En la actualidad, la manipulación informativa se ha convertido en un mecanismo empleado por los gobiernos, las administraciones e, incluso, los medios de comunicación para la consecución de sus propósitos, lo que ha provocado que esta sea un verdadero problema de seguridad. De hecho, en la guerra entre Ucrania y Rusia hemos podido ver como la desinformación (que es una forma de manipulación informativa) se ha convertido en una verdadera arma dañina, e, incluso, destructiva. Ello, puesto que no solo afecta a aquellas personas que se hallan en el seno del combate, sino que en un mundo hiperglobalizado como el actual, en el que las fronteras físicas se diluyen en el ciberespacio, todo el planeta se ha visto afectado en mayor o menor medida.
Pese al carácter actual de la materia, no hablamos de un fenómeno novedoso, sino que la mentira existe desde el principio de nuestros tiempos, y ya fue empleada, incluso, por Hitler a principios del siglo XX. Con todo, es en los momentos de mayor convulsión social, económica y política cuando cobra un papel verdaderamente desestabilizador.
Sin ir más lejos, durante la pandemia provocada por el COVID-19, la manipulación de las masas, y la alusión a la misma, jugó un importante papel. Pues, de un lado, los Estados intentaban proporcionar a la ciudadanía lo que denominaban “información fiable”, alejándose de la vinculada a fuentes no gubernamentales. De otro, estas últimas pretendían desautorizar las versiones oficiales utilizando, especialmente, las redes sociales y el anonimato que estas proporcionan.
Sin embargo, la cuestión se tornó más compleja, puesto que hubo gobiernos, como el estadounidense o el brasileño, que se aliaron con aquellas teorías que parecían rechazar los gobiernos europeos y de la mayor parte de los países. Ergo, de manera sorpresiva, el ciudadano se encontró con un clima informativo caótico y asimétrico, en el que ya no solo se oponían las teorías autorizadas a las que no lo eran, sino que incluso en el seno de las primeras surgían discrepancias. Todo ello, dificultó, aún más, la superación de uno de los períodos más inciertos de nuestra historia reciente.
Precisamente, esta cuestión es abordada por Jano García en el libro “La gran manipulación: como la desinformación convirtió a España en el paraíso del coronavirus”, ahondado, como se observa, en el caso específico de nuestro país, lo que lo dota, si cabe, de mayor interés.
Este graduado en Economía y Comercio Internacional y divulgador en redes (además de director de un diario digital) trata de manera muy accesible para cualquier tipo de público una temática que contiene múltiples aristas y sobre la que existen verdaderos análisis doctrinales, además de pronunciamientos jurisprudenciales recientes.
El autor estructura este libro de 197 páginas en cinco apartados titulados de una forma sugerente (en línea con el carácter abierto que impregna al libro), precedidos de un extenso capítulo introductorio.
En el primero de ellos, “La gran aliada de la manipulación de masas: la televisión” califica a la pequeña pantalla como el medio que más impacto ha tenido en la historia de la humanidad, gracias, en parte, a que lo audible se convierte en más persuasivo si se acompaña de la imagen visual, en tanto la imaginación deja de existir, a diferencia de la radio. Además, incide en el número de ciudadanos que tienen estos aparatos, llegando a afirmar que casi el 100% de la población española tiene uno o dos en sus hogares, según un estudio de Barlovento Comunicación. Después de realizar un breve análisis sobre el tiempo de consumo de la televisión, en el que hace una distinción por franjas de edad, ejemplifica el tratamiento que dieron los canales nacionales y, en particular, RTVE, al COVID-19 como una simple gripe. Tras ello, cierra el capítulo refiriéndose al impacto en redes de la sensación de normalidad que transmitían reconocidos periodistas de nuestro país, como Lorenzo Milá, a finales de marzo del año 2019, es decir, unas semanas antes de la declaración en España del estado de alarma (amparado por el artículo 116.2 de nuestra Constitución).
En el segundo de los capítulos, llamado “China centra las miradas de los recelosos”, detalla cronológicamente el avance del virus en el país asiático, y contrapone lo que sucedía a más de nueve mil kilómetros de España con lo que, precisamente, se obviaba en Europa. Sobremanera, apunta a algunos de los primeros mensajes que ocultaban información a la población, como las cifras facilitadas por el gobierno chino acerca del número de infectados, amparándose en unos datos recogidos posteriormente en un informe firmado por Fernando Simón (director desde 2012 del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad) el 10 de febrero inmediatamente anterior a la declaración del ya citado estado de alarma. Continúa aludiendo al carácter demoledor que tiene el hecho de recurrir a las masas, a las que se les facilitaba mediante un lenguaje sencillo un mensaje que lo era todavía más, y que pretendía desautorizar a voces que, en aquel momento, ya apuntaban a la posible gravedad de la transmisión del virus, como el Doctor Cavadas. Para ello, clausura el capítulo refiriéndose a la tecnología como ese cambio que ha hecho desbordar el ya excesivo poder de la manipulación informativa.
Precisamente es en el tercer capítulo donde de manera directa aborda la influencia que albergan las redes sociales, por la velocidad a la que se envía la información y por la novedad de las fórmulas empleadas, además de por la adaptación que se hace en las mismas de textos que apenas se leen en un par de minutos. Tiempo suficiente para calar en las mentes de los ciudadanos de una manera sútil y casi imperceptible. A todo esto se le suman las cookies que acaban encerrando al internauta en una maraña de informaciones interrelacionadas, al guardar la actividad previa del navegador y utilizarla para mostrar nueva información relacionada con los intereses del usuario. Es decir, se trata de inmersionar a la ciudadanía en una espiral, de la que, una vez se entra, no es sencillo hallar la salida.
Sin embargo, Jano García no deja de impregnar al libro con esa visión eminentemente práctica, por lo que dedica aproximadamente dos páginas a desgranar cómo consiguió Cambridge Analytica acceder a datos de millones de usuarios e influir en las elecciones presidenciales de EEUU. Volviendo a nuestro país, refiere la concepción que tienen los españoles sobre su educación cibernética, dejando entrever un panorama ilusorio, en el que más de la mitad de los españoles (el 53% concretamente) creen estar muy capacitados para la identificación de una noticia falsa.
En la mitad del libro nos encontramos con el cuarto capítulo, en el que habla de febrero del 2019 como el mes en el que se pudo evitar la tragedia, refiriéndose a informes de la OMS, al desplome de las bolsas de Shanghái y Shenzhen, o la inauguración del conocido internacionalmente Hospital de Wuhan. También relata los primeros casos de coronavirus en la península ibérica y critica duramente a conocidos periodistas de nuestro país afirmando, sin ningún atisbo de duda, que manipulaban a las masas conscientemente, lo que de alguna manera pone en entredicho la utilidad de aquellos medios surgidos en los últimos tiempos para destapar las fake news, como, por ejemplo, Newtral (al que alude de manera explícita).
En este capítulo, partiendo del carácter no académico de este libro, el autor incluye varias fotos paradigmáticas, como una sobre la invención de la imprenta moderna, un cartel de propaganda soviética, o imágenes de fotoperiodistas que plasmaron la realidad durante la pandemia en las calles chinas. En algunas de estas últimas, incluso aparecen cadáveres en la calle, ante las miradas impasibles de los escasos viandantes. También recoge fotografías de los dirigentes con mayores cotas de poder de nuestro país, como el propio Presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez Pérez-Castejón; la Presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid, Isabel Díaz Ayuso; o el propio Fernando Simón Soria, ya citado.
Finalmente, en el último capítulo del libro, cuyo título hace vislumbrar el pesimismo y la desolación, que, ciertamente, impregna también las anteriores páginas, cita una serie de circunstancias que demuestran la falta de información existente en aquel momento. Para ello, se apoya en la ausencia de datos en tanto modo de manipulación, al igual que la relativización de los, según el autor, pocos datos de los que disponían los ciudadanos europeos (y del resto del mundo) por aquel entonces. Por último, cierra el capítulo, relacionando la falta de verdad con las consignas citadas por el gobierno, que, en sus palabras, dirige a los medios de comunicación, marcando aquello sobre lo que se debe y no hablar, e incluyendo directrices sobre lo que de verdad han de hacerle ver a la población que importa, y lo que no.
En ulterior lugar, Jano García incluye un apartado (no estrictamente un capítulo) de cierre, en el que de manera prosaica concluye explicando que no ha habido responsabilidades políticas ni periodísticas para aquellas personas que, de nuevo según él, han manipulado a las masas durante la pandemia, e incidiendo en que la polarización de la sociedad recuerda a tiempos oscuros en los que los enfrentamientos entre postulados eran habituales, y en los que la razón dejaba paso a la irracionalidad más absoluta que, en estos casos, se camufla bajo informaciones falaces y datos manipulados que hacen que el ciudadano medio se convierta en un simple peón en un tablero de ajedrez.
En definitiva, nos hallamos ante un libro sencillo, y que no contiene referencias jurídicas de valor, pero que, sin embargo, nos permite observar de manera ordenada y cronológica un periodo de nuestros días, reciente a la par de convulso, caracterizado por la existencia de armas que se hallan al alcance de cualquiera, como la desinformación. Recomendamos, eso sí, que el lector se aleje de aquellas afirmaciones categóricas del autor y que observe los datos aportados sacando sus propias conclusiones. Pues, de lo contrario, nada habríamos aprendido, en tanto la manipulación puede camuflarse en el lugar más inhóspito, y, por supuesto, también en un libro que pretende analizar y criticar este fenómeno.
Como sentencia el autor en la última línea del texto, ojalá algún día podamos ver el “amanecer de esta larga noche”, lo que, casi de manera automática, nos recuerda al título de la gran obra poética de una de las figuras líricas más destacadas en la posguerra, Celso Emilio Ferreiro, en el que se habla de la falta de libertad y, de algún modo, también de la manipulación que sufría el pueblo español, y concretamente el gallego, en aquel momento histórico no tan lejano en el tiempo.
Notas
[1] Véase la Sentencia de la Audiencia Provincial de Barcelona 674/2022, que, en su fundamento jurídico quinto, condena al acusado de verter fake news en una conocida red social a la clausura de los perfiles en redes, con prohibición de abrir otros nuevos con contenidos discriminatorios. También destacamos la STS 1238/2021 que define a la desinformación, en su fundamento jurídico segundo, como “un fenómeno que afecta a la Seguridad Nacional”.