Bajo el título Lo construido y lo pensado: correspondencias europeas y transatlánticas en la historiografía de la arquitectura, editado por Salvador Guerrero y Joaquín Medina Warmburg, la Asociación de historiadores de la Arquitectura y el Urbanismo (AhAU) ofrece a la comunidad académica los resultados de su tercer congreso bianual homónimo, celebrado en Madrid del 1 al 3 de junio de 2022. Desde su fundación en 2017, la AhAU ha buscado convertirse en un órgano de referencia para el debate, el intercambio y la innovación historiográfica en el conjunto del estado y en estrecha relación con otros países. En este sentido, además de su actividad divulgativa y la publicación de la revista Varia o la colección de monografías que constituyen sus Boletines Ah, las dos anteriores ediciones de sus congresos internacionales han sido también publicados —Los años CIAM en España. La otra modernidad (2017) y Bauhaus In and Out. Perspectivas desde España (2019)—, a los que se sumará también, en otoño de 2024, los resultados de su cuarta edición.
Si el objetivo de las ediciones anteriores era arrojar luz sobre algunos de los episodios más excitantes de la recepción de la praxis moderna en España, el objetivo de este tercer congreso se antoja harto ambicioso a la par que necesario y estimulante: esbozar un retrato amplio, sistemático e integrado de la historiografía de la arquitectura, recorriendo sus diferentes tendencias, agentes, corrientes de pensamiento, enfoques y metodologías. Este reconocimiento de la poliédrica naturaleza de la historiografía, argamasa primordial de las ciencias históricas, permite un acercamiento a la historia de la arquitectura como disciplina, su relación con la propia arquitectura, sus limitaciones y olvidos y su contingencia actual. No en vano, ya desde el título del congreso se nos advierte la relación entre la teoría y la práctica, lo construido y lo pensado, lo sucedido y lo historiado, pudiendo descubrir a lo largo de los numerosos estudios que componen el volumen cómo la historia y la teoría han abordado los hechos históricos, la influencia que tenido la teoría y la historia en la producción de arquitectura e incluso la gestación simultánea de un marco de pensamiento y una práctica arquitectónica concretas. Así, en definitiva, la historiografía, lejos de ser sólo la herramienta de los estudios incluidos en este volumen, es revisada, ampliada e incluso impugnada en un proceso de análisis crítico y de historización de la historiografía que da luz sobre cómo el pensamiento contemporáneo y el actual influyen en la recepción o los cánones.
Lo construido y lo pensado se articula en nueve mesas, de las cuales, «1. De los grandes relatos a la microhistoria: los géneros de la historia de la arquitectura», coordinado por Delfín Rodríguez, posee un carácter introductorio dentro de las diversas temáticas tratadas en el volumen al apelar a las escalas que presenta el enfoque historiográfico y su canalización a través de diferentes géneros. De lo macro a lo micro, las propuestas de esta mesa se mueven en terrenos poco explorados y yermos en la historiografía, desde la atención puesta a una historiografía del diseño urbano casi inexistente por parte de Federico Deambrosis hasta el recorrido de Fulvio Lenzo por algunos episodios poco conocidos de la trayectoria de Manfredo Tafuri, una contribución donde el autor, además, en un ejercicio de intrahistoriografía, atiende a los ejemplares consultados y trabajados por el teórico italiano y pone especial énfasis en sus propias anotaciones. Otro tema recurrente en este volumen es el papel de las genealogías como herramientas de operatividad historiográfica, así como sus sesgos, omisiones y limitaciones: Javier Mosteiro, en este sentido, tiende un puente entre propuestas como las de Banister Fletcher, Luis Moya o Charles Jencks alrededor de la cuestión formal como leitmotiv interpretativo. En una dimensión disciplinar y epistemológica, la empresa de José Vela Castillo es ardua en la medida que analiza la problemática del relato y su posibilidad de devenir y ser codificado en discurso histórico, de Haydn White a Jacques Rancière, y la especificidad de la historia de la arquitectura en esta coyuntura.
Volviendo a la cuestión generacional, Julio Garnica propone como entorno de discusión las herencias y discontinuidades intergeneracionales en «2. Maestros y discípulos: generaciones historiográficas», título de la segunda sección del libro. La experiencia docente de Rytwerk y su curso de maestría en teoría e historia de la arquitectura en la Universidad de Essex (1966) como catalizador de una «escuela» es el episodio generacional escogido por Joseph Bedford. Matthew Critchley va más allá de la genealogía como la relación entre generaciones de historiadores, refiriéndose al legado documental como correa de transmisión: la llegada de la Bibliothek Warburg en 1933 a Londres, así como de muchos escolares alemanes, supone el cruce entre dos tradiciones historiográficas diferenciadas. La historia de las genealogías es también una historia de disidencias y dicotomías: de la oposición de Edoardo Persico al mediterraneísmo como Zeitgeist del primer racionalismo italiano y su mayor predilección por el contexto alemán y la bifurcación entre Banham y Collins en tanto que discípulos de Pevsner en el Courtauld Institute son los temas tratados, respectivamente, por Andrea Maglio y Raffaella Russo.
Para Josep M. Rovira, la mirada a los restos olvidados de la historia, abordados desde el chiffonnier de Benjamin al bricoleur de Lévi-Strauss, es la estrategia de análisis interdependiente de los fenómenos arquitectónicos puesta en común en «3. Arqueologías del saber: el historiador como bricoleur (materiales, técnicas e instrumentos)». Las historias oficiales, los grandes relatos y los discursos hegemónicos dejan tras de sí una enorme cantidad de espacios vacíos que pueden ser llenados con miradas subversivas y alternativas como las seleccionadas para el contexto mexicano por Salvador Lizárraga Sánchez y Cristina López Uribe. Las interconexiones entre obras y objetos del clasicismo mexicano y artefactos del siglo XX como la sede de Bacardí de Mies van der Rohe en Tenochtitlán (1962) y los variadísimos formatos, soportes y discursos de los «detritus olvidados y ocultos» bajo los fastos de los Juegos Olímpicos de México D. F. (1968) son, respectivamente, las herramientas de estos dos bricoleurs. Como Javier Mosteiro, Ricardo Sánchez Lampreave vuelve a colocar sobre la mesa de debate los árboles genealógicos de Fletcher y Jencks para llegar al callejón sin salida de la operatividad del árbol —y otras formas— como instrumento para el conocimiento histórico e integral de la arquitectura, algo que el propio Jencks intentó solventar con la noción de la nube. Más allá de los hechos concretos omitidos, los enfoques que históricamente han venido nutriendo la historiografía contribuyeron a trascender los marcos discursivos. En este sentido, el trabajo de Maria Luisa Scalvini, desarrollado en su contribución por Massiliamo Savorra, ofrece una visión privilegiada sobre el giro semiótico que experimentó la teoría arquitectónica en los años sesenta y que permitió acercarlo a las realidades culturales y comunicativas en un sentido amplio.
La biografía o el catálogo son dispositivos de poder en la creación de discursos, como lo son también las diferentes corrientes de pensamiento que subyacen en ellos y en las historias oficiales de la arquitectura. Estos son algunos de los puntos de partida de «4. Dentro y fuera del canon en la historiografía de la arquitectura», coordinado por María Teresa Muñoz, una de las secciones —si se me permite— más excitantes del libro. Atravesados por la hegemonía occidental, las relaciones coloniales y las opresiones en términos de género o etnia, la necesidad de interdisciplinariedad y ampliación de los enfoques es, si cabe, la más grande y urgente tarea que tienen ante sí la historiografía y la teoría de la arquitectura, que deben asumir como premisa básica e irrenunciable la maleabilidad —e incluso superación— de todo canon. Así lo entiende Cecilia Durán, que analiza el redescubrimiento del reprobado art déco en algunos ambientes estadounidenses de los años sesenta como una manera de recuperar y revalorizar la artesanía y las artes decorativas, una postura contestaria contra el maniqueísmo artístico emanado del privilegio de las Beaux-Arts que ya había sido asumida por Morris y otros autores en el siglo XIX. También lo entendía Philip Morton Shand en las páginas de The Architectural Review, quien, como nos relata Mariano González Presencio en su texto, pretendió romper los orígenes casi míticos de la arquitectura moderna a través de un viaje hacia atrás desde la casa moderna a la casa de campo inglesa. O como acreditan Carlos J. Irisarri en su estudio sobre la concepción y conceptualización de la belleza en los manuales de arquitectura británicos desde el siglo XIX hasta el auge de las vanguardias o Bruno Klein y su ilustrador texto sobre cómo los revivals neogóticos perviven y contaminan ‘lo moderno’, los cánones historiográficos son fuentes inagotables de ideas apriorísticas y casi inalterables que, en realidad, son siempre impugnables.
Las relaciones entre la arquitectura y la historia de la arquitectura, la autonomía y operatividad ganada paulatinamente por la segunda con respecto a la primera o su reivindicación como herramienta pedagógica a la par de analítica y crítica son los leitmotivs de Carlos Plaza para «5. Historiografías operativas: herramienta disciplinar versus actividad intelectual». Como ya hemos visto con la contribución de Fulvio Lenzo, Marco Capponi pretende traer a colación, nuevamente a través de Tafuri, detalles generalmente ignorados en el análisis teórico-biográfico de un determinado autor. Para ello, recorre la correspondencia entre el historiador italiano y la editorial Laterza entre 1967 y 1968, una relación epistolar que nos muestra detalles personales que influyen no solo en la teoría, sino incluso en el título de su señero Teoriee storie dell’architettura. También Daniel Sherer toma ingredientes a priori no utilizados en el aderezo historiográfico, esto es, las citas de Tafuri a Scully como fuente de expresión de divergencia explícita y la ausencia de estas citas en temas donde sí comparten diagnósticos. Alberto Sartoris y su defensa del racionalismo como ruptura con las viejas academias y la implicación en una háptica y casi viviente planificación urbana por parte de Carlo Ludovico Ragghianti son los episodios escogidos, respectivamente, por Cinzia Gavello y Lorenzo Mingardi, que culminan esta sección con fuerte sabor italiano.
Como Tzonis, Lefaivre, Frampton y su territorio común y diverso consagrado como «regionalismo crítico» —o, desde otras perspectivas, lo vernáculo en Vicky Richardson o lo regional en Curtis y Colquhoun—, Juan Calatrava incide en «6. Historias cruzadas: construcciones nacionales y redes» en uno de los prejuicios más extendidos en buena parte de la historiografía: la dicotomía, casi maniquea, entre la modernidad y el sustrato cultural propio de una región o lugar concreto. Si los teóricos del regionalismo crítico, formados al calor de la teoría crítica frankfurtiana, canalizaron sus ideas a través de la asunción del fracaso del proyecto moderno, estas divergencias con los grandes relatos pueden ser detectados en múltiples episodios históricos. La italianità como invariante historiográfica, su aplicación al terreno del Renacimiento y su influencia político-cultural en el Risorgimento son las líneas de la propuesta de Adrián Almoguera. Recuperando la cuestión del canon, ésta también influye en la convergencia entre lo internacional y lo local. En este sentido, Ana Esteban Maluenda recorre las primeras categorizaciones nacionales en los comienzos de la historiografía moderna y la erección del Estilo Internacional a partir de la exposición del MoMA de 1932. Las comunicaciones de Antonio Pizza y Jorge Torres Chueco se refieren a la especificidad catalana en el desarrollo y referencias de su modernidad. Pizza repasa la recuperación desde la modernidad de la figura de Gaudí, tanto por las renovadoras figuras de la arquitectura catalana de los años centrales del pasado siglo como por clásicos de la historiografía como Sartoris y Zevi —no en vano, en estos años especiales de interés historiográfico como la monografía de Zodiac (nº 15, 1965) u obras clásicas como la Arquitectura española contemporánea de Domènech i Girbau (1968), por poner dos ejemplos, incluían al maestro modernista. Por su parte, Torres Cueco repasa el pensamiento de Bohigas, su mirada a los maestros del XIX, la recuperación de la memoria del GATCPAC y la arquitectura de la Segunda República —con las reservas y desconfianzas de Secundino Zuazo al iniciar Bohigas sus pesquisas sobre el periodo republicano—, las conexiones con Italia, su visión del realismo o la posibilidad de una Escuela de Barcelona, una poliédrica pero identificable realidad frente al escepticismo que arquitectos como Baldellou presentaban para el caso madrileño (Boden, nº 18, 1978).
De los cánones y las hegemonías discursivas presentes en todo el volumen, las alteridades no eurocéntricas tienen, de la mano de Jorge Francisco Liernur, un espacio propio en «7. La invención del otro: América y Oriente en las historiografías de la arquitectura». La diferencia al mito totalizante de la modernidad occidental y el análisis dialógico articulan las propuestas de una sección en que se ve el entrecruzamiento con otras realidades. La domesticidad cotidiana y exótica japonesa, ya desde el siglo XIX «descubierta» en Europa, llegó al Salon des Arts Ménagers de París en 1957, como narra Mónica Cruz Guáqueta, quien además desarrolla un interesantísimo análisis de la recepción en términos socioeconómicos y de género. Claudio Mazzanti nos catapulta a la historiografía peruana, mostrándonos dos tradiciones historiográficas diferenciadas en su seno a través de las figuras de Martín Noel y George Kubler, unas dicotomías que se traducen también en posturas patrimoniales enfrentadas y reveladas en la gestión de Kubler tras el terremoto de Cusco. Por su parte, Luis Müller aborda los intentos de André Bloc por recuperar el amplio número de suscriptores latinoamericanos de L’architecture d’aujourd’hui después de la Segunda Guerra Mundial a través de una edición en español publicada desde Buenos Aires, algo que derivaría en un apartado diferenciado dentro de la revista que sirvió como plataforma de difusión de muchos arquitectos argentinos y brasileños en Europa. El viaje como elemento forjador del pensamiento es repasado por Claudia Shmidt en relación con el viaje por Sudamérica de Pevsner de 1960.
La atención prestada a los objetos arquitectónicos no canónicos es la base de «8. Mass media: historias para el consumo (guías de viaje, libros, revistas, diarios, cine, radio, televisión, exposiciones, Internet)», sección en que André Tavares llama la atención sobre cómo los nuevos medios de expresión —impresos, audiovisuales y de comunicación masiva— han hecho trascender no sólo la concepción de la arquitectura en sí misma, sino la percepción alrededor del arquitecto, su papel o el trabajo del historiador y el crítico. Un campo de estudio que está experimentando un exponencial aumento en diferentes disciplinas es el análisis de contenido de las redes sociales. David Arredondo Garrido se sitúa en este cambio digital para comprobar cómo se exponen los arquitectos y los críticos en estos medios, el rol que juega la imagen o la nueva forma de debate que abren estos espacios. Con todo, los medios de expresión y difusión son tan variados como objetos de estudio se puedan abordar. Así, esta mesa se completa con las contribuciones de Carmen Rodríguez Pedret y las guías de turismo bélico como artefacto narrativo de la destrucción a veces perdido en archivos y librerías; las ambientalidades espaciales, narrativas y el «eclecticismo digital videolúdico» tratado por Manuel Sánchez García en el mundo del videojuego; o la concepción del edificio, en su caso el College of Fine Arts de Pittburgh, como «lienzo mediático» e interfaz pedagógica defendida por Francesca Torello.
Una «república historiográfica» vasta y diversa: esa es la propuesta de Eduardo Prieto para «9. Global, digital, ambiental: nuevos paradigmas», una historiografía que no se limite a historiar o historiografizar la propia historiografía, sino que ensanche sus fronteras más allá de lo eurocéntrico, hacia la cultura digital, al big data, a lo regional y local, a las identidades de género, al medioambiente, a las microhistorias o lo poscolonial. El intento de globalidad historiográfica y la deriva cuantitativa subyacen en la propuesta de Giaime Botti, que analiza la presencia mundial de más de 1000 firmas de arquitectura para esbozar un retrato de la globalización de la arquitectura. La crisis de los relatos y las grandes historias-manifiesto están presentes en la revisión del canon eurocéntrico, sus inclusiones y omisiones, por parte de Marianna Charitonidou; las divergencias entre las historias alemanas y anglófonas analizadas por Frederike Lausch; o el análisis crítico de Macarena de la Vega sobre las limitaciones, aspiraciones y buenas intenciones de Modern Architecture Since 1900 y el panorama global y regionalmente diverso que quiso dibujar Curtis.
En definitiva, Lo construido y lo pensado pretende situarse a la vanguardia del pensamiento histórico-arquitectónico, constituir —sin pretenderlo a priori— una suerte de manual historiográfico que recorra enciclopédicamente sus numerosos sustratos y ofrecer, desde la multiplicidad de objetos de estudio y enfoques, sus posibilidades presentes y futuras. Constituye, pues, la necesaria pausa para la reflexión de un ángel de la historia que ahora mira distintos pasados desde diferentes presentes y hacia diversos futuros.
Notas
[i] En su Arquitectura española de la Segunda República (Tusquets, 1970, p. 7), Bohigas nos recuerda la reacción de Zuazo: «¿Cómo va usted a hablar de la arquitectura de la República —dijo— si durante aquellos años no se construyó nada en España? No recuerdo otro periodo de mayor recesión económica. Nadie nos encargaba ni un maldito chalet».