lustroso y su terno casi pobre sientan a maravilla; la vida opaca, gris, uniforme, cotidiana, es la que ha sido pintada por el novelista, gris, opaco como un comerciante, como un pequeño industrial, como un labrador de pueblo, se nos aparece D. Benito en su indumentaria ().
De rescataron un apunte crítico como «Un retrato de Galdós»; de , sus opiniones sobre «Dos novelas de Galdós» y de Pérez de Ayala «Cervantes y Galdós» y después en El País la conferencia que había dictado en Bilbao sobre La loca de la casa (Pérez de Ayala , ). Se le insertaba de este modo tanto en la tradición crítica cercana como en la tradición literaria general. En otros periódicos se seleccionaron textos similares: en El Globo, 5 de enero: «Galdós juzgado por M. Pelayo», un extracto de su discurso de contestación al del novelista en su ingreso en la Academia (). La clasicidad y la modernidad del novelista se subrayaban otorgándole un lugar indiscutible en ellas.
Todos tenían clara conciencia de que con la muerte del patriarca de las letras españolas se cerraba una época y una manera de entender la literatura. Así lo sintió en «Pérdida de una gran figura» (La Época, 4 de enero). Antonio Zozaya escribía en La Libertad ese mismo día recordando lo que había significado el escritor canario para los públicos de los teatros, cuando se le llamaba a escena al final de las representaciones, en pleno entusiasmo tras vivir la encarnación de los problemas nacionales en los personajes de sus dramas: «para la nueva literatura hacía tiempo que había muerto Galdós… De sus pupilas había huido la luz para siempre, y su figura, antes prócer y ahora abatida, se adelantaba temblorosa al proscenio, cuando un rugido de entusiasmo del público lo llamaba a la escena…» Acababa, en efecto, la representación de su vida, pero ante la timidez de las instituciones políticas en homenajearlo, no podían por menos que lamentar su cicatería: El Globo, el 5 de enero, incluía una esquela del Gobierno, pero esto no obstaba para que se criticara su racanería.
Ortega Munilla, que había sido uno de los valedores fundamentales en la construcción de la imagen social de Pérez Galdós y uno de los críticos más atentos a resaltar el alcance patriótico regeneracionista de su literatura, lamentaba esta falta de generosidad para con quien tanto había peleado por la modernización del país y sentía cierto remordimiento porque así fuera (Ortega Munilla , ). En El País, el 5 de enero señalaban que con él se iba una parte del alma de España, era el símbolo del alma española.
La revista España, aparecida el día 8 de enero, contiene otro interesante dosier para precisar qué significaba Pérez Galdós para los liberales españoles. Díez-Canedo señalaba en «España y Galdós» que la muerte del novelista se producía «en uno de los más graves momentos de crisis nacional» y su voz, «nunca apagada en los momentos de tensión civil», estaba «callada para siempre». Sostenía, no obstante, que en su obra estaban «los orígenes de la España futura». En sus escritos había trazado personajes que encarnaban esa posible España y también otros que se oponían a ella. Defendía los personajes galdosianos rompedores de convencionalismos que impedían a la sociedad española de la Restauración superar sus lacras.
trató de ver cómo le podía afectar ahora la revisión de su obra, ya que como base de su literatura «aceptó la pobre realidad madrileña en la época más vulgar y más desdichada: la Restauración». A partir de ella escribió sus novelas de intenso localismo madrileño con toda su complejidad histórica, que estaba ya en germen en la temprana novela histórica La Fontana de oro, escrita ex abundantia cordis, conteniendo latente todo el plan de los Episodios nacionales con sus enfrentamientos políticos y mentales. Cuando dejó la historia siguió ahondando en el Madrid de la Restauración, antes de remontarse en su última etapa otra vez hacia lo universal. Y fue influyendo a su alrededor con su mensaje que evocaba remontándose a 1901 para resaltar que «El ejemplo moral más grande que Galdós haya dado a su generación y a la que le sucedió, fue el de su laboriosidad». Logró ser aclamado como novelista y después como dramaturgo. Por entonces «el grito de “¡Viva Galdós!”, proferido estentóreamente en la calle […] parecía el santo y seña de una rebelión, ya que no de una guerra civil». Era el tiempo de Electra. Para Unamuno, no obstante, su obra reflejaba ante todo la muchedumbre madrileña, a la que la rutina diaria le impedía al cabo rebelarse. En representarla consumió su vida y por ello concluía considerándolo «el épico en prosa del liberalismo nacional», que al fin había encontrado el merecido reposo. Redondeaba así argumentación expuesta con más premura en una crónica telefónica de urgencia sobre cómo retrató la pavorosa oquedad de la clase media española, aunque, según él, no sintió plenamente la cuestión social, lo cual es perfectamente discutible ().
De reprodujeron un artículo del año anterior sobre una visita que realizó al novelista en San Quintín. Tiene el valor de ser una morosa descripción del refugio que el novelista se había construido. Al hilo de la conversación comparecen los viajes continuos que los dos habían hecho para conocer España. Sin embargo, prefirió narrar la vida menuda del novelista en su retiro acorde con la propia postura del escritor alicantino entonces de dejarse llevar por el vivir cotidiano y su descripción morosa. No obstante, en «Galdós y España» acababa de explicar también su esfuerzo por poner el realismo español a la altura de los tiempos, implantando el «realismo moderno» y su contribución fundamental a crear una conciencia nacional haciendo vivir en sus escritos a España y llevando a cabo una labor solo comparable para él a la de Costa y Menéndez Pelayo.
Unamuno y Azorín, en todo caso, veían con cierta distancia al novelista, centrados en sus propios mundos. También miembros de las siguientes generaciones literarias mostraron en España su reconocimiento por el gran escritor canario como testifica el artículo de donde retrató brevemente primero al novelista muerto:
Al contemplar el cadáver del muerto –inmaterializado, sin relieve corpóreo, bajo la seda aurirroja de la bandera patria; trágicamente espeluznados los mechones de plata en torno de la sien augusta la noble cabeza buida por la muerte, en avance el afilado perfil, como el tajamar de una nave gloriosa que surcase las ansiadas y quietas aguas de lo eterno– su obra múltiple y compleja, reciamente española, surge súbitamente a nuestros ojos.
Manos femeninas ―¡benditas manos que templan y perfuman el dolor de los hombres!― han esparcido flores frescas sobre la carne inanimada del muerto admirable. Y la que fue morada terrena de Galdós, envuelta en los vivos colores nacionales, aparece como un supremo episodio; pero como un episodio sustancias, vértebra concatenada con otras vértebras esenciales ―Juan Ruiz, Lope, Cervantes― en el sucinto y fuerte espinazo de la verdadera España ().
Lo integraba así en la mejor tradición patria, poniéndolo a la altura de Juan Ruiz, Lope y Cervantes, pero sobre todo pasaba después a rememorar la primera visita que hizo al maestro en la casa de Hilarión Eslava acompañado por Pérez de Ayala. Encontraron al escritor reposando:
Su recia, noble y avejentada figura, desplomábase en un butacón enfundado de dril. Tenía el maestro cruzadas las piernas. Habíase alzado las gafas ahumadas desde el caballete de la nariz al campo pensativo de la frente: sus ojos pequeños, un tiempo sutiles escrutadores de toda la fauna nacional, permanecían en esa quietud estática que da la ceguera. Ciego, como Homero, enfocaba su luz intelectiva, recogida y potente hacia el mundo interior de sus creaciones, donde a cada instante surgía un tipo, un carácter, un contorno corpóreo, encendido y rojo de humanidad. Dábase aire de cuando en cuando con un abanico de palma que empuñaba con la diestra. Entre los dedos largos y huesudos de la otra mano, sostenía una boquilla modesta de pluma, a cuyos bordes, requemados y amarillentos, asomaba la colilla apagada de un puro del estanco ().
Y en esta situación conversaron sobre Juana de Castilla, ya que estaba trabajando sobre ella para su drama Santa Juana de Castilla (1918), que fue su último estreno (). Escuchaba atento la música de Beethoven que alguien interpretaba al piano. Todo transcurrió con sencillez y, al salir, Enrique de Mesa casi lloraba de emoción porque se le representaron los años mozos de estudiante cuando se familiarizó con sus libros, despertó a la literatura siguiendo a sus personajes por Madrid; en él aprendió la denuncia de la mojigatería reaccionaria y la rebeldía contra ella. En Mesa, por tanto, se hizo operativa la obra de Pérez Galdós y se proyectó su labor hacia el futuro.
Y admiración rebosa también el poema encomiástico de , «La ofrenda emocionada», donde con acento rubendariano glosaba su figura y su trayectoria fiel a su lema de «Arte, Natura y Verdad», que cultivó en toda su obra dedicada a conocer la raza española. Al cerrar el poema (fechado en octubre de 1919), se acogía a su protección:
Abuelo glorioso y santo, definidor de energía;
tan claro y tan melodioso que erais como el propio día
y hoy vais con la sombra a cuestas como una pesada cruz.
¡Dadme, cieguito bueno, dadme las manos piadosas
y ascienda mi alma a la eterna revelación de las cosas
por la rampa iluminante de vuestros ojos sin luz!
No faltó tampoco un artículo, sin firma, pero cuyo contenido lo proporcionó , «Galdós y Giner», donde recordaba que Giner de los Ríos reseñó su primera novela, La Fontana de oro, adivinando el potencial del joven escritor. Y apenas unos días después publicó otro artículo, ahora en la revista La Lectura con una carta de Galdós a Giner y su posicionamiento respecto a La desheredada (). Eran llamadas de atención sobre otra línea de indagación fundamental para la exégesis del camino recorrido por el novelista en la fundamentación de su liberalismo: el contacto con la Institución Libre de Enseñanza y en particular con Francisco Giner de los Ríos.
En las crónicas de aquellos días y de las semanas siguientes se sentaron las bases de la crítica liberal moderna sobre la obra galdosiana. Una síntesis pueden considerarse los artículos de Tenreiro, y el dosier de prensa que ofreció la revista La Lectura en el tomo de aquel mes recopilando diecisiete ensayos que van desde editoriales a los de firmas relevantes, que he repasado aquí casi en su totalidad, constituye todavía hoy, a mi entender, la mejor antología del adiós al novelista por parte de la intelectualidad liberal española.
Y de otro lado se publicaron algunos trabajos más que marcaban productivas pautas de exégesis de la obra del maestro. Aunque abundaron más los referentes a la producción novelística, no faltaron algunos que se ocuparon de su teatro, cuyos personajes juzgaban de la misma progenie. y son dos buenos ejemplos, siguiendo la estela de , y hasta su labor de periodista era recordada () o la de su paso por la política.
Era, sin embargo, un momento más apropiado para el reconocimiento del gran hombre que para análisis pormenorizados de sus escritos. Las crónicas relativas al sepelio del novelista focalizaron más la atención en señalar su relación con Madrid y sus gentes. Abundaron los artículos sobre este aspecto (, , ) y la importancia de Galdós como novelista de la ciudad que expresó muy bien un excelente conocedor de la ciudad y observador atento de sus costumbres como era el escritor .
Los madrileños fueron muy conscientes de que desaparecía su gran novelista y se apresuraron por ello a homenajearlo. De este, no obstante, apresurado repaso realizado de aquellos últimos reconocimientos públicos de Pérez Galdós se pueden sacar algunas conclusiones:
La popularidad de Galdós en sus últimos años resulta evidente, aunque fuera menospreciado por el Gobierno conservador germanófilo que regía el país. El calor del pueblo madrileño palió en buena parte este desapego. Era el gran patriarca de las letras españolas, personificaba la encarnación de su genio y nada tiene de extraño en consecuencia que fuera colocado en un panteón ideal junto a otras grandes figuras de la cultura occidental y que se equiparara su labor como novelista moderno con la de Dickens, Balzac y Tolstoi. Continuador también de la mejor tradición española de Juan Ruiz, Cervantes y Lope de Vega.
No solo periodistas e intelectuales trazaron semblanzas necrológicas del escritor, sino que varios artistas se apresuraron a trazar la última imagen del genio, realizando retratos post mortem del cuerpo yacente, vaciados en yeso del rostro y de las manos, fotografías mortuorias del cadáver expuesto para ser homenajeado por los ciudadanos en el Ayuntamiento de Madrid. Ante su irremediable desaparición, unos y otros trataban de que quedara fijada para la memoria venidera su figura en su último gesto.
Lo más doloroso, visto desde hoy, es que el homenaje no fuera unánime y que un sector de la vida española se empeñara en ponerse una venda en los ojos y en taponarse con cera los oídos, para no ver ni oír la triste noticia de la desaparición del patriarca de las letras españolas. Preferían creer en lo que no veían a lo que veían. En lugar de escuchar a sus conciudadanos, seguían fidelidad ciega las directrices de sus periódicos de cabecera. Como hoy mismo.
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Mesa, Teo (2020): “Cien años de la muerte de Galdós, genio de la creación literaria”. El diario.es, 3 de enero y https://www.eldiario.es/canariasahora/canariasopina/Benito-Perez-Galdós-literatura-Canarias-centenario-muerte_6_981011894.html.
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Notas
[2] La comisión ejecutiva fue difundiendo listas de suscriptores: Diario de Alicante (8 de marzo 1918) y La Correspondencia de España (9 de marzo) ya publicaban «El monumento a Galdós. 1.ª lista de suscriptores», donde figuraban las contribuciones de los impulsores del proyecto y otras entregas notables hasta totalizar 2564,80 pesetas. Destacan el Embajador de Francia y el Círculo de Bellas Artes con 1000 pesetas cada uno.
El Cantábrico (Santander), 8 de abril de 1918, daba noticia de la segunda lista, cuyo producto se elevaba a 5603,35 pesetas, destacando las aportaciones del Embajador de Inglaterra y el Ateneo con 1000 pesetas cada uno; figura en ella la Condesa de Pardo Bazán con 50.
La Correspondencia de España, 2 de mayo de 1918, en brevísimo un suelto señalaba la publicación de la tercera lista y que iban recaudadas 6170,70 pesetas.
El Cantábrico (Santander), 3 de julio de 1918, daba cuenta de que habían recibido la cuarta lista de suscriptores y ascendía lo recaudado ya a 7351,95 pesetas.
Las 10 000 pesetas estimadas para el coste total del monumento se debieron completar en las semanas siguientes. En todo caso el 21 de noviembre a beneficio de la suscripción del monumento, el Teatro del Centro cedió su sala para el estreno de Pedro López, de los hermanos Álvarez Quintero. Se completó la función con los dos primeros actos de La loca de la casa. Se entregó íntegramente lo recaudado a la comisión ejecutiva.
[3] Lo reprodujeron diferentes periódicos: El Cantábrico 19 de enero de 1919, «La estatua de Galdós», dirigido por su amigo José Estrañí, recordando que en el periódico y en la Librería Moderna santanderina se habían recaudado 645 pesetas para la suscripción del monumento.
[4] Hoy se encuentra en los almacenes del Museo de Historia de Madrid, donado por la familia Verde en 2020.
[5] He buscado sin éxito por el momento el pergamino original y otra información sobre la entrega. En el Archivo de la Villa, en el Tomo 578 de las Actas del Ayuntamiento (de enero de 1919 a 28 de febrero de 1919), el día 20 se discute del precio del pan, pero no se dice nada del monumento. La siguiente sesión reseñada salta al 21 de febrero de 1919 (pp. 277 y ss.)
[6] La muerte y el entierro del escritor ha sido contada por sus biógrafos y también en estudios particulares: , y , a quienes tengo en cuenta. No trato de trazar aquí un relato completo, sino que presento una selección de imágenes y textos, valorando el alcance de estas semblanzas.
[7] El doctor Marañón mantenía una cordial amistad con el novelista y glosó su relación en El Liberal el día 5 de enero: «Galdós íntimo» ().
[8] El original se encuentra en el Museo de dibujo Julio Gavín del Castillo de Larrés: «Retrato de Benito Pérez Galdós», lápiz sobre papel. Sobre el artista, ).
[10] Vid. al respecto, el catálogo de la exposición Le dernier portrait () y sobre la aclimatación en España de esta costumbre (). Otros sucesos cercanos dieron lugar a muestras significativas de esta práctica: la muerte del malogrado escultor Julio Antonio el 15 de marzo de 1919 produjo un despliegue amplio de imágenes de este tipo, como Juan Echevarría, «Julio Antonio» en la portada de España (). Otro tanto sucedió al fallecer Mariano de Cavia el 14 de julio de 1920: Vázquez Díaz, «Mariano de Cavia muerto» en El Sol, 15 de julio de 1920) (Vázquez Díaz 1920h), , «Cavia en su lecho de muerte» (tres apuntes del natural), etc.
[12] En la donación que Juan Verde hizo al Museo de Historia de Madrid en 2020 se incluye una máscara mortuoria de yeso blanco de (30 x 27 x 28 cm), que se suma a otra ya existente en el museo.
[13] No me voy a ocupar de las fotografías post mortem, modalidad artística que está recibiendo mucha atención en los últimos años. Vid. al respecto Vázquez Casillas (, 2021) con excelente bibliografía internacional. También, y .
[14] ofrece una amplia relación de estos actos y recupera textos de participantes en ellas como Ortega Munilla y Pardo Bazán.
[15] El interés de El Fígaro por mostrar imágenes artísticas del escritor en su adiós tuvo una curiosa prolongación todavía el 8 de enero, en que llamaron la atención sobre «Galdós dibujante», reproduciendo en la portada el dibujo del novelista «Cabeza de Santa María Magdalena» (y en ) y en el interior, en la sección de los «Jueves literarios», artículos y algunos dibujos más del novelista: , «Galdós»; , «Algo sobre el teatro de Galdós», y , «Galdós íntimo. Las tardes de San Quintín», además de un dibujo de , «Pérez Galdós». Comenzaba a explorarse la faceta plástica del escritor y no tardaron en ir apareciendo artículos como los de su secretario en La Esfera. Es un aspecto que se está explorando bastante en los últimos años como señala en su monografía .