La presente monografía del reconocido investigador del pensamiento moderno y del idealismo alemán, Salvi Turró —originalmente publicada en catalán en el año 2011 con el título Fichte. De la consciència a l’absolut en la Editorial Omicron de Badalona (Barcelona)— es planteada, ya desde las primeras páginas que componen su introducción, como un estudio que pretende ahondar en la abstracta y especulativa filosofía de Fichte y, al mismo tiempo, destacar el valor intrínseco de un autor al que la historiografía filosófica tradicional ha enmarcado en la mayoría de los casos como mero seguidor del kantismo o como precursor de los idealismos de Schelling y Hegel. Esta intención se demuestra claramente a lo largo de la obra en las múltiples referencias a los textos del filósofo que acompañan a las exposiciones de Turró, y que lejos de reducirse a los textos más conocidos del pensador alemán, comprenden también la diversidad de lecciones, discursos y ensayos que Fichte elaboró a lo largo de su vida. Mediante este recurso, el autor logra dar voz al filósofo, singularizando su pensamiento y exponiendo también su perspectiva ante aquellos intereses sociales y políticos, de carácter más pragmático, con lo que se perfila claramente la imagen de un Fichte preocupado no sólo por las cuestiones transcendentales acerca del conocimiento y la consciencia, sino también atento a las vicisitudes de su época. Precisamente uno de los mayores logros de Turró es su capacidad para hilvanar de forma tan coherente y sistemática un texto que recoge tanto la evolución intelectual del autor como el contexto intelectual y social en el que se desarrolla, propiciando un diálogo entre ambas esferas que representa a la perfección el carácter dialógico del que Fichte pretendió dotar a toda su filosofía.
En el primer capítulo, titulado «La formación del filósofo», se expone y analiza el recorrido del joven Fichte desde su ingreso en el año 1774 en el seminario pietista de Pforta hasta su incorporación como docente a la Universidad de Jena, donde ejercerá desde 1794 a 1799. El apartado resulta especialmente útil en la medida en que no sirve solamente de introducción a las ideas del autor, sino también como exposición general del panorama intelectual de la época sobre cuyo trasfondo Fichte comienza a gestar aquella disciplina propia que definirá toda su filosofía posterior: la Doctrina de la Ciencia. Algunos de los sucesos comentados en el capítulo son la controversia en torno al Anti-Goeze de Lessing, la polémica del spinozismo, el impacto de la Revolución Francesa y, por supuesto, la difusión de la filosofía kantiana. El estudio y la discusión de las ideas de Kant proporcionará al joven Fichte la solución a muchas de las inquietudes que le habían llevado de pleno al cultivo de la filosofía, dando lugar a su temprano reconocimiento como una de las principales promesas intelectuales del momento.
El segundo capítulo, «La consciencia como fundamento», registra el motivo principal que llevó a Fichte a la elaboración de una filosofía bajo el nombre de «Doctrina de la Ciencia»: la búsqueda de un fundamento sólido que fuese capaz de salvar a la filosofía de los errores del dogmatismo precrítico, redimiendo a la vez los meritorios pero también infructuosos intentos de los primeros kantianos por elevar el edificio crítico a la verdadera categoría de sistema. La misión de la filosofía es, desde la perspectiva de Fichte, dar cuenta en primer lugar de la facticidad de la experiencia entendida como vida y humanidad, lo que permitiría a continuación abordar filosóficamente el resto de los ámbitos concretos de nuestra existencia. A partir de aquí, gran parte del capítulo lo dedica Turró a reconstruir el proceso del filosofar genético de Fichte, que, situando la actividad autorreflexiva de la consciencia —el «yo»— como aquel buscado fundamento, y en relación siempre limitante con aquello otro a lo que se dirige esa reflexión —el «no-yo»—, es capaz de deducir tanto la actividad de la inteligencia como la praxis mundana.
El tercer capítulo, «Filosofía práctica», aborda la dimensión política y moral que Fichte deriva de su doctrina sobre la consciencia. A partir de las cuestiones tratadas en el capítulo anterior, como el reconocimiento de la necesidad de la intersubjetividad y de la corporalidad que Fichte cifra como esencial para el libre actuar de los individuos, Turró va deduciendo aspectos de la filosofía del alemán como los relativos al ideal fichteano de la propiedad, el gobierno del Estado y el derecho internacional, de marcada orientación kantiana. Desde el ámbito del derecho el autor transita al ámbito de la moralidad: el deber moral consistiría en la necesidad de contribuir a preservar la vida y la autonomía del otro en la medida en que sólo gracias a él somos capaces nosotros mismos de reconocer nuestra propia libertad y autonomía. Finalmente, la última parte del capítulo está dedicada a la cuestión acerca de cómo a partir de esta concepción de la moralidad Fichte plantea la idea de un Dios entendido como puro actuar, garante de nuestra libertad, en un sentido muy próximo aunque sutilmente distinto a aquella potencia causal de la naturaleza del spinozismo.
El cuarto capítulo, titulado «Polémicas y replanteamientos», sirve como tránsito hacia aquello que Turró denomina como «segunda navegación», y que debemos entender, según indica el autor, no tanto en el sentido platónico sino en relación con la metáfora kantiana de la «isla de la verdad»: una vez cartografiadas las estructuras transcendentales definidas en la Doctrina de la Ciencia, es momento de orientar el rumbo hacia las aguas ignotas que la rodean, abordando el problema de la inaccesibilidad de lo absoluto divino y la encarnación de este en el ámbito de la historia y la política. Turró recoge en este apartado los principales temas de debate entre Fichte y los seguidores de su sistema, como Schiller y su filosofía estética, la incipiente escuela romántica —con especial atención a la llamada filosofía de la identidad de Schelling— y, por último, quizá uno de los episodios más llamativos dentro de la historia de la filosofía clásica alemana: la polémica del ateísmo, que lo enfrentará con aquel Jacobi crítico de Lessing y supondrá, así mismo, su salida de la Universidad de Jena en el año 1799.
A partir del quinto capítulo, «Regreso al fundamento: lo absoluto», Turró profundiza en las tesis desarrolladas por Fichte en aquella «segunda navegación». Tras el período de Jena, surge un segundo Fichte que, partiendo invariablemente de lo establecido en su Doctrina de la Ciencia, se enfrenta al problema de lo absoluto divino por medio de la filosofía transcendental y la estructura constitutiva de la consciencia que a través de ella se despliega. Lo absoluto divino se situará allá donde el saber se agote y alcance su límite, como forma misma de este saber que se manifiesta a partir de lo concebible del acto de la consciencia. Si Dios ha de poder ser pensable, esto es imposible en sí mismo, siempre que queramos evitar las concepciones dogmáticas y sustancialistas; lo único que podemos decir acerca del absoluto buscado por Fichte traerá de vuelta viejas concepciones que se asemejan a las doctrinas neoplatónicas: Dios es la luz que emana y que hace comprensible el mundo, siendo todo una imagen de él mismo que, sin embargo, no se corresponde con su absoluta unidad sino con la consciencia de la pluralidad en la que se disocia, esto es, con el mismo acto de autocomprensión que se da a través del ejercicio cognoscitivo, tal y como ya había señalado Fichte en las anteriores formulaciones de la Doctrina de la Ciencia. La exposición de todas estas tesis requiere sin duda de una mayor profundización, y es un logro que Turró haya sabido recogerlas y documentarlas de modo tan claro y ordenado como lo hace en este capítulo.
El sexto capítulo de esta monografía lleva por título «Entre el derecho y la política». Continuando con las tesis fichteanas posteriores a 1799, Turró explora en este apartado las consecuencias de aquella visión de Dios y lo absoluto en los ámbitos jurídico y moral. Si la actividad práctica y cognoscitiva del ser humano se realiza a imagen de lo divino, tanto más importante será ahora establecer los principios prácticos de nuestra libertad teniendo en cuenta, como ya había establecido Fichte durante su período en Jena, que esta sólo puede realizarse intersubjetivamente. Destaca en este capítulo la atención a las ideas presentadas por el filósofo alemán en su Doctrina del Derecho de 1812, donde se retoman cuestiones como la del control estatal del trabajo y de la propiedad, pero ahora desde una perspectiva que para algunos resultará sorprendente en este filósofo: la de la economía política, que lleva a Fichte a elaborar su propia teoría del valor de cambio y del control público del mercado. Más allá de estos temas, en el capítulo también se introduce la cuestión de la nación y la educación en un contexto en el que Fichte plantea diferentes ideas para la resignificación del pueblo alemán frente a la invasión napoleónica de los territorios germánicos durante la primera década del siglo XIX.
El séptimo y último capítulo del libro se titula «Historia y cristianismo». En él, Turró abarca tanto las reflexiones sobre filosofía de la historia de Fichte como su visión del cristianismo en el desarrollo de la cultura. Para el filósofo, la historia se presenta como un desarrollo de nuestras facultades dirigido hacia la realización en el mundo de los intereses de la razón y la libertad. La filosofía de la historia de Fichte parte de un horizonte transcendental que no trata de determinar, sino más bien de interpretar los sucesos de la realidad fáctica. A su vez, esta comprensión del desarrollo histórico se complementa con la visión fichteana de la historia como divida entre el mundo antiguo de la fe y el mundo nuevo de la razón y el cristianismo: mientras que en el primero la política y la religión se imponían a través de la obediencia pasiva y la coacción, el mensaje cristiano anunciado en el segundo anima a la realización intersubjetiva de la libertad y al conocimiento de uno mismo. Recuperando hacia el final de su vida la misma problemática que lo inició en el terreno filosófico, Fichte pretende, y así lo expone Turró, armonizar una cierta visión del mensaje cristiano —de tipo joánico— con el objetivo de su propia doctrina. Frente a autores como Hegel, quien veía en la época actual la consumación de lo absoluto, Fichte acude a una escatología de corte cristiano en la que resalta el potencial de infinita aproximación a un ideal que, sea visto desde el punto de vista religioso, político o moral, es alcanzable solamente en tanto que imagen o manifestación, pero nunca como absoluto en sí, ya que de otra forma se desvirtuaría aquella perspectiva transcendental que nunca abandonó.
El volumen termina con un apartado dedicado a la herencia de Fichte en la obra de tanto sus contemporáneos como de los pensadores inmediatamente posteriores a él, la mayoría de los cuales constituyen lo que hoy en día se considera como la filosofía clásica alemana. Turró reivindica la particularidad y actualidad de la filosofía fichteana, la cual, a pesar de su carácter altamente especulativo, consigue realizar el camino de vuelta a la vida inmediata y a las cosas al comprender que la libertad humana y su relación con lo absoluto acaban por definir al ser humano no como aquello que es, «sino que ha de ser» (p. 250). La obra incluye un índice temático y onomástico, así como una extensa descripción del estado de los estudios sobre el pensamiento de Fichte, en los que se indican las principales obras de autores e intérpretes en alemán, francés e italiano, tanto anteriores como posteriores a la edición completa y crítica de sus obras de 1962. A pesar de que, como indicamos al principio, exista una versión anterior en catalán, cabe afirmar que los estudios fichteanos en lengua castellana se beneficiarán sin duda alguna de una obra tan clara como instructiva, útil no solamente para los expertos sino también para quienes deseen adentrarse en el pensamiento de uno de los mayores exponentes del idealismo alemán como es Fichte.