Las sociedades actuales son altamente complejas y la diversidad cultural se convierte en la principal característica que impregna las relaciones sociales. Considerando la importancia que tienen estas últimas en la construcción del conocimiento, los centros educativos y las universidades deben aprovechar toda la multiculturalidad de su alumnado para construir experiencias de aprendizaje más enriquecedoras. Si bien, las orquestas educativas parecen elaborar sus partituras obviando el ruido cultural de fondo, lo que acaba provocando desafinación en una buena parte del alumnado que no entiende o se siente identificado con las notas. El Informe de Seguimiento de la Educación en el Mundo (), que pretende dar cuenta de los avances en el cuarto Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) “Educación de Calidad”, pone de relieve la exclusión de los inmigrantes de la práctica escolar; la existencia de manuales y programas educativos con representaciones superadas de migraciones y desplazamientos; una falta de formación por parte del personal docente en temas multi e interculturales; una carencia de recursos para apoyar a los educandos con dificultades en escuelas con altos porcentajes de inmigrantes y refugiados; y la desatención de las necesidades formativas de las personas adultas pertenecientes a grupos minoritarios.
Ante tal coyuntura, se tornan necesarios enfoques y estrategias educativas que tengan en cuenta la diversidad lingüística y sociocultural, formen en competencias interculturales al profesorado para que sea capaz de llevar a cabo prácticas inclusivas e incorporen al contenido curricular el capital cultural de todos los y las discentes. Se trata, pues, de construir no solo instituciones educativas para todos, sino de todos, el gran reto del siglo XXI para quien escribe estas líneas. Frente a tan ambicioso desafío, puede servir como hoja de ruta, al menos en un principio, el libro «Fondos de conocimiento familiar e intervención educativa. Comprender las circunstancias sociohistóricas de los estudiantes», cuya autoría corresponde a Miguel A. Santos Rego, Mar Lorenzo Moledo y Gabriela Míguez Salinas, pertenecientes al Grupo de Investigación ESCULCA de la Universidade de Santiago de Compostela (USC) y con experiencia en cuestiones relacionadas con la pedagogía intercultural.
La obra que aquí se presenta centra su atención en la teoría y la práctica de los Fondos de Conocimiento (FdC), enfoque antropológico-educativo novedoso en el panorama editorial español y latinoamericano, así como también en la praxis de aquellas y aquellos coetáneos que desempeñan su quehacer en los colegios e institutos de nuestras proximidades. Los autores que la firman, partiendo de una versión más cercana al ensayo que al rígido informe científico, estudian el modo en que puede usarse el conocimiento cultural comunitario en las escuelas, es decir, aquellos recursos educativos valiosos de las familias y comunidades, sobre todo de las que deben lidiar con circunstancias socioeconómicas adversas y se encuentran en situación de riesgo social. Todo ello a través de una introducción y cuatro capítulos de estructura reticular, que parten de lo más teórico hasta llegar a diversas experiencias de aplicación práctica, en general, y al desarrollo del Programa Fondos-Conocimiento-Familias, en particular.
No hemos de olvidar el prólogo a cargo de la prestigiosa profesora emérita de la University of Arizona, Norma González, pionera en el estudio de los FdC en coordenadas norteamericanas, y mucho menos la veracidad de su afirmación: “el pasado es prólogo” (), en tanto ningún estudiante llega a la escuela desprovisto de antecedentes. Por ende, aquellos pertenecientes a minorías no son pobres en capital cultural, por mucho que los discursos del déficit y la visión a propósito de la cultura los hayan venido empobreciendo. Y es ahí donde recae el potencial de un enfoque como el mencionado, que se encuentra a medio camino entre la psicología, la pedagogía y la antropología y que emplea la etnografía como principal metodología, toda vez que pretende incluir narrativas, prácticas y experiencias familiares como posibilidades pedagógicas.
En el primero de los capítulos, «Teoría e historia de los Fondos de Conocimiento en el ámbito social y educativo», se centra la atención en los FdC, su desarrollo histórico y sus elementos. Todos los hogares disponen de recursos estratégicos y culturales. Si bien, el origen de tal enfoque se remonta a los años sesenta del siglo pasado, iniciándose con la exploración de las dinámicas de convivencia de los sectores poblacionales más vulnerables, motivo por el que algunos autores los denominan “el capital cultural de los pobres” (). En particular, son los estudios sobre las prácticas familiares de las comunidades mexicanas de Tucson (Arizona) los que dibujaron los primeros trazos de una definición oficial del enfoque, entendiéndolo no solo como conocimientos y habilidades que las personas utilizan para sus actividades de subsistencia, sino también como un conjunto de pautas y expectativas que guían el comportamiento de aquellas. En esta línea, la cultura y la identidad se convierten en los ejes centrales que moldean su engranaje. Los grupos de trabajo docente, a su vez, constituyen un elemento muy importante dentro del mismo, en tanto en cuanto conforman una estructura mediadora escuela-familia, operando como una comunidad de práctica e, incluso, convirtiéndose en una plataforma de innovación educativa.
En el segundo, «Fondos de Conocimiento y familia. Una alianza educativa», los autores enfocan el estudio de la familia como célula básica de la sociedad desde un punto de vista evolutivo-educativo, estudiando su relación con el éxito académico. En primer lugar, reflejan las dificultades para encontrar una definición universal del término familia. Igualmente hacen hincapié en la crisis que ha venido sufriendo la institución familiar en las últimas décadas, tanto en roles establecidos como en términos de desmodernización, aun cuando siga siendo “el espacio principal en el que se desarrolla la socialización primaria” (). En segundo lugar, analizan su relevancia en el rendimiento, destacando que las expectativas de la familia, el profesorado y el propio alumnado en cuanto a los logros suponen una dimensión clave, moldeando positiva o negativamente la tarea académica y los resultados. Si bien, los antecedentes y el contexto familiar del estudiantado se convierten en el factor más relacionado, siendo la implicación familiar una variable muy vinculada al éxito o fracaso de los escolares. De ahí, la importancia del desarrollo de programas colaborativos entre hogares y centros escolares que permitan las continuidades familia-escuela. En tercer lugar, recogen los principales tipos de investigaciones acerca de las diferencias sobre el éxito escolar entre las clases media y obrera: las centradas en la transmisión general de valores, las que diferencian diversos tipos de prácticas educativas y las que analizan los aspectos de transmisión cultural y lingüística. Llegan a la conclusión de que las pedagogías culturalmente congruentes poseen una gran importancia para la inclusión adecuada de los underrepresented students.
El tercero, «Fondos de Conocimiento. El valor de la experiencia social», posee una naturaleza más pragmática. En sus páginas se abordan trabajos concretos sobre esta propuesta que han tenido lugar en diferentes países del globo durante las últimas décadas. El proyecto pionero ha sido The Funds of Knowledge for Teaching Project y, una vez presentados los resultados del mismo, han proliferado un gran número de experiencias, máxime considerando las posibilidades de adaptación a diversos contextos que ofrece el enfoque. Entre otros, se destacan los estudios de la profesora Olmedo en las escuelas primarias de Chicago, los de Marshall y Toohey en Canadá, el proyecto BRIDGE desarrollado por las profesoras Civil y Andrade en colaboración con Norma González —ya mencionada anteriormente— y Moll en Tucson, el Social Justice Education Project (SJEP) que puso en marcha el profesor Cammarota en una escuela de Tucson o la investigación desarrollada por Thomson y Hall en el ámbito de la escritura y las artes creativas en el contexto londinense. Todas estas experiencias manifiestan el carácter abierto de los FdC, así como los vínculos que guarda con otras teorías, entre ellas, el modelo de riqueza cultural comunitaria, el tercer espacio o hibridación —que se sitúa dentro de las teorías del aprendizaje participativo— o las ecologías de la alfabetización familiar en las comunidades. A continuación, se realiza un análisis sobre los discursos de poder y la agencia de los y las participantes en el estudio de las dimensiones pedagógicas del enfoque para, posteriormente, destacar los elementos más reseñables de cuatro trabajos realizados en diferentes contextos y países socioculturales, a saber, Nueva Zelanda, España, Australia y Uganda. Termina con un apartado en el que se presta atención a su importancia en la Educación Superior, siendo introducido en este escenario por la profesora Bensimon.
En el capítulo final, que lleva por título «Los Fondos de Conocimiento y la acción educativa», se presenta el Programa Fondos-Conocimiento-Familias, cuyos cimientos se asientan en la perspectiva de FdC. Se desarrolla con la idea de complementar el programa Promociona, de la Fundación Secretariado Gitano (FSG), a fin de “mejorar la implicación de las familias gitanas en la educación de sus hijos/as y acrecentar sus posibilidades de un mayor éxito educativo” (). Su puesta en marcha se materializa en tres centros de Pontevedra (Galicia), estructurándose en dos fases interconectadas. La primera se conforma en ocho sesiones formativas y tiene como protagonistas exclusivas a las familias (madres gitanas y sus niños y niñas), mientras que la segunda se divide en siete sesiones a lo largo de tres meses, culminando en la elaboración de una narración autobiográfica por parte de las madres y abuelas. La metodología es cualitativa y se emplean como instrumentos para la recogida de datos protocolos de evaluación, observación, entrevistas y relatos de vida. Participan un total de siete familias gitanas, ocho niños y niñas, cinco profesores y una orientadora escolar, así como también una orientadora educativa del programa Promociona y una profesora de los programas Promociona y Pre-promociona. Aun cuando los autores son conscientes de la existencia de puntos débiles, por ejemplo, distancia con el hogar o falta de acceso al mismo, la alta implicación de las madres ha sido un aspecto muy positivo.
El libro se cierra con nueve páginas de referencias bibliográficas, tanto nacionales como internacionales, que le confieren sustento epistémico y científico. Sin duda, estamos ante una obra de pequeña extensión, pero de gran calado educativo para investigadores de la educación, para docentes de centros educativos y para familias, quienes deben comprender qué fondos pueden ser ventajosos a tratar en el sistema de enseñanza formal. Asimismo, desde una mirada prospectiva ha de concederse mayor atención al papel de los dispositivos digitales y las redes sociales en los estudios sobre FdC y, a la vez, favorecerse en las etapas universitarias. No hay que olvidar que las universidades son los principales organismos encargados de formar a los futuros y las futuras profesionales de educación, por lo que la incorporación de este enfoque en los contenidos curriculares de los grados se torna una cuestión perentoria. Esta es una línea de trabajo que ha de potenciarse, pues, tal y como mencionan los autores de la obra, la cultura trasmitida en las instituciones docentes no es más que una de muchas, por lo que apremia una mejor continuidad entre contenidos y formas sociales, en pro de luchar contra un conocimiento apartheid.
Referencias bibliográficas
1
2
UNESCO (2019). Informe de Seguimiento de la Educación en el Mundo 2019. “Migración, desplazamiento y educación: construyendo puentes, no muros”. http://gem-report-2019.unesco.org/es/inicio/