Resumen

Descartes a menudo es visto como un pensador solitario, una suerte de Robinson Crusoe metafísico. En el origen cartesiano de la filosofía moderna se unirían la actitud teórica más radical y solipsista, con el desinterés por las cuestiones prácticas que tanto habían preocupado a los pensadores que le antecedieron. No obstante, la lectura canónica de Descartes como un teórico puro, desentendido de los otros, e incluso de sí mismo, es problemática. El meditador cartesiano en realidad emerge del diálogo con un interlocutor misterioso que, lo engañe o no, sin duda lo interpela. Más aún, al final de su vida Descartes esbozó una teoría de las pasiones con la admiración, el amor y la generosidad, que siempre apuntan a un alter ego, como nociones clave para alcanzar la frágil felicidad mundana. Cabe preguntarse si estos aspectos, usualmente poco atendidos, permiten aproximar a Descartes al peculiar “género” de la confesión filosófica.