Introducción
El hombre no es solo ni principalmente conocedor, es creador; es más que inteligencia, es voluntad, y el querer hace verdades. Lo que la razón destruye, reconstruye la fe.
Para situarnos, la ética y la educación son los dos ejes esenciales que, enraizados en el amor, vertebran la filosofía práctica unamuniana. En este sentido, he de advertir que entiendo que la filosofía práctica, a pesar de que a veces se la relaciona tanto con la ética como con la filosofía política y social, tiene en última instancia la responsabilidad de reflexionar sobre la ética y el sentido de la vida, por lo que asumo que Unamuno proyecta una filosofía práctica como forma de vida que surge claramente del predominio del amor y la continua reflexión sobre su significación. Por este motivo, voy a centrar el presente escrito en torno a las siguientes cuestiones: el amor, el erostratismo y la pedagogía.
Comprobaremos que el amor es la clave hermenéutica de la filosofía unamuniana a partir de la ética que rige su discurso filosófico. El amor a Dios y de Dios es la garantía de nuestra existencia. Por ello es urgente identificar el sentimiento del amor que recibimos de Dios, el amor del Amor, para descubrir en consecuencia nuestro propio amor a Dios, el amor al Amor.
Desde ahí profundizaremos en su noción de erostratismo. Una vez que Unamuno es consciente de su enfermedad de “yoísmo”, de miseria espiritual, soberbia y ensimismamiento, y poco después de la fuerte crisis religiosa que padece en 1897, se propone escribir la reflexión filosófica que le suscita su obsesión por obtener fama y alcanzar la gloria, creando su concepción de erostratismo, y que expone especialmente en Mi confesión, pero que recobra y desarrolla más tarde también en su Vida de don Quijote y Sancho, Tratado del amor de Dios y Del sentimiento trágico de la vida.
A mi juicio, la noción de erostratismo surge del modo en el que la intersección del amor a sí mismo y el amor propio va evolucionando en la filosofía unamuniana hasta crear tal concepción de erostratismo. En este aspecto, hay que tener presente que la concepción que don Miguel expone acerca del amor propio resulta ser un tanto imprecisa y confusa. De todos es sabido que el término amor propio es ambivalente y se puede entender o bien como la búsqueda de prestigio, o bien como la justa estima de sí. Unamuno, en cambio, solo asume la connotación que vincula el amor propio con la actitud egoísta, y que se ejemplifica en el afán de mejorar la propia vida y actuación en aras de conseguir honra o fama. En su caso, el amor a sí mismo sí está vinculado con la justa estima de sí, con la penetración en la interioridad de cada uno. De manera que considero que para nuestro autor todo amor propio es egoísta y reprobable porque surge del exceso del amor a sí mismo, mientras que el amor a sí mismo no es excesivo en cuanto conlleva el reconocimiento del propio yo.
Por último, nos adentraremos en la cabida que tiene el amor en el modo que Unamuno asume la educación. Don Miguel no fue solo político y Rector de la Universidad de Salamanca, sino ante todo y sobre todo profesor, educador. Destacaba por su vocación docente y su pasión por la enseñanza. Juzgo, sin duda, que su amor por el prójimo le hizo ser maestro. Él creía, como muchos de los autores de la Generación del 98, que se podía construir una sociedad nueva. De ahí que pretendiese renovar la educación española y defendiese una Universidad viva cuya misión fuera aquella de regenerar a la sociedad española.
1. El amor al amor
El amor personaliza cuanto ama. Solo cabe enamorarse de una idea personalizándola. Y cuando el amor es tan grande y tan vivo, y tan fuerte y desbordante que lo ama todo, entonces lo personaliza todo y descubre que el total Todo, que el Universo es Persona también, que tiene una Conciencia, Conciencia que a su vez sufre, compadece y ama, es decir, es conciencia. Y a esta Conciencia del Universo, que el amor descubre personalizando cuanto ama, es a lo que llamamos Dios. Y así el alma compadece a Dios y se siente por Él compadecida, le ama y se siente por Él amada, abrigando su miseria en el seno de la miseria eterna e infinita, que es al eternizarse e infinitarse la felicidad suprema misma.
Miguel de Unamuno siente que cuanto más crece el amor, más crece también nuestra ansia de querer serlo todo, de más allá, y de descubrir y ahondar en nuestro yo interior. El amor se va extendiendo por todo aquello que conforma la existencia de uno, y compadece así todo lo que le rodea. Y Dios es el Amor que necesitamos en nuestra existencia para ser y para que nuestra vida tenga su finalidad y propósito.
El amor es el fundamento y principio de perpetuación, penetración y continuidad de la existencia en la filosofía unamuniana, ya que nos permite personalizar o concienciar todo cuanto conocemos. Amar supone descubrir en el otro y en lo Otro una conciencia, una persona, que como yo, sufre y necesita de mi amor. Amamos porque descubrimos una conciencia a quien amar y con quien compartir el sufrimiento por la incertidumbre vital de no poder saber si seremos siempre lo que en el momento presente somos. De ahí que el amor, como compasión que es, nos posibilite compadecer, personalizar y concienciar al todo del que formamos parte, dejándonos de manifiesto que la Conciencia Universal, Dios mismo, es igualmente sufridora, compasiva y amorosa.
Siguiendo la sombra de Platón, Agustín de Hipona y Pascal, Unamuno aboga por que el amor es la causa de todo debido a que Dios es Amor. Dios es el Amor Supremo y el amor es un contrasentido si no hay Dios. Esto implica que en Dios no se da esa distancia con respecto al anhelo de lo que se ama y espera. El amor da vida y emana del amor que de Dios recibimos. De lo que se deduce que no cabe pensar en una vida inmortal sin la creencia en la existencia de Dios, porque sin sentirse el hombre amado no está en condiciones de esperar la suma felicidad.
Es más, el amor de Dios anida en el propio corazón y hasta que no se revierte en amor a Dios tampoco somos conscientes de que sobre la muerte reside el reino de la libertad, donde se espera que nuestra alma humana sobreviva en sobrevida gracias a su inmortalidad. Nuestra existencia se encuentra sesgada por el acontecimiento de la muerte, que es la puerta que nos revela a Dios, lo eterno y lo divino, porque la necesidad de Dios se nos impone cuando la muerte llega a nuestra vida. Luego nuestra existencia tiene, dolorosa y paradójicamente, la necesidad metafísica de la muerte para su eternización.
En este sentido, don Miguel asume el sentimiento trágico de la vida como un sentimiento de “hambre de Dios”, de carencia de Él. A mi parecer, entiende tal sufrimiento supremo como una enseñanza vital, desde la que cuestionarnos a nosotros mismos y, más aún, penetrar en la incertidumbre del propio sentido existencial ético y antropológico. Así el amor que de Dios recibimos y que de Él sentimos va a ser lo que nos consuele ante la congoja que nos produce el sentimiento trágico de la vida, esa especie de ahogo espiritual que es fruto de que la cabeza nos enseña la muerte y el corazón nos revela la vida. De manera que se puede considerar incluso que el sentimiento trágico del que nos habla es un sentimiento que brota del amor que suscita la propia vida, la existencia en sí.
Además, tal y como asegura don Miguel, “el mundo sufre y el sufrimiento es sentir la carne de la realidad, es sentirse de bulto y de tomo el espíritu, es tocarse a sí mismo, es la realidad inmediata”. Toda creación divina tiene en común el sufrimiento de sentir su realidad inmediata, aquella causante del dolor que se convierte en universal debido a que todos los seres lo padecemos y a todos nos une.
En Dios vive todo, en su sufrimiento se une el sufrimiento de sus criaturas, y en su amor se une todo el amor de las criaturas que habitan en el Universo. Vivimos, sufrimos, amamos y compadecemos en Dios a las criaturas, de la misma forma que al amar a las criaturas amamos y compadecemos en ellas a Dios.
Ahora bien, la obra del amor, que es también obra de la espiritualización y de la liberación, nunca debe estar subyugada a los intereses, los ideales o la gloria mundana de un solo individuo. Esas actitudes mezquinas son consideradas por nuestro autor como “deicidas”, pues en ellas no se reconoce ni a Dios ni a su obra de amor. Sentirse en Dios supone sentirse en sociedad; Dios es sociedad y vivimos de Él y en Él porque es Conciencia Universal. Esto significa que solo vivimos y somos en Dios en tanto en cuanto le sentimos y nos sentimos sociedad.
El individuo que se siente sociedad busca perpetuar su espíritu en los demás y lo demás para poder ser su reflejo y reflejarse en todo ello. La penetración de nuestro ser en todo aquello que existe, que tiene conciencia, y, a su vez, la penetración de sus seres en nuestro ser será lo que provoque que sintamos el “hambre de Dios” y se despierte en nosotros nuestro amor a Él. Así, amando, concienciando y personalizando lo existente, el Universo todo, hacemos posible que ese Universo en el que vivimos tenga alguna finalidad. De acuerdo con Unamuno, todo aquello que no sea dotado de conciencia no tiene ni finalidad ni propósito. Y la fe en Dios se fundamenta justamente en eso: “en la necesidad vital de dar finalidad a la existencia, de hacer que responda a un propósito”.
Don Miguel declara igualmente que “esta personalización del todo, del Universo, a que nos lleva el amor, la compasión, es la de una persona que abarca y encierra en sí a las demás personas que la componen”. La personalización de todo lo que es sociedad, del Dios vivo que es todo en todos, es imposible sin amor, sin compasión en el otro. Necesitamos sentir a Dios y necesitamos de Él para sustentar el sentido que podamos dar a nuestra existencia, y a la existencia de lo existente por la que también somos lo que somos.
Para que “Dios sea todo en todos y todos seamos todos en Dios”, necesitamos una moral agresiva o invasora. Don Miguel siente que la caridad verdadera ha de ser invasora para convertirse en la mediación real por la que el espíritu de uno pueda acceder al resto de espíritus, y así despertar la inquietud del espíritu ajeno. De manera que observa que el “sacrificio de vida” y “el precepto supremo que surge del amor a Dios y la base de toda moral” es entregarse por entero en un acto de amor y generosidad para salvar y eternizar el propio espíritu.
Vemos, entonces, que existe claramente una asociación entre la compasión y la personalización para nuestro autor. Si uno no ama y no siente compasión por aquello que ama es imposible que lo personalice y concientice. Desde el momento en el que personalicemos todo aquello que conforma el Universo en nuestro interior, descubriremos que todo ello, al igual que nosotros, es conciencia de muerte y dolor, y sufre esa tragicidad de la vida que merece ser compadecida. De esta suerte descubrimos el amor universal, la capacidad de compadecerlo todo, que surge del “hondón del vanidad de vanidades” –como dirá en su Tratado– o del “pozo del vanidad de vanidades” –como matizará en su Del sentimiento trágico de la vida–.
Por todo ello, deduzco que hay que vivir en amor para sobrevivir de algún modo y no morir. El amor es el presupuesto en la filosofía unamuniana que determina la superación de todo tipo de adversidades y gracias al que se logra la plenitud en la existencia. Dios siempre nos ama; el amor que desprende de sí es gratuito pese a no ser recíproco, pero solo nos sentimos amados cuando bebemos de su amor y le amamos en reciprocidad. Así, Unamuno, guiado por el mensaje cristiano de que hay que amar al prójimo por el amor de Dios, juzga que se debe centrar la mirada en descubrir al Dios del amor para amar todo lo existente por ser Él su fundamento existencial. Al fin y al cabo, nuestro autor estima que el hombre tiene como aspiración en su vida finita ser en el Dios del amor, pero para descubrirlo, conocerlo, tiene que amar y concienciar o personalizar todo aquello que conforma el Universo, y que es producto de la Conciencia Universal y eterna que no es sino el mismo Dios.
2. El erostratismo y sus interpretaciones
Don Miguel nos muestra en su Diario íntimo que la fuerte crisis espiritual que padece en 1897 le lleva a recapacitar no solo sobre la muerte, el aniquilamiento de la conciencia y su religiosidad, sino también sobre su “yoísmo”, egocentrismo y la consecuente falta de libertad para ser como en realidad es. Siente amenazado su yo al percatarse de que sacrifica su alma a su espectro, a la imagen que los otros crean de él, y rechaza sobremanera el egocentrismo y vanidad que imperan en su ser como causa de su entrega al intelectualismo de la época. Todo ello le lleva a ahondar en su propio yo, para redescubrirse a sí mismo y descubrir el amor oculto que impera y guía su existencia. De hecho, es en este escrito donde termina relacionando su enfermedad de “yoísmo”, de vanidad y soberbia, con el amor propio. Este punto es capital, pues su concepción de erostratismo surge, como ya he advertido, y tal y como nos muestra especialmente en Diario íntimo, del modo en el que la conjugación del amor a sí mismo y el amor propio va transformándose en la filosofía unamuniana.
Así, en 1902, Unamuno expone por vez primera su noción de erostratismo en la novela Amor y pedagogía. Ahí señala que es la enfermedad del siglo que se proyecta en el ansia de inmortalidad mediante una conversación entre el filósofo don Fulgencio Entrambosmares y el joven Apolodoro, aspirante a genio científico. El término erostratismo, como bien nos aclara, proviene del suceso en el que Eróstrato prendió fuego al templo de Éfeso con el fin de inmortalizar su nombre.
Además, en ese mismo año, en 1902, publica el apartado “El fondo del Quijotismo” de sus “Glosas al ´Quijote`”, donde suscribe que “el fondo de su locura es lo que en otra parte, en mi novela Amor y pedagogía, he llamado erostratismo, el ansia loca de inmortalidad, que, si dudamos de persistir en espíritu, nos hace anhelar dejar siquiera eterno nombre y fama”. Tal noción la vuelve a recuperar en el manuscrito Mi confesión , fechado por Alicia Villar Ezcurra en 1904, donde confiesa sus preocupaciones sobre la cuestión del erostratismo, a saber, en palabras de la misma Villar Ezcurra, “la búsqueda de la fama a cualquier precio”.
También Unamuno introduce en Mi confesión la idea de que la gloria puede ser entendida, según mi interpretación, como un exceso de erostratismo que nos lleva a decantarnos por enfatizar el amor propio con la intención de salvar egoístamente el propio nombre en la fama, incluso a costa de destruir al semejante como consecuencia de ser incapaces de canalizar lo trágico de la vida. O, por su parte, como un heroísmo orientado a hazañas nobles, como un erostratismo quijotesco entregado al amor al prójimo, que nos impulsa a entender lo trágico en la estela de don Quijote de la Mancha, es decir, cual donación de la propia vida al semejante aun en situaciones extremas.
Para don Miguel, cuando la búsqueda de la gloria se transforma en búsqueda de fama a cualquier precio, cual Eróstrato quemando el templo de Diana de Éfeso para perpetuar su nombre, es dañino. En estos casos la gloria se convierte en vanagloria, pues el fin del acto no es más que la propia exaltación del ego. Sin embargo, cuando la gloria es buscada de forma altruista, cual héroe que se compromete con su pueblo y da su vida por él, es beneficiosa. En este contexto, la gloria es entendida como vida plena en la búsqueda del ideal solidario y compasivo, y nuestro autor utiliza, tal y como se percibe en su Vida de don Quijote y Sancho, de 1905, la figura de don Quijote como expresión de la vertiente del erostratismo en el que el amor al prójimo evita sus efectos destructores y se convierte en el medio para ser inmortal.
Esto es, la concepción de erostratismo que Unamuno nos ofrece es ambigua, pese a que se esfuerza por asimilar su amplitud significativa recabando, a mi juicio, las dos citadas vertientes: por un lado, el ´erostratismo en exceso`, el amor propio que califica de egoísmo, enfermedad o locura, y, por otro lado, el ´erostratismo quijotesco` o el erostratismo entregado al amor al prójimo. Tal noción de erostratismo nace del ejercicio individual que nuestro autor lleva a cabo a la hora de diferenciar el amor propio del amor a sí mismo con objeto de mostrar que la funesta vanidad que a todos nos invade en algún momento de nuestra vida terrenal, que tiende a que sacrifiquemos el alma al nombre y que queda enredada en el ansia loca de inmortalidad, conduce al hombre, o bien a la apuesta de su nombre a través de la fama en el erostratismo en exceso, o bien a la pervivencia en el gozo de la gloria mediante el heroísmo y el honor en el erostratismo quijotesco.
Por último, para completar la exposición filosófica que don Miguel realiza a lo largo de sus escritos en torno a su concepción de erostratismo, es menester adentrarse en el Tratado del amor de Dios, obra que redacta entre 1905 y 1908 y queda inédita hasta 2005, y Del sentimiento trágico de la vida, publicada por vez primera entre 1911 y 1912 como una serie de doce artículos en la revista La España Moderna. En primer lugar, cabe destacar que en su Tratado rescata ideas y párrafos de Mi confesión, y pese a ello no pone nombre en ningún momento a aquello de lo que está tratando, algo que sí hace en Del sentimiento trágico de la vida, donde recupera los párrafos del Tratado con alguna variación pero ya denominando ´erostratismo` a aquello que presenta.
Ambas obras muestran una estructura similar en lo que a la exposición y reflexión del erostratismo se refiere. Es curioso que mientras que en Mi confesión expone primero su percepción sobre el erostratismo y, tras ello, su visión sobre la inmortalidad, en su Tratado y Del sentimiento trágico de la vida lo presente de forma inversa. Quizás parezca que este dato es de menor importancia, que no tiene relevancia alguna, pero en este caso el orden de los factores sí altera el producto.
En esta ocasión, Unamuno introduce con más énfasis el sentimiento religioso y su estrecha vinculación con el deseo de la inmortalidad del alma humana. Y, por ejemplo, sostiene que “cuando las dudas nos invaden y nublan la fe en la inmortalidad del alma, cobra brío y doloroso empuje el ansia de perpetuar el nombre, de alcanzar una sombra de inmortalidad siquiera”. Es decir, don Miguel vuelve a destacar la ambición por “dejar una sombra de su espíritu, algo que le sobreviva” de aquel que obra de cara al público incentivado por su temor a morir del todo. De manera que en estos dos escritos nos muestra que más intentamos salvar la propia conciencia a través del erostratismo conforme se va agotando nuestra creencia en la inmortalidad del alma humana.
La pretensión al erostratismo, al “ansia de inmortalidad, siquiera de nombre y sombra”, sucede cuando nuestra fe en la inmortalidad personal del alma se tambalea, entramos en un mar de dudas, y solo nos preocupa perpetuar nuestro nombre para que al menos consigamos alcanzar esa “sombra de inmortalidad”. Luchamos con el objetivo de que nuestras obras y, a través de ellas, nuestro nombre tengan la suficiente repercusión en los demás, de modo que nuestro ser, aunque sea en apariencia, sobreviva a nuestra muerte.
A este tipo de personas no les inquieta tanto la eternidad de su alma, debido a que su creencia en ella ha desaparecido, como la “inmortalidad apariencial”, la del nombre. Su miedo a la nada les lleva a sentir como pasión la salvación de la propia memoria, pues piensan que pervivirá su yo de forma póstuma en la memoria de los otros de la huella y el recuerdo que generen en sus prójimos. También surgirá en ellos la envidia, el “hambre espiritual”, a saber, la “avaricia espiritual” que “nace del hambre del amor de sí, del egoísmo”.
Aún más, brotará en ellos el sentimiento de vanidad, dado que su ansia de sobrevivencia les impulsa a la necesidad de imponerse y sobrevivir en sus prójimos. En otras palabras, la vanidad nos incita a ansiar la inmortalidad de forma negativa, ya que nos encamina a vivir obsesionados por la “inmortalidad apariencial”, la supervivencia del nombre. De esta manera nos preocupamos por que la propia memoria sobreviva en nuestro nombre, olvidándonos de alimentar nuestra alma.
A este respecto sobre la cuestión de la vanidad en don Miguel, Julián Marías nos confirma que “la vanidad aparece en Unamuno como una sombra del afán de pervivencia, del ansia de sobrevivirse”. Y añade que “es una inversión […] de los medios y los fines”, ya que “el vanidoso se apega a la apariencia por sí misma, no como simple indicio de la realidad”. Esto es, el “vanidad de vanidades” no es más que otra disposición para la pervivencia por parte de nuestro autor. En mi opinión, don Miguel trata de sobrellevar tal confusión generalizada en los hombres amparándose nuevamente en el amor al convenir los vanidosos la apariencia como fin y no como medio para captar la realidad:
[…] El sentimiento de la vanidad del mundo pasajero nos mete al amor, único en que se vence lo vano y lo transitorio, único que rellena y eterniza la vida. Y el amor, sobre todo cuando lucha contra el Destino, nos sume en el sentimiento de la vanidad de este mundo de apariencias y nos abre el vislumbre de otro en que[,] vencido el destino, sea la libertad ley.
Solo el amor nos consuela de la vanidad de lo pasajero y apariencial, y nos da esperanza en la vida eterna, en lo que para Unamuno es la verdadera gloria. Él confía en que la vanidad del mundo se supere mediante la plenitud de la conciencia a través del dolor, y que con el apoyo especialmente del amor se consiga saciar el anhelo de ser todo en todos pero sin dejar de ser uno mismo. Será el mismo amor que nos inunda en el doloroso sentimiento de vanidad del mundo el que nos ayude a sobrevenir y a superar el propio destino, dejándonos entrever el Destino en el que la libertad del amor es ley. Venzamos, pues, siguiendo a nuestro autor, el “¡vanidad de vanidades y todo vanidad!” y aventurémonos por enfangarnos en el “¡plenitud de plenitudes y todo plenitud!”.
Con todo, a mi parecer, se evidencia que el sentimiento de vanidad del mundo está estrechamente vinculado con el sentimiento trágico de la vida para don Miguel. Considero que se imbuye en el argumento de que la vanidad del mundo desemboca y queda inmersa en el sentimiento trágico de la vida, dado que este último concientiza de la posible propia nonada y despierta en el hombre la fe de que el amor que fructifica en la eternidad se expande en este mundo de apariencias con la esperanza de vivir en camino hacia la plenitud. Luego inculca vivir conforme a la plenitud de la vida porque teme que la vanidad realice estragos en el modo de enfrentarse al sentimiento trágico de la vida, así como al anhelo de la inmortalidad del alma humana.
De ahí que, para nuestro autor, no sea el miedo a la muerte aquello que debe predominar, mas sí la bondad que impulsa a cometer actos heroicos por el bien común. El anhelo de inmortalidad no debe desviarse del camino cuyo final no es otro que el fin moral absoluto: el ser en Dios, y a la vez ser mis prójimos, y todo lo existente en el Universo, sin dejar de ser uno mismo. Este es el motivo por el que estimo que don Miguel pretende reorientar el erostratismo egoísta, el erostratismo en exceso, mediante la figura de don Quijote para convertirlo en una entrega generosa y heroica hacia los otros, en amor al prójimo. No podemos olvidar, a fin de cuentas, de que la inmortalidad depende tanto del anhelo y la fe en la misma inmortalidad como de la conducta moral de la persona; más bien, de que esa conducta moral sea tal que merezca perpetuarse.
3. La propuesta educativa unamuniana: una pedagogía humana que tiene como base el amor
[…] ¡Ojalá vinieseis todos henchidos de frescura, sin la huella que os han dejado quince o veinte exámenes, y trayendo a estos claustros no ansia de notas sino sed de verdad y anhelo de saber para la vida, y con ellos aire de la plaza, del campo, del pueblo, de la gran escuela de la vida espontánea y libre!
Don Miguel, al ampararse, como cristiano, sobre la máxima de que el sentido personal de la propia existencia solo se puede encontrar cuando el amor a Dios, intrínseco al amor al prójimo y al amor universal, se convierte en el centro de nuestra existencia, estima que es menester que la educación que se proporciona a los ciudadanos provea de las herramientas pertinentes para el propio desarrollo personal. Porque, efectivamente, la educación es una forma de transmisión del amor.
Teniendo esto presente, Unamuno considera que la trascendencia inmediata de la educación debe iniciarse en la vida interior de los hombres, y desde ahí, tras haberse embarrado también con la sabiduría misma, obtener una formación integral de la persona para que en última instancia el estudiante pueda decidir libremente su fin laboral, aquel que sea el complemento perfecto para su crecimiento personal. De hecho, siente que el problema de la educación en España reside fundamentalmente en el ámbito social, como secuela de no valorar ni consensuar como sociedad su finalidad, su para qué. Es decir, la educación no puede reducirse a ser una especie de instrumento utilitario con el único fin de optar por un trabajo para crear capital, para ganarse la vida, porque tampoco el título representa el aprendizaje y las aptitudes que deben alcanzarse en el proceso.
Así reprueba la pedagogía como método o procedimiento automático en su novela Amor y pedagogía. Ahí nos muestra su crítica al devorador método científico y mecánico que no avala el carácter indispensable del amor en la formación individual o en el sustento de las relaciones humanas. Se comprueba a lo largo de sus páginas que el protagonista de la novela, Luis Apolodoro, es criado y educado en el amor por parte de su madre, Margarita del Valle, y es, a su vez y sobre todo, educado en la ciencia por parte de su padre, don Avito Carrascal. Este último reniega de toda educación nacida del sentimiento por creer que debilita la formación del genio científico, del hombre de ciencia. Es más, cree que su mujer estropea a su hijo, al educando para genio, con sus debilidades, con los sentimientos maternales que por instinto demuestra. De ahí que don Avito imponga en la educación de Apolodoro una pedagogía estrictamente científica y racionalista, que impide que se descubra a sí mismo y desarrolle libremente sus posibilidades, y que en realidad no lleva más que a la tragedia y deshumanización.
Por lo tanto, don Miguel propulsa con esta novela la pedagogía humana que tiene como base el amor para satisfacer las exigencias de dar sentido a la propia vida. Es, para él, imprescindible hacer del amor mismo pedagogía. El pedagogo, el maestro, tiene que, con amor, ayudar al alumnado a descubrirse a sí mismo para que pueda actuar con libertad y también desarrollar una imaginación creadora de sentido existencial. Al fin y al cabo, la pedagogía por sí sola no nos enseña a vivir, a afrontar las adversidades que se nos presentan, pero todo cambia si se encuentra unida al amor.
De esta suerte, Unamuno, comparte con Francisco Giner de los Ríos, la idea de que la clave de toda enseñanza es tener una incidencia vital y por lo tanto práctica, que no utilitarista. Aquello que se aprende ha de tener una raigambre vital, y el alumno debe ser capaz de llevar lo aprendido a la práctica, a la vida misma. Ambos asumen que la educación debe estar alejada del dogmatismo, la dominación sectaria y el proselitismo doctrinal. No aceptan que el maestro disponga la perpetua servidumbre del alumno en vez de promover su libertad y emancipación. Es más, don Miguel intentó transformar la pedagogía escolar y universitaria reinante, de forma paralela a la misión de Giner de los Ríos y el movimiento krausista, con la búsqueda de un nuevo humanismo que enmendara sus deficiencias. Como los institucionistas, apostó por el magisterio en todos sus niveles, a saber, primaria, secundaria y Universidad, probablemente como intento de paliar el imperante analfabetismo que padecía el país.
Por consiguiente, la misión pedagógica de don Miguel se centra, primordialmente en su etapa rectoral, en la exigencia de una reforma drástica de la enseñanza, por parte del Ministerio de Instrucción Pública, de las oposiciones, de los estudiantes, del profesorado, del dogmatismo de la cátedra, de los exámenes, de la “ciencia hecha” y de los métodos tradicionales de enseñar. Su pretensión no es otra que innovar y reavivar la educación en España, especialmente en el ámbito universitario, por estar convencido de que el pueblo español debe ser bien educado para poder regenerarse.
Nuestro autor promueve que toda educación, tanto en escuelas como en Universidades, tenga como base el amor. Los niños y los jóvenes deben ser educandos en amor y libertad de creación, no en la servidumbre o sumisión que provoca cualquier tipo de dogmatismo. De modo que sugiere educarles desde un modelo en el que se priorice su formación integral, se estimule su amor por el saber y la verdad, y confluya en el desarrollo de su capacidad creativa. Es primordial agitar sus espíritus para que contemplen, sientan, conozcan, piensen y actúen en consecuencia. Deben ser capaces de crear libremente su propio porvenir, su para qué, la finalidad de su vida, y la educación que reciben debe ofrecerles saber y verdad para ello.
En mi opinión, don Miguel recrimina la importancia excesiva que se otorga al procedimiento, a la metodología y a la pedagogía, e incluso la poca atención que se presta a la calidad del contenido que se ofrece en la enseñanza; y, a su vez, reclama una educación cuyo cometido principal sea la persona, el alumno, el ciudadano del mañana. Esta es la razón por la que se involucra personal y profesionalmente para dejar como legado una educación que esté enfangada en la vida y, por ende, que los centros educativos avalen su labor en la ciencia viva, la del espíritu, que se sostiene y se retroalimenta del amor, y que lejos está de ser limitada por el cientificismo, por esa idolatría de la ciencia. De ahí que nuestro autor anime insistentemente tanto a que todos seamos trabajadores del espíritu, de la cultura y de la ciencia, respetando e integrando las diferentes ideologías, como a que las enseñanzas de los maestros surjan desde sus corazones, desde su interior, que ahí descansen, vivan, se empapen de humanidad y se creen en libertad.
Ante este panorama, Unamuno centra su mirada en rescatar al mundo académico de su ensimismamiento, de la pobreza espiritual que impera en la vida intelectual, de los profesores y los jóvenes estudiantes, y reivindica que el erostratismo en exceso que gobierna el ámbito académico se ha de transformar en un erostratismo quijotesco entregado al amor al prójimo. Solo así la humanidad y el amor en su sentido más pleno se harán presentes en la educación. Y, gracias a la pedagogía humana que toma relieve desde la ética cristiana, los jóvenes y los maestros se formarán en consecuencia con su verdad interior, consolidarán su capacidad de creación de sentido existencial, actuarán en aras del bien común y propulsarán la ciencia que inquieta las almas y agita la vida espiritual íntima.
En suma, don Miguel estima que la buena educación es limpieza de espíritu, así como una especie de motor que nos mueve y orienta en lo terrenal y trascendental. Su misión tiene que radicar en cultivar la sed de verdad y el anhelo de saber para la vida, para lo que es menester que sus pedagogías se centren en habituar a los jóvenes a pensar por sí mismos, y examinar y poner en cuestión las propias convicciones. Reivindica una enseñanza donde se integre lo afectivo con lo racional, y se preste especial atención a los conflictos interiores de la persona.
Para este propósito, la sociedad debe implicarse en la educación y valorar la formación ética, filosófica, científica, literaria, histórica, estética, antropológica, filológica, que dispone. Tal formación integral es la única que nos permite tanto interiorizar críticamente la realidad en la que vivimos, como, consiguientemente, formar a nivel universitario expertos que realmente sean cultos. El amor es el elemento indispensable en ella para que se complete en humanidad y libertad, y nos ofrezca las aptitudes necesarias para poder crear el sentido de nuestra existencia.
De manera que, para don Miguel, es imprescindible convivir en amor, como sociedad, para crear una educación cuyo motor también sea el amor. Esta es la única solución viable para que se desarrolle libremente nuestra capacidad de repensar y reorientar la propia vida conforme a lo que realmente somos y queremos llegar a ser. Solo así disfrutaremos de una visión viva y en verdad de lo real. Aun con todo, hemos de tener presente, como bien sentencia nuestro vasco universal, que “hambre de cultura la sienten muy pocos, muchos menos de los que creen sentirla. Importa más aparecer sabio que serlo […]”.
Conclusiones
La clave de la perpetuación de nuestra alma, según Unamuno, está en salvar nuestra conciencia en Dios, en ser conscientes de la Conciencia Universal, en la creencia en el amor del Amor y al Amor. Sentiremos que Dios también nos compadece y ama eterna e infinitamente al nosotros compadecerle y amarle, y en consecuencia paliarse la miseria de nuestra vida terrenal en su miseria eterna e infinita.
De esta suerte, considero que el modo particular que tiene Unamuno de asumir el cristianismo es lo que le permitió superar el erostratismo en exceso y redirigirlo en un erostratismo quijotesco entregado al amor al prójimo. Don Miguel intentó en vano que la fama y la vanagloria satisficieran su sed de inmortalidad, de gloria eterna, y consolaran su miedo a morir y a no ser nada. La crisis espiritual que padeció en 1897, y que repercute en su obra posterior, le impulsó a volver a creer en la existencia de la inmortalidad del alma, a concienciarse del error que estaba cometiendo con el culto a la fama y a ser, a partir de entonces, consecuente consigo mismo.
Así pues, no debemos dejarnos llevar por el camino fácil y decantarnos por cobrar fama y renombre para intentar satisfacer la sed de vida eterna, sino que hemos de optar por lo más pesado y costoso, que no es nada distinto que el hecho de amarse a sí mismo, de sentirse, de conocerse, de aceptarse y asimilarse. Vivir en sí mismo, aceptando incluso las flaquezas y miserias que habitan en nuestro interior, para vivir en los demás. Amarse a sí mismo para desde ahí amar a los demás. Este, y no otro, es el talante que cabe desarrollar para espiritualizar, concienciar y personalizarlo todo. Ser dador del propio espíritu, repartirlo entre todos y todo, para que este se acreciente y expanda, para que invada el espíritu de los demás y lo demás, y para especialmente hacerse uno en Dios con y en el espíritu de los otros y lo otro.
La educación desempeña, de acuerdo con don Miguel, un papel crucial en este quehacer. El amor ha de ser la base de la educación y la educación debe ser, asimismo, el pilar fundamental para la creación de sentido existencial. Él defiende el amor en la pedagogía con el fin de que los jóvenes estudiantes desarrollen su sentido crítico, superen el dogmatismo huero y se afanen por la libre creación del sentido de su vida. Así concluye que la labor de la educación debe también atender a la exigencia de que el alumnado descubra el componente de la fe, de la creencia en sí mismo, del amor a sí mismo, para crearse y crear saber.
BIBLIOGRAFÍA
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Tanganelli, P., “Del erostratismo al amor de Dios: en torno al avantexto de Del sentimiento trágico de la vida”, en Chaguaceda Toledano, A. (ed.), Miguel de Unamuno: estudios sobre su obra. II. Actas de las V Jornadas Unamunianas. Salamanca, Casa-Museo Unamuno, 23 a 25 de octubre de 2003, Salamanca, Universidad de Salamanca, 2005, pp. 175-194.
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Unamuno, M. de, Obras completas, edición de Manuel García Blanco, Madrid, Escelicer, 1966-1971. Vol. I. Paisajes y ensayos, 1966: “De la enseñanza superior en España”, 1899; “¡Plenitud de plenitudes y todo plenitud!”, 1904. Vol. II. Novelas, 1967: Amor y pedagogía, 1902. Vol. III. Nuevos ensayos, 1968: “Ni envidiado ni envidioso”, 1917; “Más de la envidia hispánica”, 1934. Vol. VII. Meditaciones y ensayos espirituales, 1969: “Glosas al ´Quijote`”, apartado “El fondo del Quijotismo”, 1902. Vol. VIII. Autobiografía y recuerdos personales, 1970: Diario íntimo, 1897-1902. Vol. IX. Discursos y artículos, 1971: “Discurso leído en la solemne apertura del curso académico de 1900 a 1901, en la Universidad de Salamanca”, 1900.
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Notas
[*] El presente artículo es una versión ampliada de la conferencia “Ética y educación en Miguel de Unamuno. El amor, la pedagogía y el erostratismo al descubierto”, presentada en la “Jornada sobre Literatura y Filosofía: La ética y la educación desde el amor y la filosofía práctica en Miguel de Unamuno", que se celebró en el Ateneo Científico, Literario y Artístico de Madrid, dentro de la Sección de Literatura, sobre mi investigación doctoral. Intervine junto a Víctor Olmos y Octavio Uña Juárez, y quienes fueron mis directores de tesis, Alicia Villar y Ricardo Pinilla (3 de noviembre de 2021). Agradezco también el apoyo recibido en la consulta de los fondos documentales de Miguel de Unamuno, así como en la localización del material inédito, al equipo de la Casa-Museo Unamuno –de ahora en adelante, CMU– de la Universidad de Salamanca durante las diferentes estancias de investigación que he realizado allí.
[2] . Esta cita corresponde al Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos (1911-1912) –de ahora en adelante DSTV–. Este párrafo proviene del Tratado del amor de Dios –de ahora en adelante, se citará también con las siglas de TAD–, donde expresa lo siguiente: “El amor personaliza cuanto ama, y cuando el amor es grande y vivo y lo ama todo, personaliza al todo, descubre que el total Todo, el Universo es Persona, […] es Conciencia, es Conciencia que sufre, y compadece al Universo consciente, le ama y descubre a Dios. Compadece a Dios y se siente por Dios compadecido, le ama y se siente amado por Él. Abriga su miseria en el seno de la Miseria eterna e infinita.” . Utilizo en el cuerpo del texto el fragmento que pertenece a DSTV porque, como se puede apreciar, introduce y desarrolla en él más cuestiones que en el TAD.
[5] . También he localizado en su Casa-Museo Unamuno de la Universidad de Salamanca la siguiente nota inédita brevísima que reproduzco y en la que se puede deducir que don Miguel apuesta por que la vida ética se viva desde el parámetro de concienciar y crear finalidad humana a todo aquello que parezca absurdo y sin sentido: “Ética / Hacerlo todo consciente, dar finalidad humana al universo si no la tiene”. CMU, 68/15, p. 77 (nota inédita).
[8] “Y aquí tenéis el precepto supremo que surge del amor a Dios y la base de toda moral: [¡]entrégate por entero; da tu espíritu! Este es el sacrificio de vida.” Ibid., p. 597. La misma idea aparece en DSTV, donde en esta ocasión sí matiza que hemos de dar nuestro espíritu para salvarlo, eternizarlo: “El precepto supremo que surge del amor a Dios y la base de toda moral es esta: entrégate por entero; da tu espíritu para salvarlo, para eternizarlo. Tal es el sacrificio de la vida.” .
[9] “Si miras al universo lo más cerca y lo más dentro que puedes mirarlo, que es en ti mismo; si sientes y no ya solo contemplas las cosas todas en tu conciencia, donde todas ellas han dejado su dolorosa huella, llegarás al hondón del tedio, no ya de la vida, sino de algo más: al tedio de la existencia, al pozo del vanidad de vanidades. Y así es como llegarás a compadecerlo todo, al amor universal.” . Esta idea proviene del .
[10] Para completar la información, véase A. Aparicio Marcos, "Los fundamentos de la filosofía de la intersubjetividad en la obra de Miguel de Unamuno: más allá del sentimiento trágico de la vida", en .
[14] Para más información sobre el manuscrito de Mi confesión, consúltese el estudio completo de . De igual modo, es menester acudir al siguiente artículo de la misma autora: A. Villar Ezcurra, “La búsqueda de la fama según Miguel de Unamuno. Erostratismo y generosidad en su escrito .
[16] En este sentido, estimo que don Miguel camina casi al mismo son que Boecio, en La consolación de la filosofía, cuando trata las nociones de gloria, vanagloria, fama y su consecuente ansia por dar a conocer el nombre. Seguramente tuvo presente esta obra de Boecio y la trabajó con rigor. En ella, se encuentran ciertas reflexiones que recuerdan a nuestro autor: “[…] la fama de un hombre, por mucho que se perpetúe, si se compara con la eternidad interminable, se ha de estimar no solo pequeña, sino totalmente inexistente” o “¿Qué les puede quedar, entonces, a esos hombres importantes […] que buscan fama en vez de virtud? ¿Qué, repito, les puede quedar de una fama perecedera, una vez que el cuerpo haya sido disuelto por la muerte? Pues si todo el hombre muere en cuerpo y alma (algo contrario a nuestros principios), la fama queda reducida a nada, ya que la persona a quien se le atribuye ha dejado de existir. Pero si un alma bien consciente de sí misma, libre de su cárcel terrena, se dirige al cielo, ¿no despreciará todo lo de este mundo al gozar del cielo y se sentirá feliz por haber dejado la tierra?” .
[20] . En TAD y DSTV hace uso de la expresión “inmortalidad aparencial” en vez de “inmortalidad apariencial”. Cf. , y .
[21] “Tremenda pasión esa de que nuestra memoria sobreviva sobre el olvido de los demás si fuere preciso.” . La misma idea aparece también en .
[24] “Moral / La avaricia y cómo nace del hambre, del amor de sí, del egoísmo, y la prodigalidad naciendo del instinto de perpetuación del apetito específico. La avaricia espiritual o envidia.” CMU, 68/15, p. 136. Nota “Moral” (nota inédita).
[28] Para introducirse en una interpretación diferente y complementaria a la que ofrezco acerca de la concepción unamuniana del erostratismo, consúltese ; ; . De todas ellas destaco la interpretación de Álvarez Castro, la más afín a la perspectiva que presento, quien diferencia dos formas de erostratismo: el “erostratismo egotista” y el “erostratismo egoísta”. El primero es una necesidad de orden existencial que obliga a la persona a luchar por su perpetuación. La base de este erostratismo es la preponderancia del yo en beneficio general, de modo que cuando nos movemos desde él ofrecemos a los demás nuestro espíritu vertido en las propias obras que realizamos. Por su parte, el segundo es el “exhibicionismo impúdico y narcisista” que se vincula con el literatismo, que se fundamenta en la preponderancia del yo en beneficio propio y destaca por “fortalecer un ego carente de confianza en sí mismo a través de un reconocimiento material inmediato”. .
[30] La extensión del analfabetismo en España fue una lacra en aquel entonces, lo que impulsó que Macías Picavea, Giner de los Ríos o el mismo Miguel de Unamuno, entre otros, denunciasen constantemente este hecho e intentaran solventarlo. Además, como advierte Alicia Villar Ezcurra, en el año 1900, España padecía una tasa de analfabetismo de un 63% de la población, mientras que en otros países europeos como Francia era de un 24%. Cf. Nota a pie nº 12 del “De la enseñanza superior en España” en .