1. INTRODUCCIÓN
César Vallejo y José Ángel Valente no llegaron a coincidir nunca en el espacio y en el tiempo. Vallejo muere en 1938, cuando Valente tiene nueve años, por lo que la relación entre ambos se condensa en lo que el poeta gallego supo ver, años después, en la poesía del peruano. Para concretar dicha conexión, que nace y vive en el marco de la literatura, es necesario dirigir el estudio a dos momentos de la historia literaria. En primer lugar, los años de vanguardias, por tratarse del contexto histórico-literario que ve llegar a Vallejo a España, y en segundo lugar los años siguientes a la guerra, en los que, por una parte, la generación española posterior a Vallejo vuelve la mirada a su legado poético y, por otra, Valente madura y deja testimonio escrito de su visión sobre ambas partes. Este triángulo configura el cuerpo del presente trabajo, que pretende ahondar en la idea que el gallego construye, como crítico y poeta, sobre la figura de Vallejo, y el diálogo que la poesía del peruano establece con otras literaturas de las que Valente fue siempre lúcido observador. Ello se sintetiza en dos cuestiones fundamentales de las que se pretende dar cuenta en las siguientes páginas: la visión valentiana íntegra de la obra de Vallejo, que se detallará en el tercer apartado, y las particularidades que permiten a Valente, como crítico, forjar tal visión. Estos aspectos se presentarán someramente en el tercero de los apartados, a través de datos histórico-biográficos, y se constatarán en el último, con la lectura y análisis de sus textos.
La principal fuente que ha permitido conocer las ideas del autor gallego sobre Vallejo ha sido su obra crítica. Concretamente, se ha manejado el segundo volumen de sus Obras Completas de Gutenberg, editado por Andrés Sánchez Robayna y con recopilación e introducción de Claudio Rodríguez Fer. La lectura de dicho volumen ha permitido acceder a la totalidad de sus ensayos. Valente dejó, además de una decena de alusiones al autor dispersas en otros textos que también se contemplan en este trabajo, tres documentos íntegros dedicados a César Vallejo: «César Vallejo y la palabra poética», «César Vallejo, desde esta orilla» y «César Vallejo o la proximidad». Por motivos que se explican a continuación, se han tenido en cuenta, principalmente, los dos últimos.
Por otra parte, una intervención hecha por Valente en el XXXIII Congreso del Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, celebrado entre el 26 y el 30 de junio de 2000, que se titula «César Vallejo en el horizonte total de la lengua», ha servido de criterio para discriminar la información en la lectura de la obra crítica del gallego. En esta ponencia, Valente selecciona tres textos escritos por él (los dos ensayos ya mencionados y un poema) para vertebrar con ellos su última manifestación sobre César Vallejo. «César Vallejo en el horizonte total de la lengua», pues, ha sido priorizada en la medida en que constituye una declaración de José Ángel Valente sobre qué partes de la obra del peruano eran para él representativas en el año 2000, es decir, en la etapa final de la carrera y de la vida del autor de Las palabras de la tribu. La intención de ofrecer la versión más veraz posible de la visión valentiana, entendiendo como veraz aquello más próximo al pensamiento último del autor, justifica la mayor relevancia que han tenido estos textos dentro de los puntos centrales del trabajo, si bien el resto del material no se ha obviado en la medida en que se integra como testimonio de la vocación hispanista de Valente y de su trayectoria y evolución como crítico literario.
José Ángel Valente creía en la unidad de todas las artes; de ahí surge su interés insaciable por tan diversas culturas y manifestaciones artísticas. Algo parecido sucedía para él con la fragmentación de la obra escrita: conocimiento y emoción eran parte de la misma experiencia, óptica bajo la que las fronteras entre un género y otro se vuelven poco operativas. Por este motivo las consideraciones sacadas de la lectura de los ensayos se compaginan con la lectura de la obra poética de Valente, y, sobre todo, con composiciones especialmente relevantes que aquí se han incluido; unas y otras palabras se complementan, y a menudo cierran el círculo de una misma idea.
2. VALLEJO Y ESPAÑA
2.1 Vallejo en España
A partir de las independencias de las repúblicas hispanoamericanas a comienzos del siglo xix, las relaciones literarias entre Hispanoamérica y España cambian, y con ellas la crítica española dedicada a la literatura de ultramar. Los intercambios entre una y otra orilla del Atlántico se intensifican en tres grandes momentos a lo largo del siglo xx. El Modernismo de Darío supone, además del primer gran momento de diálogo, un suceso determinante para la nueva perspectiva española con respecto a la literatura hispanoamericana, que cristalizará, más allá del reconocimiento de las independencias, en la pérdida de la antigua actitud paternalista y un afianzado sentimiento de comunión hispana, a menudo vertebrado en torno a la lengua común como elemento de unión. Rubén Darío se convierte en una figura admirada y respetada por los críticos de literatura españoles, que manifiestan ideas diversas sobre su arte sin desdeñar el magisterio y el genio creativo del «príncipe de las letras castellanas». Los viajes y estancias de Darío en Europa lo ponen en contacto con las grandes figuras literarias del continente, y por primera vez la revolución poética de las letras hispánicas navega desde América a España. La crítica literaria española del siglo xx se vuelca desde inicios de la centuria en la figura del nicaragüense, que es, con diferencia, el poeta sobre el que más se escribe.
Un segundo momento álgido de intercambio entre Hispanoamérica y España lo marcan las vanguardias de los años veinte. Huidobro, Neruda, Vallejo y Borges son las grandes figuras de la poesía de vanguardia en Hispanoamérica, y en todos los casos su itinerario pasa por Europa y especialmente por París. España, por su parte, se convierte en el centro del mundo hispano. En su seno tienen lugar intercambios y manifestaciones literarias que determinan la trayectoria de los ismos; en mayor o menor medida, poetas españoles de la generación del 27 como Gerardo Diego, Federico García Lorca o Rafael Alberti entran en contacto con corrientes artísticas importadas desde Europa e Hispanoamérica y participan de ellas en su poesía. A partir de este momento, las revistas literarias españolas, grandes mecanismos de promoción cultural, empiezan a confiar a autores hispanoamericanos la crítica de su propia literatura. En este marco de interconexiones entrará en contacto César Vallejo, desde su particular posición dentro de la literatura de vanguardia, con diversos nombres del panorama literario español.
Vallejo viaja aisladamente a España en varias ocasiones; la primera, en 1925, para cobrar una beca concedida por el Gobierno español. Ese mismo año conoce a Gerardo Diego, y aparece en El Imparcial una reseña de Los heraldos negros de Luis Astrana Marín, editor y biógrafo español especializado en clásicos, criticando en tono irónico y mordaz el poemario. Con todo, su primer contacto relevante con la literatura española de vanguardia es más temprano, en 1924, cuando conoce a Juan Larrea en París. En palabras , el contacto con las vanguardias españolas supondrá para el poeta «la comprensión y el apoyo que siempre buscó en su exilio permanente del Perú». En 1926, Vallejo vuelve a viajar España. La revista peruana Mundial recoge las impresiones de los dos primeros viajes a la península. Así, en la crónica de su primer viaje a la metrópolis, publicada el 1 de enero de 1926, el peruano escribe: «Voy a mi tierra sin duda. Vuelvo a mi América Hispana, reencarnada, por el amor del verbo que salva las distancias en el suelo castellano...» (), palabras que dejan entrever una concepción de la hispanidad a la que el poeta se siente pertenecer sin reparos, afianzada en el uso de una lengua común.
En el mismo año funda junto a Larrea la revista Favorables París Poema, que solo tendrá dos números, editados en julio y octubre. Colaboran en ella grandes nombres de la vanguardia como Vicente Huidobro y Tristan Tzara. Para el primer número de la revista, Vallejo aporta un poema titulado «Me estoy riendo» y dos textos críticos. En uno de ellos, «Estado de la literatura española», el autor reflexiona conjuntamente sobre el panorama literario en lengua española, dejando ver una visión bastante unificada de la literatura hispanoamericana y peninsular. El texto denuncia la falta de maestros escritores de generaciones precedentes que sufren los jóvenes poetas. Vallejo considera que en la generación precedente (española e hispanoamericana, si bien en esta última los maestros escasean más gravemente) no hay ningún elemento inspirador para los jóvenes, y que eso se refleja en el cariz desapasionado que toma su literatura. Ello no impide que el autor de Los heraldos negros aprecie el potencial de la nueva generación para superar esta ausencia de modelos. Vallejo contempla la posibilidad de establecer un diálogo con una tradición poética trascendente (el Modernismo de Darío) en una metáfora que, años después, Valente tomará para dialogar con la obra del peruano: «Rubén Darío elevará su gran voz inmortal sobre la orilla opuesta, y de esta otra, la juventud sabrá lo que responder» ().
Vallejo vuelve a Madrid en marzo y en junio de 1927. Pierde la beca del 26 y afronta fracasos editoriales. En noviembre de 1928, tras familiarizarse con las obras del marxismo, viaja a Rusia, a donde volverá al año siguiente. En diciembre de 1929, Larrea viaja a Perú, pero antes le entrega a Gerardo Diego los volúmenes de Los heraldos negros y Trilce, para preparar una nueva edición de Trilce en Madrid. Larrea, Gerardo Diego y José Bergamín trabajan en ella y el intercambio Vallejo-España se reaviva. Vallejo empieza a colaborar en la revista Bolívar ―dirigida por su amigo peruano Pablo Abril― para la que escribe diez artículos sobre sus experiencias en Rusia.
En 1930 la mencionada segunda edición de Trilce hace que su autor vuelva a visitar España y conozca a varios autores de la generación del 27, como José Bergamín, Pedro Salinas, Rafael Alberti o Federico García Lorca. Son los poetas españoles, como señala Keith A. McDuffie (1984), quienes consiguen difundir a nivel internacional la obra de Vallejo. En una carta del 19 de junio, Gerardo Diego le cuenta a Larrea de una reunión con Vallejo en Madrid, en la que aquel le presenta a este a Bergamín. En septiembre, Vallejo le escribe a Gerardo Diego comunicándole haber recibido la edición de Trilce en París, publicada con Plutarco, aunque con pie editorial de la CIAP «por razones de venta en América» (). También se lamenta del poco éxito comercial de la edición. La buena acogida de Trilce por parte de los poetas españoles resulta innegable, pero su conocimiento por parte del gran público es exiguo, como apunta Bergamín en la segunda edición del poemario. McDuffie (1984) rescata a este respecto las consideraciones de Andrés Iduarte en «César Vallejo» (1938), donde el autor parte de las ideas de Bergamín para comparar la poesía del peruano con la de Pablo Neruda y justificar, a través de la mayor dureza y tosquedad del primero, la mejor recepción de la obra del segundo por parte de la vanguardia española. McDuffie y Ortega apuntan a Valente, años después, como la llegada del legítimo entendimiento de la obra de César Vallejo, tomando para ello su texto «César Vallejo, desde esta orilla», recogido en Las palabras de la tribu (1971).
La estancia más larga de Vallejo en España tiene lugar en 1931, año en el que se instala en Madrid a causa de problemas que sus implicaciones en la política le habían traído en París. Colabora en varios periódicos para paliar la penuria económica: La Voz, Estampa y Ahora. En una carta a Gerardo Diego el 24 de enero, Vallejo se lamenta de su situación:
España según creo es un país de recomendaciones. Sin éstas no se logra nada. Las aptitudes no valen. [...] Estamos evidentemente en un momento amargo. Las gentes tratan de acomodarse por cualquier camino y el que desea hacerlo por medios honrados, sucumbe. En fin, querido Diego, esto es horrible aquí, en España particularmente [...] Le envío Trilce. Solo aquí he podido obtenerlo. No existe en venta. Ignoro qué suerte de negocio editorial hacen las gentes en Madrid. Esto es realmente extraordinario. ().
En marzo publica El tungsteno, y en julio, Rusia en 1931, volumen en el que se recogen los diez artículos escritos para Bolívar el año anterior. El libro es un éxito: en 1931 se venden tres ediciones. Un conflicto con la editorial madrileña Ulises le impedirá cobrar la suma esperada por las ventas. Tres meses después realiza su tercer viaje a Rusia para participar en el Congreso Internacional de Escritores, experiencia que inspirará Rusia ante el segundo plan quinquenal (1965), escrito al año siguiente. Durante la estancia madrileña siguen multiplicándose los contactos con escritores españoles: conoce a Cernuda, Machado y Unamuno, tres autores por los que, años después, Valente admitiría «sentirse engendrado». Se desarrolla asimismo su actividad política: se une al PCE y funda, con otros miembros, la primera célula comunista madrileña, en la que da clases de teoría marxista-leninista. En febrero de 1932, vuelve a París para solucionar problemas económicos.
La relación de Vallejo con la vanguardia española se basa más en los lazos personales que en las sinergias que tienen lugar en el dominio literario (McDuffie 1984). Es la intervención de varios de los poetas españoles mencionados lo que posibilita y favorece en gran medida el acelerado desarrollo de la carrera literaria de César Vallejo en España, como ya se ha visto a través de las relaciones y empresas con Bergamín, Larrea o Gerardo Diego. Lorca, además, sirve de apoyo y contacto con el panorama teatral en Madrid: lo acompaña a presentarle una de sus comedias a la actriz Camila Quiroga y le da consejos sobre la obra.
El estallido de la guerra civil española y la toma de posición de Vallejo a favor de la República fortalecen los lazos del peruano con el país, en cuya coyuntura él ve la unión en la lucha por una sociedad utópica más humana. Los años que van desde la sublevación militar a la muerte de Vallejo están marcados por su profunda participación en la causa republicana, de la que nacen sus célebres poemas de España, aparta de mí este cáliz. En el 36 visita Madrid y Barcelona, y su último viaje a España tiene lugar en julio de 1937, cuando asiste al «Segundo Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura» como representante de Perú. Su intervención en el Congreso versa sobre la causa republicana y la responsabilidad que el escritor tiene al respecto. Luego, desde Francia, Vallejo recoge fondos para la República. Colabora asimismo en la creación del Comité Ibero-Americano para la Defensa de la República Española y en la edición de su boletín, Nuestra España.
El ejército republicano publica por primera vez España, aparta de mí este cáliz en 1938, después de que el autor termine su redacción en abril de ese mismo año, poco antes de morir. La obra no sobreviviría a la quema de libros del régimen franquista tras la caída de Cataluña. El 19 de abril tiene lugar el entierro de Vallejo en París. Están presentes Gonzalo More como representante del PCP, Louis Aragon como representante de la Asociación Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, y Antonio Ruiz Villaplana, español, representando la República.
El hito por el que se recordará la relación de Vallejo con España es, sin duda, el conjunto de poemas dedicados a la Guerra Civil. Sin embargo, es preciso tener en cuenta otros aspectos aquí señalados para comprender el vínculo con la Península, del que nacerá la huella de Vallejo en la literatura ibérica y a la que Valente dedicará sus textos años después. Son relevantes la idea de una tradición hispana común ―que converge en parte con la concepción valentiana de la literatura en lengua española― o la relación con los poetas de la generación del 27, que dejará ya huella en la producción literaria de algunos de ellos, antes que en la siguiente generación de poetas. Del mismo modo que señala manifestaciones del magisterio de Vallejo en los poetas del cincuenta, Valente reconoce también manifestaciones similares en algunos autores del 27, cuyo nexo con el peruano ya se ha visto. Señala, por ejemplo, el poema de Gerardo Diego que prologó la edición de Trilce de 1930, «Valle Vallejo».
2.2. Vallejo en la crítica y la literatura españolas
Las relaciones de Vallejo con España y el conocimiento y difusión de su obra por parte de escritores e intelectuales españoles cristalizan en un sector de la crítica que, a partir de su contacto directo con el peruano, lleva a cabo el estudio de su obra en un momento más temprano. En este grupo entran, por ejemplo, Bergamín y Larrea, cuyos lazos con Vallejo ya han sido expuestos, y presentan el interés adicional de encajar, como Valente, en la categoría de autor poliédrico y transversal, participando de la literatura española no solo como críticos, sino también como poetas. A Juan Larrea lo unen al autor de Trilce tanto las relaciones personales, ya comentadas, como toda la actividad crítica desarrollada en torno a su figura. Larrea sitúa a Vallejo en un plano de trascendencia ligado al destino mundial al atribuirle características proféticas. Estas ideas se desarrollan en el marco de Hispanoamérica, que se ve en cierto modo representada en Vallejo. El sentimiento de culpa patente en su obra es el mismo que late en toda Hispanoamérica, fruto de la impronta del pensamiento occidental.
Vallejo muestra en su obra, según Larrea, preocupaciones que justifican su tratamiento como poeta metafísico: la unidad absoluta, la muerte o la idea del más allá. Ángel Flores traza en Aproximaciones a César Vallejo I () un esquema de la crítica literaria escrita sobre Vallejo y lo articula en torno a la querella entre Larrea y Georgette de Vallejo, viuda del escritor, presentados como los «intérpretes leales» del peruano (). La bibliografía de Larrea sobre su antiguo compañero de Favorables París Poema es extensa. Destaca «Profecía de América», primera reflexión sólida de Larrea sobre el autor. El texto se reproduce en el primer número de la revista España peregrina, acompañando al poema «España, aparta de mí este cáliz», y luego aparece como palabras liminares a la edición del poemario homónimo, publicada en México por la Editorial Séneca.
Bergamín forma parte, junto con Larrea, de los grandes lectores de Vallejo de esta época, y relaciona directamente su obra con la de la Generación del 27. Para ello, el escritor madrileño toma como nexo la lengua castellana y, más allá de eso, el carácter castellano de la lengua en la poesía del peruano, que lo distingue de otros autores de la vanguardia, como Huidobro. Como apunta Julio Ortega, Bergamín ve una naturaleza común entre la poesía de sus coetáneos españoles y la del peruano: la «espontaneidad de su lenguaje originario» ().
También Guillermo de Torre podría entrar en esta categoría de estudiosos tempranos, aunque por ser coetáneo de Vallejo más que por los lazos directos o la transversalidad de su obra. Como crítico destacado de la literatura de vanguardia, considera que el conjunto de Chile y Perú constituye la región hispanoamericana más avanzada en lo literario. Ve a Vallejo como un poeta difícil de comprender, tanto en la forma como en el mensaje. La poesía del peruano forma una barrera entre el lector y el poeta, que se antoja aislado. En este sentido, existirían convergencias entre la poesía de Vallejo y la de Larrea en la medida en que en ambas hay símbolos construidos sobre bases secretas (). Vallejo se presenta como un rebelde contra la sociedad y su lenguaje, actitud que tiene su origen en las raíces andinas del poeta, caracterizado por su americanismo raigal y su barroquismo subconsciente.
Valbuena Briones, ya coetáneo de Valente, destaca por su estudio extenso de la literatura hispanoamericana a lo largo de todas sus épocas. apunta que este ve en Vallejo un poeta original y sincero. Briones considera que la voluntad de la poesía vallejiana de dirigirse a todos los lectores surge de las inclinaciones marxistas del autor. El alcance universal de la poesía del peruano será analizado por Valente desde una perspectiva diferente, como se verá en el IV apartado de este trabajo.
Lo cierto es que la producción crítica española que se dedica a Vallejo en época de Valente es escasa, hecho que contrasta con la mirada atenta que los poetas dirigen al peruano en la misma época. También resulta interesante que un gran porcentaje de críticos atentos a su obra compartan el carácter poliédrico de Valente: poetas y ensayistas. Con todo, se impone la idea de falta de un trabajo crítico sólido sobre Vallejo en la España de mediados de siglo. Resultan especialmente elocuentes las palabras de en la nota preliminar a su trabajo, en la que se lamenta el poco reconocimiento universal conferido a la obra de Vallejo, así como la falta de estudios dedicados a la materia. La carencia se hace más evidente al examinar la exigua nómina de críticos dedicados a Vallejo que proporciona Flores, ya que en ella solo figura un español: Larrea.
Por otra parte, el panorama poético español queda dividido tras la Guerra Civil. traza un esquema tripartito de los poetas españoles de posguerra y sus publicaciones afines: en España, por una parte, quedan autores amparados por el régimen que se vinculan a revistas como Escorial o Cuadernos Hispanoamericanos; por otra, un sector de autores disidentes del régimen se agrupa en torno a la revista Espadaña, sin financiación oficial. Por último, la España del exilio halla su mejor exponente en la revista España peregrina, de José Bergamín. Vallejo será un autor disputado por los tres bandos, que buscan recuperar al poeta a través de las facetas de su obra que mejor se alinean con los ideales de cada grupo. Así, las revistas del exilio y Espadaña se centran en la raigambre social y política de la poesía vallejiana, y las publicaciones falangistas oficiales subrayan la raíz religiosa de las composiciones.
Varios trabajos de Larrea sobre Vallejo se publican en España peregrina, y se alinean con la creación de la imagen de un Vallejo mártir de la España republicana. El poeta bilbaíno otorga a Vallejo una posición definida por su relación con el contexto histórico de la Guerra Civil y de la posguerra, y a la vez por este carácter de mártir que bebe de la vertiente cristiana de su poesía. Esta última faceta, como apunta , no dista del lugar que le dan a Vallejo los poetas de las plataformas oficiales del franquismo, que buscan despolitizar su obra acercándola a cuestiones espirituales. El gran nexo del falangismo ilustrado con Vallejo es Leopoldo Panero, a quien unían al autor de Trilce admiración y amistad. En sus consideraciones sobre el peruano, Panero esboza una idea de literatura panhispánica apoyada en los tres pilares de Neruda, Darío y Vallejo. Como señala , tanto Panero como Larrea contemplan la integración de la poesía vallejiana en una literatura panhispánica situada a la misma altura que la europea.
En la relación de la revista Espadaña con Vallejo se ahondará en los siguientes capítulos de este trabajo, a propósito de las consideraciones que Valente hace sobre tal vinculación. La adscripción del gallego a una de las corrientes señaladas por Rivera Machina es dificultosa, pues si bien sus inicios en la crítica literaria se dan vinculados a revistas del oficialismo falangista, sus ideas y sus afinidades se alejarán de dicha línea según se vaya formando el Valente más maduro. Además, Valente conoce el exilio a partir de 1955, y sus colaboraciones se extienden rápido a otros medios españoles e internacionales. Las consideraciones valentianas sobre Vallejo, como se verá más adelante, se hacen eco de tal complejidad.
3. VALENTE E HISPANOAMÉRICA
José Ángel Valente ocupa un lugar destacado dentro de la historia de la literatura española como poeta y prosista de los años cincuenta. Sus conexiones con la literatura coetánea eran abundantes, y su conocimiento de la tradición literaria española, muy vasto. Ello se debe a una temprana inclinación intelectual y a determinadas circunstancias que le permitieron tener una extensa formación humanística, comenzando, tal vez, por el acceso a la biblioteca de Basilio Álvarez, cura republicano exiliado, cuyos libros fueron custodiados por la familia de Valente. Su relación con la literatura hispanoamericana es vasta, compleja y se extiende a lo largo de toda su vida, adoptando distintas formas. Por razones de espacio, se ha procedido en el siguiente capítulo a sintetizar esta red de vínculos con la otra orilla del Atlántico en tres ejes fundamentales: el primer acceso a la cultura y literatura hispanoamericanas, durante las etapas más tempranas de su carrera y sobre todo en Madrid, las relaciones con grandes autores hispanoamericanos del siglo xx, ya durante su etapa madura, y la implicación en proyectos o vivencias que de algún modo vinculen al gallego con la figura de Vallejo.
Existe una mención a los contactos más tempranos de Valente con la literatura hispanoamericana en el primer tomo de su biografía, Valente vital (Galicia, Madrid, Oxford) (2012), concretamente a Rubén Darío y a Amado Nervo. Ellos son los dos primeros poetas hispanoamericanos que conoce Valente de la mano del profesor de Lengua y Literatura Españolas Jaime Pérez Colemán, en El Instituto Nacional de Segunda Enseñanza de Ourense, donde el autor cursa el Bachillerato. Más adelante, aún antes de abandonar España y siquiera de marcharse a Madrid, se reunirá con un grupo de amigos, denominados «Los Silenciosos», a leer y comentar la obra de diversos autores, entre los que se encuentra César Vallejo. Esto sucede a finales de la década de los cuarenta, época cruda del franquismo, en la que la obra del peruano, como tantas otras, había sido prohibida por el régimen. De la procedencia y el acceso a dichos libros, recuerda el testimonio de Valenzuela, miembro del grupo de amigos de Valente, y apunta a diversas fuentes: «libros usados en las barracas de la Alameda, la de Clemente, el comunista, detenido a menudo, y la del llamado Paquiño Tres Cadelas, aunque a veces Antón Risco sustraía alguna obra de la biblioteca de su padre para compartirla con Valente» ().
Los inicios literarios de Valente, con todo, se dan ligados a la literatura española y a contextos y medios de difusión religiosos. Habrá que esperar a su estancia en Madrid para que sus vínculos con la literatura hispanoamericana se desarrollen más. Valente se instala en el Colegio Mayor Nuestra Señora de Guadalupe en octubre de 1947. Este lugar, que se convierte en un punto vital de socialización para el gallego en su etapa madrileña, fue fundado en ese mismo año por el Instituto de Cultura Hispánica, con el objetivo de favorecer las relaciones del régimen franquista con Hispanoamérica, precepto del que se desprende que gran parte de los residentes fueran de países hispanoamericanos. Allí, el autor de Las palabras de la tribu traba amistad con compañeros de diversos países que se convertirán en figuras destacadas de la vida intelectual de sus países y que no romperán el contacto con el orensano. Estas conexiones influyen en sus lecturas y en sus inclinaciones académicas, y suponen un contacto rico y temprano con la producción literaria del otro lado del océano.
El Colegio está vinculado con las revistas literarias Alférez y Cuadernos Hispanoamericanos, publicaciones de orientación americanista en las que se involucra Valente en mayor medida que en las otras actividades culturales. Trabaja en el Instituto de Cultura Hispánica y colabora, primeramente, en Alférez, con composiciones parcialmente adaptadas a los valores católico-liberales de la revista, como es de esperar de la colaboración de un joven estudiante en el mencionado marco ideológico, en cuyo seno la noción de hispanidad se liga a la idea de expansión del pueblo cristiano español, superior moral y éticamente.
La colaboración con Cuadernos Hispanoamericanos arranca en 1949, dejando textos más distanciados de los presupuestos ideológicos que manifiestan las publicaciones anteriores. Muchos de ellos versan sobre literatura hispanoamericana, y otros ya son relevantes o representativos de su poética y de su concepción del arte. El texto «Vallejo y la palabra poética» se publica en el número 39. En la etapa madrileña, el orensano publica a su vez en Mundo Hispánico, revista fundada por Alfredo Sánchez Bella, miembro del Instituto de Cultura Hispánica, que funciona como organismo autónomo del Ministerio de Asuntos Exteriores.
En 1952 Valente se traslada al Colegio Mayor Cisneros, alineado también con la religiosidad y el nacionalismo propios de la educación en tales años. Durante el primer curso en el Colegio se crea, por intervención de estudiantes hispanoamericanos becados por el Instituto de Cultura Hispánica, la Tertulia Literaria Hispanoamericana (), con sede en la ACI (Asociación Cultural Iberoamericana). Entre sus fundadores figura el que fue también su primer director, Antonio Fernández Spencer, poeta muy apreciado por el autor de Las palabras de la tribu, que escribió numerosos artículos sobre él.
A partir de 1952 Valente comienza también a colaborar en Índice de Artes y Letras, publicación de la que llega a ser secretario. En esta época, marcada también por la aparición de medios de difusión de la literatura hispanoamericana, como la revista Poesía de América, que suponen el acceso a contenidos prohibidos en el país, aparecen textos de Valente que confirman su especial dedicación a la literatura hispanoamericana, concebida por él como inherentemente ligada a la española. Ya en el capítulo dedicado a Madrid de la citada biografía valentiana, Marta incide, a propósito del período de mitad de siglo, en la relevancia de autores del siglo xx cuya influencia supera los límites nacionales, como es el caso de Vallejo.
En esta época la producción crítica de Valente sobre la literatura hispanoamericana suele poner a esta última en diálogo con la española: se pone el foco en los intercambios, paralelismos y colaboraciones entre autores de uno y otro lado. La lectura y el contacto con los autores hispanoamericanos va desde la influencia rotunda de grandes figuras del siglo xx, como Vallejo, a poetas menores por cuya producción manifiesta el gallego gran interés. Es importante señalar que su implicación va más allá de las relaciones personales ya perfiladas, si bien estas siempre favorecen la actitud de cercanía y hermandad que se destila de algunos textos críticos de Valente sobre tales cuestiones. Por otra parte, en los textos dedicados a la literatura peninsular el tono es más incisivo y crítico, lo que sugiere cierta contención en lo referente a la materia hispanoamericana, debida tal vez, como apunta Agudo, a «un conocimiento más superficial de la materia que aborda» (). En los textos dedicados a César Vallejo es posible hallar marcas de naturaleza similar, que expresan distanciamiento respecto de la materia hispanoamericana en lo referido a las consideraciones expuestas, volcadas exclusivamente en el marco de la literatura española. Así, en «Vallejo, desde esta orilla», el autor matiza:
También he de advertir que cuanto aquí digo se refiere a la poesía peninsular. Intento tan sólo dar una versión de Vallejo desde esta orilla del habla castellana, pero partiendo en todo caso del supuesto de que su obra constituye una de las aportaciones más originales de los países hispanohablantes del otro lado del Atlántico a una posible tradición poética común. ().
Así pues, en los años madrileños ven la luz una serie de artículos dedicados a la novela hispanoamericana que se publican en Cuadernos Hispanoamericanos, Ínsula y Clavileño y se coordinan con la publicación, más o menos simultánea, de textos dedicados a cuestiones internacionales en las que el poeta ya estaba interesado, como la poesía árabe o la rusa. En «La novela y la emancipación literaria de América» el autor reflexiona sobre el momento en el que la literatura hispanoamericana puede considerarse emancipada y, por tanto, diferente por su concepción y contenido, de la española. El fin de la etapa colonial aparece en varias ocasiones como fecha de inicio del desarrollo de la novela distintivamente hispanoamericana.
En el texto se exponen ideas polémicas, como la consideración de Alarcón y Sor Juana Inés de la Cruz como autores españoles, que será refutada en parte por Octavio Paz en Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe (1982). La relación con el poeta mexicano, con todo, va más allá de esta anécdota y se extiende a la etapa de madurez del Valente, que lo considera un referente de la literatura hispanoamericana contemporánea. Paz, por su parte, pondera a Valente como un poeta extraordinario entre sus coetáneos. La convergencia de ambos autores es además interesante en la medida en que los dos comparten un perfil de autor poliédrico, pues ambos se dedicaron a diversos géneros como la poesía y el ensayo, además de labores de traducción, y se convirtieron en grandes representantes de la crítica literaria en lengua española.
En las consideraciones de Cuadernos Hispanoamericanos sobre Los de abajo (1915) y la novela de la revolución es posible advertir un cambio de mentalidad con respecto a la moderación ideológica propia de la etapa precedente (). La producción de este período dedicada a la literatura hispanoamericana es, además de abundante, representativa de la evolución como crítico del autor. Ya figuran en esta porción de su obra reflexiones maduras sobre la literatura de ultramar, que se condensan en la idea de una literatura hispana común, para la que la lengua española funciona como nexo indeleble, y dentro de la cual no se difuminan las diferencias esenciales entre el carácter propio de la literatura hispanoamericana (y, dentro de esta, de la literatura de cada país del continente), que comienza a forjarse con la Independencia, y la literatura peninsular.
También en esta época se dedica Valente a traducir varias obras. Esta labor no parece ser aún especialmente relevante, aunque se convertirá con el tiempo en una parte muy significativa de su carrera. Marta Agudo hace en la biografía del poeta un breve análisis de su biblioteca en esta etapa, y apunta que «el grueso lo componen la literatura hispanoamericana, la española y la europea» (), dato que habla de un Valente abierto a las propuestas de la literatura mundial ya antes de dejar España. Agudo proporciona, a continuación, una lista de los nombres relevantes del primer grupo:
En el primer apartado, no podían faltar los libros de los amigos y conocidos (Jorge Gaitán, Jorge Icaza, Toribio Medina, Antonio Olinto, Eduardo Cote); los grandes nombres (Herrera y Reissig, Huidobro, Vallejo, etc.); las monografía sobre cuestiones específicas como el descubrimiento (Waldo Frank), la identidad del indio (Aida Cometta) o la búsqueda de la expresión hispanoamericana (Henríquez Ureña); o los estudios y antologías «sobre» y «de» la literatura de Chile, Argentina, México, Brasil o Colombia. (ibid.).
En 1955 comienzan la experiencia del exilio y la andanza europea, cuando Valente acepta una oferta de profesor lector en Oxford. En octubre de este año conoce a Alberto Jiménez Fraud, director de la Residencia de Estudiantes. El profesor se convertirá en una figura clave de la experiencia del poeta en la Europa del momento, a la este que veía como una «encrucijada de exilios» (2008: 1421). Gracias a Jiménez Fraud, Valente conoce a Américo Castro, también crítico español de la literatura hispanoamericana, a la luz de cuya obra el orensano revaloriza sus ideas de historia e integra el patrimonio judío y árabe a su visión de la cultura hispánica.
Durante su estancia como lecturer en la universidad de Oxford, Valente imparte diversas lectures o conferencias sobre poetas españoles, cuyos materiales se conservan en la Cátedra de la USC que lleva su nombre. Si bien la mayoría versan sobre el barroco español y Quevedo, una parte de ellos corresponde a autores contemporáneos, entre los que se encuentran Neruda y Vallejo. Eso sugiere que en algún momento la obra del peruano fue parte del temario de las lecciones introductorias a la literatura hispana de Valente en Oxford. El orensano deja notas en estos textos poniéndolos en relación con literatura hispana de muy diversos períodos, incluido el Modernismo de Darío. También datan de esta época los nuevos contactos con la crítica literaria anglosajona, experiencia que influye en el crítico en el que Valente se va convirtiendo (por ejemplo, destacan las referencias a Frank Raymond Leavis y su escuela). Oxford también supone el contacto con intelectuales del exilio español y la recuperación de la memoria histórica perdida en la posguerra, lo que influye en el desarrollo de la concepción exílica valentiana. Durante el tiempo pasado en Inglaterra, Valente mantendrá el contacto con los poetas hispanoamericanos conocidos en el Colegio Mayor de Madrid.
Entre finales de 1957 y comienzos de 1958, Valente inicia gestiones para trasladarse a Ginebra para desempeñar un cargo de traductor para la OMS. La etapa de madurez de Valente, que tiene inicio con este traslado, se verá marcada por relaciones literarias, pero también personales, directas o epistolares, con los grandes escritores hispanoamericanos del siglo xx. Durante la estancia en Europa, además de presentar publicaciones en revistas extranjeras, como Bulletin of Hispanic Studies, colabora en las mexicanas Plural y Vuelta, de Octavio Paz. Si bien se conserva un epistolario reducido de los dos poetas, algunas cartas son reveladoras en la medida en que dejan ver la aceptación y el respeto que Octavio Paz sentía por el orensano. En varias de las cartas (Rodríguez Fer 2018), Paz invita a Valente a colaborar en la revista Plural, dándole total libertad en el asunto y dejando entrever su certeza de que las aportaciones del gallego a la literatura hispana serán de valor y necesarias. En una de sus respuestas, Valente alaba los poemas de Vuelta (1969-1975), libro que recoge las impresiones de Paz al regresar a su país tras los años pasados en Oriente y Europa. Valente valora especialmente los poemas de paz que operan una «inmersión (subversión) en la historia» (Rodríguez Fer 2018: 226), ya que en estas composiciones se da la unión de la experiencia individual del poeta con las circunstancias y el medio en el que vive, de naturaleza plural. El reiterado interés de Valente por este asunto, que constituirá su acercamiento más significativo a la poesía social con la que él marcó tajantes distancias, estará presente también en sus consideraciones sobre Vallejo, visto como una voz anómala que se integra con extraordinario poder dentro de la colectividad humana.
En septiembre de 1964, Valente conoce a Borges en Berlín, cuando acude al Encuentro Internacional de Poetas como único español, y con la intención expresa de conocer al argentino. Borges es para Valente un autor de gran importancia, pues este lo considera uno de los grandes narradores de todas las literaturas modernas, además de un reconocido maestro. Es posible reconocer la profunda impronta de Borges en Valente en diversos ensayos, como «El otro Borges» (1971) y «Borges y yo» (1979), pero también en sus textos literarios, como la breve descripción que le dedica al argentino en un texto de Notas de un simulador (1997). Borges es referente literario en la etapa madura de Valente, a diferencia de otros autores latinoamericanos, como Vallejo o Lezama, sobre los que el gallego comienza a reflexionar ya desde su juventud, en las publicaciones de Cuadernos Hispanoamericanos. Por otra parte, el viaje del 68 a Argentina, además de la visita a Borges, favorece el contacto con Julio Cortázar. En una carta de septiembre de ese mismo año, Cortázar le recomienda al gallego varios poetas argentinos con los que le será posible contactar durante su estancia. En primera línea figura el nombre de Alejandra Pizarnik, de quien constan algunos libros en la biblioteca de Valente. Esta carta es indicio de una relación personal con el gran narrador argentino, que tiene su origen en la estancia de ambos escritores en Suiza, donde trabajaron como traductores para organismos internacionales (Rodríguez Fer 2018: 236).
Los años ginebrinos están marcados también por la amistad con el escritor cubano Calvert Casey, que llega a Ginebra en 1966. El gallego aprecia mucho la obra narrativa de Casey, exiliado de Cuba a causa de las hostilidades castristas hacia el colectivo homosexual. Este hecho está muy presente en el pensamiento de Valente sobre la situación cubana (R). El autor se hace consciente, a través de las experiencias de Casey, Heberto Padilla y otros cubanos, de la represión castrista contra discursos disidentes y contra los homosexuales. La relación con la política cubana en estos años es compleja, y algunos artículos de Valente son testimonio de ello: «Cuba: Dogma y ritual» surge a raíz del proceso iniciado en Cuba contra el poeta Heberto Padilla, a propósito del cual firma Valente una carta dirigida a Fidel Castro, uniéndose a un extenso grupo de intelectuales europeos y americanos que condenan el encarcelamiento y la coacción llevados a cabo por el régimen castrista.
El contacto con Cuba viene además determinado por la relación con Lezama, a quien, más allá de los lazos de amistad, Valente considera un maestro y ve en él a un autor total, cuyos textos superan los moldes genéricos tradicionales. El gallego dedica varios ensayos al cubano, como «El pulpo, la araña y la imagen», donde reflexiona sobre la naturaleza de su obra, o «Pabellón de vacío», texto que parte de la correspondencia de Lezama con distintas personas para denunciar la situación opresiva en Cuba (Rodríguez Fer 2018).
En Cuba también conoce Valente al peruano Emilio Adolfo Westphalen, con quien continuará su relación en Ginebra, y de cuya obra se convertirá en una especie de promotor en España, pues se esfuerza en conseguir que esta sea publicada en la Península. Los empeños de Valente tienen éxito, porque en 1991 sale al mercado una edición de Bajo zarpas de la quimera, prologada por él. Se introduce así, en esta orilla, la obra del que para Valente era «el mayor de los poetas vivos en lengua nuestra» ().
También peruano, Américo Ferrari conoce a Valente mientras trabaja como profesor en la Universidad de Ginebra. En Ginebra, Ferrari y Valente conectan también con otros autores del Perú, Raúl Deustua y Luis Loayza, que escriben en el marco de la revista Creación y Crítica. De las actividades de Valente con este grupo hay muchos testimonios, pero destaca tal vez una carta del editor Ricardo Silva-Santisteban a Ferrari. En esta carta, el editor peruano le solicita al poeta que convenza a Valente para escribir un texto crítico sobre Westphalen, ya que «una crítica suya tendría más impacto, pues siendo un escritor de reconocido prestigio, constituiría el reconocimiento europeo de Emilio Adolfo Westphalen» (). Además, Ferrari y Valente planean durante un tiempo publicar una antología de poesía hispánica, en la que el primero se encargue de Hispanoamérica y el segundo de España, pero el proyecto se cancela.
Sin embargo, el gran nexo entre ambos es la admiración compartida por César Vallejo, sobre el que Ferrari escribió muchos libros que figuran en la biblioteca de Valente. Juntos preparan una edición de la poesía completa de Vallejo. Esta edición irá prologada por «Vallejo o la proximidad», texto relevante sobre el peruano que será seleccionado después para incluirse en La experiencia abisal (2004).
En suma, la relación de Valente con Hispanoamérica, su literatura y su cultura es muy extensa, pero halla un desarrollo particular en el contacto con los poetas peruanos, y, sobre todo, en el contacto con Vallejo. El autor de Trilce es una de las grandes figuras poéticas que están presentes desde los momentos más tempranos de la iniciación literaria de Valente, y no decae con el tiempo, sino que pervive a través de lecturas y menciones para verse revivificada en Ginebra, de la mano de un grupo de poetas, precisamente, compatriotas de Vallejo. Prueba de la vitalidad del poeta de Santiago de Chuco en la conciencia del orensano es la revisión que este hace en el año 2000, meses antes de fallecer, de la presencia del peruano en su obra, casi, parece, a modo de despedida.
4. CARACTERIZACIÓN VALENTIANA DE VALLEJO
De «Vallejo, desde esta orilla» es posible extraer el grueso de la caracterización que hace Valente de la obra de Vallejo, lo cual supone una base indispensable para entender mayores consideraciones del autor sobre el peruano. Este texto, antes de ser publicado en Las palabras de la tribu en 1971, apareció en el número 134 de la revista Índice de Artes y Letras, y fue seleccionado por el autor para su lectura en el XXXIII Congreso del Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana en el 2000. Algunas de las ideas resumidas a continuación están ya presentes en «Vallejo y la palabra poética», texto menor publicado en Cuadernos Hispanoamericanos en 1953 que funciona como reseña de La poesía de César Vallejo (1951), de Elsa Villanueva.
En el primero de los textos, Valente empieza por señalar las raíces modernistas de Los heraldos negros, reconociendo el influjo de poetas como Lugones y Herrera y Reissig, pero destacando el de Darío, sobre todo. El propio Vallejo lo hace explícito en algunos poemas de Heraldos y en otros textos, como el artículo de 1926 para el primer número de Favorables París Poema, manifestaciones de las que se deduce el hondo ―y constante― reconocimiento que el peruano hace de Darío como figura clave de la poesía moderna en lengua castellana.
El aspecto más destacado de Los heraldos negros es, sin embargo, la presencia de elementos novedosos que conformarán la particularidad de toda la obra poética de Vallejo. Esto contrasta con otras opiniones sostenidas sobre el primer poemario del autor, según las cuales Heraldos es más un molde dejado atrás del que solo se toman en cuenta las particularidades, casi anómalas, que anticipan la culminación expresiva de Trilce. La obra de Vallejo, según apuntará Valente más adelante, es tal en la medida en que se sostiene sobre la base heráldica.
El exotismo modernista es sustituido en Los heraldos negros por la profunda adhesión al medio próximo, el mundo andino, lo que conecta con notas más nativistas que se mantendrán presentes a lo largo de toda la obra de Vallejo. A propósito de esto, Valente sugiere a Albert Samaín como posible influencia sobre el peruano y sobre López Velarde, fundador de la poesía mexicana contemporánea. Otro aspecto destacado del poemario es la incorporación de la expresividad cotidiana al lenguaje poético, rasgo sobre el que Valente volverá en su obra ensayística para destacar el influjo vallejiano en otros autores. La aproximación de la palabra poética a la naturaleza hablada llega a un nivel extraordinario en Vallejo, y tiene su manifestación más brillante en la adaptación del poema al ritmo conversacional. La voz poética se caracteriza por una oralidad pura, ingenua y poderosamente expresiva, rasgo que distingue a Vallejo y hace su poesía tan excepcional. A continuación, el autor pasa a meditar sobre la naturaleza religiosa de muchas imágenes presentes en la obra de Vallejo, que se vinculan con la idea de projimidad en tanto que conmiseración por el prójimo doliente. Valente apunta que la visión cristológica del sufrimiento humano es otro rasgo determinante del peruano presente en toda su obra y especialmente en los poemas sobre la guerra civil. Dado que, para Valente, Vallejo se presenta ya en este primer libro como poeta del dolor y la condición humana ―facultad que será definitoria a lo largo de toda su obra―, la vinculación de dicha facultad a esta visión cristológica hace de esta última otro elemento definitorio constante a lo largo de toda su poesía, aspecto que debe ser propiamente tenido en cuenta. Para concretar, el autor señala la importancia de este factor en el poema «Ágape», como ejemplo de la temprana, más bien originaria, presencia de esta concepción religiosa en la obra de vallejiana. Los poemas de la Guerra Civil supondrán la expresión más lúcida y brillante del componente religioso, si bien en Poemas humanos este no deja de ser visible: «Piedra negra sobre una piedra blanca», señala Valente, es un título que remite a diversos componentes de los símbolos sagrados.
A propósito de estas ideas, se hace hincapié en la comunión natural entre lo que queda de la religión y la afinidad marxista del autor, «racional y emotiva». Esta comunión entronca con otra cuestión, que puebla cartas, ensayos y poemas de Valente. Se sintetiza en la idea de una poesía surgida de la unión entre la experiencia individual y colectiva del poeta, y está presente en varios de los textos en los que se menciona a Vallejo. Sobre ella se volverá más adelante.
Desarrollando la idea de continuidad en toda la obra vallejiana, Valente hace un repaso por los grandes temas de la poesía del peruano que se repiten ya desde Los heraldos negros, destacando sobre todos el de la condición humana y su desamparo. Se incide mucho en la importancia del sentimiento de conmiseración como una nota fundamental de la personalidad de Vallejo, que funciona también como otro gran eje de cohesión en toda su producción poética. La solidaridad con el miserable halla su mejor exponente en el propio Vallejo, lógica sobre la que se va formando la idea de projimidad, que Valente retomará en su texto recogido en La experiencia abisal para ofrecer una caracterización más original y definitiva del peruano. En este texto, por el momento, el autor se limita a señalar como procedimiento de identificación con el doliente la sustitución en el poema del «yo» tradicional por su nombre y apellidos, citando «Ágape» y otros poemas posteriores, como «Piedra negra sobre una piedra blanca», a tal efecto. De este modo, el poeta construye en el poema su pertenencia al grupo de miserables de cuya condición se hace cantor: César Vallejo es el primero de ellos. Este uso del nombre completo se corresponde con una concepción del mensaje más primitiva, inmediata, que entronca con el distanciamiento expresivo del lenguaje poético tradicional, al que Valente confiere una importancia capital en lo referido al poeta de Santiago de Chuco.
Valente comienza describiendo Trilce desde su condición anómala dentro de la participación en la vanguardia de los años veinte: Trilce no perece como tantas otras manifestaciones de los ismos, sino que perdura en el tiempo y en la tradición poética porque no se limita a existir como parte del programatismo de dichas corrientes estéticas. Valente cita como ejemplo de estas últimas el creacionismo de Huidobro, un poeta, en su opinión, «interesante, aunque de estatura menor» (), y ligado a ese orden de cosas que limita las posibilidades de la experiencia creativa. En una entrevista de periódico, el orensano destaca de Vallejo su identificación con la figura del «corredor de fondo», cuya soledad se presenta como la condición preferida para la creación poética. El elemento que hace que este poemario no comparta la naturaleza caduca de otras obras y propuestas de vanguardia es la conexión con el sustrato hondamente humano del que mana la profunda emoción que se libera en los versos de Trilce. La audacia de la apuesta expresiva no es menor, pues, que la potencia emotiva que se descarga. Sobre la relación de Vallejo con los códigos de vanguardia, en «Gerardo Diego a través de su “Biografía incompleta”» Valente alude a la asociación de una nómina de autores, entre los que se encuentra el peruano, con el movimiento creacionista. Esta adhesión tiene lugar en el marco de Favorables París Poema. El creacionismo se retrata como una manifestación eminentemente efímera, que pronto pasó a la historia. En España, Gerardo Diego fue el único miembro de su generación considerablemente implicado en la vanguardia. De su obra Biografía incompleta (1953) Valente menciona algunos poemas, entre ellos, «Valle Vallejo» y el «Adiós a Pedro Salinas», en los que destaca la profunda carga de humanidad de los versos, conseguida a través de formas aparentemente sencillas y ligeras. Se destacan pues, cualidades independientes del molde vanguardista.
Acerca del novedoso lenguaje poético, Valente señala la posible influencia de Un coup de dés, de Mallarmé, matizando que los posibles elementos de resonancia mallarmeana en Vallejo se encuentran también en buena parte de la poesía postsimbolista y que, en el peruano, en concreto, se desvían del camino marcado por el poeta francés. Por otra parte, Trilce supone el acercamiento definitivo a la materia esencial de la obra vallejiana. El motivo familiar, eje fundamental de su poesía cuyo nacimiento se fija en Los heraldos negros y continúa en Poemas humanos, aparece en este nuevo poemario en su formulación culminante. Se proporcionan dos ejemplos de la evocación de la madre en Trilce, el poema xxviii y el poema lxv.
Poemas humanos y España, aparta de mí este cáliz configuran un conjunto inseparable y suponen, según Valente, la llegada a la madurez poética. Se presentan en este ensayo a través de la cita que lo subtitula: «Todo acto o voz genial viene del pueblo y va hacia él». En este último libro (pues para el orensano es uno solo), los versos nacidos de la conexión humana con el pueblo son devueltos al mismo, cerrándose así el legítimo recorrido circular. Valente incide de nuevo en que el conjunto existe en función de las características, temáticas y expresivas, que se perfilan en Los heraldos negros; las notas de las que nace la poesía primera de Vallejo se subliman en sus últimas composiciones. Se pone como ejemplo el sentimiento de solidaridad, que no aparece como una novedad definitoria de la última etapa, sino como una constante que llega en poemas como «Masa» a su máxima expresión.
Más allá de estos rasgos generales extraídos de «César Vallejo, desde esta orilla», es posible ahondar en las consideraciones de Valente sobre el peruano, y en concreto sobre los recursos expresivos de su poesía, a partir de «Vallejo y la palabra poética», la reseña de 1953 que, como se ha indicado, no se recoge en ningún libro de ensayos ni se considera parte de su obra crítica madura. El resto de la bibliografía sobre Vallejo mencionada en la reseña lo compone el estudio de Luis Monguió en la Revista Hispánica Moderna (1950). El autor destaca de esta lectura la profundidad con la que se incide en la biografía del peruano, virtud ausente en la obra de Elsa Villanueva, cuyo interés reside en la visión diacrónica de la expresión poética. Con todo, en este se mencionan dos aspectos que se desarrollarán en los siguientes del orensano dedicados a Vallejo: la actualidad de la obra vallejiana y la originalidad de su empresa expresiva. considera que este último factor es «su huida de la contemporaneidad y su aportación a ella».
El libro de Villanueva, calificado de poco exhaustivo y un tanto desorganizado, si bien satisfactorio, sigue la evolución de la expresión poética del peruano, lo que resulta interesante por la importancia que concede Valente al proceso de creación de un lenguaje y una expresividad propias que, en el caso de Vallejo, lo sitúan en el lugar que ocupa dentro de la poesía contemporánea. Una primera afirmación sobre el trabajo desarrollado por Villanueva, que sienta las bases de la visión que Valente presentará en el texto recogido en Las palabras de la tribu, es la de la unidad de la obra. «Todo Vallejo está ya contenido en este Vallejo inicial» (), apunta a propósito de Los heraldos negros en la reseña a Villanueva. Otro rasgo fundamental que concreta Valente es el de la poderosa emotividad de la palabra poética, que nace del encuentro de la experiencia vital. No hace falta ir más allá de la primera página de este primer libro para entender las palabras de Valente:
Valente no se detiene a mencionar la herencia modernista de Los heraldos negros, que considera evidente, pero sí matiza el peso que concede Villanueva a las imágenes religiosas. Para Valente, estas son más que el poso de la educación religiosa temprana del poeta, pues entroncan con la factura modernista de muchas composiciones. Lo cierto es que el tratamiento más amplio que concede el autor a la religiosidad en Vallejo se da en el texto de Las palabras de la tribu, donde, como ya se ha mencionado, el orensano incide en la poca atención que a tal asunto se ha conferido desde la crítica literaria, teniendo en cuenta su importancia dentro de la obra del peruano. Tal vez la otra idea fundamental sobre el componente religioso sea el valor diverso, más personal, que este adquiere en el marco del poema vallejiano, alejado de la simple confluencia con la educación provincial o las imágenes modernistas. De hecho, Valente señala la divergencia de la asimilación de la herencia modernista en Los heraldos negros y en otras «formas más afines» a la corriente, como es el caso de la obra de José María Eguren, coetáneo de Vallejo. Sobre la raíz nativista y su presencia constante no hay apuntes, aunque el autor suscribe la siguiente cita de Mariátegui a propósito del primer poemario del gran poeta peruano: «podía haber sido su obra única. No por eso Vallejo habría dejado de inaugurar en el proceso de nuestra literatura una nueva época» ().
El análisis de Elsa Villanueva continúa, naturalmente, con Trilce, y así lo hace el texto de Valente. Se alude a la experiencia carcelaria, que enriquece el duro sustrato humano de la poesía vallejiana, pero el rasgo que destaca Valente es el de la entrada extraordinaria a nuevas posibilidades expresivas, que insuflan vida y gracia a la palabra poética. Es esta ductilidad del verbo la que Valente vislumbra en la obra del dominicano Fernández Spencer, aunque más a propósito del poder del uso de lo coloquial que de la riqueza inventiva. Sobre el análisis de Villanueva, Valente lamenta la falta de profundidad con la que se pasa por mecanismos expresivos como la eliminación de partículas de unión y la constancia de recursos como la antítesis o la reiteración.
Finalmente, a propósito de Poemas humanos, Valente reproduce las palabras de la peruana para describir el lugar que ocupó la obra de Vallejo en el panorama literario a partir de la publicación de esta última obra. El autor asume la unidad de este poemario con España, aparta de mí este cáliz, como volverá a hacer en «César Vallejo, desde esta orilla», y afirma que el conjunto contiene «lo más asombrosamente realizado de la obra de Vallejo» (). De nuevo, se lamenta la poca profundidad de Villanueva, dado lo trascendente de esta porción final de la obra del peruano: «algo se señala a propósito de los adjetivos y de las enumeraciones verbales» (ibid.), pero esta sección del libro de Villanueva parece pecar en ocasiones de incompleta.
Una caracterización genuina y propia del peruano es la que ofrece el poema «César Vallejo», recogido en La memoria y los signos (1966), de Valente:
En el presente poema Valente también destaca la facultad del peruano de hacer poesía diciendo, convirtiendo en lenguaje poético la palabra hablada, con su sencillez y humanidad, ligadas en este caso a un plano terrestre o próximo, evocado a través de los deícticos «Ese» y «ahí» y del verbo de permanencia en el primer verso. A continuación, se coloca a Vallejo a la cabeza de los hombres vapuleados por la miseria y por sus «bruscos empujones», expresión cruda y física que remite a los «golpes» usados por Blas de Otero para caracterizar el sufrimiento del que se hace cantor Vallejo, y que haya su origen ya en el primer poema de Los heraldos negros. Así, continúa el poema valentiano:
Años después, en «Vallejo o la proximidad», Valente recordará un poema de Vallejo en el que el hombre, fracturado por los grandes discursos de la historia, se convierte en niño: «La cólera que quiebra al hombre en niños / que quiebra al niño en pájaros iguales / y al pájaro, después, en huevecillos; / la cólera del pobre / tiene un aceite contra dos vinagres» (399). Como se verá más adelante, en el mismo ensayo Valente caracteriza la poesía de Vallejo por su proximidad, es decir, su capacidad para unirse, a través del poema, al conjunto de hombres sufrientes sobre los que canta. El ensayo remite al poema valentiano, pues este presenta la culminación de dicho proceso: el niño se hace «padre / del hombre aquel izado / a bruscos empujones / de desgracia» (199).
Sobre los estallidos de ternura, logrados a través de la innovadora desnudez expresiva, Valente no solo evoca aquí los «puñados» de Vallejo, sino que reconoce su influencia sobre Fernández Spencer, cuya relación con Valente se ha abordado en el apartado precedente. Su poemario La luz del día recibe el premio Adonáis en 1952, suceso del que Valente se hace eco en un texto publicado en Índice en el mismo año. En dicho texto, uno de los rasgos por los que destaca el ecuatoriano para el autor es la ternura de la palabra poética, característica asociada a Vallejo. Otro rasgo que Valente asocia a Vallejo, en este caso en el poema que lleva su nombre, es el de la sombra de la muerte siempre presente en la existencia humana. La imagen del hombre sollozando, sentado en su ataúd, trae el recuerdo de los versos premonitorios de Vallejo en «Piedra negra sobre una piedra blanca»: «Me moriré en París con aguacero / un día del cual tengo ya el recuerdo» (201). Sin embargo, los siguientes versos de «César Vallejo», poema de Valente, parecen ser los más elocuentes:
Vallejo es presentado como un mendigo que no pide nada; la condición de mendicidad es entonces inmutable e inalienable del individuo. No es el objeto de su pobreza o de su carencia lo que lo convierte en mendigo, sino su propia condición. Su ser, su naturaleza, van indisolublemente unidos a la miseria y al dolor. Y cuando no es así y el poeta se convierte en mendigo por causas externas, es la justicia, ocupando el segundo término de la disyunción, el objeto de su necesidad y sus demandas. Así, la facultad del poeta queda perfectamente sintetizada en este binomio esencial, en el que incluso la irrupción del segundo elemento parece romper en parte la rotundidad y unidad del primer verso, en un procedimiento que recuerda a la sencillez casi oral con la que se configuran en el lenguaje los potentes mensajes de la poesía de Vallejo. En los versos siguientes, cierre del poema, la condición dolorosa del ser se liga a la noción de resistencia. El genio vallejiano se describe en términos que difieren del cariz existencial que toman los otros versos, trayendo notas sociales ya sugeridas en el «hombre izado» del comienzo y en la «justicia» de la anterior estrofa. En estos últimos versos el poeta se presenta como una voz de trascendencia colectiva («el pueblo») que establece un compromiso («la promesa») de verdad en el poema («la palabra»).
5. DOS PROYECCIONES VALENTIANAS DE VALLEJO
Hasta aquí se ha explicado la visión de José Ángel Valente de la poesía de César Vallejo, que pudo formarse a partir de las conexiones de ambos autores con la vida y la literatura de sus orillas opuestas. Sin embargo, la aportación de Valente como crítico ―en lo referido a Vallejo en este trabajo, pero también a otras literaturas― va más allá de su lucidez y su amplia red de conexiones con la cultura hispanoamericana. En su libro La literatura hispanoamericana en la crítica española, divide a la crítica española del siglo xx volcada en la literatura de ultramar en dos grandes grupos: aquellos que se centran en la figura de Darío y los que no. La siguiente subdivisión es la más significativa, y opera sobre la nómina de críticos cuya producción se enmarca en el período que sigue a la guerra civil: aquellos que se quedaron en España y los exiliados a Hispanoamérica, siendo esta segunda sección la que produce la crítica de literatura hispanoamericana más relevante a partir de 1940. suscribe esta idea de la distribución de los exiliados españoles al señalar que «desde finales de los años 50, quedaban muy pocos de la primera hora en Gran Bretaña, bien porque habían muerto o bien porque se habían ido a otros países, sobre todo de Hispanoamérica».
Una de las pocas excepciones a esta norma será Valente, que sale de España en 1955 y lleva su exilio a cabo en distintos países de Europa. Conexiones personales, su implicación polifacética en la vida intelectual y su dominio de gran parte de las lenguas europeas le dan acceso directo la obra de diversos autores sobre los que dejará numerosos ensayos. Ello y su ávida lectura de la literatura contemporánea, unido al profundo conocimiento de los clásicos, le permiten formar una visión holística de la literatura en lengua española, que pone en diálogo con la contemporaneidad universal y con la nueva sensibilidad poética de su tiempo, de la que, además, participó como gran poeta de la segunda mitad del siglo xx español. Sobre el acercamiento desde fuera a la literatura española, Valente ha señalado que ello supuso:
Un cambio enorme. Empecé a ver la literatura española desde Europa, a darme cuenta de que autores y títulos aquí ignorados, como El examen de ingenios de Huarte de San Juan, sido muy importantes [...]. Estos hechos me dieron una visión distinta de mi tradición y me di cuenta de que había sido engañado, que mi tradición no era unitaria y que todo no se construía sobre el tópico de «todo el mundo a comulgar», sino que era algo distinto. ().
Del mismo modo, la visión valentiana de la obra de Vallejo es más compleja, y no se queda solo en una ajustada caracterización, sino que se completa, y por ello destaca, con el definido dibujo de la relación vallejiana con el panorama literario en el que se inserta el propio Valente y, más allá de eso, con la tradición literaria en sus valores más universales.
De este modo, la segunda gran idea tratada en «Vallejo, desde esta orilla» es el papel del peruano como figura determinante para la generación de poesía española de los años 40 y 50, coetánea de Valente. El orensano le reconoce este lugar a Vallejo en numerosas ocasiones, tanto en otros textos como en declaraciones en prensa. Por ejemplo, en la [Respuesta a un cuestionario] para la Antología de la nueva poesía española de 1968, afirma que «las dos influencias, prácticamente simultáneas, que con más vigor inciden en la actualidad sobre los escritores jóvenes son, desde costados distintos, las de Cernuda y César Vallejo» (). También, en una entrevista para un medio mexicano, comenta sobre el poeta: «Vallejo, una revelación inmediata, profunda y duradera, su obra es, también, la que nos ha aportado más elementos no presentes en los poetas españoles del 27» («10 preguntas a José Ángel Valente», El Heraldo, México).
En el citado ensayo, Valente parte de una declaración del peruano para caracterizar la unión con la generación de la posguerra española: «Acuso a mi generación de impotente para crear o realizar un espíritu propio, hecho de verdad, de vida; en fin, hecho de sana y auténtica inspiración humana. Presiento desde hoy un balance desastroso de mi generación, de aquí a unos quince o veinte años» (). Valente concuerda con Vallejo en la medida en que esta falta de timbre humano ha sido la tónica para la generación siguiente al peruano, si bien no ha supuesto ningún desastre. Parece que los poetas españoles de posguerra han hecho caso de la predicción de Vallejo, pues es común a gran parte de ellos la conciencia de esta falta de inspiración. En este sentido, el peruano se anticipa al sentir de la generación española de posguerra. Esta actitud de los jóvenes poetas españoles bebe de la idea de Vallejo de un sustrato esencialmente humano, «común a todos los hombres» (), a cuyo acceso debe aspirar el artista.
La anticipación de Vallejo a la sensibilidad de la poesía de posguerra se perfila en dos factores principales: el sentimiento de solidaridad humana y el empleo del lenguaje orientado a explotar al máximo sus posibilidades comunicativas. Ambos se dan con regularidad en las obras poéticas que vieron la luz en España en los años cuarenta y cincuenta. Estos poetas dejan de aspirar al cultivo de un lenguaje poético tal y como era concebido anteriormente, y se inclinan por los recursos expresivos del coloquialismo para componer su poesía. El autor concreta, a su vez, que este esquema se reproduce dentro de los marcos de la joven poesía española a partir de los años cuarenta, que es el contexto sobre el que se propone transmitir su visión del poeta peruano, si bien tiene en cuenta que su aportación a la poesía va más allá de estas coordenadas y se proyecta sobre el fondo de una «posible tradición poética común» ().
En este mismo ensayo, Valente procede a dar algunos datos que muestren, primeramente, el conocimiento de la generación aludida de la obra de César Vallejo, y, después, la influencia que esta tuvo en la producción poética de la época tratada. En Espadaña, por ejemplo, se reproducen poemas del peruano, y se toma como ejemplo de poética de la literatura del momento «Masa», poema que versa sobre el potencial de la fuerza colectiva para oponerse a las dinámicas habituales de muerte y olvido a las que son condenados los vencidos de una guerra. No faltan asimismo composiciones dedicadas al poeta, como el poema de Leopoldo Panero publicado en Escrito a cada instante (1949).
Los contactos de Espadaña con la obra de César Vallejo van más allá del caso señalado por Valente, si bien este es el más elocuente. Espadaña (1944‑1951) siguió publicando poemas de Vallejo aun en el tiempo de la censura. Fue fundada por Antonio González de Lama, Eugenio de Nora y Victoriano Crémer. Publicó varios poemas póstumos de Vallejo y le rindió un pequeño homenaje por su muerte, iniciativas que, en el contexto de la posguerra española, marcaron una gran diferencia respecto de la actitud de los demás medios activos. En el número 22 (1942) se publica el poema «Los desgraciados», de Poemas humanos. En la segunda página del número 39 (1949) aparece un pequeño texto que resulta relevante si se lee en relación con su contexto, teniendo en cuenta que la obra de Vallejo estuvo prohibida en España después de la Guerra Civil:
CÉSAR VALLEJO. Nació el 6 de junio del año 1893 en Santiago de Chuco (Perú) y murió en París el día 15 de abril de 1938. José L. Aranguren, Antonio G. de Lama, Victoriano Crémer, Eugenio de Nora, Leopoldo Panero, Luis Rosales, José María Valverde y Luis F. Vivanco LE RECUERDAN.
Este mínimo homenaje a su muerte resulta revelador en la medida en que ofrece una pequeña nómina de autores del panorama de posguerra que se interesaron por César Vallejo, y que pudieron verse influidos por su poesía. Destaca la presencia de nombres vinculados a la vida intelectual falangista, como Panero, junto a nombres como Victoriano Crémer o Eugenio de Nora, hecho que contradice, tal y como apunta , la visión tradicionalmente enfrentada de los poetas de la España oficial y de la España desarraigada. Este esquema simplificado elimina los puntos en común que unos y otros poetas pudieron compartir, como el interés por la obra del peruano, que se formula desde perspectivas que presentan puntos en común y divergencias.
Así pues, Valente apunta a un caso concreto, pero es posible ir más allá, y rastrear la presencia vallejiana en las letras españolas a partir de sus agudas pistas. Sobre dicha publicación de Espadaña, recuerda el poeta Antonio Gamoneda:
Pues mire, yo tenía 18 o 19 años y estábamos en plena dictadura y el nombre de Vallejo, poeta marxista, pronunciarlo, era prácticamente un delito. [...] Esta revista, en 1949 exactamente, publicó una página de puras letras grandes, una especie de lápida de recordatorio de César Vallejo, nombre prohibido. [...] Yo era muy joven, tenía 18 años y eso fue un acontecimiento porque empecé a tener conocimiento de Vallejo. Entonces circulaban los poemas de Vallejo en manuscritos, pues no había ediciones de sus libros. ().
En la misma entrevista, Gamoneda expresa su gran admiración por Vallejo, así como un sentimiento común a los poetas de su generación, que consideran al autor de Santiago de Chuco un poeta español, dado su gran amor por España.
Valente opta por centrarse es el influjo vallejiano en la obra de Blas de Otero, el poeta más original, para el gallego, de la Generación del 50, y el más valorado por él dentro la poesía social española. La impronta de Vallejo en Otero puede rastrearse a partir de numerosas fuentes, desde Leopoldo Panero en su reseña de Ancia (1958), «Vecindad con el alma», hasta el propio autor, que narra en Historia (casi) de mi vida (1969) cómo fueron sus contactos más decisivos con Vallejo. En La galerna, además, otra referencia fecha en la etapa adolescente el conocimiento de la poesía del peruano, junto con la obra de Neruda.
En varios poemas de Ancia es posible identificar una especia de dolor existencial inmanente al hombre, que remite a los sufrimientos de la condición humana de Vallejo: «Estos sonetos son [...] / cárceles de mi sueño; ardiente río / donde la angustia de ser hombre anego» (), o «Es nuestro ayer, nuestro dolor sin nombre / retornando, de nuevo, su camino; / futuro en desazón, presente incierto, / sobre el hermoso corazón del hombre» (265). Esta traza de la naturaleza humana se hace aún más explícita en «Hombre»: «Esto es ser hombre: horror a manos llenas», en este caso entremezclada con la desesperanza ante la falta de respuesta de un Dios que parece haber abandonado a su creación. El motivo del silencio de Dios es recurrente en el poemario, tomando a veces forma de acongojado reproche que trae recuerdos de la rotunda exclamación vallejiana en «Los dados eternos»: «¡Tú no tienes Marías que se van!». De forma similar, en «Basta», la voz poética le pide al creador el cese de los dolores que este le manda, recurriendo esta vez a un procedimiento común en la obra de Vallejo, la creación de una nueva palabra que le da al verso fuerza expresiva: «Basta. Termina, oh Dios, de malmatarnos» (268).
Otro rasgo que determina la condición del hombre es su pequeñez, que en Otero halla su expresión en lamentos por la corta duración de la vida. Así, en el soneto «No», la naturaleza efímera de la voz poética contrasta con la hondura y trascendencia de los sentimientos que le inspira Dios. Este contraste reaparece en los sonetos de Ancia, y se sintetiza bien en el verso de «Ímpetu», en el que el sujeto poético aparece identificado con un árbol: «y, entre raíz mortal, fronda de anhelo» (270). En este soneto es posible también encontrar otra de las trazas que apunta Valente: el uso de un lenguaje marcado por la expresión oral, que rechaza los moldes tradicionales del lenguaje poético. En Ancia son numerosos los préstamos del lenguaje hablado y la coloquialidad: en «Ímpetu», la voz poética, cargada de un súbito vigor y optimismo, da un paso más allá del habla, y proclama: «Pero avanzo si dudar, sobre abismos infinitos, / con la mano tendida: si no alcanzo / con la mano, ¡ya alcanzaré con gritos!». (270).
Así, las referencias al afán expresivo y al habla se reparten a lo largo de todo el poemario. «Pido vivir» es un soneto que se construye como una especie de reflexión en la que el discurso se identifica con el ritmo del pensamiento de la voz poética. El primer cuarteto parte de una hipótesis sobre la existencia que avanza de forma dispersa hasta concretar, en el segundo cuarteto, la condición esencial de la vida: «cielos y mar... Es más que en cielos, es en / la tierra, aquí, con cal y hueso» (276). La existencia humana se condensa en este plano terrestre en el que tiene lugar la lucha con los incesantes golpes, término recurrente en el poemario. Por ejemplo, en el último verso de este poema, «Golpe brutal de Dios contra mi vaso» (ibid.), que trae ecos de «Los heraldos negros» de Vallejo.
«Pido vivir» es revelador también en el plano de la expresión poética. Los versos finales del segundo cuarteto, además de imitar el flujo natural del habla que sigue al pensamiento, inciden en el hecho de que es el material discurso hablado, aquello que la voz poética «iba / diciendo» (ibid.), lo que conformará, tal como surge de los labios, el poema: «[...] y permitid que hasta lo escriba / donde —vuelvo a decir—: Si me viniesen...» (ibid.). El rechazo que apuntaba Valente por el lenguaje poético tradicional, heredado de la sensibilidad romántico-simbolista, se hace patente y explícito en estos versos, en los que la palabra poética se identifica totalmente con el ritmo del discurso hablado, con su espontaneidad, sus repeticiones e interrupciones, que marcan el comienzo de los tercetos: «¡Si es que no me escuchan!...» (ibid.). Sobre la extraordinaria asimilación del ritmo conversacional y el coloquialismo, señala Valente el siguiente comienzo de «Silben los vértices»: «Y bien. El aire extiende el aire en redes» (251), que recuerda a muchos comienzos de poemas de Vallejo.
En «Epítasis», por otro lado, la voz poética, identificada con el nombre de Blas de Otero, se aproxima a la muerte y reflexiona sobre las posibilidades de posteridad identificándose con las vicisitudes del vivir sobre las que se viene reflexionando a lo largo de Ancia, iniciando el último terceto con unas palabras que recuerdan al decir sencillo y certero del dolor en Vallejo: «A duras penas voy viviendo. Pero / algo de luz y un resto de cadenas / dirán: Esto que veis, fue Blas de Otero» (275). Otros poemas, sin embargo, carecen de estos reductos de esperanza, y entroncan plenamente con la enunciación del sinsentido de la existencia, que halla afinidades con la expresión de la indefensión y el sinsentido de la vida del hombre en Vallejo. Así, en el poema «Ecce homo», el poeta se presenta como una figura indisolublemente ligada a la condición más vulnerable y próxima a la miseria humana. Su primer cuarteto ―«En calidad de huérfano nonato, / y en condición de eterno pordiosero, / aquí me tienes, Dios. Soy Blas de Otero, / que algunos llaman el mendigo ingrato» (276)― recuerda, en cierta medida, a la caracterización valentiana del peruano en el poema «César Vallejo»:
Otros poemas de Ancia ahondan en la desesperanza y el dolor de la existencia haciendo más evidente el sentimiento de solidaridad que describe Valente en su obra crítica y que se halla en numerosas composiciones de Blas de Otero. De este modo, el poema «Igual que vosotros», además de con el título explícito, hace presentes a todos los hombres que comparten su agónica búsqueda convirtiéndolos en el destinatario del poema, que se cierra con los siguientes versos: «qué sé yo en qué, sin qué, oh Dios, buscando / lo mismo, igual, oh hombres, que vosotros» (279). Tal vez pueda interpretarse esta sed de lo desconocido como la inquietud que corresponde a la otra nota de la sensibilidad poética de la generación de posguerra apuntada por Valente: la conciencia tácita de la falta de inspiración auténtica, de verdad humana, que Vallejo vaticinaba.
Con todo, la presencia de Vallejo en la obra de Blas de Otero llega a ser más explícita que los ecos que traen los poemas ya citados. Tal como apunta Valente, el poeta vasco es capaz del sincretismo más inteligente, y no esconde las fuentes de las que bebe, sino que las incorpora a su obra poética alcanzando un nivel de originalidad y trascendencia que lo elevan por encima de los otros poetas de su generación. «Vine hacia él» (1952), que lleva como subtítulo una cita del peruano, narra la visita de Blas de Otero a su tumba, y se cierra con una triste relectura de «Masa», poema ya citado a propósito de Espadaña, que se convierte en una referencia del sentimiento de solidaridad de la generación de posguerra. El candor de todos los hombres de la tierra no consigue hacer que Vallejo se levante de su tumba:
En un poema de Poesía de Historia, la voz poética lanza hipótesis sobre cuáles serían los versos de Vallejo para la situación en Cuba en época de Otero, abriendo la composición con la siguiente hipótesis: «Si Vallejo volviera...», y tomando, para completarla, la conocida fórmula usada por el peruano para hablarle a España: «diría, exclamaría en son de amor: / Cuídate, Cuba, de tus propios hijos! / Cuídate de la patria y de la muerte!» (501).
Valente señala, además, menciones casi directas en Ancia, como el «varón y sus dos muertes» en un soneto que establece claras conexiones con la doble muerte de Pedro Rojas en la composición de Vallejo: «marido y hombre, ferroviario y hombre, / padre y más hombre. Pedro y sus dos muertes» (). Como procedimiento recurrente en Otero, el gallego identifica la ruptura de la frase hecha, frecuentemente reforzada con un encabalgamiento, y sus antecedentes en la poesía vallejiana: «Cuando ya se ha quebrado el propio hogar / y el sírvete materno no sale de la / tumba» (201). La evocación melancólica del hogar y la unidad familiar es también otro motivo recurrente en la obra del poeta vasco, que, según Valente, vertebra temáticamente toda la poesía de Vallejo. El autor de Las palabras de la tribu señala las similitudes entre el tratamiento de la figura materna en «Biotz-Begietan», de Pido la paz y la palabra, y la presencia de la madre en la obra de Vallejo.
Sobre el papel de Vallejo en la conformación de una nueva sensibilidad poética, la idea más clara desarrollada por el orensano es la de la solidaridad, que aparece como una constante presente en toda la obra del peruano y como nota común a toda la producción poética de relevancia que ve la luz en las décadas de los 40 y los 50. Sin embargo, es posible profundizar en este aspecto continuando con la lectura de la obra crítica de Valente.
En otro texto, titulado «Del simbolismo a nuestros días» (1961), Valente ofrece algunas consideraciones sobre Poetryof this Age, de . Elogia que el libro sea una exposición clara y sustancia de la formación de aquella idea de lo «esencialmente poético». Menciona, asimismo, el naufragio de una concepción de lo esencialmente poético que arrancó con Baudelaire y dio lugar al simbolismo. Machado, para Valente, vio con mayor claridad este declive, y esto lo convirtió en punto de inicio de una nueva época y enlace con la tradición anterior. La respuesta simbolista ya no es válida para las condiciones del nuevo tiempo; la nueva respuesta de la poesía aún no se ha formado. Cohen desarrolla esta idea en su libro, apuntando que lo que ha visto el panorama poético español en la posguerra ha sido una aceleración de los cambios de orientación poética que hace que, en su mayoría, se trunquen las trayectorias literarias de autores y autoras, sin haber podido desarrollarse del todo antes de ser petrificadas por la caducidad.
Siguiendo el recorrido de la sensibilidad simbolista trazado por Cohen, Valente da ejemplos de autores que fueron representantes del declive de aquella y cuyas obras permanecieron atadas a la obsolescencia en el decurso de los nuevos tiempos. Menciona también la relación hecha por Cohen de figuras salientes en las seis lenguas principales de Europa y América en los últimos cincuenta años, lo que ofrece la ventaja de incardinar adecuadamente a esta fundamental nómina de autores. De los poetas americanos, Cohen toma a César Vallejo, Ricardo Molinari y Octavio Paz, y de la joven poesía española, a Blas de Otero y José Hierro.
El artículo «La memoria poética» es un texto más tardío, publicado en El País en 1986, en el que Valente reflexiona sobre la presencia de acontecimientos de la historia contemporánea en la poesía, y sobre la forma en la que esta se comporta y se relaciona con la memoria, oponiéndose al relato histórico. Incidiendo en el acontecimiento histórico que supuso la guerra española, Valente resalta la dimensión universal del suceso, cuya conciencia es «una de las verdades profundas de la guerra de España», de la que la literatura se convierte en un testimonio más poderoso que los archivos históricos. Se menciona el poema de W. H. Auden «Spain, 1936», en el que el autor integra su ideología marxista al ejercicio creador, como ejemplo de relación de estas verdades con el género poético. En el poema hay una mentira, que Auden reconocería años después: al contrario de lo que dicen los versos, sí habrá una historia íntegra de los vencidos, y su lugar será la poesía. Al discurso histórico pertenecen, pues, los lenguajes del poder, del todo, portadores de relatos falsos. Las verdades sobre la guerra de España, las más difíciles de digerir y expresar, se encuentran en la poesía de la guerra, que, para Valente, aún no había sido escrita completamente. La generación de posguerra mirará a Vallejo, gran cantor de la tragedia española y del hombre derrotado, para buscar en su estela el camino de la verdad poética.
En el tercer apartado de este trabajo se ha recordado una carta de Valente a Octavio Paz en la que aquel, a propósito de una valoración de los poemas de Vuelta, expresaba su admiración por la capacidad del mexicano para integrar en el poema sus vivencias individuales y su experiencia colectiva como sujeto social. Esta conciliación es, para Valente, la razón de ser de una poesía social, cantora de las heridas que afectan a los hombres como pueblo. Sin el sustrato particular de la experiencia poética, la pretensión de tal poesía se queda coja, idea que no dista tanto de la expresada por Vallejo en la cita con la que se abría «Vallejo, desde esta orilla». El problema de España es el gran asunto con el que han de dialogar los poetas coetáneos de Valente, que retrospectivamente ve en su partida a Europa la posibilidad de distanciarse de la sorda vorágine de la posguerra ―«sin oír ni ver ni hablar», dirá en «Poeta en tiempos de miseria» ()―, y formar una conciencia más próxima a las verdades terribles de lo que había sucedido en su país y de lo que seguía sucediendo. Desde esta distancia intelectual que posibilita entender la herida de la guerra, por una parte, y la fractura entre esta experiencia personal y colectiva a la que se enfrenta la poesía contemporánea, por otra, Valente es capaz de ver también el papel que toma Vallejo dentro de tal coyuntura.
Además de en los ensayos y el epistolario del autor, es posible ver esta cuestión representada en su poesía. «El visitante» describe la aparición de un sujeto cuya principal característica es la ruptura entre su identidad y las realidades que pone en palabras, pertenecientes a un dominio común y representativas para otros, pero no para él mismo. El resultado de dicha fractura es una alienación que hace que las palabras, aunque sean acertadas y coincidan con determinadas circunstancias, no tengan valor real: «Todo a menor altura desplegado, todo cierto o veraz, no verdadero, / todo depuesto, más no dicho, todo / extrañamente desvivido» (198). Precediendo inmediatamente a «César Vallejo», poema ya comentado, el contraste entre ambas composiciones se antoja inevitable. La «promesa» de Vallejo es el pacto de unión entre la experiencia y la coyuntura individuales y la realidad colectiva en la que se constituye el poema; no hay fractura, ni otredad, y por eso los versos no quedan desvividos. Este par de poemas entronca con las ideas expuestas en «Vallejo o la proximidad»: dentro del poema se da el encuentro con el otro, el prójimo, que forma parte de la masa. Esto es lo que salva a la palabra vallejiana del declive y el olvido connatural a los grandes discursos y a las ideologías.
También «Poeta en tiempos de miseria» (199) se constituye como radiografía de la fractura entre la personalidad poética y el mensaje de su palabra, suerte de despersonalización («Hablaba como queriendo borrar su vida ante un testigo incómodo») que inevitablemente cristaliza en un discurso falto de verdad («intercalando en cada pausa gestos de ensayada alegría / para evitar acaso la furtiva pregunta, / la solidaridad con su pasado, / su desnuda verdad»). En este caso, la denuncia va más allá de la dimensión poética, desglosando la existencia de este poeta en los elementos que la conforman (el silencio, la posición estable, el derecho a la vida y el pan) y haciendo pesar sobre ellos la falta de verdad como precio a pagar. Esta falta de verdad y esta enfermedad de ceguera son los males a los que se enfrentan los intelectuales españoles en la posguerra: la conciencia de un pasado reciente marcado por horrores a los que supone un peligro acercarse. Frente a tal panorama, recuérdense los últimos versos del poema «César Vallejo», ya comentado, en los que el peruano es presentado a través del vínculo efectivo de su poesía con la realidad social e histórica: «El pueblo, la promesa, la palabra» (199).
Una vez formuladas las cuestiones valentianas de la nueva sensibilidad poética y de la interacción del discurso poético con la gran herida de España, a través de los textos ya comentados, es posible abordar el ensayo «Vallejo o la proximidad» para poder obtener una imagen clara del lugar que ocupa Vallejo, para Valente, dentro de este panorama. En su intervención en el XXXIII Congreso del Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, del año 2000, Valente recurre a la lectura de este texto para ubicar definitivamente a César Vallejo en la historia literaria. El ensayo, que cierra la última reflexión de Valente sobre el peruano, se distingue como su consideración definitiva sobre Vallejo. Figura en La experiencia abisal, publicado póstumamente en 2004, y apareció por primera vez como liminar de la Poesía Completa de Vallejo, editada por Américo Ferrari en 1988.
En el texto, pues, Valente sitúa a Vallejo en un plano reservado a figuras de especial trascendencia, que sobrepasa el contexto literario e histórico de una época. El legado de Vallejo, para el orensano, pertenece a la discontinuación de la historia literaria, ya que se relaciona en forma de ruptura con la tradición de la literatura y su ordenación temporal; es una de esas obras que no sucumben a las naturales dinámicas de la narración histórica, tales como el olvido. El espacio en el que se incardina Vallejo aparece, pues, liberado de estas leyes y mecánicas, de ahí que se postule como un horizonte amplio, universal. Su obra, por estas características, no se presta a una lectura delimitante ni a la fijación.
Valente presenta el tema que le da título a su ensayo: la proximidad inmanente al poema en Vallejo. Yendo más allá, afirma que este factor es el eje sobre el que se vertebra toda la obra del peruano. Valente entiende la proximidad como projimidad, es decir, como espacio de encuentro inmediato con el otro, el prójimo, dentro del poema, y transfiguración de la identidad del poeta con esa otredad. De nuevo sale a la luz la presencia de nombre y apellidos en las composiciones, esta vez para ejemplificar cómo el significado original de estas palabras se trasciende y se proyecta sobre un plano universal de comunión con el prójimo. El poema «Masa» se toma como ejemplo de la sublimación de este encuentro con el prójimo, que aparece primero como un individuo, en su particularidad y pequeñez, y culmina en la potencia colectiva que se impone al orden natural de la historia:
Así, la resistencia de la especificidad humana consigue romper el flujo de la gran narración, y la historia de lo pequeño y lo mundano, la microvida, se impone a la macrohistoria. Vallejo pone voz a las cosas pequeñas que, con todo, constituyen la esencia humana en toda su verdad y sufrimiento, y es esta proyección hacia lo inmediato la que vuelve su obra atemporal, libre y liberada del flujo de la historia y el contexto.
Las composiciones de Poemas humanos y «España, aparta de mí este cáliz» dedicadas a la Guerra Civil son un buen ejemplo de ello. Donde la Historia habría rescatado grandes motivos, apunta Valente, Vallejo toma a los hombres y mujeres que llenaron los espacios más pequeños, y consigue con ellos llegar a la profunda verdad humana que tejieron sus vidas. Se nombran a este propósito las composiciones dedicadas a Pedro Rojas, a Ramón Collar, y las menciones a individuos como don Antonio o el cura Santiago. Los versos que escoge Valente son más elocuentes que cualquier labor descriptiva: «Y si después de tanta historia sucumbimos, / no ya de eternidad /sino de cosas sencillas, como estar / en la casa o ponerse a cavilar» (). Los grandes códigos de lo universal se quedan cojos, insuficientes, ante esta realidad, y se convierten en falsos, cuando no corruptos: «Y así la Historia, la grande Historia, resultaba / turbio negocio de alta complicidad o medianía», describe el gallego en «Para oprobio del tiempo» ().
El Valente poeta no es ajeno, por su parte, a esta facultad subversiva del verso, que permite mantener viva a las gentes y a la memoria, precisamente en los espacios de ruptura:
Este poema, titulado «John Cornford, 1936», recogido en La memoria y los signos fue escrito como recuerdo del poeta y comunista inglés fallecido a los veintiún años durante la Guerra Civil, en el frente republicano. El poema alaba la toma de partido de Cornford en la contienda, oponiendo su decisión a otras actitudes de compromiso distanciadas de la realidad del conflicto. Más allá de las reminiscencias vallejianas que pueda traer la imagen del cuerpo del soldado que se levanta de su lecho de muerte, son especialmente reveladoras las coordenadas en las que tiene lugar este alzamiento. La memoria de Cornford adquiere vida en las ruinas, en el terreno de muerte de los grandes discursos desde el que se alza la palabra poética, apuntando al horizonte total en el que se coloca Vallejo. El joven soldado es otro punto en la red de vidas humanas que salvaguarda la historia de los vencidos; en el poema de Valente, la vida de Cornford y el peso de su decisión se condensan en valores absolutos que suponen la unión de todas las identidades que, como el británico, construyeron la resistencia, y que con él perduran:
Esta memoria colectiva que puede manar desde un espacio negativo a través de la enunciación poética no sucumbe a las dinámicas del olvido, ya que forma parte de esas naturalezas subversivas capaces de situarse en la anomalía de la historia, esas «cosas no apaciguadas por el tiempo». Así, ni Cornford ni sus compañeros caen realmente, sino que perviven «Ametrallados, no vencidos», de forma similar a como existe el propio Vallejo, en el poema que Valente le dedica: «El roto, el quebrantado / pero nunca vencido» (199). Además, la proximidad con Cornford se establece en términos cercanos a los efectos producidos por la voz vallejiana («de tú a tú puedes hablarnos»): el diálogo con la voz poética tiene lugar entre las filas de vencidos que se identifican con el joven caído, «hermano nuestro». Así, la palabra con el prójimo se hace ruptura del gran relato, grieta en la que vive la memoria y, por lo tanto, la vida.
Volviendo a la proximidad de la obra poética vallejiana, Valente apunta, además del uso de nombres propios, los numerosos símbolos que la pequeñez humana halla: el zapato, el pantalón, la cuchara..., que ponen de relieve la falsedad de los lenguajes del todo. La palabra poética se convierte, pues, en un elemento de ruptura del orden establecido, y esto se ve reflejado en el radical impulso renovador del lenguaje. En este sentido, la poesía se convierte en una suerte de espacio de caos necesario para llegar a la expresión verdadera, en una fuerza de naturaleza negadora. Este pulso de vida, concluye Valente, llega aún hasta nuestros días, por efecto de su «esencial proximidad».
De nuevo, la poesía valentiana se presenta como apoyo perfecto a las cuestiones marcadas por la obra ensayística:
Este poema, titulado «Con palabras distintas» funciona como relato en el que la poesía, en un estallido de violencia, se libera de la solemnidad y el anquilosamiento a los que la somete el discurso cultural y hegemónico. En las siguientes estrofas, se describe el encuentro con un hombre capaz de mantenerla viva, uno «que a la pasión directa llama vida» (201). Este hombre parece destacar por sus facultades eminentemente humanas, elementales y poco solemnes: además de «duro, instrumental, naciente», la poesía huye a sus manos y se alza «en su pecho», pasea por sus «barrios / suburbanos y oscuros» (ibid.). Esta figura aparece además especialmente vinculada al limo elemental, a un sustrato puramente humano que recuerda a la realidad vallejiana evocada en «Vallejo, desde esta orilla»: «gustó el sabor del barro o de su origen, / la obstinación del mineral, / la luz del brazo armado» (ibid.). En el final del poema, el resultado de esta unión es el choque entre el nuevo discurso, liberado y diferente, contra el establecido: «Y vino a nuestro encuentro / con palabras distintas, que no reconocimos, / contra nuestras palabras» (ibid.).
6. CONCLUSIONES
En 1971 se publica Las palabras de la tribu, célebre primer libro de ensayos de José Ángel Valente que contiene «Vallejo, desde esta orilla». Como ya se ha visto, Valente se propone en este texto dar cuenta del diálogo entre la poesía vallejiana y los poetas del lado ibérico del Atlántico. Las palabras del gallego describen una obra poética extremadamente cohesionada, cuyos primeros versos configuran ya los grandes trazos de carácter de una poesía extraordinaria. Vallejo es, ante todo, un poeta humano; sus versos surgen del encuentro entre la personalidad inalienable del poeta y el profundo dolor de ser hombre, y toman forma gracias a la expresión insólita y potente del verbo. Pasados los años de la vanguardia poética, cruciales en la historia de los intercambios España-Hispanoamérica y testigos de la prolífica relación de Vallejo con los escritores españoles, surge en la Península una nueva generación de poetas marcada por la búsqueda esencial de una poesía humana que pueda tomar vida después de la Guerra Civil. Esta búsqueda evidencia la conciencia de una falta y a la vez de una necesidad, actitud definitoria de una nueva sensibilidad poética que toma forma en esta generación de los años 40 y 50, y a la que Vallejo se anticipa ya en la década de las vanguardias. Valente tiene la agudeza de señalarlo: el poeta peruano, cantor de la guerra española, es precursor de una actitud poética que se vuelve esencial para la España de posguerra. Así lo acredita la presencia vallejiana en los poemarios de esta generación; tal vez, de forma incontestable, en la obra del poeta del cincuenta más valorado por Valente, Blas de Otero, como se ha visto a través de una selección de sus poemas publicados entre 1940 y 1950.
Por otro lado, no ha de olvidarse que José Ángel Valente forma parte, desde el punto de vista generacional, de esa nómina de poetas que son niños de la guerra. Esta pertenencia, que en parte le permite dar una visión tan cercana de lo que supone la poesía de Vallejo en «esta orilla», no se resuelve, sin embargo, en la asimilación de la obra vallejiana del mismo modo que sus coetáneos. Si así fuera, Valente no consideraría necesario completar su consagración intelectual a César Vallejo, en el año 2000, con la lectura de un poema y un texto ensayístico más, que sitúan al peruano en el plano que le corresponde definitivamente, distinto y alejado de la familiar orilla: el horizonte total de la lengua.
Así pues, no es solo la pertenencia de Valente a la orilla lo que le permite aproximarse con tanto acierto a la obra del peruano. Como se ha visto, parte de la visión valentiana de Vallejo tiene que ver con el papel que la poesía de este último tiene en la conformación de una nueva sensibilidad poética del siglo xx, y ello se relaciona con la capacidad del poeta de integrar su experiencia y personalidad particulares dentro de las grandes coyunturas de la centuria. El carácter humano de la obra de Vallejo es tal porque sus poemas crean un punto de encuentro con el hombre: esa es la esencial proximidad de su poesía. El poeta de Santiago de Chuco es la voz de la condición doliente del ser humano, y su dolor es el primero en formar parte de la herida colectiva. Él figura, con nombre y apellidos, junto a todos los seres pequeños y desdichados cuya presencia en el mundo no reconocen los grandes discursos, y su poesía es el espacio que garantiza el encuentro con ellos y su pervivencia. Por eso es, en palabras de Valente, el «mendigo de nada», y por eso es el «Roto, el quebrantado / pero nunca vencido». Su poesía es anómala, opuesta a las grandes narraciones, y vive en los espacios de ruptura, en las ruinas de las que se alzan los versos a John Cornford, sin participar de las dinámicas instituidas de reconocimiento y olvido que condenan a los relatos a la muerte. Este «horizonte total de la lengua» en el que se inserta Vallejo es el lugar en el que vive la poesía ajena a la caducidad, descondicionada de sus procesos, y que perdura y sigue llegando a los lectores.
Tal idea es mucho más amplia que la influencia en los poetas españoles de posguerra. Para el gallego es posible y coherente sostener esta visión porque su bagaje vital y literario lo permiten. La lectura y traducción de poetas modernos en varias lenguas y el contacto directo con grandes autores de diversos países le proporcionan los conocimientos y la perspectiva necesaria para observar fenómenos relacionados con la literatura mundial del siglo xx, así como manifestaciones o estudios relativos a dichos fenómenos, como el trabajo de M. R. Cohen (1960), y extraer de dicha observación juicios lúcidos y complejos. Además, el recorrido vital de Valente, internacional e intercultural, se retroalimenta con su visión integradora de las artes y de la literatura: su defensa de una tradición literaria común en lengua española se corresponde con el conocimiento amplio de la literatura hispanoamericana, pero también con las profundas relaciones que como poeta y como hombre establece con grandes autores hispanoamericanos, como Lezama Lima o Borges.
Así pues, el exilio a Europa y las inmersiones en diversas culturas hacen posibles estas conexiones, pero también tienen un efecto en la relación del autor con el panorama literario y social en España. La salida del país le confiere, tal como ha indicado en alguna ocasión, un distanciamiento necesario para procesar el horror de la Guerra Civil, y para empezar a aproximarse a realidades de la contienda que, además de ser dolorosas, permanecen semienterradas bajo el olvido impuesto por el franquismo. En esta fractura entra en juego la poesía, y Vallejo vuelve a ser ejemplo para Valente del poder subversivo de la palabra poética, de su «poderosa, radical negación» (). La naturaleza anómala de la poesía vallejiana es capaz de llevar a cabo la ruptura del discurso hegemónico que prevé Valente en numerosos textos, como «Con palabras distintas» o «Vallejo o la proximidad», y que puede significar, en lo relativo a la herida española, la recuperación disidente de la memoria de la guerra. El autor orensano es capaz de ver la totalidad de este proceso y dejarlo plasmado en sus ensayos y en su poesía, apuntando, como él ha señalado, al valioso legado de uno de los más grandes poetas del siglo xx.
José Ángel Valente llega a una orilla y desde allí nos regala su visión de Vallejo, pero no podría pisar la tierra que pisa si antes no hubiera vivido como poeta, como crítico y como hombre la experiencia vital de conocer culturas y poesías diversas, e integrarlas dentro de una concepción absoluta del arte y de su relación con la vida humana. Desde esta óptica no solo es posible reconocer la deuda de la poesía española de posguerra con el autor de Santiago de Chuco, sino también determinar el potencial transcendente de su obra, y situarlo en el espacio de la posteridad poética que merece: un punto de fuga entre fuerza subversiva, humanidad y memoria.
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Notas
[1] La Compañía Ibero-Americana de Publicaciones fue creada con el objetivo de acabar con la circulación clandestina de libros. En 1930 contaba con el ochenta por ciento de la producción bibliográfica española (Caudet 1984) y era propietaria exclusiva de la distribución de numerosas editoriales. Por el mismo año, la compañía inició una campaña de expansión a Hispanoamérica que preveía las mismas estrategias seguidas en España. La Gaceta Literaria, órgano promocional de la compañía, publicaría en septiembre de 1931 un texto laudatorio de la labor unificadora de la CIAP presentada como «la primera editorial española que ha mirado a América [...] como una continuación de España» (Caudet 1984: 145).
[2] En Oxford, Valente trabaja luego en la Taylor Institution, donde pasa mucho tiempo. Allí tiene acceso a una surtida biblioteca de la Bodleian Library. En ese edificio se encuentran las bibliotecas dedicadas al estudio de las lenguas modernas europeas.
[3] Frank Reymond Leavis (1895-1978) fue un crítico literario y profesor inglés. Fue director entre 1932 y 1953 de la revista Scrutiny, que sirvió de plataforma para su propuesta de una crítica literaria objetiva. Defendía un ejercicio crítico fundado en el rigor analítico, estrictamente circunscrito al estudio de los textos.
[4] A este respecto, puede recordarse también la fuerte presencia de la oralidad en la literatura hispanoamericana en general, como ha estudiado, por ejemplo, Martin Lienhard en La voz y su huella: Escritura y conflicto étnico-social en América Latina ().
[5] Todas las citas de la poesía de Valente se han tomado de la cuarta edición de Galaxia Gutenberg de su Poesía completa (2021), editada por Andrés Sánchez Robayna. Del mismo modo, todas las citas de la poesía de Vallejo en este trabajo pertenecen a la edición de Américo Ferrari, del año 1988 y consignada en la Bibliografía final. En adelante, por tanto, se cita por estas ediciones.
[6] Junto a Blas de Otero, Ángel González reconoce abiertamente la influencia de Vallejo. El uso de la lengua coloquial es una constante en buena parte de su obra; así, ya en los primeros poemarios, como Áspero mundo (1956), es posible detectar formas del lenguaje coloquial.
[8] Todas las citas de Ancia corresponden a las Obras Completas de Blas de Otero, edición de 2013 listada en la bibliografía final. A partir de ahora se citará por esta edición, indicando solamente las páginas.