1. Introducción
A tenor de las recientes publicaciones sobre el cinismo en el mundo anglosajón, con la polisemia inherente al término, se pone de manifiesto la actualidad de un campo de estudio más que prolífico. Dichas publicaciones reflejan la misma diversificación de enfoques desde los que se ha abordado el estudio del cinismo en el mundo anglosajón durante los últimos treinta años. El objetivo de este trabajo será crear una clasificación a partir de las tendencias o enfoques observables en la literatura dedicada al cinismo, así como problematizar y exponer cada uno de esos enfoques, cuyo origen se remonta a la traducción al inglés en 1987 de la Crítica de la razón cínica de Peter Sloterdijk. Este trabajo realiza una revisión desde finales de los ochenta hasta la actualidad. Así, proponemos dividir la literatura resultante en tres enfoques principales tomando como punto de partida el uso (praxis lingüística) que se hace del controvertido concepto del cinismo y del cínico como figura antigua (filosofía) o contemporánea. En primer lugar, siguiendo la línea sloterdijkiana, se encuentran los estudios que rechazan el cinismo moderno por su carácter corrosivo tanto para la sociedad actual como para los futuros proyectos de cambio: el cinismo como diagnóstico. En segundo lugar, aparecen los estudios que abogan por un cinismo moderno mesurado, una forma de libertad de expresión útil para recalibrar los valores democráticos de un proyecto ilustrado imperfecto pero presente: un cinismo crítico. Por último, hallamos las propuestas más atrevidas y actuales que defienden el cinismo moderno como una hiriente y desvergonzada actitud nihilista necesaria para cualquier época, un producto de la evolución de la antigua filosofía, su descendiente lógico en nuestros días; dicho de otro modo, puede que el cinismo moderno tenga mucho que ver con el antiguo y puede que también tenga importantes cosas que decir de nosotros y de nuestra sociedad.
En cuanto a la categorización de dichos enfoques para su exposición, si bien es cierto que se han ido desarrollando, desde el punto de vista cronológico, de manera bastante lineal y acorde con los sucesos sociales, encontramos obras que se encuentran a caballo entre unos y otros enfoques o momentos donde se produce una notable polifonía. De modo que hemos optado por dividir obras y enfoques a partir del uso que se hace del problemático concepto de cinismo.
Así pues, a lo largo de las siguientes páginas, expondremos las obras más relevantes de cada enfoque, el porqué de la aparición de ellas y el contexto sociopolítico y económico en el que se inscriben para intentar explicar los distintos cambios de tendencia en el fenómeno cínico.
2. La recepción de Sloterdijk y el concepto de cinismo
2.1. La razón cínica sloterdijkiana
En otoño de 1984, en la Universidad de Duke, aparece una primera traducción al inglés del primer capítulo de la obra —“el ocaso de la falsa conciencia”—, dedicado por entero a la explicación del cinismo moderno. Dicha traducción está coordinada por Michael Eldred (), quien advierte en ese primer texto que está elaborando una traducción de la obra al completo para la University of Minnesota Press. Unos años después, en 1987, ésta sería publicada. Tal y como demuestran las diversas reseñas, el texto tuvo una gran acogida. Inspiradas por su frescura, comienzan a escribirse no pocas obras que, centradas en esos dos primeros capítulos, se posicionan directamente contra el fenómeno del cinismo moderno, inaugurando así un fecundo campo de estudio originado en la recepción anglosajona de la razón cínica.
La fructífera literatura norteamericana sobre el cinismo tiene una fuerte conexión con la tradición europea, cuyos textos más relevantes provienen de la filosofía alemana del siglo xx. La pasión por el cinismo de Nietzsche provenía, en efecto, de sus profundos estudios filológicos de la obra laerciana, pero también de Goethe y Schlegel (). El interés del autor de La Gaya Ciencia por la filosofía cínica llegaría a ser tan profundo que incluso intentó ponerlo en práctica durante sus últimos años (). El cinismo, desde Nietzsche, recorrería el pasado siglo a través de las obras de importantes y controvertidos pensadores como , o hasta llegar a ), de notable influencia en Peter Sloterdijk para realizar la que ha sido considerada la mejor obra escrita sobre el cinismo en ese siglo, La crítica de la razón cínica.
El texto de Sloterdijk, de 1983, describió su momento como un tiempo cínico, un momento de crisis, como lo había sido la República de Weimar, un estado proclive al surgimiento de una actitud vital reinante, el cinismo moderno —Zynismus—, un estado generalizado de prepotencia desvergonzada del poder y conocimiento desconsolado de las masas. A este despreciable cinismo, Sloterdijk le opuso el quinismo de Diógenes, la carcajada, el enfrentamiento materialista y antiteórico de un personaje que vendría a recuperar el espacio perdido en detrimento de la seriedad y la falsa autorreflexión de los nuevos discursos.
La recuperación sloterdijkiana de Diógenes (el quinismo —Kynismus—) debe mucho, por tanto, a la tradición alemana de la que fue tan crítico. Sloterdijk parte de Niehues-Pröbsting y de su énfasis en la comedia como elemento primordial del quinismo. De Tillich recupera la proposición binaria de carácter existencialista, al igual que de Klaus Heinrich. De este último, hecho poco señalado, se nutre bastante su definición de cinismo moderno —Zynisch—: “el cinismo es conocimiento no consolatorio” (). Sin embargo, y en eso se centraron las publicaciones inmediatamente posteriores a su obra, lo que a todos fascina de Sloterdijk es la capacidad de unir esta definición no sólo con la Ilustración, sino con todos los estratos de la sociedad para conseguir presentar el fenómeno como un diagnóstico muy efectivo de su momento; el cinismo es el resultado de la Ilustración fracasada y exitosa al mismo tiempo, y con Ilustración nos referimos al desvelo, al conocimiento crítico de la realidad. A continuación, veremos cómo las tres definiciones que nos ofrece el filósofo alemán revelan las operaciones de la conciencia, primero de la sociedad, después del poder y finalmente de la anquilosada izquierda progresista de su momento.
Primero, el cinismo es el conocimiento no consolatorio, ese que se topa a diario con el optimismo provocando la decepción constante de aquel que ahora es capaz de observar las cosas tal y como son. Por tanto, como señala Baquero Gotor, “el cínico opta por una postura conservadora mediante una vuelta voluntaria a las falsas apariencias, que le evitan tener que enfrentarse a la incertidumbre de esa nueva realidad que se presenta ante él” (). Esta neurosis se apodera de la sociedad trabajadora, que es capaz, sin embargo, de acudir cada día a trabajar, sufriendo una constante decepción (2003, p. 39). Así pues, en palabras de Pajón Leyra, el cínico es “un fenómeno de masas, inserto en las masas y movido por las masas sociales que componen nuestro momento cultural” (). Segundo, el poder —los cynical masters— ha aprendido algo muy valioso del proceso ilustrado: el saber es poder, de modo que son conscientes de la falsedad de sus proposiciones y discursos, pero aun así continúan con la farsa. Ahora, sabedores de las estrategias de la crítica, las emplean para oprimir la conciencia quínica; “así completan la definición perfecta de (z)cinismo” (). Pero aún nos queda una última definición, porque la tercera forma de cinismo se extiende a otras nociones del poder y la represión. Hablamos de la izquierda institucionalizada, los tótems intelectuales otrora revolucionarios. Ese cinismo de naturaleza intelectual está caracterizado por actuar en connivencia con el poder a través de la creación de una intersubjetividad moral (). En otras palabras, afianzada en las instituciones universitarias y políticas, la izquierda alemana ha aceptado los márgenes propuestos por el poder, lo que supone una legitimación acordada de la opresión de toda manifestación subversiva (del quinismo). Así, izquierda, derecha, sociedad y poder conviven cínicamente en un espacio de opresión en el que sólo la desvergonzada micción del quínico Diógenes es capaz de romper la baraja.
2.2. El concepto de ‘Cynicism’
En el ámbito estadounidense, la distinción entre ambos cinismos se consagra a partir de la recepción de Sloterdijk, encontrando su correlato en la distinción del inglés Cynic/cynic, por lo que ambas tradiciones (inglesa y alemana) quedan inexorablemente unidas. La Crítica convenció a sus lectores no sólo por su abrumadora prosa y descaro, sino también porque consiguió describir con claridad una distinción binaria que ya existía en la lengua inglesa desde el siglo xix . En 1950, el filólogo alemán Franz Dornseiff, en su Die griechischenWörter im Deutschen, había estudiado la evolución de numerosos términos antiguos hasta sus usos en la modernidad; por supuesto, el cinismo fue uno de ellos (). Señalaba allí la particular forma en que la palabra había invertido o desdoblado su significado hasta adquirir uno muy diverso al original. El cínico había sido el filósofo perteneciente a la escuela de los cínicos, pero este término varió tanto en su significado que incluso la palabra terminó por diversificarse también en su ortografía alemana durante el siglo xix. Años atrás, Goethe había querido desmarcar a su querido Diógenes del giro negativo que estaba experimentando el vocablo proponiendo ‘diogenismo’ para referirse al cinismo antiguo (). Paul Tillich, figura relevante para los estudios sobre el cinismo en el siglo xx, se convirtió en un pionero al utilizar la distinción zynisch/kynisch () para diferenciar una actitud existencial creativa (el cinismo antiguo) de una actitud existencial no creativa y perniciosa (el moderno); este uso binario fue mantenido por Sloterdijk, un apóstata de la tradición alemana, pero heredero al fin y al cabo de ella.
No sólo la lengua alemana presenta una variación tipográfica para establecer una dicotomía que muchos creen necesaria. En inglés, aparece de forma muy clara la oposición binaria al utilizar la mayúscula y la minúscula con el objetivo de poner tierra de por medio. Así, Cynic es el filósofo antiguo, mientras que cynic es una actitud existencial y psicológica de carácter corrosivo; el cínico (con minúscula) es un descreído y desvergonzado antisocial.
Así las cosas, el cinismo, el cínico (con minúscula), presenta en su descripción algunos matices según cada lengua. En español, se caracteriza por una genuina mezcla de falsedad y descaro. En alemán se enfatiza su carácter desvergonzado, hiriente y burlón, pero también su matiz áspero y crítico. Pero es en inglés donde la palabra centra su actividad en su posición frente a la sociedad. El cynic es un pesimista, un escéptico y sarcástico censurador de los grandes discursos y de las bondades del ser humano; aborrece de la sociedad, es una persona que no considera nada ni a nadie como sagrado; pero también se adentra profundamente en su psicología (); proyecta sobre los demás su desconfianza al creer que todo el mundo está interesado sólo en sí mismo.
A pesar de estos matices vernáculos, al referirse al cinismo moderno, todas las lenguas coinciden en la capacidad de la palabra para descalificar y censurar a alguien; adquiere un cariz retórico contundente a la hora de conseguir tachar la opinión de una persona e invalidarla para el debate. Nietzsche se dio cuenta de esto bastante temprano, el uso social de la palabra podría alcanzar o representar una posición moralista. El filósofo del martillo, azote de la moderna moral burguesa, optó por no alterar la tipografía, quizás por esa desconfianza de los discursos totalizadores y binarios.
Por último, debemos explorar qué tiene que ver todo esto con la antigua filosofía de Diógenes para así entender la relación entre el Cinismo y el cinismo. Si partimos de la Antigüedad, la filosofía diogénica, grosso modo, engloba dos proyectos: por un lado, presenta una ética, moral ascética de transparentación, definida por muchos como una reducción antropológica de las necesidades; por otro, vinculada a esa primera parte, propone un rechazo generalizado de cualquier tipo de norma o convención a través de la sátira, la burla y la ridiculización abierta. La singular naturaleza de la tradición cínica, compuesta por anécdotas cuya veracidad es discutida, aunque no su verosimilitud, lo convierte en un fenómeno de recepción sujeto a la selección interesada que se haga de ese material. Así, distintos estudiosos han intentado definir el cinismo moderno a partir del antiguo y viceversa; en otras palabras, el cinismo moderno es 1) el abandono de la parte moral o 2) el abandono de la parte satírica y burlona del primero. William Desmond, por ejemplo, definió al cinismo moderno como la crítica del cinismo antiguo que ha perdido su elemento filantrópico y emancipatorio (). Sloterdijk lo definió justo al contrario: el cinismo moderno moralista ha perdido su lúdica verdad ().
A partir de Sloterdijk y siguiendo esta perspectiva dualista, diversos autores han observado el cinismo moderno como un síntoma de decadencia, una actitud perniciosa para un proyecto social de progreso. Sin embargo, esta distinción maniquea, secundada por los textos inmediatamente posteriores a la traducción inglesa de la Razón cínica, también ha sido revisada a lo largo de las tres últimas décadas. Así, autores posteriores han discutido la catalogación del cinismo como síntoma de decadencia, así como su carácter pernicioso para la sociedad, cuestionando a su vez el proyecto de sociedad que subyace a dichas aseveraciones.
3. Cronología y enfoques
El libro de Peter Sloterdijk causó un tremendo impacto en el mundo angloparlante y, con más fuerza, en Estados Unidos. Allí, los estudios sobre política, antropología y sociedad se sirvieron de la Razón para explicar al cínico como un desequilibrado y neurótico producto del capitalismo tardío. La gran acogida del texto sloterdijkiano debe su éxito a la nítida explicación que ofrece de ese fenómeno de masas tan útil para el análisis sociopolítico.
Desde finales de los ochenta hasta finales de 2010, las publicaciones sobre el pernicioso cinismo fueron predominantes en los estudios sociales. Este era percibido como un peligro para la democracia y para el sueño americano en sí mismo, ya que promovía la desconfianza y el estatismo político e intelectual. A esta primera etapa la podemos denominar el cinismo como diagnóstico. Como veremos, incluso el vocabulario usado por los autores evoca a la clínica, se trata de una actualización del término partiendo de la terapia.
No obstante, después de años de denuncia del cinismo de la sociedad, esta postura tan continuada en el tiempo empezaría a dejar paso a otros enfoques algo más innovadores. Encontramos, entonces, un nuevo planteamiento crítico, podríamos incluso hablar de un período de reconsideración progresista liberal, que toma mucha fuerza a finales de los años 2010, concretamente a raíz del inicio de la crisis económica y continúa vigente en trabajos tan cercanos a nosotros como el de Helen Small (). Esto demuestra que el cinismo es recurrente en momentos de crisis cultural. En primer lugar, estos nuevos enfoques se preocuparon por estudiar con más rigor la relación entre ambos conceptos, Cinismo y cinismo; para ello, debían reexaminar la Ilustración, tal como lo había hecho Sloterdijk. Al hacerlo, se dieron cuenta de que el cinismo no fue sino el resultado de oponer la crítica al pensamiento dogmático, la razón al prejuicio y el progreso al inmovilismo. Por ello y en segundo lugar, empezaron a observar que se situó en el germen del incipiente pensamiento liberal protodemocrático, de modo que su exposición entendió el cinismo como algo inherente a ese liberalismo que defendían. Para estos autores, el cinismo siempre ha sido un marcador, un indicador, un seguro natural para mantener la libertad individual; por tanto, si se consigue mesurarlo o domesticarlo, puede convertirse en un instrumento útil para sus sistemas liberales representativos. Este cinismo crítico pasa a llevar a cabo un uso estratégico del término.
Finalmente, en los últimos años, han aparecido refrescantes y heterodoxos escritos esforzados en agitar conciencias, renunciando a censurar o mesurar el cinismo y su desvergonzada crítica. Estos nuevos autores abogan por recuperarlo sin cortapisas, sin academicismo y revalorizando su carácter destructivo. El cinismo se usa entonces para revalorizar los elementos constructivos presentes en ver la crudeza de las cosas. En este sentido, se han publicado obras como Cynicism de Ansgar Allen, que enlazan directamente con el nihilismo nietzschiano. En adelante, vamos a ocuparnos de cada una de esas etapas o corrientes.
3.1. Primer uso: El cinismo como diagnóstico
Desde finales de los ochenta hasta bien entrado el siglo xxi, va a predominar un enfoque: el refrescante análisis político y psicológico del cínico moderno elaborado por Peter Sloterdijk. Los distintos autores van a aplicar dicho análisis a su sociedad desde diferentes perspectivas. Para ellos, el cinismo es algo netamente corrosivo y conduce a posiciones generalizadas de apoliticismo y estatismo dentro de la sociedad; por tanto, no sólo promueve la desconfianza, sino que actúa como inhibidor del entusiasmo social por hacer del mundo un lugar mejor. El uso del término se entiende entonces desde la terapia, es una forma de diagnóstico; como en Sloterdijk, se trata de una actualización que nos habla del cinismo moderno como una actitud hipócrita, reaccionaria y agresiva. El cínico es un enfermo y el mal que padece es un descreimiento extremo. Algunos de esos libros ni siquiera hacen referencia al cinismo antiguo, algo bastante plausible teniendo en cuenta que, en primera instancia, sólo se habían traducido los dos primeros capítulos de la Crítica de Sloterdijk, dedicados por entero a la definición moderna de cinismo. Así pues, la década de los noventa se caracteriza por el surgimiento de notables ensayos, algunos de ellos bastante mediáticos, que “denunciaron el veneno cínico que infecta a la sociedad norteamericana y recomendaron de diversas formas cómo vencerlo” (). Las nuevas fórmulas de combate proponían recuperar viejos valores americanos como la esperanza, la fe, el idealismo o la benevolencia. En cierto modo, la retórica empleada tiene mucho sentido si atendemos a la definición de cinismo, pero también a su antónimo en la lengua inglesa, a saber, crédulo e ingenuo. Para estos estudiosos y analistas, el cinismo moderno es el responsable de demoler los grandes valores, tan útiles para la construcción comunitaria, en pro de un realismo pernicioso y un escepticismo cínico malsano.
Como representante de este primer enfoque podemos tomar a William Chaloupka, conocido por otros trabajos sobre el cinismo antiguo. Chaloupka publica Everybody Knows: Cynicism in America 1999, deudora, más que cualquier otro hasta el momento, del texto sloterdijkiano. A sus ojos, el problema de la sociedad estadounidense es el haberse convertido en una sociedad de descreídos e hipócritas, cínicos con minúscula. Su trabajo retoma el análisis social de oposición binaria de Sloterdijk hasta tal punto que incluso recupera su ortografía; los kynics, alborotadores y bromistas (), no sólo llevan a cabo una subversiva estrategia para enfrentar el cinismo de la elite, respaldado involuntariamente por los descreídos de la política, sino que también —y aquí difiere del Drop-out de Sloterdijk, pueden suponer un fuerte empujón para la movilización política y el voto. Para el autor, el kynic es un denunciante de las intenciones del poder, pero también un crítico (como Diógenes) de los grandes discursos de unidad del sueño americano: es un punto de ruptura y, al mismo tiempo, de refrescante autocrítica. Así pues, el cinismo es recuperado, de acuerdo con la clasificación que proponemos, como diagnóstico, pero también como terapia, un tratamiento que pasa por el cinismo antiguo como medio para sanar a la sociedad con el fin de recuperar la esperanza de antaño.
3.2. Segundo uso: el cinismo como estrategia; el cinismo crítico y el replanteamiento liberal
Asimismo, algunos escritos de principios de siglo, como los de y comienzan a allanar el paso a nuevos planteamientos. Estos autores mantienen una línea crítica contra el carácter corrosivo del cinismo moderno para la sociedad, pero añaden al menos dos cuestiones novedosas: primero, el cinismo que impregna la sociedad es un marcador de cierta salud democrática por cuanto demuestra la pluralidad de opiniones; segundo, esos descreídos pueden estar diciendo a voces que algo está cambiando y es el momento de replantearse los grandes discursos y valores de la sociedad estadounidense.
El libro de Henry Giroux Public Spaces, Private Lives: Beyond the Culture of Cynicism () es un estudio de clara transición. Presenta como novedad su atención a la institución universitaria y su alarmante despolitización. Para Giroux, la cultura y la educación disuaden al ciudadano de tomar posturas críticas, lo que provoca el absentismo democrático y la desaparición del pensamiento utópico. Como resultado de ello, se ha producido “un colapso del discurso público” sumado a una militarización estatal del espacio ciudadano (). Su obra sale a la luz en un momento convulso, la cercanía del 11-S y las nuevas políticas de Estado derivan en el surgimiento de una nueve corriente crítica. Los nuevos enfoques empiezan a atender al cinismo sin prejuicios negativos para observar al menos qué dice. Se trata de un enfoque más sutil del cinismo contemporáneo, antes visto como corrosivo, que incluye la exploración de las posibilidades inherentes a un conocimiento cínico y las formas en que éste se relaciona con la política, pudiendo derivar hacia fuerzas útiles para el movimiento social y político.
La novedad aportada por Giroux en 2001 comienza a abrirse paso en los nuevos escritos. En 2006, encontramos el ensayo de Wilber Caldwell Cynicism and the Evolution of the American Dream, otro escrito de transición. Caldwell define el cinismo moderno, primero, como una decadente evolución del cinismo antiguo y, después, como el resultado de una frustración demasiado prolongada en el tiempo. Tal y como indica el título de su trabajo, el cinismo desgasta y debilita el sueño americano; en esto no difiere tanto de trabajos anteriores. Sin embargo, es uno de los primeros autores en observar que quizás haya que replantearse los valores de los que está compuesto el sueño americano; esa idea es, ante todo, cínica ().
Así, desde finales de la década de 2000 y los primeros años de 2010, se produce un cambio en los enfoques sobre el cinismo moderno. Anteriormente, los estudios sobre el fenómeno se habían alimentado de las genuinas ideas de Peter Sloterdijk y su concepto de cinismo. Los nuevos trabajos se van a caracterizar por mostrar tres rasgos distintivos con respecto a trabajos anteriores:
- 1)
Abordan la cuestión sobre ese cinismo moderno desde el escepticismo cauteloso, intentando no apresurarse a efectuar juicios precipitados sobre su carácter pernicioso. Es una idea razonable: si el cinismo había surgido precisamente como una respuesta contra el moralismo, oponerse a él promoviendo ideales morales más elevados sólo puede suscitar un cinismo aún más férreo ().
- 2)
Con el objetivo de conocer el origen y evolución del concepto de cinismo, los nuevos autores y autoras se acercan mucho más al cinismo antiguo de Diógenes y a las recepciones en épocas modernas. Así, como deudores de Sloterdijk, fijan sus estudios en el período ilustrado y sus posterioridades. En efecto, el cinismo moderno es un concepto íntimamente ligado a los debates sobre la modernidad.
- 3)
Se proponen prestar más atención al cinismo antiguo, que había sido algo desplazado de la conversación a lo largo de los años anteriores.
El contexto político y socioeconómico en el que se inscriben estos nuevos acercamientos al cinismo tiene mucho que ver en sus planteamientos. La crisis económica de 2007-2008 obliga a repensar el papel de la democracia y el control que se debe ejercer sobre unos poderes económicos que habían estado operando a campo abierto, sin restricciones y pisoteando esos valores humanistas que evoca la constitución estadounidense. Después de tantos años denunciando la pasividad de la sociedad, la desconfianza en la política y la falta de fe en el sistema, aparece esta nueva coyuntura. Así, la nueva aproximación al desencanto parte ahora de la condescendencia y no de la denuncia moralista. Dicho de otro modo, no se podía seguir culpando a la sociedad de su desconfianza en el sistema. Así pues, los nuevos enfoques entienden las manifestaciones cínicas, lejos de ser corrosivas, como muestras evidentes de una libertad de expresión necesaria para el avance de las democracias. Por tanto, para ellos, una democracia liberal sana debe buscar las formas de incluir y movilizar políticamente tal descontento. Podemos tomar como ejemplo de este nuevo enfoque a Sharon Stanley, quien aboga por un cinismo mesurado y liberal, un cinismo moderno domesticado y entendido desde todas sus manifestaciones con el fin de ser reconducido hacia la política (). En suma, para la autora norteamericana, el análisis del cinismo no debe enfocarse directamente sobre su apartado crítico, sino que debe atender a sus pretensiones, las cuales conforman el cinismo de manera global; he aquí la forma mesurada de cinismo que será criticada posteriormente por . Stanley, como otros y otras, antes y después de ella, quiere reconducir el cinismo por los caminos liberales de la participación política tradicional.
Hasta entonces, el cinismo de masas había sido interpretado como un síntoma, responsable de la inacción política pese a producirse, casualmente, durante los períodos ultraliberales y conservadores que precedieron a los noventa. Sin embargo, a raíz del llamado Nuevo Orden, los nuevos enemigos y la guerra de civilizaciones, el cinismo empieza a ser visto de un nuevo modo; comienza una transición. Ahora, será visto como una útil herramienta para desenmascarar el discurso único. Cynicism y cynicism observan cómo sus fronteras empiezan a difuminarse; el desarrollo histórico no permite otra opción. Después de acusar durante años a la sociedad civil de inacción y desconfianza en la política, llega la crisis de 2007. Sin embargo, tal y como después señalarán los nuevos enfoques, esta postura no deja de observarlo como una desviación, un extremo necesario para conocer el recto camino, por lo que guarda estrecha relación con las aportaciones de o .
Una de las obras más citadas para hablar de cinismo, en cualquiera de sus distintas acepciones, es The Making of Modern Cynicism, de . Si se pretende reflexionar sobre qué es el cinismo, parece imprescindible conocer la evolución desde su primigenio carácter filosófico hasta su significado actual. Para comprender mejor al cínico contemporáneo, Mazella se propone rastrear esa transformación excavando en la literatura desde sus días hasta finales del siglo xviii y principios del xix, época que coincide con el “apagado de las luces”. Shakespeare, Davenant, Lyttelton, Oscar Wilde o los contemporáneos Foucault y Adorno son sus objetos de estudio. Sin embargo, el capítulo que ha recibido más atención es el dedicado a la campaña de asedio ideológico y difamación llevada a cabo (a través de apoyo y financiación estatal) por Edmund Burke contra la figura de Rousseau. Recordemos que este aspecto retórico-polémico de la vida de Rousseau y la relación con Diógenes y el cinismo ya había sido señalado por . En efecto, la tesis es la misma: la figura del cínico ha sido utilizada para infinidad de propósitos retóricos y políticos en infinidad de contextos histórico-sociales. Los ataques a Rousseau se produjeron desde numerosos frentes y por distintos temas (vida privada, enemistades filosóficas, acusaciones de moralismo). Pero, sobre todo, tuvieron en el ultraconservador Edmund Burke el adalid de la censura del ginebrino. La radicalidad ilustrada de Rousseau y la incipiente Revolución Francesa eran enemigos demasiado modernos para un defensor a ultranza de los viejos valores tradicionales. Tal y como ha demostrado una reciente tesis doctoral (), el cinismo se mantuvo presente durante los más importantes debates desde los inicios de la modernidad (). Como botones de muestra, encontramos textos dedicados al cinismo (con diferentes grados de radicalidad) en pensadores de la talla de D’Alembert, Diderot o el Marqués de Sade. Esa presencia habitual del cinismo por su carácter crítico, sumado al hecho de que la palabra sirvió a unos y otros para descalificar oponentes intelectuales, fue uno de los momentos clave en la diversificación de su significado. Asimismo, como señala Mazella, la importancia de este episodio histórico en torno a Rousseau no es cuestión baladí; se descubría un nuevo tipo de retórica ad hominem (la censura de la persona para confrontar sus ideas) extremadamente agresiva que servía a los creadores de opinión, en connivencia con el poder, para controlar la opinión pública (). De hecho, aquí va a prestar especial atención David Mazella: esta época es pionera en las formas de comunicación retórica para moldear a las audiencias; un paralelo cercano trazado por el autor es el de Richard Nixon. El discurso político es una forma de corrupción vil por cuanto llama a su espectador a desconfiar de los motivos ocultos y personales de su adversario. Con el objetivo de salir a su paso, Mazella evoca el desinterés (quizás en el sentido de transparencia) del cínico primigenio, Diógenes, que podría resurgir como el azote de los manipuladores.
Poco después de Mazella, Benjamin Schreier publica The Power of Negative Thinking: Cynicism and the History of Modern American Literature (), cuyo título ilustra muy bien su propósito. Procede sobre el cinismo desde una perspectiva fenomenológica y descriptiva, alejándose de los planteamientos anteriores de la denuncia moralista del cinismo moderno. Para Schreier, ambos cinismos no representan categorías distintas, sino que persiguen la verdad desde el escepticismo ante los valores democráticos socialmente aceptados (). El poder del pensamiento negativo, del pensamiento cínico, se percibe en ciertos personajes de la literatura estadounidense como El gran Gatsby, cuyas discusiones en torno a los principios nacionales buscan encontrarse precisamente con dichos principios, pero refutando los viejos discursos esencialistas; esa búsqueda de la verdad, a los ojos de Schreier, es cínica, con mayúscula y con minúscula.
En la misma línea que Mazella, pero desde un análisis sociológico, Sharon Stanley publica su The French Enlightenment and the Emergence of Modern Cynicism (). El cinismo ahora se ha convertido en una emergencia, justo en 2012, meses después de la ocupación de Wall Street o de las difusiones llevadas a cabo por el movimiento Anonymous. Como autores anteriores, Stanley viaja a la Ilustración para conocer las raíces del cinismo moderno, del desencanto; va un paso más allá que Louisa Shea, que se había propuesto analizar el cinismo en relación con las ideas y la cultura francesa del XVIII. Las conclusiones que extrae y su argumentación se sustentan bajo una óptica materialista de signo liberal: durante la Ilustración aparecen conductas reconocibles de cinismo moderno. Así, el cínico aparece como la reacción lógica resultante de sustituir los viejos dogmas por nuevas éticas sensualistas inherentes al período ilustrado. Es más, las punzantes actitudes individualistas como la del Sobrino de Rameau —definidas por ella como cinismo ilustrado— reflejan el florecimiento de nuevos espacios protodemocráticos que no hacen otra cosa que aumentar los horizontes de la democracia liberal (). Estas propuestas éticas, lejos de ser corrosivas, son muestras evidentes de una libertad de expresión necesaria para el avance de las democracias. En suma, para la autora norteamericana, el análisis no debe enfocarse directamente sobre su apartado crítico, sino que debe atender a sus pretensiones, las cuales conforman el cinismo en su forma completa. He aquí la forma mesurada que será criticada posteriormente por .
3.3. Tercer uso: el llamamiento al cinismo crudo
Así, llegamos al tercero de los enfoques, tan novedoso como atractivo: el cinismo crudo, cuyo principal representante es Ansgar Allen, filósofo y educador. Allen ha desarrollado su tesis, principalmente, a través de dos trabajos, The Cynical Educator () y Cynicism (), aunque su propuesta cínico-nihilista se deja notar abruptamente en diferentes artículos e incluso en alguna de sus novelas.
En The Cynical Educator, Ansgar Allen arremete contra el concepto pastoral-platónico de educación salvadora y domesticadora del rebaño. Este enfoque, preponderante de la educación, es tan idealista como irrealizable, por lo que ese falso optimismo del proyecto educativo convive con el desencanto constante en todos los ámbitos de la práctica educativa diaria. El autor propone una rehabilitación estratégica de los conceptos de nihilismo y cinismo para derruir los viejos valores platónico-humanistas de ‘luz’ y de ‘claro’ (). El profesor debe arriesgarse a decir la verdad y afrontar la situación con realismo y comicidad, tal y como hacían los cínicos antiguos. Las fronteras entre un cinismo y otro aparecen en su obra, como también lo hiciera Nietzsche, completamente obsoletas. Para Allen, el uso de la palabra ‘cínico’ es una forma de censura moral del discurso, un intento retórico de rehabilitar viejos valores pretendidamente nobles.
Si en otro tiempo se había intentado suavizar el cinismo a través de un sano escepticismo (cf. ), Allen pretende retomarlo como un arma práctica del nihilismo destructivo. Tras su libro sobre educación y algunos artículos publicados, la MIT Press le encarga la redacción de un ensayo dentro de una colección sobre temas controvertidos. La oportunidad permite a Allen explorar en la historia del cinismo desde la Antigüedad para refrendar su teoría educativa. Lo primero que hace en Cynicism () es desvincular el cinismo antiguo de toda tradición o intento de definición en torno a una supuesta doctrina. Para él, solo existen momentos cínicos y distintos tipos de cinismo. A su juicio, intentar definir el cinismo es acabar con él, un ejercicio de asimilación forzada (co-option) que, por otra parte, impregna su historia desde sus orígenes. Allen realiza un ejercicio documentado de descripción del cinismo sin juicios morales para finalmente abrazarlo como una forma astuta, juguetona, rebelde e improvisada. Asimismo, no comparte el desprecio moralista por el cinismo moderno basado en la creencia de su naturaleza destructiva de la sociedad democrática. Tampoco comulga con el izquierdismo que considera este fenómeno como el causante de un sentimiento de desesperanza en la clase obrera. El autor lo afirma sin tapujos: este libro “se aparta de las posiciones que buscan disminuir o superar el cinismo moderno” (). Tampoco está de acuerdo con los planteamientos liberales que proponen un cinismo moderno mesurado y equilibrado como Stanley o Mazzella. Allen hace un encomio del “escandaloso potencial del cinismo moderno” en sus formas más “bajas” y “empobrecidas” (). Artistas de performance y denunciantes descarados de la hipocresía conforman la cuota de modernos cínicos que el autor quiere reivindicar. Para Allen, Foucault cobra mucha importancia: el cinismo es ante todo estratégico y debe ser adaptativo, contingente, como lo fue Diógenes. Su propuesta y reivindicación estratégica es la inversión cínica —la vida Otra— expuesta por Foucault en El coraje de la verdad (). El escritor acude al ejemplo del pensamiento queer, bastante descriptivo al respecto: encontrar la forma de enfrentar la normatividad hasta que deje de tener sentido. Ese reajuste debe partir de la audiencia y el contexto, por lo que no existe una única respuesta adecuada. El cinismo debe acometer actos de inconformismo que sean inaprehensibles. Así, la gran enseñanza extraída es la de procurar mantener ese carácter que se resiste a ser cooptado, cuidando de no permitir que pierda su rebeldía.
Con la lectura de Ansgar Allen el círculo se cierra, pero permanece abierto un debate que obliga a posicionarse a todo estudioso del cinismo contemporáneo y, por qué no, también del antiguo: por un lado, podríamos seguir pensando que el cinismo moderno es una deformación patológica de la que se debe salvar a su antepasado filosófico. Por otro lado, puede que se trate de una fuerza valiosa que ha de ser mesurada para extraer su utilidad en nuestros días. Por último, en contraposición directa a estos dos planteamientos, podríamos entender ambos cinismos como una expresión de insurrección rebelde inaprehensible, con lo cual resulta inútil tanto domesticarla como aplicarle juicios morales de ningún tipo.
4. Conclusiones y perspectivas de futuro
Hasta aquí, hemos observado distintos enfoques en referencia al controvertido cinismo moderno, que sigue suscitando (como el antiguo) respuestas y posiciones ambivalentes. No está claro que haya que colocar un cordón sanitario para proteger la antigua filosofía diogénica de esta mutación moderna; ambos se relacionan íntimamente con la ciudadanía y la democracia de nuestro tiempo. Diversos autores han intentado aclarar que no está demostrada la relación entre el cinismo y la inacción política (); muy al contrario, algunos trabajos citados han elaborado minuciosos estudios sociales encaminados a poner de manifiesto la relación positiva entre la crítica cínica y el crecimiento del debate político saludable para el mantenimiento de la libertad individual y colectiva.
Al atender a esta rica tradición, diferentes estudiosos han podido observar en ese arquetipo social, visto por muchos otros como un antisocial corrosivo, un objetor de conciencia útil. Un primer enfoque lo sitúa como el extremo necesario para recalibrar los valores y las metas de la sociedad civil, aunque no deja de verlo como una desviación útil, pero una desviación al fin y al cabo. De otra parte, un segundo enfoque, algo más reciente, lo cataloga como una pieza necesaria en cualquier época para dotar a la sociedad del imprescindible realismo que se precisa para abordar la decepción y el desengaño característicos de la vida en sociedad.
Los usos de la palabra se suelen plantear en términos categóricamente binarios. Un cinismo se define mediante la falsedad impúdica, otro alude al antiguo filósofo de la escuela homónima. Desde esta óptica, no se perciben la variedad de matices existentes. La acepción contemporánea de la palabra parece fruto de los caprichos de la etimología, por lo que podríamos llegar a olvidar que el cinismo moderno, pese a todo, procede del antiguo. La inversión o diversificación del término está envuelta en un debate que no puede ser cerrado de forma tajante. De hecho, algunos estudios en otros idiomas han demostrado que la acepción más negativa de la palabra (nuestra acepción española) se relaciona con los estudios sobre la cercanía entre el cinismo antiguo y pensamientos filosóficos como el maquiavelismo o el sadismo, que se entienden precisamente a través del realismo o el materialismo radical y teleológico del cinismo moderno (cf. ). Este realismo radical se enraíza con el cinismo decimonónico fundador de la acepción inglesa (y alemana) del término, cargada de distintas connotaciones como la mordacidad, el pesimismo, el escepticismo o la misantropía.
Bibliografía
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Notas
[1] V. , , , Allen (, ). Asimismo, es muy destacable la aparición de diversas y notables estudios en español: , , Pajón (, ), , .
[2] V. La primera de ellas, somera, aparece en 1987, “Critically acclaimed on its German publication in 1983—particularly by the generation that came of age in the 1960s— this is the first philosophical work to acknowledge cynicism as the dominant mode in contemporary culture in both personal and institutional contexts”(). Menos generosa aunque consciente del éxito del libro es la realizada por Wilson (); además, la reseña de Bruce Krajewski (1989). Asimismo, empieza a ser citado en artículos como el de Michel Chaouli (1989).
[3] En su traducción del texto de Sloterdijk al español del año 2003, Miguel Ángel Vega introduce el término ‘quinismo’ para abordar el desdoblamiento ortográfico alemán de la palabra. Esta misma traducción es usada en este texto, así como por otros autores como Cuesta Martínez (, ), para quien el quinismo tiene como objetivo restablecer la verdad ocultada públicamente por el cinismo.
[5] Tillich es uno de los primeros autores en plantear la distinción zynisch/kiniker, que será tan aclamada en la recepción de finales de siglo. Para el autor alemán, ambos cinismos son una actitud existencialista de autoafirmación que sólo se distinguen en “la creatividad” como valor característico en los antiguos y como valor ausente en los modernos ().
[6] La distinción empezó a ser considerada en Inglaterra a raíz de los debates en torno a la Ilustración. se refirió a Edmund Burke y los ataques contrailustrados que éste profirió sobre la figura de Rousseau como un momento clave en la diversificación del término. El ginebrino fue valorado de forma ambivalente con el adjetivo cínico (), lo que ayudó a acrecentar el uso de la palabra en un sentido peyorativo en territorio inglés. Otra tesis significativa es la elaborada por , quien entendió el cinismo moderno como el desarrollo lógico de una actitud crítica con los valores tradicionales en pro de la libertad individual.
[8] Como bien ha señalado Pajón Leyra, Nietzsche “parece jugar con ambos sentidos” con el objetivo de desconcertar al lector contemporáneo (). Sobre el análisis y los usos de la palabra en Nietzsche, v. .
[12] La tesis de Kathleen Hayes se titula Résurgence et transformation ducynisme au XVIII siècle : la réception de Diogènedans les Lumières françaises. En ella, la autora explora los debates de la Ilustración y la recepción del cinismo diogénico en ellos.
[13] Louisa Shea en The Cynic Enlightenment: Diogenes in the Salon (2010) se centra en explicar cómo entró Diógenes en la Ilustración a través de figuras como D’Alembert o Wieland, quienes al intentar “salvarlo” de la contrarreforma, lo disfrazan de un aseado muchacho de la república de las letras, contribuyendo a generar un aura moralista en torno a su figura. El apagado de las luces, el fracaso del proceso ilustrado, lo sitúa entonces en el ojo de todas las críticas.