Para una persona comprometida con la filosofía en general y en el ámbito ibérico y gallego en particular, es una satisfacción saludar la aparición de este libro, que tuvo anteriormente edición en castellano (Un paso adelante en defensa de los animales, Plaza y Valdés, Madrid, 2017) y en gallego (Na defensa dos animais, Axóuxere, Rianxo, 2018). Tal difusión tiene mucho que ver con el perfil profesional y activista del autor, Óscar Horta, profesor de filosofía moral en la facultad de Filosofía de la Universidade de Santiago de Compostela, empeñado, como docente y como publicista, en poner en diálogo el pensamiento filosófico con la razón común y con el sentido común.
Preceden esta edición un conjunto de opiniones elogiosas, cuyo sentido conviene resumir, vertidas por especialistas reputados en el panorama filosófico internacional: Paola Cavalieri, Peter Singer, Alexandra Navarro, Steve Sapontzis, Lu Shegay, Angela Martin, Adewale O. Owoseni, Kyle Johannsen, Jens Tuider, Núria Almirón, Bob Fischer, Steven P. McCulloch, Jeanette Rowley. A grandes rasgos, coinciden en señalar tres cosas: la claridad expositiva, la eficacia persuasiva y la novedad o renovación temática. Así, en primer lugar, hay coincidencia en que el libro está muy bien escrito y es de fácil lectura, por lo que resulta accesible e interesante para un público amplio, la gente con inquietudes y no solo las personas comprometidas con la liberación animal. En segundo lugar, hay coincidencia en que el público lector, además de interesarse, puede sentirse afectado y convertirse en implicado con la suerte de los animales, yendo más allá del animal humano. Este posible convencimiento sería resultado de algo más que la persuasión: el libro contiene una buena exposición de hechos, Horta aporta una panoplia de casos llamativos e interpelantes, complementada por una buena argumentación, un repertorio de argumentos que salen al encuentro, no solo de la razón común (a donde se puede llegar con el debate y la reflexión) sino también, y antes, del sentido común (lo que ya se piensa y se da por hecho). Por último, en tercer lugar, hay coincidencia en que Horta, porque innova en la aproximación a esta temática, renueva los planteamientos de las perspectivas animalistas, en sus vertientes ética y política, ya que la relación con los animales (domésticos y salvajes) se aborda como una cuestión de justicia.
En términos generales, el cometido y contenido de esta publicación, Making a Stand for Animals, es revisar, es decir, examinar y modificar el modo como los seres humanos contemplan y tratan a los otros animales, defendiendo y proponiendo la igualdad y el respeto en la consideración de todos los animales, humanos y no humanos. El núcleo de esta tarea reside en combatir la noción de especismo, en sus aspectos teóricos y en sus dimensiones prácticas, es decir, en lo que este prejuicio representa y el perjuicio que reporta tanto en la compresión como en la relación de los humanos del y con el mundo animal. Como muestra Horta, la preocupación por los animales y el cuidado que los humanos deben dispensar forman parte de la construcción de un mundo mejor.
Yendo al detalle, el libro consta de una “Introduction” (pp. 1-5) y siete capítulos: “Speciesism: a form of discrimination” (pp. 6-28), “Feeling and suffering” (pp. 29-48), “Harming animals” (pp. 49-77), “Making the connection” (pp. 78-106), “Living without exploiting animals: questions and answers” (pp. 107-134), In defense of animals! (pp. 135-165), “Conclusion: making a stand for a better world” (pp. 166-172). Completa el texto un útil índice analítico: “Index” (pp. 173-177). Al igual que la introducción, Horta inicia cada capítulo con la presentación de un caso, que va a constituir el punto de partida para una reflexión constructiva, en la que irán incorporando datos y argumentos, contrastándolos con las actitudes discordantes, hasta completar la fijación de una posición. Este proceso reflexivo, crítico y constructivo se da, como dijimos, en el plano del sentido común y de la razón común, las creencias y actitudes habituales de la gente. Sin embargo, se deja adivinar como un trasfondo, de hecho una base que se torna presente en las “Notes” que cierran y apoyan la introducción y cada capítulo (pp. 4-5, pp. 24-28, pp. 43-48, pp. 71-77, pp. 103-106, pp. 131-134, pp. 160-165), la fundamentación y discusión filosófica, acerca de la ética y la política concerniente a los animales no humanos, que hoy por todas partes excede el campo académico y se proyecta en el espacio público.
En nuestra opinión, cabe sintetizar, grosso modo, el argumentario desplegado por Horta en dos polos conceptuales: una concepción del universalismo y una apelación a nuestras intuiciones en casos en los que nuestros intereses o los de otros individuos se encuentran en cuestión. El universalismo proporciona una armazón formal, responde a la pregunta ¿cómo debemos pensar sobre nuestro modo de proceder con los animales?; la apelación a las implicaciones de nuestras intuiciones dota de contenido material, responde a la pregunta ¿qué debemos hacer para con los animales? En el desmontaje de reglas y criterios morales vigentes y la búsqueda de alternativas que satisfagan los requisitos de imparcialidad y objetividad en el juicio moral, Horta recurre al banco de pruebas de la universalización. Y procede de un modo que recuerda tanto a Kant como a consecuencialistas de distinto signo, pues la universalidad se valida y se acredita por la inexistencia, al generalizar, de contradicciones sea en el entendimiento sea en la voluntad: es decir, mostrando que algo, aplicando la coherencia, no se puede pensar y/o no se puede querer. Y, por aquí, tocamos el otro polo: las implicaciones de nuestras intuiciones. En efecto, Horta invoca en el desarrollo de sus argumentaciones nuestras intuiciones de más peso para explorar las implicaciones que estas tienen, incluidas aquellas que nos resultan inesperadas y que chocan con otras intuiciones que podamos tener sobre cómo actuar. Estas implicaciones se darían tanto en sentido negativo como en sentido positivo, o sea, en lo relativo tanto a abstenerse de hacer mal como a practicar el bien. Esta apelación conecta con intuiciones que la tradición moral designa, respectivamente, como Regla de Plata (abstención del mal) y como Regla de Oro (práctica del bien) atinentes a la conducta con el otro y, en general, al comportamiento con los otros. Estos dos polos conceptuales que, en nuestra opinión resultan ilustrativos, no agotan ni capitalizan, empero, la riqueza y complejidad del argumentario ofrecido al público lector por Horta. El criterio propuesto y escogido es el llamando de la sintiencia: la capacidad de tener experiencias y experimentar dolor. Abarca a todos a los animales, no solo los humanos. Los sujetos (u objetos) que entran en esa esfera merecen respeto, es decir, deben ser tratados con arreglo a criterios morales, con independencia de que puedan exigirlo, o no.
Quizá otra de las claves de este libro es que se traza y desarrolla a partir del itinerario personal del propio autor. De ahí, quizá, la facilidad para transitar de la filosofía al pensamiento, del debate académico a la discusión pública, de la teoría y la comprensión a la práctica y la aplicación. En dos aspectos insiste Horta: primero, en dar contenido a la denuncia, ejemplificando el maltrato a los animales: caza y pesca, espectáculos, granjas de cerdos, de vacas y terneros, de pollos y gallinas, piscifactorías y demás daños, que, como dice el autor, cabría resumir en la afirmación de que el infierno existe para los animales; y después, tras conectar actitudes, hechos y responsabilidad, en fortalecer la alternativa, ofreciendo datos y pautas para adoptar el veganismo como modo de vivir, posible y plausible, sin explotar a los animales, y perseverar en la defensa de los animales, uniendo acción y activismo, cambio individual y colectivo, en aras de un mundo mejor, presente y, sobre todo, a la luz del planteamiento largoplacista del autor, futuro.