La ciudad se repliega haciendo negativo de sí misma. Relucen las celdas de miel, rebosantes del calor de las cenas. El espacio de lo compartido, de lo igual todos, deja paso a alcobas de mil y un escenarios. Es el momento de las músicas íntimas, de los juegos sobre y bajo la mesa, de los perfumes de interior, de las texturas acariciadoras
Sonsoles Hernández Barbosa
Vidas excitadas es un jardín lleno de artilugios perdidos y por descubrir; una obra fuera de quicio, out of joint, sin tiempo o en varios a la vez. He aquí la mayor virtud de su investigación: el torrente analítico de Sonsoles Hernández Barbosa transita ordenadamente junto a la cultura material y sensible del siglo XIX para hablar, sí, de diversos procesos de subjetivación decimonónicos que, sin embargo, nos conducen siempre de vuelta a lo contemporáneo. En los testimonios sensoriales y los análisis estéticos, literarios y sociológicos que ponen el foco en la interacción entre la cultura sensible del ‘largo’ siglo XIX y sus sujetos no sólo hallamos la erudición propia de la investigación histórica, sino el compromiso del artefacto contemporáneo para con su tiempo —y los que vienen—.
En un pasaje temprano la autora confiesa estar interesada en la propuesta de E. P. Thompson de una “historia desde abajo”: Vidas excitadas es, precisamente, una historia desde abajo de los artefactos excluidos, al menos tradicionalmente, de la reflexión legítima en los campos de la Estética y la Historia del Arte. Hernández Barbosa no abraza únicamente el marco metodológico de los Visual Studies, al des-jerarquizar el estatus de los objetos de estudio, sino que transgrede su marco mismo al descentralizar la categoría de lo visual para hacer hincapié en diversas experiencias olfativas, auditivas o del gusto, sumando a la ecuación los sentidos internos. A este coctel se suman, claro, las aportaciones de la Historia de los sentidos, la Historia de la sensibilidad o el conocimiento profuso de la autora de la sinestesia finisecular —objeto de estudio de su tesis doctoral—. El libro demuestra, en estos términos, el compromiso con sus objetos de estudio, y da fe de tránsitos complejos: el devenir de los procesos cotidianos como algo dialéctico, contradictorio y cargado de tensiones y diferencias. Más allá del binomio apocalípticos-integrados, entre quienes consideran los productos de la industria cultural como máquinas generadoras de alienación y quienes consideran acríticamente que sus artefactos democratizan y liberan el goce artístico, la sutileza de Vidas excitadas: procesos multidireccionales y contradictorios que, al tiempo, liberan y alienan, seducen y reprimen. Encontramos aquí, y no en otro lugar, una de las fijaciones principales del libro: cómo la territorialización que el modo de producción capitalista realiza de los sentidos —y de los cuerpos— conduce a nuevas formas de relación con lo sensible.
El libro es un jardín plagado de objetos porque Hernández Barbosa se detiene ex profeso en la génesis acelerada de artilugios pensados tanto para el espacio público, en una naciente cultura del ocio, como para el espacio privado, dentro de los márgenes de una ya consolidada moral de la acumulación, vinculada al modo de producción capitalista y a un tipo específico de sociología burguesa. Es aquí cuando aparecen las Exposiciones Universales y las ferias, artefactos como el caleidoscopio, las cajas ópticas, los cromatropos, los troqueidoscopios, la tabaquera musical o el fonógrafo, entre otros aparatos más o menos conocidos, de usos diversos y estímulos variados.
La variada pléyade objetual que aparece entre las páginas del libro no sólo estimula distintos sentidos a través del uso del color, la aceleración de imágenes, el montaje —como categoría estética moderna en pleno auge— o el rapto reproducible de ruidos y sonidos, sino que propone, y esta es una de las tesis fundamentales del libro, un tipo de ‘multisensorialidad’ que trasgrede la división férrea de los sentidos, dicotomía aristotélica que opera, al menos en el imaginario popular, hasta nuestros días. Apoyándose en las tesis antropológicas de Nadia Seremetakis, Hernández Barbosa concluye que la taxonomía o la independización de los sentidos en la modernidad, relativamente artificial, es complaciente con el mercado, utilitaria al sistema económico. Así, el desarrollo en el XIX de la odoroscopia, la disciplina que estudia los olores, no tiene de fondo otro interés que el desarrollo de la industria del perfume. Lo mismo sucede en la esfera del gusto cuando la gastronomía pasa a ser concebida, más allá de lo meramente fisiológico, como placer refinado e intelectual. Nietzsche escribió que la ciencia se fomentó, históricamente, a través de errores, y esos errores tuvieron y tienen como telón de fondo las relaciones de producción capitalistas. La ciencia, la economía, la sensorialidad y la estética, así, se imbrican; diríamos, pues, que el principal interesado en los sentidos no es el arte, como se suele creer, sino el capital.
Aunque las tesis de Hernández Barbosa tienden al análisis de esta multisensorialidad, una hibridación constante entre la vista, el oído, el tacto, el gusto, el olfato y otros sentidos internos, el libro da fe, como Bataille, Debord u otros antes, del advenimiento de un inédito régimen escópico, que es el del espectáculo o las vigilancias en el siglo XX. Las imágenes y la mercancía se hibridan, y el marketing nace históricamente como disciplina de la hipnosis o la sugestión, a la que también apeló la estética finisecular a través de los poemas de Mallarmé, las obras de Redon o las composiciones de Debussy. El capitalismo re-territorializa, así, emociones como la empatía a través de la psicología experimental; el deseo informe y plural de los sujetos a través de un tipo de deseabilidad en específico: la deseabilidad de las imágenes. La publicidad, sostiene el libro, emprende una manipulación consciente de las emociones a través de los sentidos: genera imágenes que tienen por finalidad generar deseabilidad hacia un objeto —mercancía— determinado. What Do Pictures Want? He aquí una de las primeras lecciones de Vidas excitadas: las formas estéticas, que son múltiples y variadas, nos hablan, aunque sin revelar del todo sus perversas intenciones. Así, la publicidad y el marketing se analizan acertadamente junto a la teoría formalista del arte, junto a otras expresiones a priori ajenas a los pilares de la industria cultural.
«El capitalismo se in-corpora a los cuerpos excitando los sentidos» (p. 145-146) es otra de las tesis cruciales del libro. Al fijarse en la percepción y en la sensorialidad se fija también en las subjetividades. Al in-corporarse el capital a los cuerpos a través de la cultura sensible, las subjetividades y los cuerpos mutan. Los testimonios y las experiencias de los paseantes y los compradores en los grandes almacenes, las patologías propias de los nuevos escenarios sensibles o la autopoiesis que proponen las figuras del dandi inglés y el esteta francés como forma de singularización estética son algunas de las cuestiones analizadas por Hernández Barbosa en estos términos. Para plasmar estos retazos sensoriales la autora acude asiduamente a las fuentes literarias provenientes del realismo; asimismo, se in-corpora a sí misma al libro, al comenzar alguno de los capítulos relatando de un modo autobiográfico como ciertas cuestiones tratadas afectan a su propia sensorialidad de manera contemporánea, como el extatismo multisensorial de la feria o las mutaciones cotidianas de la metrópolis.
El capítulo dedicado a las figuras del dandi y el esteta nace de un escrito anterior, publicado en esta misma revista en 2017 (nº 16). Sus reflexiones no son sólo pertinentes para los fenómenos decimonónicos en sí, sino que el libro rastrea sus pervivencias hasta las primeras décadas del siglo XX y el clima de vanguardia. A través de la sugestión un lector atento podría trasladar esta particular configuración de las subjetividades a través de la autopoiesis, la moda, el arte, el gusto y la estética a otras subjetividades en el siglo XXI, donde el proceso de hibridación espectacular entre las imágenes y el capital —sexual, social, simbólico, económico— se encuentra en pleno desarrollo. La vida aestetica que proponen el dandi y el esteta se asemeja a los códigos del modernismo finisecular, a la poesía pura y al simbolismo, y continúa su desarrollo en el espectáculo: la vida es sólo un pretexto para el arte. La erudición de Sonsoles nos recuerda que ya a finales del XIX estos “gestos estéticos” de apariencia subversiva o radical fueron fácilmente re-territorializados o fagocitados por el mercado.
Por otra parte, la ciudad y su devenir-metrópolis reciben una atención extensa y particular, marcada por una lectura a través de Georg Simmel. La autora habla explícitamente de la “espectacularización de la ciudad” y de las patologías generadas por la sobreestimulación de la misma: de la ciudad como gran contenedor de experiencias afectado por las lógicas del capital. Ante estos temas, especialmente ante el énfasis en la génesis de patologías y la afección de los sujetos ante los estímulos urbanos, es imposible no acordarse de algunas de las tesis de Realismo capitalista, de Mark Fisher. Hernández Barbosa habla de la cleptomanía a través del nuevo régimen de deseabilidad que proponen los grandes almacenes en la ciudad; de la hiperestesia a través de los parques de atracciones o artilugios como el Mareorama. Esta obra y la de Fisher son, al menos en estos términos, obras sobre la intersección entre las fuerzas productivas, los dispositivos y los cuerpos; sobre las afecciones en las subjetividades y la mitigación de las pasiones alegres en pos de una inoperante tristeza. La “hedonia depresiva” de la que habla Fisher como patología contemporánea también deviene de una in-corporación del capitalismo al cuerpo a través de artefactos y mercancías; también es una re-territorialización que el capital realiza de la sensibilidad.
Como hemos dicho ya: Vidas excitadas es un libro afortunado y en varios tiempos. La erudición propia de su estudio minucioso del siglo XIX, interesante para los especialistas del mismo, no opaca la capacidad de reflexión para con el presente y la Estética en general. Hernández Barbosa evade las lógicas deterministas y finalistas de los análisis que tienden a ver en la cultura sensible finisecular preludios o protohistorias de artefactos más conocidos, como el cinematógrafo de los hermanos Lumière. No quisiéramos nosotros cometer el error teleológico anunciado y, sin embargo, esta obra nos parece una excelente prehistoria del Espectáculo —en los términos exactos de Debord— o del éxtasis de las industrias culturales. La arqueología de Vidas excitadas revela, por tanto, ciertos cimientos de nuestra contemporaneidad; cimientos indispensables para comprender los debates estéticos y políticos contemporáneos.
Son varias las pervivencias [Nachleben] en los términos de Warburg. La metrópolis contemporánea como gran almacén decimonónico, templos del deseo mercantil donde la vieja polis deviene res privada. Los mercados como iglesias. La museología como escaparatismo. La autopoiesis contemporánea a través de las redes o los grupúsculos urbanos como sombras estiradas del dandi y el esteta. Todas estas puestas en escena (misè-en-scène) aparecen como estetización moderna y contemporánea de lo político. Como sugirió la revista francesa Tiqqun, la Estética es, entre otras cuestiones, la existencia metropolitana, la forma que toma la fusión aparente entre el capital y la vida. Vidas excitadas nos recuerda que en la metrópolis —templo del placer sensible, obra de arte total— lo profano y lo sensible, como el espectáculo y la vida, tienden a confundirse. Por último, y frente a las disciplinas que tendieron a prestar atención únicamente a la vista y al régimen escópico, junto a Hernandez Barbosa podríamos corregir a Debord: el espectáculo no es una relación social mediatizada por imágenes, sino por imágenes, sonidos, olores, sabores y tactos.