Desde la biografía de Francisco de los Cobos a cargo Hayward Keniston, publicada en 1958 y traducida al español en 1980, diversos estudios han tratado algunos aspectos particulares de la apasionante vida del secretario de Carlos V. De todas maneras faltaba un texto que, partiendo de estas aproximaciones, situara a dicho personaje en un contexto europeo y tratara asuntos tales como la política artística y la agencia artística, que habían sido descuidados o analizados de modo epidérmico en el pasado. Es curioso constatar el relativo silencio que existía sobre tales materias, pues no olvidemos que, según Pietro Aretino, Cobos, era considerado la “llave del Emperador” y gran parte de la actividad del primero de los Austrias estaba en sus manos. Este vacío viene a cubrirlo el documentado texto de Sergio Ramiro Ramírez, convirtiéndose, desde ahora, en una obra de consulta obligatoria a todos los que se aproximen tanto a su figura como a la de Carlos V, no solo por la calidad de los contenidos, sino también por la cuidadosa edición, corrección y maquetación del mismo.
El presente volumen, que nace de su tesis doctoral, se compone de cinco bloques, más algunos apéndices documentales y conclusiones, a través de los que nos muestra, según sus palabras, una “realidad caleidoscópica” (p. 87). En ellos replantea conceptos como los de “elección artística”, “magnificencia”, “coleccionismo” y “agencia artística”, ideas que se repiten de modo, a veces, gratuito e irreflexivo en algunas de las últimas publicaciones sobre nobleza. Y este es uno de los valores del libro: el enfrentarse de modo desenfadado y decidido a abordar cuestiones metodológicas en el estudio de las actitudes y gustos artísticos de las élites hispánicas, entendiendo que fueron muy variopintas y evitando crear un patrón único. El autor busca analizar cuáles fueron las preferencias personales del secretario real sin encajarlas en un código concreto, e incluyendo asuntos que suelen ser descuidados como la música o la fiesta cortesana, pero que fueron fundamentales en su vida cotidiana y en la creación de espacios de representación. La arquitectura, el urbanismo, las artes visuales, armamento, libros, etc. son analizados en paralelo y entrelazados, lo que nos ayuda a tener conciencia de las múltiples identidades de este egregio personaje y el carácter acumulativo que definía su patrimonio.
Durante la lectura del libro el lector viaja de Jaén, Úbeda y Sabiote, a Valladolid, Génova, Roma o a las Américas, mostrando todas las caras de una Monarquía Universal. Nos habla de piezas compradas expresamente en tales territorios para engrosar sus colecciones, a veces simplemente por su procedencia y otras por la visibilidad que podía darle el poseer tales bienes por su exclusividad. Gracias a ello podemos reconstruir cuáles fueron las actitudes de Cobos con respecto al arte y la cultura y, sobre todo, la capacidad de adecuarse a cada enclave y al uso representativo que dicho lugar iba a tener, que podría relacionarse con la elección, no siempre consciente, de un lenguaje constructivo u otro. Con todo, el autor insiste que tales elecciones no deben indicar, de modo unívoco, que fuera un experto en pintura o escultura, pues, de hecho, denuncia las burlas que artistas como Tiziano tuvieron ante su criterio artístico de “poseer” por el mero hecho de hacerlo. Sin embargo, todo lo hasta aquí dicho no supone que Cobos desconociera el poder de la arquitectura y la cultura material para la construcción de su identidad, linaje y proyección social, sino más bien nos introduce en un mundo en el que la calidad artística no siempre estaba vinculada con la elección de una obra de arte, sino que estaba ligada, más bien. a lo que dicha pieza, por su procedencia o factura, podría suponer para su legado. Todos estos aspectos son tratados de manera muy detallada en el epígrafe titulado “Distintas maneras de ver y poseer”, para mi, la mejor parte del libro.
En este juego de construcciones, reales y conceptuales, no solo aparece la figura del Emperador como elemento clave, en paralelo a la necesidad de Cobos de (auto)representarse en el entorno cortesano, sino también otras personalidades como su esposa María de Mendoza. Es interesante comprobar su papel en la administración de los bienes y cómo intervino en los proyectos de importantes construcciones como la Capilla de la Purísima Concepción en Santo Tomás (Úbeda). Rescatando a esta figura plantea nuevos interrogantes en torno al papel de las mujeres en este contexto, que era mucho mayor del que un estudio preliminar podría desprender.
Frente a una aproximación metodológica que podríamos denominar de “historia social”, utilizada para reconstruir las percepciones de estas obras de arte y construcciones en su contexto, otras veces Sergio Ramiro recurre al formalismo. En diversas ocasiones se atreve a atribuir obras que, a tenor de la documentación y el estudio estilístico no habían sido, a su entender, bien catalogadas, tales como el dibujo de Cupido y Psique de Julio Aquiles. Con ello no solo denota un amplio conocimiento de genios de la pintura como Tiziano, quien aparece referido en múltiples ocasiones durante el volumen, sino también de otros artistas que trabajaron en Castilla y que fueron fundamentales para el desarrollo de las artes en tales territorios. Sus atribuciones, como la citada, están bien expuestas, intentando suplir, en algunos casos, la falta de documentación con un estudio comparado de distintas obras de arte.
También recurre a la microhistoria, cuando individualiza cada construcción en particular, principalmente en núcleos como Sabiote, Canena, Úbeda y Cazorla. Por un lado analiza los procesos constructivos de modo individual y posteriomente los inserta en un contexto donde autores como Diego de Siloe o Vandelvira están viajando entre distintos territorios y transportando, con ellos, innovaciones artísticas que convierten a esos enclaves en fundamentales en la historia de la arquitectura del XVI hispánico. Intenta, con ello, romper con el manido debate entre centro y periferia, principalmente en fábricas como las de Cobos. Del estudio de las fuentes se puede perfilar, y así lo hace Ramiro, que la arquitectura era entendida, como una construcción de la memoria del linaje, no solo en lugares como Úbeda, donde sabía que no podía legar el control territorial a sus herederos; sino también en Valladolid, proyectado como una expansión de su legado.
Sin intención de resumir y profundizar más en los contenidos específicos tratados por el autor, robando al lector de estas líneas el placer de disfrutarlos con su lectura, me gustaría añadir que se trata, además, de un texto honesto y elegante. Las críticas a los que le precedieron se distribuyen de manera muy sutil entre los pies de página y la caja de texto, siempre de modo respetuoso. Por otro lado, cuando es consciente de que no ha conseguido resolver algunas de las preguntas de investigación planteadas al inicio de su trabajo lo anuncia de modo franco, abriendo futuras líneas que espera retomar en el futuro.
Algunas de esas líneas creemos que deben ser explotadas en el futuro, y esperemos que el autor retome con la misma maestría tales asuntos. Y aquí hablaré de cuestiones que el texto solo trata de manera epidérmica y que merecerían una atención mayor. El autor perfila poco no sólo las relaciones con otros nobles tan importantes como Diego Hurtado de Mendoza, cuya figura planea en distintos capítulos, sino también de otros que desarrollaron su labor entre la antigua corona aragonesa y la corte, como Francisco de Borja, quien también poseyó una cultura artística importante y creó colegios y universidades al estilo de Cobos.
También me hubiera gustado que profundizara en otros aspectos relativos a sus elecciones artísticas y estéticas, principalmente en lo que atañe a la visión que de la arquitectura y las artes suntuarias de raigambre andalusí se refiere. El secretario real vivió en un momento en el que se estaba negociando la identidad cristiana en relación no solo con los territorios recientemente conquistados del sur peninsular, sino también con los enclaves norteafricanos, como nos han demostrado las investigaciones de Juan Carlos Ruiz Souza, Fernando Marías o Antonio Urquízar, entre otros. En este contexto, nos preguntamos qué papel tiene la cultura material, y enseres como “alfombras a la morisca” o “marlotas”, en la creación de su identidad. En algunas partes del libro nos habla de adargas, las alfombras de Barbarroja u otros bienes muebles que son integrados a su legado…pero ¿cómo convivieron estos enseres con objetos importados de Italia y América? ¿Qué papel jugaron en este juego de elecciones estéticas? Son algunas preguntas que, debido a una aproximación relativamente italocéntrica de las actividades comerciales de Cobos quedan por responder, pero justamente esa es la virtud de este libro, el abrir nuevos caminos, plantear nuevas ideas y re-estructurar la figura de Cobos como paladín de un territorio que vivía en constante cambio, con múltiples influencias fruto de la temprana globalización. Él fue un hombre de su tiempo, con sus inseguridades y aciertos, luces y sombras descritas con detalle por esta interesante publicación.