Jean-Baptiste Comby y Sophie Dubuisson-Quellier acaban de publicar el libro colectivo, titulado Mobilisations écologiques, en la editorial PUF. Conviene recordar que Comby es profesor de Ciencias de la información y de la comunicación en la Universidad Panthéon-Assas de París e investigador en el Centro de análisis y de investigación sobre los medios de comunicación (CARISM). Además de haber publicado numerosos artículos en revistas científicas, tales como, Sociologie, Communication o Le temps des médias, es autor de la obra La question climatique. Genèses et dépolitisation d’un problème public (). Dubuisson-Quellier, de su parte, es directora de investigación en el CNRS y directora del Centro de sociología de las organizaciones. Sus trabajos se centran en la acción pública y la transformación del Estado, por un lado, y la gobernanza y las organizaciones económicas, por otro. Entre sus obras más recientes figuran artículos publicados en las revistas Consumption and Society, Social Movement Studies o Revue Française de Sociologie así como el libro titulado La consommation engagée ().
En la presente obra, los autores indican que, más recientes que las demás luchas sociales, las movilizaciones ecológicas han ocupado a menudo un lugar a parte en el panorama de las protestas. Refiriéndose al caso hexagonal, tras las experiencias de los años setenta tanto en el Larzac como en Bretaña, “estas movilizaciones reflejan unos compromisos expertos basados en la ciencia, la economía y el derecho. Buscan denunciar los riesgos medioambientales vinculados al desarrollo tecnológico y reivindican unos objetivos de protección de la naturaleza” (p.5). La crítica inicial de despolitización de estos movimientos se ha difuminado con las evoluciones recientes de las movilizaciones ecológicas. Sobre todo a partir de los años 2010, se impone la constatación de que se ha producido “una multiplicación de los colectivos y de los compromisos ecológicos” (p.6).
Esta dinámica se caracteriza por una renovación de la conflictividad tanto práctica como ideológica, de modo que surja una división entre los ecologistas radicales, rupturistas y anticapitalistas, y aquellos que se consideran moderados, reformistas y capitalo-compatibles. Organizaciones, tales como Alternatiba, Extinction Rebellion o Pour un réveil écologique, traducen la profunda reconfiguración del movimiento ecologista. Según los autores, “estas evoluciones recientes invitan a descentrar la mirada diferenciando las movilizaciones ecológicas en función, no solamente de sus gramáticas ideológicas o de sus repertorios de acción, sino también de los intereses sociales que los motivan y de las causas que defienden” (p.6). Así, las movilizaciones “llevadas a cabo prioritariamente en nombre del planeta o de las futuras generaciones se distinguen de aquellas que cuestionan las (…) dominaciones de género, raza o clase en el ámbito ecológico” (p.6).
Lo cierto es que las movilizaciones más visibles y numerosas tienen ciertas especificidades “que parecen estar mantenidas a distancia de los compromisos más tradicionales a favor de la igualdad y de los derechos sociales” (p.7). De hecho, “mantienen una relación estrecha con el saber legítimo y tienen una concepción experta de los retos” (p.8). Esto explica que la sociología de estos militantes muestre su “pertenencia a las franjas superiores de las clases intermedias y de las dotaciones en capital escolar relativamente más elevadas que la media, a menudo en los ámbitos técnicos, económicos y jurídicos” (p.8). Esto les ha permitido obtener, a partir de los años setenta, unos resultados tangibles en materia de evolución de la reglamentación medioambiental, como consecuencia de una proximidad social con los [decisores], pero también jugar un rol fundamental en las negociaciones internacionales” (p.8).
Asimismo, las personas involucradas en estas movilizaciones mantienen unas relaciones diversas y antiguas con el mundo empresarial. Si las relaciones con este último son a veces conflictivas, numerosas organizaciones especializadas en la protección del medioambiente están financiadas por fundaciones y empresas privadas. Dicha proximidad ha dado lugar a la aparición de una nueva terminología que intenta integrar estos ámbitos. Así, “los conceptos de desarrollo sostenible, crecimiento verde o de consumo responsable encarnan los proyectos sociales que pretenden responder, a la vez, a las exigencias del modelo capitalista y a la toma en consideración de los retos medioambientales” (p.9).
No obstante, esta proximidad ha sido cuestionada por ciertos sectores del movimiento ecologista que privilegian “unos modos de acción fuentes de conflictividad con los decisores económicos y políticos” (p.9). Entre estos modos de acción, conviene distinguir dos categorías: ciertas acciones intentan atraer la atención de los medios de comunicación para concienciar a la población, mientras que otras tratan de interrumpir la aplicación de algunas medidas que consideran eco-suicidas. “Este repertorio de acción ampliado y conflictivizado, cuya circulación internacional se ha intensificado, está relacionado con la voluntad de alertar sobre la situación de urgencia” (9-10). En realidad, existe un abanico de acciones que va de la ecologización parcial de la vida cotidiana a “las maneras radicalmente alternativas de vivir y de trabajar que articulan, a diferentes niveles, las movilizaciones para sí mismo y para los demás” (p.11).
Simultáneamente, a partir de los años setenta, sobre todo en Estados Unidos, ciertos movimientos sociales “han denunciado la exposición desproporcionada de las poblaciones desfavorecidas y de las minorías etno-raciales a estos riesgos, y, simétricamente, su acceso limitado a los recursos naturales. Estas movilizaciones han contribuido a enmarcar la problemática medioambiental en torno a retos sociales, pero también coloniales” (p.12). De hecho, los movimientos contemporáneos “por la justicia medioambiental, la justicia alimenticia o la justicia climática, encarnan y [promueven] esta modificación de la mirada sobre la naturaleza que integra los principios de la justicia social en las luchas ecológicas” (p.12).
De su parte, los países del Sur han llevado a cabo unas luchas para denunciar “los daños medioambientales causados por unas actividades industriales, forestales, agrícolas o mineras, insistiendo en su contribución al deterioro de las condiciones de subsistencia de las poblaciones locales” (p.13). En efecto, “defendiendo una relación de subsistencia a los entornos naturales, estos movimientos han contribuido igualmente a cuestionar las formas de apropiación de la naturaleza y a desarrollar une reflexión sobre los comunes y la justicia social” (p.13). No en vano, unas formas de dominación pueden hallarse en el corazón de las movilizaciones contra las desigualdades medioambientales.
En ese sentido, los diferentes capítulos de esta obra desarrollan una reflexión sobre “las dimensiones sociales y las formas de conflictividad de las movilizaciones ecológicas contemporáneas” (p.16).
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- Edouard Morena (pp.19-33), en su capítulo titulado Movimientos por el clima y gobernanza climática, muestra el tensionamiento del movimiento ecologista tras su institucionalización progresiva a nivel de las negociaciones internacionales.
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- Flaminia Paddeu (pp.35-49) muestra cierta cautela hacia los discursos positivos y encantados ante las movilizaciones ecológicas consideradas como populares, ya que están atravesadas por relaciones de dominación.
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- Marie Thiann-Bo Morel (pp.51-63), a partir del caso reunionés, pone énfasis en las dificultades que pueden tener ciertas categorías populares criollas para denunciar las discriminaciones raciales, sociales y medioambientales de las que son víctimas.
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- Geneviève Pruvost (pp.65-77) aborda la cuestión de las movilizaciones eco-feministas. A partir del caso francés, muestra que se trata de un movimiento diverso y singular que alude, a la vez, al acceso a la tierra y a la justicia medioambiental.
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- Stéphanie Dechézelles (pp.79-93) se centra en las luchas contra los grandes proyectos de ordenación del territorio. “Frente a las acusaciones de defensa de intereses particulares, los militantes oponen una visión de los territorios como comunes inalienables que es preciso proteger ante las amenazas de privatización” (p.17).
En suma, se desprende de la lectura de estos capítulos una articulación creciente de las movilizaciones ecologistas contemporáneas con los retos sociales en comparación con las décadas anteriores. “Sin por ello confundirse con la cuestión social, las problemáticas medioambientales están invertidas por unos componentes cada vez más amplios y variados de la sociedad para cuestionar la capacidad de las organizaciones económicas, políticas y sociales existentes a garantizar unas condiciones de subsistencia y unas perspectivas de vida dignas en un contexto en el cual la crisis medioambiental las pone en peligro” (p.17).
Al término de la lectura de Mobilisations écologiques, es obvio reconocer la actualidad del objeto de estudio y la pertinencia de la perspectiva elegida que se interesa por las movilizaciones ecológicas que no se reducen a la acción colectiva llevada a cabo por el movimiento ecologista entendido en un sentido estricto de la palabra. Ponen de manifiesto cómo, al lado de las movilizaciones impulsadas por las organizaciones ecologistas, cuyos militantes pertenecen a menudo a las clases medias-altas dotadas de un fuerte capital cultural, numerosas iniciativas ecológicas son impulsadas por otros grupos sociales (mujeres, minorías étnicas, precarios) que intentan vincular las reivindicaciones medioambientales con demandas sociales (justicia social), económicas (anticapitalismo) y societales (igualdad de género y lucha contra las discriminaciones etno-raciales). Para estos colectivos, la causa ecológica se convierte en una manera de mejorar su condición. En ese sentido, analizando estas movilizaciones, muestran de qué manera la cuestión ecológica puede convertirse en una cuestión social.
En suma, la lectura de esta obra resulta ineludible para estimular nuestra reflexión sobre las movilizaciones ecológicas.