«En España, hubo desencanto porque previamente había habido encanto» (Cándano: 113)
Estudiar y, sobre todo, escribir sobre la historia (e historias) contemporáneas conlleva enfrentarse a la idiosincrasia del análisis historicista. ¿Cuántos años o cuánta distancia temporal es necesaria para su investigación, con la suficiente perspectiva crítica? Por otro lado, ¿existe realmente un narrador preparado y hegemónico?, ¿acaso no lo son los personajes implícitos?
Documentada y trasmitida, el proceso de Transición española resume un falseamiento histórico de modernidad, con una dosis relativamente limitada de verdad. Obtenemos así una herencia fraguada en ideales que, realmente, responden a una sibilina continuidad con el pasado, en alza de unos supuestos cambios jurídicos y políticos que no suponen una ruptura real con el anterior régimen. Más que legal, o político, el “cambio” del año 1975 en España es sentimental y personal, subjetivo y variante en función de circunstancias individualistas. Por todo ello, es incuestionable su interés como objeto de debate y revisiones para personalidades de todo tipo, desde investigadores consagrados a periodistas y particulares aficionados a la historia, igualmente válidos, por ejemplo, por su cercanía con el protagonista o el momento tratados.
No hay país. Crónica política (y sentimental) de Asturias (1975-2022) parece dar respuesta a un vacío textual que no ampara ningún estudio histórico desde las intimidades, es decir, desde los sentimientos y sensaciones provocados por cualquier proceso político, económico, cultural y social.
Concretando en el ámbito asturiano, el periodista Xuan Cándano dedica su obra a su pasado inmediato, desde los años setenta hasta nuestros días. Estructuralmente, abre sus páginas con un prólogo de Ángeles Caso, también asturiana, elección afín a los objetivos y deseos del ensayo, por medio de párrafos cargados del sentir identitario local. Luego, encontramos una nota del autor que desarrolla este tipo narrativo: propio, local, testimonial y en primera persona. Por último, treinta capítulos dispuestos cronológicamente, que permiten al lector la comprensión de la región desde su historia política.
Del primero al último, desde la preautonomía de Rafael González hasta la manufactura de su bandera azul-gualda y su Estatuto como un engranaje más de la operación política de la Transición. Para el autor, punto final del asturianismo defendido hasta entonces e inicio de un carácter introvertido y de orgullo en la retaguardia, que explica y comprendemos tras cada capítulo. Pedro da Silva, Hunosa, Gustavo Bueno, Conceyu Bable, José Ángel Fernández Villa, Ensidesa, Asturias Semanal, Gabino de Lorenzo, Francisco Álvarez-Cascos (o FAC), María Teresa Méndez Suárez, Adrián Barbón, La Nueva España. Huelgas, escarceos, conmemoraciones, avances en cuestiones de género, fraudes políticos y reformas sociales. Hito tras hito, avanzamos en la construcción identitaria de los setenta, la extravagancia de los ochenta y nos perdemos en la corrupción y decadencia industrial de los noventa, ya agonizante, para dar respuesta a las herencias del nuevo siglo.
Para comprender la esencia misma de la obra resulta especialmente interesante el propio estilo narrativo. La redacción se formula gracias a voces en primera persona y testimonios directos de cada acontecimiento tratado en los distintos capítulos del libro, recogidos meticulosamente por el autor. Pudiera parecer una lectura de marcado toque periodístico, social y comúnmente desacreditado en valor por esta misma razón. Nada más lejos de la realidad, sino acorde a la misma, en una región donde el poder mediático superaba (y dominaba) al político durante esos años. Todas estas fuentes de información favorecen el objetivo principal de la obra, de trasmitir el sentir identitario de la región por medio de un relato histórico apoyado en sus protagonistas. Frente a los defensores de una necesaria distancia temporal para la confección de cualquier estudio histórico, Cándano no desea perder ni olvidar las vivencias personales. Desde la ideología del personaje tratado hasta anécdotas, gustos y personalidad, aportando así detalles íntimos debidamente contrastados. Este añadido biográfico permite al lector conocer en mayor profundidad los porqués de cada decisión y resultado histórico. Se trata de un nuevo modelo de creación histórica que no sólo atiende y expresa correctamente los diversos acontecimientos sociales, sino que no olvida a sus principales protagonistas.
No hay país parece dar respuesta a los interrogantes planteados al inicio de esta reseña, con una redacción para el tema histórico a la que estamos poco habituados. Cumple encarecidamente con la promesa dedicada al lector, transmitiendo un estudio de la particularidad sociocultural de la Asturias de esos años, no solamente a cada página, sino también desde su título. Los asturianos resumen con Nun hai país la consideración actual de su tierra, en relación con el subtítulo: la irregularidad del primer sustantivo (política) y la pérdida del segundo (sentimental). A partir de un centenar de entrevistas, revisiones bibliográficas y una amplia labor archivística y de fuentes documentales, el autor defiende cómo se produce esa irregularidad y pérdida, expresada por medio del comportamiento de una región norteña cuyas vivencias la han vuelto tímida e introvertida, saqueada de su moral y reticente a enorgullecerse de sí misma, pese a no faltarle motivos. La política incide en lo sentimental y, el sentimiento, en la sensación de pertenencia social.
En suma, la publicación de esta obra dentro de los nuevos procesos historiográficos suscitará especial interés para sus lectores vecinos. Podrán revivir cada uno de los momentos reseñados, aquellos que han codificado su presente y entretejen su futuro, desde el más particular hasta su consecuencia última. Incluso, merece la pena plantear la necesidad de extrapolar este tipo de relatos al resto de lugares del país, en pro de una memoria histórica más plural.