“(…) me fascinó el papel de algunas emperatrices de la primera dinastía imperial, la Julio-Claudia (Livia, Agripina, Mesalina, Popea), pero constaté que la literatura sobre ellas era abundante y conocida. Descubrí hace unos doce años a las Julia Severo, mucho menos conocidas, y quedé tan impactado que no he parado de leer sobre ellas desde entonces” (Rodríguez-Aguilera, 2023: 21).
El profesor Cesáreo Rodríguez-Aguilera de Prat, Catedrático Emérito de Ciencia Política en la Universidad de Barcelona, prolífico autor en los campos de la política comparada y la teoría política ha considerado de interés científico y social profundizar en él, nada habitual en Roma, papel público de las cuatro Julias de la dinastía Severa: Julia Domna, su hermana Julia Mesa y las hijas de ésta (o sobrinas de Domna) Julia Soemias y Julia Mamea. En los Severos, como antes en la dinastía Antonina, el parentesco a través de la mujer fue clave; pero, las Julias Severo influyeron asimismo en los asuntos públicos, especialmente la incomparable Domna.
El uso de la espada por parte del grupo dominante caracterizó al Imperio romano, pero no en manos femeninas, va de soi. Al contrario, desde la misma Livia, primera emperatriz y madre del segundo emperador, Tiberio, la misoginia reinante en el Imperio se reflejó en la crítica feroz a todas y cada una de las mujeres sobresalientes, sistemáticamente desacreditadas cuando trascendía que controlaban la casa y más todavía si intervenían en las decisiones públicas. Algunas fueron acusadas de dar muerte - ¡vaya osadía en una sociedad deslumbrada por el poder de la espada, solo en manos masculinas! – para imponer, sin intermediarios, la sucesión a favor de sus hijos u otros varones de su familia.
Las cuatro Julias Severo, minucioso trabajo del profesor Rodríguez-Aguilera, ilumina el rol público de las Julias y su impacto en el gobierno y la administración del Imperio. Sus evidencias y hallazgos se estructuran en cinco capítulos, además de la introducción y las conclusiones, acompañados de diversos apéndices informativos acerca de varios aspectos de Roma en tiempos de los Severos. El primer capítulo, titulado “Los Severos y las cuatro Julias”, presenta la importante contribución de estas damas romanas. A continuación, los capítulos segundo y tercero versan sobre el poder particular de Julia Domna, en su período como consorte del fundador de la dinastía, Septimio Severo, el primer capítulo, y durante el reinado de sus hijos Caracalla y Geta, el segundo. Finalmente, los otros dos capítulos se dedican: el cuarto, a Julia Mesa (abuela de Heliogábalo y Alejandro Severo) y Julia Soemias (madre de Heliogábalo), y el quinto a Julia Mamea (madre de Alejandro Severo).
A lo largo de esta deliciosa monografía, el profesor Rodríguez-Aguilera va desgranando cómo, pese a las grandes transformaciones culturales y económicas que caracterizaron el tránsito del siglo II al III, en los sucesivos reinados Severo (193-235), no hubo decadencia sino una continuidad del sistema. El autor pone en valor diversos logros de la era severiana, como la conformación de una extensa burocracia experta y su razonablemente buena administración financiera. Llama pronto la atención sobre la muy cuidada educación de las cuatro Julias, especialmente de la políglota Domna, quien atesoraba una enorme capacidad de comprensión de diversas culturas y para la comunicación con las élites de distintos territorios.
El profesor Rodríguez-Aguilera afirma que la gran novedad de la dinastía de los Severo fue la relevante influencia política de las cuatro Julias, superior a la de cualquier emperatriz anterior y, de hecho, “hasta entonces impensable para el género femenino”; las Julias Severo “de un lado, mostraron ser ambiciosas, implacables y resueltas a la hora de conservar el poder, y de otro, se preocuparon por la buena gestión administrativa, salvo Soemia”; “supieron conducir al Imperio en una época realmente difícil gracias a sus amplias dotes políticas y a su innegable inteligencia” (p. 42). Aunque, en una sociedad patriarcal tan machista como la romana, “el trágico fin de Soemias y Mamea reveló que el poder femenino sólo fue posible con varones débiles” (p. 44).
En los modelos sociales de dominación (como el matriarcado o el patriarcado), frente a los modelos colaborativos, tal y como apunta nítidamente la profesora en El cáliz y la espada, las diferencias de género implican dominio del grupo considerado superior sobre el inferior. Para clarificar, a la hora de escrutar una sociedad en materia de género, esta profesora nos invita a ir más allá de las relaciones interpersonales, a examinar las raíces profundas de los desequilibrios; por ejemplo, observando la frecuencia y la forma de veneración de las deidades femeninas y masculinas, o las cualidades más y menos estimadas en ese contexto sociopolítico: ¿son esas cualidades generadoras de vida (simbolizadas por el grial) o, por el contrario, empleadas para quitar la vida (representadas con la espada)?
Recomiendo mucho disfrutar de la lectura pausada de Las cuatro Julias del profesor Rodríguez-Aguilera, valorando las distintas estrategias personales para el ejercicio de la influencia de cada una de las Julias y su impacto sobre la política del Imperio. Además, quizás esta lectura le invite, persona lectora, a reflexionar, más generalmente, acerca de los retos de la gestión del cambio social en los modelos de dominación. Confío en que no se desanime, va de soi, si usted estima la justicia. No deje de ojear tampoco la asimismo reciente publicación de la profesora Emperor of Rome: Ruling the Ancient Roman World, igualmente con muy buenos argumentos e imágenes sugerentes sobre la representación de las principales mujeres en Roma, como Julia Domna de la dinastía Severa, va de soi aussi, junto con Livia, Mesalina y Agripina (tercera y cuarta esposas de Claudio), de la Julio-Claudia.
Para concluir, si bien en la segunda década del siglo XXI, en nuestro marco europeo, la sociedad española destaca por los avances en su tránsito hacia un modelo más colaborativo en relación con los roles de hombres y mujeres, a nivel micro, quizás la socialización temprana de muchas y muchos bajo un modelo de dominación dificulta una mirada desprejuiciada hacia estos pasos sociales, que podrían ser interpretados como simples tentativas de reemplazo del patriarcado por un matriarcado igual de desigual. En definitiva, debemos comprender que no siempre resulta sencillo, incluso, en nuestros días y en Europa, observar un proceso de transformación social hacia una mayor igualdad entre hombres y mujeres como una reivindicación de la no violencia, el respeto y el cuidado mutuos; y esta ceguera nos interpela como científicos sociales.
Me permito terminar estas líneas sobre las muy meritorias Julias Severo del profesor Rodríguez-Aguilera de Prat reivindicando la vital importancia de la contribución de no pocos académicos séniores a la transición innegable en España hacia un más justo equilibrio en las relaciones entre hombres y mujeres en todos los espacios creativos.