Resumo
El objetivo de este artículo pasa por atender tres de las romerías protagonizadas por el carlismo con posterioridad a la última de las guerras civiles decimonónicas. La primera de ellas, encabezada por el clan Nocedal y que se dirigió al Vaticano, constituyó no solo un homenaje al Papa Pío IX sino también un desafío al naciente régimen saguntino. Por su parte, la Peregrinación de la Lealtad a Lourdes pretendía repatriar los restos del celebérrimo militar legitimista Tristany a su localidad de origen. También fue un intento de la propaganda carlista de despejar las posibles dudas en torno a la religiosidad del rey-pretendiente Jaime III. Por último, la que tuvo lugar en 1933 buscaba conmemorar en Año Santo el centenario del inicio de la primera carlistada y no fue recibida favorablemente por las autoridades pontificias, proclives por entonces al catolicismo accidentalista y al entendimiento con el gobierno de la II República.
Palabras chave
La utilización propagandística de las peregrinaciones a los espacios sagrados en el caso de la cultura política carlista: Los ejemplos de las romerías a Roma (1876 y 1933) y Lourdes (1913)
José Luis Agudín Menéndez
La utilización propagandística de las peregrinaciones a los espacios sagrados en el caso de la cultura política carlista: Los ejemplos de las romerías a Roma (1876 y 1933) y Lourdes (1913)
Sémata: Ciencias Sociais e Humanidades, núm. 33, 2021
Universidade de Santiago de Compostela
The propagandistic use of pilgrimages to sacred spaces in the case of Carlist political culture: Examples of pilgrimages to Rome (1876 and 1933) and Lourdes (1913)
Copyright © Universidade de Santiago de Compostela
Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
Recibido: 23/07/2021
Aceptado: 01/11/2021
Resumen: El objetivo de este artículo pasa por atender tres de las romerías protagonizadas por el carlismo con posterioridad a la última de las guerras civiles decimonónicas. La primera de ellas, encabezada por el clan Nocedal y que se dirigió al Vaticano, constituyó no solo un homenaje al Papa Pío IX sino también un desafío al naciente régimen saguntino. Por su parte, la Peregrinación de la Lealtad a Lourdes pretendía repatriar los restos del celebérrimo militar legitimista Tristany a su localidad de origen. También fue un intento de la propaganda carlista de despejar las posibles dudas en torno a la religiosidad del rey-pretendiente Jaime III. Por último, la que tuvo lugar en 1933 buscaba conmemorar en Año Santo el centenario del inicio de la primera carlistada y no fue recibida favorablemente por las autoridades pontificias, proclives por entonces al catolicismo accidentalista y al entendimiento con el gobierno de la II República.
Palabras clave: Peregrinaciones; cultura política; carlismo; integrismo; prensa tradicionalista; El Siglo Futuro.
Abstract: The objective of this article is to attend to three of the pilgrimages carried out by Carlism after the last of the nineteenth-century civil wars. The first, headed by the Nocedal clan and addressed to the Vatican, constituted not only a tribute to Pope Pius IX but also a challenge to the nascent Saguntine regime. Second, the Pilgrimage of Loyalty to Lourdes sought to repatriate the remains of the famous Legitimist military Tristany to their hometown. It was also an attempt by Carlist propaganda to dispel possible doubts about the religiosity of the pretender-king Jaime III. Finally, the one that took place in 1933 sought to commemorate in the Holy Year the centenary of the beginning of the First Carlist War and was not received favorably by the pontifical authorities, at that time prone to accidentalist Catholicism and to understanding with the government of the Second Republic.
Keywords: Pilgrimages; political cultures; Carlism; Integrism; Tradicionalist press; El Siglo Futuro.
Sumario
Marco introductorio y metodológico
La Romería de Santa Teresa (octubre de 1876): Un revulsivo del nocedalismo tras la derrota militar carlista
La Peregrinación de la Lealtad a Lourdes (1913). El éxtasis jaimista en el traslado de los restos del general Tristany
La historia se repite… Boinas rojas en Roma (septiembre de 1933): La peregrinación tradicionalista con motivo del primer centenario del carlismo
Conclusiones
Agradecimientos
Referencias bibliográficas
MARCO INTRODUCTORIO Y METODOLÓGICO
El de las peregrinaciones es un terreno historiográfico que disfruta de un momento álgido gracias, entre otras cosas, a la formación de grupos de investigación interdisciplinares en las universidades británicas de York (Centre for Pilgrimage Studies) u Oxford (Oxford Pilgrimage Studies Network) y la aparición de un significativo número de monografías editadas por editoriales punteras como Routledge y Ashgate. En ellas se entrelazan, desde una perspectiva interdisciplinar y transnacional, el abordaje de los peregrinajes con aspectos como los cultos religiosos, el turismo, el género, las representaciones, la literatura de viajes o las resistencias religiosas que produjo la modernización del fenómeno turístico. En una reciente revisión de conjunto, John Eade (2015: 127) subrayaba que este interés por parte de las ciencias sociales es paralelo en el tiempo con el desplazamiento masivo de visitantes a los espacios sagrados y fue posible gracias a una mayor disposición de tiempo libre de los trabajadores. Dicho interés no se ha visto mermado por la actual crisis sanitaria que ha perjudicado seriamente a la industria turística. Al modo de ver de Eade, fue desde comienzos de la década de 1960 cuando se masificó no solo el turismo de sol y playa, sino también el cultural vinculado a las peregrinaciones. Si bien el turismo protagonizado por extranjeros fue denunciado como perturbador desde posturas tradicionalistas en la España del desarrollismo (Casariego, 1965: 64-65), no es menos cierto que, unas décadas antes, los carlistas a través de su prensa habían fomentado el turismo espiritual a los espacios sagrados, desde unas posturas pragmáticas, como una alternativa edificante y poco contaminante entre sus militantes y seguidores. Así se puede observar en las páginas provinciales editadas por diarios como El Siglo Futuro.
En el campo en que se enmarca este estudio, el de las culturas políticas tradicionalistas, ya se dispone de algunos precedentes en el abordaje temático de las peregrinaciones. No obstante, se advierte que en las investigaciones que se centran en los cultos marianos y comprenden períodos cronológicos extensos las romerías no actúan como un eje vertebrador. En este sentido, los excelentes trabajos de Javier Ramón Solans (2014) para la Virgen del Pilar siguen el itinerario abierto por historiadores como William A. Christian Jr. (1996) y Carolyn P. Boyd (2006 y 2007) que se interesaron, respectivamente, por la utilización de las apariciones religiosas de Ezquioga (Guipúzcoa) a comienzos de la II República o del paisaje y santuario de la Virgen de Covadonga (Asturias) cuya intervención divina legitimó el inicio de la mal llamada Reconquista. Tampoco cabe olvidar contribuciones como las de Sasha D. Pack (2010 y 2019) que se centraron en cómo se reactivó el peregrinaje a Santiago de Compostela en los primeros años de la Restauración bajo el obispado del Cardenal Miguel Payá. Precisamente este autor pone el foco, al igual que Philippe Boutry y Michael Cinquin (1980: 183, 191 y 195-196), Suzanne Kaufman (2005: 16-18) o el propio Javier Ramón Solans (2012: 436-437), en que las peregrinaciones recibían un fuerte impulso por la utilización de la prensa y la constante innovación de los medios de comunicación. Pack (2019: 128) pone sobre el tapete los suculentos beneficios económicos que acarrearon las romerías católicas y que fueron a parar fundamentalmente a transportistas y hoteleros. Estas contribuciones seguían el interés evidenciado por la historiografía europea por las múltiples ramificaciones de las apariciones religiosas, sobresaliendo la presenciada por Bernadette Soubirous en la gruta de Lourdes (1858). Cuatro años antes, Pío IX, que habría de convertirse en el papa de los intransigentes con la publicación del Syllabus de errores (1864), proclamó el dogma de la Inmaculada Concepción en pleno embate secularizador y ayudó a reforzar no solo la autoridad pontificia sino a amparar también el exacerbado entusiasmo popular por las apariciones. A partir de entonces, Lourdes se convirtió en un centro obligado de peregrinaje hacia el que debían dirigirse todos los católicos. Como habrá ocasión de ver a lo largo de estas páginas, las tres peregrinaciones protagonizadas por los carlistas pasaron o tuvieron como destino el santuario mariano.
En lo que atañe al análisis de estas manifestaciones, se cuenta en el caso del carlismo con unos cuantos trabajos acerca de la infructuosa peregrinación de 1882 que Cándido Nocedal pretendió acaudillar y que fue presentada como otro desafío al sistema de la Restauración, en plena pugna por el monopolio de la causa católica entre carlistas y posibilistas poco después de la aparición de la Unión Católica de Alejandro Pidal (Sanz de Diego, 1977; Magaz Fernández, 1990; Hibbs-Lissorgues, 1995: 183-204; Álvarez Junco: 2001: 449-451; Febo, 2007: 74-76; Hoces Íñiguez, 2021b: 648-669). Efectivamente, en 1882 se trató de emular el resonante éxito de la Romería de Santa Teresa, no tan atendida en la historiografía a excepción del extenso acercamiento dedicado por el profesor Antón Pombo (2005) a esta y otras romerías nacionales y regionales. Pombo indaga además, desde la perspectiva gallega, en la literatura que generaron todas las peregrinaciones al comienzo de la Restauración y su justificación ideológica, en el empleo que hicieron los católicos de los medios de transporte modernos en la resurrección de movimientos peregrinatorios propios del Medioevo y, por último, en las variantes económicas y lucrativas no contempladas en los trabajos que se centran en la complejidad del fenómeno integrista y los orígenes de la disidencia capitaneada por Ramón Nocedal (Hibbs-Lissorgues, 1995: 128-130; Canal, 2006: 90-96)1. Del mismo modo, los desplazamientos de los carlistas a los lugares de la memoria o los aplecs (reuniones culturales) en espacios relacionados directa o indirectamente con las guerras carlistas, los caudillos militares y reyes-pretendientes atrajeron también el interés de aproximaciones como las de Jordi Canal (2000: 260-262 y 317; 2006: 116-117), Josep Miralles (2005: 167), Javier Caspistegui (2014) y Javier Esteve Martí (2015). Piénsese, por ejemplo, en las celebraciones que acontecieron en Montserrat, Montejurra, Villarreal, Poblet, Potes o Fuente Quintillo. A partir del inicio de la pasada centuria, estas demostraciones de fuerza carlistas constituyeron una muestra de la conquista del espacio público por el carlismo una vez que se consolidó una nada desdeñable trama asociativa de círculos a fines del siglo XIX (Canal, 2000: 260; Caspistegui, 2021: 40 y 42). Estas movilizaciones en fechas destacadas en el calendario legitimista involucraron a la red de prensa carlista y a las organizaciones locales y provinciales de la Comunión en la formación de comités encargados de los gastos de desplazamiento y alojamiento.
Sin perder de vista los aspectos señalados en las investigaciones precedentes, el propósito de este artículo pasa por acercarse a tres de los peregrinajes más destacados que el carlismo monopolizó tras el final de la Segunda Guerra Carlista (1872-1876): primeramente, la Romería de Santa Teresa a Roma (octubre de 1876), encabezada por los sectores integristas de la Comunión Católico-Monárquica; a continuación, la conocida como Peregrinación de la Lealtad (abril de 1913), que tuvo como destino Lourdes y que contó con la participación del rey-pretendiente2 sucesor de Carlos VII, Jaime III; y, por último, el viaje que los tradicionalistas realizaron a Roma (septiembre de 1933) en plena conmemoración del inicio de la primera carlistada (1833) y poco tiempo antes de las elecciones de noviembre de 1933. Con esta triple finalidad se consultaron rotativos carlistas como El Siglo Futuro y El Correo Español3, que asumieron un protagonismo esencial en los preparativos de cada una de las expediciones, bibliografía de la época y, de modo puntual, documentación de archivo. Se trata de comprobar no solo los entresijos sino también los motivos que envolvieron a cada uno de estos acontecimientos y si sobre estos repercutió la acción por parte de los poderes políticos en tiempos de la monarquía alfonsina o la república; acción en forma de vigilancia a sus promotores, así como de censura sobre las publicaciones periodísticas.
LA ROMERÍA DE SANTA TERESA (OCTUBRE DE 1876): UN REVULSIVO DEL NOCEDALISMO TRAS LA DERROTA MILITAR CARLISTA
La peregrinación que encabezó el clan de los Nocedal en octubre de 1876 fue recordada como uno de los grandes éxitos propagandísticos de la facción integrista de la Comunión Católico-Monárquica (SF, 19-3-1925; Hoces Íñiguez, 2021a: 85). El contexto en que se gestó no resultó especialmente favorable para la causa de la Comunión Católico-Monárquica. Cabe recordar que, en febrero de 1876, el rey-pretendiente Carlos VII ponía rumbo al exilio dando paso a una etapa de incertidumbre en el carlismo. A esta incertidumbre trató de ponerle freno el que fuera director de la prensa carlista en 1871, el antaño ministro neocatólico Cándido Nocedal. Un año antes de la derrota militar en la segunda gran guerra civil contrarrevolucionaria tuvo lugar la fundación del diario El Siglo Futuro que llevó a cabo su hijo Ramón Nocedal, no tan salpicado como su padre en el liderazgo del carlismo a comienzos del decenio de 1870 (Álvarez Fernández, 1981: 252-269; Hibbs-Lissorgues, 1995; Barreiro Gordillo, 2003: 295-307; Agudín Menéndez, 2020: 83-84 y 108). Este fue quien, junto a propagandistas católicos de talla como Manuel Pérez Villamil, se encargó de abanderar la Romería a Roma y no su padre. Para comprender el proceso en que se concibió la idea que el cronista carlista Melchor Ferrer (1959: 14) atribuye en exclusiva a Ramón Nocedal conviene atender a la institucionalización de la Restauración por parte de su arquitecto Antonio Cánovas del Castillo, quien había aminorado todos aquellos problemas que habían inquietado a los viejos carlistas, neocatólicos y conservadores, todos ellos integrantes de la Comunión Católico-Monárquica, a lo largo del Sexenio (Canal, 2006: 95). Si bien algunos de estos problemas continuaron siendo denunciados de modo constante en la prensa carlo-integrista, no es menos cierto que la cuestión preponderante en los anatemas que esta dirigió contra el sistema canovista fue la religiosa. De acuerdo con la correspondencia hallada en el legado de Ramón Nocedal en la Real Academia de la Historia, el propósito para el cual había nacido el diario El Siglo Futuro al modo de ver de uno de sus redactores, Ceferino Suárez Bravo, era el de organizar las masas católicas4. Este propósito se puso a prueba un año después.
Aprovechando la circunstancia de que en junio de 1876 se conmemoraban treinta años de la elección de Pío IX como pontífice, El Siglo Futuro propuso la organización de una romería al Vaticano como «expresión de la fé que atesora España»; idea de la que inmediatamente se hicieron eco los principales rotativos tradicionalistas de provincias y los boletines eclesiásticos (SF, 26-5-1876)5. Dada la magnitud del propósito anhelado por el diario comandado por los Nocedal y que este no pudo materializarse inmediatamente en junio, se decidió demorar la celebración de la peregrinación hasta el otoño siempre y cuando coincidiese con una festividad religiosa. Se confiaba en las posibilidades que brindaba la infraestructura periodística porque a través de ella se podrían poner de acuerdo los que desearan hacer el viaje; además, se encargaría de proveer las diligencias con la finalidad de facilitar y dar a conocer las condiciones del viaje. Sus promotores pretendían que este fuese «fácil, cómodo y no caro» para los romeros, al tiempo que eran conscientes de las vicisitudes económicas por las que atravesaba el país y que determinaban la imposibilidad de que muchos fieles pudiesen costearse los gastos del viaje y el alojamiento (SF, 16-8-1876). En su lugar, periódicos como El Siglo Futuro y revistas como La Lectura Popular confeccionaron una especie de romería espiritual para los no asistentes6. Para satisfacer esta finalidad, aparecieron una serie de artículos firmados por el célebre clérigo Félix Sardá i Salvany. De este modo y a lo largo de los siguientes meses, la administración de El Siglo Futuro se convirtió en el centro de la romería ya que diariamente entraban y salían decenas y decenas de cartas, hojas y telegramas de todas las provincias de España en las que se iba organizando la empresa (Pérez Villamil, 1877: 141). Apenas hacía unos días que el pronuncio del Vaticano en Madrid, Cardenal Simeoni, había alentado al director y redactores de El Siglo Futuro a que llevasen personalmente al pontífice las limosnas que el diario recaudó con motivo de San José en forma de letanías (SF, 6 y 11-4-1876, 12-5-1876, 24-7-1876; León y Domínguez, 1876: 10).
A primera vista sorprende que no fuese Cándido Nocedal quien estuviese al frente de los preparativos de la romería. No obstante, su considerable influencia y prestigio dentro y fuera del campo del militantismo católico permitieron arrastrar a un considerable número de romeros. Del mismo modo, su ascendencia permitió obtener condiciones ventajosas en las negociaciones con los empresarios ferroviarios y hosteleros para que los peregrinos carlistas y católicos se pudiesen desplazar cómodamente al Vaticano. En este sentido, mucho se especuló con el viaje del veterano dirigente tradicionalista al otro lado de los Pirineos en el verano de 1876. La prensa de la época aludía a que su presencia tendría que ver con la reorganización del carlismo (L’Indépendent des Basses-Pyrenées, 11-8-1876; El Imparcial, 2-9-1876; Crónica de Cataluña, 6-9-1876). Ahora bien, podría plantearse si el viaje pudiera haber tenido como objetivo negociar con las compañías ferroviarias del Mediodía francés. El Siglo Futuro tuvo que salir al paso de los rumores de los que se hacía eco el diario favorable al canovismo, La Época (SF, 7-9-1876). De lo que no cabe duda es que Nocedal impidió que la presidencia eclesiástica de la romería fuese a parar a manos del Primado toledano, lo que en opinión de Domingo Benavides (1978: 33) hubiera significado una orientación hacia los postulados de la monarquía recién reinstaurada. También torpedeó los intentos del pronuncio para que tuviesen participación en la peregrinación los seguidores de Alejandro Pidal encuadrados en el periódico La España Católica (Pombo, 2005: 580). Del mismo modo, cabría preguntarse sobre el papel que tendrían personajes vinculados a la redacción de El Siglo Futuro en Francia como Francisco Martín Melgar o el primer redactor-jefe del diario, el alumno aventajado de Donoso Cortés, Gabino Tejado. De hecho, el diario ultramontano parisino L’Univers dirigido por Louis Veuillot siguió con detenimiento el desarrollo de la peregrinación (SF, 20-9-1876).
La romería que tuvo lugar en octubre de 1876, al contrario de lo que ocurrió con las que se abordarán a continuación, no tuvo un carácter plenamente carlista, a pesar de opiniones escasamente complacientes como la evidenciada por Antonio Pirala (1893: 102). Se comparte de este modo la opinión reflejada por el cronista carlista Melchor Ferrer (1959: 14), para quien esta manifestación «acogió en su seno a elementos que no eran políticamente carlistas». Influyó, por una parte, el hecho de que participase una prensa que no era strictu sensu carlista y, por otra parte, que el rey-pretendiente Carlos VII no se hubiese inmiscuido en su desarrollo, pese a que los periódicos anti carlistas de Madrid tratasen de situar una de sus estancias en Roma, justamente cuando los romeros acababan de llegar al Vaticano (León y Domínguez, 1876: 285-286)7. La correspondencia que mantuvo su secretario particular, el catedrático de la Universidad de Oviedo Guillermo Estrada, con Ramón Nocedal pone de manifiesto que Carlos VII estaba perfectamente enterado de los detalles de la comitiva8. De todos modos, y atendiendo a quien figuraba a la cabeza de las Juntas que los carlistas y eclesiásticos constituyeron en provincias y diócesis, se observan nombres de personalidades que ya disfrutaban (y disfrutarían) de cierto predicamento en el universo católico-monárquico: Félix Sardá i Salvany, Francisco Mateos Gago, Lluís M. de Llauder, Manuel Polo y Peyrolón o Domingo Díaz Caneja (Pérez Villamil, 1877).
A la hora de exteriorizar el respaldo popular que disfrutaban los carlo-integristas, El Siglo Futuro publicó en portada, a lo largo de las siguientes semanas tras el anuncio de la organización de la romería, listados interminables de adhesiones y de cartas respaldando la iniciativa; así mismo, se inició una suscripción con la que se pretendía ofrendar al Papa con un óbolo y que no se daría por concluida ni tan siquiera cuando habían partido a Roma las expediciones de romeros. Por si fueran pocos alicientes, Ramón Nocedal buscó obtener la bendición y autorización papal como medio de legitimación de las intenciones carlo-integristas (SF, 14-8-1876). Y todo ello tuvo lugar una vez que consiguió la aquiescencia de distintos arzobispos del país. Dichos eclesiásticos, inconscientes de la verdadera finalidad perseguida por los nocedalistas, brindaron desde el principio su apoyo incondicional. Algo completamente distinto ocurriría en 1882 al observarse una elevada presencia de carlistas y de ningún pidalista en la formación de las Juntas de Peregrinación. A nuestro entender, se trataba del epílogo a una alianza que había dado sus frutos en el terreno legal tras el inicio del Sexenio Democrático ya que, a partir de entonces, los carlistas iban a contar con escasos partidarios entre la alta jerarquía eclesiástica. La aprobación vino complementada además por la conexión que ideó Manuel Pérez Villamil entre las peregrinaciones medievales a Santiago de Compostela, Jerusalén y Roma y la que encabezaban entonces los carlistas. En diversos editoriales publicados en El Siglo Futuro, este observaba las similitudes en los frutos económicos, religiosos y artísticos de quienes participaban. En una tesitura marcada por el empuje del anticlericalismo, las peregrinaciones constituían a su modo de ver una especie de medicina que pondría remedio a las «discordias que la nueva barbarie ha introducido en la sociedad moderna». Se trataba de que tanto las revoluciones liberales como la aparición del movimiento obrero ayudaron a resucitar «las antiguas luchas entre ricos y pobres» (Pérez Villamil, 1877: 106-128, esp. 115). Por ese motivo, unas y otras peregrinaciones católicas siempre trataron de unir bajo una misma bandera a todos los sectores sociales.
Fue a comienzos del mes de octubre cuando partieron cuatro expediciones por tierra desde Cádiz y Madrid y por mar desde Barcelona, Valencia y Mallorca con dirección a Roma, no sin antes visitar los santuarios del Pilar y Lourdes y ciudades como Niza. A la cabeza de cada uno de los grupos estaban tres arzobispos —el de Granada, Bienvenido Monzón (Ilustración 1); el de Oviedo, Benito Sanz; y el de Vich, Pedro Colomer— y los seglares carlistas encargados de la organización. A todos ellos se unirían luego otros prelados franceses y polacos. Los periódicos recogieron en portada correspondencia de los reporteros extraordinarios que describieron con exhaustividad el acto y las complicaciones que ocurrieron en Roma. Todas las crónicas, documentos y artículos de fondo precedentes conformarían el material sobre el que se sustentaron las seis monografías que desentrañarían con posterioridad los entresijos de la Romería de Santa Teresa. Mientras que unas atendían con minuciosidad a su preparación, desarrollo y desencuentros con los diplomáticos alfonsinos, otras en cambio disponían de unas extensas descripciones de los espacios religiosos y monumentales9. Parece ser que, según Pérez Villamil, la peregrinación atrajo a estudiosos del arte que se unieron a la odisea (SF, 29-8-1876). En los lazos que unían a las romerías medievales con la de Santa Teresa, el también historiador y arqueólogo vindicaba la reparación artística de iglesias y monumentos religiosos como una suerte de «restauración lenta, pero segura, de las ideas y sentimientos, de las instituciones y costumbres de la civilización verdadera» (Pérez Villamil, 1877: 128). Esta visión retrotópica tan propia del tradicionalismo y del legitimismo se había convertido en uno de los motivos por los que se fundó el diario El Siglo Futuro. No hay acuerdo entre los propios cronistas de la romería al Vaticano sobre el número de participantes, que indudablemente agrandaron para mayor gloria de la causa. Así, mientras que Pérez Villamil (1876: 214), Aguilar y Gallegos (1876: 198) y Ferrer (1959: 15) calculaban que formaron parte de la comitiva 7.000 romeros; en cambio, para las administraciones, se registraron no menos de 4.500 penitentes (Aguilar y Serrat, 1893: 481). Ahora bien, en la intensa correspondencia que mantuvo en aquellos días el representante de España ante la Santa Sede con el ministro de Estado y el presidente del Consejo de Ministros se advierte un total de 8.000 peregrinos (6.000 españoles y 2.000 de origen extranjero)10. Esta es la misma cifra que Ramón Nocedal reflejó en las cartas que dirigió a su padre y que se publicaron en las páginas de El Siglo Futuro (Aguilar Gallegos, 1877: 214; Aguilar y Serrat, 1893: 481; Pombo, 2005: 508, nota nº 3). Por su parte, León Carbonero y Sol consignaba en su rotativo un total de 6.000 viajeros, si bien en su monografía anotaba la misma suma aducida por Ramón Nocedal (1876: 102 y 140).
Ilustración 1
El Siglo Futuro se hizo eco de las denuncias que en el Parlamento se dirigieron contra Cánovas del Castillo y el ministro de la gobernación por haber posibilitado la celebración de una peregrinación que, a su entender, tenía intereses políticos (SF, 9-11-1876). Y es que desde que comenzó la preparación de la expedición los diarios de la capital, entre los que se cuentan principalmente La Época y El Imparcial, polemizaron con El Siglo Futuro al haber cuestionado la finalidad religiosa de la peregrinación (SF, 11, 18 y 19-10-1876; León y Domínguez, 1876: 126-128; Pérez Villamil, 1877: 140-142 y 149). A pesar de la permisibilidad canovista, los principales promotores de la marcha católica tuvieron que permanecer en el reino de Italia desterrados por el Gobierno de España hasta noviembre a raíz del polémico desencuentro entre Ramón Nocedal y el diplomático español Conde de Coello de Portugal, a quien no se le permitió asistir a una de las audiencias de los romeros con el Papa. La historiografía liberal y la tradicionalista ofrecen diferentes versiones sobre el incidente Coello. Para Pirala serían los propios nocedalistas quienes impidieron rudamente su acceso a la audiencia pontificia (1893: 102). En cambio, para los tradicionalistas, el representante de Alfonso XII en el Quirinal no había recibido ni tan siquiera la invitación papal al no haberse inscrito como peregrino en ninguno de los centros (SF, 21-10-1876; L’Univers, 26 y 28-10-1876; Carbonero y Sol, 1876: 244-245; Aguilar y Gallegos, 1877: 210-212). Nocedal no fue el único de los perjudicados por decisión del Gobierno ya que también lo fueron Ventura Camacho, integrante de la Junta de Madrid, el sacerdote gaditano José María León y Domínguez o el propagandista adscrito a La España Católica Vicente Ortí y Escolano. Al no haber acudido el arzobispo Bienvenido Monzón a la Embajada de España ante la Santa Sede, Coello reclamó que Monzón fuese detenido en el Puerto de Génova por no haber ido a rendir cuentas ante los plenipotenciarios del gobierno español11. A muchos de los penitentes y religiosos además les fueron incautados poco antes de cruzar la frontera española sus hábitos, rosarios y medallas, tal y como denunció Ramón Nocedal en la misiva que dirigió a su padre (SF, 11-11-1876). En otro orden de cosas, si bien se ordenó la clausura de la imprenta de El Siglo Futuro por difundir en su edición de provincias alegatos de carácter absolutista, no es menos cierto que el diario continuó publicándose (La Mañana, 13-10-1876)12. También la prensa rival alentó a que se denunciase la transcripción que El Siglo Futuro hizo del discurso ultramontano del Arzobispo de Granada Monzón donde atacaba al Reino de Italia por haber despojado a Pío IX de su poder temporal (SF, 17-11-1876).
LA PEREGRINACIÓN DE LA LEALTAD A LOURDES (1913). EL ÉXTASIS JAIMISTA EN EL TRASLADO DE LOS RESTOS DEL GENERAL TRISTANY
Al contrario de lo que ocurrió en 1876, el diario El Correo Español, que había sido fundado en 1888 para suplir la carencia de un órgano oficioso del partido en Madrid tras la disidencia que protagonizó El Siglo Futuro, no pudo prodigarse, como sin duda hubiera querido, en la preparación promocional de la Peregrinación de la Lealtad. Y es que, conforme a lo que apunta el periodista Domingo Cirici Ventalló (1913: 7-8), «por razones muy elementales de discreción impidieron hacerlo público». De esta forma se puede constatar, a través de la lectura de las páginas del diario carlista madrileño, que el patrocinio dispensado por la prensa aparecía relegado a una posición secundaria. Hacía cuatro años que se había iniciado el jaimismo, denominación que recibiría el carlismo entre julio de 1909 y octubre de 1931. Poco tiempo antes de que se celebrase la peregrinación se produjo la formación de la Junta Central Suprema que presidió el Marqués de Cerralbo, celebérrimo dirigente que fue responsable de la modernización del partido en el decenio de 1890 (Fernández Escudero, 2015). La misión de Cerralbo al frente del partido vino a tratar de sofocar las disputas intestinas que en distintas jefaturas regionales se estaban dirimiendo (Torrents Juncà, 2019) y a sanear la economía periodística de El Correo Español. La idea de la romería partió de un legitimista catalán residente en Lourdes, Miguel de Torres, quien propuso en noviembre de 1912 el traslado de los restos del general Rafael de Tristany al pueblo de Ardévol (Lérida). El proyecto también contó con el beneplácito de la dirección de la Junta Regional Jaimista de Cataluña, en general, y del publicista Joan María Roma, en particular (Roma, 1935). Ahora bien, esta se tuvo que postergar hasta finales de abril de 1913. Cabe preguntarse si entre los propósitos que perseguía el viaje jaimista a Lourdes se anhelaba exteriorizar la unidad del partido y acallar las voces discrepantes que surgieron en torno a las actitudes evidenciadas por el vástago de Carlos VII13. Con ello no solo se hace referencia al enfrentamiento que mantuvo el ideólogo Vázquez de Mella con don Jaime y que acabó en sonado divorcio. Las memorias de Manuel Polo y Peyrolón rescatadas por Javier Urcelay Alonso (2013: 191-197 y 314-317) parecen bastante sintomáticas a este respecto. Se llegaba a poner en cuestión la religiosidad del rey-pretendiente y su escasa apetencia por la belicosidad genuina del carlismo14.
El leridano Tristany (1814-1899) constituye una figura destacada entre los caudillos militares que sirvieron a la causa del legitimismo español. De orígenes familiares nobiliarios, intervino en las tres guerras civiles carlistas y en la intentona golpista de 1855 (Barón de Artagnan, 1912: 113-117; CE, 23-4-1913; Cirici Ventalló, 1913). En el exilio se puso a las órdenes de monarcas como Francisco II de Dos Sicilias, junto a otros camaradas de armas como José Borges, para organizar y liderar al Brigantaggio en el Mezzogiorno frente a los garibaldinos (Sarlin, 2009: 229 y 234-238; Cañas Díez y Viguera Ruiz, 2019: 36-37). Junto a Francisco Savalls y el hermano de Carlos VII fue uno de los comandantes generales de las milicias carlistas en Cataluña. Si bien se mantuvo leal a don Carlos, que le premió con títulos nobiliarios, no es menos cierto que simpatizó con los Nocedal en su enfrentamiento con los sectores que preconizaban la modernización del partido (SF, 14-9-1888 y 23-6-1899). Uno de los promotores del traslado de los restos de este militar, Miguel de Torres, había asistido a sus funerales. De Torres era un antiguo oficial legitimista que se exilió una vez que terminó el último conflicto carlista. Se instaló en Lourdes y estableció una agencia de viajes y peregrinaciones, La Caravane, que contó con una casa de banca para su servicio. Y fue allí donde precisamente fundó un quincenal carlista que recibió el mismo nombre de su agencia de viajes y que, sin duda, sirvió como plataforma publicitaria sofisticada. Un año antes de la Peregrinación de la Lealtad los carlistas catalanes se desplazaron a Lourdes adonde también acudió el propio Jaime de Borbón (CE, 22-5-1912; La Caravane, 1-6-1912). Asimismo, este empresario catalán coordinó otra romería con motivo del XXIII Congreso Eucarístico de Viena al que concurrieron muchos jaimistas (CE, 27-5-1912). Sus servicios a la causa serían premiados por el rey-pretendiente al nombrarle administrador-gerente de El Correo Español poco tiempo después del pleito mellista (Ferrer, 1960: 66, 114 y 325). Más allá de la devoción de Lourdes, la presencia de don Jaime o la leyenda del caudillo militar Tristany, lo que en realidad ocultaba la organización de la Peregrinación de la Lealtad, en opinión de Manuel Polo y Peyrolón, era el beneficio para el negocio particular de Torres. Y a su entender la preparó con el concurso de la prensa carlista y del Marqués de Cerralbo y Juan Vázquez de Mella (Urcelay Alonso, 2013: 377).
En las conversaciones que mantuvo el empresario con Cerralbo y Mella a fines de enero de 1913 se ultimaron detalles sobre la organización de la peregrinación. Este a su vez contactó con los jefes regionales jaimistas (CE, 24-1-1913). Los círculos de sociabilidad tradicionalistas de provincias y las sedes de los periódicos como el propio El Correo Español, El Correo Catalán y La Hormiga de Oro (Barcelona), El Correo del Norte (San Sebastián), El Tesón Aragonés (Zaragoza), El Correo de Zamora, El Salmantino (Salamanca) y El Cruzado de Castilla (Palencia) funcionaban como oficinas de inscripción y sedes de cada una de las comisiones organizadoras (CE, 8 y 13-3-1913). Gran importancia tuvo en este sentido la Comisión Ejecutiva establecida en Barcelona y encabezada por Joan María Roma y el Duque de Solferino, puesto que el viaje culminaba en las provincias catalanas (CE, 20-2-1913 y 19-3-1913). Desde el órgano oficial del partido se anunció que se había fletado una decena de trenes especiales que partirían de Barcelona, Valladolid, San Sebastián, Zaragoza, Pamplona, Irún y Valencia. No se pudieron materializar, tal como se prometió, las ventajas y condiciones especiales que había recabado la Agencia Torres en sus negociaciones con las compañías ferroviarias, de modo que el periódico denunció poco antes de comenzar el viaje el abuso al que habían tenido que someterse los romeros desde Valladolid, ya que estos tuvieron que pagar íntegramente el precio de los billetes (CE, 21-4-1913).
Uno de los grandes alicientes que anunció a bombo y platillo El Correo Español fue que Cerralbo y Vázquez de Mella iban a tomar parte en el traslado de los restos de Tristany. Este último finalmente no pudo asistir. En cualquier caso, hacía meses que ya se había informado sin disimulo que el rey-pretendiente había manifestado su intención de recibir a sus seguidores en Lourdes (CE, 4-11-1912 y 16-12-1912). Como no podía ser de otro modo, varios diarios de la capital alertaron al gobierno que presidía el Conde de Romanones de las consecuencias que podría acarrear para la monarquía su consentimiento, así como que el acto representaba una ofensa para los liberales. Así pues, cabeceras como el republicano El País (29-3-1913) y el conservador La Época (29-3-1913) pusieron de relieve que la prensa jaimista ocultaba cuidadosamente el verdadero objeto de la comitiva, es decir, que los carlistas en realidad se desplazaban a ver a su líder. Comoquiera que sea, lo cierto es que, con independencia de estas advertencias periodísticas, tanto el gobierno francés como su homólogo español pusieron toda clase de cortapisas, a medida que se acercaba la fecha de celebración, tanto a Jaime de Borbón como a algunos de los cabecillas del partido15. Don Jaime había encomendado al propio Miguel de Torres las negociaciones con el Gobierno francés de Aristide Briand, que en un principio prometió no poner obstáculos a la presencia del rey-pretendiente siempre y cuando el gobierno español no hiciese ninguna reclamación (Cirici Ventalló, 1913: 10). La prefectura obligó a que los integrantes de la Junta Ejecutiva de la Peregrinación prohibiesen a los requetés que viajaron a Lourdes toda clase de ovaciones y entusiasmos políticos (CE, 24-4-1913). También se prohibieron las reuniones de los carlistas en los cementerios y el despliegue de banderas (Diario de Valencia, 25-4-1913; Roma, 1935: 276).
A partir del 22 de abril comenzaron los desplazamientos por tren. No obstante, varios requetés procedentes de Asturias, Valencia, País Vasco, Navarra, Castilla y Madrid ya habían partido con anterioridad a pie (Melgar, 1932: 164; Ferrer, 1960: 67). La gaceta carlista madrileña se enorgulleció del ejemplo de abnegación y sacrificio por la causa ofrecido por estos jóvenes jaimistas, lo que para sus redactores ayudaba a entender la vitalidad enorme del Partido Jaimista en tiempos en los que «la desvergüenza y la traición son normas de conducta en la mayor parte de las agrupaciones políticas» (CE, 10-4-1913). Alrededor de 13.800 carlistas abarrotaron las calles, tiendas y cafés de Lourdes y desfilaron ante don Jaime en un improvisado —e interminable— besamanos en el que los cronistas tradicionalistas realzaban el afecto que el vástago de Carlos VII mostró por sus seguidores. Los requetés que formaron «una cadena humana» escoltando al rey-pretendiente y a los dirigentes Cerralbo, Víctor Pradera, Llorens, Solferino o Roma en el instante en que se trasladaron los restos de Tristany en dirección a la estación de Lourdes no pudieron disimular su entusiasmo al entonar himnos carlistas como la Marcha Real o el Guernikako Arbola (Diario de Valencia, 25-4-1913; CE, 29 y 30-4-1913; La Caravane, 1-5-1913, Ilustración 2). La prefectura obligó al rey-pretendiente a abandonar la ciudad habiéndole impedido previamente asistir a las misas que se celebraron en la gruta sagrada. Los rotativos jaimistas tuvieron que salir al paso de algunos comentarios generados por la prensa madrileña y francesa a raíz de algunos incidentes que ocurrieron en el viaje de vuelta (L’Action Française y Le Temps, 30-4-1913). El corresponsal de La Época atacaba de este modo la inconsciencia de los muchachos del requeté que percibieron a Alfonso XIII como un impío y sostenía que la Agencia Torres se habría aprovechado de un buen negocio (La Época, 27-4-1913). Las crónicas de Cirici Ventalló insistieron en la idea de la participación armónica de ricos y pobres en una exhibición de «democracia sana» y «caballeresca» observándose a «hombres, mujeres y niños […] confundidos en aquella manifestación, en la que, al lado de un obrero, se veía a un título de Castilla; junto al muchacho entusiasta, que por carecer de recursos hizo el viaje a pie, un millonario; [y] junto al veterano que derramó su sangre por la causa, la delicada señorita jaimista» (CE, 30-4-1913; Cirici Ventalló, 1913: 66).
Ilustración 2
La correspondencia que mantuvo el rey-pretendiente tanto con el Marqués de Cerralbo como con el militar y parlamentario Joaquín Llorens nos confirma la repercusión que tuvo la implicación de Jaime III en los actos de Lourdes y su alocución-manifiesto posterior contra el decreto de enseñanza del catecismo promovido por el gobierno de Romanones16. En opinión de Cerralbo, «el viaje a Lourdes ha producido grandes éxitos para la causa; éxitos que perdurarán y han de ser de importantísima trascendencia»17. Al decir de Agustín Fernández Escudero (2015: 403), el desplazamiento a Lourdes representó «uno de los acontecimientos más relevantes para el jaimismo en [los] inicios de la segunda década del siglo XX». Esta peregrinación consiguió, en fin, «reconvertir» a don Jaime, tal y como afirmó Manuel Polo y Peyrolón, quien a raíz de dicho manifiesto se reconcilió con este a pesar de las dudas que todavía generaba su postura ante el catolicismo (Urcelay Alonso, 2013: 377 y 380-382). Don Jaime aprovechó oportunamente el simbolismo que ofreció su juramento ante la Virgen de Lourdes como modo de legitimación en la emisión del manifiesto (CE, 29 y 30-4-1913; Diario de Valencia, 30-4-1913). En el proceso de fabricación de la figura del rey-pretendiente, desde la imprenta de El Correo Español se confeccionó una colección de postales con instantáneas de don Jaime apareciendo junto a los romeros en el traslado de los restos del caudillo militar (CE, 26-5-1913). Para uno de los representantes de la historiografía neocarlista como Josep Carles Clemente (1992: 356-358), quien enmarca la Peregrinación de la Lealtad dentro de la febril actividad mitinera jaimista, el viaje a Lourdes constituyó una muestra del acercamiento de Jaime III a los sectores obreros y juveniles del carlismo, los cuales demandaban de él «respuestas actuales y modernas a la problemática del país». Según esta línea interpretativa, el rey-pretendiente no se apoyaría en los jerarcas intermedios del partido sino en sus bases populares. De este modo, don Jaime asistió de incógnito a unas cuantas demostraciones de la conquista del espacio público por parte del carlismo desde comienzos del siglo XX. Lo acontecido en Lourdes vino preludiado a pequeña escala, en junio de 1912, por el traslado de los restos del general carlista Nicolás Ollo desde Francia al Panteón que se construyó para los Generales legitimistas muertos en campaña en la localidad navarra de Estella (CE, 17 y 19-6-1912). Aquel acto contó con la asistencia de veinte mil jaimistas; asistencia de la que pretendió sacar provecho el general Llorens18.
LA HISTORIA SE REPITE… BOINAS ROJAS EN ROMA (SEPTIEMBRE DE 1933): LA PEREGRINACIÓN TRADICIONALISTA CON MOTIVO DEL PRIMER CENTENARIO DEL CARLISMO
Veinte años después del homenaje a Tristany se celebró en septiembre de 1933 el centenario del inicio de la Primera Guerra Carlista. Una de las iniciativas que la Junta Delegada de la Comunión Carlista Tradicionalista impulsó se materializó en la organización de una Peregrinación nacional a Roma al calor de la celebración del XIX Centenario de la Pasión y Muerte de Jesucristo, acontecimiento que atrajo a decenas y decenas de peregrinos católicos de todos los puntos del planeta al Vaticano. La situación del tradicionalismo legitimista en aquel momento había cambiado por completo en comparación con la del decenio de 1910, ya que la instauración de la II República ayudó a forjar una nueva «amalgama contrarrevolucionaria» conformada por carlistas, integristas y mellistas (Canal, 2000: 294-295). Roma reunía además otra condición para su elección como destino de peregrinación en la conmemoración del inicio del movimiento carlista, y esta no era otra que el nuevo rey-pretendiente tras la desaparición de Jaime III, el anciano Alfonso Carlos de Borbón, había combatido en su juventud como zuavo pontificio en la defensa de Pío IX en la Puerta Pía frente a los partidarios de la unificación italiana (Agudín Menéndez, 2019: 152; SF, 28-9-1933). En este sentido tampoco fue baladí que los organizadores de la Peregrinación Nacional al Vaticano hubiesen elegido cuidadosamente destinos asociados a los antecesores de Alfonso Carlos. Así ocurrió con el Panteón de Viareggio donde se encontraban los restos tanto de Margarita de Borbón-Parma —la primera esposa de Carlos VII— como de su hijo Jaime III.
La organización corrió a cargo del canónigo Ricardo Gómez Rojí, diputado tradicionalista por Burgos en las Cortes Constituyentes republicanas y, a nivel periodístico, del diario carlista barcelonés El Correo Catalán (SF, 4-7-1933). No obstante, el resto de los rotativos de la red de prensa tradicionalista que se tejió en torno a El Siglo Futuro cooperaron en la captación de romeros que participasen en la comitiva. No se quiso dar relieve político a la peregrinación porque desde el Vaticano se observaba a la Comunión Carlista Tradicionalista no solo con indiferencia sino con hostilidad. La designación de Gómez Rojí como cabeza visible de la comisión organizadora por parte de la Junta Delegada de la Comunión encabezada por el Conde de Rodezno respondió a que conocía «mucho Roma y [tenía] relaciones en el Vaticano y entre las órdenes religiosas que allí pesan»19. De este modo, no se complicarían las gestiones previas de la presentación de la peregrinación en el Vaticano. A pesar de que no se pudo limar el carácter político que fue adquiriendo su planificación —y con una orientación decididamente encaminada hacia el protagonismo de las juventudes tradicionalistas— no es menos cierto que Rodezno quiso evitar a toda costa un fracaso impidiendo la asistencia de los dirigentes de primera línea de la Comunión en el parlamento20. Finalmente, los parlamentarios y concejales tradicionalistas sí que se implicaron. Además, el viaje de los tradicionalistas no contó con la aprobación de la alta jerarquía eclesiástica21, De hecho, el Arzobispo de Tarragona, Francesc Vidal i Barraquer, prohibió al órgano periodístico del arzobispado tarraconense, La Cruz, que insertase anuncios o noticias sobre la romería22. Vidal i Barraquer había tomado cartas en el asunto advirtiendo al Nuncio Federico Tedeschini de las consecuencias que podría acarrear para las relaciones entre el Gobierno de la República y la Santa Sede, temiéndose además que la presencia del rey-pretendiente Alfonso Carlos de Borbón pudiera ser concebida como apoyo a los intereses carlistas por parte de la Santa Sede. De este modo, se puede comprender la recomendación que el dirigente navarro hizo tanto a Alfonso Carlos como a su esposa de que se abstuvieran de acompañar a la peregrinación23. Se temió que los Gobiernos de la República molestasen al Vaticano y a la Nunciatura con reclamaciones diplomáticas motivadas porque sacerdotes «sencillos e incautos» que tomaron parte en la misma se adhirieran a un partido político. Al modo de ver del Nuncio, en el borrador de una carta que dirigió al Secretario de Estado Vaticano Eugenio Pacelli, la peregrinación no era otra cosa que una «ipocrita e sacrílega profanazione dell’Anno Santo», destacando la escasa consistencia religiosa del programa. Y es que el carácter preferentemente político y falto de una sincera penitencia religiosa podría perjudicar al resto de romerías protagonizadas por otras órdenes religiosas24. Sin embargo, tal y como ha dejado constancia Melchor Ferrer (1979: 75), no hubo dificultades por parte del gobierno italiano y de la Santa Sede, ni tampoco desde el Gobierno de la República que, además, «tuvo delicadezas que no habían tenido la Monarquía liberal de Alfonso XIII ni el Gobierno de Cánovas».
Se confeccionaron carteles y panfletos para la ocasión (SF, 15-8-1933, Ilustración 3). Los periódicos carlistas se encargaron de difundirlos entre los párrocos suscriptores para que los exhibiesen en sus respectivas parroquias y animasen así las inscripciones (SF, 1-7-1933). En el Fondo Melchor Ferrer del Archivo General de la Universidad de Navarra se ha podido consultar uno de ellos25. En ellos se indicaban las oficinas de inscripción, entre las que se encontraban las sedes de periódicos de la red de prensa tradicionalista, las oficinas de los círculos de sociabilidad carlistas y las sedes de las Juntas Provinciales de la Comunión. También se anunciaron las condiciones ventajosas en las negociaciones con la agencia de viajes Cook para el desplazamiento en trenes desde Madrid, Irún y Barcelona, contratándose además autocares, ya que en Roma se realizaría una excursión a sus principales monumentos (Tradición, nº 18, 15-9-1933). La prensa católica de provincias aseguraba que el Comité Organizador había conseguido cómodos alojamientos para los peregrinos. El número de romeros en esta ocasión no debió sobrepasar los 2.500 asistentes, sobresaliendo naturalmente la representación de los carlistas catalanes26. Hubo periódicos que rebajaron esa cantidad a 2.000 (Las Provincias, 23-9-1933) y otros que la agrandaron a 3.000 (El Defensor de Córdoba, 29-9-1933).
Ilustración 3
Comoquiera que sea, la romería debía tener, en opinión de los tradicionalistas, una representación social lo más extensa posible (SF, 19-8-1933). Y es que se quería contar, desde luego, con una nutrida presencia de obreros, en un contexto en el que en espacios como el navarro o el andaluz los carlistas alentaron experiencias gremialistas. Desde las páginas de El Siglo Futuro se fomentaron sorteos entre los sacerdotes, fabricantes, socios de los círculos de sociabilidad y centros católicos que premiaron con billetes de tercera clase la asistencia de obreros tradicionalistas pobres y de los menesterosos (SF, 15-8-1933 y 7-9-1933). Pocos días antes del viaje, el Comité Organizador de la Peregrinación estimuló entre los romeros una gran Colecta Nacional Tradicionalista para recoger óbolos para el «Papa pobre» (SF, 12-9-1933); iniciativa que redactores de El Siglo Futuro como Juan Marín del Campo extenderían a quienes no pudiesen desplazarse a Roma (SF, 15-9-1933). De igual manera tuvieron protagonismo los requetés que realizaron desfiles marciales en la Plaza de San Pedro y las margaritas27 ataviadas con sus boinas blancas y mantillas rojas. Al modo de ver del colaborador de El Siglo Futuro, José María Arauz de Robles, este viaje de peregrinación sobresaldría entre todas las que tuvieron lugar en aquel año santo por el significado y trascendencia política de la Comunión Carlista Tradicionalista (SF, 21-8-1933). Del mismo modo, las autoridades del partido quisieron impulsar una «cruzada de recristianización del Estado» por medio de la bendición pontificia (SF, 3 y 21-8-1933; Las Provincias, 22-8-1933). En este sentido, desde la tribuna del semanario valenciano El Tradicionalista se reivindicaba que los requetés iban a Roma en penitencia a «reforzar espíritus» y «cobrar bríos, alientos y corajes para batallas futuras» frente a la República (SF, 21-9-1933). Se trataba, en definitiva, de acuerdo con lo expuesto por María Pilar Salomón (2015: 322) y Antonio Manuel Moral Roncal (2009), de que la Comunión Tradicionalista se valiese de las peregrinaciones para presentarse ante los católicos españoles como «una cultura no solo de resistencia, sino también de martirio, faceta en la que el carlismo podía presentarse como el campeón en la lucha por la defensa de la religión desde el siglo XIX». Ahora bien, ese discurso no podía ser capitalizado en la misma medida que había ocurrido en el decenio de 1870, al no contar efectivamente con una jerarquía eclesiástica abiertamente complaciente con la causa carlista. Habría que entender además estos discursos en la antesala de las elecciones de noviembre de 1933, tratando de presentarse los carlistas como los mejores representantes de la causa católica frente a los accidentalistas de José María Gil Robles y los alfonsinos de Antonio Goicoechea.
En un principio estaba previsto que el viaje se efectuara a principios del mes de septiembre, pero debido al notable número de inscripciones se decidió aplazarlo a finales del mismo mes. Los periódicos y semanarios de la red de prensa tradicionalista enviaron representantes, publicándose habitualmente en las páginas de El Siglo Futuro, El Pensamiento Navarro (Pamplona) o Pensamiento Alavés los reportajes del redactor extraordinario Manuel Sánchez Cuesta, quien al modo de ver de la revista Tradición prosiguió la línea que ya habían inaugurado Manuel Pérez Villamil y Domingo Cirici Ventalló. Antes de llegar a Roma confluyeron los trenes que transportaban desde Hendaya y Barcelona a los romeros de distintos puntos del país, efectuando paradas en Marsella, Lourdes y en Viareggio. En la ciudad toscana los tradicionalistas fueron recibidos por la hermana del difunto Jaime III, Alicia de Borbón, desplazándose en autocares a la Tenutta Regia a rendir homenaje tanto a Margarita de Borbón-Parma como a su vástago, oficiando los responsos el reverendo Ricardo Gómez Rojí (Pensamiento Alavés, 5-10-1933; Tradición, nº 20, 15-10-1933). Una vez que la comitiva llegó a Roma, los peregrinos visitaron las principales basílicas romanas (San Juan de Letrán, la de San Pablo y la de Santa María la Mayor, Ilustración 4) para ganar la indulgencia del jubileo y postrarse ante Pío XI, gestionando el comité de la romería encabezado por Gómez Rojí y los monseñores Lisbona y Play con las autoridades vaticanas la recepción de los penitentes por Pío XI28. De igual forma, los carlistas se dirigieron a los principales museos y monumentos de la Roma antigua —el Coliseo, el Capitolio, las Catacumbas o la vía augusta— o el Fórum Mussolini (SF, 21 y 25-9-1933; Pensamiento Alavés, 14-10-1933). Entre los dirigentes tradicionalistas que participaron se distinguieron el exsecretario de Jaime III, Luis Hernando de Larramendi, la celebérrima propagandista margarita María Rosa Urraca Pastor, las también margaritas Dolores de Baleztena y Ascensión Cano, el creador de los gremios carlistas andaluces Ginés Martínez, el organizador del requeté sevillano Enrique Barrau, el abogado e hijo del director de El Siglo Futuro Manuel Ignacio Senante Esplá, o los jefes regionales de la Comunión en Baleares (Conde de Torresaura y J. Quint Zaforteza), Navarra (Ignacio Baleztena o Luis Arellano), Burgos (Javier Cortés) o Guipúzcoa (José Garmendia) (SF, 25-9-1933).
Ilustración 4
CONCLUSIONES
La elección de tres de los más representativos peregrinajes que protagonizaron los carlistas pone el foco en la cuestión de la capacidad de adaptación del carlismo a las ventajas de la modernidad (Canal, 2000: 17), sin renunciar a la opción insurreccional como forma de desafiar tanto a la monarquía liberal como a la república. Estas exhibiciones de fuerza, cuya movilización requería de no pocos esfuerzos organizativos, pretendían evidenciar el enorme poder de convocatoria con que contaba la causa carlista; actos que se vieron lastrados por las fisuras internas del Partido y por la aparición de nuevas ofertas derechistas y nacionalistas que disputaban el espacio político ocupado por estos. Sin embargo, todo parece indicar que esta premisa no se correspondería con la primera de las romerías promovida por los Nocedal que habría buscado evitar la adhesión de los católicos al nuevo régimen a través de la opción pidalista, en plena desorientación carlista tras la derrota militar de los partidarios de Carlos VII. Y cabría detenerse en que la Romería de Santa Teresa no fue solamente un revulsivo para los carlistas sino también para neocatólicos como Cándido Nocedal, cuya figura había quedado oscurecida tras el fracaso de la táctica legalista emprendida en el período amadeista. Tanto Cándido como su hijo trataron de rentabilizar el éxito de la primera romería impulsando infructuosamente otras dos, no contando ya con una alta jerarquía abiertamente receptiva. Y es que dicha jerarquía, de acuerdo con las nuevas directrices papales, no estaba dispuesta a aceptar que los seglares encabezasen las comitivas en dirección al Vaticano. Así se pueden entender las complicaciones que tuvo con posterioridad la peregrinación tradicionalista de 1933 con ocasión del Año Santo. La nueva Comunión Carlista Tradicionalista no era la única opción política que defendía con garantías los intereses de los católicos en la II República, pero no lo hacía de un modo contemporizador. La Junta Delegada liderada por el Conde de Rodezno tuvo que impedir la asistencia de los reyes-pretendientes de turno ya que habría generado algún que otro problema diplomático. No había acontecido lo mismo a comienzos de la década de 1910 con las enormes concentraciones jaimistas en las que Jaime III aparecía de incógnito; concentraciones que se trataron de recuperar en el decenio de 1930. Una diferencia sustancial entre la primera y las dos siguientes peregrinaciones analizadas viene dada no solo por sus promotores sino también por sus participantes. La de 1876 tuvo una impronta católica y las de 1913 y 1933 carlistas. Rodezno intentó maquillar ineficazmente la romería de septiembre de 1933 como católica poniendo al frente de la organización a clérigos afectos al carlismo.
Los periódicos tradicionalistas desempeñaron una función determinante tanto en la preparación propagandística como en el incentivo a la asistencia. Igualmente se enfrentaron a las controversias que generaron los peregrinajes en la prensa rival, la cual se empeñó naturalmente en resaltar su carácter irreprochablemente político. En el caso de las peregrinaciones posteriores a la Segunda Guerra Carlista, El Siglo Futuro defendió que la intención fue siempre la de mostrar una férrea adhesión al Papa considerado Preso del Vaticano por el Reino de Italia, en una coyuntura en la que los movimientos peregrinatorios de todos los católicos desde 1871 se dirigieron a consolar a Pío IX. Tampoco se puede olvidar el modo en que se construyó y actualizó la cultura política de los carlistas, quienes se presentaron como los mejores garantes de los intereses del catolicismo tanto en Roma como en el santuario de Lourdes. Así lo demostró en contextos difíciles para la causa como el canalejista o el del Bienio Azañista. En este ambiente en el que se iba abriendo camino la política de masas resalta otro aspecto: la adoración de los jóvenes tradicionalistas por los militares carlistas cuyas historias y biografías se transmitían por medio de la prensa y panfletos, pero también a través de la tradición familiar y los espacios de sociabilidad formal. Los requetés como grupo paramilitar heredero de los combatientes de tres guerras civiles contrarrevolucionarios se habían significado en el decenio de 1910 en los actos de homenaje a Ollo, Tristany o Jerónimo Galcerán. Estos viajes a los espacios sagrados supusieron incluso un impulso para la reorganización de las fuerzas católicas españolas hasta el punto de que las juntas de la peregrinación pudieron constituir el germen de una estructura de partido. Hubo quienes así lo propusieron en 1876 (SF, 29-11 y 1-12-1876), poniéndolo en práctica el Marqués del Cerralbo a partir de las juntas organizativas del XIII Centenario de la Conversión de Recaredo en 1889 (Canal, 2007: 253 y 268-269; Fernández Escudero, 2014: 668 y 684, 2015: 132-133). Por último, estos quedaron inmortalizados en la memoria colectiva de los tradicionalistas gracias a la publicación de varios testimonios de los principales protagonistas en cuya financiación querían que se implicaran todos los asistentes.
Agradecimientos
El autor quiere agradecer las atinadas observaciones que hicieron del artículo los evaluadores externos de la revista.
Referencias bibliográficas
Agudín Menéndez, J. L. (2019): «Un rey viejo para tiempos nuevos: la construcción mediática del pretendiente Alfonso Carlos I en la prensa carlista durante la II República», Pasado y Memoria, 18, pp. 135-163. DOI: https://doi.org/10.14198/PASADO2019.18.07.
Agudín Menéndez, J. L. (2020): El Siglo Futuro (1914-1936): Órgano del Integrismo y de la Comunión Tradicionalista [Tesis Doctoral inédita], Universidad de Oviedo.
Aguilar y Gallegos, M. (1877): La romería española al Vaticano en el año 1876, Madrid: Imprenta de F. Maroto e hijos.
Aguilar y Serrat, F. (1893): Compendio de Historia Eclesiástica General, T. II, Madrid: Librería Católica de Gregorio del Amo.
Álvarez Fernández, J. T. (1981): Restauración y prensa de masas: Los engranajes de un sistema (1875-1883), Pamplona: EUNSA.
Álvarez Junco, J. (2001): Mater Dolorosa. La idea de España en el siglo XIX, Madrid: Taurus.
Artagnan, B. de [pseudónimo de Brea, R.] (1912): Príncipe heroico y soldados leales, Barcelona: Biblioteca Regional.
Batllori, M. y Arbeloa, V. M. (Eds.) (1981): Arxiu Vidal i Barraquer. Eclésia i Estat durant la Segona República Espanyola, 1931-1936, T. III: 14 d`arbil de 1932/ 9 d`octubre de 1936, Barcelona: Monesteri de Montserrat.
Barreiro Gordillo, C. (2003): El carlismo y su red de prensa en la Segunda República, Madrid: Actas.
Benavides Gómez, D. (1978): Democracia y cristianismo en la España de la Restauración, 1875-1931, Madrid: Editora Nacional.
Boyd, C. P. (2006): «Covadonga y el regionalismo asturiano», Ayer, 64/4, pp. 149-178.
Boyd, C. P. (2007): «Paisajes míticos y la construcción de las identidades religiosas y nacionales: el caso del Santuario de Covadonga», en Boyd, C. P. (Ed.): Religión y política en la España contemporánea, Madrid: CEPC, pp. 271-294.
Boutry, P. y Cinquin, M. (1980): Deux Pèlerinages au XIXe siècle: Ars et Paray-le-Monial, París: Éditions Beauchesne.
Canal, J. (2000): El carlismo. Dos siglos de contrarrevolución en España, Madrid: Alianza.
Canal, J. (2003): «La dinastía», en Aróstegui, J., Canal, J. y González Calleja, E.: El carlismo y las guerras carlistas. Hechos, hombres e ideas, Madrid: La Esfera de los Libros, pp. 163-179.
Canal, J. (2006): Banderas blancas, boinas rojas. Una historia política del carlismo, 1876-1939, Madrid: Marcial Pons.
Canal, J. (2007): «Recaredo contra la revolución: el carlismo y la conmemoración del “XIII Centenario de la Unidad Católica” (1889)» en Boyd, C. P. (Ed.): Religión y política en la España contemporánea, Madrid: CEPC, pp. 249-270.
Cañas Díez, S. y Viguera Ruiz, R. (2019): «Forja de identidades tras el cruce de las fronteras: Liberales y carlistas en el exilio europeo del siglo XIX (1814-1872)», Aportes, 34/101 (2019), pp. 7-45. Accesible desde Internet: https://revistaaportes.com/index.php/aportes/article/view/472/272.
Carbonero y Sol, L. (1876): Crónica de la peregrinación española a Roma, Madrid: Imprenta de Antonio Pérez Dubrull.
Cárcel Ortí, V. (Ed.) (2014): La II República y la Guerra Civil en el Archivo Secreto Vaticano, T. III: Documentos del año 1933 y 1934, Madrid: BAC.
Casariego, J.-E. (1965): «“Visión periodística de Asturias, ayer y hoy”. Lección inaugural del curso académico 1964-1965 en el Instituto de Estudios Asturianos. Oviedo (Conclusión)», Boletín del Instituto de Estudios Asturianos, 19/55, pp. 41-68.
Caspistegui, J. (2014): «Montejurra, la construcción de un símbolo», Historia Contemporánea, 47, pp. 527-557. DOI: https://doi.org/10.1387/hc.12801.
Caspistegui, J. (2021): Las voces de la causa. Propaganda y difusión del carlismo, Pamplona: Gobierno de Navarra.
Christian Jr., W. A. (1996): Visionaries. The Spanish Republic and the Reign of Christ, Berkeley: University of California Press.
Cirici Ventalló, D. (1913): La Peregrinación de la Lealtad, Madrid: Imprenta de El Correo Español.
Clemente, J. C. (1992): Historia general del carlismo, Madrid: Artegraf.
Eade, J. (2015): «Pilgrimage Studies: an expanding field», Material Religion: The Journal of Objects, Arts and Belief, 11/1, pp. 127-134. DOI: http://dx.doi.org/10.2752/174322015X14259910631833.
Esteve Martí, J. (2015): «Espacios y formas de sociabilidad en la cultura política tradicionalista entre los siglos XIX y XX», en Castillo, S. y Duch, M. (Coords.): Sociabilidades en la historia. Actas del VIII Congreso de Historia Social. Comunicaciones, Tarragona: Universitat Rovira i Virgili.
Febo, G. di (2007): «El modelo beligerante del nacionalcatolicismo franquista. La influencia del carlismo», en Boyd, C. P. (Ed.): Religión y política en la España contemporánea, Madrid: CEPC, pp. 57-79.
Fernández Escudero, A. (2014): «La contracelebración carlista del centenario de la Revolución Francesa», Hispania Sacra, 66/134, pp. 661-687. DOI: https://doi.org/10.3989/hs.2014.065.
Fernández Escudero, A. (2015): El Marqués de Cerralbo. Una vida entre la arqueología y la política, Madrid: La Ergástula.
Ferrer, M. (1950): Documentos de don Alfonso Carlos de Borbón y Austria-Este (Duque de San Jaime), Madrid: Editorial Tradicionalista.
Ferrer, M. (1959) (1960) (1979): Historia del Tradicionalismo Español, T. XXVIII-I, XXIX y XXX-I, Sevilla: Editorial Católica.
Hibbs-Lissorgues, S. (1995): Iglesia, prensa y sociedad en España (1868-1904), Alicante: Instituto de Cultura Juan Gil Albert.
Hoces Íñiguez, I. (2021a): «El largo viaje de Cándido Nocedal», La Aventura de la Historia, 269, pp. 84-85.
Hoces Íñiguez, I. (2021b): Cándido Nocedal (1821-1885). Del liberalismo progresista al tradicionalismo carlista [tesis doctoral]. Universidad Complutense de Madrid.
Kaufman, S. K. (2005): Consuming Visions. Mass Culture and the Lourdes Shrine, Londres: Cornell University Press.
León y Domínguez, J. M. (1876): De Cádiz a Roma. Álbum histórico-descriptivo de la primera peregrinación española al Vaticano en 1876, Cádiz: Imprenta de la Revista Médica.
Magaz Fernández, J. M. (1990): La Unión Católica (1881-1885), Roma: Iglesia Nacional Española.
Melgar, F. (1932): Don Jaime, el príncipe caballero, Madrid: Espasa-Calpe.
Miguéliz Valcarlos, I. (2016): Una mirada intima al día a día del pretendiente carlista. Cartas de don Alfonso Carlos de Borbón al marqués de Vessolla, Pamplona: Gobierno de Navarra.
Miralles Climent, J. (2005): «Aspectos de la cultura política del carlismo en el siglo XX», Espacio, Tiempo y Forma. Serie V: Historia Contemporánea, 17, pp. 147-174. DOI: https://doi.org/10.5944/etfv.17.2005.3119.
Moral Roncal, A. M. (2009): La cuestión religiosa en la II República española. Iglesia y carlismo. Madrid: Biblioteca Nueva.
Pack, S. D. (2010): «Revival of Pilgrimage to Santiago de Compostela: The politics of Religious, National, and European Patrimony, 1879-1988», The Journal of Modern History, 82, pp. 335-367. DOI: https://doi.org/10.1086/651613.
Pack, S. D. (2019): «Turismo e identidad europea de la España contemporánea: tres reflexiones», Ayer, 114, 2, pp. 123-146.
Pérez Villamil, M. (1877): La peregrinación española en Italia en 1876, Madrid: Imprenta de F. Maroto e hijos.
Pirala, A. (1893): Historia Contemporánea. Segunda parte de la Guerra Civil. Anales desde 1843 hasta el fallecimiento de Alfonso XII, T. IV, Madrid: Felipe González Rosas Editor.
Pombo, A. (2005): «Peregrinaciones españolas a Roma en los albores de la restauración (1876-1882): entre la devoción ultramontana y la política carlista», en Caucci Von Saucken, P. (Ed.): Atti del Convegno Internazionale di Studi «Santiago e l’Italia», Perugia: Editorial Compostellane, pp. 575-645.
Ramón Solans, J. (2012): «“El catolicismo tiene masas”. Nación, política y movilización en España, 1868-1931», Historia Contemporánea, 51, pp. 427-454. DOI: https://doi.org/10.1387/hc.14716.
Ramón Solans, J. (2014): La Virgen del Pilar dice… Usos políticos y nacionales de un culto mariano en la España contemporánea, Zaragoza: PUZ.
Ramón Solans, J. (2018): «Religión, modernidad y turismo. Peregrinaciones a España en la segunda mitad del siglo XIX», Itinerari di ricerca storica, 32/1, pp. 119-127. Accesible desde Internet: https://zaguan.unizar.es/record/84739/files/texto_completo.pdf.
Roma, J. M. (1935): Álbum Histórico del Carlismo. Centenario del Tradicionalismo Español, Barcelona: Gráfiques Ribera.
Salomón Chéliz, M. P. (2015): «Entre el insurreccionalismo y el posibilismo: las culturas políticas del catolicismo español (1875-1936)», en Forcadell, C. y Suárez Cortina, M. (Coords.): La Restauración y la República, 1874-1936. Historia de las culturas políticas en España y América Latina, Vol. III, Madrid-Zaragoza: Marcial Pons-PUZ, pp. 315-344.
Sanz de Diego, R. (1977): «Una aclaración sobre los orígenes del integrismo: La peregrinación de 1882», Estudios Eclesiásticos, 52/200, pp. 91-122.
Sarlin, S. (2009): «Los carlistas en Italia en el siglo XIX», en Violencias fraticidas. Carlistas y liberales en el siglo XIX, Pamplona: Gobierno de Navarra, pp. 223-238.
Torrents Juncà, J. (2019): «El jaumisme català. Partit, ideari i sociabilitat (1909-1931)», en Montañà, D. y Rafart, J. (Coords.): L'herència catalanista del carlisme. VI Simposi d'Història del Carlisme, Avià: Centre d'Estudis d'Avià, pp. 175-199.
Urcelay Alonso, J. (Ed.) (2013): Memorias políticas de M. Polo y Peyrolón (1870-1913). Crisis y reorganización del carlismo en la España de la Restauración, Madrid: Biblioteca Nueva.
Notas
*
José Luis Agudín Menéndez (Cangas de Narcea, 1992) es doctor en Investigaciones Humanísticas por la Universidad de Oviedo. Su tesis doctoral, dirigida por Jorge Uría y Víctor Rodríguez Infiesta, examina la trayectoria del rotativo madrileño del Partido Integrista y de la Comunión Carlista Tradicionalista El Siglo Futuro (1875-1936). Asimismo, ha disfrutado de un contrato predoctoral a través del Programa de Formación del Profesorado Universitario (FPU) del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades. Sus líneas de investigación se centran en el campo de las culturas políticas tradicionalistas y la historia de la prensa carlista durante la Restauración y la II República. Se ha interesado igualmente por el impacto ideológico de la I Guerra Mundial en España y en Asturias. Ha sido miembro del Grupo de Historia Sociocultural de la Universidad de Oviedo (GRUHSOC). Entre sus últimas contribuciones destacan el artículo “¿Un alzamiento legítimo? Instrumentalización de la Sanjurjada en la prensa carlista” (Ayer, nº 119, 2020) y la monografía Una Guerra Civil Incruenta. Germanofilia y aliadofilia en Asturias en torno a la I Guerra Mundial
(1914-1920) (Oviedo, Real Instituto de Estudios Asturianos, 2019). Es coordinador, junto a Rubén Cabal, de la monografía colectiva Estudios Socioculturales. Resultados, experiencias, reflexiones (II) (Oviedo, AJIES, 2021).
1
De acuerdo con Ramón Solans (2018: 123), los viajes a los espacios sagrados a partir del siglo XIX no respondían exclusivamente al móvil de las devociones religiosas, como había ocurrido en la Edad Media, sino también estaban motivadas por el interés de los viajeros por «las dimensiones culturales, históricas y naturales» de cada lugar de culto. Y todo ello a pesar de que preponderaban los propósitos de penitencia.
2
La noción del rey pretendiente procede de Canal (2003: 164).
3
En adelante, ambos periódicos aparecerán abreviados respectivamente con las siglas SF y CE.
4
Ceferino Suárez Bravo a Ramón Nocedal (Vitoria, 19-6-1877), © Real Academia de la Historia, España, Legado Ramón Nocedal (Correspondencia de Ramón Nocedal), Caja 9, exp. nº 117, doc. 1.
5
Entre los periódicos tradicionalistas que se hicieron eco del llamamiento de Ramón Nocedal e hicieron propaganda para la inscripción de romeros se distinguieron El Noticiero de Asturias (Oviedo), Revista Popular de Sardá i Salvany (Barcelona), La Semana Católica y La Cruz (Sevilla) de León Carbonero y Sol; La Crónica de León, La Propaganda Católica (Palencia) o El Anunciador (Valencia). Cfr. Ferrer (1959: 14) o Pérez Villamil (1877: 141-142).
6
A modo de ejemplo, cabe destacar que en Sevilla se promovieron ejercicios espirituales que tanto los clérigos como los fieles oficiarían a fin de alcanzar el buen éxito de la peregrinación. Cfr. «Circular del Gobierno Eclesiástico de Sevilla» (Sevilla, 7-10-1876), Archivo General de la Universidad de Navarra (en adelante, AGUN), Fondo Melchor Ferrer (Documentos de carácter político de 1876 de Carlos VII-Transcripciones de manifiestos, cartas y comunicados), Caja 158/011 camisa 2.
7
Tal y como dejó constancia el clérigo José María León y Domínguez (1876: 90), hubo cuantiosos intentos por parte de los periódicos liberales de tratar de relacionar la peregrinación con los carlistas. De este modo. se entendería que se provocaran disturbios en Ávila poco después de gritar varios peregrinos vivas a don Carlos. Por su parte, La Época (29-10-1876), a raíz de la cuestión Coello, traducía un artículo del diario más importante de Roma, L´Italie, que describía a los romeros como «los precursores que deben restablecer el poder temporal [del Papa]. No hay que decir que este ejército es el ejército de D. Carlos. Así por sus gritos, sus discursos, los jefes de la peregrinación hacen brillar a los ojos de España la perspectiva de una nueva guerra civil».
8
Guillermo Estrada a Ramón Nocedal y Romea (París, 27-10-1876), © Real Academia de la Historia, España, Legado Ramón Nocedal y Romea (Correspondencia de Ramón Nocedal), Caja 9, Exp. 116.
9
Además de las de los presbíteros León y Domínguez y Aguilar y Gallegos y los propagandistas Carbonero y Sol y Pérez Villamil, Antón Pombo (2005: 610-629) señala que hubo otras publicaciones que recogieron las impresiones del peregrinaje de octubre de 1876 desde Galicia (la de Manuel Fernández Somoza), Valencia (la que fue fruto de los artículos por entregas en La Ilustración Popular Económica), Palma de Mallorca (José María Quadrado) o Toledo (la de Bernardo Romeral y Arenas). Nocedal omitía en su prólogo a la obra de Pérez Villamil (1877: III y ss.) buena parte de estos panfletos por desconocimiento o bien porque estos aún no habían hecho su aparición.
10
Telegrama cifrado del embajador de España ante la Santa Sede, Francisco Cárdenas Espejo, al Ministro de Estado, Fernando Calderón (Roma, 16-10-1876), Archivo Histórico Nacional (en adelante, AHN), Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores (Embajada Santa Sede), Leg. 1181 (1876), banda 1.
11
Telegrama cifrado del embajador de España ante la Santa Sede, Francisco Cárdenas Espejo, al Ministro de Estado, Fernando Calderón (Roma, 22-10-1876), AHN, Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores (Embajada Santa Sede), Leg. 1181 (1876), banda 3.
12
Sin embargo, no podría descartarse que, a pesar de que las autoridades alegasen el incumplimiento de dos de los puntos de la Real Orden del 6 de febrero de 1876, el gobierno de Cánovas tomara represalias, infructuosas cabría decir, contra el periódico de los Nocedal.
13
Al respecto también puede verse la carta que su tío, el infante Alfonso Carlos de Borbón y Austria-Este, dirigió al Marqués de Vesolla (s.l., 23-11-1913), reproducida en Miguéliz Valcarlos (2016: 94). En ella, el futuro rey-pretendiente lamentaba que a don Jaime «París le atrae demasiado, […] pues juega a la bolsa, pierde, se deja engañar con mil especuladores y empresas y pronto acabaría con lo poco que le queda, y luego vivirá del aire». Ese mal «nombre de jugador, especulador, vividor a los 43 años de edad, [y] ya sin ninguna fortuna» hacía complicado su casamiento por los escándalos que podría generar. Tanto su padre como sus seguidores carlistas imploraron constantemente a don Jaime desde su juventud que contrajese matrimonio, ya que era preciso que este tuviese descendencia para mantener viva la causa legitimista. La cuestionada religiosidad de Jaime III vino a consecuencia de la asistencia de este a un banquete-conmemoración de la toma de la Bastilla en Niu-Chuang al que fue invitado por el agente consular de Francia. Por aquel entonces, el hijo de Carlos VII era oficial del ejército zarista que intervino en Manchuria durante la Guerra Ruso-Japonesa (1904-1905).
14
Resulta sintomática en este sentido la misiva de Joaquín Llorens a Francisco Martín Melgar (Madrid, 25-3-1913), AHN, Archivo de la Familia Borbón-Parma (en adelante, AFBP) (Correspondencia de Jaime de Borbón), Leg. 130, exp. 3.
15
Para más detalles vid. la carta de Tirso de Olazábal a Jaime de Borbón (s.l., s.f. pero probablemente a finales de abril de 1913), AHN, AFBP (Correspondencia de Jaime de Borbón), Leg. 130, exp. 1: «Al saber […] que V.M. estaba en Biarritz, mi primer pensamiento fue el de ir inmediatamente a ofrecerle mis respetos, pero vi que la policía (según los cónsules me habían prevenido), estaba en acecho y no quise que una imprudencia mía fuera causa o pretexto para no dejar al señor ir a Lourdes». A renglón seguido señalaba que, en conversaciones que mantuvo con el Conde de Beauchamp, factótum de Lourdes y que tenía la grieta sagrada alquilada al Gobierno, «si quiere V. evitar un disgusto no vaya a Lourdes». Igualmente aseguraba que el otro promotor de la peregrinación junto a Miguel de Torres, el abate Espinós, temía por sí mismo. La vigilancia a la que fueron sometidos los tradicionalistas estaba motivada por el temor que suscitaba en el gobierno español el apoyo que los carlistas estaban brindando a los monárquicos portugueses en sus intentos de derrocar a la República portuguesa y reinstaurar a los Braganza. En las misivas entre el diputado Joaquín Llorens y Jaime de Borbón se puede seguir con detenimiento en que se materializó ese respaldo paramilitar y de armamentos: AHN, AFBP (Correspondencia de Jaime de Borbón), Leg. 130, exp. 3.
16
Joaquín Llorens a Jaime de Borbón y Borbón-Parma (Madrid, 14-5-1913), AHN, AFBP (Correspondencia de Jaime de Borbón), Leg. 130, exp. 3.
17
Marqués de Cerralbo a Jaime de Borbón y Borbón-Parma (Madrid, 10-6-1913), AHN, AFBP (Correspondencia de Jaime de Borbón), Leg. 132, exp. 2.
18
Joaquín Llorens a Jaime de Borbón y Borbón-Parma (Madrid, 21-6-1912), AHN, Fondo Familia Borbón-Parma (Correspondencia de Jaime de Borbón), Leg. 130, exp. 3.
19
Conde de Rodezno a Alfonso Carlos de Borbón y Austria-Este (San Sebastián, 8-9-1933), AGUN, Fondo Manuel Fal Conde (en adelante, FMFC) (Correspondencia de Alfonso Carlos de Borbón), Caja 133/004, camisa 7.
20
Y es que, tal y como insistía el Nuncio de la Santa Sede en Madrid, Federico Tedeschini, en la correspondencia que mantuvo con el arzobispo de Tarragona Vidal i Barraquer «las peregrinaciones deb[ía]n ser esencialmente religiosas» y «siempre bajo la dirección de la autoridad religiosa, la cual nunca podrá tomar parte ni dirigir una peregrinación política o de partidos políticos». Tedeschini comparaba la organización llevada a cabo por los carlistas con la emprendida por Cándido Nocedal en 1876 y 1882. Efectivamente la historia se repetía (Batllori y Arbeloa, 1981: 936).
21
De hecho, se rumoreaba que el sucesor del Cardenal Pedro Segura al frente al arzobispado de Toledo, Isidro Gomá, había aprobado esta iniciativa político-religiosa; rumor que negaría en la carta que remitió al Arzobispo de Tarragona, Vidal i Barraquer. Francesc Vidal i Barraquer a Isidro Gomá (Tarragona, 9-9-1933) e Isidro Gomá a Francesc Vidal i Barraquer (Toledo, 12-9-1933), cartas reproducidas en Batllori y Arbeloa (1981: 823, 980-981 y 986-987). Sobre las difíciles relaciones entre el carlismo y las jerarquías católicas se extiende la excelente monografía de Moral Roncal (2009).
22
Conde de Rodezno a Alfonso Carlos de Borbón y Austria-Este (San Sebastián, 22-8-1933), AGUN, FMFC (Correspondencia de Alfonso Carlos de Borbón), Caja 133/004, camisa 7.
23
Conde de Rodezno a Alfonso Carlos de Borbón y Austria-Este (San Sebastián, 13-9-1933), AGUN, FMFC (Correspondencia de Alfonso Carlos de Borbón), Caja 133/004, camisa 7. También la carta de Alfonso Carlos de Borbón y Austria-Este a Ricardo Gómez Rojí (Viena, 19-7-1933) carta reproducida en Ferrer (1950: 225-226).
24
Federico Tedeschini a Eugenio Pacelli (Madrid, 11-8-1933), Archivio Segreto Vaticano, Archivio della Nunziatura di Madrid, Leg. 913, f. 54-55, carta reproducida en Cárcel Ortí (2014: 371-372).
25
AGUN, Fondo Melchor Ferrer (Documentos políticos de Alfonso Carlos I), Caja 158/013, camisa 22.
26
El Conde de Rodezno aseguraba en una misiva dirigida al rey-pretendiente Alfonso Carlos de Borbón que «De Guipúzcoa va un centenar, de Navarra unos cincuenta y de Madrid otro ciento. Con los de otras regiones y el núcleo principal, que será el catalán, no me chocará que se acerquen a los dos mil». Conde de Rodezno a Alfonso Carlos de Borbón y Austria-Este (San Sebastián, 8-9-1933), AGUN, FMFC (Correspondencia de Alfonso Carlos de Borbón), Caja 133/004, camisa 7. El diario tradicionalista de Vitoria, Pensamiento Alavés (5-9-1933), afirmaba que a comienzos de septiembre de 1933 se habían inscrito alrededor de ochenta peregrinos.
27
Apelativo con el que pasaron a conocerse las mujeres carlistas a partir del decenio de 1910 en honor a Margarita de Borbón-Parma.
28
Según Manuel Sánchez Cuesta (SF, 29-9-1933), asistieron como peregrinos 132 sacerdotes.
Notas de autor
jlagudin@hotmail.com
ISSN: 1137-9669
Vol.
Num. 33
Año. 2021
La utilización propagandística de las peregrinaciones a los espacios sagrados en el caso de la cultura política carlista: Los ejemplos de las romerías a Roma (1876 y 1933) y Lourdes (1913)
José Luis Agudín Menéndez
Universidad de Oviedo, Oviedo,España
Nota de copyright
Como citar
Outros datos estatísticos
Descargas
Descargas (Últimos 12 meses)
Imaxes
José Luis Agudín Menéndez
José Luis Agudín Menéndez (Cangas de Narcea, 1992) es doctor en Investigaciones Humanísticas por la Universidad de Oviedo. Su tesis doctoral, dirigida por Jorge Uría y Víctor Rodríguez Infiesta, examina la trayectoria del rotativo madrileño del Partido Integrista y de la Comunión Carlista Tradicionalista El Siglo Futuro (1875-1936). Asimismo ha disfrutado de un contrato predoctoral a través del Programa de Formación del Profesorado Universitario (FPU) del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades. Sus líneas de investigación se centran en el campo de las culturas políticas tradicionalistas y la historia de la prensa carlista durante la Restauración y la II República. Se ha interesado igualmente por el impacto ideológico de la I Guerra Mundial en España y en Asturias. Ha sido miembro del Grupo de Historia Sociocultural de la Universidad de Oviedo (GRUHSOC). Entre sus últimas contribuciones destacan el artículo “¿Un alzamiento legítimo? Instrumentalización de la Sanjurjada en la prensa carlista” (Ayer, nº 119, 2020) y la monografía Una Guerra Civil Incruenta. Germanofilia y aliadofilia en Asturias en torno a la I Guerra Mundial (1914-1920) (Oviedo, Real Instituto de Estudios Asturianos, 2019). Es coordinador, junto a Rubén Cabal, de la monografía colectiva Estudios Socioculturales. Resultados, experiencias, reflexiones (II) (Oviedo, AJIES, 2021).