Abstract
During the 1610s, Southeast Asia was the main scene of the conflict between the Hispanic Monarchy and the Dutch Republic. In those years, the monarchy was devising measures to expel the Dutch from the East, the most prominent of which was the construction by the governor of the Philippines, Juan de Silva, of a large war fleet to defeat the Dutch and ensure the Hispanic presence in the region. This paper analyzes the creation of Silva's fleet and its role in the context of the evolution of Philip III's Oriental policy.
Keywords:
UNA OPORTUNIDAD PERDIDA. LA GRAN ARMADA DE JUAN DE SILVA EN FILIPINAS (1610-1616)
Iñigo Valpuesta Villa
UNA OPORTUNIDAD PERDIDA. LA GRAN ARMADA DE JUAN DE SILVA EN FILIPINAS (1610-1616)
Ohm: Obradoiro de Historia Moderna, núm. 31, 2022
Universidade de Santiago de Compostela
A MISSED OPPORTUNITY. THE GREAT FLEET OF JUAN DE SILVA IN THE PHILIPPINES (1610-1616)
Iñigo Valpuesta Villa a
Universidad Nacional de Educación a Distancia, España
Copyright © Universidade de Santiago de Compostela
Artículo en acceso abierto distribuido bajo los términos de la licencia Atribución-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional (CC BY-NC-ND 4.0).
Recibido: 15/06/2021
Aceptado: 06/03/2022
Resumen: Durante la década del 1610 el sudeste asiático fue el principal escenario del conflicto entre la Monarquía Hispánica y la república neerlandesa. A lo largo de esos años la monarquía fue ideando medidas para expulsar a los holandeses de oriente, la más destacada de las cuales fue la construcción por parte del gobernador de Filipinas, Juan de Silva, de una gran flota de guerra para derrotar a la holandesa y asegurarse la presencia hispana en la región. Este trabajo analiza la creación de la flota de Silva y su papel en el contexto de la evolución de la política oriental de Felipe III.
Palabras clave: Gran Armada; VOC; Islas Molucas; Filipinas; Juan de Silva; Monarquía Hispánica.
Abstract: During the 1610s, Southeast Asia was the main scene of the conflict between the Hispanic Monarchy and the Dutch Republic. In those years, the monarchy was devising measures to expel the Dutch from the East, the most prominent of which was the construction by the governor of the Philippines, Juan de Silva, of a large war fleet to defeat the Dutch and ensure the Hispanic presence in the region. This paper analyzes the creation of Silva's fleet and its role in the context of the evolution of Philip III's Oriental policy.
Keywords: Great fleet; VOC; Molucca Islands; Philippines; Juan de Silva; Hispanic Monarchy.
A finales del siglo XVI, Felipe II intentó debilitar la economía de las Provincias Unidas mediante un embargo comercial a los mercaderes neerlandeses en la península ibérica, donde estos obtenían la sal y las especias que eran de gran valor para su economía. El temor a no poder obtener estos productos empujó a estos comerciantes a buscarlos en otros lugares, y en el caso de las especias, en las islas del sudeste asiático, su lugar de origen. A partir de 1595 las compañías comerciales holandesas realizaron sus primeros viajes a oriente y establecieron contactos comerciales con diversos poderes locales, consiguiendo llevar a Europa los valiosos frutos de sus negocios (van Veen, 2000, pp. 150-151). En pocos años, los bátavos lograron un gran conocimiento de la navegación oceánica y su presencia se intensificó en el entorno de Sumatra y Java y las islas de las especias, en particular en las Molucas. Esta expansión propició enfrentamientos con las posesiones de la monarquía en Asia y con ello se amplió enormemente el alcance de la confrontación entre ambas potencias (Israel, 1997, pp. 17-99; Emmer, 2003; Murteira, 2020; Centenero de Arce y Terrasa Lozano, 2008).
Las islas Molucas habían estado controladas por los portugueses desde 1512 y, durante las primeras décadas de su presencia, el clavo allí producido les había proporcionado notables beneficios (Andaya, 1993; Lobato, 1999). No obstante, la duración del viaje desde Goa y Malaca y los problemas derivados de la constante hostilidad de la isla-reino de Ternate, alzada en armas contra los portugueses desde 1575, habían hecho perder rentabilidad al negocio del clavo (Boxer, 2001, p. 72; Sousa Pinto, 1997, pp. 35-36). Tras la unión de coronas ibéricas en 1581, las Molucas se integraron en el área de influencia de la Monarquía Hispánica y esto impulsó a los gobernadores de Filipinas a lanzar hasta cuatro expediciones (1582, 1584, 1585 y 1593) para recuperar Ternate y asegurar el control de la región, pero ninguna lo consiguió. Este escenario de debilidad portuguesa resultó perfecto para que los holandeses accediesen al comercio del clavo moluqueño en las propias islas (van Veen, 2010, pp. 403-405).
La actividad comercial neerlandesa supuso un notable problema para España, pues proporcionaba a sus enemigos unos recursos notables para sostener la guerra en Flandes. La preocupación hispana creció al iniciarse una escalada de hostilidades en 1600, con el primer combate naval en Manila contra los holandeses. Estos, al año siguiente, tomaron la fortaleza portuguesa de Ambon y además establecieron una alianza con el belicoso reino de Ternate. En 1602 las diversas compañías comerciales se unieron y crearon la Compañía de las Indias Orientales (Vereenigde Oostindische Compagnie o VOC). En 1603, el navío portugués Santa Catarina fue capturado cerca de Malaca por la VOC y este valioso botín resultó clave para que la compañía consolidase esta forma de operar, más agresiva, que fue defendida por el influyente jurista Hugo Grocio en De Jure Paedae Commentarius (1604) (Blusse y Winius, 1984, pp. 76-77; van Ittersum, 2003, pp. 520-526).
A la vez que los bátavos se asentaban en oriente, en Europa, ni España ni las Provincias Unidas lograban alzarse victoriosas una frente a la otra y el agotamiento mutuo empujaba a ambos poderes hacia una negociación (García García, 1996, pp. 50-52; Esteban Estringana, 2009, pp. 132-140). Al mismo tiempo que se materializaba un acercamiento diplomático, la monarquía vio la posibilidad de lograr un acuerdo ventajoso golpeando las fuentes de ingresos neerlandesas en ultramar y esto confirió a las islas Molucas un enorme interés estratégico1. La expulsión de los bátavos de las islas podía negarles el acceso a importantes recursos y con ello dificultar su esfuerzo de guerra. De este modo, desde 1602, se fue gestando un plan para desalojarlos mediante un gran contingente compuesto por tropas propias y otras llegadas desde México y España.
Al comienzo de 1606, las fuerzas reunidas en Filipinas partieron hacia las Molucas y allí, apoyadas por el reino de Tidore, recuperaron el control de Ternate y expulsaron a las escasas tropas holandesas presentes (Argensola, 2009). Durante los años siguientes la VOC respondió enviando navíos y tropas para continuar su actividad y asegurar su presencia en las islas, reavivando con ello otra rebelión de los ternates2. En ese tiempo la VOC levantó en las islas hasta ocho fortalezas y, a su vez, los españoles, gracias al envío de tropas y suministros desde Filipinas, lograron sostener sus posiciones (Sánchez Pons, 2012, p. 98; Campo López, 2018). No obstante, estos socorros no podían mantenerse únicamente con los recursos filipinos y se hizo necesario el envío anual de dinero, tropas y recursos desde México. De este modo, la ayuda desde Nueva España se convirtió en la principal forma de financiar el esfuerzo de guerra en Extremo Oriente, lo que resultó una pesada carga para la Real Hacienda (Alonso Álvarez, 2009; Alonso Álvarez, 2012, pp. 266-268)3. Pero estos envíos se mostraron insuficientes para detener a la VOC que, gracias a su potente armada, dominaba los mares y aseguraba sus objetivos comerciales, al tiempo que amenazaba las posiciones españolas.
En 1610, la VOC realizó un ataque sobre Manila que fue neutralizado por Juan de Silva, el recién nombrado gobernador de Filipinas (1609-1616). Silva tuvo un enorme peso en la política oriental de la Monarquía Hispánica durante los siguientes años y lideró las aspiraciones de reconducir la guerra contra la VOC. Su principal apuesta fue la formación de una gran escuadra de guerra con recursos castellanos y del Estado da India, que pudiera enfrentarse y derrotar a la flota bátava. Silva esperaba expulsar a los neerlandeses de las Molucas y de Insulindia, controlar la región y convertirla en un espacio de gran valor estratégico para la monarquía.
Desde el inicio de su mandato, el gobernador se implicó con todas sus fuerzas en la organización de una potente flota de guerra, hasta completarla durante su último año en el cargo. Sin embargo, el fracaso en alcanzar sus objetivos y el tradicional olvido de la historiografía española con el pasado asiático, han relegado a un lugar secundario el estudio de esta gran armada y únicamente se ha hecho hincapié en el mero hecho de su creación. Una de las excepciones es Peter Borschberg, quien en sus estudios sobre Singapur ha tratado el tema centrándose en el papel de la armada en el estrecho, y no tanto en el propio desarrollo de la flota, que es el objetivo de este estudio (Borschberg, 2004). El análisis de la escuadra de Silva posee un enorme interés, pues permite entender mejor las aspiraciones y la política oriental del momento. La formación de esta fuerza supuso tan enorme gasto de recursos para las islas que llevó al límite sus capacidades, de tal manera que nunca volvería embarcarse en un proyecto semejante. Por otro lado, la armada de Silva fue un elemento clave para la estructuración de la política oriental de la Monarquía Hispánica tras la Tregua de los Doce Años. Esta empresa empujó a España a una mayor implicación en su espacio oriental y a instaurar los primeros socorros directos a Manila. Además, resultó crucial para lograr una mayor colaboración entre las coronas ibéricas dentro del contexto ultramarino, un hecho no muy habitual y cuyo gran hito suele considerarse la Jornada de Salvador de Bahía de 1625.
1. Tomando la iniciativa. Los primeros planes de Juan de Silva
Juan de Silva había sido nombrado gobernador de Filipinas en 1607, y a sus espaldas tenía varias décadas de servicio militar en Flandes y misiones diplomáticas en Dinamarca (1603 y 1606). Silva fue el primer gobernador con un perfil netamente castrense y el primero de una larga lista de veteranos de Flandes. Su familia alcanzó cierto reconocimiento en los cargos asiáticos durante el reinado de Felipe III. Por ejemplo, su primo, Jerónimo de Silva, fue gobernador de las Molucas (1612-1617) y maestre de campo de Manila. Otros de sus primos fueron García de Silva, embajador en Persia (1614-1624), y Gonzalo de Silva, obispo de Cochín (Gil Fernández, 2009, pp. 243-244).
Tras liderar la defensa de Manila y haber armado una fuerza naval capaz de derrotar a las fuerzas sitiadoras en 1610, Silva se convenció de la necesidad de cambiar el planteamiento del enfrentamiento contra la VOC, cuya presencia en las islas constituía una gran amenaza para los intereses hispanos. Si lograban controlar la especiería, los holandeses buscarían dominar el lucrativo comercio con China y Japón, lo que les proporcionaría aún más recursos con los que continuar su expansión. Y si la VOC conseguía asegurar el comercio con China, estrangularía el sustento de Filipinas y la presencia castellana en Asia quedaría sentenciada. Esto le abriría la posibilidad de hacerse con el dominio de los mares orientales e incluso amenazar el litoral pacífico americano. Además, sus acciones podrían servir de ejemplo para naciones como Inglaterra, Francia o Dinamarca, con un claro interés por ultramar4. Ante este gran peligro, el gobernador consideró crítica y urgente la expulsión de los holandeses de la zona, lo que debía hacerse de forma directa, destruyendo la que era su principal fortaleza, sus fuerzas navales.
Estas fuerzas variaban según la época del año, dependiendo del número barcos que la VOC llegaban de Europa o regresaban, y de los que permanecían en Asia. Al inicio de la década, en las islas de las especias había unos diez navíos de alto bordo, bien equipados y tripulados, y constituían una fuerza superior a las cinco naves hispanas, de menor tamaño y calidad, destacadas en Manila en 16105. En ese mismo verano Silva había empezado la construcción de tres grandes galeones en los astilleros manileños con el fin de disponer al menos de ocho. Sin embargo, el gobernador aspiraba a reunir unos doce o catorce de esos galeones y a tener todas sus fuerzas listas para zarpar a Ternate para finales de 16116. Para alcanzar esa cifra, Silva envió a Goa una petición de ayuda al virrey de la India, Ruy Lorenzo de Távora (1609-1612), rogándole le proveyese de cuatro a seis naos bien equipadas. El gobernador pretendía que su escuadra fuese un proyecto conjunto entre los recursos castellanos y portugueses de oriente, al reconocer como insuficientes los filipinos7.
Aunque esta flota hispano-lusa llegase a derrotar al grueso de la VOC en las Molucas, resultaba escasa ante el más que probable contrataque del resto de naves de la compañía en Asia y de los refuerzos que se enviarían desde Europa. Silva entendía que a largo plazo iba a necesitar una flota mayor, formada por unos 4.000 infantes y veinte galeones, seis provenientes de Filipinas, seis de la India y ocho llegados desde España8. En resumen, Silva planeaba una victoria inicial sobre el grueso de los navíos holandeses en las Molucas mediante una escuadra hispano-lusa para, posteriormente, con los refuerzos españoles, afrontar los contragolpes holandeses y asegurar el control de la región9. Si este se mantenía algunos años, se lograrían paralizar las operaciones de la VOC, que terminaría hundiéndose.
El gobernador empezó sus preparativos sin esperar la aprobación de Madrid —que podía tardar dos años en llegar—, ya que quería evitar los efectos negativos de la aplicación de la Tregua de los Doce Años, firmada en 1609. Para Silva, las noticias de este acuerdo eran confusas, y en el verano de 1610 escribió a España pidiendo aclaraciones sobre si verdaderamente esa tregua se había firmado y, si era así, cómo debía aplicarse en la región10. Fuera como fuese, tenía claro que la dominante posición de la VOC en las Molucas quedaría blindada si finalmente se le ordenaba la aplicación de la mencionada tregua. Por tanto, si conseguía golpear y desbaratar rápidamente las fuerzas neerlandesas, la situación se invertiría y serían los intereses españoles los que, según lo acordado, quedarían protegidos.
En septiembre de 1610, la suerte sonrió a Silva, pues recibió dos buenas noticias. El virrey Távora envió a Manila un aviso indicando que una escuadra de seis galeones comandada por Diego de Vasconcelos viajaba a Macao con órdenes de ponerse a su servicio, si Silva se lo pedía11. Por otro lado, a través de los informes de un oficial de la VOC capturado en las Molucas le llegaron noticias del mal estado de los neerlandeses, que ese año no habían recibido socorro y contaban solamente con un galeón de guerra. La oportunidad parecía inmejorable, ya que los galeones de Macao podrían reunirse con los españoles en noviembre de 1610 y tener todo preparado para zarpar a Ternate en enero de 1611, mucho antes de lo previsto. Rápidamente, Silva envió a Macao una embajada para informar a Vasconcelos de sus planes y procurar su colaboración. Vasconcelos, a pesar de su inicial predisposición, de las órdenes del virrey y de la presión de su oficialidad, decidió no enviar sus galeones a Filipinas12.
La ausencia de la flota portuguesa supuso un mazazo para el gobernador pues sin esos galeones resultaba imposible reunir ese año una gran fuerza. Ante esta situación, Silva optó por enviar solo dos galeones, tres pataches, dos galeras y varios navíos menores. Esta fuerza fue dirigida por el propio gobernador, que estuvo acompañado por el antiguo rey de Ternate, rehén en Manila desde la conquista española en 160613. Se confiaba en que el regreso de este monarca a su tierra serviría para convencer a sus antiguos súbditos de que renegasen de los holandeses, pero la maniobra no funcionó. Tras la llegada de la flota española, estos avisaron a sus fuerzas holandesas en Ambon y ocho galeones partieron de allí para proteger sus posiciones moluqueñas. Las aspiraciones de la expedición española no se vieron cumplidas y tras fortificar sus posiciones en las islas, la armada se retiró a Filipinas. Este revés no amilanó a Silva, quien, convencido de la necesidad de su plan, envió a España a su secretario personal, Silvestre de Aybar, para que explicase a la corte sus objetivos y así recabar su apoyo.
Mientras esto sucedía en oriente, Madrid recibía los informes y planes de Silva. Tanto la Junta de Guerra de Indias como el rey valoraron positivamente la intención del gobernador de organizar una flota combinada, máxime tras las noticias que llegaban avisando de que en las Provincias Unidas se estaban preparando catorce navíos para reforzar las posiciones de la VOC en el sudeste asiático. Sin embargo, la Junta descartó el envío de un importante contingente armado desde España y escribiría: «como cosa tan grande en que conviene mirar muy de propósito, queda la junta con el cuidado que debe y pide la materia para tratar […] y consultar a vuestra Majestad con brevedad»14. Por el contrario, el rey sí manifestó un interés en que Silva hiciese una correcta aplicación de la Tregua de los 30 Años en Asia.
Sobre esta tregua se ha escrito profusamente y son conocidas las ambiguas cláusulas que regulaban la cuestión ultramarina (Herrero Sánchez, 2009). Silva siempre expresó dudas acerca de su aplicación en la zona, pero en Madrid parecía claro que sus términos consistían en impedir que los holandeses comerciasen y se estableciesen en unos territorios que no les correspondían. La Junta de Guerra de Indias exponía al respecto:
Debe muy bien castigarlos don Juan de Silva como a piratas y gentes que no ha guardado ni guardan lo asentado con ellos y aunque se envía una copia de los capítulos de las dichas treguas […], con orden de que las guarde y cumpla, parece que se le diga que si el enemigo infestare o fuera a robar a aquellas partes proceda con el cómo viere que conviene15.
Así pues, el gobernador tenía carta blanca para actuar si la VOC continuaba sus operaciones en las islas, algo que, sin duda, iba a suceder.
La monarquía había aceptado el plan de Silva de expulsión de las fuerzas neerlandesas y confiaba en sus optimistas planes de organizar en Manila una gran escuadra con recursos luso-castellanos y el apoyo de socorros regulares llegados de Nueva España. No obstante, no contempló una movilización de recursos desde España hacia oriente para que se uniesen a la flota filipina, y esto recortaba una parte del plan de Silva.
2. Los preparativos de una gran armada en el oriente castellano
A mediados de 1612 Silva, conocedor de que Madrid avalaba sus planes y tenía libertad de actuación, estaba decidido a continuar su proyecto de gran armada16. El gobernador aspiraba a reunir veinte galeones con los recursos orientales, diez filipinos y diez de la India, para finales de 1613 o principios de 1614.
El punto fundamental de su plan era la fabricación de los navíos en Filipinas, cuyos astilleros contaban con una notable capacidad de construcción naval después de más de tres décadas armando naves de diferente porte y propósito (Valdez-Bubnov, 2017, 2019, y 2021; McCarthy, 1995). Silva no solo quería construir un gran número de barcos, sino que estos debían ser de dimensiones respetables17, galeones de en torno a las 1.000 toneladas, un porte superior al habitual en los barcos de guerra del momento (Rahn-Phillips, 1991, p. 339)18. Para su fabricación, se empleó una abundante cantidad de mano de obra filipina, forzada y escasamente remunerada, en un servicio de trabajo conocido como polos (Sales-Colin Kortajarena, 2013, pp. 60-62)19. En 1612 ya había cinco galeones operativos y tres en construcción; sin embargo, un año después descartó a tres de ellos y se dio la orden de que se armasen otros tres nuevos20. En las islas abundaba la madera de calidad, pero ciertos productos especializados como la artillería, la clavazón o los aparejos de las naves eran difíciles de obtener, especialmente en la cantidad requerida. Era preciso importarlos desde Macao, Japón y, sobre todo desde Nueva España, por la vía de los socorros que llegaban cada verano. En lo relativo al personal, en septiembre de 1613 el gobernador había calculado poder reunir unos 1.000 españoles, incluidos unos 200 vecinos de Manila, una unidad de 300 japoneses y otra de 300 pampangos, como infantería auxiliar, unos 350 marineros y un número indeterminado de grumetes auxiliares. Estos aproximadamente 2.500 hombres eran un contingente notable para las islas, pero reunirlos implicaba vaciar las guarniciones existentes, lo que suponía un claro riesgo dada la constante actividad pirática de los mindanaos.
Silva confiaba en que el virrey Távora mostrase la misma actitud colaboradora que dos años atrás y pudiese proporcionarle los recursos necesarios para finales de 1613, por lo que en diciembre de 1612 partió una nueva embajada a pedirle ayuda21. No obstante, las circunstancias de la India y las prioridades del nuevo virrey, Jerónimo de Azevedo (1612-1617), habían cambiado. Este entendía que el precario estado de la hacienda y los múltiples enemigos locales imposibilitaban el envío de los auxilios demandados, si bien confiaba en armar un pequeño refuerzo para el año siguiente22. La preparación de esta embajada a Goa puso de manifiesto uno de los problemas de la organización de la armada: la coordinación y comunicación entre las partes. Silva hacía sus preparativos a un año y medio vista, pero dada la enorme distancia entre Manila y Goa y los lapsos concretos en los que se podía viajar, ese plazo de tiempo resultaba muy ajustado y cualquier contratiempo podía traducirse en meses de retraso. Silva actuaba siempre asumiendo que, una vez recibido su mensaje, Goa le socorrería de inmediato23.
En otoño de 1613, Silva recibió las malas noticias de Goa, pero decidió no modificar su plan y zarpar hacia Ternate en febrero de 1614 con las fuerzas disponibles en aquella fecha: diez galeones y seis galeras. Una vez allí, su plan iba a depender de su superioridad respecto a la flota enemiga. Si la tenía, combatiría; en caso contrario, se dirigiría a la cercana isla de Pulau Sangihe, para fondear en su bahía. Desde allí, podría prestar apoyo a la guarnición española en las islas e impedir la actividad regular de los navíos neerlandeses que habrían de permanecer agrupados para así controlar a los españoles. En Pulau Sangihe esperaría una oportunidad para atacar o recibir los refuerzos de Goa. Este planteamiento resultaba extremadamente arriesgado, aunque para el gobernador era plenamente justificable, debido a que durante 1613 la VOC había lanzado una fuerte ofensiva contra las posiciones hispanas en las Molucas, dejándolas muy debilitadas. La situación allí era tan grave que la alianza hispano-tidore amenazaba con romperse, lo que, de ocurrir, supondría la completa derrota de los españoles y la plena libertad de la VOC para desplegar sus naves por todo oriente24. Finalmente, llegada la fecha prevista para la partida, Silva decidió no zarpar, pues no había reunido los suministros necesarios, en especial artillería (de Silva, 1886, p. 199). En lugar de su gran armada, envió a Ternate un socorro ordinario para aliviar la mala situación de su guarnición y con ello ganar tiempo hasta preparar la escuadra25.
En paralelo, a lo que estaba sucediendo en Asia, en 1612 llegaban a Madrid, de la mano de Silvestre de Aybar, las noticias del fracaso de Silva del año anterior. Además, desde Flandes se avisó de la partida de una flota de catorce navíos procedente Holanda con destino a oriente y el objetivo de volver a atacar Manila26. Esta información empujó al gobierno a tomar la decisión de intervenir directamente desde España para reforzar el archipiélago. Inicialmente, se acordó enviar, en el otoño de 1612 y por la ruta del Cabo de Buena Esperanza, dos galeones medianos y 400 soldados para que llegasen a su destino en la primavera de 161327. Durante la preparación de la expedición surgieron muchas dificultades para encontrar las naves, los suministros y el personal necesarios, pues había poco dinero disponible y falta de marineros dispuestos a embarcarse en un viaje tan largo y nunca hecho hasta el momento. Finalmente, en febrero de 1613, una flota de siete carabelas ligeras —de unas 100 toneladas cada una— y 300 soldados, liderada por Ruy González de Siqueira zarpó de las costas andaluzas. La expedición tendría un viaje difícil, de más de año y medio, y llegaría a Cavite en verano de 1614, con la tropa muy mermada y la mitad de los navíos originales.
Este socorro tenía un alcance muy limitado y se planteó como una operación de urgencia para contrarrestar un posible ataque, no como el complemento a las fuerzas orientales que Silva había solicitado dos años atrás28. Lo reducido del refuerzo llevó a que algún manileño se quejase, al querer ver un propósito más comercial que militar en la flota enviada29. Esto tenía sentido, puesto que la apertura de una ruta comercial directa España-Filipinas representaba una gran oportunidad económica para la monarquía y, en particular, para los comerciantes sevillanos. Estos, estaban deseosos de compensar las pérdidas económicas de los últimos lustros, originadas por la consolidación del mercado propio americano, y presionaban para abrir esa ruta directa con Asia (Centenero de Arce, 2019, pp. 421-423). Tras este envío, la Junta de Guerra de Indias parecía ver muy conveniente un mayor compromiso con el escenario oriental, aunque no resolvió nada al respecto. La Junta escribía: «forzoso es ir haciendo socorros ordinarios al gobernador al mismo paso que ellos [los holandeses], pues de otra suerte será imposible que [este] les pueda hacer rastro ni defenderse de ellos»30.
Mientras tanto, Silva, que no había podido iniciar su expedición en 1614, se disponía a preparar su gran flota para finales de 1615 o los inicios de 161631. Al objeto de convencer al virrey de la India sobre el envío de refuerzos, en noviembre de 1614, zarpó una nueva embajada hacia Goa dirigida por los religiosos Juan de Ribera y Pedro Gómez, la cual llegó allí en abril de 161532. Nuevamente, el gobernador actuaba con poco margen de tiempo, pues para el éxito de su plan los navíos lusos habrían de partir nada más recibir el mensaje.
En paralelo al viaje del aviso hacia Goa, en Filipinas, la escuadra se completaba y, en el verano de 1615, ya estaban preparados diez galeones, ocho de ellos de gran tamaño33. Sin embargo, presentaban notables problemas en la calidad y cantidad de su equipamiento (velamen, anclas, etc.) y artillería. A pesar del esfuerzo realizado al respecto en los últimos años, escaseaban maestros artilleros34, muchas piezas habían explotado al probarse y los mencionados artilleros mostraban sin reticencias sus reservas y miedo a disparar cañones que no habían sido comprobados previamente35.
El eslabón más débil de esta escuadra era el personal embarcado. Se habían reunido alrededor de 2.500 hombres entre tropa y marinería. Sobre el papel era un número notable, si bien algo escaso para una flota tan grande36. Se contaba con alrededor de 1.000 españoles, 400 de ellos procedentes de la guarnición ordinaria de Manila y el resto llegados de otras guarniciones, de los socorros de México y del contingente traído por Siqueira. Para llegar a esa cifra, Silva había negado licencias a soldados que querían abandonar Filipinas, un hecho este que generó un enorme descontento. El malestar era compartido por gran parte de los españoles, obligados a contribuir con sus recursos esta armada, e incluso 200 de ellos habían sido alistados como infantería37. Tampoco existía mucha confianza en la calidad de las tropas asiáticas y, de hecho, la reticencia mostrada hacia el contingente nipón era tal, que se embarcó desarmado debido a sus constantes riñas y alborotos con los españoles38. Por último, existía también un problema de escasez de marineros, pues apenas había 350 disponibles (grumetes aparte); un número muy reducido para manejar cómodamente una flota tan grande. En estas condiciones, reunir esa cifra de 2.500 hombres habría sido un éxito, y más aun contando con que muchos de los marineros de Manila frecuentemente huían a Macao, Japón o Malaca por temor a ser destinados al socorro de las Molucas39.
Mención aparte merecen los trabajadores filipinos que, si bien no embarcaron en la armada, fueron decisivos en la construcción de los navíos. Su trabajo, realizado en unas durísimas condiciones, originó la muerte de un gran número de ellos y alentó la huida a las montañas de otros muchos, lo que condujo a sus comunidades a una situación de miseria (Crailsheim, 2014, p. 150; Leddy Phelan, 1959, pp. 99-115). Su descontento con las autoridades españolas fue en aumento y muchos oficiales y religiosos llegaron a temer el riesgo de que se produjese un levantamiento generalizado40.
Finalmente, Silva reunió su tan ansiada flota, la cual mostraba notables debilidades; unas debilidades que pronosticaban problemas serios si finalmente entraba en combate. Además, su construcción había supuesto un importante desgaste social y económico tanto para la Real Hacienda como para muchos particulares e integrantes de las poblaciones nativas de Filipinas41.
Conviene volver la mirada nuevamente a lo que estaba aconteciendo en España durante 1614 y 1615. Tras el envío de la armada de Siqueira, la Junta de Guerra de Indias había manifestado la necesidad de socorrer al gobernador directamente desde España y hacerlo «al mismo paso» que el enemigo. Felipe III, tras apreciar las complicaciones logísticas y ver el escaso éxito de Siqueira, dudó en embarcarse en un proyecto similar y optó por esperar novedades antes de tomar nuevas decisiones42. Durante 1614 no llegó información alguna a la metrópoli desde Filipinas43, pero a través de los avisos de Flandes se tenían noticias de Asia y de los planes de la VOC. Esta había recibido órdenes de reforzar sus posiciones en las Molucas y de procurar el bloqueo de Manila a fin de capturar los barcos que allí llegaran. Madrid también tuvo noticias de la preparación de una escuadra neerlandesa destinada a atravesar el estrecho de Magallanes y golpear las plazas españolas en el Océano Pacífico. Se hablaba también de la existencia de otra escuadra, atracada en la isla de Santa Elena, que aguardaba el regreso a Europa de la flota portuguesa, así como del interés por crear una compañía que operase en el Atlántico, a semejanza de como lo hacía la VOC en oriente44. La corte de Madrid veía pues cómo su enemigo continuaba extendiendo su política agresiva en otras direcciones. En respuesta, la Junta de Guerra de Indias volvió a poner sobre la mesa la necesidad de enviar desde España una gran fuerza naval:
[Convendría] acudir mucho al remedio de todo procurando desarraigarles [los holandeses] y echarles de una vez de aquellas partes como don Juan de Silva escribió, formando la armada de los 20 galeones, 8 de Filipinas que se entiende que se haya, 6 de la India […] y los 6 restantes enviándolos desde España […], saliendo a navegar a principios de 161545.
A pesar de la presión de la Junta, el rey no acababa de decidirse y seguía confiando en que los recursos orientales serían suficientes46. No hay que olvidar que Madrid aún desconocía si Silva había iniciado su jornada47, ya que la última información que se tenía al respecto era que iba a realizarla a finales de 161348. Ante esta situación de dudas y desconocimiento, Felipe III decidió fortalecer la unión entre las fuerzas de Asia y garantizar así una mayor colaboración entre Filipinas y la India. El 30 de diciembre de 1614 emitió una Real Cédula dirigida a Goa, Manila y México, donde establecía como prioridad la expulsión de los neerlandeses de las Molucas y pedía a los administradores de esos territorios que uniesen sus recursos y armasen una flota conjunta para derrotar a la VOC:
Habiendo considerado los grandes daños que resultan de la comunicación y contratación y comercio que los holandeses tienen en la India y el Maluco y China y Japón y cuan aprisa intentan hacerse dueños de todo lo de aquellas partes […] y cuanto conviene acudir al remedio de ello antes se imposibilite procurando quitarle sus factorías desarraigarles de una vez de allí y visto lo que vos [Juan de Silva] en diferentes cartas me habéis escrito, en razón de todo esto, he resuelto que juntando las fuerzas de la India y las con que vos os halláis se ponga esto en ejecución, procurando componer la más poderosa armada que fuere posible49.
Con esta cédula, el rey no solo aprobaba el plan de Silva, sino que lo hacía suyo, daba órdenes directas de llevarlo a cabo y lo convertía en un objetivo prioritario para los dirigentes orientales; sin embargo, seguía sin considerar el envío de una gran ayuda desde España que complementase esos esfuerzos. Esa medida, comprensible dada la penuria de la Real Hacienda, negaba al gobernador unos valiosos recursos para afrontar su lucha contra la VOC. Esta, por el contrario, recibía una respetable cantidad de refuerzos desde Europa como, por ejemplo, las seis embarcaciones y los 400 soldados enviados en 1613, conformando así sus fuerzas en las Molucas un total de trece naves y unos 2.000 hombres, ternates incluidos (van Veen, 2000, p. 163).
En Filipinas, en el verano de 1615, la armada ya estaba completa: diez galeones, un patache, dos carabelas y seis galeras y aproximadamente 2.500 hombres (Rivera y de Ledesma, 1903-1909, p. 261). Sobre estas fechas, llegó una agridulce noticia desde Goa, pues si bien el virrey Azevedo había decidido enviar al mando de Francisco Miranda Enríquez una escuadra de cuatro galeones y unos 400 soldados, que debía de llegar en otoño a Manila, esta flota era bastante menor que la pedida por Silva, quien aun así se mostraba optimista, ya que conocía la Real Cédula de la expulsión de los holandeses. Al existir órdenes directas del rey, Silva esperaba un compromiso total de los lusos para realizar la armada conjunta y asumía que en poco tiempo se movilizaría desde Goa otra escuadra aun mayor que la de Enríquez50. Una vez llegada la fuerza de Enríquez, el plan del gobernador era zarpar hacia Ternate alrededor de diciembre de 1615 y allí proceder como había planeado dos años antes: enfrentarse a la VOC si tenía superioridad, y si no, fondear en Pulau Sangihe aguardando nuevos refuerzos51.
En otoño de 1615, a Manila no llegó ninguna fuerza procedente de la India. ¿Qué había sucedido? Por un lado, Azevedo había recibido la Real Cédula de expulsión justo después de zarpar la flota de Enríquez, y no disponía ni de galeones ni de recursos para preparar inmediatamente otra flota; solo veía posible reunirla para la primavera de 161752. Por otro lado, la expedición de Enríquez llegó a Malaca en agosto de 1615 pero, debido al duro viaje y escasez de víveres, hubo de recuperase en la ciudad a lo largo del invierno (Rivera y de Ledesma, 1903-1909, pp. 253-254)53. Durante ese tiempo, una escuadra del sultanato de Aceh se aproximó al estrecho de Singapur a esperar a los dos galeones mercantes que habrían de llegar a Malaca procedentes de Macao. Ante el riesgo de perderlos, la flota de Enríquez salió con la intención de enfrentarse a las naves de Aceh, si bien se replegó a Malaca tras ser superada. Días después, una escuadra de la VOC, aliada de Aceh, atraída también por los galeones de Macao, no perdió la oportunidad y atacó la flota portuguesa anclada en Malaca. Tras unos días de combate, los portugueses vieron imposible la victoria y decidieron quemar sus propios barcos (Borschberg, 2004, pp. 49-52).
A Filipinas llegó la noticia de que la flota de Enríquez estaba invernando en Malaca, lo que significaba un año de espera hasta su arribada a las Molucas, pues el viaje se hacía en invierno. Esto llevó a Silva a cambiar su plan: salir primero al encuentro de la flota lusa en Malaca y desde allí dirigirse luego a Ternate atacando los barcos y posiciones holandesas que se encontrasen por el camino (de Silva, 1886, pp. 334-337). El gobernador justificaba este cambio de planes por sus dudas de que los portugueses se arriesgasen a viajar a Manila ante la presencia de enemigos en el trayecto. Además, entendía que la reunión en Malaca les forzaría a implicarse más en la flota conjunta (de Silva, 1886, pp. 331-334).
La decisión de zarpar hacia Malaca sin los refuerzos lusos disparó el descontento de la población de Manila y dio lugar a numerosas protestas dirigidas por los oficiales de la Audiencia54. Estos, argumentaban que la capital quedaba desprotegida, pues se embarcaba prácticamente toda su guarnición y artillería. Asimismo, cuestionaban la autoridad del gobernador para ordenar la salida, ya que la Real Cédula no recogía tal maniobra55. Exponían, también, la escasez de recursos y las múltiples carencias que mostraba la escuadra de Silva, incluso en unión con la flota portuguesa, para enfrentarse a la escuadra holandesa y la necesidad de esperar a la llegada de más refuerzos56. El propio Silva reconoció estas carencias y la ausencia de órdenes explícitas para zarpar57, pero veía asumible el riesgo de sus acciones, e incluso necesario, dadas las circunstancias58. El descontento, el gasto y el esfuerzo realizados para la creación de la flota habían sido enormes y prolongar la movilización hasta la llegada de socorros resultaba muy arriesgado. Tampoco había garantías de que los refuerzos, si es que estos llegaban, lo hiciesen a tiempo. La espera implicaba un costoso mantenimiento de naves y personal si se quería evitar el deterioro y descomposición de toda la armada, ya que de producirse —como temía Silva— sería imposible recomponerla con garantía. Por otro lado, la esperanza de la llegada de la gran flota a las Molucas resultaba clave para conservar la moral de la guarnición española y mantener la debilitada alianza capital con los tidores, por lo que posponer la partida podría resultar fatal (de Silva, 1886, p. 263). El último argumento del gobernador para zarpar era que contaba con información sobre el debilitamiento de las fuerzas enemigas en las Molucas, pues no habían recibido refuerzos59. Finalmente, el 4 de febrero de 1616, Silva marchó con sus naves y tropa hacia Malaca.
3. El fracaso de la gran armada
Silva llegó al estrecho de Singapur el 24 de febrero de 1616 y allí recibió la desgraciada noticia de que la escuadra de Enríquez había sido destruida. El gobernador buscó a las fuerzas enemigas, pero estas habían huido de la zona días antes, al ser advertidas de su llegada por un piloto español capturado60. Silva, sabiendo que no había ningún enemigo cerca, decidió fondear el grueso de la armada cerca del mencionado estrecho y encaminarse hacia Malaca a buscar refuerzos (Borschberg, 2004, pp. 53-60)61. El gobernador fue bien recibido, pero debido no pudo ser auxiliado ni con barcos ni con soldados. A partir de ese instante, el destino de la flota se precipitó. Silva enfermó en la ciudad y murió diez días después, el 19 de abril, dejando a la expedición descabezada y, para colmo, el personal de la escuadra se vio afectado por una infección originada por la ingesta de agua en mal estado. En mayo de 1616, sus oficiales decidieron regresar a Manila, donde arribaron el 1 de junio.
Tras el fallecimiento de Silva, el proyecto de la flota combinada empezó a deshacerse al no existir una figura con la autoridad y resolución suficientes como para continuarlo. De hecho, la Audiencia, encargada de gobernar en ausencia del gobernador, consideraba prioritaria la defensa de la capital antes que cualquier expedición ofensiva. A finales de ese año, los temores de la Audiencia se hicieron realidad al aparecer en la bahía una armada de la VOC e iniciarse el bloqueo de la ciudad62. Tras varios meses de sitio, los galeones españoles consiguieron infligir una dura derrota a las fuerzas las holandesas, en abril de 1617, dando así esperanzas a los intereses hispanos. Pero esas esperanzas fueron efímeras, pues el conjunto de la flota, junto a la mayoría parte de la tripulación, naufragó en el curso de un temporal, cuando iba de camino de los astilleros para reparar los daños de la batalla63. Las fuerzas filipinas quedaron en un estado pésimo y, dado el enorme esfuerzo y gasto que habría supuesto reparar la flota, resultaba impensable que se levantase otra en un plazo corto de tiempo. Reunir una gran fuerza en Asia para derrotar a los holandeses dependía ahora exclusivamente de los refuerzos provenientes de España o de la India.
En otoño de 1615, a Felipe III le llegaban noticias de la imposibilidad de Silva para reunir la deseada armada y de la escasez de recursos de la India. Esto hizo que la Junta insistiese, una vez más, en una gran intervención de España en oriente64. A principios de 1616, el rey, ya convencido, tomó la decisión de preparar una flota —ocho galeones, 1.600 soldados y 600 marineros— que debía de partir sobre febrero o marzo hacia Filipinas al objeto de complementar el contingente de Silva. El rey escribió:
He tomado resolución de enviaros [a Juan de Silva] el socorro que teníais pedido […] para juntando con él las fuerzas que habéis escrito que tenéis podáis poner ejecución lo que habéis ofrecido de procurar echar de una vez de esas partes al enemigo65.
En la preparación de esta escuadra también aparecieron problemas para encontrar fondos, marineros y pilotos que conociesen la ruta del Cabo, y esto retrasó la partida hasta otoño de 1616. Llegada esta fecha, se decidió desplazar la armada de socorro al estrecho de Gibraltar para bloquear la entrada en el Mediterráneo de unos navíos holandeses (García García, 1996, pp. 99-100). La flota falló en esta acción, pero lo más grave fue que, durante la movilización, se produjo un importante desgaste tanto de los suministros acumulados como de los propios navíos, al punto de hundirse uno de los galeones (Centenero de Arce, 2019, pp. 321-322). El temor a que la escuadra no resistiese el largo viaje a oriente hizo que se pospusiese su partida y, finalmente, se cancelase. La corona no estaba dispuesta a asumir el coste de su reacondicionamiento y de prepararla para el largo viaje que debía realizar.
Por su parte, el virrey de la India expuso en abril de 1616 las enormes dificultades que encontraba para hacerse con los recursos, organizar y equipar la gran fuerza que tenía que partir hacia Filipinas en 161766. En ese mismo año, llegaba a Goa un nuevo virrey, quien, ante los acontecimientos —la muerte de Silva, la destrucción de su escuadra y la cancelación de la armada venida de España—, decidió no comprometerse en el socorro a Manila. Los grandes refuerzos que debía enviarse desde España y Goa desaparecieron y, con ello, cualquier posibilidad de formar a corto plazo una importante flota de guerra combinada en la zona.
Tras el fracaso del socorro de 1616 y la posterior destrucción de la armada de Silva, Madrid comenzó a reconsiderar no solo la conveniencia de una gran flota como mejor opción para hacer la guerra en Asia, sino la propia condición que este espacio jugaba en su política exterior. El nuevo gobernador, Alonso Fajardo de Tenza (1618-1624), accedió a su cargo con instrucciones de procurar la defensa de Filipinas y las Molucas por sus propios medios, pues no iba a recibir los refuerzos prometidos previamente.67 No tenía directrices ni para la creación de una armada ofensiva, ni para su unión con las fuerzas portuguesas. Incluso el propio Fajardo, que deseaba llevar la guerra a las posesiones neerlandesas, hablaba de la imposibilidad de hacerlo. La prioridad era pues la defensa de Manila y asegurar con ello el comercio con China y México68. Cumplir estos objetivos sería todo un desafío ya que, desde 1618, y durante más de un lustro, la VOC lanzó ofensivas sobre la ciudad prácticamente todos los años. Esta constante amenaza hizo que los esfuerzos de Fajardo se volcasen en disponer de una armada defensiva que garantizase el comercio y la supervivencia de la ciudad.
Los nuevos bloqueos y la extrema debilidad de Filipinas reactivaron nuevamente la idea de enviar una escuadra directamente desde España. A finales de 1619, se reunieron en Cádiz seis galeones, dos pataches y más de 1.000 hombres, pero esta vez la pretensión no era reavivar ninguna estrategia ofensiva sino simplemente auxiliar al archipiélago69. El plan se torció pocos días después de iniciarse y, en enero de 1620 la flota golpeada por un vendaval, tuvo que volver a puerto muy dañada y con múltiples perdidas (Gil Fernández, 2018, p. 261). Los planes españoles sufrieron un serio revés y, si bien los socorros directos siguieron proponiéndose hasta 1624, ningún otro se materializó. Desde entonces, Filipinas contaría únicamente con los refuerzos novohispanos.
En los últimos años de la década fueron ganando peso en el gobierno de la monarquía ministros críticos con el planteamiento de la guerra con Holanda y deseosos de terminar la tregua para retomar la guerra en Flandes (Stradling, 1992, pp. 75-77). Consideraban que era más factible obtener una victoria decisiva en Europa. La estrategia pasaría pues por concentrar las fuerzas en Flandes y no por dividirlas en ultramar (Gil Fernández, 2018, p. 279). Con el inicio de la nueva década, y del reinado de Felipe IV, los compromisos militares hispanos, tanto en Europa como en América, crecieron y, con ello, la relegación progresiva del escenario asiático, siempre considerado menos valioso, a una posición más secundaria y con un carácter esencialmente defensivo. La función estratégica de Filipinas, tal y como explicó en 1637 el procurador de Manila, Juan Grau y Monfalcón, sería la conservación del comercio con China, evitando así que fuese controlado por la VOC. A su vez, se buscaría mantener la presión sobre las posesiones de los holandeses forzándoles a aumentar su gasto en defensa, reduciendo sus beneficios y consiguiendo con ello detraer recursos para potenciales empresas en América (Grau y Monfalcón, 1637, fols. 171-172)70. Las Filipinas, y las Molucas, pasaron entonces a ser el escudo con el que resguardar el flanco pacífico del Imperio.
4. Conclusiones
En 1620, en el contexto de una posible renovación de la tregua de 1609, el virrey de Nueva España, Diego Fernández de Córdoba, enviaba a Felipe III su interpretación sobre cómo enfocar el conflicto contra la VOC. Explicaba, «será necesario tomar la [guerra] más de propósito y que continúe en enviar la [armada] de España y se traiga a Acapulco dinero del Perú para hacer más crecidos los socorros», además, entendía, se requeriría de «una gruesa armada que por largo discurso de tiempo aseguró aquellos mares con superioridad a la del enemigo»71. Argumentaba que las fuerzas holandesas eran numerosas y estaban muy asentadas y, si se las quería derrotar del todo, era necesario volcarse completamente en ese frente, justo lo que no se había hecho en la década anterior.
Para Juan de Silva la prioridad era derrotar a la VOC. Ideó así un ambicioso plan que requería de colaboración exterior. Sin embargo, en Madrid, Extremo Oriente era visto como uno más de los muchos frentes sobre los que había que actuar y, dados los problemas logísticos y de hacienda existentes, su margen para involucrarse en grandes acciones era escaso, por lo que no hubo un compromiso para lidiar con la VOC parejo al de Silva. Mientras el gobernador destinaba todos los recursos del archipiélago a su plan, desde Madrid se intentaba contemporizar, tratando de conseguir el éxito contando solo con los recursos orientales, sin comprometer los españoles. Ante las crecientes dificultades que surgían en Manila, Madrid intentó tomar la iniciativa e incrementar su implicación en el esfuerzo militar, pero para cuando esto sucedió, en 1616-1617, ya era tarde y las Filipinas estaban muy debilitadas. Retomando la idea expuesta por Fernández de Córdoba, se había intentado afrontar el conflicto holandés a medio gas. La monarquía, aunque no había igualado los recursos movilizados por la VOC sí había hecho un importante, aunque insuficiente, gasto en hombres y recursos (Israel, 1997, p. 77)72. La valoración de los resultados del conflicto en Asia al final de la década resultaba pues claramente negativa. Perseguir una estrategia ofensiva eficaz en el este era muy arriesgado y requería un gran gasto, circunstancias ambas inasumibles para la monarquía. Oriente seguía siendo un espacio secundario y menos rentable que América, donde debían concentrarse mayores recursos de forma prioritaria.
La cesión de la iniciativa estratégica a Manila había complicado el éxito del plan del gobernador. Primero, se había conminado a Filipinas a asumir el grueso del esfuerzo, pero las islas no eran un lugar ideal para organizar una flota de las dimensiones planteadas, dado que no contaban ni con suficiente personal especializado (marineros, artilleros, soldados), ni con los materiales clave necesarios para equipar tantos navíos de guerra en buenas condiciones. La organización de la escuadra, aun con importantes deficiencias, había supuesto una enorme carga económica y social para la isla y las autoridades eran conscientes de la imposibilidad de acometer nuevamente una empresa similar. Estos hechos ayudan a entender en parte la temeridad de Silva y los miedos a la destrucción de la flota si la movilización se retrasaba.
La falta de decisión de Madrid no hizo sino complicar la ya difícil y lenta comunicación entre la India y Filipinas. Aunque nunca hubo un rechazo por parte de Goa a cooperar, y existió de hecho un notable espíritu colaborador, la India portuguesa tenía sus propios problemas con la VOC, con los ingleses y con los enemigos locales. La Real Cédula de diciembre de 1614 intentó resolver esta situación y fijar unos objetivos comunes, pero tuvo poco éxito.
Por último, a pesar del escaso beneficio del proyecto de la armada de Silva en la guerra en oriente, es indudable que sirvió para aprender algunas lecciones que se aplicarían en el futuro. En 1624, la ciudad de Salvador de Bahía fue conquistada por la Compañía de las Indias Occidentales neerlandesa y la respuesta hispana fue rápida y enérgica. En 1625 ya se había formado una gran fuerza con navíos y soldados hispano-lusos para evitar que los neerlandeses se consolidasen en Brasil, la más rica colonia portuguesa, tal y como lo habían hecho en Asia años antes.
Agradecimientos
Este trabajo está adscrito al proyecto de investigación del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades: I+D+I 2019, Sudeste Asiático bajo la Hegemonía Ibérica en el Mundo 1581-1668 (PID2019-107430GB-100).
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Notas
1
Esta idea se planteó de forma más global pues la monarquía hizo esfuerzos simultáneos para neutralizar a los holandeses en América y en la carrera de India. En 1605 se envió una escuadra a las salinas de Punta Araya (Venezuela) para desalojar a los contrabandistas de sal, y entre 1604 y1608 se enviarían varias flotas extraordinarias para proteger la carrera de India y reforzar el Estado da India.
2
Por ejemplo, en 1608 llegaron desde Holanda a las Molucas 14 naves de la VOC. Carta de Juan de Silva al rey, 28 de junio de 1608, Archivo General de Indias (en adelante AGI), Filipinas, 20, R. 2, N. 20.
3
Las remesas de plata americana eran ya decisivas en las políticas militares tanto de Asia como de Europa. Del mismo modo la militarización de Filipinas muestra la ampliación del aparato militar de la monarquía, conectado con el creciente esfuerzo fiscal de esta durante el siglo XVII y que a su vez permitió mayores inversiones militares.
4
Carta de Juan de Silva al rey, 16 de julio de 1610, AGI, México, 2488.
5
Carta de Juan de Silva sobre las Molucas, 16 de julio de 1610, AGI, Filipinas, 20, R. 4, N. 35.
6
Las fechas óptimas para viajar de las Filipinas a las Molucas eran los primeros y últimos meses del año. Tanto los socorros regulares como los planes de Silva siempre se organizaron con esas fechas en mente como principal condicionante.
7
Silva esbozaría su primer plan contra los neerlandeses apenas un mes después de arribar a Manila en 1609. Su primera idea era menos elaborada y ambiciosa ya que Filipinas aportaba exclusivamente su infantería y era la India portuguesa la proveedora de los navíos. Carta de Juan de Silva al rey, 24 de julio de 1609, AGI, México, 2488.
8
Carta de Juan de Silva al rey, 16 de julio de 1610, AGI, México, 2488.
9
Silva también aspiraba a consolidar el control de la región mediante la construcción de fortalezas en los estrechos que daban acceso a estas aguas, pero sus planes no fueron tratados en Madrid y la idea nunca se puso en práctica.
10
Carta de Juan de Silva sobre Molucas, 16 de julio de 1610, AGI, Filipinas, 20, R. 4, N. 35.
11
Carta de Juan de Silva sobre los holandeses y el Maluco, 5 de septiembre de 1610, AGI, Filipinas, 20, R. 4, N. 38.
12
La negativa de Vasconcelos parece responder al deseo de asegurar el comercio con las mercancías que llevaba en sus navíos, que peligraba si estas naves iban a la guerra en el sur. Juan de Silva al rey, 20 de agosto de 1611, AGI, México, 2488.
13
Carta de Juan de Silva al rey, 20 de agosto de 1611, AGI, México, 2488. Silva no da una cifra concreta de los hombres embarcados, si bien hay otras fuentes que hablan de unos 2.000 hombres entre gente de guerra y mar. Esta cifra quizás resulte algo elevada, pero muestra que fue una empresa muy superior a un socorro regular. Carta Anua de la Provincia de Filipinas de la Compañía de Jesús del año 1610, 13 de junio de 1611. Real Academia de la Historia, Fondo Jesuita, tomo 87 (9 3660/87).
14
Consulta sobre lo que escribe Juan de Silva, 20 de mayo de 1611, AGI, Filipinas, 1, N. 134.
15
Consulta sobre Terrenate, 31 de octubre de 1611, AGI, Filipinas, 1, N. 141.
16
Silva avisaría de que solo se detendría si recibía órdenes específicas. Carta de Juan de Silva a Felipe III, 20 de julio de 1612, AGI, México, 2488.
17
Petición de Sebastián de Pineda de puesto en la armada que va a Filipinas, 26 de mayo de 1619, AGI, Filipinas, 38, N. 12.
18
Como comparación, los galeones construidos en 1625 para Felipe IV con un propósito similar y que tan bien estudiados están por Carla Rahn-Philips eran de unas 500 o 600 toneladas como máximo.
19
Los polos eran un servicio de trabajo que formaban parte del sistema tributario de los filipinos y aunque se usaba para más cometidos que la construcción naval este era uno de los más comunes y de hecho los trabajos específicos en este ámbito se denominaban elas.
20
Carta de Juan de Silva al rey, 2 de septiembre de 1613, AGI, México, 2487.
21
Silva era optimista porque entre 1612 y 1613 se había carteado con el oficial al mando de la flota portuguesa en Macao y sabía que deseaba unirse a las fuerzas filipinas y que solo esperaba las órdenes del virrey para hacerlo.
22
Carta del virrey de la India a Juan de Silva, 2 de mayo de 1613, AGI, México, 2487.
23
Silva tenía confianza en recibir los refuerzos a tiempo porque como muchos otros en Manila, asumía una enorme riqueza en Goa, que posibilitaba acometer los preparativos necesarios fácilmente. Carta de Juan de Silva al rey, 2 de septiembre de 1613, AGI, México, 2487.
24
En esos momentos el príncipe de Tidore y un grupo de nobles estaban en práctica rebeldía contra el rey de Tidore y los españoles, y estaban explorando hacer tratos con holandeses y ternates.
25
A pesar de acumular y producir recursos para su flota, Silva no dejó de enviar socorros a las Molucas durante todos los años de su gobierno.
26
Consulta de la Junta de Guerra, 28 de octubre de 1612, AGI, México, 2487.
27
Consulta de la Junta de Guerra, 27 de septiembre de 1612, AGI, México, 2487. El viaje por la ruta del Cabo convenía iniciarlo entorno a febrero-marzo o septiembre-octubre, pues fuera de estas fechas las condiciones meteorológicas resultaban más arriesgadas. Además, la demora en un socorro suponía un gran gasto al tener que mantener la armada hasta la nueva fecha de salida.
28
Instrucciones a Ruy González de Sequeira, 6 de marzo de 1613, AGI, Filipinas, 329, L. 2, f. 163-167.
29
Carta de Juan de Ribera sobre la situación estratégica de Filipinas, 2 de diciembre de 1618, AGI, Filipinas, 20, R. 12, N. 80.
30
Consulta de la Junta de Guerra, 17 de septiembre de 1613, AGI, México, 2487.
31
Carta de Juan de Silva al rey, 20 de noviembre de 1614, AGI, México, 2488.
32
Carta del arzobispo de Manila al rey, 3 de noviembre de 1614, AGI, México, 2487.
33
Según la fuente consultada las dimensiones de los navíos varían, pero todas señalan que la capitana y la almiranta superaban ampliamente las 1.000 toneladas, llegando a casi 2.000 la capitana. El resto rondaba las 1.000 toneladas excepto las dos naves requisadas de la Carrera de México, que eran de unas 500 toneladas. Informe de la armada de Juan de Silva, 21 de junio de 1616, AGI, México, 2487.
34
Carta de Juan de Silva a Felipe III, 9 de julio de 1614, AGI, México, 2487.
35
Informe de la armada de Juan de Silva, 21 de junio de 1616, AGI, México, 2487.
36
Carta de Juan de Silva al rey, 27 de julio de 1615, AGI, México, 2488.
37
Carta del oidor Andrés de Alcaraz enviando informaciones, 17 de agosto de 1617, AGI, Filipinas, 20, R. 11, N. 70.
38
Carta de Andrés Alcaraz, agosto de 1616, AGI, México, 2488.
39
Carta de Juan de Silva al rey, 20 de noviembre de 1614, AGI, México, 2488.
40
En el pasado se habían producido alzamientos relacionados con la construcción naval, pero un posible aprovechamiento por parte de la VOC aumentaba su peligrosidad.
41
La armada había consumido los recursos de la Real Hacienda filipina y las ayudas económicas de México de esos años. El padre Miguel de Belaostegui informaba que el coste de la escuadra había supuesto más de dos millones de pesos. Carta del virrey Diego Fernández de Córdoba, marqués de Guadalcázar, 15 de febrero de 1617, AGI, México, 28, N. 46. La Real Hacienda había tenido que endeudarse tanto con los vecinos españoles como con los trabajadores filipinos, a los que no había pagado. Por ejemplo, en 1619 se adeudaría un millón de pesos a los nativos, 600.000 más que en 1610, si bien no toda esta deuda provendría de la construcción naval de esos años.
42
Consulta de la Junta de Guerra, 17 de septiembre de 1613, AGI, México, 2487.
43
Silva había requisado las dos naos de la contratación para incorporarlos a su armada, y envió en su lugar dos pataches que debido a un temporal retornaron a Manila de arribada. Carta de Juan de Silva al rey, 9 de julio de 1614, AGI, México, 2487.
44
Consulta de la Junta de Guerra de Indias, 9 de agosto de 1614, AGI, Indiferente General, 1868; Avisos de Flandes, 9 de agosto de 1614, AGI, Indiferente General, 1868.
45
Consulta de la Junta de Guerra de Indias, 9 de octubre de 1614, AGI, México, 2487.
46
Entendía que si Silva necesitaba refuerzos extra podría contar con los de México. Consulta de la Junta de Guerra, 23 de diciembre de 1614, AGI, México, 2487.
47
El rey mencionaba que se había recibido avisos no confirmados del éxito de Silva en su jornada, lo que aumentaba sus dudas sobre el envío una gran escuadra. Consulta de la Junta de Guerra, 23 de diciembre de 1614, AGI, México, 2487.
48
Petición a Juan de Silva de noticias sobre las Filipinas, 15 de diciembre de 1614, AGI, Filipinas, 329, L. 2, f. 185r.
49
Orden de Expulsar a los holandeses, 30 de diciembre de 1614, AGI, Filipinas, 329, L. 2, f. 186v-187v.
50
Silva asumía nuevamente la existencia de enormes recursos en la India que permitirían al virrey formar rápidamente una nueva escuadra.
51
Carta de Juan de Silva al rey, 27 de julio de 1615, AGI, México, 2488.
52
Carta del virrey de la India a Juan de Silva, 28 de septiembre de 1615, AGI, México, 2488.
53
La gran duración del viaje y la gran cantidad de esclavos embarcados hicieron que las provisiones se consumieran pronto.
54
Ya en 1614 Silva escribiría al gobernador de las Molucas diciéndole que las autoridades de Filipinas no compartían su preocupación y deseaban desentenderse de las islas, a las que consideraban una gran carga que comprometía la defensa de las Filipinas.
55
Parecer de Juan Manuel de la Vega, 16 de diciembre de 1616, AGI, Filipinas, 20, R. 21, N .154.
56
Avisos de Alonso de Flores, 22 de agosto de 1617, AGI, México, 2488.
57
Parecer de Juan Manuel de la Vega, 16 de enero de 1616, AGI, Filipinas, 20, R. 21, N. 154.
58
Conviene aclarar las circunstancias de las críticas que Silva recibió por parte de la Audiencia que estaba enfrentada a él desde su llegada a Manila. El gobernador acusaba a los oficiales de la Audiencia de no hacer su trabajo y de nepotismo y estos le recriminaban usurpar sus funciones y ser muy autoritario. Esta disputa causaría numerosos escándalos en el gobierno de las islas y no es descartable que la Audiencia hiciese uso de la gestión de la escuadra para desacreditar a su rival.
59
Parecer de Juan Manuel de la Vega, 16 de enero de 1616, AGI, Filipinas, 20, R. 21, N. 154.
60
Real Orden pidiendo información sobre prisioneros holandeses, 4 de diciembre de 1616, AGI, Filipinas, 37, N. 46.
61
Durante los días en que Silva estuvo en el estrecho de Singapur trató aprovechar sus fuerzas para impresionar al sultán de Johor y ganarse su favor como aliado y hacerle renunciar a sus posiciones hostiles a Malaca y afines a la VOC. Copie missive van Don Juan de Silva, gouverneur ende capiteijn generael der Filippijnen aen den coninck van Johor, 28 de febrero de 1616, Nationaal Archief, 1. 04. 02. Inv. 1063.
62
El miedo a un ataque bátavo se había hecho presente previamente, pues semanas después de la salida de Silva una escuadra de la VOC apareció en la bahía de Manila. Una vez allí, esta flota supo de la salida del gobernador y creyendo que había marchado sobre las Molucas, partió hacia las islas para socorrer a sus compatriotas.
63
Carta de Alonso Fajardo de Tenza sobre asuntos de gobierno, 10 de agosto de 1618, AGI, Filipinas, 7, R. 5, N. 53.
64
Consulta de la Junta de Guerra, 3 de diciembre de 1615, AGI, México, 2487.
65
Respuesta a Juan de Silva sobre asuntos de guerra y gobierno, 28 de marzo de 1616, AGI, Filipinas, 329, L .2, f. 189v-193v.
66
Carta del virrey de la India a Juan de Silva, 29 de abril de 1616, AGI, México, 2488.
67
Órdenes al gobernador Alonso Fajardo de Tenza, 20 de noviembre de 1617, AGI, Filipinas, 329, L. 2, f. 244v-245v.
68
Carta de Alonso Fajardo de Tenza sobre asuntos de gobierno, 10 de agosto de 1618, AGI, Filipinas, 7, R. 5, N. 53.
69
Comisión para enviar una armada de socorro a Filipinas, 4 de junio de 1619, AGI, Filipinas, 329, L. 2, f. 284r-287r.
70
Vemos que se consolida un sistema triangular por el cual las posesiones asiáticas defendían las americanas, que a su vez financiaban dicha defensa, pero que también contribuían decisivamente en las políticas militares en Europa.
71
Carta del virrey Diego Fernández de Córdoba, 19 de febrero de 1620, AGI, Filipinas, 29, N. 33.
72
Israel calcula que solo en los socorros a Filipinas desde México entre 1607 a 1619 se habían gastado aproximadamente siete millones de ducados de la caja real mexicana.
Notas de autor
ainn.valpuesta@gmail.com
ISSN: 1133-0481
Vol.
Num. 31
Año. 2022
UNA OPORTUNIDAD PERDIDA. LA GRAN ARMADA DE JUAN DE SILVA EN FILIPINAS (1610-1616)
Iñigo Valpuesta Villa
Universidad Nacional de Educación a Distancia
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