POLANYI, Karl: La naturaleza del fascismo, traducción de Fernando Soler, Virus Editorial, Barcelona, 2020, 253p.
César Ruiz Sanjuán
POLANYI, Karl: La naturaleza del fascismo, traducción de Fernando Soler, Virus Editorial, Barcelona, 2020, 253p.
Agora. Papeles de Filosofía, vol. 41, núm. 1, 2022
Universidade de Santiago de Compostela
César Ruiz Sanjuán
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Recibido: 05/04/2021
Aceptado: 12/04/2021
La obra de Karl Polanyi resulta de una importancia decisiva para comprender nuestro mundo actual, pues gran parte de los fenómenos sociales y políticos de la primera mitad del siglo XX de los que fue testigo y analizó con extraordinaria lucidez han vuelto a emerger en las últimas décadas en configuraciones renovadas. La dimensión del pensamiento de Polanyi que ha experimentado una recepción más amplia ha sido posiblemente su crítica a la sociedad de mercado y al liberalismo económico como teoría ideológicamente funcional para la misma. Con ello se encuentra íntimamente conectado su análisis del fascismo como resultado del antagonismo entre la democracia como forma política y el capitalismo como sistema económico, una vertiente de su producción teórica que está recibiendo una atención creciente en la medida en que se constatan en nuestras actuales sociedades neoliberales preocupantes derivas políticas que apuntan inequívocamente en la dirección del fascismo.
En este contexto, hay que destacar la publicación en la editorial Virus del libro La naturaleza del fascismo, una recopilación de textos de Polanyi sobre el fenómeno fascista procedentes de distintas épocas, seleccionados y traducidos por Fernando Soler. De los escritos recogidos en el volumen, quince fueron publicados en su momento en diferentes medios, mientras que los otros catorce que completan el volumen son textos que no fueron publicados en vida de Polanyi, extraídos en este caso del Karl Polanyi Digital Archive. La edición se acompaña de dos anexos, uno en el que se describe este archivo y otro en el que se da noticia de la procedencia de los textos. La ordenación de estos se realiza siguiendo un criterio cronológico, que abarca desde 1923 hasta comienzos de la década de 1940, si bien la mayor parte de los textos que componen la selección pertenecen a los años treinta, en los que alcanza su punto álgido el fascismo alemán, que es la conformación del fenómeno fascista en la que se centran fundamentalmente las reflexiones de Polanyi.
El fascismo es entendido por Polanyi como una revolución política que aniquila todas las instituciones del liberalismo con el fin de que la clase capitalista siga conservando el poder económico tras la devastadora crisis del orden liberal que tuvo lugar en el periodo de entreguerras. En este sentido, constituye una respuesta a las convulsiones económicas y sociales derivadas de la crisis que amenazaban con abolir el sistema capitalista: “El fascismo es esa forma de solución revolucionaria que mantiene al capitalismo intacto” (El fascismo y la terminología marxista, p. 70). Polanyi considera que la verdadera razón de ser del fascismo es conservar en funcionamiento el sistema económico vigente, para lo que tiene que efectuar la ruptura más profunda del sistema social que ha tenido lugar desde las grandes revoluciones modernas. Se produce así “un cambio completo en la base de la sociedad, pero sin afectar al sistema económico” (Sobre la situación alemana, p. 203). Esto pone de manifiesto que la sociedad liberal de mercado no es el único hábitat posible para el desarrollo del sistema capitalista, como sostiene el liberalismo, sino que el capitalismo puede desarrollarse también en sociedades fascistas totalitarias.
Las clases propietarias se echaron en brazos del fascismo cuando constataron cómo la profunda crisis económica que estaba teniendo lugar empujaba al pueblo a reclamaciones democráticas que ponían en peligro su posición de clase. La burguesía apoyó la democracia mientras la pudo utilizar a su favor, pero cuando se convirtió en una amenaza para ella no dudó en avalar la subversión de la institucionalidad democrática que suponía el movimiento fascista. Con ello se hizo patente la “incompatibilidad mutua entre democracia y capitalismo” (La esencia del fascismo, p. 135), que se habían presentado juntos durante el periodo histórico anterior, produciendo la ilusión de que eran los lados político y económico respectivamente del mismo proceso, algo que quedó desmentido cuando la economía de mercado entró en una crisis incontrolable. En este contexto, se produjo la alianza estratégica entre las clases burguesas y el fascismo con el fin de asegurar la pervivencia del sistema capitalista, lo que llevó a desplegar todos los dispositivos ideológicos para extirpar de raíz cualquier dimensión democrática de la sociedad: “La doctrina política y la teoría del Estado características del fascismo no son, en síntesis, nada más que la eliminación del pensamiento democrático, de las instituciones democráticas, de las formas sociales, políticas y económicas de la civilización democrática” (Contrarrevolución, pp. 40-41).
Este carácter demofóbico del fascismo es, en definitiva, una manifestación de lo que ya estaba presente en el sistema capitalista en su anterior configuración histórica, como pone claramente de manifiesto el análisis de Polanyi: “El fascismo es simplemente el más reciente y más virulento estallido del virus antidemocrático que era inherente al capitalismo industrial ya desde sus comienzos”, puesto que las clases dominantes han percibido siempre que la democracia “podría eventualmente llevar a un ataque contra el sistema de propiedad privada del que se benefician” (El virus fascista, p. 219). En efecto, lo que realmente temían las clases capitalistas era la llegada del socialismo al poder por vía democrática, un escenario que se hacía cada vez más plausible dada la profundidad de la crisis estructural experimentada por el orden liberal. Por ello apoyaron la instauración de un régimen dictatorial dirigido a aniquilar la legalidad democrática: “El fascismo es un movimiento político contra la democracia, porque la democracia en sus condiciones modernas, especialmente en una crisis, tiende hacia el control social de los medios de producción (es decir, la propiedad pública de los medios de producción)” (La filosofía y la economía del fascismo, p. 146). Y lo que hizo el fascismo fue precisamente suprimir todas las instituciones políticas que representan a la ciudadanía para garantizar que las clases capitalistas mantuvieran el poder sobre los medios de producción. De este modo, en el Estado fascista “se mantendría el actual sistema de propiedad, pero las instituciones representativas sobre bases democráticas serían abolidas, eliminando, por tanto, cualquier influencia de la clase obrera sobre la legislación” (¿Qué es el fascismo?, p. 73).
A pesar de la retórica anticapitalista que mantuvo el movimiento fascista en su fase de ascenso al poder, nunca actuó contra las relaciones de propiedad vigentes ni contra ningún otro elemento del sistema capitalista. Se trataba de declaraciones puramente demagógicas utilizadas con el fin de atraer a las masas, y que desaparecieron tan pronto como el fascismo alcanzó el poder. En todo momento el fascismo se situó del lado de las clases capitalistas y laminó las conquistas sociales de las clases trabajadoras, ya que suponían una traba para el proceso de acumulación de capital. Esto resulta particularmente válido en el caso del fascismo alemán, que a pesar de su denominación de “nacionalsocialismo” no se dirigió nunca contra los intereses de los capitalistas, aunque en la fase de lucha por el poder pudiera parecerlo: “Mientras se trata de combatir a los nacionalistas alemanes en el terreno político, el nacionalsocialismo recurre a una fraseología verdaderamente bolchevique”, pero “una vez eliminado el adversario, se apropia con toda tranquilidad de la política económica que había previamente combatido” (Hitler y la economía, p. 49). El nazismo efectivamente aplastó a las organizaciones políticas y sindicales de los trabajadores para erradicar la amenaza que implicaba el movimiento obrero en el contexto de la devastadora crisis económica y social, implantando un poder totalitario del que las clases capitalistas fueron las principales beneficiarias. Se produce así una simbiosis entre ambos, estableciéndose una forma de economía que “no esté dirigida por un Estado democrático hostil a los empresarios, sino por los propios capitalistas que gobiernan las corporaciones económicas” (Las premisas espirituales del fascismo, p. 29).
Puesto que la democracia tiende a salvaguardar los derechos de los individuos restringiendo la libertad económica si es necesario para ello, y en el límite puede llegar incluso a la instauración de un sistema socialista, el fascismo se propuso como fin suprimir toda forma política democrática y establecer un orden social en el que “los seres humanos son considerados como productores, y únicamente como productores” (La esencia del fascismo, p. 137). En este proceso de progresiva deshumanización resulta cancelada la dimensión política de los individuos, que cesan de tener capacidad de decisión alguna y dejan así de suponer una amenaza para el sistema capitalista. En el régimen totalitario que instaura el fascismo queda abolida la política como tal, consumándose con ello el proceso de atomización propio de la sociedad capitalista, en la que tienden a suspenderse todas las formas de conexión social que no sean las que tienen los individuos en tanto que productores de mercancías. La tendencial destrucción de todas las instituciones sociales que implica el capitalismo genera así una sociedad de individuos atomizados que constituye como tal la condición de posibilidad del fascismo. En una sociedad en la que se ha triturado de este modo el tejido social puede encontrar más fácilmente apoyo en las masas un proyecto que se presenta como la reconstrucción de una comunidad plena, aunque en la práctica lo que tiene lugar es la anulación definitiva de los individuos como sujetos políticos: “La diferencia entre el fascismo y otros movimientos antidemocráticos a la antigua usanza es que el fascismo busca basarse en las masas. Este es el aspecto completamente nuevo del fascismo: un violento movimiento de masas ¡que tiende a privar de derechos a las mismas masas!” (La filosofía y la economía del fascismo, p. 146).
El fascismo es comprendido por Polanyi como una forma de revolución política de carácter reactivo que tiene como objetivo detener el desarrollo del socialismo, entendiendo este como una forma de revolución social cuyo fin es alcanzar una sociedad verdaderamente democrática. Se trata de dos vías revolucionarias alternativas que se activan como consecuencia del colapso del orden liberal: “Es la crisis del capitalismo en su forma liberal; tenemos que o pasar a una forma corporativa o proceder a una extensión de la democracia a la sociedad en su conjunto, incluyendo la esfera industrial, es decir, el socialismo” (La filosofía del fascismo, p. 154). De manera que mientras que el fascismo aspira a la eliminación de toda forma democrática de la sociedad, el socialismo pretende expandir la democracia desde la política a la economía, haciendo que la entera sociedad quede regida por mecanismos democráticos. Únicamente en una sociedad socialista podría instaurarse, por tanto, una auténtica democracia que englobase también el sistema económico, frente a la forma limitada en la que presenta necesariamente en el capitalismo, en tanto que al ser opuesta al sistema económico sólo puede mantenerse en condiciones favorables: “En las modernas condiciones industriales, la democracia no puede seguir existiendo más que en una economía socialista” (No hay “alternativa cristiana”, p. 202).
La otra cara del carácter radicalmente antidemocrático del fascismo es su antindividualismo, que constituye un elemento central de todas las formas de pensamiento fascistas. Con ello el fascismo ataca la raíz misma del cristianismo, pues para Polanyi “las bases de la consideración cristiana del ser humano y de la sociedad radican en lo que denominaremos el «individualismo cristiano»” (Fascismo y cristianismo, p. 140). Esto convierte al fascismo en el mayor peligro que haya experimentado la civilización occidental, al atentar contra el estrato más profundo de su tradición espiritual. El fascismo tiende forzosamente a demoler la herencia cristiana en este sentido, ya que supone el obstáculo fundamental para que los ideales fascistas puedan ser realizados. La negación del valor irreductible de la individualidad integra precisamente uno de los elementos constitutivos de la dimensión totalitaria del fascismo, que considera a las personas como piezas intercambiables de un sistema en el que operan únicamente como productores. Sólo anulando la individualidad como valor esencial sobre el que se basa la cultura occidental se podrá eliminar la democracia, que para Polanyi tiene su procedencia también en el cristianismo: “Considerando su origen ideológico, la democracia no es otra cosa que una herencia de las enseñanzas cristianas de libertad e igualdad; la libertad política en la democracia es inconcebible sin el previo desarrollo cristiano-occidental” (Las premisas espirituales del fascismo, p. 28). Estas ideas, que tienen su completo reverso en la doctrina fascista, encuentran su desarrollo consecuente en la concepción socialista, por lo que entre el fascismo y el socialismo se establece una oposición radical que los empuja a enfrentarse ineludiblemente. Y en tanto que el socialismo constituye la plena consumación del legado cristiano, el fascismo tiene que destruir este legado si quiere vencer al socialismo: “Con vistas a luchar contra el socialismo de forma efectiva, es decir, con cierto grado de certidumbre, el fascismo tiene que atacar al socialismo en sus raíces políticas y morales, y es en esta línea de ataque que está llamado a chocar contra el cristianismo mismo” (El Estado y el individuo en el fascismo, p. 79).
ISSN: 0211-6642
Vol. 41
Num. 1
Año. 2022
POLANYI, Karl: La naturaleza del fascismo, traducción de Fernando Soler, Virus Editorial, Barcelona, 2020, 253p.
César Ruiz Sanjuán
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César Ruiz Sanjuán
Profesor Titular Interino
Departamento de Historia de la Filosofía
Facultad de Filosofía
Universidad Complutense de Madrid
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