Resumo
Se pretende en este trabajo ofrecer el peculiar punto de vista de algunos peregrinos cristianos a Tierra Santa que tienen el privilegio de observar los preparativos o el desarrollo de una peregrinación a La Meca. Aunque no es muy frecuente que los libros de peregrinación cristiana recojan descripciones o reflexiones sobre las peregrinaciones musulmanas, la coincidencia de algunos enclaves de las respectivas peregrinaciones permite contar con testimonios como los de Antonio de Aranda, Pedro Escobar Cabeza de Vaca, Juan Ceverio de Vera o Antonio del Castillo, que manifiestan muy gráficamente la valoración “del otro” en circunstancias que en parte son coincidentes y a la vez contrapuestas por razones de religión.
Palabras chave
Las peregrinaciones musulmanas a La Meca vistas por peregrinos cristianos a Tierra Santa (siglos XVI-XVII)
Víctor de Lama de la Cruz
Las peregrinaciones musulmanas a La Meca vistas por peregrinos cristianos a Tierra Santa (siglos XVI-XVII)
Sémata: Ciencias Sociais e Humanidades, núm. 33, 2021
Universidade de Santiago de Compostela
Muslim Pilgrimages to Mecca seen by Christian Pilgrims to the Holy Land (16th-17th Centuries)
Víctor de Lama de la Cruz
Universidad Complutense de Madrid, Madrid, España
Copyright © Universidade de Santiago de Compostela
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Recibido: 15/09/2021
Aceptado: 01/11/2021
Resumen: Se pretende en este trabajo ofrecer el peculiar punto de vista de algunos peregrinos cristianos a Tierra Santa que tienen el privilegio de observar los preparativos o el desarrollo de una peregrinación a La Meca. Aunque no es muy frecuente que los libros de peregrinación cristiana recojan descripciones o reflexiones sobre las peregrinaciones musulmanas, la coincidencia de algunos enclaves de las respectivas peregrinaciones permite contar con testimonios como los de Antonio de Aranda, Pedro Escobar Cabeza de Vaca, Juan Ceverio de Vera o Antonio del Castillo, que manifiestan muy gráficamente la valoración “del otro” en circunstancias que en parte son coincidentes y a la vez contrapuestas por razones de religión.
Palabras clave: Peregrinación cristiana; peregrinación musulmana; Tierra Santa; La Meca; Jerusalén; Damasco; El Cairo.
Abstract: It is intended in this work to offer the peculiar point of view of some Christian pilgrims to the Holy Land who have the privilege of observing the preparations or the development of a pilgrimage to Mecca. Although it is not very frequent that Christian pilgrimage books collect descriptions or reflections on Muslim pilgrimages, the coincidence of some enclaves of the respective pilgrimages allow to have testimonies such as those of Antonio de Aranda, Pedro Escobar Cabeza de Vaca, Juan Ceverio de Vera or Antonio del Castillo, who very graphically express the appreciation of the other in circumstances that are partly coincident and at the same time opposed for reasons of religion.
Keywords: Christian Pilgrimage; Muslim Pilgrimage; Holy Land; Mecca; Jerusalem; Damascus; Cairo.
Sumario
Introducción
Jerusalén, ciudad santa del Islam
Los preparativos de la Gran Peregrinación a La Meca: El Cairo y Damasco
El exhibicionismo de los santones desnudos y su perversa conducta
La visita del zancarrón de Mahoma y la leyenda de la pérdida de la vista durante la peregrinación
General lamento por las escasas peregrinaciones cristianas
Más allá de la ficción: turcos adorando al Niño Jesús
A modo de conclusión
INTRODUCCIÓN
A medida que avanzan los estudios antropológicos, se hace más evidente que la práctica de peregrinar es un fenómeno universal con manifestaciones en la mayoría de las culturas y épocas. La costumbre de viajar en peregrinación tiene que ver con la presencia de lo sagrado en la vida humana, lo que para Mircea Eliade (1981) se opone a lo profano, la otra modalidad de estar en el mundo. Así, las peregrinaciones pueden explicarse por la necesidad que tiene el hombre de entrar en contacto con lo sagrado en su búsqueda de un beneficio físico, espiritual o ambos a la vez. Normalmente el peregrino viaja al lugar de nacimiento o la muerte de alguien a quien una comunidad religiosa atribuye un significado especial, visita un santuario o un lugar de singular importancia, por lo que presenta una gran variedad de formas1. Muchos estudios modernos descubren semejanzas con el fenómeno del turismo religioso, aspecto que habrá que tener en cuenta al leer los relatos de nuestros viajeros de los siglos XVI y XVII2.
Limitándonos a las grandes religiones monoteístas, la tradición de viajar en peregrinación hunde sus raíces en la Antigüedad remota. Son bien conocidas las peregrinaciones en el mundo egipcio, griego y romano (Esteve, 2009). En la Toráh se establece que los judíos debían acudir al templo de Jerusalén en las festividades de Pésaj (Pascua judía), Shavuot (Pentecostés) y Sucot (Fiesta de los Tabernáculos) para hacer ofrendas (Gitlitz y Davidson, 2005). Sabido es que la peregrinación a La Meca (Hajj) constituye uno de los cinco pilares del Islam fijados en el Corán. En los siglos XVI y XVII, mil años después del nacimiento del Islam, Damasco y El Cairo fueron las dos principales ciudades de encuentro para realizar dicha peregrinación. Aunque es algo generalmente admitido que los cristianos acudían a los santos lugares de Palestina desde poco después de la muerte de Cristo, la religión cristiana carece del mandato explícito de realizar peregrinaciones. Esta es una de las diferencias con las otras dos grandes religiones monoteístas. No obstante, son abundantísimos los testimonios cristianos de cualquier época que reconocen los beneficios que proporciona la experiencia de la peregrinación, a pesar de que a veces hayan sido criticadas. Recuérdese el testimonio de Gregorio de Nisa (c. 335- c. 395), que aconseja a unos monjes «que peregrinen de la tierra al cielo, no de Capadocia a Palestina», o de san Jerónimo que, tras su paso por Jerusalén, prefirió apartarse a una cueva en Belén. Incluso los protestantes, que tanto criticaron el culto a las reliquias y las peregrinaciones preconizadas y alentadas por los pontífices católicos, recuperaron esa tradición una vez pasados los primeros tiempos de enfrentamiento radical con Roma3. Además, hay que admitir que entre los alicientes que animaban a los peregrinos españoles para aventurarse a visitar Tierra Santa se encuentra el de conocer nuevas tierras y nuevos pueblos con sus peculiares costumbres. Si no, recuérdense las experiencias de Pero Tafur en siglo XV o el Marqués de Tarifa ya en el XVI. No suelen reconocerlo, pero para comprobarlo basta leer con qué emoción relatan algunas anécdotas o se extasían ante monumentos o celebraciones sorprendentes, como por ejemplo ante las pirámides de Egipto o el vistoso espectáculo de una gran caravana en El Cairo.
En este contexto, el presente trabajo pretende ofrecer el peculiar punto de vista de algunos peregrinos cristianos a Tierra Santa que tuvieron el privilegio de conocer de cerca los preparativos o el desarrollo de una peregrinación a La Meca. No es muy frecuente que los cristianos recojan descripciones o reflexiones sobre esta materia, pero el paso por ciudades como Jerusalén, El Cairo o Damasco en algunos casos puede dar lugar a interesantes testimonios.
Según la tradición islámica, las peregrinaciones a La Meca se remontan a los tiempos de Abraham y los patriarcas, y la costumbre continuó hasta la época de Mahoma4. Se acepta que el Profeta hizo reformas en la forma de practicar la peregrinación a La Meca ordenando destruir todos los ídolos paganos. En 632, poco antes de morir, Mahoma realizó su única peregrinación con muchos de sus seguidores y les enseñó los ritos que debían acompañarla. En el monte Arafat pronunció ante los presentes el famoso “Sermón de Despedida” y a partir de entonces se convirtió en uno de los cinco mandatos del Islam.
Los gobernantes musulmanes consideraron las peregrinaciones a La Meca un asunto de estado y asumieron a lo largo de la Edad Media la responsabilidad de organizar el hajj durante el mes de Ramadán5 desde las principales ciudades6. Cuando en 1258 Bagdad cayó en manos Hulagu Kan, el nieto de Gengis Kan, quedaron sólo Damasco y El Cairo como puntos principales de partida de la gran peregrinación y la tradición se mantuvo durante el periodo otomano. Sobre las peregrinaciones medievales a La Meca, encontramos abundante información en los relatos de algunos viajeros: el poeta persa Nasir Khushraw visitó La Meca cuatro veces entre 1046 y 10527; Abu Hamid el granadino (1080-1169) a lo largo de unos cincuenta años viajó por el norte de África, Siria, Irak, Persia, Tranxosiana y la región del sur de Rusia antes de culminar su peregrinación en La Meca (sobre la que nos dejó muchas noticias) para vivir luego el resto de sus días en Mosul, Alepo y Damasco8; el valenciano Ibn Jubayr realizó su peregrinación a La Meca entre 1183 y 1185 compartiendo a veces el viaje con peregrinos cristianos y la relación de su viaje dio lugar a un género de la literatura árabe conocido como rihla, que hace referencia tanto al viaje de peregrinación como al relato del mismo9; más famoso aún fue el marroquí Ibn Battuta que partió de Tánger hacia Oriente en 1325 y, tras recorrer muchos lugares de Oriente Próximo (incluidos Jerusalén y Damasco), se unió a una caravana de peregrinos hasta La Meca; pero en lugar de regresar a su tierra, decidió acompañar a los peregrinos iraquíes e iraníes de regreso a sus hogares realizando un viaje de unos 20.000 kms., bastante más largo que el que Marco Polo había completado treinta años antes10.
Aunque las principales caravanas se desplazaban por rutas terrestres en dirección a La Meca, también por el Mediterráneo, el mar Rojo y el océano Índico podían los peregrinos hacer parte del recorrido. Durante el período otomano, los sultanes de Estambul se preocuparon de la organización de las peregrinaciones asignando a estos viajes anuales un generoso presupuesto11. El desplazamiento de varias decenas de miles de personas exigía una planificación, no solo en víveres y agua, sino también en la protección de la caravana de los salteadores de caminos. Durante este período, entre 20.000 y 60.000 personas hacían cada año su peregrinación.
Desde los reinos musulmanes e hispánicos de Occidente se produjeron durante la Edad Media numerosos viajes piadosos a Oriente, tanto de peregrinos cristianos, como de judíos y musulmanes (Ferrer i Mallol, 2008). A las peregrinaciones del Islam en concreto, hay numerosas referencias en la cartografía occidental de los siglos XIV y XV estudiadas por Sandra Sáenz López-Pérez, quien distingue tres aspectos: la ruta por el norte de África, la concepción de la ciudad de La Meca y la imagen del peregrino (2007, p. 179).
Entre los viajeros musulmanes que relataron su viaje a La Meca, he mencionado antes al granadino Abu Hamid, el setabense Ibn Jubayr y el tangerino Ibn Battuta; también es conocido el relato de Ahmad ibn Fatah ibn Abi Al-Rabi´a, de Tortosa, que tuvo lugar en 1395 y que fue publicado por Epalza Ferrer (1982-1983). Pero mucho más interesante para nuestro propósito, por la época en que se produjo, es el viaje de peregrinación (rihla) que realizó entre 1491 y 1495 el mudéjar castellano Omar Paton, acompañado de Muhammad del Corral, desde Ávila a La Meca y el regreso a la ciudad de origen12. Dicho relato podemos leerlo en dos ediciones recientes, la modernizada de Xavier Casassas Canals et al. (2017) y la edición crítica de Pablo Roza Candás (2018), realizada con unos criterios filológicos rigurosos y una anotación minuciosa del texto.
En esta última encontramos un documentado estudio preliminar con explicaciones pormenorizadas sobre las peregrinaciones a La Meca de mudéjares y moriscos, así como del contexto socio-religioso. Conviene tener en cuenta que solo los más pudientes musulmanes que vivían en el Mediterráneo occidental podían permitirse una peregrinación tan larga y costosa. También resulta relevante comprobar que tanto los dirigentes omeyas como los almorávides y los almohades de Al-Ándalus apenas se preocuparon de promover e incentivar la peregrinación a La Meca desde este extremo del Mediterráneo. Quizá se temía que una estancia tan prolongada en tierras orientales pudiera provocar una peligrosa contaminación ideológica. Con todo, lo más importante de dicho estudio es la descripción de las principales etapas del viaje y sus circunstancias por el norte de África hasta llegar a Alejandría y El Cairo, antes de emprender el camino hasta La Meca. Resulta aleccionador descubrir que Omar Paton está familiarizado también con las creencias cristianas y que se desvía para visitar Damasco y Jerusalén, pues también era esta ciudad santa del Islam. Pero lo que más nos interesa ahora es todo lo relativo a su estancia en La Meca y los rituales que acompañan su visita13, algo que desconocían los peregrinos cristianos que viajaban a Tierra Santa. En cualquier caso, son notables las coincidencias entre los itinerarios cristianos a Tierra Santa y la rihla protagonizada por Omar Paton: lugares recorridos en común14, santuarios de devoción compartida entre cristianos y musulmanes15, descripción minuciosa de ciudades, presencia de los mirabilia, etc.
Algunos moriscos siguieron practicando la peregrinación a La Meca entre 1492 y 1609, fecha de su expulsión definitiva, aunque apenas hubo en la época noticia de esos viajes por tratarse de actividades realizadas en una España oficialmente católica (Harvey, 1987). Hoy es bien conocida la peregrinación del Alhichante de Puey Monzón, realizada en el tránsito del siglo XVI al XVII. Las 79 coplas castellanas compuestas por este morisco aragonés, escritas en letra aljamiada, fueron encontradas junto con otros manuscritos al levantar el entarimado de una casa de Almonacid de la Sierra (Zaragoza) en 1884 (Zúñiga López, 1988-1989)16.
En el Occidente medieval se tenía una idea muy equivocada sobre el motivo de la peregrinación a La Meca, debido sobre todo a que muy pocos cristianos pudieron burlar la prohibición de viajar a esa ciudad17. Por lo general, se creía que, en lugar de ir al santuario de La Kaaba, los musulmanes acudían a venerar el sarcófago o arca de Mahoma, que permanecía suspendido en el aire por la influencia de unos poderosos imanes. Este error sobre la ubicación del sepulcro de Mahoma se prolongó por mucho tiempo, pues desde la muerte del Profeta en el año 632 estuvo ininterrumpidamente en la ciudad de Medina (Sáenz López-Pérez, 2007)18.
Tras estas consideraciones, me detendré ahora en la visión de las peregrinaciones musulmanas que manifiestan los peregrinos cristianos a Tierra Santa. No fueron muchos los occidentales que pudieron conocer de cerca estos desplazamientos masivos, pues lo habitual era que los peregrinos regresaran a los puertos de donde habían partido tras unos pocos días en Jerusalén y los alrededores. Solo aquellos que prolongaban su viaje por varios meses en los dominios otomanos, sin prisas por regresar, visitando lugares alejados de Palestina como Damasco, El Cairo o el Monte Sinaí, tenían la oportunidad de conocer mejor la cultura y las tradiciones de los musulmanes. Lo mismo cabe decir de los franciscanos de la Custodia, que solían estar al menos tres años en Tierra Santa atendiendo a las necesidades de los santuarios repartidos por Palestina, situación privilegiada para tener mejor información sobre las caravanas que se dirigían a La Meca.
De los cuatro relatos con información relevante sobre las peregrinaciones musulmanas que cito aquí, el Luzero de la Tierra Sancta (Valladolid, 1587), de Pedro Escobar Cabeza de Vaca, aporta el testimonio más interesante. El viaje de este militar vallisoletano, que había servido a Felipe II durante muchos años, fue el más largo ya que, tras desembarcar en otoño de 1584 en Alejandría y llegar a El Cairo, viajó por tierra a Palestina, se dirigió luego a Damasco, para después regresar a Egipto y completar su peregrinación visitando el monasterio de Santa Catalina en el Sinaí. La vuelta se produjo ya en 158519. Pero ninguno de los peregrinos españoles había llevado una vida tan azarosa como el canario Juan Ceverio de Vera que, antes de viajar a Tierra Santa en 1595, vivió como soldado muchos peligros en las Indias Occidentales, regresó a España, se hizo sacerdote y sirvió como acólito en Roma al papa Clemente VIII. Su Viaje de la Tierra Santa se publicó en Roma al año siguiente de haberlo realizado20.
Los otros dos autores, fray Antonio de Aranda y fray Antonio del Castillo, fueron franciscanos que sirvieron un tiempo prolongado en la Custodia de Tierra Santa y ambos publicaron tras su regreso a España guías de peregrinación que fueron muy reeditadas. Aranda había llegado a finales de 1529 a Jerusalén, pero regresó desde Beirut antes de tiempo, en la primavera de 1531, para cumplir una importante misión diplomática ante el Emperador, llevándole ni más ni menos que una carta del sha de Persia21. Su Verdadera información de la Tierra Santa se reeditó una docena de veces en el siglo XVI desde su primera edición en Alcalá de Henares en 1533. Y Antonio del Castillo confiesa haber residido en la Custodia de Tierra Santa siete años durante la primera parte del reinado de Felipe IV. Recogió su experiencia en el Devoto peregrino. Viaje de la Tierra Santa, publicado por primera vez en Madrid en 1654 y reeditado varias docenas de veces hasta finales del siglo XIX. En ambas guías, sobre todo en la segunda, es claro el propósito de que los cristianos aumenten las limosnas para el mantenimiento de la Custodia, cuyos gastos se habían incrementado sobremanera a lo largo del siglo XVII debido a la ambición y la avaricia de los turcos22.
JERUSALÉN, CIUDAD SANTA DEL ISLAM
Decíamos que en los siglos XVI y XVII son El Cairo y Damasco las dos ciudades donde se reunían las grandes caravanas para dirigirse a La Meca. La ciudad de Medina, sin embargo, nunca se menciona. Junto a estos destinos, Jerusalén era entonces, y sigue siéndolo, la tercera ciudad santa del Islam. Como afirma Antonio de Aranda, «esta [ciudad] tienen a muy singular reverencia a título de David y Salomón, y los otros reyes y profetas», pero también por haber sido el último lugar donde estuvo Mahoma antes de ascender al cielo. En consecuencia, Aranda describe la Cúpula de la Roca como principal santuario del Islam en Jerusalén, a pesar de que en esta época se sigue denominando en los mapas como «Templo de Salomón». Nuestro franciscano aclara este malentendido:
Pero es de saber, porque ninguno se llame engañado, que dado que se llama templo de Salomón, ni lo es ni cosa que le parezca, salvo que el edificio que agora hay, sin falta ninguna, está en el mismo sitio y lugar que el templo de Salomón estuvo, y por esto retiene el nombre. (Aranda, 1563, f. 146v)23.
El lugar mantenía unos vínculos muy estrechos con las otras dos religiones monoteístas24 y para los musulmanes no era menos importante ya que era el lugar desde donde Mahoma ascendió a los cielos después de que el ángel san Gabriel lo llevara allí desde La Meca en su legendario corcel al-Burak. Mahoma se encontró en el cielo con los profetas que le habían precedido (Moisés, Abraham, José y Cristo), conoció el paraíso y finalmente vio a Dios rodeado de ángeles. No hay duda de que la Cúpula se construyó con una clara voluntad de simbolizar la supremacía del Islam en una región donde a finales del siglo VII los cristianos del Imperio Bizantino eran mayoritarios. Es lo que manifiesta la larga inscripción dorada sobre fondo azul que domina la decoración del octógono exterior del edificio25. En ella los versículos del Corán reconocen a Jesús, a María y a los cristianos como «Gente del Libro» a la vez que afirman que la única fe verdadera es la del Islam.
La descripción que Aranda nos ofrece es muy interesante, pues refleja el estado del edificio justo antes de que Solimán embelleciera las ciudades santas del Islam y se recubriera la parte alta de los muros de la Cúpula de la Roca con azulejos de Iznik:
En medio de esta plaza está un edificio redondo con un cimborio alto y hermoso cubierto de plomo por encima; y donde se suele entre cristianos poner la Cruz, tiene una gran luna de hierro o de metal. Este edificio del medio abajo por parte de fuera todo está forrado de muy rico mármol; y del medio arriba labrado de mosaico rico, de follajes y otras frescuras hermosas. (Aranda, 1563, f. 147v).
Como es habitual, se limita a la descripción exterior, pues los cristianos tenían vedada su entrada («Lo de dentro no soy obligado a decirlo, porque el miedo nos hace libres, ca el cristiano que tomasen dentro una de dos cosas ha de escoger: o morir o tornarse moro»). La prohibición no era banal, pues cien años antes pero Tafur entró en el mal llamado Templo de Salomón sabiendo que se jugaba la vida si era descubierto26. La prohibición siguió vigente, pues en 1597, ya en plena época de la Contrarreforma, fue degollado en Jerusalén fray Cosme de Andalucía por entrar en el Templo de Salomón y no renegar de su fe27. Por ello, en el mejor de los casos, los peregrinos cristianos lo describen de oídas:
En esta [mezquita] empero lo consienten menos, porque después de la casa de Meca donde está su endiablado Mahoma sepultado28, esta tienen a muy singular reverencia a título de Salomón y David, y los otros reyes y profetas, los cuales todos ellos tienen en muy gran estima. Preguntado he a moros, nuestros familiares29, y a unos canteros cristianos, que por causa de labrar habían entrado dentro, qué cosa o de qué manera estaba en lo interior, y dicen que es de dentro como un claustro redondo con columnas y arcos y en el medio tiene una piedra, otros dicen que es montón de tierra cerrado con unas verjas de madera. De esta piedra dicen dos mil mentiras y supersticiones; tienen dentro, según me han afirmado, más de seiscientas lámparas que continuo están ardiendo colgadas alrededor de él. (Aranda, 1563, f. 148rv).
Aranda quiere ir un poco más allá y desea que sus lectores españoles tengan la información de un borgoñón que entró con engaños arriesgando su vida:
Este septiembre pasado que fue año de 30, entre otros peregrinos vino un criado de nuestro Emperador y rey de armas suyo llamado Stephano Goyzo, borgoñón de nación, que con ardimiento y cautela española de tal manera se avino con unos turcos que vestido como ellos le metieron dentro de noche, porque jamás se cierra, y vio lo que he escrito aquí; y aun allende que particularmente le hice que me dijese él cómo estaba, se le hice debujar en un papel, pero porque era testigo que con miedo y de noche lo vio, no digo otras cosas que me dijo. (Aranda, 1563: 148v).
Nuestro franciscano sabe que es un importante destino de peregrinación musulmana, sobre todo porque recibe grandes limosnas, tanto de los que allí acuden como de otros que las envían desde lugares lejanos:
A este templo vienen muchos turcos y moros en peregrinación y le hacen muy grandes limosnas; y no solo los que vienen, pero aun los que no vienen envían. Diré para prueba de esto lo que certísimamente [comprobé] el mes de octubre del año 1529: vinieron aquí a Hierusalem tres moros, como embajadores de otros moros grandes señores que están hacia la casa de Meca, y dieron para el templo y para los que servían en él cuarenta mil ducados de los suyos, que son de los nuestros diez mil. Estos moros aquí los vimos y estuvieron y comieron en nuestra casa y de ellos y de algunos otros, a quien alcanzó parte de los ducados, supimos esto, que para gran confusión de los cristianos escribo: pues después que estamos aquí a más de un año, no he sabido que se haya enviado de limosna a estos lugares sanctos un ducado. (Aranda, 1563: 148v-149r).
LOS PREPARATIVOS DE LA GRAN PEREGRINACIÓN A LA MECA: EL CAIRO Y DAMASCO
La peregrinación musulmana a Jerusalén nunca participó del boato de la gran peregrinación a La Meca. Jerusalén era un destino ocasional, no vinculado al Ramadán, ya que ni siquiera la caravana que iba desde Damasco a La Meca pasaba por esta ciudad. Nos interesa ahora traer aquí el testimonio de dos peregrinos cristianos que presenciaron cómo se organizaba la gran caravana con destino a La Meca: Pedro Escobar Cabeza de Vaca en El Cairo y fray Antonio del Castillo en Damasco.
Escobar dedica el canto sexto de su Luzero de la Tierra Sancta (1587, ff. 41v-51r) a describir el inicio de una peregrinación a La Meca. No es algo que Cabeza de Vaca fuera buscando, sino que durante su estancia de dos meses en El Cairo (septiembre y octubre de 1584) tuvo la suerte de presenciar los preparativos de ese viaje. El espectáculo que se brinda a los ojos y los oídos de nuestro peregrino no puede resultarle más atractivo, ya que se trata de un desfile, militar y religioso a la vez, de la más alta vistosidad. Como veremos, la celebración a la que asiste Pedro Escobar no es el desarrollo de la expedición en un punto cualquiera, sino una formidable exhibición de color y sonido en uno de los principales puntos de partida de la peregrinación, el de El Cairo.
Pero a los ojos de un cristiano convencido como Pedro Escobar, nada hay más abominable que la religión musulmana y sus seguidores. Así que, para que no quede ninguna duda al lector español, su primera valoración se concreta equiparando al sarraceno con la mala hierba. La descripción empieza con estas palabras:
La pestilencial hierba y venenosa
es de condición tal y fuerza tanta
que no solo se augmenta, medra y crece,
mas echa tan de asiento sus raíces
que con dificultad puede arrancarse;
tal es aquella de la falsa secta
del sarraceno bando, cuyas ramas
por todo el mundo vemos esparcidas
y en lo más hondo su raíz echada. (Escobar, 1587, ff. 41v-42r).
Esa condena inicial, sin embargo, se deja pronto de lado y poco a poco va creciendo en el corazón del soldado que fue Cabeza de Vaca la admiración de la grandeza y el color de una gran manifestación religiosa-militar. Dicho viaje a La Meca, nos dice Cabeza de Vaca, no se plantea sólo como una peregrinación multitudinaria, ya que además tiene por objeto llevar un rico presente «donde tienen puesto / el zancarrón de su Profeta falso», un regalo que se exhibe a la multitud manifestando cuán espléndida se muestra la gran ciudad y que un poco más adelante se describirá como
una cubierta para su sepulcro
de color negro, recamada de oro
y de plata, con muchas perlas finas
sembradas por toda ella mil labores
de ricos lazos y graciosas vueltas. (Escobar, 1587, f. 48r).
Escobar Cabeza de Vaca había explicado en el prólogo de su Luzero de la Tierra Sancta que muchos paisanos, tras el regreso de su larga peregrinación, le animaron a relatar su experiencia y, como curioso viajero, desea complacer a sus lectores: «será razón que en este canto diga / la majestad, el aparato y pompa, / la multitud de gente (que en su lengua se llama carvana [sic])…»30. La escena en sí constituye un espectáculo digno de ser contemplado:
Yo y unos mercaderes nos pusimos
en una ventana alta a mirar esto,
donde estuvimos bien más de diez horas
viendo grandeza tal, y aun no acabamos
de ver la gente toda que venía. (Escobar, 1587, f. 42v).
Para el alférez Cabeza de Vaca, familiarizado con docenas de formaciones militares, tiene especial importancia el despliegue y el orden en el desfile de la caravana. A la vez esta exhibición, cargada de propaganda religiosa, está llena de elementos visuales y sonoros que realzan la teatralidad de la escena:
Iban delante en doce dromedarios
doce moros de carmesí vestidos
en su lengua cantando a voces altas
en loor de Mahoma sus canciones
y publicando a todos lo que ganan
los que van a tan santa romería.
En pos de estos pasaron veinte carros,
un tiro en cada cual de artillería,
que suelen llevar siempre en la vanguardia
para pasar seguros los desiertos
de los alarbes31, que por ellos andan. (Escobar, 1587, f. 42v-43r).
Siguen luego cien camellos cargados de pólvora y después de esto “un sanjaco32 pasó con gran braveza” seguido de sesenta caballeros bien armados sobre caballos “con cubiertas / de color amarillo y turquesado”. A continuación, doscientos camellos que llevaban agua, otros cien con enseres de cocina, quinientos con bizcocho y tras ellos “ducientos muy cargados / de aceite, de vinagre y de manteca, / arroz fideos, garbanzos y lentejas”33. Las mil vituallas para tan largo viaje no impedían la fastuosidad oriental reservada a los privilegiados (“Iban cuatro literas muy compuestas / que llevaban los pajes y privados / del general de aquella carvana [sic]”) (f. 43v). Dicho lujo debía ir realzado por los ademanes de quien se siente observado y protagonista de un espectáculo festivo:
Con gran braveza, pompa y gallardía
un Sanjaco pasó y cien caballeros,
a quien cual capitán iba guiando
con gravadas celadas y corazas,
puestas en ellas muy vistosas plumas
de colores finísimos, y varios
llevaban lanzas con banderas verdes
y en briosos caballos holladores
encubertados todos con cubiertas
de damasco leonado y guarnecidas
de franjas de fino oro en las testeras,
muy gallardos plumajes tremolando. (Escobar, 1587, ff. 43v-44r).
Y la vistosidad de la escena busca en la pluma del escritor un tono que quiere ser épico, potenciado retóricamente con ese hipérbaton del último verso. El desfile parece no tener fin, pues aún se suceden grupos de camellos, de dromedarios aderezados con ricas telas y caballos “con cubiertas / de terciopelo carmesí bordadas” (f. 45r). En esta exhibición se procura mostrar la variedad de quienes componían la comitiva, alternando formaciones de dromedarios y camellos con otras de jinetes a caballo o gente que va a pie, pero siempre demostrando el lujo con que brillaba cada grupo:
Pasaron de genízaros quinientos
a pie, con arcabuces y escopetas
traen en las cabezas sus bonetes
de fieltro blanco y altos; cuelga de ellos
un pedazo que cubre las espaldas,
en medio de la frente un cuerno llevan
de oro o de plata y de latón algunos,
muchas piedras en ellos relucientes,
penachos cada cual en lo más alto (Escobar, 1587, f. 45v).
La descripción de Escobar es muy completa, probablemente por estar asesorado por los mercaderes que le acompañaban, según él mismo declara al principio. Es lo que se deduce de algunos versos que revelan bastante más información de la que se podía desprender de la simple observación directa (“Van quinientos camellos de respeto / sin llevar carga, mas de algunas camas / para los peregrinos que se cansan / o caen enfermos, yendo aquel camino”, Escobar, 1587, f. 46r). Tras un excurso dedicado a los santones, que luego comentaré, Escobar describe el rico presente que llevarán para el Profeta y que se exhibe a los ciudadanos de El Cairo, escoltado por los mamelucos luciendo sus turbantes verdes34.
El espectáculo se ha prolongado hasta la caída de esta tarde otoñal (“Ya el sol en este tiempo nos dejaba en obscura tiniebla…”) y una inmensa multitud seguía a estas unidades hasta un campo junto a Matarea35. Allí acampaban durante una semana para completar la caravana con los peregrinos que llegaban de todo el norte de África y de otros lugares del Mediterráneo Oriental, junto con los mercaderes que los acompañaban. Unos días después, el propio Cabeza de Vaca se desplaza hasta Matarea para asistir a la partida de la comitiva:
do vi juntos cuarenta mil camellos
y cuatro mil caballos, dromedarios
pasaban de quinientos y otras bestias
para servicio, de que no doy cuenta.
Sesenta mil personas se juntaron
en esta carvana y con todo esto
temen por los desiertos los alarbes (Escobar, 1587. f. 49rv)
Ceverio de Vera no presencia nada semejante, pero nos interesan algunas pinceladas suyas que reflejan el éxito de estos formidables desplazamientos a La Meca en contraste con las exiguas peregrinaciones de cristianos:
Y tuvo mucha razón aquel venerable padre [el padre Guardián, de quien se estaba despidiendo], pues a visitar los huesos del infernal Mahoma a la ciudad de Lamec en la Arabia felice pasan al año más de veinte mil peregrinos turcos y moros, y no sólo de cerca sino de quinientas leguas por tierra, y con tanta devoción, que muchos de ellos se privan de la vista, mirando de muy cerca una plancha de hierro ardiente, hasta que quedan ciegos, diciendo que los ojos que han visto los huesos del profeta Mahoma no es justo que vean más cosas del mundo, y que a visitar el sepulcro del verdadero Dios y hombre Jesucristo Nuestro Señor vayan tan pocos cristianos, no siendo largo, ni peligroso camino, pues de Roma en seis meses pueden ir y venir de Jerusalén y con más seguridad que de Roma a Nápoles, y de España en un año pueden venir a Jerusalén y volver a España. Y en la primitiva Iglesia no se tenía por verdadero cristiano el que no visitaba la ciudad santa de Jerusalem. (Ceverio de Vera, 1598, f. 80v).
Bien entrado el siglo XVII, fray Antonio del Castillo presenció la formación de una gran caravana en Damasco. Tras describir la grandeza y hermosura de esta ciudad, nos refiere la partida de los peregrinos a La Meca. Como era habitual, sigue creyendo que el cuerpo de Mahoma se encuentra en esa ciudad y aprovecha cualquier ocasión para burlarse de los musulmanes. Como Escobar, reconoce la espectacularidad de tal desplazamiento (“es de las mayores cosas que hay que ver en el mundo”). Aunque el texto es un poco largo, conviene citarlo completo:
De esta ciudad parte la una de las dos caravanas que van a La Meca a visitar el cuerpo de Mahoma, y llevan aquel pabellón que envía el Gran Señor para cubrir el sepulcro de Mahoma; y son las caravanas tan numerosas de gente y peregrinos que el año que yo estuve allí a verla salir me quedé admirado, porque es de las mayores cosas que hay que ver en el mundo.
Salieron más de doscientos mil peregrinos y, según me afirmaron, iban más de doscientos mil camellos por causa de que cada peregrino ha de llevar su sustento, así de comida como de bebida, porque hay cuarenta días de desiertos y es menester solo un camello para el agua, porque en faltándoles, son muertos. Murieron aquel año, según me afirmaron, más de treinta mil personas por el camino.
Van en camellos porque no pueden ir en otros animales, como caballos, jumentos ni mulos, porque se mueren luego de sed; y el camello es un animal que bebe muy poco y está cinco o seis días sin beber, a causa de que Nuestro Señor dispuso que la lengua la tenga de tal manera que, con menearla en la boca, se conserva húmeda y no tiene sed por ser muy esponjosa.
Tardó en salir la caravana de Damasco ocho días, con tanto orden y concierto, con tantos oficiales y ministros del Gran Señor que señala para gobierno de estas gentes. Y lo que más me admiró es que el Gran Turco da todos los días dos mil zequines venecianos de limosna, para que compren provisiones para los pobres que no tienen con qué comprarlo y quieren ir a visitar el zancarrón de Mahoma; y tarda la caravana en llegar cuarenta días, otros cuarenta están allá y otros cuarenta en volver, que monta docientos cuarenta mil zequines, sin lo que vale el pabellón bordado, que es muy rico; llévale un camello muy aderezado y compuesto (Castillo, 1656, pp. 344-345).
Es posible que Antonio del Castillo diera por buenas las cifras, seguramente exageradas, que le dijeron allí: doscientos mil peregrinos y treinta mil muertos. En cualquier caso, insiste más que Escobar en la devoción con que participan en la peregrinación y sus efectos santificadores:
Todos los que van quedan para con ellos tan santificados que si acontecen que están cien hombres que afirman una cosa, todos contestes36, y uno de estos que ha ido a La Meca afirma no ser así sino al contrario, se da crédito a este y no a aquellos, porque dicen ha estado en La Meca y visto el zancarrón. Y como yo he visto en Damasco, cuando vuelven, todos los reverencian y besan las vestiduras, como a hombres santificados, y el camello que lleva el pabellón aquel año y trae el que le quitan, le matan; y bienaventurado el que alcanza un pelo, que lo tienen por muy grande reliquia; y el pabellón que traen se reparte entre los grandes señores, y al que le cabe un poquito con ello se tiene seguro de su salvación. (Castillo, 1656, p. 346).
Es revelador cómo los musulmanes no valoran menos las reliquias que los cristianos y cómo los que han tenido el privilegio de realizar la gran peregrinación a La Meca están investidos de una especial consideración y autoridad. Algo parecido sucedía en Occidente con los peregrinos que habían visitado los santos lugares de Palestina37.
EL EXHIBICIONISMO DE LOS SANTONES DESNUDOS Y SU PERVERSA CONDUCTA
Dedica Escobar unos cuantos versos a describir un tipo muy especial de peregrino, un personaje que es respetado por la sociedad musulmana incluso cuando se burla de sus correligionarios. En efecto, en medio de este espectáculo visual, lo exótico se confabula con lo sagrado en la descripción de santones que se exhiben casi desnudos con pieles de animales salvajes:
Tras aquestos pasaron doce moros
en doce dromedarios, muy desnudos,
sin otra cobertura ni vestido
que pellejos de osos y leones.
Estos habían estado ya en La Meca
y entre moros por santos son tenidos;
van cantando también muchos loores
de su Profeta y santa romería.
Tras estos van a pie ducientos hombres,
unos en cueros y otros mal vestidos,
todos en las cabezas sus plumajes,
a los cuales los moros llaman santos
porque dicen haber dejado el mundo
sin quedarles especie de codicia
a las riquezas de él, ni a la que es honra. (Escobar, 1587, f. 46rv).
Para Cabeza de Vaca estos «santos» («a quien ellos pusieron tal renombre / mereciendo mejor llamarse locos», f. 46v) eran meros gañanes sin escrúpulos. Estos quedan en evidencia al explicar seguidamente cómo viven y se burlan de los demás entrando en las casas mientras la gente está comiendo y, sin mediar palabra, cogen lo que les apetece:
y tiénenlo los moros por dichoso,
a quien tan buena suerte les sucede;
de esta manera se andan por las plazas,
y toman de las tiendas donde llegan
el más gordo capón, pavo o gallina
que les parece, y queda el señor de ella
tan ufano y contento que no acaba
de dar gracias a Dios porque aquel santo
quiso tomar aquello de su casa (Escobar, 1587, f. 47r).
Antonio del Castillo también conoció a estos santones desnudos, cuyos cuerpos exhiben las huellas de sus muchas flagelaciones en honor de Mahoma, pero no entra en su conducta moral:
Van gran cantidad de santones desnudos en carnes, unos atravesados con saetas los brazos, otros dados de cuchilladas en los rostros, otros atravesados el pellejo por los pechos, muy ufanos y con gran gallardía, haciendo este sacrificio de sus cuerpos a su falso profeta Mahoma (Castillo, 1656, f. 345).
Según Cabeza de Vaca, estos personajes tienen un depurado sentido de sus rituales espectaculares, asombran a los presentes y saben aprovecharse con acciones que un cristiano solo podía interpretar como degeneraciones morales inadmisibles:
después de haber bebido largamente
y comido muy bien lo que han querido,
comienzan a dar vueltas muy apriesa
hasta que sin sentido al suelo vienen,
donde están boca abajo un largo rato
sin menearse y sin decir palabra,
haciendo suspender a los que miran
espectáculo tal, y tal milagro,
diciendo que aquel cuerpo está allí muerto,
y el espíritu allá en el cielo.
De ahí a pequeña pieza resucita
el que por muerto le tenían todos
y, mirando de espacio a los presentes,
ase a la mujer que más le agrada
y, delante de todos los que miran,
sin que palabra le hablen ni él la hable,
pone por obra su deseo torpe.
El marido de aquella (si es casada)
o los parientes quedan muy ufanos
de aquel feliz suceso, publicando
que la deja endiosada, pues Dios quiso
hacer que del santón fuese tocada (Escobar, 1587, ff. 47r-48r).
Muy relacionada con estas prácticas sexuales, bien vistas en este contexto religioso, está la tradición que fray Antonio del Castillo nos refiere:
Para ir a La Meca, no puede el marido impedir a la mujer que no vaya, sino que si él no quiere ir, ella toma otro que la acompañe por todo el tiempo que dura el viaje, y si viene del viaje preñada, lo que pare, siendo hombre, es gerifo, que quiere decir pariente de Mahoma, porque, dicen, concurre Mahoma a la generación, y este trae el turbante verde, señal de gran santidad y autoridad, porque el color verde es dedicado a Mahoma, que él vestía este color, y no puede usar nadie de él en los turbantes; y de aquí nos viene muy gran trabajo a los pobres religiosos, que las dominicas y ferias de entre año, que se usa de este color en los ornamentos, andamos con gran recato no lo vean los turcos, porque nos darían muchos palos, porque siendo perros (como nos llaman) usamos del color verde tan santo, dedicado a Mahoma (Castillo, 1656, pp. 346-347)38.
Ceverio de Vera es muy consciente de la conducta depravada de ciertos peregrinos musulmanes y también quiere que la conozcan sus lectores. Se trata de una peculiar tradición de amancebamientos puntuales que se producían durante las peregrinaciones y que a nuestro viajero le cuentan mientras se encuentra en Trípoli, ya de regreso a Italia:
Estando un día en casa del Bajá, entraron dos turcos con insignias verdes en el turbante blanco; y el Cónsul Veneciano me dijo que los peregrinos turcos y moros que van a la ciudad de Lamec [La Meca] en la Arabia felice39, a visitar los huesos de Mahoma, en las villas y ciudades por donde pasan, los reciben en sus casas los principales vecinos por hombres santificados, y como de tales desean que les quede alguna generación en su linaje, los casan por aquella noche con sus hijas o deudas, y a los hijos que nacen de los peregrinos llaman serifes, que quiere decir hijos de Mahoma, presumiendo que Mahoma se halló a su maldita concepción. Y estos serifes, para que todos los conozcan, traen en el turbante blanco una cinta verde, y ninguno otro la puede traer; son muy respetados y libres de toda imposición y tributo; y los alfaquíes mayores40 conocen de sus causas y el linaje donde hay un serife se da por bienaventurado. Y es cosa notable que en la ciudad de La Meca sustente el gran Turco un hospital para el hospedaje de más de veinte mil peregrinos, que van cada año a visitar aquellos malditos huesos y donde curan los enfermos y gasta en él doscientos mil ducados al año (Ceverio de Vera, 1598, f. 95rv).
Esta y otras anécdotas debieron de alimentar la imagen de promiscuidad de los turcos tanto en Italia como en España en los últimos años del reinado de Felipe II y en el de Felipe III41. En cualquier caso, los peregrinos cristianos quieren dejar claro que durante la gran peregrinación a La Meca se alteraba la conducta moral de los musulmanes, pues cualquier relación sexual mantenida en ese tiempo no solo era consentida, sino que los hijos que nacían de tales encuentros sexuales eran privilegiados, «porque, dicen, concurre Mahoma a la generación».
LA VISITA DEL ZANCARRÓN DE MAHOMA Y LA LEYENDA DE LA PÉRDIDA DE LA VISTA DURANTE LA PEREGRINACIÓN.
El zancarrón de Mahoma dio lugar a muchas bromas en Occidente en los siglos XVI y XVII y refleja muy a las claras la persistente islamofobia de esa época. La leyenda sobre el origen del zancarrón se divulgó en España con algunas variantes, todas grotescas e hilarantes para los cristianos. Como podría haberlo hecho cualquier cristiano cultivado, Cabeza de Vaca nos refiere la historia tal como podía circular en los mentideros de la época, pero le interesa especialmente que sus lectores valoren la desproporción entre el motivo ridículo que origina las peregrinaciones musulmanas y el despliegue de fuerzas que se pone en juego. Como cristiano, se siente avergonzado de que las peregrinaciones cristianas sean tan pobres y escasas.
Es bien decir para vergüenza nuestra
la reliquia y sepulcro a quién se hacía
una tal fiesta y tal ofrecimiento.
Tienen en la gran Meca, de Mahoma
solamente una pierna, a quien adoran
con tal veneración, que no hay ninguno
que se tenga por moro verdadero
que no visite su sepulcro y casa.
No es casualidad que el autor reserve esta leyenda para el final de su descripción, buscando sin duda la descalificación religiosa de los musulmanes, así como la complicidad de sus lectores españoles. Aunque algo extensa, la transcribo íntegra:
Quedó este zancarrón solo en el mundo
por un notable y muy gracioso caso,
el cual aunque se cuente en muchas partes,
por venir a propósito y a tiempo,
le contaré yo aquí sumariamente.
Andaba este Mahoma enamorado
de una hermosa y principal judía,
cuyos parientes viendo la deshonra
que se seguía de esto, dieron orden
cómo atajar con tiempo el grave daño,
el cual pusieron luego por obra
y ansí les sucedió como pensaban:
dieron por consejo y aun mandaron
que privase a Mahoma de la vida
para que con su muerte se atajase
la quiebra que a su honra se apareja;
ella temiendo que se descubriese
en pérdida de todo aquel hecho,
puso duda en el caso, mas hallaron
remedio de encubrirle sus parientes,
diciéndola [sic] que, muerto, le cortase
solo una pierna, y publicase luego
que, estando un día holgándose con ella,
le llevaron los Ángeles al Cielo,
y ella sintiendo ver que se partía,
le cogió de una pierna y que Mahoma
de puro amor se la dejó en las manos,
lo cual creerán los moros fácilmente
porque por santo todos le tenían.
Ella, como mujer determinada
y que le aborrecía extrañamente,
lo puso ansí por obra y los judíos,
por encubrir el hecho, sepultaron
en un muradal [sic] el sucio cuerpo,
a donde de gusanos fue comido.
Sintió la gente bárbara la ausencia
de su falso profeta, más creyeron
ser aquello verdad, y consolólos
aquella gran reliquia que dejaba,
la cual tienen hoy puesta en la gran Meca
con la veneración que ya he contado. (Escobar, 1587, ff. 50r-51r).
Lope de Vega recoge una versión parecida en Los esclavos libres en la que Mahoma muere violentamente a manos de los parientes de la mujer judía:
…el marido y padres
cogiéronle entre puertas, como a perro,
y diéronle paliza temeraria;
viéndole muerto, hiciéronle pedazos
reservando una pierna y la cadera,
rogando a la judía que dijese
que una noche, gozándola, se había
subido al cielo, y que ella, por tenerle,
le asió de aquella pierna…» (Vega Carpio, 2014: vv.2769-2781).
La versión de Antonio del Castillo no incluye a la amante judía, pero no deja de ser igualmente burlesca al identificar el zancarrón con una pierna de camello:
Y aunque sea digresión del intento, digo que no van [a La Meca] estos infieles por otro fin sino por ver el zancarrón de Mahoma y no lo ven ya el día de hoy; porque ellos llevan que Mahoma subió al cielo en cuerpo y alma; pero dicen que llamó a sus discípulos y, juntos todos, y gran multitud de gentes secuaces suyos, les dijo cómo se iba al cielo y, comenzándose a levantar por el aire, sus discípulos se le asieron de una pierna y le rogaban que no los dejase solos y desamparados; y él hizo tanta fuerza que se le arrancó la pierna por la rodilla; y se quedaron con aquella y él se fue al cielo; y así no muestran sino una pierna de un camello, diciendo que es la de Mahoma, porque dicen era un hombre muy grande, y por eso muestran esta pierna de camello, y de ahí vino el decir y llamar el zancarrón de Mahoma. (Castillo, 1656, p. 346).
Noticias de peregrinos como estas de Cabeza de Vaca o Antonio del Castillo debieron de contribuir a la gran popularidad del zancarrón de Mahoma. No está claro el origen de dicha creencia, pero sobre la pervivencia en España de la leyenda del zancarrón del Profeta, sin duda la más importante reliquia del Islam, se han escrito varios trabajos en los últimos años. Tras los de Santos Domínguez (1985), Perceval (1988) y Ceballos Viro (2009), debemos destacar el artículo de Antonio Sánchez Jiménez (2019), el más completo de todos, y accesible en línea. Aunque no menciona los testimonios de Cabeza de Vaca y Antonio del Castillo, recoge numerosas pervivencias, todas jocosas, centrándose en su significado en la obra dramática de Lope de Vega.
Otra leyenda muy divulgada en Occidente es la de que algunos peregrinos se sacaban los ojos después de haber visto el «zancarrón» de Mahoma. Nos la refiere Ceverio de Vera, como leíamos, diciendo que acuden a La Meca «con tanta devoción que muchos de ellos se privan de la vista, mirando de muy cerca una plancha de hierro ardiente, hasta que quedan ciegos…». La versión de Antonio del Castillo es más dramática y con seguridad mucho más apartada de la realidad:
Es tanta la devoción con que va esta bárbara gente, y tanta la santidad que dicen alcanzan los que van a ver este zancarrón, que además de que muchos se sacan los ojos, de los que van, después de haber visto este zancarrón, porque dicen que quien una vez ha visto esta reliquia tan grande, no es justo que vea otra cosa de esta vida. (Castillo, 1656, p. 345).
Las noticias sobre la ceguera de los peregrinos musulmanes ya aparecen en las cartas naúticas mallorquinas del siglo XIV como las de Angelino Dulcert, Jafuda Cresques o Guillen Soler. Este último añade que los musulmanes que se ciegan «son tenidos por santos […] y devotos y reciben grandes honores»42. Cabe postular que tal ceguera tuviera su origen en el daño ocasionado por la intensa luz del desierto en la vista de los peregrinos y que interesara después explicar que se debía a las maravillas que habían visto en La Meca.
Varias leyendas más se divulgaron por Occidente durante la Edad Media y el Renacimiento. En una de las más antiguas se decía que el cuerpo del Profeta, tras su muerte, había sido devorado por perros (Pena, 1981, pp. 160 y ss.). Mucho más perduró la tradición que imaginaba el arca (es decir, su ataúd) flotando por la acción de unos grandes imanes, que es recurrente en los mapas medievales y de la que se conservan varios testimonios de los Siglos de Oro, pero al no estar documentada en los textos en que baso mi estudio, prefiero remitir al estudio Sáenz López-Pérez (2007) donde el lector encontrará varios ejemplos.
GENERAL LAMENTO POR LAS ESCASAS PEREGRINACIONES CRISTIANAS
Es habitual entre los peregrinos quejarse de que son pocos los españoles que peregrinan a Tierra Santa. Cabeza de Vaca lo hace especialmente en aquellos lugares en que la emoción cristiana aflora más viva. Así, visitando la cueva de Belén donde nació el Niño Dios, escribe:
Es tal la devoción, tal el contento,
que a la alma causa aquesta sancta cueva,
que siente un nuevo espíritu y aliento
el que la goza, considera y mira.
Confusión es de la española gente,
que haya tan poca devoción en ella,
que afirmen con verdad los religiosos
de aquel bendito y santo monasterio,
que tienen por un caso milagroso
ver que algún español va a visitarla,
lo cual no hacen franceses, ni alemanes,
húngaros, italianos, pues no hay año
que no tengan ducientos peregrinos,
de cuyos beneficios y limosnas
aquestos pobres frailes se sustentan,
aunque puedo decir por experiencia,
que gastan ellos más en regalarnos
dándonos de comer y buenas camas
que valen las limosnas que les damos (Escobar, 1587. f. 158r-v).
Parecido es el lamento de Ceverio de Vera por la falta de limosnas. Así lo expresa cuando estando en Jaffa se despide del Guardián de Jerusalén (Juan Francisco Salandria), quien en una plática le declaró
cuánto contento les daba ver españoles en Tierra Santa y cuán de mejor voluntad los servía y regalaba a ellos que a las demás naciones por ser vasallos del católico rey don Felipe, por cuyas limosnas confesaban servirse aquellos santos lugares, los cuales no pudieran sustentarse si faltase su limosna, con que satisfacen la continua hambre de los turcos (Ceverio de Vera, 1598, f. 80r).
Ya a mediados del siglo XVII Antonio del Castillo pone todo su empeño al escribir El devoto peregrino en que aumenten las limosnas para el sustento de los Santos Lugares. E incide en esta petición cuando observa cómo, salvo la excepción de Felipe IV, los dirigentes turcos aventajan en generosidad a los príncipes cristianos:
¡Confusión grande de los cristianos!, ¡cuán pocos van a visitar el Santo Sepulcro de Nuestro Señor, temerosos de no padecer por su divina majestad un muy pequeño trabajo, padeciendo estos bárbaros tantos y con tanto gusto, y dando la vida porque esta la llevan vendida! ¡Y más confusión para los príncipes cristianos (no hablo de nuestros reyes de España y principalmente de nuestro gran rey Felipe Quarto, que Dios guarde, pues él solo con sus vasallos sustentan la Casa Santa y dan tanto como es menester, que pasa de cuarenta mil escudos) sino de los demás de la cristiandad, que no dan un cuarto de limosna, dando el Gran Turco tanto, como tengo dicho cada año, a esta caravana, que es la de Damasco, y otro tanto a la que sale del gran Cairo, que es más numerosa, porque van de toda el África y Egipto al gran Cairo, y de Constantinopla, Caramania, Siria, Soria y Palestina vienen a Damasco (Castillo, 1656, pp. 345-346).
Así, la queja por la falta de recursos para mantener los Santos Lugares se convierte en un tópico redundante, especialmente a lo largo del siglo XVII en que los gastos y las extorsiones de los turcos llegan a ser asfixiantes para los franciscanos de la Custodia. Muy expresivo de estas dificultades económicas es el libro Relación nueva, verdadera y copiosa de los sagrados lugares de Jerusalem y Tierra santa (1922) en que el franciscano Blas de Buyza refiere detalladamente la cantidad de gastos que deben afrontar los frailes cristianos para poder seguir allí cuidando los santuarios encomendados a ellos y manteniendo el culto en los mismos.
MÁS ALLÁ DE LA FICCIÓN: TURCOS ADORANDO AL NIÑO JESÚS
La experiencia cotidiana depara a menudo sorpresas increíbles a los peregrinos cristianos. Para comprender lo que sigue, debemos distinguir dos planos en las relaciones entre cristianos y musulmanes. Por lo general, la visión que los cristianos tienen del otro es la de un ser depravado con unas creencias infundadas y aberrantes; esto es lo más habitual y viene arraigado por ideas heredadas y asentadas durante siglos. Pero cuando la relación es de persona a persona, a veces se dejan aparte los tópicos y modelos de conducta propios de cada religión y aflora el individuo que manifiesta unos sentimientos de hermandad no muy diferentes entre los que profesan una u otra religión.
Cuando en febrero de 1511 el fraile jerónimo Diego de Mérida regresó de su visita al Monasterio de santa Catalina en el Monte Sinaí, lo hizo como parte de una caravana de treinta musulmanes. En el viaje les sorprendió una tormenta de arena y el fraile extremeño llegó a temer por su vida, pero la ayuda que recibió de sus compañeros fue tal que le hizo estar agradecido a estos seguidores de Mahoma por el resto de sus días43. Ese ambiente de ecumenismo es el que se vivió durante años al celebrar en Jerusalén la procesión del Domingo de Ramos (Lama, 2019a). Y lo mismo debió de sentir Cabeza de Vaca tras una escena que presenció en Belén en la Navidad de 1584:
El día de Navidad, estando en misa
oímos grandes golpes a la puerta
que cae sobre la cueva preciosísima;
saliendo a ver quién eran los intérpretes,
vimos entrar diez turcos muy bien puestos,
descalzos todos, por haber dejado
fuera del santo templo los zapatos;
y con gran devoción a adorar fueron,
hincadas las rodillas por el suelo,
al pesebre bendito y lugar santo.
Hecha su adoración, se levantaron
preguntando al guardián ¿de qué vivían
él y los demás frailes que allí estaban?
El cual les respondió que de limosnas.
Oído esto por uno de los turcos,
al parecer más principal y rico,
echó mano a una bolsa que traía
y le dio de limosna diez escudos.
Fuéronse luego y yo quedé admirado
de ver un caso tal. – “No es cosa nueva
(me respondió el guardián) el hacer esto,
porque suelen venir turcos y turcas
a esta santa casa en romería,
los cuales dan grandísimas limosnas”. (Escobar, 1587, f. 164r-v).
Ya señalé más arriba que la inscripción exterior de la Cúpula de la Roca reconocía a Jesús y a María como “Gente del Libro”. Por otro lado, varios santuarios de Jerusalén eran lugares de culto compartido por los cristianos y musulmanes44. En cierto sentido, la procesión del Domingo de Ramos en Jerusalén durante mucho tiempo fue una celebración compartida por judíos, moros y cristianos (Lama, 2019a). Por ello, no es extraño que Jesús, como los patriarcas del Antiguo Testamento, fuera honrado y obsequiado por algunos turcos.
A MODO DE CONCLUSIÓN
Algunos cristianos que se aventuraban a realizar su peregrinación a Tierra Santa tuvieron el privilegio de observar de cerca los preparativos o parte del desarrollo de la gran peregrinación a La Meca. Por otro lado, el peregrino que se encontraba en tierras de dominio turco recibía explicaciones sobre dichas peregrinaciones que no tenían por qué ser siempre fiables. Es muy habitual comprobar cómo los cristianos dan por buenas exageraciones que les transmiten los informantes musulmanes. Como los cristianos tenían prohibido viajar a La Meca, no debe extrañarnos que durante siglos se repitieron tópicos, siempre interesados, que a menudo faltaban a la verdad: que los musulmanes iban a visitar en La Meca el sepulcro de Mahoma, que su cuerpo reposaba en un arca suspendida por la acción de unos misteriosos imanes, que allí sólo se encontraba el zancarrón del Profeta como explicaba una leyenda, que muchos peregrinos perdían la vista o se sacaban los ojos a consecuencia de las maravillas que veían, que durante dichas peregrinaciones cambiaban las costumbres sexuales de los turcos y los nacidos después eran considerados “hijos de Mahoma”, etc. Lo más común es que dichos tópicos reflejen una caricatura del otro, imagen construida por tradiciones que generalmente faltan a la verdad.
A la vez los peregrinos cristianos revelan testimonios incuestionables, como el que daba cuenta del formidable despliegue de fuerzas y de recursos de todo tipo que los gobiernos ponían al servicio de la gran peregrinación para que la gran caravana pudiera llegar con éxito a La Meca. En ese contexto, a menudo asoma la envidia e incluso la rabia de los peregrinos cristianos, pues esos espectaculares movimientos de personas contrastaban con el exiguo número de cristianos que llegaban a Tierra Santa, a pesar de encontrarse allí los lugares donde había transcurrido la Pasión de Cristo, donde fue crucificado y ascendió a los cielos. Lógicamente, esas raquíticas peregrinaciones cristianas no proporcionaban suficientes recursos para mantener con dignidad todos los lugares de culto que había que conservar, lo que provocaba el consiguiente lamento.
No obstante, la experiencia directa no se conformaba con la repetición de estos tópicos, pues la realidad podía sorprender al peregrino con escenas impensables en España o en otros países occidentales. Esto es lo que nos transmite Pedro Escobar Cabeza de Vaca, por ejemplo, cuando ve cómo unos turcos adoran con devoción en Belén al Niño Jesús en Belén y dejan una limosna generosa para los frailes de la Custodia.
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Notas
Víctor de Lama de la Cruz. Catedrático de literatura medieval en la Universidad Complutense de Madrid, donde ejerce la docencia desde 1994. Ha hecho abundantes contribuciones al estudio de la poesía de cancionero. A la vez ha cultivado otras líneas de investigación. Desde 2012 he iniciado una línea de investigación sobre los viajes a Tierra Santa en los Siglos de Oro (Relatos de viajes por Egipto en la época de los Reyes Católicos, María Mártir. Pasión y muerte en la hoguera de una española en Jerusalén (c. 1578) y varios artículos. Ha comisariado en otoño de 2017 la exposición URBS BEATA HIERUSALEM. Los viajes a Tierra Santa en los siglos XVI y XVII para la BNE.
1
La bibliografía sobre las peregrinaciones es muy abundante. Para una primera toma de contacto con el variado y complejo mundo de las peregrinaciones, pueden consultarse las monografías de Coleman (1995), Davidson y Gitlitz (2002) y Margry (2008).
2
Véanse a modo de introducción los trabajos recogidos por Timothy y Olsen (2006), los editados por Raj y Morpeth (2007), así como la monografía de Esteve (2009).
3
Véase al respecto el capítulo «Católicos y protestantes ante las peregrinaciones» en Lama (2017, pp. 63-71).
4
De la abundante bibliografía, citaré sólo dos obras sobre las peregrinaciones a La Meca, la monografía de Peters (1996) y los estudios recogidos por Tagliacozzo y S. Toorawa (2016).
5
El calendario árabe se inicia con la Hégira, de manera que el primer Annus Hegirae (A.H.) equivale al 622 d. C. Al ser de base lunar, con 354 o 355 días, los meses árabes van cambiando de estación; por eso el mes de Ramadán y los demás meses no tienen una correspondencia estacional con los del calendario cristiano, pues 33 años árabes equivalen aproximadamente a 32 gregorianos.
6
Incluso se llegó a construir una carretera especial de 900 millas desde Irak hasta La Meca hacia el año 780, durante el mandato de Al-Mahdi, el tercer califa abasí, padre de Harum al Rashid.
7
Khushraw visitó además Jerusalén y El Cairo, donde permaneció tres años, dejándonos la relación de sus viajes en su obra Safarnama. No hay edición española de este relato, pero se puede leer en la traducción inglesa de Wheeler M. Thackston Jr.: Naser-e Khosraw's Book of Travels (Safarnama) (Albany, N.Y., Bibliotheca Persica, 1986).
8
Su libro de viajes fue traducido por César E. Dubler con el título Abu Hamid el Granadino y su relación de viajes por tierras euroasiáticas (Madrid, Editorial Maestre, 1953).
9
Contamos con dos ediciones en español de la relación del viaje de Ibn Yubayr, ambas con la traducción de Felipe Maíllo Salgado: A través del Oriente. El siglo XII ante los ojos (Rihla) (Barcelona, Ediciones del Serbal, 1988) y A través del Oriente (Rihla) (Madrid, Alianza Editorial, 2007).
10
Serafín Fanjul y Federico Arbós tradujeron la obra de Ibn Battuta que se publicó con el título A través del Islam (Madrid, Alianza Editorial, 1981), reeditada luego varias veces.
11
Peters, 1994, pp. 145-146. Los dirigentes de las caravanas que partían de El Cairo y Damasco eran cargos muy importantes designados por la Sublime Puerta y eran conocidos como Amir al-Hajj. Ellos se encargaban de proteger a los peregrinos de la caravana, asegurar fondos y suministros para el viaje, e incluso los médicos a quienes consultar sin costes ante cualquier enfermedad o accidente.
12
El texto se ha conservado en un manuscrito castellano, escrito en aljamiado-árabe, que fue hallado en 1988 con otros ocho manuscritos, emparedado en la casa de un alfaquí de Calanda (Teruel) y conservado hoy en la Biblioteca de las Cortes de Aragón (Casassas Canals, 2015).
13
Distinguían los musulmanes la peregrinación menor de la mayor, cada una con sus rituales y protocolos. El peregrino debía dar siete vueltas a la Kaaba con diferente intensidad, como también diferentes deberían ser los siete recorridos efectuados en las afueras de la mezquita, según se establecía en el Corán.
14
Cabeza de Vaca, por ejemplo, estuvo a punto de enrolarse con la caravana musulmana que partía desde El Cairo a La Meca para visitar el monte Sinaí y el monasterio de Santa Catalina.
15
Varios peregrinos se sorprenden de este fenómeno, especialmente cuando visitan el Sepulcro de la Virgen en el torrente Cedrón, pero no solo en este santuario.
16
Fueron publicadas a finales del siglo XIX por Mariano de Pano y Ruata (1897). Para valorar la importancia de este conjunto de textos, véase Montaner Frutos (1988).
17
Una excepción muy significativa fue la de Ludovico de Varthema, el aventurero boloñés que en 1502 se embarcó hacia Alejandría y tras visitar El Cairo se dirigió a Beirut, Trípoli y Damasco donde se incorporó a una guarnición de mamelucos con la que pudo peregrinar como escolta, de abril a junio de 1503, hasta La Meca y Medina. Varthema visitó las ciudades santas del Islam y describió las ceremonias de la hajj con notable precisión, como han reconocido posteriores viajeros e investigadores. La relación de su viaje se publicó primero en italiano como Itinerario de Ludovico de Varthema Bolognese (Roma, 1510) y pronto fue traducida al latín por Arcangelo Madrignani (Milán, 1511), versión desde la que se tradujo a las principales lenguas europeas, entre ellas al castellano por Cristóbal de Arcos con el título Itinerario del venerable varón micer Luis patricio romano, en el que cuenta mucha parte de la Ethiopía, Egipto y entrambas Arabias, Siria y la India…(Sevilla Jacobo Cromberger, 1520). A pesar del éxito europeo de la obra, las creencias equivocadas sobre las peregrinaciones a La Meca perduraron varios siglos más en Occidente. Hoy contamos en español con la versión de Madrignani (Madrid, Akal, 2010) en la excelente traducción de Vicente Calvo.
18
La confusión pudo nacer por analogía con las peregrinaciones cristianas que visitaban el Santo Sepulcro de Jerusalén, donde yació Jesucristo antes de su resurrección y ascensión a los cielos. La idea de que el sepulcro de Mahoma se encontraba en La Meca se documenta ya en los libros de viajes de Odorico de Pordenone y Juan de Mandevilla, escritos en el siglo XIV, y parece que la idea de que el arca o sarcófago de Mahoma se encontraba suspendido por la acción de unos imanes se remonta al menos al siglo XI (Sáenz López-Pérez, 2007, pp. 196-197).
19
A Escobar Cabeza de Vaca dediqué un trabajo específico (Lama, 2015) que me ahorra detenerme ahora en más detalles.
20
Hay edición moderna de C. Martínez Figueroa y E. Serra Rafols (Ceverio de Vera, 1964). El resumen más elocuente de su vida lo encontramos en el primer capítulo de su Viaje: «Yo nací en Gran Canaria, la cual isla ganó mi bisabuelo Pedro de Vera para los Reyes Católicos. Y desde allí muy mozo pasé a las Indias, de donde me sacó la Majestad de Dios nuestro Señor, y de innumerables peligros en que andan los soldados d´ellas y pasados los cuarenta años de mi vida, trájome del secular estado indigno a la dignidad de sacerdote. Repartí mis pocos bienes con mis muchos hermanos pobres; viví en España ocho años y el cevo general de pretensiones, pasados los cincuenta, vine a Roma; admitiome por su acólito la Santidad de Clemente VIII. Yo mal contento de cómo pasaban las cosas en aquella corte, determiné volverme a España y porque, cansado, deseaba quietud. Y pasado algunas horas en un libro italiano del viaje santo de Jerusalén, en su lección espiritual tuve una buena inspiración, encomendándola a Dios, mucho más deseaba su buen efecto. Y porque no me desviasen vanos consejos y temores, hice voto. Pedí licencia al summo Pontífice, el cual encargándome que le encomendase a Dios en aquellos santos lugares, con alegre rostro me la dio. Y por no hallar compañero, sólo con un vestido pardo, dejando mi ropa en San Adriano, convento de frailes españoles de Nuestra Señora de la Merced, comencé mi viaje» (Ceverio de Vera, 1964, pp. 9-10). A Ceverio de Vera le dediqué unas cuantas páginas en otros trabajos (Lama, 2016a y Lama, 2020).
21
Sobre dicha misión diplomática y sus contextos versa un trabajo de próxima aparición (Lama, en prensa).
22
De estos cuatro libros hay reseñas en el catálogo de la exposición URBS BEATA HIERUSALEM (Lama, 2017b) y el éxito de cada uno se ve reflejado en las ediciones enumeradas en Lama (2019b).
23
Cito por la edición de 1563 recogida en la bibliografía. Este es un claro ejemplo de anacronismo. La explanada que está sobre los muros del templo de Salomón reconstruido por Herodes (uno de los cuales es el Muro de las Lamentaciones) alberga varios monumentos musulmanes, entre ellos la Mezquita Al-Aqsa y la Cúpula de la Roca, que es el edificio más antiguo que se conserva de la dinastía omeya y que fue construido por el califa Abd al-Malik entre 687 y 691.
24
Para los judíos la roca que hay dentro es el altar donde Abraham se dispuso a sacrificar a Isaac (Ismael en la tradición musulmana) y para los cristianos el lugar en que sucedieron importantes hechos de la vida de Cristo, entre ellos la profecía de que no quedaría piedra sobre piedra de aquel templo (Marcos, 13:2).
25
Las letras doradas sobre fondo azul representan la luz divina que desciende del cielo, un símbolo que después se empleó en otros muchos edificios. Son ejemplos elocuentes el mihrab de la Mezquita de Córdoba y varios frisos de estuco o madera pintada de la dinastía fatimí (969-1187) (Creswell, 1979, pp. 65-131).
26
«E aquella noche yo rogué a un moro renegado, que fue natural de Portugal, que le daría dos ducados e me metiese aquella noche a ver el templo de Salomón. E fízolo así, e a una hora de la noche yo entré con él vestido de su ropa e vi todo el templo, el cual es una nave sola toda de otro musaico labrada, e el suelo e paredes de muy fermosas losas blancas, e tantas lámparas colgadas que parece que se juntan unas con otras e el cielo de arriba todo llano cubierto de plomo.[…] Si yo allí fuera conocido por cristiano, luego fuera muerto…» (Tafur, 2018, p. 128).
27
El caso de fray Cosme es muy singular, pues todo hace pensar que buscaba el martirio: «Hecha oración y reverencia al Santísimo Sepulcro, [fray Cosme] se fue al Templo de Salomón, adonde por ser día de viernes, y a mediodía, cuando los turcos hacen su falsa oración, había innumerable multitud dellos en aquel lugar. Viendo los turcos la libertad con que entraba en él el siervo de Dios, sospecharon algunos que sería para hacerse moro, no siendo permitido el entrar en el Templo de Salomón para otra cosa a los cristianos; otros sospecharon que hubiese perdido el juicio y así le menospreciaron como a loco. En este ínterin sacó el siervo de Dios un crucifijo que solía llevar en el pecho y, levantando el brazo, comenzó en voz alta y ferviente a reprender la miserable ceguedad de los turcos diciendo que aquella oración que hacían no les era de ningún provecho…». Tras ser juzgado «Oyendo el bendito religioso tal sentencia, eligió constantemente el morir primero que apartarse de la confesión de la fe católica, por la cual ofreció con invencible constancia a los filos de un alfanje su bendita cabeza, consiguiendo por medio de tan dichosa muerte la corona del martirio, que tanto deseaba» (Calahorra, 1684, p. 496). No muy diferente fue el caso de una peregrina, de nombre María, que fue quemada viva hacia 1578 en la plaza que hay ante la entrada del Santo Sepulcro (Lama, 2016b).
28
Obsérvese que Aranda participa de esta creencia equivocada.
29
Se refiere Aranda a los moros a quien los franciscanos de la Custodia trataban «con familiaridad» por sus relaciones cotidiana. Recíprocamente, por razones laborales, algunos canteros cristianos podían entrar en el templo musulmán.
30
Había afirmado El Cruzado que en su libro Los misterios de Jerusalén se limitaría a «declarar y dar noticia a los lectores y oyentes solo de las cosas en las cuales se puede consolar spiritualmente» (Lama, 2017, p. 82), pero Cabeza de Vaca era un soldado retirado que aprovecha para ver mundo y no quiere perderse detalle de este espectáculo de movimiento, color y sonido.
31
Se llamaba alárabes o alarbes a los salteadores del desierto que tan bien describiría Ceverio de Vera (1598).
32
Jefe militar en el imperio turco.
33
Más adelante (f. 48v) se mencionan mil camellos cargados de maderos y de tablas para protegerse eventualmente de las tormentas de arena «de manera / que si aquel tiempo no se atrincherasen / allí se harían todos carne momia» (ff. 48v-49r).
34
“Es el verde color tan propio suyo / que en viéndole traer a algún cristiano / le van a hacer pedazos sobre el cuerpo / las calzas, el jubón, el sayo o capa / que de aqueste color algo tuviera / (por ser el tal color de su Profeta)” (Escobar, 1587, f. 48v).
35
Conviene saber que en Matarea los peregrinos cristianos rememoraban un episodio de la huida a Egipto recogido en los Evangelios apócrifos. Era el lugar donde se refugió la Sagrada Familia antes de llegar a El Cairo. Allí se presenciaba el árbol hueco en que se escondió la Virgen con el Niño y donde crecía el bálsamo, planta del tamaño de las vides que producía un líquido de un olor maravilloso y que no se podía trasplantar a otro lugar porque no sobrevivía. Hay menciones a su paso por Matarea de los viajeros reseñados en el libro de Relatos de viajes por Egipto en la época de los Reyes Católicos (Lama, 2013).
36
Conteste: «Dícese del testigo que declara lo mismo que ha declarado otro, sin discrepara en nada» (DRAE). La expresión «todos contestes» se sigue usando en Argentina, Chile y Uruguay.
37
Cuando Escobar Cabeza de Vaca regresa a Valladolid y publica su Luzero de la Tierra Sancta, varios poemas introductorios a su libro elogian el privilegio sin par de haber visitado Tierra Santa.
38
Y en otro momento en que Aranda habla del color de las tocas de judíos, moros y cristianos, también sugiere libertades sexuales cuando se participa en la gran peregrinación: «moros hay que traen la toca o alguna señal verde, y denota en ellos gran presunción porque declaran en aquello ser parientes de Mahoma. E algunos se llaman hijos y esto es cuando acaece que sus madres los parieron yendo en peregrinación a la casa de Meca». (Aranda, 1563, f. 231v)
39
En realidad, La Meca no se encontraba propiamente en la «Arabia felix». Ya los griegos llamaban Eudemona Arabia (de donde proviene la Arabia felix de los romanos) a la parte sudoccidental de la península arábiga, por recibir esta región algunas lluvias y tener un clima menos extremo que las otras dos partes de Arabia (Arabia petrea y Arabia deserta). Coincide aproximadamente el territorio de la Arabia feliz con el de la actual república de Yemen. Todavía en el siglo XVII se seguían representando en los mapas las tres Arabias y en ese siglo renace la leyenda de la Arabia feliz, cuando los comerciantes europeos descubren que se exporta a todo el mundo el «oro negro», como se llamaba al café, desde el puerto yemení de Moca.
40
Entre los musulmanes, «sabios de la ley coránica».
41
El libro de Ceverio de Vera se publicó por primera vez en Roma (1596) y se reeditó luego en Madrid (1597) y Pamplona (1598 y 1613).
42
Para esta leyenda conviene consultar el documentado trabajo de Sáenz López-Pérez (2007, pp. 187-188).
43
«E plega a nuestro Señor que tal compañía me hagan los cristianos por doquiera que yo fuere: verdaderamente como si yo fuera algún gran Alfaquí ni más ni menos me honraban, et cuando me vían abrir el breviario et decir el oficio divino decían: “Ruega a Alá por todos et guarde los camellos”. Porque por aquella vía perescen muchos camellos. Estos árabes que andan con estas caravanas o recuas son gente sin malicia et hombres de su casa, et desque una vez os toman en compañía, morirían por vos» (Mérida, 1945, p. 174). Recojo una semblanza y comentario de la peregrinación de fray Diego de Mérida en mi libro Relatos de viajes por Egipto en la época de los Reyes Católicos (Lama, 2013, pp. 265-311).
44
Diego de Mérida, cuya peregrinación se extendió de 1507 a 1512, dedicó un capítulo de su relato a explicar «Cómo en Iherusalem hay tres iglesias que juntamente son mezquitas, porque son veneradas juntamente de moros e christianos», en el que leemos: «La una destas tres iglesias es la de Nuestra Señora de Val de Josaphat, donde está el sepulchro en que está puesto el sanctíssimo cuerpo… La segunda iglesia es en el Monte Olivete desde donde nuestro Redemptor subió a los cielos, e en la propia capilla de la Ascensión tienen los moros a una parte de ella su oratorio e lámpara porque creen la ascensión de Christo… La otra e tercera iglesia es en Bethania, donde está el sepulchro de sant Lázaro…» (Mérida, 1945, p. 129)
Notas de autor
victordelama@pdi.ucm.es
ISSN: 1137-9669
Vol.
Num. 33
Año. 2021
Las peregrinaciones musulmanas a La Meca vistas por peregrinos cristianos a Tierra Santa (siglos XVI-XVII)
Víctor de Lama de la Cruz
Universidad Complutense de Madrid, Madrid
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