«Rethinking Post-Cold War Russian–Latin American Relations», editado por Vladimir Rouvinski (Universidad ICESI) y Victor Jeifets (Universidad Estatal de San Petersburgo), es el mayor intento hasta la fecha de analizar la presencia y los intereses de Rusia en América Latina y el Caribe en el siglo XXI. Por primera vez, los autores avanzan más allá de la época de la Guerra Fría para explicar por qué Moscú quiere recuperar su influencia en la región, cómo influye el legado soviético en esta nueva aproximación, y qué viejas y nuevas herramientas se están empleando por parte del Kremlin para conseguir este acercamiento. Entre estas últimas, se encuentran medios de comunicación como RT en Español o Sputnik Mundo Radio, todos ellos financiados por el Estado ruso. La obra de Rouvisnki y Jeifets es un trabajo multidisciplinar que engloba una pluralidad de enfoques, pasando por la historia, la ciencia política, la ciencia jurídica, la economía política y la geopolítica, y que además cuenta con la participación de autores consagrados y de otros más jóvenes asentados en diferentes puntos de América Latina, Rusia, Estados Unidos y Europa.
El libro se divide en cuatro partes, comenzando por un marco analítico que corre a cargo del propio Rouvinski. Le sigue una segunda parte que estudia el legado soviético en la región y su relevancia en el presente, y otra sobre los principales patrones que explican la interacción entre Moscú y los diferentes gobiernos latinoamericanos. La cuarta y última parte ofrece seis estudios de caso: Venezuela, Cuba, México, Colombia, Brasil y Argentina, aunque, por supuesto, los demás países de la región aparezcan mencionados en las 302 páginas de esta obra.
El primer capítulo de Rouvinski introduce el concepto de «reciprocidad» como base para entender la presencia de Rusia en América Latina. Para ello, toma como punto de partida la Crisis de los Misiles de Cuba de 1962. Entonces, la Unión Soviética entendió que la posibilidad de tener una presencia nuclear en el «patio trasero» de Estados Unidos podría forzar a Washington a negociar con Moscú en una posición de iguales y en relación con otros territorios en Europa del Este y Asia de gran valor para la URSS. Así, la proximidad geográfica de Cuba a Estados Unidos (a menos de 150 kilómetros de Florida) y el consecuente poder negociador que confería estar presente en la isla fueron los principales motivos que llevaron a Nikita Jrushchov a interesarse por la región. Rouvinski sostiene que Vladimir Putin entiende todavía hoy esta zona del planeta como la llave para forzar a Estados Unidos a respetar sus intereses en el espacio postsoviético.
A esta consideración Rouvinski añade un segundo pilar, argumentando que América Latina proporciona a Rusia un escenario en el que proyectar su poder y recuperar su estatus de potencia mundial. Para ello, el Kremlin aspira a convencer a los gobiernos de la región de que Rusia representa, junto con China y la India, el principal artífice de un nuevo orden global multipolar que ya no se rige por los valores occidentales. Los medios de comunicación rusos representan una pieza clave en este proyecto. En palabras de Rouvinski (p.27): “la mayor parte del contenido (de RT) es una comunicación estratégica diseñada para desafiar la posición de Estados Unidos y sus aliados en temas políticos delicados para la audiencia latinoamericana. Los presentadores de RT y sus invitados ofrecen explicaciones alternativas a los de los medios convencionales (i.e. la prensa occidental) […]. Al mismo tiempo, presentan a Rusia, así como a otros regímenes cercanos a Moscú, como una alternativa solida al modelo de democracia liberal; un escenario donde otro tipo de sistemas políticos pueden ofrecer soluciones mejores y más efectivas que las democracias liberales”.
En relación con lo anterior, conviene señalar que la oposición al unipolarismo estadounidense es uno de los pocos puntos que acercan a Moscú con la izquierda latinoamericana: la Rusia de hoy se caracteriza por el nacionalismo y el conservadurismo, también en el plano religioso, y en un modelo económico protagonizado por grandes empresas privadas y controlado por una oligarquía conectada personalmente a Putin. Ya no estamos, por lo tanto, ante un bloque cohesionado en torno a un único modelo político, el del socialismo o el del comunismo, como sí vimos en la época soviética.
La segunda parte del libro da un paso atrás para explicar cómo Rusia abordó la región en el siglo XX y qué perdura de ese período en la actualidad. Para ello, se presta atención a cómo diferentes centros investigadores rusos, como por ejemplo el Instituto de América Latina dentro de la Academia de Ciencias de Rusia, estudiaron la región, así como a los diferentes enfoques, a veces contradictorios, de la diplomacia estatal soviética y de la Internacional Comunista en Latinoamérica. Mención especial merece el capítulo sexto, «Russia and Colombia: The Law against the Communist Threat in Latin America (1926-1982)» de Mario Alberto Cajas-Sarria. En él, el autor sostiene que las medidas tomadas por el poder judicial colombiano para hacer frente a la Revolución Rusa de 1917 acabaron sirviendo como pretexto para los diferentes gobiernos conservadores para suprimir cualquier movilización obrera o sindical y a la oposición política dentro del país. El texto de Cajas-Sarria ayuda a entender por qué no ha sido hasta 2022 que Colombia ha logrado tener su primer presidente de izquierdas, Gustavo Petro.
El tercer bloque de la obra enumera algunos de los métodos a través de los cuales Moscú trata actualmente de ejercer su influencia en América Latina. Dos de ellos son especialmente interesantes. En el capítulo séptimo, Marina Moseykina analiza cómo Moscú está intentando establecer contacto con los migrantes rusos en América Latina, tanto aquellos establecidos en el siglo XX como los recién llegados, y cómo la Iglesia Ortodoxa Rusa está siendo un actor protagonista en esta misión. El noveno capítulo, obra de Jeifets y Lilia Khadorich, analiza las exportaciones de armas rusas a la región, un negocio provechoso para Moscú que brinda un mercado alternativo al de Europa del Este y que de paso le garantiza influencia sobre los gobiernos de Venezuela, Cuba, Nicaragua y Perú.
A pesar de que las armas son una de las principales exportaciones de Rusia hacia América Latina, éste no es el único sector en el que las empresas rusas están presentes. Como el propio Rouvinski señala (p. 21): «aunque el volumen comercial entre Rusia y América Latina no es tan impresionante como el comercio ruso con otras regiones como Europa o China, sigue siendo muy alto comparado con las cifras registradas durante los primeros años después del final de la Guerra Fría». En este sentido, el libro se hubiera enriquecido con un capítulo específico explorando los diferentes productos rusos que son exportados a esta parte del globo, como metales y fertilizantes. Asimismo, hubiera sido especialmente interesante comprender cómo empresas como Rosneft, Gazprom o Rosatom están tratando de expandir su influencia en la región en búsqueda de nuevos gasoductos o campos de petróleo, además de proveer energía atómica y otras fuentes alternativas. La suma del sector comercial y del energético, unido al importante papel de los medios de comunicación rusos en América Latina, ponen en relieve cómo el Kremlin está siendo exitoso en expandir su influencia internacional a través de mecanismos de soft power. Al mismo tiempo, ello invita a reflexionar hasta qué punto estos avances se verán entorpecidos por la invasión de Ucrania de 2022 y sus consecuencias internacionales.
El décimo capítulo, a cuenta de Evan Ellis, explica cuáles de todas estas actividades de Rusia en América Latina representan una amenaza para Estados Unidos. Volviendo al concepto de reciprocidad expuesto por Rouvinski en el capítulo primero, la obra invita a plantearse si Rusia va a redoblar sus esfuerzos en la región como forma de obligar a Washington a cesar su apoyo al gobierno de Zelenski en Ucrania. No en vano, la guerra de Georgia vio cómo Rusia desplegaba sus bombarderos pesados Tu-160 en Venezuela, seguidos de cuatro barcos de guerra, para desincentivar cualquier respuesta estadounidense a su invasión de Abjasia y Osetia del Sur. De la misma forma, la primera guerra de Ucrania en 2014 fue acompañada de nuevos acuerdos de cooperación militar con Nicaragua, Venezuela y Cuba. Dejando de un lado la guerra en Ucrania, el libro editado por Rouvinski y Jeifets es una buena herramienta para tratar de imaginar cuáles serán las prioridades en política exterior de los gobiernos de América Latina en esta tercera década del siglo XXI protagonizada por una nueva marea rosa en la que la izquierda tiene el poder en Chile, Argentina, Bolivia, Perú, Colombia, Venezuela, Cuba y México.