Introducción
Hay temas de la obra de Unamuno que nos pueden resultar periféricos o secundarios hasta que los abordamos desde una perspectiva mayor. Tras ese ejercicio, pasan a convertirse en un pilar fundamental de su pensamiento, y su obra completa adquiere nuevo sentido. Esto ocurre con su obra paisajística, ya que en ella su interés y dedicación vital e intelectual por la Naturaleza y el paisaje están estrechamente vinculados a casi todos los ámbitos a los que se dedicó (la educación, el lenguaje, la historia, la literatura, etc.). Por ello, abordando sus ideas y escritos de temática paisajística podremos acceder simultáneamente a otros de sus planteamientos, observando la relación que se establece entre ellos y construyendo así una visión de conjunto. Esta relación se vuelve más interesante y fructífera si no restringimos su idea del paisaje a España y tenemos en cuenta el paisaje del territorio vecino, por el que tanto interés y aprecio mostró: Portugal. Es de este conocimiento del paisaje (y del paisanaje, que en Unamuno van siempre unidos), del que va a surgir el iberismo que encarnó y defendió el vasco.
Para entender esta relación entre paisaje e iberismo que se da en Unamuno no sólo vamos a tener en cuenta sus escritos sobre el paisaje, sino también la correspondencia epistolar que se estableció entre Unamuno y sus corresponsales portugueses porque, como ha señalado Ángel Marcos de Dios (autor de El epistolario portugués de Unamuno), estas cartas “nos ayudan a profundizar en la actitud humana y espiritual para con Portugal del, quizás, más grande lusófilo español de todos los tiempos”.
Filosofía, vida y paisaje
Partiendo de los textos paisajísticos unamunianos, hablaremos del paisaje como uno de los principales detonantes de su pensamiento sentido o de su sentimiento pensado, de su filosofía, e incluso como un rasgo de carácter, un instinto , el de descubridor de nuevas tierras, que opera en él y que le acompañó toda su vida. Este instinto es patente desde su niñez, como nos deja entrever Unamuno al recordar su etapa escolar y las excursiones que en ella hacía al campo:
Indecible es el efecto que en nosotros, niños urbanos, nacidos y criados entre calles, causaba el campo. Y gracias que le había, fresco y verde, a los ejidos mismos de la villa. El campo es ante todo para el niño aire y luz libre.
Salíamos de paseo, hacia el Campo del Volantín de ordinario, formados de dos en dos, y no bien sonaba la palmada había que ver cómo nos desparramábamos a correr entre los árboles y sobre la yerba, junto a la ría […] Los jueves por la tarde no había clase y en esos días, si estaban buenos, el paseo era más largo y de más duración. Algunas veces nos preguntaba en días tales el maestro a dónde queríamos ir, y el lugar que obtenía más sufragios era la Landa Verde. […] Estaba y está la Landa Verde entre Begoña y la ría, según de aquella se baja a Bolueta y era un lugar que no sé bien por qué nos deleitaba más que otros. Desde allí se descubre en el fondo el escenario de las enhiestas y escuetas peñas de Mañaria, cerrando el deleitoso valle de Echévarri por donde el río serpentea entre verdura como queriendo allí detenerse. A un lado la cordillera de Archanda, que tanto soñé recorrer de niño y que representaba para mí entonces una tarde de aventuras juliovernescas, y del otro lado, hacia el sombrío poniente, de donde salían las nubes negras que nos echaban a perder los paseos, las formidables alturas de Pagazarri y compañeros, Himalaya de mi niñez, porque el gigante Gorbea asomaba demasiado lejos su cabezota.
Pero nunca mirábamos tan lejos. El campo era para nosotros el que podíamos correr, el de las yerbas y matas y bichos de todas clases.
Me parece, evocando mi niñez a través de los años, que sentíamos entonces confusamente en el fondo del alma la trabazón de todo.
Y es que fueron sus andanzas las que generaron una buena parte de sus meditaciones y artículos. Este curioso excursionista (así se tilda el propio Unamuno) tenía como punto de partida para sus reflexiones todo lo que veía y observaba. Aunque afirmó que los sentimientos más hondos que le habían detonado estas escapadas a la libertad habían quedado en el mismo silencio en que los recogió, en muchos de sus relatos de viajes y excursiones rompe ese silencio y podemos percibir en ellos una fuerte carga simbólica y sentimental, permitiéndonos acceder así a las emociones más íntimas que éstos le habían detonado.
Tal hecho no resulta incompatible o contradictorio con el profundo conocimiento geográfico que encarnó Unamuno, patente en muchos de sus escritos. La subida a diferentes cumbres a lo largo de su vida (“todos los años tengo que hacer alguna ascensión a la montaña”, decía) y las imágenes panorámicas alcanzadas y descritas con detalle y acierto geográfico son el mejor ejemplo de ello. Entre estas rutas se encuentran las del Marão, en Portugal, de cuya visita Unamuno nos dejó esta evocadora descripción:
Cuanto yo viva vivirá en mí la visión del Támega, cruzando el encantado rincón de Amarante, en tierras de Portugal. Guardaré para siempre -Dios quiera que para después de muerto- la memoria de aquellos días arrancados al tiempo en compañía de Teixeira de Pascoaes, y en el íntimo ambiente de su casa natal y solariega, y de aquella subida con él y su generoso padre Teixeira de Vasconcellos a la cima del Marón, que tiende, como rendida cola, una falda dulce hacia las rientes tierras del Miño y se asoma, sobre escarpadas garras, a los campos de Traz-os-Montes.
Me he asomado a aquella santa ventana -minha santa janella- donde el poeta medita y dice adiós al sol, y habla al viento y saluda a la aurora y lee en el infinito; me he asomado, con él, a aquella ventana, a beber con los ojos el agua del Támega.
Como podemos ver en el texto, y como don Miguel expresó, son necesarias las andanzas para atesorar visiones. Cumpliendo su máxima, fruto de su experiencia, recorrió España y Portugal atesorando visiones que influyeron en su pensamiento. Pero estas andanzas no sólo las hizo mediante los pies, sino también con el alma. Por eso, el paisaje (geográfico y humano) no se vuelve tal, no adquiere verdadera significación en Unamuno, hasta que éste no ha impreso una huella en su alma. A su vez, es el alma y sus facultades las que dotan de identidad y sentido al paisaje, siendo así que paisaje y hombre se constituyen mutuamente.
Estas andanzas y sus respectivas visiones detonaron un gran número de artículos sobre el territorio peninsular, que no tuvieron como fin exclusivamente el público español, sino a todos sus lectores, especialmente los americanos (con cuyo paisaje establece Unamuno comparaciones, señalando las semejanzas entre ellos y enfatizando así la hermandad), ya que muchos de estos artículos vieron la luz en publicaciones transatlánticas, como La Nación de Buenos Aires. La finalidad de Unamuno era dar a conocer el paisaje, para poner fin a los prejuicios que existían debido al desconocimiento de éste. En sus visitas a diferentes ciudades había percibido este desconocimiento geográfico que reinaba entre los territorios peninsulares y los prejuicios que generaba:
Los viajes de Unamuno a Portugal
La llegada de Unamuno a Salamanca no sólo le supuso el desempeño de su vida en una nueva circunstancia (humana, laboral, cultural, etc.), sino que le ubicó en un enclave a partir del cual percibió España y la Península desde una nueva perspectiva, con unas dimensiones y connotaciones diferentes a como las había percibido desde su País Vasco. Esta dialéctica de paisajes entre el País Vasco y los nuevos y diferentes lugares a los que Unamuno tuvo que ir, principalmente por motivos de estudio y trabajo, se había iniciado en Madrid, donde fue a sus dieciséis años a cursar la carrera de Filosofía y Letras. Es en esta Villa o Corte (como le gustaba denominarla) donde Unamuno empezará a ver y comprender España de otra manera, incluido su País Vasco.
Tras su paso por Madrid, será Salamanca, Castilla en general, el lugar desde el que Unamuno perciba y se convenza definitivamente de la unidad peninsular. Y esto se debe al conocimiento que va a adquirir de Portugal debido, por un lado, a su cercanía con Salamanca; lo que le permitió entrar en contacto con portugueses que residían o cruzaban la frontera y con españoles que iban y venían a Portugal. Y, por otro lado, a los viajes que hizo a tierras lusas; gracias a los cuales profundizará en su riqueza geográfica, cultural y humana, llegando a afirmar casi al final de su vida, en 1935:
Desde que empecé a estudiar el portugués -la lengua- y, sobre todo, desde que empecé a viajar por Portugal me interesó, más que otra cosa, la dependencia cultural mutua entre ambos pueblos.
No tenemos un número exacto de los viajes que Unamuno realizó a Portugal ni hay una prueba definitiva de cuándo fue su primera visita allí, siendo de 1904 de la primera que se tiene constancia. Esta visita fue a Coimbra y, junto a lo que su amigo Guerra Junqueiro le había contado sobre Portugal, despertó un vivo interés en Unamuno por esa tierra y sus hombres; así le confiesa en una carta a Eugenio de Castro tras su visita:
(…) si gané y acrecenté mi espíritu con recibir la gracia visual de esa tierra, lo acrecenté aún más con haber conocido de presencia y haber tratado a ustedes.
Debido a la cercanía entre Portugal y Salamanca (y, en consecuencia, el beneficio económico que ésta conllevaba), Unamuno prefería pasar allí sus vacaciones. El paisaje en sí, las lecturas que realiza y las relaciones que Unamuno establece con portugueses le llevan a desear conocer otros lugares de Portugal. Muchos de sus amigos y corresponsales le invitan y sugieren diferentes destinos, como podemos comprobar en varios artículos y cartas. Ejemplo de ello es la carta de Francisco Fernandes Lopes:
Enviando-lhe muitos cumprimentos na sua visita a Portugal, aproveito a oportunidade para lhe recordar que não devería deixar de visitar Beja que tanto lhe interessa, (conforme me desia), e o Algarve de que eu lhe falava: Sagres, Lagos, A. Rocha, Faro, as ruinas de Ossónoba e a minha Olhão (onde teria muito prazer de o vêr e muita honra em lhe servir de cicerone ), podendo seguir para a sua Espanha, por Ayamonte.
Ê o Algarve um Portugal que de Lisboa não se adivinha e que pelo do Norte se nao conjectura…
O las de su amigo Eugenio de Castro, ofreciéndole su casa y posibles excursiones:
(…) inútil será dizer-lhe que teria um grande prazer em vêl-lo aquí nas próximas ferias de Paschoa. Venha o meu amigo, e faremos então deliciosas excursões.
Tenciono demorar-me aqui até fins de julho, e inutil será dizer-lhe que teria um grandissimo prazer em vêl-o por cá. Podendo, não deixe de vir, porque, apezar da modesta hospedagem que aqui lhe daria, estou certo de que não deixará de apreciar esta natureza privilegiada.
En la misma línea está la del portugués residente en Buenos Aires, H. Alves, quien le hace algunas recomendaciones para sus próximos viajes a Portugal con motivo de la lectura que ha hecho de sus artículos sobre Portugal en La Nación y su, ya por esas fechas (1921), famoso libro:
Me permito escribir a Vd. después de haber tenido el gran placer de leer su tan simpático libro Por tierras de Portugal y España agradeciéndole, como buen portugués que soy, las palabras cariñosas que Vd. dedica a mi pobre patria.
Ya había tenido el gusto de leer algunas correspondencias suyas en la “Nación” pero un conjunto de tan bellos artículos sobre Portugal me decidió escribir a Vd. para le manifestar que para quien como Vd. le gusta tanto la naturaleza primitiva y los lindos panoramas tiene Vd. la isla Madeira, tan cerca de Lisboa, donde podería pasar Vs. unos días bastante tranquilos y apacibles en las montañas desta linda isla podiendo entonces hacer comparaciones entre las Islas Canarias y Madeira.
O la de Santos Agero, quien se hace eco de un deseo de Unamuno:
(…) he sabido que Vd. en cierta ocasión, se mostró deseoso de visitar mi pueblo, para conocer el dialecto que allí tenemos, y esto es una nueva razón para presentarme a Vd.; porque sería para mí muy honroso llevarle a él -al pueblo, no al dialecto, porque éste puedo yo llevárselo a Vd., ya que a su estudio me dedico.
Esta labor de guía por parte de un oriundo era fundamental ya que en la época de Unamuno, tanto en España como en Portugal, los caminos no estaban demarcados, señalizados ni adaptados, de ahí la importancia de los naturales para la realización de sus excursiones. Es así como para el conocimiento del paisaje era necesario el del paisanaje (y al revés). El contacto con el pueblo no sólo le puso en contacto con el paisaje, sino con el lenguaje y la cultura popular, que tanto le interesó y de la que tanto aprendió.
De esta manera, Unamuno pudo tener noticia y conocer en primera persona algunas zonas de Portugal, como demuestran los títulos de sus escritos sobre sus viajes a diferentes zonas del país (“La pesca de Espinho”, “Braga”, “Guarda”, “Alcobaça” …), entre las que destacan Coimbra y Amarante, de las que se enamoró por completo:
Y en este poema Constança aparece por dondequiera templando y serenando el cuadro, el paisaje estupendo de Coimbra, de esa maravilla de Coimbra, de la que guardo un imperecedero recuerdo. En ella pasé los días más serenos y más fecundos de mi vida, recorriendo en compañía de Castro las riberas del Mondego.
Los escritos paisajísticos son muy tempranos en la obra unamuniana y algunos son simiente o embrión de obras posteriores más extensas. Aunque la primera que reúne algunos de ellos es de 1902 (Paisajes), ésta contiene artículos que datan de los años 80 del siglo XIX. Como expresa en el prólogo a De mi país, algunos están escritos cuando todavía no había cumplido los 21 años y “en algunos de estos trabajos del segundo decenio de mi vida reconocerán […] precedentes de otros escritos míos. Así […] en el escrito “En Alcalá de Henares”, observaciones que pasé a mi En torno al casticismo”. Los primeros de estos escritos sobre el paisaje se refieren a Bilbao, ampliándolo al resto de su País Vasco. Más tarde lo harán sobre Madrid, luego sobre Castilla, para pasar posteriormente a los del resto de España y a Portugal, los cuales irá conociendo poco a poco en sus numerosos viajes. Varios de sus escritos sobre el paisaje portugués pasarán en 1911 a formar parte de Por tierras de Portugal y de España, constituyendo unas de las páginas más brillantes de su obra, reveladora de su visión de la unidad ibérica. Como señala Ángel Marcos de Dios, el paisaje portugués “incidió de tal manera en el sentidor Unamuno que es difícil encontrar, en sus ensayos sobre el paisaje, textos tan expresivos y tan cargados de sensaciones íntimas como los que aluden al norte de Portugal y, en especial, a Coimbra y Amarante. La belleza natural del entorno de estas dos ciudades no encuentra paralelo en el ánimo y en los escritos de Unamuno.”
El paisaje portugués en el imaginario paisajístico unamuniano
Cuando Unamuno empieza a sumergirse en la variedad del paisaje portugués ya había experimentado diferentes impactos paisajísticos en España. El primer choque en este sentido se produjo con su llegada a Madrid, tan distinto en todos los sentidos a su Bilbao natal. Posteriormente, ese choque se producirá en relación con Salamanca, causándole al principio la misma impresión negativa que Madrid.
Aunque en un primer momento su País Vasco representa un elemento positivo de esta relación y Castilla el negativo, con el tiempo y el conocimiento profundo de la segunda, Unamuno irá virando sus percepciones y juicios sobre su paisaje, aprendiendo a mirar y a valorar su belleza, una belleza a la que no estaba acostumbrado pero que llegará a exprimir y saborear como ningún otro. Este conocimiento y apreciación del paisaje castellano le lleva a criticar a todo el que lo menosprecia:
Para mí no hay paisaje feo. Al llegar a casa, a Castilla, cuyos campos representan no poca semejanza con lo que nos dicen ser la pampa, me hablaban todos de la tristeza y fealdad -confunden lo triste con lo feo- de esta campiña sin árboles ni arroyos, y me ponderaban la belleza del paisaje de mi tierra vasca. Y les sorprendía el oírme decir que prefiero este paisaje amplio, severo, grave, esta única nota, pero nota solemne y llena, como la de un órgano, a aquella sonata de flauta de tres o cuatro notas verdes, de un verde agrio.
Unamuno va descubriendo aspectos y elementos de paisajes estereotipados por desconocidos por la mayoría pero que, al igual que le sorprendieron a él en sus visitas a los mismos, sorprenderán positivamente al resto, modificando el discurso paisajístico o geográfico más difundido. De la misma manera que le había pasado con Castilla, lo evocador del paisaje portugués y el entronque con el carácter y las preocupaciones vitales, intelectuales y espirituales unamunianas lo convierten en uno de sus principales objetos de sus descripciones paisajísticas, y “es que, después de España, Unamuno amaba sobre todo a Portugal”. Unamuno supo encontrar la belleza y el deleite en los diferentes lugares que visitó de Portugal, en sus ríos, en sus mares, en sus costas, en sus sierras…. paisajes que contextualizan y dan razón de ser a los dos “Portugales” que existen para Unamuno, el “Portugal campesino y sencillo, padre del Portugal navegante y heroico.”
No sólo la tierra en sentido estricto, especialmente las montañas y las mesetas, son las que llenaron las páginas de los textos paisajísticos unamunianos, sino que el cielo (el celaje), los ríos y los mares adquieren protagonismo en sus descripciones y reflexiones. Para él, la Naturaleza con todo lo que contiene (valles, mares, montañas, ríos, cielos…) es un buen paradigma para comprender al hombre; por ello, al contemplar los ríos, afirma que nada mejor simboliza la vida de un hombre que el devenir de un río:
Un río es algo que tiene una fuerte y marcada personalidad, es algo con fisionomía y vida propias. Uno de mis más vivos deseos es el de seguir el curso de nuestros grandes ríos, el Duero, el Miño, el Tajo, el Guadiana, el Guadalquivir, el Ebro. Se les siente vivir. Cogerlos desde su más tierna infancia, desde su cuna, desde la fuente de su más largo brazo, y seguirlos por caídas y rompientes, por angosturas y hoces, por vegas y riberas. La vena de agua es para ellos algo así como la conciencia para nosotros, unas veces agitada y espumosa, otras veces alojada de cieno, turbia y opaca, otras cristalina y clara, rumorosa a trechos. El agua es, en efecto, la conciencia del paisaje; en el agua, cuando queda quieta y serena, se reflejan los árboles y las rocas, en el agua se ven como en espejo, en el agua se desdoblan. Adquieren reflexión de sí […]. Donde hay agua parece el paisaje vivo. Y el agua del río es conciencia viviente, conciencia movediza.
¿Hay algo que mejor simbolice la vida de un hombre que la de un río, desde que brotando de una fuente entre montañas va a morir en otro río o en el mar?
El Duero, el Miño, el Tajo, el Támega… fueron observados por Unamuno no sólo en España sino en Portugal, donde pudo observar otra cara, otras características suyas, que le permitieron generar nuevas metáforas y paralelismos:
Y con él, con el poeta dulcísimo, con Teixeira de Pascoaes, me he detenido, en su Amarante, a ver la entrada de la noche, el ojo de luz del Támega, bajo el arco del puente, y le he visto, bajo el nocturno cielo.
O'meu Tamega obscuro, agoa dormente...
o’rio, á noite, a arder todo estrellado!
agoa meditativa ao luar nascente,
agoa coberta de azas ao sol nado!
[Sombras]
Sí, también lo he visto al nacer el sol, cubierto de alas de neblina. Y este río es todo él poeta, río también de aguas refrescadoras y musicales.
Y, unido al río, el mar, que será otro elemento que destacará especialmente en sus escritos sobre Portugal. La llegada del Tajo a Lisboa, fundiéndose y confundiéndose con el mar, detonaron en él muchas metáforas individuales y colectivas respecto al ocaso de los individuos como de los pueblos; individuos y pueblos luchadores que llegaron con bravura a su majestuosa muerte. Unamuno ve en el mar uno de los símbolos por excelencia de Portugal, “teatro de sus hazañas” y “cuna y sepulcro de sus glorias”. Del mar proviene una de las dos notas dominantes que para él tiene la literatura portuguesa, la elegíaca (unida a la amorosa), ya que considera a Portugal “la patria de los amores tristes y los grandes naufragios”. Portugal, su literatura, su alma… son trágicas como el mar y su historia es un largo naufragio. Esa identidad marítima portuguesa ha sido la cuna de las principales glorias de Portugal, pero también el sepulcro de éstas; de ahí que Unamuno identifique la historia de Portugal con Ulises, al superar ambos un naufragio y vivir del recuerdo de sus glorias pasadas. Portugal se le representa a Unamuno como una “hermosa y dulce muchacha campesina que de espaldas a Europa, sentada a orillas del mar, con los descalzos pies en el borde mismo donde la espuma de las gemebundas olas se los baña, los codos hincados en las rodillas y la cara entre las manos, mira cómo el sol se pone en las aguas infinitas”. Este alma dolorosa, melancólica, soñadora y saudosa la plasma Unamuno en su soneto “Portugal”, incluido en su Rosario de sonetos líricos . Éste y otros poemas anteriores inspirados en Portugal llevan a Julio García Morejón a afirmar que Portugal en los primeros años del siglo XX ya se había hecho alma “en su espíritu poético, paisaje definitivo de su topografía sentimental.”
Paisaje, sentimiento de la Naturaleza y literatura
Toda la riqueza del paisaje portugués no puede ser percibida posando los ojos sólo en éste, sino también en su literatura, en su historia y en su pueblo. Por ello Unamuno lee para viajar, lee mientras viaja y viaja para seguir leyendo sobre lo visto. Los que mejor le pueden orientar en esto son los escritores portuguesistas y los ibéricos, es decir, los que mejor conocen Portugal (su historia, sus gentes, su literatura…) y los que son capaces de ir más allá de él (justamente por partir de él), los “menos exclusivamente portugueses, mas no por eso menos hondamente tales”. Entre estos autores se encuentran Camilo Castello Branco, de quien afirmó que su Amor de perdiçao es “uno de los libros fundamentales de la literatura ibérica (castellana, portuguesa y catalana)”. También hallamos entre ellos a Oliveira Martins, cuya História da civilizição ibérica “debería ser un breviario de todo español y de todo portugués […] y americano”. No podemos olvidarnos de Guerra Junqueiro, a quien denominó un “ingenio ibérico” porque le resultaba “muchas veces hondamente español, siendo hondamente portugués”, “el gran patriota y gran profeta ibérico”. En la obra de Guerra Junqueiro encuentra Unamuno un buen guía, ya que considera que en Os simples y Pátria “se encierra el alma de Portugal, del Portugal campesino, resignado y sencillo en el primero, y del Portugal heroico y noble en el segundo, que es una obra dantesca”. Unamuno consideraba que antes y/o después de penetrar un paisaje había que leer a sus conocedores, a sus cantores y después mirar por sus ojos, interpretando lo que había visto vinculándolo con lo que había leído sobre ello:
España está, en su aspecto pintoresco, por descubrir aún, en su mayor parte. […] Y si España es todavía tan poco y tan mal conocida en su aspecto pintoresco -lo que a este respecto corre por ahí no son, de ordinario, sino disparates- débese a la falta de escritores de mérito, amenos a la vez que concienzudos, que la descubran a los curiosos amantes de esas cosas. […] La hermosura de las ciudades y los sitios históricos, lo mismo que la del paisaje, es, en gran parte, un efecto de sugestión literaria.
Lo que pasaba con España pasaba en mayor medida con Portugal, ya que lo poco del paisaje portugués que conocían los españoles eran las playas a las que iban a veranear. A diferencia de estos veraneantes españoles, Unamuno sacó gran provecho de sus estancias allí; sin menospreciar el clima, la playa, la comida… sabe también absorber la cultura de este pueblo:
Y, según mi costumbre, me he procurado en seguida hombres portugueses y libros portugueses que me hablen de sus cosas pasadas, presentes y futuras. Pues no acabo de comprender a esos veraneantes españoles que vienen a continuar sus tertulias de miseriucas de campanario, a no querer enterarse de lo que les rodea.
El paisaje ibérico en su totalidad necesitaba de cantores que comunicasen y contagiasen al resto sus características geográficas, culturales y espirituales. Unamuno quiere convertirse en uno de estos escritores develadores de paisajes que tanto escaseaban y por ello se deja invadir y poseer del sentimiento de la naturaleza. A este sentimiento Unamuno le dedica todo un artículo, recogido en Por tierras de Portugal y de España, en el que se declara un amante de la Naturaleza, en todas sus versiones, por lo que aprovecha cualquier día libre para entrar en contacto con ella:
Sí, amigo, sí, soy y he sido siempre “un gran amante de la naturaleza, en su carácter más verdadero y simple”; prefiero cualquier bravío rincón de montaña a los jardines todos de Versalles, sin que esto quiera decir que no me gusten estos jardines. Sí, en tratándose de naturaleza me gusta toda, lo mismo la salvaje y suelta que la doméstica y enjaulada, aunque prefiero aquella. En cuanto dispongo de unos días de vacaciones […] me echo al campo, a restregar mi vista en frescor de verdura y en aire libre mi pecho. […]. Pero a esta hay que aprender a entenderla y a quererla. No está al alcance de cualquiera su más íntimo y recogido lenguaje, ni se llega a penetrar en sus misterios de amor sin algún trabajo.
El sentimiento de la Naturaleza, el amor inteligente, a la vez que cordial, al campo, es uno de los más refinados productos de la civilización y la cultura. El campesino lo ama, pero lo ama por instinto, casi animalmente, y lo ama utilitariamente. El hambre de tierra, tan característica del labrador, no es lo más a propósito para aprender a amar desinteresada y noblemente a la tierra misma.
No se trata sólo de un placer estético o beneficio físico o material (de los que Unamuno es consciente y que resalta en sus textos), sino sobre todo de una cuestión anímica, espiritual, intelectual y patriótica. La Naturaleza contiene los misterios de la vida, es el libro del mundo, por lo que hay que aprender a captarla y entenderla. Este sentimiento de la naturaleza y su deseo de comprensión no ha sido algo innato al ser humano desde el principio de la historia, sino algo que ha surgido con el tiempo:
No es sólo tiempo, salud y pesetas o pesos lo que falta; es también sentido de la naturaleza, que cuando no está realzada por el arte, por la literatura, no atrae a los espíritus superficiales. Esa naturaleza no ha tenido aún, como la vieja naturaleza europea, cantores que la prestigien; no es aún suficiente escenario de historia; no está todavía bastante impregnada de humanidad.
Se ha dicho que el sentimiento estético de la naturaleza es un sentimiento moderno, que en los antiguos no estaba sino esbozado, que es de origen romántico, y no falta quien añada que su principal sacerdote fue Rousseau. Alguien, exagerando, ha agregado que a la naturaleza la han descubierto para el arte los modernos, y que a esto ha contribuido su descubrimiento por la ciencia. Es indudable que […] el sentimiento del campo se ha desarrollado mucho modernamente […] pero no puede exagerarse la tesis.
Unamuno considera que este sentimiento de la naturaleza es difícil de educar, pero es algo necesario, de ahí su vocación de ilustrar a sus lectores y hacerles partícipes de éste.
Naturaleza y verdad
La necesidad de conocer la Naturaleza va unida en Unamuno a la verdad, a la posibilidad de hallar verdades comunes a los hombres y de poder fraternizar con base en ello. En varios de sus artículos expone esta relación entre verdad y Naturaleza. Aunque esto nos pueda parecer una premisa o un rasgo del Unamuno joven, de su etapa positivista, nada más lejos de ello. Unamuno expuso y usó diferentes conceptos de verdad a lo largo de su obra. Respecto a la relación de los hombres con la Naturaleza y de los hombres entre sí partiendo de ésta, se nos muestra lo que se ha denominado una verdad como consenso. Pero no se trata en este caso de un consenso basado en una transacción social o en las disposiciones o herramientas sociales de los hombres, sino que esta verdad como consenso se basa en la Naturaleza, en lo que sienten los hombres ante ella, ante un mismo hecho natural (aunque este haya sido humanizado). Para Unamuno, dos o más hombres que estén contemplando el mismo acontecimiento o realidad natural van a llegar a la misma idea o percepción:
Si varios hombres persisten viendo mucho tiempo la misma vista, acabarán por acordar y aunar mucho de su ideación, estribándola en el espectáculo aquel. Ante un mismo árbol, toman a la postre un mismo cauce las figuraciones de los que lo contemplan.
Esta verdad como consenso natural es un rasgo del Unamuno contemplativo en relación dialéctica con su otro yo, el Unamuno agónico. El propio Unamuno es consciente de ambos y recurre al primero como aplacador del segundo:
Y esa paz, esa unidad, esa concordia consigo mismo, esa tregua de la propia contradicción, ¿dónde hallarla? ¿Dónde? En la naturaleza, en el campo.
Horas divinas en que en la cumbre de una montaña rocosa, al pie de un aliso, junto a un arroyo claro, en medio del páramo, en un rincón de costa, sobre la madre tierra y bajo el padre cielo se encuentra uno, uno y unido, y hasta único. Y se siente uno todos los que uno es. Se siente uno hijo, hijo del mismo cielo y de la misma tierra, y todos los que uno es se sienten hermanos, y se siente uno hermandad, y unidad. Y descansa.
Y mirando uno al cielo azul, sin nubes, nuestro divino espejo, lo ve desempañado del vaho de lágrimas que, de ordinario, le empaña. Y lo mismo da que sea en cumbre de sierra que en recodo de soto de valle, que en medio de páramo, que en rincón de costa, pues todos los paisajes, como todos los lenguajes, son apaciguadores y hermosos. He gustado todos los paisajes […]. Y he compadecido al hombre simple que no vive fuera de su escondrijo. De aquel escondrijo donde se esconde de sí mismo.
Esta sensación se la provee especialmente la tierra portuguesa, donde encuentra la calma necesaria para el descanso, la lectura y la escritura:
En este tranquilo rincón de Portugal, desde donde ahora os escribo, distraigo mis ocios y alimento mi descanso tomando el sol por la mañana en la playa, esperando las tres de la tarde en que nos llegan las últimas noticias de la guerra europea y llenando las horas perdidas, o más bien ganadas, con la lectura de obras clásicas portuguesas.
Como podemos observar, el sentimiento de y por la Naturaleza en Unamuno está vinculado a esta tensión agónica, y es esta relación dialéctica entre ambas lo que dota de sentido al paisaje en Unamuno. Portugal le da esa paz en la guerra que siempre prefirió a una guerra o una paz absolutas. Pero la calma, la paz que otorga el paisaje no es el punto de llegada, sino interludio para continuar con la guerra, con la agonía, “para poder volver luego a forjarse y refregarse en guerra civil íntima. ¡Y esta sí que es disciplina!”
El paisaje a la vez le detona virtudes de carácter, frente a la convivencia con el resto de los hombres que es muchas veces el origen de su malestar. Así, la Naturaleza le permite generar un vínculo de comunión con el resto de los hombres:
En esa verdura se sosiega mi magín y paran en ellas mis mientes. […] Fuera del bullicio de calles y plazuelas, ese verdor es como un reclamo al silencio y al aquietamiento interiores.
A las veces me figuro que el árbol me mira […] y que me adiestra, no más que mirándome en la lección de la paciencia.
Podría decir con Séneca que cuantas veces me entrometí con los hombres volví de ellos a mí mismo más inhumano. En cambio, nunca he sentido rebullir más reciamente dentro de mí a la Patria, y con ella a sus hijos de todos los tiempos a quien la muerte dio vida más honda, como cuando me he dejado olvidar en medio de un monte de encinas.
Para entender todo esto, debemos antes exponer la relación que Unamuno mantuvo con la Naturaleza y la de ésta con sus ideas o pensamiento. Podríamos decir que para Unamuno hay una secuencia lógica, que va del sentir a las ideas, pasando antes por los estados de conciencia y la reflexión. De esta manera es como Unamuno asocia el paisaje, la patria y el patriotismo:
La primera honda lección de patriotismo se recibe cuando se logra cobrar conciencia clara y arraigada del paisaje de la Patria, después de haberlo hecho estado de conciencia, reflexionar sobre éste y elevarlo a idea.
El paisaje, para Unamuno, hace al paisanaje, es decir, constituye a los hombres, a los pueblos en cuerpo y alma, tanto materialmente hablando como espiritualmente. A su vez, el hombre humaniza a la Naturaleza y sólo así la comprehende:
Poco a poco ha ido el hombre convirtiendo a la Naturaleza en habitación suya, haciéndola más humana, humanizándola. Y a la par, su trato con ella, el continuo roce, ha ido acercándole a ella más y más, enseñándole a mirarla con amor, naturalizándole en fin.
(…) la Naturaleza está humanizada por el hombre que la habita y la trabaja. Los árboles son ya, como los animales domésticos, algo nuestro, obra nuestra. Y son, por ello, espejo de nuestra vida y nuestro pensar.
Se logra así una comunión entre el hombre y la Naturaleza y, por ende, entre todos los hombres.
Paisaje, patria e Iberismo
El propio Unamuno titula uno de sus artículos “Excursión”, en el que expone lo que le lleva a realizarlas, las características de éstas, las consecuencias que tienen, etc. En primer lugar, y como afirmó tanto de los pueblos como de los hombres, considera que el conocimiento lleva al amor. Esto aplicado a la tierra española y a su gente nos lleva a un sentimiento de patriotismo que Unamuno no sólo experimenta, sino que ensalza y, por ende, muestra su deseo de que España se conozca a sí misma, tanto a nivel geográfico, como idiomático, cultural, etc.:
Estas excursiones no son sólo un consuelo, un descanso y una enseñanza; son además, y acaso sobre todo, uno de los mejores medios de cobrar amor y apego a la patria. Por razones de patriotismo deberían fomentarse y favorecerse las sociedades de excursionistas, los clubs alpinos y toda asociación análoga.
El desconocimiento de España por los mismos españoles los había llevado a deshumanizarse, atacarse, rechazarse, dividirse y separarse. Por ello Unamuno propone este conocimiento de la pluralidad española, ya que él mismo experimentó los cambios que estas excursiones le produjeron en la forma de ver y valorar su tierra y el resto de España. Y para conocer bien España también había que conocer Portugal, postura a la que llegó tras sus primeros viajes por este país. En el fondo de esto estaba su deseo de regeneración o reforma, ya que, como tempranamente expuso en En torno al casticismo, “España está por descubrir, […] Se ignora el paisaje, y el paisanaje y la vida toda de nuestro pueblo”. De este descubrimiento y conocimiento de España y Portugal podría salir la fórmula para su regeneración, ya que Unamuno pensaba que España iba donde ya estaba Portugal.
Del conocimiento y comunión con el paisaje peninsular surge en Unamuno el sentimiento de unidad ibérica y su esfuerzo porque no sólo se conozca España sino también Portugal y, a partir de ahí, ambos países se amen mutuamente. Un conocedor, amante y defensor de la unidad peninsular no podía dejar a sus compatriotas en la ignorancia de esta realidad territorial, lingüística, cultural y espiritual que compartían, independiente de la pluralidad y diferencias de las que Unamuno es consciente que hay entre ellos, las cuales no la merman sino que la enriquecen; y cuanto mejor y mayormente las conozcamos más nos enriquecerán a todos como individuos y sociedad. Unamuno no comprende y quiere subsanar el hecho de que
Aquí, en España, no es la literatura portuguesa todo lo conocida y apreciada que debería ser, aun siendo las dos lenguas tan afines que sin gran esfuerzo podemos leer el portugués. Diferénciase del castellano mucho menos que el catalán y, sobre todo, el portugués escrito.
Más, aún siendo los dos países vecinos aislados los dos, en cierto modo, del resto de Europa, yo no sé qué absurdo sino nos ha mantenido separados en lo espiritual.
Aunque no se explica los motivos del alejamiento espiritual y la escasa comunicación cultural entre España y Portugal (barruntando como posibles causas una “petulante soberbia española” y “una quisquillosa suspicacia portuguesa”), de lo que sí está seguro es de que “Portugal merece ser estudiado y conocido por los españoles”. Para ello era necesario no sólo conocer el paisaje sino a los autores más ibéricos, tanto españoles como portugueses ya que, para Unamuno, la patria está constituida tanto por el componente material como por el espiritual y ambos son imprescindibles si queremos conocerla bien:
Para conocer una patria, un pueblo, no basta conocer su alma -lo que llamamos su alma-, lo que dicen y hacen sus hombres; es menester también conocer su cuerpo, su suelo, su tierra.
(…) estas excursiones […] enseñan a quererla [a la patria]. Cóbrase en tales ejercicios y visiones ternura para con la tierra; siéntese la hermandad con los árboles, con las rocas, con los ríos […] Las cosas hacen la patria tanto o más que los hombres.
Aun teniendo muchas cosas en común con España, Portugal le desvela otras realidades, otras emociones, otros sentimientos que se convierten en pensamientos (siguiendo el esquema unamuniano: primero se siente y luego se piensa sobre lo sentido) y se vuelcan en sus escritos. La saudade, el amor, la tristeza (“hasta cuando sonríe”), el culto al dolor, la pasión, la desesperación, el pesimismo, el erotismo, la burla como refugio, la tendencia al suicidio (vontade de morrer) … que percibe en Portugal (generadas por los paisajes portugueses, su literatura, su mitología, las conversaciones con sus amigos portugueses, la realidad político-social de aquellos años, etc.) provocan en Unamuno reflexiones nuevas, tanto vinculadas a los individuos como a los pueblos.
Sus viajes por Portugal no sólo despertaron el amor de Unamuno por esta tierra, sino que fue recíproco, siendo muy querido en los diferentes lugares del país vecino a los que fue. Testimonio de ello son las cartas de Pedro Fernandes Thomas, en las que le trasmite a Unamuno el cariño que le tiene la gente y las ganas de volverlo a tener entre ellos:
João Arroyo esteve aqui em Setembro, e o irmão Antonio Arroyo, com quem estive tambem muito desejava conhecer pessoalmente V. Ex.ª, pedindo-me que eu avizasse no caso de V. Ex.ª vir a Coimbra, como tinha desejo. […] Todas as pessoas que com V. Ex.ª aqui tratáram e ficáram seus admiradores, me tem pedido as suas noticias, e lhe apresentam a expressão da muita consideração que têm por V. Ex.ª e o desejo de o tornar a ver na Figueira.
Ese aprecio se plasmaba tanto a título individual como colectivo e institucional, como podemos percibir en la carta que le envía en 1916 el Ayuntamiento de Figueira da Foz en la que solicitan a Unamuno un artículo para un número especial que se quiere elaborar sobre el lugar, por considerarle “un buen Amigo nuestro y entusiasta de Figueira”. Éste es sólo un ejemplo del aprecio que le tenía a Unamuno Portugal. Es por ello por lo que Unamuno participó en numerosas acciones e iniciativas, tanto españolas como portuguesas, que fomentaban la hermandad ibérica (escritura de prólogos para libros portugueses, impartición de conferencias en Portugal, reseñas de obras de autores portugueses, participación en homenajes a grandes figuras portuguesas, recibimiento de portugueses en Salamanca, intercambio de libros entre autores españoles y portugueses, etc.). En este sentido, cualquier acción que sirviera para unir más a España y Portugal (iberismo de acción común) tuvo la atención de Unamuno, como podemos ver en su artículo “El soñar de la Esfinge”, donde elogia tanto el libro Las dos Españas de Fidelino de Figueiredo (“gran conocedor de la vida de la Península Ibérica toda y a quien su calidad de portugués le capacita para ver más claro y más hondo que nosotros en ciertos recovecos de nuestra historia común”) como la traducción al castellano que ha hecho el Instituto de Estudios Portugueses de la Universidad de Santiago de Compostela, la cual hará que el público español preste atención a la obra.
Es por todo ello cómo el iberismo de Unamuno (referido no sólo a Portugal, sino también al resto de los pueblos peninsulares), como señala García Morejón, es singular y significativo, al respetar “el sentir y la peculiaridad política de cada pueblo” enlazándolos a todos en un espíritu común, y constituyendo la “afirmación de una necesidad orgánica de comprensión mutua, fraternal, entre pueblos hermanos”. Un iberismo que repudió la anexión política o territorial de Portugal por parte de España, criticando a los que la defendían y apostando por una unión espiritual y cultural ibérica.
Conclusiones
Aunque Unamuno reunió sus obras de temática paisajística en varios libros referidos al tema (Paisajes, De mi país, Por tierras de Portugal y de España, Andanzas y visiones españolas…), en estas páginas hemos querido invitar a percibir y sumergirnos en dicha obra no de manera aislada, sino ubicándola en un marco mayor y como puerta de entrada para conocer otros ámbitos de su pensamiento.
Esto nos ha permitido percibir la evolución de su concepto de patria (Unamuno va construyendo su concepto de patria a golpe de viaje, percibiendo las similitudes y las diferencias entre los diferentes espacios geográficos y espirituales, pero también su complementariedad) y conectar su interés por la Naturaleza y el paisaje con su iberismo, partiendo de sus apreciaciones en torno a España para pasar luego a las de Portugal, alcanzando así la perspectiva ibérica.
Las notas características del iberismo unamuniano se deben al conocimiento no sólo del paisaje sino del paisanaje peninsular, y consisten en la apuesta por el mutuo conocimiento de todos los pueblos de la península, basándose en los rasgos lingüísticos, culturales y espirituales compartidos. Esta base unitaria debe ser fomentada a través del conocimiento mutuo, el cual es generador de amor para Unamuno (“porque el conocerse es amarse. El conocimiento engendra amor y el amor conocimiento”), y de la colaboración conjunta en pro del ideal ibérico.
Es así como Unamuno no sólo puede ser categorizado como uno de los pioneros conocedores y divulgadores del paisaje y el paisanaje peninsular, sino como uno de los portadores de un iberismo cultural, espiritual, moral e intelectual, alejado de cualquier intento de anexionismo o federalismo. En pro de este iberismo trabajó con su pluma y colaboró en varias iniciativas que encarnaban y fomentaban ese espíritu iberista, encarnado tanto por españoles como por portugueses de su época.
Notas
[*] Este trabajo ha sido financiado por la ayuda CA2/RSUE/2021-00729 del Ministerio de Universidades, PRTR y UAM. Agradecemos a estas instituciones habernos dado la posibilidad de realizar esta investigación, al igual que a la Casa-Museo Unamuno (CMU) por facilitarnos materiales necesarios para su realización.
[1] Es fundamental señalar que en Unamuno el paisaje es abordado y abordable no sólo desde aspectos o descripciones psicológicas, poéticas, sentimentales, sino también desde una perspectiva estrictamente geográfica, ya que, como señala Nicolás Ortega, “cuando los estudiosos de su obra se han referido a su visión del paisaje, han tendido a menudo a poner en primer plano sus ingredientes subjetivos, sentimentales, y a posponer o, en no pocas ocasiones, a ignorar lo que esa visión entrañaba de estudio y conocimiento de la realidad geográfica”, . Tener esto presente nos ayuda a comprender mejor la dimensión del interés por la geografía y el paisaje por parte de Unamuno.
[8] En esta línea, y como prueba de lo anterior, contamos con el libro de Juan Antonio Serrano, Montañas de Unamuno. 32 rutas naturales (), que no sólo nos sirve para conocer el amor de Unamuno por la montaña y las excursiones, sino también como guía para realizar varias rutas por diferentes países basándonos en las que hizo y/o describió el vasco.
[9] M. de Unamuno, “Las sombras, de Teixeira de Pascoaes”, Por tierras de Portugal y de España, op. cit., p. 193.
[10] Esto se debe a que la idea de iberismo de Unamuno comprende también la proyección natural de España y Portugal allende el Atlántico, es decir, los territorios americanos, entre los que encuentra la misma hermandad espiritual, lingüística y cultural que con Portugal. De esta manera, el lusitanismo y el americanismo de Unamuno se dan la mano.
[12] Es así como conoció a su amigo Guerra Junqueiro, quien se convertirá en uno de los primeros y principales detonadores de la lusofilia unamuniana.
[14] ). Por su parte, Agustín Remesal hace en su libro Por tierras de Portugal. Un viaje con Unamuno una recreación de los viajes de Unamuno.
[15] Siendo en 1935 el último viaje que Unamuno hace a Portugal, concretamente a Lisboa, con motivo de la celebración del centenario de la fundación de la ciudad.
[17] A estos dos motivos habría que añadir como otro elemento motivador de sus viajes a Portugal el hecho de que Unamuno desempeñó un cargo en una compañía de ferrocarriles, lo que le obligaba a desplazarse a reuniones en Portugal y le proveía de descuentos en la compra de billetes.
[27] M. de Unamuno, “El sentimiento de la Naturaleza”, Por tierras de Portugal y de España, op. cit., p. 337.
[39] O. Martins y su obra influirán en el iberismo de Unamuno junto a otras figuras españolas como Juan Valera, Marcelino Menéndez Pelayo o Joan Maragall.
[60] M. de Unamuno, “La literatura portuguesa contemporánea”, Por tierras de Portugal y de España, op. cit., p. 188.