La irremediable inundación de la villa de Portomarín, a consecuencia del replanteo y ampliación del embalse de Belesar, fue un tema espinoso que se mantuvo con gran discreción en los despachos de Fenosa desde los meses finales de 1954. No obstante, una indiscreción de los ingenieros permitió a los miembros de la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos de Lugo tener conocimiento fehaciente de esa circunstancia y poder tratarla en su sesión del 28 de febrero de 1955. El extracto de dicha sesión fue publicado, como solía ser habitual, en la prensa el 1 de marzo, pasando de ese modo al conocimiento público la inminente pérdida de Portomarín y provocando el estupor no sólo de la corporación y habitantes de esa villa sino de todas las entidades y ámbitos culturales de Galicia.
Como no podía ser de otro modo, surgieron multitud de voces críticas con el nuevo proyecto hidrográfico que solicitaban una revisión que no afectase a la villa medieval de Portomarín, conjunto histórico-artístico desde 1946. Esta fuerte presión, partidaria de la salvaguarda del patrimonio, se mantuvo entre el 1 marzo y el 3 de septiembre de 1955. En esta última fecha Franco, personalmente, inauguraba el Salto de Os Peares y presentaba al público los proyectos de la nueva presa de Belesar y del traslado de la villa de Portomarín.
A partir de entonces, las voces críticas son acalladas totalmente y tanto la prensa como las instituciones culturales se alinean con el discurso oficial impuesto por la dictadura. Con este silencio crítico, el 23 de enero de 1963 la villa de Portomarín comenzó a desaparecer bajo las aguas del Miño. La irremediable pérdida espoleó, sorprendentemente, a dos autores, no asiduos de la prensa de la época, a escribir sendos artículos muy críticos con la situación, que llaman poderosamente la atención dado el ambiente servil impuesto por la dictadura. Ambos escritores pertenecían a entornos culturales que valoraban nuestro patrimonio, estaban vinculados al galleguismo y, por lo tanto, eran claramente hostiles a la dictadura.
El miércoles 6 de febrero de 1963 se publicaban, de este modo, en El Pueblo Gallego los dos artículos citados acompañados con una fotografía de «Vesal» que mostraba los restos de una casa de la villa, inundada y sin cubierta, con dos hombres navegando en sus proximidades en un «batuxo», la peculiar embarcación fluvial de Portomarín.
El primero, «Un pueblo sin recuerdo», incidía en la falta de interés y previsión que se había mostrado a la hora de perpetuar la memoria de la villa a través de algún filme documental y las consecuencias que eso acarrearía en el futuro. Lo firmaba José Alejandro Cribeiro. El segundo, «Adiós a Portomarín», recriminaba duramente la actuación para la salvaguarda patrimonial, que fue muy incompleta, teniendo en cuenta las promesas realizadas por Fenosa en los proyectos iniciales. En este caso su autor era Emilio P. Hidalgo.
Sin duda habría muchas cuestiones que se podrían haber introducido (el drama humano, la falta de previsión para generar recursos de subsistencia a una población que era obligada a abandonar su forma de vida y su economía tradicional, etc.); pero a nivel patrimonial, esos dos aspectos eran y siguen siendo fundamentales. En la actualidad, cualquier investigador de la antigua villa de Portomarín se sigue encontrando con las irremediables pérdidas de patrimonio y la carencia de imágenes que ayuden a reconstruirlo en su integridad.
La carencia de imágenes
Xosé Alexandre Cribeiro Rodríguez (Pontevedra, 1936-1995), se había formado en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas (I.I.E.C.) de Madrid, donde había entrado en 1957 para realizar los estudios de dirección cinematográfica. En la capital formó parte del grupo Brais Pinto y desarrolló una intensa labor cultural. Fue asiduo crítico de cine, ensayista (fundamentalmente sobre el futuro cine y documental gallego), poeta (con poemarios en gallego publicados y premiados en varios certámenes) y director de varios cortometrajes y documentales: más tarde fue jefe del Departamento de Emisiones de Televisión Española y director de su centro en Galicia. Siempre estuvo vinculado al galleguismo y al Partido Comunista, siendo un destacado antifranquista.
Xosé Alexandre reconoce en el citado artículo que «el espectáculo ha tenido que ser inmenso, trágico y grandioso a la vez. Y el cine no ha estado allí para recoger la tragedia, la grandiosidad, el dolor absoluto de abandonar la tierra y conservar el resquicio final de su andadura». Y, como buen conocedor de la historia cinematográfica, no duda en citar un reciente caso paralelo, el filme francés Agua viva, que se había estrenado en España a comienzos de 1960, si bien en este caso, que adaptaba una novela de Jean Giono, no era un documental propiamente dicho, sino que se trataba fundamentalmente de un drama ambientado en el valle del río Durance (Hautes-Alpes) en los instantes previos a sucumbir bajo las aguas de la presa de Serre-Ponçon, iniciada en 1955 (fig. 1).
En verdad sí se habían filmado algunas breves imágenes del antiguo Portomarín entre 1952 y 1963, aunque no parecía conocerlas Xosé Alexandre. Abundan en ellas los planos generales, con alguna vista de alguna calle principal, y el metraje, en su conjunto, es realmente parco. De los años cincuenta nos constan Le Chemin de Compostelle de Henry Branthomme, con vistas en blanco y negro de la iglesia de San Nicolás rodadas a finales de julio y principios de agosto de 1952; y Lugo al día (1955) de Amado Hermida Luaces, con imágenes en color del exterior de la citada iglesia, vistas generales y el arco de la capilla del puente medieval. Ambos filmes, en su conjunto, tienen poco más de dos minutos de metraje por lo que respecta a Portomarín y son ajenos aún al triste destino que esperaba a la villa.
En los años sesenta, sí se intentó, en parte, recoger la grandiosidad de la tragedia que aconteció en Portomarín, si bien siempre marcada por el tono épico de la proeza técnica de la construcción de la presa y la supuesta mejora de la calidad de vida para los habitantes de Portomarín, en la línea aduladora oficial impuesta por el régimen y amparada por Fenosa. El hombre y el agua, dentro de la «Revista de imágenes» del Nodo (11 de marzo de 1963), es buen ejemplo de ello. Muestra, fundamentalmente, la construcción del nuevo embalse, pero también concede planos al viejo Portomarín y al proceso de su inundación, todo en blanco y negro y, por lo que afecta a la antigua villa, un metraje de poco más de un minuto.
En la misma línea se encuentra Belesar (1965) de los hermanos Docampo, posiblemente auspiciada por la empresa Fenosa y, por lo tanto, con el mismo tono adulador oficialista. Las imágenes de la antigua villa se distribuyen en casi tres minutos de metraje en color, con vistas generales, el exterior de la iglesia de San Nicolás, poéticas imágenes de su calle principal (fig. 2), algunos remontes de monumentos y bastantes planos del proceso de inundación. A estos filmes habría que añadir algunos más, como los 30 segundos de una película anónima en color (con imágenes del puente viejo y vistas generales del barrio de San Pedro) o las recogidas por Cesáreo Fernández Ardavín en Hacia Santiago (Cartas de un peregrino) (1961). En total, tendríamos poco más de 7 minutos de imágenes, con bastantes repeticiones de planos.
El propio Xosé Alexandre reconocía que él mismo «quisiera haber perpetuado en imágenes los últimos momentos de este pueblo. Y pensaba hacerlo. Toda previsión fue adelantada, y la técnica desbarató mi pretensión». No sabemos cuál sería el resultado de llevarse a cabo, pero sin duda sería una gran aportación para el conocimiento de la villa perdida. Intuimos que Xosé Alexandre también desconocía otro proyecto muy interesante, que pretendía esos mismos fines, pero que también fracasó en el intento. Se trataba del documental que inició Silvio Santiago en el verano de 1962, del cual se rodaron dos bobinas, de casi 3 minutos cada una, en blanco y negro y con una calidad bastante pobre, si bien tiene la particularidad de mostrar detalles inusuales (fuente cubierta, pazo de los Berbetoros, capilla del puente, etc.) junto a los habituales planos generales y calles principales, siempre con sus habitantes en sus tareas diarias. En aquel momento la iglesia de San Nicolás ya se estaba remontando en su nuevo emplazamiento, la portada de la iglesia de San Pedro ya se había ubicado en el nuevo templo y el pazo del General Paredes ya se había desmantelado; pero aun así Portomarín mantenía mucha de su esencia original. El proyecto fílmico, además, lo tenemos bien documentado.
Al parecer, el domingo 27 de mayo de 1962 pasaban por Lugo el escritor coruñés Silvio Santiago, autor de la novela Villardevós y que estuviera muchos años en Venezuela, acompañado por el empresario coruñés Antonio Somoza Outeirán (que había hecho fortuna en Venezuela fabricando neveras). Allí se reunieron con varias amistades locales. De estas reuniones surgió la idea de rodar un buen documental sobre Portomarín «recogiendo todo lo que de imperecedero tiene el pueblo lugués» y plasmando «en imágenes lo que va a desaparecer». El guion correría a cargo de Luis Rodríguez, que debía concluirlo en tres días; Silvio Santiago estaría en la dirección y el empresario Somoza sería el productor, corriendo con los gastos; finalmente, Ánxel Fole los acompañaría como asesor. Incluso se trató el tema del fondo musical, de modo que «cuando la imagen se recrease en las rúas, el fondo estaría reservado a la música concreta; si se trata de paisaje, será la gaita la encargada de complementar sonoramente el film; y cuando la cámara recogiese el interior de los templos y sus fachadas, entrará la zanfoña para dar ese fondo musical». Todo ello serviría «para que en el futuro quede una imagen de lo que el viejo pueblo fue, con todas sus resonancias históricas», de ese modo «la desaparición del viejo Portomarín perderá un poco de su dramatismo, al saber que se puede contar con una película que palíe un tanto el afán de los investigadores, la nostalgia de sus vecinos y el factor sentimental de todos los lucenses».
A los tres días partieron todos hacia Portomarín, y el rodaje se complicó mucho. Tras un paseo por la villa, Luis Rodríguez quitó su guion para comenzar el rodaje, pero
Silvio non se enterou de nada io Fole, que non era moi partidario da ténica, logo de boquear un pouco, propuso botarlle intuición e mais imaxinación. E comenzou a rodaxe; o Fole proponía una foto io cineasta venezolano [Silvio Santiago] outra. As vegadas detiñámonos na rúa para que entre ambolos dous discutisen o que se iba fotografiar baixo as agarimosas olladas dos veciños que debían tomarnos por tolos. Pouco a pouco o escritor coruñés foi asumindo todolos poderes sobor do film, atrincando a desgana do lugués. Fixoo posar varias veces, hasta co Fole estoupou: ¿Qué bobada!... No tiene usted imaginación ninguna…
En este punto, Silvio recogió su cámara y todos fueron a comer como preludio de una «una tempestad aparatosa, verdaderamente wagneriana» que azotó la villa. La tempestad y el hastío de Ánxel Fole también quedaron registrados en el filme, pero el buen documental quedó finalmente inacabado.
No hubo registro fílmico, más allá de esas pinceladas que hemos comentado, por lo que las conclusiones de Alexandre Cribeiro siguen estando desgraciadamente vigentes: «cuántos nacidos en Puertomarín últimamente no podrán saber jamás cómo era el pueblo que los vio nacer». Su amarga queja, disonante con el complaciente discurso del régimen, se perpetuará: «Quien compró un pueblo olvidó dejar a sus artífices el documento precioso de lo que fue y de lo que dejó de ser».
El problema patrimonial
El segundo artículo, «Adiós a Portomarín», se centra en la salvaguarda patrimonial y lo firma, como ya hemos citado, Emilio P. Hidalgo.
Emilio Pascual Hidalgo (Vigo, 1900-Pontevedra, 1966) era licenciado en Náutica y en Magisterio, tras realizar las oposiciones ingresó como auxiliar administrativo del Instituto Nacional de Colonización (Ministerio de Agricultura) en 1941. Sus inquietudes literarias, inéditas en su mayoría, fueron impresas en diversas publicaciones periódicas en los años cincuenta y también en un libro de poemas, Versalladas (1954). También fue autor de un poemario en homenaje a Curros Enríquez.
Formado en el galleguismo, fue un destacado antifranquista y también un amante del patrimonio gallego. En el artículo sobre Portomarín expresa claramente su preocupación por él: «deduzco, y quisiera equivocarme, que no se ha salvado para la Historia, el Arte y la Arqueología, todo de cuanto de muy excelso encerraba este magno Museo que, hasta ahora, fue el desaparecido Portomarín». Y no se equivocaba, salvando el meticuloso traslado de la iglesia de San Nicolás (monumento histórico-artístico desde 1931), el resto dejó mucho que desear, fue poco lo que se trasladó y se situó en edificios de reciente factura, el resto no ingresó en ningún museo, sino que, por desgracia, desapareció de nuestro patrimonio para pasar a manos de particulares sin ningún tipo de control.
Emilio, además, da cuenta de que cuando se empezó a publicar en la prensa la inevitable inundación de Portomarín, él había escrito a Ángel del Castillo, presidente por entonces de la Real Academia Provincial de Bellas Artes de A Coruña, ofreciéndose «para iniciar una suscripción entre los amantes de nuestros valores artísticos, y ayudar en lo posible a salvar milenarias piedras de Portomarín». Ángel del Castillo, que ya estaba al tanto de los proyectos que preveía Fenosa, le había respondido «que no haría falta llegar a ello, toda vez que los organismos competentes habían tomado las necesarias medidas para que ninguna de las piedras de valor artístico, o histórico, dejasen de ser levantadas para llevarlas al nuevo Portomarín».
Esa fue la idea que se había extendido por la prensa y que venía avalada por Fenosa y el régimen franquista. El pueblo de Portomarín, se repetía, será trasladado piedra a piedra, algo a todas luces incierto e imposible.
El propio Ángel del Castillo había realizado «diversas gestiones y hasta provocado ciertos actos, encaminados a aminorar el mal en caso de ser, como parece, en absoluto inevitable». Entre los actos promovidos por él estaría la conferencia sobre «el famoso Camino francés de las antiguas peregrinaciones compostelanas y la histórica villa de Puertomarín» impartida en el Circo de Artesanos de A Coruña, «conferencia que ha motivado días después una interesante excursión y visita artístico-arqueológica a dicha villa y a sus importantes monumentos, organizada por la Real Academia Provincial de Bellas Artes, de dicha ciudad, que tengo el honor de presidir, y en la que figuraron numerosos artistas, académicos y amantes de la tradición histórica y monumental de nuestra querida tierra» (fig. 3).
Concluía Emilio P. Hidalgo con una pregunta realmente dura: «¿han cumplido los organismos, a lo que el maestro [Ángel del Castillo] se refería, con lo que este entonces daba como seguro? En nombre de Galicia quisiera rogar a los referidos diesen una nota a la Prensa en la que pudiéramos leer, para satisfacción de todos, que se han salvado íntegramente TODAS, absolutamente todas, las piedras plenas de Historia y Arte que en el ¡ay! desaparecido Portomarín existían».
La fragilidad de la memoria
Han pasado 61 años de la pérdida de Portomarín y la memoria se muestra muy frágil. Si se llegó a hacer algún registro gráfico o fílmico por parte de la Jefatura de Patrimonio Nacional o de Fenosa hoy se encuentra en paradero desconocido y lo mismo podemos afirmar con respecto a muchos de los valores patrimoniales de la villa, hoy también se ignora dónde se puedan encontrar, aunque sí se extrajeron del antiguo pueblo. Los jóvenes que llegaron a conocer la antigua villa ahora son ancianos, el tiempo avanza fatalmente. Las posibilidades de recuperación de ese patrimonio se han reducido considerablemente, de ahí la importancia de proyectos como Portomarín Virtual, que pretende recrear digitalmente la antigua villa con la mayor fidelidad posible, basándose en cientos de fotografías de fondos públicos y, fundamentalmente, privados. Una experiencia inmersiva que busca devolvernos las sensaciones urbanísticas y los valores patrimoniales y paisajísticos que se han perdido y transmitirlos a la posteridad.
REFERENCIAS
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Alonso Montero, Xesús. 2004. “A guerra civil tamén se perpetrou contra Curros Enríquez (presencias e ausencias do nome e da obra de Curros de 1936 a 1971)”. En Actas do I Congreso Internacional “Curros Enriquez e o seu tempo (I)”, ed. por Xesús Alonso Montero, Henrique Monteagudo e Begoña Tajes Marcote, 41-102. Santiago de Compostela: Consello da Cultura Galega.
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Notas
[5] Villiers, François (director). (1958). L´eau vive [Agua viva] [Película]. Les Films Caravelle. El filme obtuvo el Globo de Oro como mejor película extranjera de habla no inglesa y fue nominado a la Palma de Oro a la mejor película en el Festival de Cine de Cannes.
[13] Dirigido por Julio Vázquez Castro y Jesús Ángel Sánchez García, de la Universidade de Santiago, y realizado por el Centro Infográfico Avanzado de Galicia (CIAG), con Carlos Paz y Anxo Miján al frente, contó con la financiación del College of William and Mary (Williamsburg, Virginia, USA) y de Galiverso (Xunta de Galicia). Portomarín virtual ha sido recientemente reconocida con el premio a la mejor herramienta, recurso, infraestructura desarrollada en 2023 por la Sociedad Internacional Humanidades Digitales Hispánicas (2024). El proyecto Portomarín virtual se inscribe en los trabajos sobre arquitecturas desaparecidas en Galicia que fueron desarrollados entre los años 2015 a 2023 por el grupo de investigación IDEAHS, al que pertenece el autor, a través de proyectos de investigación financiados por el Ministerio de Ciencia e Innovación: Memoria, textos e imágenes. La recuperación del patrimonio perdido para la sociedad de Galicia (Código HAR 2014-53893R), años 2015 a 2018; y, especialmente, Memoria del Patrimonio Arquitectónico desaparecido en Galicia. El siglo XX (Código PID2019-105009GB-I00), años 2020 a 2023. Ambos proyectos tuvieron como resultado, entre otras publicaciones, los siguientes libros: y .