En Desde la vida dañada. La teoría crítica de Theodor W. Adorno, Jordi Maiso aborda el pensamiento de uno de los filósofos más relevantes del siglo XX, Theodor W. Adorno, desplegando un profundo análisis de su teoría crítica. Este análisis se dirige, entre los diferentes temas que componen la vasta obra de Adorno, a hacer énfasis en su teoría social, especialmente a través de sus reflexiones sobre el capitalismo avanzado. La razón de este objetivo, a juicio del autor, es contribuir en la corrección de un importante y común déficit en la lectura de la teoría crítica adorniana; a saber, la carencia de una visión de conjunto que pueda englobar las diferentes ideas que inundan su obra y sus interrelaciones. Este es un error que ciertamente indignaría a Adorno y, sin embargo, habría sido ya predicho por él, puesto que el filósofo alemán observó y criticó con dureza la compartimentación de la filosofía, su separación de otras áreas del conocimiento —como la sociología, los estudios culturales o el arte, con las cuales su pensamiento trata de construir puentes— como vía paralela de la división social del trabajo. Es por esto por lo que el enfoque de Maiso, al tratar de integrar las diferentes perspectivas desde las que Adorno analiza la totalidad social, resulta bastante acertado.
La razón principal que orienta el énfasis de Maiso en la teoría social de Adorno no es otra que la de mostrar la vigencia de esta en nuestra actualidad. Una vigencia, eso sí, que no trata de negar la distancia que nos separa de Adorno y de su contexto histórico, del que bebe necesariamente su teoría. Son estas circunstancias concretas —como se muestra en el libro, en esencia dañinas— las que incitan al teórico crítico a analizar los factores que marcan las vidas de los sujetos bajo el signo del daño, siempre con la mirada puesta en un horizonte emancipatorio que obliga al pensamiento a expandirse bajo la certidumbre de que la realidad social que hoy impone un abrumador sufrimiento innecesario podría ser bien distinta. En este sentido, Maiso enfatiza, con respecto al título del libro (el cual hace referencia al subtítulo de una conocida obra de Adorno, Mínima Moralia) que las reflexiones de Adorno no se ocupan de la vida dañada, sino que parten desde ella. Así, el intelectual crítico no se instalaba en una falsa posición de autoridad exterior, sino que “sus reflexiones aspiraban a convertir la experiencia del daño en fuente de conocimiento, rastreando en sus cicatrices y heridas la huella del proceso social” (p. 14). Entonces, la experiencia concreta del daño en Adorno no ha de tomarse, señala Maiso, como un caso particular y aislado, sino que ha de entenderse como consecuencia de un nuevo orden social totalizador que genera condiciones de vida deterioradas, relegando a los sujetos de carne y hueso al papel de meras funciones sociales.
Respecto a la estructura, el libro está compuesto, además de por una introducción y un epílogo, de siete capítulos. Estos se dividen en dos grandes partes. En la primera, “El núcleo de experiencia y las coordenadas de la crítica”, Maiso se dedica a mostrar la necesidad de entender el pensamiento de Adorno en su contexto concreto. Este es realmente la sustancia misma de su filosofía en tanto que Adorno entiende que no se puede pretender encontrar ideas inmutables al transcurso de la historia que se desliguen de las situaciones concretas de las que parten, sino que el tiempo es núcleo de la verdad misma y esta, por lo tanto, mostrará diferentes caras a lo largo del desarrollo de la historia. El interés por la transformación emancipadora, centro siempre de la teoría crítica, es el que llevará a Adorno a confeccionar un minucioso diagnóstico social en este contexto concreto, ante el convencimiento de que la reflexión profunda es tan necesaria para el cambio como la praxis.
Este diagnóstico mostrará cómo la lógica social inherente al capitalismo deriva en un sistema de dominación que abarca cada vez más dimensiones de la vida, modelando subjetividades y conciencias —dificultando, incluso, “la posibilidad misma de una teoría crítica” (p. 23)— y llevando a los individuos, que se sienten meras piezas al servicio de un orden social cada vez más poderoso, a sentirse devastadoramente impotentes. Maiso también muestra cómo Adorno pudo ver, especialmente en colaboración con Horkheimer en Dialéctica de la Ilustración, los lazos que existen entre la lógica social del capitalismo avanzado y el auge del fascismo.
Por último, el diagnóstico de Adorno da cuenta de la imposibilidad del ejercicio de una praxis emancipadora ante la ausencia de un sujeto revolucionario que pueda impulsar esta tarea. Hecha esta constatación, sin embargo, para Adorno no cabe resignarse — aunque tampoco apostar por una praxis inmediata e irreflexiva que no tenga en cuenta las posibilidades del momento. Maiso desmentirá en estas páginas los comunes prejuicios contra la figura de Adorno, que lo retratan como un personaje pesimista, resignado, elitista y ensimismado en un esteticismo inútil para la causa política. Contra esta caricatura, Maiso enfatiza el compromiso político del pensamiento de Adorno, que este último entendía como necesariamente ligado a un ejercicio profundo de crítica reflexiva. Esta crítica atacaría incluso a la filosofía misma, ante un orden social que cosifica de tal manera las relaciones sociales que termina por reificar a las conciencias mismas.
Su relación con el arte ha de entenderse también en esta línea. Así, su defensa de un arte autónomo (ante todo, una autonomía complicadamente dialéctica) no puede leerse como ha tendido a hacerse, como fruto de una especie de anhelo melancólico de proteger lo poco que pudiese quedar de una alta cultura burguesa desamparada ante la mercantilización de todo lo existente. Más bien, esta defensa representa para Adorno, como muestra Maiso, el poder de salvaguardar “el potencial de resistencia que el arte ha preservado en la sociedad falsa, y que le permite erigirse como lenguaje del sufrimiento” (p. 98).
La segunda parte del libro, “Adorno y la teoría crítica del capitalismo”, recoge, tal y como su título indica, lo que Maiso denomina la teoría crítica del capitalismo en Adorno. Esta teoría parte de algunos de los elementos fundamentales de la crítica de la economía política de Marx, expandiéndolos y complementándolos para dar cuenta de las transformaciones sociales que estaban teniendo lugar. El capitalismo avanzado se mostrará aquí como algo más que un sistema económico, pues “remite a una forma de constitución de la vida social en su conjunto, en sus dimensiones objetivas y subjetivas” (p. 156). Los análisis por parte de Adorno de fenómenos que pudiesen parecer, a primera vista, simplemente subjetivos y particulares, se revelan como elementos necesarios para entender el funcionamiento de un sistema que se impone sobre los individuos dictando sus condiciones de autoconservación con un único fin: garantizar la creciente autovalorización del valor.
El capitalismo avanzado funciona para Adorno como una lógica de socialización total, que vincula a los individuos homogeneizándolos en sus diferencias a través del intercambio de mercancías. Para explicar de forma clara cómo Adorno conceptualiza este mecanismo, Maiso mostrará algunas de las deudas de Adorno con Marx y Hegel, así como las actualizaciones de sus ideas que llevó a cabo. Esto último es relevante puesto que, como señala el autor “la teoría social de Adorno se apoya en una retraducción de algunos elementos de la conceptualización idealista hegeliana desde los parámetros de la crítica de la economía política de Marx” (p. 166). En este sentido reviste una especial relevancia el concepto de sistema, relacionado también con el de totalidad, en tanto que Adorno concibe a la sociedad como una estructura objetiva que conforma a través de su mediación a los elementos particulares que la constituyen. Pero si Marx ya veía esto desde un punto de vista económico, Adorno, siendo consciente de que el momento epocal es uno diferente al vivido por Marx, entenderá que la determinación de los individuos por el todo social abarcará más dimensiones de la vida que las que puedan ser reducidas en términos económicos. Sólo así puede entenderse su análisis de la industria cultural, que no significa un mero rechazo de la cultura de masas como se ha querido leer bajo el prejuicio de un ya mencionado elitismo, sino que trata de mostrar la manera en que la industria actúa como un mecanismo configurador de la norma social.
Además, Maiso repasa otras consecuencias que el régimen del capitalismo avanzado tiene en las vidas humanas según Adorno. Entre estas se encuentra la emergencia de un nuevo tipo humano que surge con el declive de la figura del individuo burgués. En la conceptualización de esta transformación antropológica ocupa un lugar importante la teoría psicoanalítica, y Maiso explica de forma clara cómo Adorno se apropia instrumentalmente de ciertos conceptos de Freud, tratando de corregir en su utilización el excesivo psicologismo de este último.
Otra consecuencia importante es la nueva figura de la ideología que surge con las transformaciones sociales que vislumbra Adorno. Maiso explica cómo para Adorno el concepto de ideología no significa una especie de burdo encubrimiento de intereses de clase ni el falseamiento de fenómenos en favor de estos intereses, sino que tiene que ver, más bien, con la propia constitución de lo social. Así, lo que definiría a la ideología no sería el nombre de “falsa conciencia”, sino el actuar en “la vertebración del entramado social de interdependencias” (p. 282). En este sentido cobra una especial relevancia la distinción entre la esencia y la apariencia de la vida social, pues Adorno señala cómo en el capitalismo “las relaciones entre los seres humanos socializados no son transparentes y abiertas, sino que se dan mediadas a través de los objetos del intercambio” (p. 282).
Por último, en una breve coda final, Maiso reflexiona sobre qué puede ofrecernos la teoría social de Adorno en nuestra actualidad. El centro de aquello a lo que podemos agarrarnos en la teoría crítica adorniana para proyectar posibilidades de resistencia ante un capitalismo cada vez más totalizador, piensa Maiso, se encuentra en la insistencia de Adorno en la dialéctica. Es en la contradicción irresuelta entre los sujetos vivos y la totalidad social, y en la propia contradictoriedad del sistema donde pueden encontrarse, quizás, grietas a través de las que abrir posibilidades emancipadoras. De todas formas, como señala Maiso, el que estas posibilidades subsistan o no, ante una lógica social homogenizante y destructiva, no es algo que “pueda dirimirse en el plano especulativo de la teoría, sino algo que solo puede esclarecerse en la realidad socio-histórica” (p. 331).
En definitiva, este libro es un recurso valioso para entender la crítica del capitalismo de Adorno. Lleva esto a cabo a través de una explicación clara y precisa, que interrelaciona elementos que han tendido a entenderse, erróneamente, de una manera fragmentaria. Además, consigue desmentir los prejuicios principales que han perseguido a la obra de Adorno y que han llevado a una injusta infravaloración de esta.