Resumo
El artículo persigue cuantificar y evaluar el impacto de la creación de la factoría naval ferrolana a través del estudio de la formación de compañías mercantiles en la comarca entre mediados del siglo XVIII y las primeras décadas del siglo XIX. El análisis de dichas sociedades pone de relieve el gran ciclo expansivo de la segunda mitad del Setecientos y sus protagonistas, así como el cambio de ciclo económico en la primera mitad del siglo XIX, enlazando con las series temporales de investigaciones anteriores.
Palabras chave
“TRATO, SOCIEDAD Y COMPAÑÍA” EN LA COMARCA DE FERROL, 1750-1849
Elvira Lindoso Tato
“TRATO, SOCIEDAD Y COMPAÑÍA” EN LA COMARCA DE FERROL, 1750-1849
Ohm: Obradoiro de Historia Moderna, núm. 31, 2022
Universidade de Santiago de Compostela
“CONTRACT, SOCIETY AND COMPANY” IN SURROUNDING AREA OF FERROL, 1750-1849
Elvira Lindoso Tato a
Universidade da Coruña, España
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Recibido: 07/12/2021
Aceptado: 27/12/2021
Resumen: El artículo persigue cuantificar y evaluar el impacto de la creación de la factoría naval ferrolana a través del estudio de la formación de compañías mercantiles en la comarca entre mediados del siglo XVIII y las primeras décadas del siglo XIX. El análisis de dichas sociedades pone de relieve el gran ciclo expansivo de la segunda mitad del mencionado siglo XVIII y sus protagonistas, así como el cambio de ciclo económico que se produjo en la primera mitad del siglo XIX, enlazando con las series temporales de investigaciones anteriores.
Palabras clave: Ferrol; siglos XVIII-XIX; compañías; empresarios; historia.
Abstract: The article seeks to quantify and evaluate the impact of the creation of the Ferrol naval factory through the study of the formation of companies in the region between the middle of the 18th century and the first decades of the 19th century. The analysis of these firms highlights the great expansive cycle of the second half of the XVIII century and its protagonists, as well as the change of the economic cycle in the first half of the 19th century, linking with the time series of previous researchs.
Keywords: Ferrol; 18th-19th centuries; companies; entrepreneurs; history.
Desde la perspectiva de la historia económica, el acontecimiento que sitúa a Ferrol y su comarca en una posición central en la economía gallega del siglo XVIII es la creación del Arsenal. Durante casi dos siglos se configuró como el gran establecimiento industrial de Galicia. La política naval, los presupuestos públicos y su impacto sobre la industria local marcaron su devenir. Esta idea está presente en la mayoría de las investigaciones realizadas sobre una metrópoli cuyos ritmos de crecimiento se entrelazan con el de la construcción naval. Obras clásicas como la de José Montero Aróstegui, dedicada a la urbe ferrolana, recogen esa idea (Montero Aróstegui, 1859, pp. 62-69). Asimismo, la tesis doctoral de Alberto Lozano Courtier incide en este planteamiento al repasar la historia del establecimiento industrial entre mediados del siglo XVIII y mediados del XIX y atender al estudio de la moderna construcción naval militar en Galicia (Lozano Courtier, 1997). Trabajos sectoriales y locales como los de Antonio Meijide Pardo (1984, 1997 y 1998), Francisco Urgorri Casado (1986), Justino Fernández Negral (1991, 2015), Avelino Penedo Feijoo (1995), Ana I. Bello Platas (2006) y Andrés Pena Graña (2007), entre otros, insisten a su vez en esa misma idea. La investigación de Alfredo Martín García (2003, pp. 33-40), sobre el comportamiento demográfico ferrolano, abunda por su parte en la dependencia de la población de los presupuestos públicos: a finales de la década de 1790 en torno a un 63% de la subsistencia de los hogares de la ciudad provenía, en mayor o menor medida, de las arcas de la corona.
Tras las guerras con Inglaterra y Francia (1715-1719), la política naval borbónica emprendió el desarrollo de la Marina y llevó a cabo diversas acciones encaminadas a reforzar su prestigio y poder exterior. La necesidad de crear una Armada Real para defender el Imperio y disponer de una gran factoría para la construcción de buques de guerra gestionada por la Marina, al estilo de las francesas o inglesas, cristalizó en la Real Orden de 5 de diciembre de 1726, por la que se fundó el Arsenal. La edificación se inició en la cercana villa de A Graña, situada a unos cuatro kilómetros al oeste de Ferrol (Lozano Courtier, 1997). La primera etapa de la construcción naval militar tuvo lugar entre 1726 y 1746 en la mencionada villa, pero el escaso calado de su ensenada aconsejó el traslado de las instalaciones a la ladera noroeste del monte de Esteiro, en las inmediaciones de Ferrol, en 1748, época en la que realmente se ubica la construcción del Arsenal. Así, Ferrol se convirtió en una ciudad-arsenal, mostrando en esto semejanzas con otras ciudades parecidas, como Cartagena, las francesas Tolón y Brest o las inglesas Plymouth y Portsmouth, y mientras avanzaba la costosa edificación se botaron no pocos buques (Martín García, 2001, 2003 y 2005). Las décadas de 1750, 1770, 1780 y, en menor medida, de 1790, registraron una intensa labor en la construcción naval. El ritmo se redujo desde finales del siglo XVIII hasta comienzos del XIX, al punto de que, durante la primera mitad de este último siglo, la actividad constructiva resultó espasmódica, sin parangón con la mantenida en los cincuenta años anteriores a 1800 (Montero Aróstegui, 1859, pp. 202-204; Lozano Courtier, 1997, p. 35; Cardesín Díaz, 2004).
Si a principios del siglo XVIII, con apenas 300 vecinos (unos 1.200 habitantes), Ferrol era un pequeño pueblo de pescadores dedicado al fomento de la salazón bajo la jurisdicción del conde de Lemos, a finales de la centuria era ya la ciudad más grande del viejo reino de Galicia y su partido judicial uno de los más densamente poblados del mismo (Montero Aróstegui, 1859, p. 14; Eiras Roel, 1988; De Juana López y Vázquez González, 2005). La moderación demográfica que caracterizó al crecimiento de la población gallega entre 1750 y 1810 pasó de largo en Ferrol. Es más, su situación resultaba atípica en el marco del modelo tradicional de la Galicia urbana: su crecimiento poblacional dependía de una potente inmigración masculina atraída por la construcción de la nueva urbe y los trabajos del Arsenal, a la que habría que añadir la arribada de numerosos contingentes militares, todo lo cual se reflejaba en el claro predominio de la población masculina sobre la femenina (Eiras Roel, 1988). Ferrol se convirtió así en el principal foco de atracción de migrantes de la Galicia urbana en determinadas coyunturas de la segunda mitad del siglo XVIII, con un porcentaje de forasteros entre sus habitantes muy superior al de ciudades como Cartagena o Madrid. El colectivo de los extranjeros, formado en especial por franceses, italianos y británicos, incrementó su presencia de manera considerable, aunque su participación total fue minoritaria (Martín García, 2005, p. 101 y pp. 278-279).
Este crecimiento demográfico se evidenció en la morfología urbana: la población se agrupó en torno a dos grandes barrios, el de Esteiro y el de La Magdalena. En paralelo, el tejido económico de la ría se alteró. El sector primario perdió terreno frente a las actividades artesanales y a los empleos ligados a la Armada. En paralelo, el comercio mostró también un gran dinamismo desde mediados del siglo XVIII. Si a finales del siglo XVI, los campesinos y mareantes representaban más del 90% del vecindario, a mediados del XVIII el catastro de Ensenada reflejaba ya el avance indudable de las labores artesanales y comerciales (Martín García, 2003, pp. 27-28). Al respecto, Alberto Lozano Courtier (1997) apuntó en su día los diversos efectos que la construcción naval había ejercido sobre la actividad económica comarcal. Por otro lado, las investigaciones realizadas sobre la industria de curtidos y la fabricación de harinas en el área ferrolana muestran la relación directa que existió entre ambas actividades industriales y el Arsenal (Meijide Pardo, 1997 y 1998). En el mismo sentido, cabría citar también los trabajos de Justino Fernández Negral sobre las tejeras y los de la fábrica de moneda y cobrería de Xuvia del mismo autor y de Ana Isabel Bello Platas (Fernández Negral, 1991, 2015; Bello Platas, 2006, 2007). Otras investigaciones certifican de manera más global ese impulso económico a través del ritmo seguido por la fundación de sociedades mercantiles en Ferrol entre 1820 y 1913. En línea con estos trabajos, nuestra investigación pretende cuantificar y evaluar el impacto de la factoría naval sobre la industria y la actividad mercantil en la comarca de Ferrol, a través del estudio de la inversión en sociedades constituidas entre mediados del siglo XVIII y las primeras décadas del siglo XIX, enlazando directamente con las series temporales ofrecidas en su día en anteriores publicaciones (Lindoso Tato, 2006a, 2006b).
Como sucede con todos los estudios ubicados en la etapa pre-estadística, recomponer la imagen económica del Ferrol de la segunda mitad del siglo XVIII resulta una tarea ardua. El Catastro de Ensenada, los informes municipales y, en especial, los protocolos notariales nos ayudan a superar en parte esa dificultad. El Archivo del Colegio de Notarios de A Coruña custodia el grueso de los protocolos notariales del distrito de Ferrol y en nuestro caso su consulta resulta forzosa si queremos reconstruir el tejido empresarial ferrolano. Los resultados de esa consulta, combinados con los obtenidos en otros documentos auxiliares, se presentan en la primera parte del trabajo, donde el lector podrá observar la evolución de la serie a largo plazo y los ritmos de las compañías constituidas en el distrito ferrolano desde la construcción del Arsenal hasta la I Guerra Mundial. En la segunda parte del mismo, procedemos a revisar qué tipo de actividades surgieron al calor de la construcción naval en la comarca durante la segunda mitad del siglo XVIII y la primera del XIX, y su posible relación con la factoría. De esta forma, visualizaremos dónde y cómo se manifestaron los efectos de arrastre del Arsenal sobre la citada comarca, gracias al estudio de sus principales iniciativas asociativas en un período de esplendor que se agotaría en el siglo XIX y que sólo dio visos de recuperación a finales de esa centuria. Cerraremos el trabajo con unas reflexiones finales sobre la realidad que hemos podido sacar a la luz en el curso de la investigación.
1. Compañías y capitales en la comarca de Ferrol en la segunda mitad del siglo XVIII
Cualquier investigador que haya trabajado con los protocolos notariales es consciente del carácter polivalente de este tipo de fuente a la hora de realizar tanto investigaciones histórico-económicas como sociológicas. Poderes, dotes, inventarios, cartas de pago, entre otras muchas escrituras, están contenidas en los índices notariales. A efectos de este trabajo, las más interesantes para nosotros son las compañías mercantiles, reflejo del espíritu asociativo empresarial de la época. El espíritu individual resulta más difícil de aprehender con esta fuente, ya que las empresas unipersonales no solían escriturarse ante notario. Y aunque tras la aprobación del Código de Comercio de 1829 se estableció una Matrícula de Comerciantes, su inscripción en ella no era obligatoria, por lo que los protocolos notariales continúan siendo un recurso indispensable para la investigación (Lindoso Tato, 2003). Por tanto, hemos realizado una cata entre los notarios del distrito de Ferrol para el período 1750-1819 a la búsqueda y captura de las compañías mercantiles o empresas que hayan podido quedar registradas en sus legajos1.
¿Qué tipo de contratos societarios encontramos? Una fórmula habitual de los mismos consistía en que los otorgantes declarasen ante el escribano su intención de formar «trato, sociedad y compañía a pérdidas y ganancias» y estipulasen en él un reparto en función del trabajo y/o capital aportado por cada una de las partes. La mayoría de estas sociedades se escrituraron simplemente como «compañías a pérdidas y ganancias» antes de la promulgación del código mercantil de 1829, una expresión empleada tanto en sociedades fugaces como en asociaciones mercantiles con una vocación de permanencia superior. Algunos de estos contratos recuerdan a las antiguas «commendas», de origen italiano y habituales en la Baja Edad Media, donde existía un socio que aportaba el capital y lo entregaba a un socio industrial, encargado de ejecutar el negocio para, posteriormente, repartirse las utilidades o pérdidas (Valdaliso Gago y López García, 2007, p. 148). En cambio, a partir de 1830, resulta más habitual la aparición de sociedades colectivas, comanditarias —herederas de las mencionadas «commendas»— y, en menor medida, las anónimas, ausentes de la relación de sociedades hasta casi finales del siglo XIX.
El título dos del Código de Comercio de 1829 recogía en el artículo 265 de su sección primera esos regímenes mercantiles. Este código no supuso una ruptura legal con la normativa comercial histórica, pues se nutría de las Ordenanzas de Bilbao y del Código de Napoleón. Por lo demás, en el Antiguo Régimen existió una pluralidad de ordenanzas que luego se unificarían en distintos códigos mercantiles. Precisamente, uno de los textos legales más importantes eran las Ordenanzas del Consulado de Bilbao de 1737, una norma que serviría de modelo para otras ordenaciones legales en el sentido de obligar a la formalización pública del contrato de compañía (Jimeno Borrero, 2017). Esta obligación tenía un trasfondo fiscal: el comercio y los comerciantes eran una fuente de financiación apreciable para los Estados de la época. Tenerlos identificados ayudaba a mejorar su recaudación. Esto no impedía que muchas de esas compañías siguiesen constituyéndose privadamente de forma verbal, y/o escrita, complicando la labor de los futuros investigadores. De hecho, las escrituras notariales otorgadas en el distrito ferrolano acogen con frecuencia ratificaciones de sociedades fundadas años antes mediante un «papel simple».
Las series presentadas se han elaborado considerando todas las escrituras públicas de contratos de sociedad establecidos entre dos o más individuos, sea cual sea la actividad de dichas sociedades, entre 1750 y 1819. Adicionalmente, se ha encadenado esta serie con la que va de 1820 a 1919, fruto de las consultas realizadas en su día en los libros de Sociedades del Registro Mercantil de A Coruña, y la que cubre el período 1820-1886, obtenida tras el vaciado exhaustivo de los protocolos notariales del distrito ferrolano (Lindoso Tato, 2006a, 2006b). De este modo, y como puede verse en el gráfico 1, el engarce de las distintas series temporales resulta fluido, por lo que entendemos que la serie global, resultado del encadenamiento de la investigación pasada y presente, es representativa en grado sumo de las sociedades constituidas, modificadas y disueltas en Ferrol y su comarca entre 1750 y 1919.
Gráfico 1.
En conjunto, en la comarca de Ferrol se formaron casi 160 compañías entre mediados del siglo XVIII, cuando se trasladó el complejo naval de A Graña a Esteiro, y las dos primeras décadas del siglo XIX2. La media de constitución de las mismas resulta más elevada en 1750-1819 (2,2) que en el período 1820-1849 (1,3) (Lindoso Tato, 2006a). Resulta evidente entonces la correlación positiva entre el crecimiento de la actividad naval y la iniciativa privada societaria durante la segunda mitad del siglo XVIII. El último cuarto de la centuria y los primeros años del XIX se revelan como uno de los grandes momentos en la formación de nuevas compañías, al alcanzarse un máximo que no encuentra equivalencia ni en el resto del siglo XIX ni en las primeras décadas del XX. El optimum más cercano lo encontramos en la década de 1880, cuando Ferrolterra experimentó un nuevo ciclo económico expansivo (Lindoso Tato, 2006b).
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Posadas | 1 | Albañiles | 2 | Boticarios | 2 |
Cortaduría | 4 | Mamposteros | 1 oficial | Cirujanos | 3 |
Almacenes | 2 | Sobrestantes | 3 | Sangradores | 4 |
Mercaderes | 49 | Canteros | 6 |
Barberos | 2 |
Tiendas | 48 | Escultores | 2 | Peluqueros | 1 |
Tabernas | 17 | Carpinteros | 35 |
Jornaleros | 65 |
Hornos pan | 9 | Calafates | 5 |
Marineros | 32 |
Molinos harina | 71 | Sogueros | 1 |
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Tejeras | 9 | Banasteros | 10 | Barca | 1 |
Machucos hierro | 5 | Cedazos | 2 | Barco | 33 |
Plateros | 4 | Bote | 3 | ||
Barrenadores | 2 maestros, 2 oficiales, 13 aprendices | Dorna | 79 | ||
Herreros | 39 |
Galeones | 4 | ||
Horneros | 7 | Lancha | 15 | ||
Tejedores | 5 | Patache | 2 | ||
Sastres | 20 |
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Zapateros | 26 |
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Botineros | 1 | ||||
Cereros | 2 | ||||
Chocolateros | 1 |
Fuera de esta serie quedan las iniciativas individuales, de las que no existe constancia protocolizada, y aquellos contratos verbales y/o privados que pudieran haberse establecido en diversos sectores económicos, pero que no se elevaron a escritura pública. Por ejemplo, a mediados del siglo XVIII, y pese a las imperfecciones de las respuestas contenidas en el interrogatorio del Catastro de Ensenada, éstas dan cuenta de una realidad económica comarcal que supera a la que se derivaría de la serie de sociedades halladas en los protocolos notariales. En esas fechas existían en Ferrol y su comarca al menos 71 molinos harineros, 39 herreros y 5 machucos para tirar hierro, casi un centenar de mercaderes y tiendas, y multitud de oficios desempeñados por artesanos, muchos de ellos relacionados con el mar y la construcción naval, sometidos, en general, a una estructura laboral de corte típicamente preindustrial (en otros casos, encontramos labradores que simultaneaban la actividad agraria con la industrial o la terciaria) (Tabla 1). Al realizarse la mayoría de estas actividades en empresas unipersonales, no se recogen en la serie de compañías, si bien contribuyen a ofrecer la imagen de una comarca viva, dinámica, más allá del peso que en ella pudiera tener el omnipresente sector agrario.
Gráfico 2.
En cuanto al capital movilizado en la fundación o renovación de estas compañías, entre 1750 y 1819 se invirtieron alrededor de 10 millones de reales de vellón, una cifra muy inferior a la de finales del siglo XIX (que rondaba aproximadamente los 17 millones) (gráfico 2). Sin embargo, habría que matizar esta afirmación y considerar la imprecisión que la serie de capitales muestra durante casi un siglo. Esta imprecisión deriva, por una parte, de la reticencia de los otorgantes de las escrituras notariales a dejar constancia de su inversión durante el período de estudio y, por otra parte, de que el marco institucional tampoco beneficiaba su inclusión, no al menos hasta el establecimiento del registro mercantil de 1885. Con anterioridad a esa fecha, apenas se cumplían las directrices existentes en este sentido, sea en el código de 1829 sea en las ordenanzas previas (Lindoso Tato, 2003). En consecuencia, y con toda probabilidad, la serie de capitales estaría infravalorada hasta bien avanzado el siglo XIX. En estas condiciones, sería necesario deflactar la serie monetaria al objeto de realizar una comparación más homogénea y exacta a largo plazo. Pero si bien hemos convertido los capitales expresados en distintas unidades monetarias a su equivalente en reales de vellón, desafortunadamente carecemos de deflactores adecuados para este largo siglo y medio, por lo que nos hemos conformado con reflejar la serie en precios corrientes.
Aun así, no puede dejar de observarse el estrecho paralelismo que muestran las inversiones realizadas con los ciclos de la serie de constitución de sociedades, sobresaliendo el máximo inversor de la década de 1790, no superado hasta el último cuarto del siglo XIX. En la mencionada década, el furor inversor tiene como gran protagonista al comercio y, en menor medida, a la industria. La sociedad Pedro Monge y compañía, en la que este dio entrada a su empleado de confianza Francisco Rodríguez, constituye una de las mayores inversiones de la serie. Esta compañía se dedicaba al tráfico de productos nacionales y coloniales, como arroz, cacao de Caracas, jabón de Sevilla, pimienta o azúcar, entre otros. En cuanto a la inversión industrial, destaca la notable aportación del mercader ferrolano Ángel García Fernández a la fábrica de lino de Monte Alto (A Coruña), gestionada por Juan Antonio Marcó. La asociación entre ambos fue fruto del endeudamiento previo de Marcó con el mencionado Ángel García. Con la constitución de la sociedad, este último entraba como socio en la compañía sin perder su carácter de acreedor principal del establecimiento, que sería hipotecado como garantía de la deuda.
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- | - | 1 | 0,83 |
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24 | 12,18 | 2 | 1,67 |
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1 | 0,51 | 5 | 4,17 |
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49 | 24,87 | 28 | 23,33 |
Bebidas y alimentación | 20 | 10,15 | 11 | 9,17 |
Textil y confección | 11 | 5,58 | 5 | 4,17 |
Curtidos | 12 | 6,09 | 3 | 2,5 |
Metalurgia | 1 | 0,51 | - | - |
Papel, cartón y colas | 2 | 1,02 | 1 | 0,83 |
Edición | - | - | 2 | 1,67 |
Tejas, ladrillos | 2 | 1,02 | 1 | 0,83 |
Maderera | - | - | 2 | 1,67 |
Naval | - | - | 2 | 1,67 |
Eléctrica | - | - | 1 | 0,83 |
n.d. | 1 | 0,51 | - | - |
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- | - | 3 | 2,5 |
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48 | 24,37 | 62 | 51,67 |
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2 | 1,02 | 5 | 4,17 |
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3 | 1,52 | 1 | 0,83 |
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- | - | 2 | 1,67 |
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1 | 0,51 | 2 | 1,67 |
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65 | 32,99 | 9 | 7,5 |
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3 | 1,53 | - | - |
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1 | 0,51 | - | - |
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197 | 100 | 120 | 100 |
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1,97 | 1,71 |
A diferencia del capital, el nombre de los partícipes, su lugar de residencia y/o el objeto social de la compañía solían recogerse frecuentemente en las escrituras protocolizadas ante notario junto a los pactos y acuerdos sobre el funcionamiento y/o el reparto de las utilidades del naciente negocio. Esta información permite estimar la composición del tejido empresarial de la comarca, eso sí, considerando una serie de puntualizaciones.
En primer lugar, apenas encontramos sociedades agrarias en el conjunto de las compañías constituidas. En este sentido, entre finales del siglo XVIII y principios del XIX, se fundaron tres pequeñas compañías en las que participaron algunos marinos y comerciantes ferrolanos al objeto de extraer las rentas y frutos de una serie de propiedades agrarias en San Salvador de Serantes, una feligresía rural situada a cuatro kilómetros al norte de la ciudad de Ferrol, San Pedro de Cervás y Caamouco, dos pequeñas parroquias del municipio de Ares, cuya ría, formada por la desembocadura del río Eume, está situada al sur de la ferrolana (Mapa 1). Posteriormente, su presencia fue testimonial: en 1857 se registró una única sociedad a nombre de J. P. López Cortón y Compañía, en este caso, para fomentar directamente una ganadería en Cedeira, ayuntamiento ubicado a unos 23 kilómetros al noreste de Ferrol.
En segundo lugar, la serie temporal obtenida es un reflejo del impulso privado asociativo; el Arsenal de Ferrol está excluido de la misma. Y, en tercer lugar, la comparación con las series contenidas en el gráfico 1 no resulta tan homogénea desde 1885 porque no recoge las tradicionales compañías de pesca o a aquellas que se fundaron sobre contratas públicas. De ahí que las primeras reduzcan su presencia entre 1850 y 1919 (son un 1,7% del total), cuando, entre 1750 y 1849, un 12% de las sociedades creadas tenían por objeto social la pesca, en especial de sardina, una actividad tradicional en la ría de Ferrol y su comarca. En estas escrituras, los mareantes fijaban cláusulas referidas al uso del aparejo, que solía pertenecer a un armador o un conjunto de individuos, y al reparto de las capturas. Esta es la naturaleza de la escritura otorgada entre Esteban Badía y varios marineros de Mugardos y de los pueblos de la ría ferrolana, en la cual estipulaban las condiciones bajo las que realizar la pesca de la sardina con un cerco real en la costera de 1820. El mencionado Esteban Badía, fomentador de pesca catalán, se había asentado en Mugardos, villa ubicada en la parte suroccidental de la ría de Ferrol, atraído por la pesquería y el comercio de importación en la segunda mitad del siglo XVIII (Meijide Pardo, 1984). Idéntica situación de infravaloración presentan las compañías formadas para explotar un asiento o un contrato público (Tabla 2). Por el contrario, en ambos períodos cronológicos, el sector terciario y la industria están mejor representados. El examen de la serie a largo plazo nos permite confirmar la relevancia de las actividades industriales durante la segunda mitad del siglo XVIII, en especial la producción de bienes de consumo: 49 compañías industriales frente a las 28 registradas en la etapa 1850-1919. En las siguientes páginas, analizaremos ese impulso industrial, así como otras actividades económicas estimuladas por el complejo naval.
2. El florecimiento de Ferrolterra en la segunda mitad del siglo XVIII
Durante la década de 1750, la construcción y botadura de los doce buques, conocidos popularmente como el «Apostolado», marcó un hito en la construcción naval ferrolana. Ese decenio y los posteriores, sobre todo 1770, 1780 y 1790, fueron testigos de un crecimiento explosivo del sector. Fuera de los astilleros, la economía comarcal se vio estimulada por la demanda que generaba el establecimiento industrial.
Ferrol se había transformado en un centro de consumo notable: entre finales del siglo XVIII y principios del XIX figuraba entre los principales destinos de la sardina exportada desde el puerto de Vigo. La demanda de bienes de primera necesidad era cubierta por la producción local y la de pueblos vecinos como Neda, situado a unos cinco kilómetros al oeste de la ciudad. Sin embargo, esta producción resultaba insuficiente y hubo que recurrir a las importaciones. Mientras la población demandaba bienes de subsistencia, la edificación del complejo naval y la construcción de navíos exigía a su vez una serie de materias primas y de bienes intermedios: madera de la cornisa cantábrica y del Báltico, cáñamo, betunes de Francia y del norte europeo, carbón mineral británico y asturiano, hierro vasco y lucense, vidrio procedente de la Real Fábrica de Cristalería de la Granja, anclas y clavazón, etc. Pocos eran los suministros de esos bienes intermedios que venían de Galicia, debido a que el Arsenal era un auténtico enclave industrial situado en medio de un país agrario y marinero (Labrada Romero, 1804, p. 26; Lozano Courtier, 1997, pp. 40-73). De hecho, la tercera parte de las compañías creadas entre 1750 y 1849 se dedicaron a explotar asientos destinados a movilizar los recursos necesarios que precisaba el Arsenal y la población local (Tabla 2)3. La aportación en capital de esas compañías fue inferior al realizado por el número de sociedades constituidas en esas fechas, en torno a un 11% del total, lo que, en parte, se debe a que muchas de las mencionadas compañías no acostumbraban a consignar la cantidad invertida en las escrituras de protocolos.
Los términos del contrato de la asociación formada sobre el asiento se sujetaban a la duración del arriendo correspondiente, el cual solía oscilar entre uno y seis años, en función de lo establecido en el pliego de condiciones sobre su remate. Entre 1750 y 1849 los suministros al Arsenal, las Reales Obras y/o a las tropas y maestranza constituyeron el 43% de estas asociaciones; el abasto de carnes, aceites, sebo, jabón y/o vino a diferentes villas y jurisdicciones de la comarca el 24% y el de aguardientes y licores el 8%. Las restantes, se repartían entre arriendos de administración y recaudación de los derechos de encabezado de rentas provinciales, y arriendos de rentas diezmales o de remates de paradas de postas, entre otros. Por ejemplo, entre estos negocios está el abasto para suministrar medicinas a los hospitales del Reino de Galicia o el asiento para construir tres leguas de camino desde Villafranca del Bierzo (León) al reino de Galicia en el camino real que unía Madrid con el puerto de A Coruña, en el que participaban capitalistas franceses como Simón Lafont y Guillermo Pochón4.
Mapa 1.
Entre los grandes asentistas de la época destacaron Francisco Antonio Zalaeta y Eznarrizaga, maestro y arquitecto vasco residente en A Coruña (Valiño Rodríguez, 2015, pp. 43-44), quien se asoció con el influyente comerciante coruñés de origen vallisoletano, Gerónimo Hijosa, para llevar a cabo obras en fortificaciones y edificios militares gallegos en unión de Andrés García Quiñones y Alberto Roibal. Asimismo, el mencionado Zalaeta, junto con el francés Juan Lembeye —empresario harinero asentado en la comarca— y los ferrolanos Roque Bugallo y Antonio de Anido, se encargaron de proveer de hierro y clavazón asturiano y vasco a los Departamentos de Ferrol, Cádiz y Cartagena entre 1777 y 1781. En 1779, admitieron como socio a otro personaje habitual en este tipo de contratos, Blas de la Puente, vecino de Castrillo de los Polvazares, en León5. Por su parte, los maestros carpinteros de blanco, los irlandeses George Shannon, John Stafford y Richard Brady, junto a los vizcaínos Thomas Gutierres y Antonio de Aguirre, fueron los encargados de rematar la obra y manufactura de carpintería, en la que estaban especializados, en los navíos fabricados en el Real Astillero de Esteiro en 1757.
Entre los colectivos foráneos más numerosos encontramos catalanes. Varios comerciantes oriundos del Principado salpican los abastos de vino, aguardientes y licores de Ferrol, A Graña y otras localidades vecinas: Felix Grau, Francisco Llonet, Felix Pruna, Joseph Claret, Joseph Soler, Juan Ortoll o las compañías de Joaquín Jofré y Cía., Soler Domenech y Cía., Antonio Serracant y Cía. o Torrens Martín y Cía. Su negocio les condujo a participar en este tipo de abastos. Creemos que en este colectivo se encuadraba Joseph Roger de la Cruz, asentista afincado en Ferrol, muy prolífico en los protocolos notariales de la segunda mitad del siglo XVIII, experimentado en el comercio nacional y extranjero, partícipe en los abastos de carnes y en los asientos de carpintería, herrerías y fardería para las Reales Obras, y de vestuario para las cuerdas de vagos y presidiarios del Arsenal, e incluso proveedor de anclas (Carrión Arregui, 1998)6.
La contratación de asientos con la administración no obstaculizó la implantación de industrias auxiliares u otras cuya producción iba destinada al consumo general de la población civil y militar. La de bebidas y alimentación y la de elaboración de cueros y tejidos aglutinó el 88% de las compañías industriales creadas entre 1750 y 1849, en su mayoría concentradas en el período 1760-1810. A distancia, le seguían la fabricación de papel, tejas, ladrillos y metales. La mitad de las industrias alimenticias comarcales eran fábricas de salazón de sardina, producto estrella manufacturado por los naturales del país. A mediados del siglo XVIII, Galicia se convirtió en la primera región pesquera de la península en función de las capturas y la transformación realizada por familias marineras. En el último cuarto de ese siglo, el estímulo llegaría de la mano de los fomentadores catalanes que traían productos del Principado, sobre todo vinos y aguardientes, y en el retorno se llevaban la mencionada sardina salada.
Mugardos fue una de las villas marineras de la ría que germinó gracias a la salazón. La llegada de los catalanes y el cercano mercado ferrolano actuaron como acicate (Meijide Pardo, 1984). La villa de Ares también contaría con una importante industria salazonera (Martín García, 2001), y es en ella donde en 1766 se registra el primer contrato social entre los numerosos fomentadores catalanes que operaban en dicha villa. De entre ellos destacaban Juan Vidal, Antonio Samá, Juan Pascual, Josep Soler, Thomas Ricarte, Joseph Inglada, Phelis Vidal, Francisco Sabria, Juan Barreras, Gaspar Vidal, Pedro Urgelles, Pablo Bartolí, Francisco Bordau, Juan Martín, Antonio Montserrat, Juan Ricarti, Juan Ramón, Ramón Torrens, Joseph Sama, Christoval Amat, Pedro Martí, Miguel Gasó, Joseph Illá, Joseph Rafols, Antonio Ballester, Christoval Ferrer, Magi Escardó, Christoval Martí, Manuel Serra, Magín Goma, Francisco Gorpes, Juan Alegret el menor, Juan Puche, Grau Amat, Francisco Castelar, Phelis Carreras, Christoval Milá, Francisco Sastre y Pedro Fabregas. En total, casi cuarenta comerciantes catalanes procedentes, en su mayoría, de Vilanova de Cubelles y, en menor medida, de Mataró, Sitges y Arenys de Mar, dedicados a extraer la sardina empipada en Ares con destino a otros lugares de la península. Ante el aumento de los tributos locales por dicha extracción, los fomentadores acordaron trasladar la pesca al lugar de «el Raso» (en realidad, Redes, una villa marinera cercana ubicada en la anteriormente mencionada parroquia de Caamouco), instalando allí sus almacenes y bodegas durante cinco años, fuera de la jurisdicción de la villa de Ares y negándose a comprar o a ajustar sardina con sus habitantes7.
Las localidades de Mugardos, Ares, el castillo de San Felipe, ubicado en la orilla norte de la desembocadura de la ría de Ferrol, O Porto do Barqueiro y Fontán (dentro del actual municipio de Sada, situado en la ría de Betanzos) contaron con instalaciones de salazoneros catalanes residentes en la comarca de Ferrol. Los decenios de 1780 y 1790 registraron el grueso de las sociedades dedicadas a esta actividad. Luego, hasta mediados del siglo XIX, sólo es posible encontrar dos compañías en esta categoría, una en 1800 y otra en 1816. Pero la industria permaneció activa. Los empresarios catalanes, que adquirían la sardina capturada en la costa y en la ría de Junqueras —expresión empleada para referirse conjuntamente a las rías de Ares y Betanzos— para sus almacenes de salazón, siguieron presentes en las contratas de pesca de los mareantes de la villa de Mugardos durante las décadas de 1800-1809 y 1810-1819, como fue el caso de Francisco Félix Plá y Juan Miró y compañía. El historiador Antonio Meijide Pardo (1984), apunta que las remesas de sardina y otros pescados sacados desde Mugardos con destino a los puertos mediterráneos declinaron desde 1818, a causa de las escasas capturas, el elevado coste de la sal, el aumento de la presión tributaria, la guerra contra el francés y la pérdida de los mercados coloniales debido a la independencia americana. Ante esta coyuntura depresiva algunos fomentadores catalanes se vieron forzados a repatriarse. Otros resistieron y mantuvieron casa y fábrica abierta en la villa, como los Galcerán. Los papeles y oficios del gobierno político de la provincia de A Coruña del año 1835 arrojan un saldo mísero:
que en la villa de Ferrol y la Graña no hay fábricas de curtido, papel, paños ni otras semejantes que merezcan el nombre de tales, y solo en el lugar del Castillo de S. Felipe hay almacenes que se denominan Fábricas de Salazón de sardina en que se elabora abadejo, merluza, congrio […] sin haber número fijo de operarios por depender de la temporada y mes del año8.
Pero existían otras fábricas de salazón operativas en la comarca a mediados de la década de 1830, las cuales bien se mantenían en manos de la familia que las había fundado o bien habían cambiado de propietario. Hemos encontrado casos de instalaciones de fomentadores que resistieron en Ares, Mugardos y A Graña. En la mencionada villa de Ares, la fábrica de salazón de José Galcerán, Josefa Bobadilla, Antonia Galcerán y Ramón María Bermúdez Acevedo, situada en la calle Cupido número 2, fue adquirida por Ramón Cirera. En Mugardos, la de Francisco Jofre fue comprada por Constantino Montero y Gayoso. La instalación salazonera situada en las inmediaciones del castillo de San Felipe, donde el comerciante Manuel González Veiga salaba sardina desde el último cuarto del siglo XVIII, a veces en solitario y a veces en compañía de otros individuos, como Andrés de la Cuesta, José Vicente Vázquez Carnero o Feliu Miaróns, sobrevivió también con un cambio de propietarios; precisamente, Pedro Domenech adquirió de Bernardo de Mascato Pérez y otros individuos esta fábrica de San Felipe en 1811; más tarde, a finales de la década de 1840, ya deteriorada, pasaría a manos de Pedro Domenech hijo9.
Algunas de estas instalaciones prolongaron su existencia hasta el siglo XX: la zona de Ares conservó fábricas familiares artesanales, próximas a la playa y volcadas en el autoconsumo hasta la década de 1940. Pero eran tiempos en que la salazón ya había perdido el tirón del que había gozado durante la segunda mitad del siglo XVIII. En este sentido, Ferrolterra no conoció un paralelo desarrollo de la industria conservera que pudiera haber compensado esa decadencia (Lindoso Tato, 2006a).
En paralelo, desde 1750 se multiplicó el número de molineros y panaderos. A comienzos del siglo XIX, una enorme cantidad de granos entraba en los puertos de A Coruña y Ferrol con destino al consumo de ambas poblaciones (Labrada Romero, 1804, p. 38). Las respuestas al Catastro de Ensenada dan cuenta de la existencia de 71 molinos y nueve hornos de pan en la comarca a mediados del siglo XVIII. En cuanto al número de compañías, su representatividad en este ramo es inferior a la salazonera. La explotación de molinos harineros de manera asociada se escrituraba con poca frecuencia. Una de las escasas excepciones estuvo constituida por la sociedad establecida por Salvador Francisco López de Carballal, vecino de Neda, con seis individuos del mismo lugar y Sillobre —una parroquia rural ubicada en Fene, un municipio situado enfrente de la ciudad de Ferrol, al otro lado de la ría—, para construir y explotar un molino harinero en 1780. Cada partícipe recibió como utilidad la séptima parte de la molienda. Desconocemos el capital que requirió esta inversión. No así en otra pequeña sociedad formada por José Montero, maestro de carpintería en la Fábrica de Cobrería de Xuvia, pueblo ubicado en el municipio de Narón, colindante con Ferrol, quien asociado con el pontevedrés Francisco José González adquirió un par de molinos en la comarca de Betanzos, en Santa María de Cutián, a 35 kilómetros al sur de la ciudad, empleando 12.000 reales de vellón en su mejora10. Sin embargo, las grandes inversiones en materia harinera corresponden a cuatro apellidos franceses que se afincaron en la comarca en el último cuarto del siglo XVIII: Lestache, Beaucau, Lembeye y Beaujardin.
La aparición del emprendedor francés Juan Lestache (1742-1802) como fabricante de harinas en la serie de sociedades data de 1775. Afincado en Ferrol a finales de la década anterior, llegó de Burdeos en 1767 con un cargamento de harinas con destino a la ciudad. Más tarde, se instaló en la vecina feligresía de San Martin de Xuvia, donde se casó, formó una familia y se convirtió en súbdito español. Gracias a las ganancias que obtuvo con el comercio de granos y otros productos alimenticios, Lestache construyó cuatro grandes moliendas —que rendían 70.000 fanegas de trigo anuales— al lado del Ponte de Xuvia. Contaba con experiencia en el sector, ya que desde niño había aprendido el oficio de comerciante y fabricante de harinas en el negocio paterno. El grano lo compraba en Galicia, Castilla y el extranjero e incluso formó sociedad con los comerciantes franceses, los hermanos Santiago y Dionisio Beaujardin, para importar trigo norteamericano en 1789. Surtía de pan a Ferrol y a los pueblos próximos a través de unos 300 panaderos locales y comarcales. Su relevancia era tal, que el abastecimiento de la población se veía en peligro cuando faltaba el grano en sus molinos. En 1791, con la promulgación de una Real Cédula que prohibía todo almacenaje de trigo para revender, suspendió la fabricación de pan y ello, según el testimonio del empresario, perjudicó a los habitantes de Ferrol al encarecerse este, puesto que «debían pagar 9 cuartos por cada libra de pan». Finalmente, se le concedió licencia de embarque de trigo desde los puertos de Santander y Requejada hasta Ferrol solucionando así la interrupción temporal del suministro11. No obstante, su interés comercial se extendía también al cuero argentino, al azúcar cubano, al palo de Campeche de México, a los vinos franceses, al bacalao de Noruega y Terranova, y al lino y cáñamo ruso (Meijide Pardo, 1997).
En realidad, sus inicios como industrial harinero estuvieron ligados a los de Francisco de Beaucau, o Bucau, otro francés. En 1775, ambos obtuvieron permiso del señor del coto de Narón y del río Xuvia para la construcción y explotación de unas aceñas de molienda de granos a partes iguales. Dos años más tarde sale a la luz un conflicto entre ellos por el incumplimiento de una contrata relacionada con la colocación de dos ruedas de molino en las aceñas, el cual, a corto plazo, se resolvería con la disolución de la sociedad. El complejo de Lestache se fue ampliando y diversificando a lo largo de la década de 1780 gracias al añadido a esas posesiones de dos molinos de papel, para obtener papel común y de estraza, y más tarde, una fábrica de curtidos. En 1786, compra a la familia Bucau sus molinos harineros por 300.000 reales. A finales de la década de 1780 la valoración de sus instalaciones ascendía a un millón de reales de vellón, aunque, posteriormente, su inventario post mortem adjudicaría a sus bienes un valor de 1,4 millones (Meijide Pardo, 1997). A su muerte, la empresa quedó en manos de su esposa e hijos. Los dos menores, Juan y José, se hicieron cargo de la casa familiar al fallecimiento de la madre, María López, y en 1815, los siete hermanos constituyeron la sociedad Hijos de Lestache, siendo asumida la dirección por el mayor, Pedro Lestache, y su cuñado, Ignacio Acha. Ambos militares, gestionaron el patrimonio familiar, al tiempo que trataron de obtener rentas de la colocación del ganado y arrendatarios para las casas y las tierras que poseían. Mientras Pedro presentaba las liquidaciones anuales de los bienes raíces, el comercio, las comisiones y las fábricas de curtidos y de harinas, un molinero, un peón y una criada se ocupaban de los trabajos más duros, y Juan, uno de los hermanos menores, trabajaba como empleado de la empresa familiar, percibiendo un sueldo diario de ocho reales de vellón12.
Otros molinos establecidos por franceses, con una producción superior a los tradicionales, serían los de marea de Juan Lembeye y del vicecónsul francés Santiago Beaujardin, en la feligresía de Freixeiro (Xuvia). Las famosas Aceñas del Ponto recibieron el título de Reales Fábricas y sus privilegios en 1798. Unos años antes, en 1785, Beaujardin adquirió del Priorato de San Martín de Xuvia, unos 34,5 ferrados de monte, la mayoría en el lugar do Ponto y obtuvo licencia del dueño y señor del coto y jurisdicción de Xuvia para edificar en el sitio de Salinas y Junqueira (ría de Xuvia) unas aceñas o molinos harineros con sus presas. El caudal inicial resultó insuficiente para rematar la obra —el coste final de los molinos, la presa y los almacenes ascendió a 190.000 reales de vellón— por lo que recurrió a la ayuda de sus compatriotas. En 1788, Francisco de Bucau le prestó 82.100 reales contra la garantía hipotecaria de los bienes que Beaujardin poseía en San Martín de Xuvia. Al incumplir los plazos de pago, en 1791, el acreedor solicitó mandamiento ejecutorio contra la persona y bienes del deudor. La situación se resolvió gracias a una inyección de liquidez procedente de Juan Lembeye, 60.000 reales para completar las obras, y el compromiso verbal de su posible integración en la firma.
Por su parte, el mencionado Juan Lembeye se había establecido en Ferrol en la década de 1760, introduciéndose con éxito en la economía y la sociedad local. Fue procurador general, comisionado de abastecimiento de los Reales Arsenales y director de la Real Compañía Marítima (Montero Aróstegui, 1859, p. 132). Además, actuó como comerciante al por mayor por cuenta propia y como comisionista. En septiembre de 1791, entró formalmente por dos años en el tráfico de granos y las moliendas. De hecho, Lembeye se quedó con la mitad de la obra realizada por el mencionado Beaujardin, a quien entregó otros 35.000 reales, de ahí que le reclamase el abono del «premio habitual, al estilo de comercio», mientras que Beaujardin daba los molinos como garantía. No obstante, la distribución de granos se vio afectada negativamente por los conflictos que hubo entre las coronas española y la francesa, y la compañía se disolvió en 1793 tras satisfacer su capital e intereses a Juan Lembeye. Finalmente, este se hizo con la propiedad de las aceñas en 1796. De hecho, cuando dota a su hija María Josefa en 1799 por su matrimonio con Manuel José de Ciarán, le consignará 60.000 reales a cuenta de su legítima sobre la base de las citadas aceñas. Por esos años, había ampliado asimismo el negocio con la adición de una fábrica de aceite de linaza, nuevos almacenes y edificios y otras mejoras que valoraba en 23.000 pesos fuertes. En 1815, tras su fallecimiento y el de su esposa, Manuela de Picos, sus hijos arrendaron la fábrica de harinas y otros bienes a uno de sus hermanos, Joaquín Lembeye13.
Entre las iniciativas harineras individuales del último cuarto del siglo XVIII, sobresalió una fábrica en la Fraga do Conde, situada en Perlío, una parroquia rural perteneciente al mencionado ayuntamiento de Fene. Su dueño fue Juan de Villavicencio y Puga, capitán de fragata de la Real Armada, quien imitó a pequeña escala los molinos de Juan Lestache14. Este marino responde al prototipo de empleado castrense que, una vez avecindado en Ferrol, aprovecha las oportunidades empresariales surgidas al calor del Arsenal (Martín García, 2001). La fábrica y almacén que creó fueron traspasados a principios del siglo XIX a un panadero de origen francés y afincado en Ferrol, Juan Valás. Fuera de la comarca, en Betanzos, los molinos del Rey, ubicados en el río Lambre, hacían molienda de trigo gracias a sus dieciséis ruedas, satisfaciendo también la demanda ferrolana. Se sospecha que fueron construidos por ingenieros militares con planos franceses para el servicio del Arsenal (Urgorri Casado, 1986). Por su parte, el hidalgo de Narón, José Andrés Pardo, se decidió a construir un molino en el río Xuvia que competió con el de la familia Lestache (Pena Graña, 2007, p. 38).
La influencia francesa resulta clara en la molturación de granos tanto desde el punto de vista tecnológico como del capital. Por el contrario, en la fabricación de fideos y otras pastas, encontramos una pequeña representación de la nación italiana y su destreza en este arte15. El maestro fideero de origen genovés, Benetto Geresto, en las fuentes también como Benedico Cereceti, montó una fábrica de fideos en Ferrol junto al comerciante Antonio Anido en 1804. Este último se encargaba de suministrar la harina y trigo necesarios mientras que el italiano dirigía la instalación. Otro italiano aclimatado en la ciudad, especialista en el sector, fue Felipe Garibaldo. De origen genovés, él y su familia monopolizaron la fabricación de pasta durante toda la segunda mitad del siglo XVIII (Martín García, 2005, pp. 115-116). El cambio de ciclo en la economía ferrolana a principios del siglo XIX debió afectar de lleno al negocio familiar, cuyos clientes formaban parte tanto de la población civil residente en la villa como de la militar, formada por los regimientos acuartelados en la plaza. Así, a principios de esa centuria, Felipe mantenía su fábrica de fideos casi abandonada en la quinta que había construido con su mujer, Bernarda Molinar, en la vecina parroquia de San Mateo de Trasancos situada a seis kilómetros al norte de Ferrol. Pese a ello, decidió reflotarla buscando un socio capitalista, José Brandariz, capitán de fragata de la Real Armada, quien aportó la respetable cantidad de 20.000 reales de vellón en onzas de oro16.
Tras la industria alimenticia, el textil y el cuero concentraban el grueso de las compañías industriales de la comarca. En Ferrol y A Graña existía una producción local de lienzos finos, ordinarios y estopilla, industria ampliamente extendida en la Galicia del siglo XVIII. El Catastro de Ensenada indicaba la presencia de pocos tejedores e hiladores a mediados de la centuria, pero en 1798, un informe conservado en el Archivo Municipal de Ferrol, recogió los nombres de al menos 75 individuos, la mayoría de ellos mujeres (sólo un 2,6% eran hombres), dedicados a la fabricación de lienzos finos, ordinarios y estopillas en 111 telares (Tabla 3).
Las dos terceras partes de estas tejedoras disponían de un telar, un 22% contaba con dos y un escaso 7%, entre el que se encontraban los dos únicos tejedores varones de la muestra, de tres o más. Como puede verse en la tabla 3, ellos eran los mayores productores de lienzo, en clara correspondencia con el elevado número de telares a su disposición. Por cada tejedor/a, la producción media era superior en lienzos finos antes que ordinarios o estopilla; ahora bien, en volumen, los mencionados ordinarios y estopilla suponían el 73% de las varas elaboradas. Sin distinguir el tipo de tejido, esos 111 telares y las 137 personas que ocupaban producían una media de 645 varas anuales. Varias décadas más tarde, la situación era distinta. Un estado de los consumos de varios telares y talleres existentes en la ciudad en 1836 cifraba en 44 el número de telares de lienzos y estopillas y daba igual cantidad en el número de operarios, menos de la mitad que los existentes a finales del siglo XVIII17. El trabajo era estacional: sólo trabajaban un corto período del año para particulares y realizaban pequeñas producciones.
El caso ferrolano no resulta extraño en el panorama gallego. La industria lencera regional estaba desapareciendo durante el siglo XIX. Por tanto, y aunque el consumo de los tejidos se resentía en las villas de Ferrol y la Graña por el frecuente impago de salarios que el Arsenal realizó durante la primera mitad de esa centuria, tras la caída de la producción lencera comarcal había también razones estructurales de peso, como la falta de modernización y la competencia que suponían los tejidos de algodón ingleses.
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90 | 12.000 | 13.000 | 14.300 |
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111 | 19.073 | 26.590 | 25.920 |
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98 | 15.350 | 18.750 | 18.950 |
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1,5 | 424,5 | 365,8 | 351,7 |
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Juan Bautista Rech | 5 | 7.300 | 7.300 | 7.300 |
Alfonso Pérez | 4 | 1.200 | 1.200 | 1.200 |
Josefa Alonso | 4 | 800 | 800 | 800 |
Isabel López de Aguiar | 3 | 300 | 300 | 300 |
Tomasa Díaz | 2 | 600 | 600 | 600 |
Juana Alonso | 2 | 333 | 300 | 200 |
Francisca de Lago | 2 | 300 | 500 | 200 |
Tenemos que esperar a la década de 1840 para encontrar un intento de modernizar la elaboración de hilados y tejidos de lino en la comarca: la fábrica textil de Isabel II del Roxal (Neda), erigida por el comerciante coruñés Juan de Veiga a orillas del río Belelle con maquinaria y técnicos ingleses (Montero Aróstegui, 1859, pp. 408-409). Éste llegó de París donde se había dedicado a la exportación de tejidos de algodón con destino a Cuba. Gracias a los bajos salarios gallegos y a la posibilidad de vender la producción en el mercado cubano, se animó a dar el salto de la distribución a la fabricación. Primero abrió una fábrica en A Coruña y a continuación estableció la segunda en la feligresía de San Pedro de Anca (parroquia situada en Neda), donde se dedicó a fabricar tejidos de algodón y lana. Sus lonas encontraron un consumidor propicio en los astilleros ferrolanos, pero su trayectoria empresarial estuvo plagada de obstáculos. Las deudas y su temprana expulsión del mercado de La Habana le obligaron a trasladar parte de los obreros de la instalación herculina a la del río Belelle (Penedo Feijoo, 1995; Carmona Badía, Espido Bello y Lozano Courtier, 1995, pp. 72-77). En su afanosa búsqueda de capital formó varias sociedades mercantiles: La Iniciativa Fabril (1844), Garrido Veiga y Cia (1846), Pablo Collado y Cia (1847), compañías responsables en gran medida del crecimiento inversor que conoció la comarca de Ferrolterra en la década de 1840 (gráfico 2). En dichas sociedades, se asoció primero con su hermano Tomás y, luego, con grandes capitalistas coruñeses y madrileños, como Bruno Herce, Eduardo Santos, Juan Alberto Casares y el indiano Juan Manuel Manzanedo y González, uno de los hombres más ricos de la España liberal (Bahamonde Magro y Cayuela Fernández, 1997)18. Sus expectativas empresariales se frustraron con la entrada del arancel de 1849 y el rechazo de sus ofertas de suministro por la armada. A comienzos de 1850, su situación era crítica y sus negocios fueron adquiridos por la casa de banca Braña, Abella y Cía (Lindoso Tato, 2006a).
¿Qué otras fibras textiles se trabajaron? Lo sabemos gracias a una empresa unipersonal: la fábrica de hilos y cintas de seda creada por el ferrolano Juan José Caamaño y Pardo a finales del siglo XVIII. Este economista ilustrado abrió su negocio con máquinas para hilar la seda, torcerla y cardarla, las cuales bien compraba o bien construía. Como deseaba obtener directamente la materia prima, ordenó plantar moreras y morales —unas 400— en una hacienda propia. Buscó también maestros y aprendices del oficio. Un informe municipal conservado en los archivos locales, acredita la buena calidad de la seda hilada y su superioridad técnica frente a productos catalanes y valencianos similares. Este empresario desempeñó un papel activo a la hora de abrir el puerto ferrolano al tráfico comercial europeo y americano, recibió diversas distinciones y ocupó el cargo de concejal del ayuntamiento de Ferrol.
A mediados de la década de 1830, esta industria habría desaparecido de la ciudad. Fue contemporánea de una fábrica de pasamanería, que en 1800 presentaba un claro estado de decadencia, aunque según un informe municipal todavía seguía activa en 1799, con cuatro personas ocupadas y una producción de 43.200 varas. Las restantes iniciativas societarias en materia textil pertenecen al área de la confección. Son pequeñas sociedades de talleres de modistas, sastres y fabricantes de sombreros. En torno al 75% de la producción fue organizada por empresarios foráneos, como el maestro sombrerero Juan Bautista Tolrrá, quien ejercía el oficio en las casas que su socio capitalista, el comerciante Pedro González de Carbajal, mantenía abiertas en la calle Magdalena de Ferrol. La familia de Tolrrá también se empleaba en el taller, su mujer recibía cuatro reales de vellón diarios por galonear, armar sombreros y otros quehaceres propios del oficio. Esta fábrica junto a la de los maestros sombrereros Daniel Glins y Bernardo Sales son, con toda probabilidad, las recogidas en las estadísticas sobre las fábricas de la población elaboradas por el ayuntamiento a finales del siglo XVIII. Una y otra, ocupaban a siete trabajadores y producían sombreros ordinarios nuevos y, en menor proporción, teñidos y compuestos. En 1798 producían 1.400 sombreros ordinarios y 350 teñidos y compuestos, y en 1800, 3.500 y 1.000 respectivamente. En 1805, se formó en la urbe otra compañía para fabricar sombreros finos y ordinarios, con un respetable capital de 20.000 reales de vellón, a manos de otros dos maestros: Antonio da Costa, de posible origen portugués, y Guillermo Balás (Ballas), un joven francés, probablemente hijo del ya citado Juan Valás. Entre este tipo de firmas de confección, encontramos una de las pocas sociedades dirigidas por mujeres. Es el caso de Polonia Fernández, de origen madrileño, quien, con autorización conyugal, abrió una tienda de modista en la ciudad a comienzos de la década de 1790, en la que dio entrada a Juan José Irigoyen, vecino de la villa de A Graña, y proveedor de capital para la firma19.
Durante la segunda mitad del siglo XVIII, la comarca ferrolana fue una de las primeras en acoger la implantación de tenerías. La declaración de Ferrol como Departamento de Marina fomentó la industria del curtido de pieles, estableciéndose varias fábricas en las riberas del puerto (Montero Aróstegui, 1859, pp. 406-407). Su localización industrial vino determinada no sólo por la accesibilidad a las materias primas (pieles regionales e importadas, agua baja en cal, taninos naturales procedentes de la corteza de roble), sino también por la cercanía al centro de consumo. Una destacada parte de la producción iba destinada a los mercados extrarregionales (Carmona Badía y Fernández Vázquez, 2003, pp. 31-34). El historiador Antonio Meijide Pardo (1998), señaló en su día la existencia de un total de catorce tenerías en la ría de Ferrol entre 1770 y 1814: cinco en Neda, tres en Narón, dos en Barallobre, dos en Maniños, una en Perlío y una más en Serantes. Al menos la mitad de ellas adoptó en algún momento de su vida el régimen jurídico de una sociedad. Así lo hicieron las fábricas de curtidos de Maniños, A Ribeira y As Chancas en la parroquia de Barallobre (sita en el actual municipio de Fene), otra en la de San Clemente (Narón), la de Fraga (Neda), As Pozoas (en la feligresía de Santa Mariña do Vilar, ubicada en el actual municipio de Ferrol) o la de Fontevella (San Pedro de Anca). Igualmente, a una legua de Ferrol, en la Gándara de Ponte de Xuvia, los ferrolanos Manuel Martín y Francisco García de Seijas abrieron una tenería en 1782, la cual inició sus operaciones a principios de 1783, tras contratar a un maestro y oficiales. Invirtieron en ella unos 8.000 pesos fuertes, incluyendo la compra de utensilios, cueros al pelo, terrenos y una pequeña casa. Mantuvieron también un almacén en Ferrol para despachar las pieles. Entre ambos socios surgieron desavenencias, ya que el mencionado Francisco García no aportaba la mitad del caudal necesario para acometer los gastos mensuales de la fábrica. Entonces, Manuel Martín propuso la separación al menos en dos ocasiones, aunque su socio la rechazó20. No obstante, pese a los desacuerdos, fue una de las tenerías más prósperas de la zona (Meijide Pardo, 1998).
Catalanes y franceses, o si se quiere, vascofranceses, nutrieron las filas de los partícipes de estas compañías y aportaron sus conocimientos técnicos al negocio hasta al menos las primeras décadas del siglo XIX. Fueron gentes como Bartolomé Tali, Joseph Sierra, Santiago Marcet, Felipe Casacuberta —este, en sociedad con el gallego Josef González—, Pablo Puxóll, Ramón Aguilar Colomer, los franceses Miguel Daubanch, Thomas Cucurella, Santiago Berdier, Pedro Tolosa —también maestro capataz en las herrerías de Su Majestad en Ferrol— y el ya citado Juan Lestache.
Durante el siglo XIX fueron más frecuentes los apellidos locales y regionales entre los socios de estas firmas. En 1813, María do Casal, viuda del comerciante Andrés de la Cruz, y José do Sisto, vecino del lugar de Fontevella, construyeron una curtiduría de pieles para calzado. En cinco años y medio, su rentabilidad media ascendió al 16,4% anual21. Desde el primer tercio del siglo XIX, varias tenerías, antaño en manos de técnicos o de capital foráneo, fueron arrendadas o compradas por otros empresarios, concediéndoles así una segunda vida. Éste fue el destino del establecimiento de Santiago Marcet, que pasó a manos de Vicente Moscoso, o el del perteneciente a Ramón Aguilar Colomer. Otras, como la fábrica de O Basteiro, en el actual municipio de Neda, parece que no superaron el primer tercio del siglo. Los coruñeses Bezares, del Zerro y Mendinueta-Bezares, Abeledo y Cía se ocuparon de ella desde la década de 1780 con la ayuda técnica de Simón de Castroviejo, yerno de Roque Bugallo Barruso, mercader y asentista ferrolano, con el que se había asociado previamente en la instalación de As Pozoas. Pero la última noticia de O Basteiro data de 1827 (Meijide Pardo, 1998).
Destacamos asimismo una tenería, no recogida en la serie de sociedades presentada, que adquirió fama. Se trata de la fábrica de la Florida o Pazo de la Mercé, fundada por los riojanos Somalo. A principios del siglo XIX, estos hermanos se hicieron con su propiedad. El bávaro Juan Adam Pensel, casado con Damiana de Somalo y mineralogista destinado en el Departamento de Marina de Ferrol, dirigió la fábrica desde su matrimonio en 1812 hasta su muerte en 1832. Le sucedió Tomás Cebreiro y, en el último tercio del XIX, el establecimiento volvía a manos de los descendientes de Francisco Somalo (Otero Eiriz, 2020, pp. 198-200). Por último, debemos recordar que los negocios de los empresarios del cuero se extendieron a las comarcas aledañas. En la cercana jurisdicción de Pontedeume se encontraba la propiedad de dos ferrolanos, Pedro Antonio López y el catalán Joaquín Jofre, en el sitio de San Juan de la Arena y Vista Alegre (Mapa 1). Durante la guerra contra los franceses, ambos pensaron en ampliarla y, a través de la Regencia del Reino, presionaron a los propietarios de los terrenos contiguos —necesarios para la ampliación de sus instalaciones y cuyo precio parecía ser elevado— para que se los vendiesen, objetivo que lograron salvo por la redención de un pequeño censo22.
El resto del sector secundario bajo el régimen de «trato, sociedad y compañía» resulta escaso: tejeras y papeleras fundamentalmente. Respecto a las primeras, podemos confirmar la existencia de una producción local durante la segunda mitad del siglo XVIII dominada por maestros venidos de la antigua provincia gallega de Tui. Dos compañías comerciales establecidas en las poblaciones de Xuvia y Neda en las décadas de 1760 y 1770 ponen de manifiesto el temprano vínculo que tuvo la elaboración de tejas y ladrillos con especialistas llegados a trabajar en el ramo desde del suroeste de Galicia. La más temprana se formó entre León González y Pedro Vicente, ambos procedentes de la jurisdicción de la villa de A Guarda, municipio situado en el sudoeste gallego, y el maestro tejero de Canido, en Ferrol, Isidro Álvarez. León González había arrendado dos hornos de teja en la vecina feligresía de Santa María de Caranza, perteneciente al término municipal de la ciudad de Ferrol, a Bernardo Pardo de Cela, a quien pagaba la renta con tejas.
Más interesante es la compañía del ramo en la que intervinieron ocho fabricantes de teja y ladrillos procedentes de la feligresía de San Lorenzo de Salcidos, próxima a la mencionada villa de A Guarda; Manuel de Lomba, que poseía dos fábricas, una en Caranza y otra en Xuvia; Joseph González, que explotaba la denominada fábrica del «Furado», en la citada Caranza; Joseph Trigo, con la «Agrelaia», en la parroquia de Santa Cecilia de Trasancos (Ferrol); Francisco Portela, con una fábrica en la feligresía de Santa María de Castro (Narón); Joseph González Lascasin, con la fábrica del «Lodairo»; Martín y Pedro Portela, junto con Juan González Lascasin, con dos tejeras en la parroquia de San Julián de Narón, a quince kilómetros de Ferrol. Esta industria estaba plenamente arraigada en la comarca y en ella tenían un protagonismo casi exclusivo los emprendedores y obreros foráneos.
Las tejeras satisficieron la demanda de teja y ladrillo del ramo de la construcción en una ciudad en crecimiento, como también las necesidades constructivas de sus Reales Obras y Arsenales. De hecho, los mencionados León González y Manuel de Lomba se asociarían en 1761 durante cuatro años con otro maestro del oficio, Ignacio Calvo, para explotar el asiento de teja y ladrillo al objeto de suministrar al Arsenal y a las restantes Obras Reales. El contrato estipulaba el pago de 40 reales de vellón por cada millar de tejas y ladrillo entregado desde los meses de abril a noviembre, y 48 reales por los suministrados de diciembre a marzo. Recordemos que ésta era una actividad estacional, ya que determinados procesos del ciclo productivo necesitaban de un secado natural. Otros maestros, como Francisco Portela, Juan González y Francisco Alvarez, oriundo del mismo San Lorenzo de Salcidos, participaron también en este tipo de remates de teja, ladrillo y baldosas23. El historiador Justino Fernández Negral (2015), nos recuerda que las mejoras en los viejos fuertes de la ría y los trabajos realizados en los castillos de San Felipe y La Palma habían necesitado ladrillos en las primeras décadas del siglo XVIII. Sin embargo, desde mediados de la centuria, los artesanos pontevedreses dominarán el negocio, iniciando así una tradición empresarial que se mantuvo en las tejeras tradicionales de Narón hasta bien entrado el siglo XX (Fernández Negral, 2015, pp. 21-66).
Las fuentes manejadas ofrecen información interesante sobre la puesta en marcha de otras industrias de bienes de consumo en la comarca a finales del siglo XVIII y comienzos del siguiente: velas de sebo, loza, jarcia y cordelería24. Pero, en este caso, se trata de empresas unipersonales. Así, el mencionado industrial del cuero, Francisco García Seijas, se dedicó a la fabricación de loza ordinaria. Como en otras esferas empresariales, una vez más volvemos a apreciar el atractivo que la localidad ferrolana tenía para los emprendedores foráneos. El francés Pedro Molas, afincado previamente en las ciudades de A Coruña y Santander, estableció una fábrica de velas de sebo, las cuales eran esenciales para la iluminación pública y doméstica. En 1806, ofrecía las velas blancas a cinco reales de vellón la libra (castellana), por lo que solicitó al ayuntamiento el suministro de un quintal diario de sebo en rama. Presentó como aval informes favorables a sus velas de relevantes comerciantes y fabricantes coruñeses, como Juan Francisco Barrié. Finalmente, se le concedió la tercera parte del sebo que producían las carnes que se consumían en la ciudad, comprometiéndose entonces Molas a suministrar las velas a cuatro reales y medio. Una oferta que le llevó a enfrentamientos con los otros veleros en un mercado relativamente cerrado y monopolizado por los industriales locales. A comienzos de 1807, los veleros Juan García Redondeo, Ramón Troche, Manuel Tentil, su hijo Pedro Tentil, Jacobo Vidal y Trigo, Luis del Taso y Juan Francisco Álvarez, se opusieron a esa concesión con el argumento de que ellos y sus familias se morirían de hambre y que el producto francés era más caro que el suyo. La disputa no acabó aquí, y el citado Molas rivalizó incluso con el contratista del abasto de carnes, Pastor Miramontes. En este caso, se sucedieron quejas de una y otra parte, si bien Molas determinó solicitar más sebo al municipio con el apoyo de una serie de particulares que, afirmaban, le cederían la tercera parte del sebo que se consumía en sus casas.
Respecto a las fábricas de jarcias y cordelería, su progreso estuvo vinculado directamente a la construcción naval. A finales de la década de 1790, el municipio sólo menciona dos fábricas de jarcia y cordelería. Una, la de Cayetano Torneo, ocupaba a un maestro, un capataz y ocho oficiales, cuyos sueldos iban de los diez reales diarios del maestro a los cinco de cada operario25. Otra, la instalada por los flamencos Adrian de Roo y Baltasar Kiel en Sada durante el último cuarto del siglo XVII, y de la cual acabaría haciéndose cargo la corona. De hecho, en 1762 se localizaba ya dentro del recinto del Arsenal. A este conjunto de iniciativas societarias dependientes del naval se suman otras particulares y públicas no recogidas en la serie que presentamos, pero que dan cuenta de los efectos y de la capacidad de arrastre empresarial de los astilleros. Una de las más conocidas es la creación en 1805 de la Real Fábrica de Cobrería de Xuvia, dedicada a fabricar planchas de cobre para revestir los navíos. Su dependencia de los fondos públicos lastró su desarrollo y, al final, por cuestiones estratégicas y de precio, la elaboración de planchas pasó a realizarse en el interior del Arsenal (Fernández Negral, 1991, pp. 53-55).
Mientras se multiplicaban las empresas industriales, el comercio también prosperó en la comarca ferrolana durante la segunda mitad del siglo XVIII. De hecho, las actividades comerciales absorbieron en torno al 41% de la inversión en sociedades en el período analizado. La fórmula del asiento se usó frecuentemente para abastecer de materiales necesarios a los astilleros y la relevancia de los asentistas a la hora de formar compañías y explotar grandes negocios, incluso en materia fabril, ya ha quedado patente en páginas anteriores. Asimismo, los mercaderes distribuyeron mercancías de gran demanda entre la población: tejidos, vinos, granos, ganado, sardinas y comestibles, en general. Estos eran los productos más vendidos por las compañías mercantiles fundadas en la comarca durante la segunda mitad del siglo XVIII y la primera del XIX. La inversión media en una de estas compañías comerciales se cifra en unos 101.214 reales de vellón, suma inferior a la de las compañías industriales, 134.298 reales. En cualquier caso, como todos los promedios, las cifras apuntadas ocultan la existencia de desigualdades. Por ejemplo, el capital de las empresas mercantiles podía oscilar entre los 5.000 reales que costó poner en marcha la compañía de Manuel Calderón de la Barca y Pedro Diz en 1797 para la compraventa de mulas y caballos, y los 546.000 reales de la que en 1798 creó Pedro Monge y Compañía26, esta última perteneciente a la escasa elite comercial de la ciudad, la cual estaba constituida por comerciantes mayoristas que dominaban el abasto de cereales, harinas y vino. Entre esa elite, destacaban los ya citados franceses, notables mercaderes peninsulares —muchos oriundos de Cataluña— y, excepcionalmente, algún británico (Martín García, 2003, pp. 90-91).
A este tipo de actividades de lícito comercio, se le sumó alguna ilícita: el tráfico de esclavos. El asturiano José María Pintado, capitán y dueño del bergantín español «Jesús, María y José», matriculado en la Habana, se asoció con dos comerciantes ferrolanos, Julián Vicente Ribero y Francisco Félix Plá, para emprender una expedición negrera a la costa africana en uno de los años dorados de la trata, 1816 (Lindoso Tato, 2006b, pp. 51-56). Es una de las pocas escrituras donde, y sin emplear eufemismos para ocultar este deleznable negocio, se declara que se pretende «la compra, cambio y comercio de negros, conducir y vender estos por cuenta y a beneficio de la sociedad en la ciudad de la Habana» con un capital que se acercaba al triple de una compañía mercantil media. Rivero y Plá actuaban como proveedores del capital, de los víveres y acopios necesarios para la expedición, mientras que Pintado ejecutaba el negocio in situ27.
Este tipo de operaciones no eran hechos aislados. La trata de esclavos se transformó en una alternativa a la crisis que experimentó el tráfico colonial en esos años y fue la opción puesta en práctica desde el establecimiento del comercio directo de los europeos con las posesiones españolas en América, en 1797. El puerto de A Coruña aglutinó a los grandes negreros que, con los beneficios de la trata de esclavos, adquirían luego bienes coloniales que vendían y reexportaban desde el puerto herculino (Alonso Álvarez, 1986; Lindoso Tato, 2006b). Ferrol no constituyó en esto una excepción, como tampoco fue extraño que el mencionado Pedro Monge desarrollase actividades corsarias en la década de 1820 desde A Coruña, donde poseía almacén abierto ya a finales del siglo XVIII (Lindoso Tato, 2006b, p. 52)28. En 1802, tras la disolución de Pedro Monge y Compañía, se declararon unas ganancias líquidas de 349.552 reales, con lo que la tasa de rentabilidad de esta firma comercial respecto al capital inicial fue considerable, un 16%.
Por último, y a semejanza de lo que sucedía en la industria, observamos la presencia de determinados colectivos foráneos en el ámbito mercantil de Ferrolterra durante la segunda mitad del siglo XVIII y las dos primeras décadas del XIX. Una aislada relación de comerciantes individuales de la ciudad formada por el ayuntamiento ferrolano en 1818 arroja un 40% de apellidos catalanes. En las compañías mercantiles, como mínimo un 30% de los socios era oriundo del Principado. Cuando especifican su objeto social, éste se centra en el comercio de tejidos catalanes, vinos, traídos desde Vigo, Málaga y Cataluña, y sardina en salazón, lo cual guarda una estrecha relación con el negocio industrial que desarrollaban como fomentadores en las rías de Ferrol, Ares y Sada. Sus redes de distribución abarcaban la península e incluso América. Por ejemplo, Salvador Barnada y Antonio Torrens organizaron expediciones mercantiles al Río de la Plata y el puerto de Montevideo en la primera década del siglo XIX29. El puerto ferrolano recibía directamente géneros coloniales, en especial tras su habilitación para el libre comercio con América gracias a una Real Orden de mayo de 1802 (Labrada Romero, 1804, p. 25; Lindoso Tato y Vilar Rodríguez, 2009). La petición en la década de 1780 de su habilitación para el tráfico americano había sido desestimada, por lo que durante años dependió de intermediarios con conexiones directas o indirectas con América —como los coruñeses—, para obtener ese tipo de mercaderías. Pero estos privilegios comerciales llegaron tarde, ya que no pudieron evitar la crisis que vivió la economía local en las primeras décadas del siglo XIX (Martín García, 2003, p. 42). A este nivel, hay que pensar que entre finales del siglo XVIII y las dos primeras décadas del siglo XIX el peso del puerto ferrolano en las exportaciones de efectos españoles y extranjeros a Hispanoamérica fue casi ocho veces inferior al coruñés (Fisher, 1993, pp. 78-79)30.
3. Reflexiones finales
El auge o la decadencia de la comarca ferrolana se supeditó a los ritmos de actividad de una industria de enclave, tal y como era la construcción naval en el recinto del Arsenal. Durante la segunda mitad del siglo XVIII se construyeron 154 buques y, simultáneamente, la comarca de Ferrolterra creció demográfica y económicamente. No se trató de una expansión lineal, ya que los recursos no siempre abundaron. Como los habitantes de la ciudad dependían directa o indirectamente de los salarios pagados por la Marina, las dificultades económicas y las tensiones sociales se disparaban cuando la monarquía atravesaba por dificultades financieras y las pagas se retrasaban (Brey, 1984; Cardesín Díaz, 2004). Aun así, en conjunto, y pese a las esporádicas tensiones sociales, la imagen que obtenemos tras observar los ritmos de la serie de las compañías fundadas entre 1750 y 1919 confirma y abunda tanto en la prosperidad que conoció la mencionada comarca durante la segunda mitad del siglo XVIII, como en el cambio de ciclo que se produjo en las primeras décadas del XIX, algo que los contemporáneos ya observaban y que algunos estudios han puesto de manifiesto de manera parcial.
La comarca acogió una miríada de industriales y comerciantes que aprovecharon las oportunidades de negocio surgidas al calor del complejo naval-militar. De hecho, hasta 1850, aproximadamente, las industrias auxiliares y de bienes de consumo básico aglutinaron iniciativas y capitales en una proporción superior a lo que sabemos sucedió con posterioridad a esa fecha. En general, el capital foráneo protagonizó las iniciativas más numerosas y resultó dominante en varias actividades, no exclusivamente industriales.
El flujo migratorio que se dirigió hacia Ferrol y sus alrededores se evidencia no sólo en la composición de la mano de obra que compuso la Maestranza o la Armada, sino también en el factor empresarial. La relación de estos industriales va desde los poderosos franceses y catalanes hasta los más modestos italianos, irlandeses, portugueses, asturianos, vascos, leoneses, pacenses o gallegos, estos últimos llegados de distintos puntos de Galicia, lo cual no resulta extraño durante un proceso de expansión y de desarrollo económico. Si escasea el factor empresarial local, una fórmula sustitutiva es su importación, más necesaria en un caso como el de Ferrol de principios del siglo XVIII, una pequeña villa vinculada tradicionalmente a las actividades agropecuarias donde el espíritu emprendedor semejaba ser escaso. La calidad del compromiso del empresariado foráneo con el desarrollo local es otra cuestión. Por ejemplo, unas buenas expectativas económicas a medio y largo plazo acerca del funcionamiento del complejo naval-militar alentarían un mayor arraigo del capital extranjero en Ferrol e incrementarían la inversión en la comarca. Por el contrario, ante los efectos negativos que generaría una posible caída en la construcción naval, aquellos capitalistas extranjeros llegados a la ciudad en busca de ganancias rápidas o especulativas podían huir en busca de nuevas oportunidades de negocio a otros puntos geográficos provocando un descenso en la inversión local.
Ese capital foráneo podía ser extremadamente sensible a los cambios de ciclo económico. En este sentido, y prefigurando una futura línea de investigación, pensamos que sería interesante detenerse a analizar la permanencia de esos empresarios en la ciudad a lo largo del siglo XIX. Sabemos que algunos de ellos echaron raíces en la misma, pero otros, en cambio, se vieron zarandeados y expulsados de su vida económica y social por conflictos tales como la guerra contra los franceses o el freno que en distintos momentos experimentaron las inversiones públicas (Martín García, 2001). De hecho, a comienzos de la década de 1820, la ría, antaño plagada de vida industrial y mercantil, apenas si se reconoce en las referencias contenidas en los distintos informes municipales de la época: las fábricas, antaño abundantes, escaseaban ahora y su puerto había visto rebajada recientemente su categoría.
Fuentes históricas
Archivo de Protocolos del Colegio de Notarios de A Coruña (citado como AHPC). Consultados los protocolos de los notarios: Andrés Pita Baamonde, Bartolomé Espantoso, Bernardo de Burgo, Carlos de Pazos, Domingo Antonio Vázquez, Domingo de Estraviz y Espiñeira, Francisco A. González de Solís, Francisco Antonio Ledo, Gonzalo Antonio Sánchez y Couso, José de Benavides, José Ocampo y Torreiro, Juan Antonio Cardemil, Juan Antonio Gómez Polanco, Juan Díaz Varela, Juan Pita Baamonde, Manuel Antonio Lodeiro, Miguel Sánchez de Taibo, Pedro Antonio López, Pedro Espantoso, Pedro López de Castro, Pedro Luis de Burgo, Pedro Nolasco de la Viña, Ramón González de Solís.
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NOTAS
1
Al final de este artículo sólo se ofrecen los notarios donde se escrituraron compañías.
2
Hemos empleado la actual definición de la comarca de Ferrol que engloba a los municipios de Ares, Cedeira, Fene, Ferrol, Moeche, Mugardos, Narón, Neda, San Saturniño, Somozas y Valdoviño, véase también mapa 1.
3
Los fondos documentales de los Archivos Navales o el Archivo General de la Marina pueden resultar de utilidad para futuras investigaciones centradas en el estudio de los asientos relacionados con el Departamento Naval de Ferrol.
4
Archivo Histórico de Protocolos da Coruña (en adelante AHPC), Distrito de Ferrol, legajo 1344, ff. 20-21; legajo 1009, ff. 121-122.
5
AHPC, Distrito de Ferrol, legajo 1250, ff. 51-52; legajo 1403, ff. 21-22, legajo 1405, ff. 234-235; legajo 989, ff. 48-49; legajo 1283, f. 48.
6
AHPC, Distrito de Ferrol, legajo 1394, ff. 228-230; legajo 1395, f. 82; legajo 1396, ff. 1, 20-21 y ff. 194, 254; legajo 1397, f. 3; legajo 1373, ff. s.n.
7
Hemos respetado la grafía original del escribano. AHPC, Distrito de Ferrol, legajo 1307, ff. 3-5.
8
Archivo Municipal de Ferrol (en adelante AMF), Disposiciones recibidas sobre industria y comercio, C- 473-A, Expediente 6 fol. 165-268.
9
AHPC, Distrito de Ferrol, legajo 1274, f. 41; legajo 1644, ff. 73-74; legajo 1838, ff. 128-131; legajo 2447, ff. 71-73; legajo 2673, ff. 683-684.
10
AHPC, Distrito de Ferrol, legajo 1328, ff. s.n.; legajo 1774, ff. 37-38.
11
AMF, Expediente de industria inocua. Fábrica de fariña de Juan Lestache na parroquia de San Xulián de Narón, anos 1787-1791, C-473, Expediente 12 y 15, ff. 398-423.
12
AHPC, Distrito de Ferrol, legajo 1056, f. 90; legajo 1378, f. s.n.; legajo 1857, ff. 64-67.
13
AHPC, Distrito de Ferrol, legajo 1381, f. s.n.; legajo 1270, f. 76; legajo 1417, ff. 128-133; legajo 1419, ff. 40-41; legajo 1841, ff. 256-258; legajo 1857, ff. 361-362.
14
AMF, Expediente sobre la fábrica de harina en San Esteban de Perlío (18 de julio de 1787), C- 473-A, Expediente 1 ff. 1-34.
15
La vía militar parece ser la forma de entrada de la mayoría del colectivo italiano en la comarca. El comercio minorista y la venta ambulante constituyeron su dedicación básica, (Martín García, 2005, pp. 115-116).
16
AHPC, Distrito de Ferrol, legajo 1890, ff.170-171; legajo 1891, ff. 2-3.
17
AMF, Disposiciones recibidas sobre industria y comercio, C- 473-A, Expediente 6, ff. 165-268.
18
AHPC, Distrito de A Coruña, legajo 8795, f. 457.
19
AMF, Expediente de la Fábrica de hilos de toda especie y sedas propiedad de Juan José Caamaño y Pardo (1788), C- 473-A, Expediente 15, ff. 446-449; Disposiciones recibidas sobre industria y comercio, C- 473-A, Expediente 6, ff. 165-268; Estadísticas de fábricas 1786-1799; Estado que manifiesta las fábricas que existen en estas villas del Ferrol y La Graña comprendidas en la subdelegación de mi cargo arreglado a la Real Orden de la Real Junta de Comercio y Moneda comunicada en 12 de junio del año pasado de 1797. Ferrol 8 de mayo de 1799, C- 473-A, Expediente 11, ff. 391-397. AHPC, Distrito de Ferrol, legajo 906, f. 125; legajo 922, f. 91; legajo1421, ff. 52-53, legajo 1431, f. 85.
20
AMF, Actos de conciliación entre Francisco García Seijas y Manuel Martín sobre la fábrica de curtidos que poseen en la Gándara, Narón (1784-1787), C-473, Expediente 14, ff. 432-445.
21
AHPC, Distrito de Ferrol, legajo 1758, ff. 308-311.
22
AMF, Correspondencia con Joaquín Jofre e Pedro Antonio López sobre adquisición de terrenos para ampliar a fábrica de curtidos sita en San Juan de la Arena, feligresía de Santa María de Miño, C-473, Expediente 3, fol. 60-65, año 1813.
23
AHPC, Distrito de Ferrol, legajo 940, f. 43; legajo 1059, ff. 51-52; legajo 993, ff. 65-66; legajo 1376, ff. s.n.
24
AMF, Expediente de la Fábrica de Jarcias de Cayetano Torneo (1798), C- 473-A, Expediente 16 fol. 450-451; Estadísticas de fábricas 1786-1799, C- 473-A, Expediente 11, ff. 391-397.
25
AMF, Expediente de industria inocua. Solicitud por parte de Pedro Molas, de nacionalidad francesa, para abrir Fábrica de vela de sebo, 1806-1807, C- 473-A, Expediente 9, ff. 331-384; Estadísticas de fábricas 1786-1799. Estado o Relación general de las fábricas establecidas en esta Villa del Ferrol y la Graña, comprehendidas en la Subdelegación de mi cargo, arreglado a la orden de la Real Junta de Comercio y Moneda, comunicado en 12 de junio del año próximo pasado de 1797, C- 473-A, Expediente 11, ff. 391-397.
26
AHPC, Distrito de Ferrol, legajo 1028, ff. 310-312; legajo 1839, f. 151.
27
AHPC, Distrito de Ferrol, legajo 1756, ff. 163-166. Francisco Félix Plá y Pedro Monge fueron los abuelos paterno y materno respectivamente de una de las figuras más emblemáticas del Ferrol decimonónico, el Marqués de Amboage, Ramón Pla y Monge.
28
Probablemente, se trataba del hijo, Pedro Monge, que diversificó los intereses de la compañía familiar al introducirse en el fomento y salazón de sardina en Mugardos. AHPC, Distrito de Ferrol, legajo 1756, ff. 93-94.
29
AHPC, Distrito de Ferrol, legajo 1844, ff. 525-529; legajo 1850, ff. 378-379. AMF, 1818: Listado de los individuos del comercio de la ciudad de Ferrol, C- 473-A Expediente 17 fol. 452-502.
30
AMF, Expedientes de Abastos: Habilitación do Peirao para o libre comercio e Rehabilitación dos Correos Marítimos, c-473, Expediente 4, ff. 66-130.
Notas de autor
aelvira.lindoso.tato@udc.es
ISSN: 1133-0481
Vol.
Num. 31
Año. 2022
“TRATO, SOCIEDAD Y COMPAÑÍA” EN LA COMARCA DE FERROL, 1750-1849
Elvira Lindoso Tato
Universidade da Coruña
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