1. Introducción
William H. McNeill inauguró con su trabajo seminal el debate del auge de Occidente (1963). Desde entonces la discusión ha producido una gran cantidad de aproximaciones hechas desde diferentes disciplinas y marcos teóricos (). La razón de que esto sea así es bastante obvia, el triunfo de la civilización occidental está en el centro de la historia moderna, lo que lo convierte en un tema actual y relevante.
El debate sobre el auge de la civilización occidental abarca una gran cantidad de enfoques diferentes como son las interpretaciones culturales (; ; , ; , , ; , ; ; ; ; ; ; ; ; , ; ; , ; ; ); los enfoques tecnológicos (, , ; , ; ; ; ; ; ; ; , ; ; ; , ; ; ; ; ); los abordajes a partir del intercambio cultural (; , ; ; ; ; ); los enfoques marxistas (, , ; ; ; ; ; ; ; ; ; ; ; ; ; ; ; ; ; ; ; ; ); las teorías de la divergencia (, ; ; ; ; , ; ; ; ; ; ; ; ; ;; ; , , ; ); la perspectiva geográfica (; ;; ; ); las aproximaciones ecológicas (; ; ; ; ); las expliaciones contraintuitivas (; ; ; ; ; , , , , , ; , ; ; , , ); y otras aportaciones que no entran en ninguna de las categorías previas (; ; ; ; ; ).
Sin embargo, en esta investigación se quiere prestar atención a la perspectiva institucional. Esta aproximación aborda el auge de Occidente a partir del papel desempeñado por las instituciones en la creación de unas condiciones favorables que dieron a esta civilización una ventaja comparativa frente a otros centros de poder como China, India o el mundo islámico. Las instituciones, desde este punto de vista, con consideradas una forma relativamente estable y constante para organizar a la población a gran escala, tal y como sucede con los gobiernos, ejércitos, organizaciones religiosas, etc. Algo parecido ocurre con la organización de distintos tipos de relaciones sociales como el matrimonio, la familia o la amistad. Existen, entonces, diferentes tipos de instituciones relativamente duraderas que coordinan las acciones de las personas, como sucede con las leyes, normas, costumbres y tradiciones. Según esta aproximación la supremacía de Occidente se debe a la formación y existencia de unas instituciones que confirieron a los países europeos una ventaja decisiva frente a sus rivales de otras civilizaciones.
La mayoría de los autores centran su atención en el papel de determinadas instituciones en el ámbito económico, como , o en la propiedad, como , así como y . Otros enfatizan el papel de las instituciones políticas para favorecer el progreso económico (). Aunque no son las únicas perspectivas institucionales (; ), nos sirven para constatar que ninguna analiza el papel del Estado territorial en el auge de Occidente, además de reflejar la ausencia de enfoques geopolíticos. Así pues, el objetivo de esta investigación es esclarecer de qué manera el Estado territorial, entendido este como la organización política que gobierna de forma exclusiva el espacio geográfico que reclama como propio, influyó en el auge de la civilización occidental.
La metodología empleada es de carácter cualitativo al basarse en la revisión de la bibliografía disponible y en el estudio de casos. Por medio de este procedimiento se pretende reexaminar las principales teorías que existen sobre el origen del Estado. Esto sirve para ponerlas en relación con el marco de análisis que es utilizado para estudiar el Estado territorial desde una perspectiva geopolítica. En lo que a esto respecta, la geopolítica es empleada para desarrollar un análisis espacial que responda a la pregunta de investigación que conduce este estudio: ¿de qué manera el Estado territorial, como forma específica de organizar el espacio, permitió a Occidente alcanzar la supremacía mundial? Asimismo, para responder a esta pregunta se recurre al estudio comparado del Estado territorial y de las formaciones imperiales de la temprana edad moderna para, así, dilucidar la ventaja estratégica que las potencias europeas desarrollaron frente a sus rivales no occidentales a través de la territorialización de sus respectivos Estados.
Los casos escogidos para contrastar la hipótesis de la investigación son Francia e Inglaterra en la medida en que representan potencias europeas que participaron activamente en el proceso de expansión colonial. Esto no impide que se haga referencia a Suecia y Prusia en la medida en que desarrollaron ciertas innovaciones que afectaron al proceso de territorialización de los Estados. Por otro lado, son abordados los casos del imperio chino y otomano al haber sido los principales rivales de los Estados europeos al inicio de la edad moderna, lo que sirve para examinar las debilidades que estas formaciones políticas presentaban. Además de esto, se recurre al uso de datos estadísticos que complementan y amplían la información contenida en la bibliografía, lo que permite medir la ventaja que el Estado territorial proveyó a los países europeos.
2. Las teorías de la formación del Estado moderno
A la hora de abordar las teorías del origen del Estado nos encontramos con diferentes modelos explicativos basados en dos grandes grupos de teorías. Por un lado están las teorías de la formación voluntaria (; ; ; ), y por otro las teorías del conflicto (; ; ). Estas últimas se basan en el conflicto social y en la dominación de una población sobre otra como factores explicativos del surgimiento del Estado. Entre estas teorías encontramos la teoría predatoria que establece que el Estado surge de la conquista guerrera de un grupo social sobre la población a la que somete (; ; ; ; ).
La guerra, entonces, constituye un factor muy importante en gran parte de las teorías que explican el nacimiento del Estado. Lo mismo cabe decir de ciertos autores que explican el origen del Estado a partir de la influencia de la esfera internacional. Esto es lo que sucede con la línea de investigación basada en las revoluciones militares iniciada por , y que autores como o , entre otros (; ; ), desarrollaron a la hora de explicar el surgimiento del Estado moderno. , por su parte, centra la atención en la influencia de la competición geopolítico-militar en los procesos de transformación política de los Estados.
Otros autores subrayan el papel de la violencia en la formación del Estado moderno, como es , , que relaciona el tipo de ejército con la forma de Estado, al igual que . también destaca la importancia del papel de la guerra en la formación del Estado moderno o nación-Estado. enfatiza la importancia del desarrollo del poder militar, así como del aparato burocrático, en la modernización del Estado. Otros investigadores, por su parte, ahondan en la idea de que la actividad de preparar y hacer la guerra ha influido en los procesos de formación del Estado (; ; ; ).
Dicho esto, nuestra hipótesis es que el Estado territorial, como forma de organizar el espacio, permitió a las potencias europeas movilizar una cantidad creciente de recursos a un coste político inferior, lo que hizo posible que Occidente lograse la superioridad militar frente a sus rivales no occidentales.
3. Una perspectiva geopolítica del Estado territorial
Para esbozar un enfoque geopolítico sobre el auge de Occidente es fundamental hacer algunas aclaraciones. Así, cabe decir que mientras la geografía política aborda la dimensión política de la geografía (; : 362; ;), la geopolítica, en cambio, centra su atención en la dimensión geográfica de los fenómenos políticos, y por tanto en el modo en el que estos se desenvuelven en el espacio geográfico (; ).
Si la geopolítica crítica considera la geopolítica un conjunto de prácticas discursivas (; ), aquí, por el contrario, entendemos que la geopolítica es un conjunto de prácticas insertas en la guerra, la política (internacional y doméstica) y la diplomacia que se manifiestan en el modo de organizar el espacio. Esto conecta con la noción de espacio como realidad social construida. Por este motivo partimos de la premisa de que el espacio es un producto social que implica, contiene y disimula las relaciones sociales (), y que por ello refleja las relaciones de poder al ser el resultado de superestructuras sociales que lo construyen y organizan conforme a sus requerimientos específicos ().
Para abordar el objeto de estudio de esta investigación consideramos al Estado territorial y soberano la principal unidad de análisis al concebirla desde una perspectiva geopolítica, es decir, como una forma concreta de organizar el espacio. Por tanto, esta forma de Estado es una estructura geopolítica que organiza de un modo diferente el espacio al implicar el trazado de fronteras políticas exteriores, pero también como consecuencia de afirmar su autoridad suprema sobre el territorio que reclama como propio. De esta manera el Estado, al convertirse en un ente territorial, devino en una suerte de geopoder () o “power-container” ().
El Estado territorial y soberano es fruto de un amplio proceso iniciado al final de la Edad Media en el que la guerra operó como fuerza transformadora (; ; ; ). Si bien es cierto que los rudimentos de esta forma de Estado pueden ser rastreados hasta la época medieval, es necesario remarcar que su proceso de formación todavía se encontraba en una fase muy incipiente en dicho periodo. A lo anterior cabe sumar el contexto geopolíticamente fragmentado del s. XVI (; ). La geomorfología europea dificultó la emergencia de una autoridad central de dimensiones continentales que sometiese al resto de países (; ), mientras que el contexto de rivalidad originó nuevas prácticas geopolíticas en la guerra, la diplomacia y la política que cristalizaron en los principios de territorialidad y soberanía que definieron al Estado moderno.
Por otro lado, la aparición de la distinción entre la esfera doméstica y la exterior fue resultado del trazado de fronteras políticas con el que el Estado afirmó su derecho a ejercer el gobierno exclusivo de su territorio. La territorialización del espacio fue una nueva estrategia de poder () fruto de unas prácticas geopolíticas que facilitaron el acceso del Estado a los recursos disponibles a nivel local, lo que contribuyó a aumentar sus capacidades internas. Estas prácticas permitieron a los europeos desarrollar un poder militar con el que derrotaron a sus rivales no occidentales. Lo que a continuación sigue es un análisis comparado del Estado territorial europeo y de los imperios chino y otomano en la organización del espacio.
4. La configuración espacial del poder del Estado territorial europeo
La época moderna supuso una progresiva concentración del poder político. En su fase inicial predominó el gobierno por mediación en el que la autoridad central ejercía su mando a través de señores locales y cuerpos intermedios que generalmente preexistían al propio monarca. Este tipo de práctica fue progresivamente desapareciendo. El centro político ejerció durante mucho tiempo un control débil sobre su periferia territorial, sobre todo en la medida en que las autoridades locales dispusieron de una importante autonomía. El caso de Francia es paradigmático, sobre todo si nos remitimos al reinado de Felipe II que dejó que las provincias dispusiesen de sus propias instituciones locales, lo que no impidió que desarrollase su propia burocracia que superpuso a los cargos provinciales importantes ().
La burocracia profesional, al servicio directo de la corona, es un fenómeno moderno en Europa occidental que obedeció fundamentalmente a las necesidades militares del Estado (). La evolución de las formas de hacer la guerra con la aparición de los primeros ejércitos permanentes (), y posteriormente las sucesivas revoluciones militares que transformaron tecnológica y organizativamente las fuerzas armadas, impulsaron la creación de una potente burocracia capaz de movilizar los recursos disponibles a nivel local para apuntalar el creciente poder militar en desarrollo (; ; ).
La principal labor de la burocracia fue recaudar impuestos y reclutar soldados. Sobre lo primero cabe decir que la extracción de recursos de la sociedad no era posible sin el monopolio de la violencia legítima, lo que era el resultado de la aparición de una nueva manera de organizar los recursos para la protección y la violencia (). Existe, entonces, una estrecha relación entre coerción y recaudación de impuestos para poder costear los ejércitos permanentes. Al fin y al cabo, la recaudación de impuestos es coercitiva, de modo que el monopolio de la violencia y el monopolio fiscal van juntos (). Por tanto, el poder para recaudar impuestos junto al ejercicio de la violencia determina las fronteras de un territorio (). Todo esto implica una organización del espacio dirigida a extraer los recursos que este alberga, y al mismo tiempo privar a otros Estados del acceso a dichos recursos mediante el establecimiento de fronteras políticas. Sobre esto último no hay que olvidar que las fronteras fueron una innovación moderna importante al territorializar el Estado, pues con anterioridad los accidentes geográficos o unidades administrativas como los condados, distritos, comunidades, etc., habían operado como demarcaciones de las jurisdicciones de los soberanos (). Gracias a esta innovación el Estado logró implantar un control exclusivo sobre los recursos de su territorio.
El influjo de la guerra impulsó el desarrollo de la burocracia, de manera que las labores fiscalizadoras de la economía acompañaron a las tareas de conscripción. Como consecuencia de esto aparecieron distintas innovaciones en la organización del espacio en la época moderna. Así, por ejemplo, después de que el rey Gustavo I de Suecia asumiese en el s. XVI la necesidad de crear un ejército nacional, fue desarrollado, ya en el s. XVII, un sistema cantonal de conscripción que implicó la reorganización administrativa del territorio para el reclutamiento de soldados, lo que llevó aparejada la redistribución de la posesión de la tierra con el llamado “indelningsverk” (). Prusia siguió este ejemplo y no sólo estableció una burocracia profesional altamente centralizada (; ; ), sino que también llevó a cabo una reforma agrícola semejante a la de Suecia ( y siguientes). Gracias a estas transformaciones el Estado aumentó sus capacidades internas como así lo demuestra que Prusia pasase de unos ingresos de 600.000 taleros en 1640 a más de 1,6 millones al final del reinado del Gran Elector (). Esta tendencia continuó con el reinado de Federico Guillermo I, y se agudizó durante el s. XVIII (; y siguientes).
Francia introdujo innovaciones organizativas en su burocracia y en la ordenación de su espacio geográfico con la creación de las “généralités” en el s. XVI, que eran divisiones administrativas que cubrían el conjunto del territorio del reino. Las primeras généralités desempeñaron diferentes funciones en la justicia, las finanzas y la administración militar al encargarse del reclutamiento, los suministros y la paga. En el s. XVII aparecieron los “intendants” a nivel provincial y cuyo origen también es la guerra al encargarse de la supervisión de la recaudación de impuestos, el reclutamiento, el control de las cuentas del ejército, el mantenimiento de las fortificaciones y la aplicación de las leyes (; ). Estos funcionarios eran nombrados directamente por sus jefes ministeriales en París, lo que originó un sistema de administración jerárquica que llevaba hasta la periferia del reino el poder de la autoridad política central (), pero que al mismo tiempo organizaba el espacio conforme a las necesidades del Estado en materia militar y fiscal para la movilización de recursos. Esto confería al Estado francés unas capacidades internas considerables que permitieron el progresivo crecimiento de su poder militar en los siglos siguientes.
El desarrollo de la burocracia estaba unido, como decimos, al aumento del tamaño de los ejércitos permanentes (). El crecimiento de las fuerzas armadas fue un factor importante en el encarecimiento de la guerra junto a la introducción de la pólvora y la prolongación de las campañas militares. El gasto militar no dejó de crecer hasta el punto de superar los ingresos del Estado (). Tal es así que este gasto anual superaba el 90% del presupuesto en países como Inglaterra, Francia y Prusia, sobre todo si contamos las sumas empleadas para subvencionar a los aliados o para pagar las deudas de guerras previas (). El resultado de este gasto creciente derivado de la intensa competición internacional fue una pujante innovación militar a través de carreras armamentísticas (), lo que en última instancia permitió a Occidente lograr una superioridad estratégica en el campo de batalla frente a sus principales rivales.
Por último, no puede olvidarse que la movilización de recursos, como ocurre con la conscripción y la recaudación de impuestos, no depende únicamente de factores puramente organizativos como disponer de una potente burocracia y de un ejército permanente. La extracción de los recursos necesarios para preparar y hacer la guerra, así como para sostener los instrumentos de dominación del Estado, requiere la existencia de unas comunicaciones internas adecuadas, pues gracias a ellas las autoridades tienen acceso a los recursos presentes a nivel local. Nos referimos a infraestructuras de todo tipo como caminos, canales, puentes, bases navales, etc. De esta forma las infraestructuras sirvieron para enviar funcionarios a la periferia para recaudar impuestos y reclutar soldados, así como para supervisar el cumplimiento de las leyes con el establecimiento de tribunales.
5. El fracaso de las formaciones imperiales en la organización del espacio: los casos chino y otomano
En el caso del imperio chino descubrimos que el coste político derivado de la movilización de los recursos disponibles era mucho mayor que en las potencias occidentales. La razón de que esto fuera así es el modo en el que el espacio estaba organizado por medio de una voluminosa estructura burocrática. De hecho, el imperio chino estaba articulado a través de diferentes provincias en las que los burócratas, organizados en una compleja jerarquía, impidieron la aparición y crecimiento de ciudades poderosas e independientes que rivalizasen con Pekín. Asimismo, las ciudades importantes de la periferia eran centros militares y administrativos por medio de los que se ejercía el poder imperial (). Las élites estatales desconfiaban profundamente del comercio, lo que hizo que los altos funcionarios controlasen, bien por medio del soborno o de los monopolios, los flujos comerciales en su propio provecho personal (). Por esta razón predominó una economía de mandato en la que la agricultura era la principal fuente de ingresos del Estado (). Sin embargo, una cantidad creciente de estos ingresos quedaban en manos de los burócratas de la periferia, al mismo tiempo que el coste político de movilizar recursos en un sistema de mandato es elevado.
En la medida en que en China prevaleció una política dirigida a impedir la aparición de centros de poder a nivel local y regional que rivalizasen con el poder central del emperador, predominó un principio centralizador en la organización del espacio. Esto consistía en la afirmación de la supremacía política del emperador, lo que, sin embargo, entrañaba importantes dificultades a la hora de movilizar recursos. Prueba de esto es que los burócratas de las provincias acaparaban los recursos recaudados, lo que hacía que los ingresos de la hacienda imperial fuesen menores. Esta situación, unida a la corrupción institucional y al carácter agrícola de la economía, afectó a la capacidad del Estado chino para movilizar recursos, lo que se tradujo en un descenso relativo de sus ingresos en comparación con otras potencias. Así, en el s. XVIII tanto Francia como Gran Bretaña recaudaban por separado más impuestos que el imperio chino, que recaudaba hacia 1776 aproximadamente 7,03 gramos de plata per cápita al año en las regiones controladas por el gobierno central, lo que representaba alrededor del 87% de los impuestos. En Inglaterra, en la misma época, eran recaudados 180,06 gramos de plata, mientras que en Francia la cantidad ascendía a los 61,11 gramos (; ; ; ; ; ; ; ; ; ; ; ). Estas diferencias son aún mayores si tenemos en cuenta la disparidad entre las poblaciones de estos países. China tenía aproximadamente 259 millones de habitantes en 1776, lo que contrasta con Francia e Inglaterra cuyas poblaciones eran la décima parte de la de China. Todo esto pese a que la economía china era 7 veces más grande que la de Gran Bretaña ().
Lo hasta ahora expuesto muestra las dificultades que el Estado chino tenía para recaudar impuestos, pues su estructura burocrática era disfuncional debido a su debilidad y corrupción. Asimismo, no disponía de los medios infraestructurales precisos para organizar eficazmente un espacio geográfico tan extenso como el que abarcaba el imperio. Por tanto, el Estado contaba con una cantidad inferior de ingresos para invertir en la guerra en comparación con las potencias occidentales, lo que inevitablemente afectó al desarrollo de sus capacidades militares.
En cuanto al imperio otomano cabe decir que, al igual que el imperio chino, era una formación política altamente despótica, es decir, el Estado se articulaba en torno a la figura del sultán que ocupaba una posición central y suprema. De esta forma el Estado disponía de una elevada autonomía en relación con las poblaciones que gobernaba al estar compuesto, a su vez, por una élite dirigente alejada de estas mismas poblaciones. Así es como esta entidad siguió una trayectoria de coerción intensiva por la que el espacio fue organizado mediante el uso de altos niveles de violencia al no buscar la colaboración de la población. Juntamente con esto hay que añadir la naturaleza agrícola del imperio al no existir una red de ciudades semejante a la de Occidente, sino que los principales núcleos urbanos eran un instrumento de la administración imperial para gobernar las provincias, como sucedía con Constantinopla, Ankara, Damasco, Alejandría, etc.
El nivel de institucionalización de la burocracia imperial no era elevado. En cualquier caso, esta escasa institucionalización conllevó que las provincias fueran sometidas a constantes reorganizaciones en función de las eventuales necesidades del imperio. A esto cabe sumar la superposición de diferentes jurisdicciones internas que abarcaban diversos territorios que estaban bajo la administración de distintos cargos nominalmente del mismo rango (). Juntamente con esto, los gobernadores no sólo tenían el control de la burocracia provincial, sino que también estaban al mando de las fuerzas militares, además de encargarse de tareas de reclutamiento y recaudación de impuestos ().
El imperio otomano mantuvo ciertos rasgos de tipo feudal en la organización de su espacio geográfico, pues el sultán solía conceder feudos a sus colaboradores a cambio de servicio militar (). Esta práctica produjo la aparición de una nobleza que formaba la caballería de las fuerzas armadas otomanas, y que más tarde se convirtió en un obstáculo para la movilización de recursos. A pesar de esto el sultán contaba con una estructura organizativa lo suficientemente sofisticada y eficaz para reclutar hombres para la guerra, así como para extraer recursos de las poblaciones dominadas. La utilización de diferentes instrumentos de almacenamiento de registros y de comunicación escrita desempeñó un papel importante en este sentido (; ).
Las autoridades otomanas no tuvieron la necesidad de persuadir a ninguna élite regional para cooperar con los fines militares del Estado (). De hecho, la organización del imperio a escala local se articulaba a través de la caballería otomana que administraba la extracción de recursos para satisfacer las necesidades militares de la política exterior. Imperaba una economía de mandato basada en la confiscación de suministros, el control de precios y el establecimiento de impuestos, además de un monopolio estatal en el abastecimiento del ejército. Por tanto, la movilización de los recursos se basaba en el empleo de elevados niveles de coerción a través del ejército y de la burocracia que lo abastecía.
En la medida en que el ejército era la columna vertebral del imperio otomano, los cambios en esta institución repercutieron en la ordenación del espacio. Acerca de esto cabe destacar la centralización de las fuerzas armadas que pasaron a estar vinculadas a la voluntad política independiente del sultán y financiadas por su propia hacienda. Esta innovación, acompañada del control estatal directo del avituallamiento, confirió al imperio una ventaja a nivel inmediato al movilizar más rápidamente los recursos necesarios. A pesar de esto y de la gran flexibilidad de la burocracia otomana a la hora de extraer recursos, sobre todo en el terreno fiscal, los cambios que se produjeron en la forma de hacer la guerra en Europa y la creciente importancia que adquirió la infantería jenízara, contribuyeron a minar la base financiera del Estado.
La búsqueda de autonomía del sultán en el plano militar para no depender de la caballería feudal originó un aumento drástico de la infantería. La principal consecuencia de esta decisión fue el incremento de la carga fiscal sobre la hacienda que conllevó constantes déficits desde la década de 1590 en adelante. A esto le acompañó el deterioro del propio sistema administrativo debido a que los ingresos obtenidos a nivel provincial a partir de la década de 1610 fueron gestionados por unas élites provinciales y un cuerpo de privilegiados que los retuvo. Esto hizo que una gran proporción de los impuestos recaudados no llegasen al tesoro central del sultán (; ). Prueba de esto es que en el s. XVI el tesoro del sultán administraba en torno al 58% de los ingresos, mientras que en el s. XVII era únicamente del 25%, y ya en el s. XVIII los tributos recaudados eran inferiores a la media de las principales potencias como Austria, Francia o Inglaterra (; ). Esta dinámica trajo como resultado una deuda creciente que generalmente era pagada a un interés elevado, al mismo tiempo que las élites provinciales lograron la independencia financiera y militar al apropiarse de una cantidad creciente de los recursos recaudados.
El descenso de los ingresos en la hacienda del sultán conllevó su dependencia de las élites provinciales. De esta forma aumentó el coste político y social de la movilización de los recursos necesarios para preparar y hacer la guerra. Asimismo, el reclutamiento y la movilización de las fuerzas armadas pasaron a manos de los gobernadores provinciales y de los notables locales. Esto hizo que el sultán necesitase a estas élites locales para administrar el imperio, mantener la ley y el orden en las provincias, y especialmente para formar ejércitos (). Inevitablemente todo esto significó la mengua del gasto militar del imperio, lo que a largo plazo le sumió en una desventaja estratégica frente a las potencias occidentales.
6. Conclusiones
A tenor de todo lo hasta ahora expuesto puede concluirse que el papel del Estado territorial en el auge de la civilización occidental consistió en establecer una mejor organización del espacio, lo que permitió a los países europeos movilizar y extraer una cantidad de recursos mayor a un coste político inferior. De este modo las potencias occidentales fortalecieron su poder militar con el crecimiento de sus ejércitos y el desarrollo de nuevas tecnologías más destructivas. Todo esto redundó en una ventaja estratégica frente a sus principales rivales no occidentales que, por el contrario, no organizaron el espacio de un modo tan eficaz debido a la naturaleza de sus instituciones, lo que conllevó la disminución de sus capacidades al contar con cada vez menos recursos para hacer frente a guerras más costosas y a enemigos mejor armados.
Asimismo, lo antes señalado pone de manifiesto la importancia de la configuración espacial del poder del Estado, es decir, su capacidad para movilizar y extraer recursos, lo que influye directamente en su posición en la estructura de poder internacional, tal y como apuntan los autores del realismo neoclásico (; ; ; ; ; ; ; ; ). Es por esto que la aparición del Estado territorial supuso un cambio decisivo en términos de poder político y militar para las potencias europeas, lo que facilitó el posterior triunfo del mundo occidental. De este modo el presente estudio plantea una perspectiva geopolítica del Estado que al mismo tiempo lo sitúa en el marco de un debate, el del auge de Occidente, del que ha estado ausente hasta ahora.
Finalmente, hay que señalar que, pese a que el Estado territorial constituye un factor explicativo importante del triunfo de la civilización occidental, también presenta importantes limitaciones. En lo que a esto respecta deben destacarse una serie de variables de condición que ejercieron una influencia relevante tanto en la formación de Occidente como en su posterior éxito. Estas son, por ejemplo, la red urbana europea, las rivalidades entre la Iglesia y el Imperio, la existencia de una red de universidades, la elevada fragmentación geopolítica y la presencia de importantes accidentes geográficos. Todas estas variables crearon unas condiciones favorables para que el Estado territorial se formase y desarrollase con éxito, circunstancia que impide que esta institución sea completamente desligada del contexto histórico, geográfico y social en el que nació, lo que subraya una vez más la importancia de la dimensión espacial del proceso del auge de Occidente.
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