PIEPER, Josef: Introducción a Tomás de Aquino, Ediciones Rialp, Madrid, 2021, 181p.
Ana Isabel Hernández Rodríguez
PIEPER, Josef: Introducción a Tomás de Aquino, Ediciones Rialp, Madrid, 2021, 181p.
Agora. Papeles de Filosofía, vol. 41, núm. 2, 2022
Universidade de Santiago de Compostela
Ana Isabel Hernández Rodríguez
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Recibido: 06/02/2022
Aceptado: 21/02/2022
Catedrático de Antropología Filosófica en la Universidad de Münster, Josef Pieper (1904-1997) está reconocido como uno de los filósofos más importantes del pasado siglo XX. No en vano, ha sido doctor honoris causa y miembro de numerosas academias y sociedades científicas. Entre sus obras, destaca El ocio y la vida intelectual y La fe ante el reto de la cultura contemporánea.
Introducción a Tomás de Aquino es un volumen conformado por 12 lecciones y se publicó originalmente en Munich bajo el título Hinführung zu Thomas von Aquin. Zwölf Vorlesungen. En 2021, con Ediciones Rialp y la labor de Ramón Cercós, sale a la luz la traducción española. Ediciones Rialp también ha publicado de Josef Pieper otros títulos como Una teoría de la fiesta (2006), El mensaje cristiano (2013), El ocio y la vida intelectual (2017), la monografía Actualidad del tomismo, El amor (1972), etc.
Al igual que en la reseña de cualquier investigación filosófica sobre un/a pensador/a, es pertinente analizar si el enfoque del/a investigador/a es crítico o, por el contrario, lleva a cabo una labor de ensalzamiento. En este sentido destaco que, apenas terminada la primera parte, Pieper da muestras de una clara posición apologética e, incluso, panegírica en cuanto a la obra, el pensamiento e incluso la vida de Tomás de Aquino. Al rememorar la famosa respuesta de Tomás a su amigo Reginaldo, a saber, “Todo [lo que he escrito] me parece paja, comparado con lo que he contemplado”, Pieper concluye que el de Aquino no solo fue un filósofo y un teólogo, no solo un profesor universitario, sino también un místico, un sabio (p. 28). También, ya en la segunda lección, Pieper no duda en justificar la canonización de Tomás por ser la de este una una vida paradigmática en cuanto a su rectitud, nada usual, heroica e irradiada de fuerza sobrehumana y divina (p. 29).
Los elementos más importantes que recoge Introducción a Tomás de Aquino son variados y, sin embargo, quedan expuestos de una manera notablemente relacionada. El siglo XIII que, según Jacobo Muñoz (2000), es el siglo al que debe ceñirse el término escolástica ha sido objeto de una visión romántica que lo ha presentado como una centuria equilibrada y armónica. Pieper, alejándose de esta visión, sigue la línea interpretativa de Fernand van Steenberghen (1951) y de Etienne Gilson (1955). Nos enseña una cristiandad ocupando un pequeño espacio dentro de un mundo gigantesco no cristiano, por lo que concluye que el siglo XIII fue una época convulsa. Ello no quita, sin embargo, que Pieper reconozca que, durante unos treinta años que coincidieron con el tiempo álgido de producción de Tomás de Aquino, se diera un cierto acorde y una especie de serenidad. Una atmósfera ciertamente compleja que encuentra soporte en una bibliografía que recomienda el autor, compuesta por las obras de Chesterton, Martín Grabmann (1912), Etienne Gilson (1948). A esta última, titulada Le thomisme. Introduction á la philosophie de St. Thomas, la califica Pieper como la más amplia y exigente.
Entre los hechos biográficos más importantes de Tomás de Aquino se destaca, en primer lugar, la huida de Tomás a Nápoles a los quince años. Una huida que se relaciona con la lucha medieval entre el Emperador y el Papa. En segundo lugar, el ingreso del filósofo a la orden de los dominicos cuando contaba con diecinueve años; en tercer lugar, su llegada en 1245 a la Universidad occidental, esto es, a la de París, como alumno de Alberto Magno en el primer año de docencia de este. Nótese que la de París, ya a partir de 1200 es la Universidad medieval representativa (p. 76) a través de sus facultades de Teología y de Filosofía que era las únicas que intentaban explicar formalmente la totalidad del mundo. En cuarto lugar, y sin apenas haber llegado a los treinta años, el trabajo de Tomás como maestro en la escuela de la orden dominicana, pues gracias a esto el filósofo llegaría a ser profesor de Teología en la Universidad de París, justo en el momento en que bullía una gran oposición universitaria frente a las órdenes mendicantes. En quinto lugar, el abandono de su cátedra para comenzar con una vida viajera sin pausas. Ya a los cuarenta años, cuando a Tomás no le quedan sino unos diez años de vida, comienza a escribir la Summa Theologica y los doce Comentarios a los escritos de Aristóteles. En sexto lugar, con ocasión de la vuelta a la Universidad de París en 1269, Pieper confiesa que cuesta creer la cantidad ingente de producciones del de Aquino: comentarios a casi todas las obras de Aristóteles, al libro de Job, al Evangelio de San Juan, a las Epístolas de San Pablo, así como las grandes Quaestiones Disputatae sobre el mal, sobre las virtudes y, además, la vasta segunda parte de la Summa. Este retorno a la Universidad solo duraría tres años, pues en 1272 regresaría a Nápoles. Y, en 1274, de camino al Concilio Ecuménico en Lyon, Tomás de Aquino enferma y muere el 7 de marzo. Tenía cuarenta y nueve años.
La canonización de Tomás de Aquino se dio el 18 de julio de 1323. Según explica Pieper, la institucionalidad de la vida y la obra de Tomás de Aquino es un asunto en el que merece la pena ahondar y abordar desde la perspectiva relacional que ya mencionamos más arriba. Si en 1567 se dio su proclamación como “Doctor de la Iglesia”, en 1918 se prescribe, en el Codex Iuris Canonici, que los sacerdotes de la Iglesia Católica deben recibir su formación teológica y filosófico según el método, la doctrina y los principios de Tomás de Aquino. Otro porqué de la institucionalidad de Tomás es su originalidad. Una originalidad que se mide según los criterios con los que Bernard Shaw (1957) explicó la de Mozart: estriba precisamente en que no quiere ser original (p. 34). Esto enlaza con la negación de Tomás a la hora de elegir entre direcciones de pensamiento diferentes u opuestas. Tal es el caso del dilema entre Platón y Aristóteles, pues Tomás es ambas cosas. De ahí, por ejemplo, se explica la co-pertenencia en la obra de Tomás tanto de la Biblia como de la Metafísica aristotélica. Y es que en Tomás se da la síntesis de dos paradigmas extraños el uno para el otro, y contrapuestos, dando lugar a un aristotelismo empapado de un cristianismo decididamente evangélico.
Toquemos ahora el tema de las nuevas órdenes que florecen en el siglo XIII. No viven en el retiro sino en medio de la ciudad; valoran y ejercitan la pobreza en sentido literal en un tiempo que prohibía al clérigo la acción de mendigar, y estudian la Biblia creyendo también en las posibilidades de la ciencia. Todos estos elementos resultan inconcebibles a los ojos de la ortodoxia católica. En efecto, la eclosión de las órdenes mendicantes en plena Baja Edad Media no es un tema baladí. La fundación dominica a la que Thomas se adhiere, confirmada de manera formal en 1216, tiene, al igual que la franciscana, una prehistoria herética colmada de elementos cátaros y valdenses. En este punto, merece la pena llamar la atención respecto a las diferencias entre ambas órdenes, aún cuando las dos fueron respuestas a una misma exigencia crítica de responder ante los abusos papales. Si bien San Francisco de Asís nunca ejerció el sacerdocio, la orden dominica es una comunidad de sacerdotes desde el principio. Además, la orden dominica no es romántica, por así decirlo, sino racional y sobria, por lo que no participa del rechazo franciscano hacia la cultura y el estudio.
El espinoso tema de la Inquisición también es tratado por Pieper y no esquiva el enclave inquisitorial de la orden dominica, la orden de Tomás. Dicho de otra manera, la Inquisición hace referencia, muy inmediatamente y por encomendación del Papa IX, a las primeras generaciones de la orden dominicana, allí por los años de 1230. Y, en la misma época en que Tomás tenía pleno contacto con la orden, fue un dominico llamado Ferrier quien fundó en Francia los primeros tribunales de la Inquisición, y, Robert le Bougre, otro dominico, hizo quemar en 1239 a 180 cátaros juntamente con su obispo. Asimismo, Tomás no podría ir más allá de su tiempo, explica Pieper, y sostiene en la Summa Theologica que el hereje no puede ser tolerado y, por lo tanto, ha de ser castigado con la muerte.
Por supuesto, una de las claves de toda investigación sobre Tomás de Aquino es su encuentro con la filosofía de Aristóteles que, como sabemos, llegó a Occidente de una manera que podría definirse como azarosa y a través de traducciones no del griego, sino de un árabe con antecedentes sirios, al latín. Pieper subraya la capacidad del aquinate de no elegir entre posiciones a todas luces excluyentes. Logra asumir y afirmar las dos fuerzas antagónicas del siglo XIII con el fin de apostar por su unión: el evangelismo radical de lo mendicante tal y como lo desempeñaba el cristianismo primitivo, y un ideal mundano que defendía la necesidad de investigar la realidad de forma natural, esto es, a partir de los sentidos. Ideal, por supuesto, claramente aristotélico. Con la entrada de la obra aristotélica a occidente (no solo los escritos lógicos que eran ya conocidos, sino también los físicos, metafísicos, éticos y psicológicos) se abre una nueva concepción del mundo. Tomás de Aquino estudió a Aristóteles en Nápoles. También en París, donde, a pesar de la prohibición, se enseña a Aristóteles (p. 54), con lo que el de Estagira se incorpora a la cosmovisión filosófico-teológica de la Cristiandad.
Pieper muestra su disidencia extrema frente a la concepción tradicional, y sostenida por Hans Meyer (1938), que ve en Tomás de Aquino al fundador del aristotelismo cristiano de la Edad Media. Ello ha bloqueado, según las explicaciones de la Introducción al pensamiento de Tomás de Aquino, una compresión real del pensamiento de Tomás. Ser fiel a la obra del filósofo medieval requiere señalar que también Platón, Agustín de Hipona y el neoplatónico Dionisio Areopagita son presencias realmente determinantes. De hecho, Tomás defiende muchas veces a Platón contra Aristóteles, sobre todo con ocasión de la veritas oculta. Cierto es, sin embargo, que Tomás muestra una inclinación hacia Aristóteles y acepta con vehemencia que lo real no se aleja de lo concreto en tanto válido en sí mismo, representando con tal aceptación una sublevación contra la antigua doctrina agustiniana que ya venía asomándose desde el siglo XII: una parte importante de la Cristiandad mostraba signos de cansancio ante la visión del mundo terrenal como algo que (solo) simbolizaba espiritualmente, en el mejor de los casos, a la grandeza divina. De ahí el entusiasmo ante la filosofía mundana de Aristóteles que, en palabras de Tomás en su primera gran obra, la Suma contra los Gentiles, es una forma de ver las cosas como son en sí mismas. Es claro que esta necesidad de mundanidad conllevó críticas desde la ortodoxia católica y Aquino tuvo que defenderse con una tesis verdaderamente revolucionaria para su tiempo: la afirmación de que la realidad concreta es, por principio, cristiana. Y es que cristiana es la afirmación de la Creación. De esta manera, la comprensión y la recepción aristotélicas mediante una completa asunción del Evangelio es, en la obra de Tomás de Aquino, un acto teológico.
ISSN: 0211-6642
Vol. 41
Num. 2
Año. 2022
PIEPER, Josef: Introducción a Tomás de Aquino, Ediciones Rialp, Madrid, 2021, 181p.
Ana Isabel Hernández Rodríguez
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Ana Isabel Hernández Rodríguez
Doctora en Filosofía por la Universidad de La Laguna.
Profesora de Filosofía en Enseñanza Secundaria.
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