1. Introducción
En años recientes, las explicaciones más comunes sobre el voto mexicano han sido cuestionadas. Esto da relevancia a enfoques incipientes como ver a los sentimientos como una posible explicación de la conducta electoral. Sin embargo, no es claro cómo tales sentimientos se vinculan con las explicaciones más consolidadas o si incluso son sólo un subproducto de teorías clásicas. Debido a ello, el presente trabajo no sólo revisa la relación de los sentimientos con la preferencia electoral, sino que también hace regresiones múltiples para conocer si los sentimientos siguen siendo significativos en presencia de variables típicas de los enfoques políticos clásicos.
El artículo presenta cuatro partes: Primero se muestra un estado del arte que conduce al planteamiento de problema, tal sección comienza con las explicaciones más clásicas sobre la conducta política y muestra cómo eventos recientes parecen ponerlas en duda. Ello da pie buscar otras explicaciones entre las que destacan los sentimientos, pero no es claro si éstos no son sólo un eco de los mecanismos de las teorías clásicas. Hecho el planteamiento, se pasa a la segunda sección sobre metodología, donde se describe la contienda electoral analizada en este estudio, el procedimiento de muestreo y la base utilizada.
Luego se presentan los resultados estadísticos; se comienza con descriptivos de la variable dependiente y de las independientes sobre sentimientos. Después se muestra cómo hay relaciones entre ellas y finalmente se hacen modelos de regresión que, al incorporar variables de modelos teóricos clásicos, verifican que las primeras relaciones no sean espurias. La última sección de conclusiones da respuesta a la inquietud del planteamiento y hace algunas reflexiones teóricas sobre los sentimientos como posibles determinantes del voto.
2. Explicando la conducta electoral: De teorías clásicas a sentimientos
La historia política mexicana puede servir como eje articulador para esta primera sección teórica. Durante varias décadas del siglo XX, las elecciones nacionales tenían resultados predecibles y el destino político del país se decidía más en el interior del Partido Revolucionario Institucional (PRI) que en las urnas. Esto reducía al sufragio a un mero ritual ratificador () de las decisiones que tomaba el partido dominante.
La situación cambió en los últimos años del siglo XX. Modificaciones en la cultura política nacional acompañadas de reformas político-electorales dieron lugar a un nuevo sistema político con partidos competitivos. Como el voto se volvió relevante, se le empezó a investigar con más interés y desde momentos muy tempranos, tres corrientes destacaron en tal empresa. La primera es el enfoque sociológico, que parte del trabajo clásico de y da gran importancia al grupo, pues asume que la interacción cara a cara con los líderes de opinión es lo que más puede determinar el voto. De este modo, se supondría que los más educados voten de cierto modo, los de clase alta de una forma, etcétera. En México, esta perspectiva siempre ha mantenido cierta popularidad. Se sabe -por ejemplo- que la clase baja y rural mexicana históricamente ha favorecido al PRI (; ).
Por otro lado, el enfoque psicológico también ha sido una importante explicación del voto nacional y en algún momento del siglo XXI pareció incluso controlar las variables de la explicación sociológica. La teoría psicológica del voto gira alrededor del modelo Michigan () y pone el acento en lo que la persona sabe y opina de los asuntos políticos. Se reconoce que tales opiniones pueden estar sesgadas por el grupo de pertenencia (contrario al modelo racional que generalmente asume observadores objetivos), pero tales grupos son sólo un antecedente de las opiniones y actitudes que son lo que realmente importa. Además, el modelo reconoce que las determinantes de las opiniones políticas pueden ser lejanas -como la pertenencia a algún grupo deportivo-, o muy inmediatas en el embudo de la causalidad como tener identificación con un partido político. Este último aspecto se consagró históricamente como la principal variable explicativa del modelo.
Esta teoría ha destacado en México, pues se ha visto una fuerte relación entre el partido con el que la gente se identifica y el voto. Las correlaciones han sido desde .74/.77 () hasta .87 (). Además, hace algunos años encontró que la identificación partidista controlaba variables típicas del modelo sociológico.
Junto con el enfoque sociológico y psicológico, la perspectiva racional también se ha utilizado para entender al electorado mexicano. El modelo racional parte de y propone un ciudadano egoísta y calculador que no tiene apegos de largo aliento. En su forma más clásica, el actor racional está alta y objetivamente informado, pues eso le permite tomar decisiones efectivas. Esto implicaría un electorado más volátil, determinado por aspectos inmediatos de las elecciones como los perfiles de candidatos en disputa, sus propuestas e historiales profesionales. Aparentemente, el enfoque racional no es tan popular en México como el psicológico o el sociológico, aún así, lleva décadas siendo un clásico rival del modelo Michigan. Existe una larga discusión sobre cuán partidista-sesgada o racional-objetiva es la mente del elector.
En general, este era el estado del debate cuando México llegó a la elección presidencial 2018. Los resultados de tal contienda parecen contradecir a los tres enfoques clásicos. Sobre el modelo sociológico, en 2018 no se encontraron relaciones significativas entre variables clásicas como la pobreza o la educación y el voto, ni siquiera apareció el clásico vínculo entre la marginación y el voto por el PRI ().
Sobre el modelo Michigan, como se dijo antes, históricamente tal explicación se suele encausar hacia la identificación partidista, elemento que -generalmente- se asume estable en el tiempo. En el 2018, un partido que por primera vez se presentó a una contienda presidencial venció por mucho a partidos históricamente consolidados en el país: ¿Cómo es posible que un partido genere identificación partidista tan rápido? Por otro lado, aún si el partido era nuevo, el candidato ganador ya había sido aspirante presidencial en dos ocasiones previas con otro partido. Si a esto agregamos que cada vez menos mexicanos se dicen identificados con algún partido y que tales instituciones son muy mal evaluadas (), es fácil entender por qué el mismo Moreno ahora habla de una “despartidización” de la política nacional ().
Esta situación podría interpretarse como un argumento a favor del enfoque racional. Esto porque quizá el electorado mexicano ya no es influido ni por identificaciones partidistas ni por grupos de pertenencia, sino que ahora pone atención a los candidatos en concreto. Muchos de los estudios que se enfocan en los candidatos en lugar de los partidos son cercanos al enfoque racional (; ), incluidos los que han hecho tal cosa para el caso mexicano (). Pero entregarse al enfoque racional parece algo apresurado, pues el perfil del ahora presidente no parece sugerir tal camino. Por ejemplo, entre los tres candidatos punteros del 2018 había un Doctor en economía por Yale, un Doctor en Ciencias Políticas y Sociales y un Licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública sin ningún posgrado; fue el último quien ganó. Además, el ahora presidente tuvo durante su campaña un discurso más enfocado en la moral que en estrategias concretas o indicadores objetivos.
Además, aún si asumimos que el electorado mexicano pone más atención en los candidatos que en los partidos, la relación entre tal fenómeno y el enfoque racional podría ser menos estrecha de lo que parece. En años más recientes, hemos visto el crecimiento de la idea de una “personalización” de la política. Dicha perspectiva señala -entre otras cosas- que los votantes pueden estar poniendo más atención a los políticos en concreto (especialmente a los candidatos). Pero la propuesta supone que los electores no sólo se interesan en las propuestas de acción o el desempeño profesional del político en cuestión (elementos muy racionales), sino que también se consideran “aspectos del candidato que no tienen un contenido específicamente político y que emanan o son atribuibles a su persona” (). Es decir, se propone un electorado que se interesa en rasgos privados de sus políticos, como su familia, sexualidad, o hasta el humor. De este modo, se puede poner el acento en los candidatos, sin asumir el modelo del actor racional.
Hay que reconocer que se han descrito aquí los tres grandes enfoques político-electorales en sus aspectos más generales; explicar cualquiera de ellos en detalle tomaría más espacio que el volumen total de este artículo. Varios de esos detalles no mencionados podrían justificar los resultados de la elección 2018: Por ejemplo, pensando en el modelo Michigan, éste se ha adaptado al espectro derecha-izquierda y quizá el triunfo del actual presidente se explica con la identificación con la “izquierda”. De hecho, tal idea ya se ha investigado (). Igualmente, hay largos debates sobre si la identificación partidista es estable en el tiempo y sobre si se le mide adecuadamente (; ), lo que también podría explicar algunas de las irregularidades de la elección 2018.
Lo anterior es sólo un ejemplo de cómo las teorías clásicas son tan amplias que seguramente habrá algo en ellas que alcance a dar cuenta de la última elección presidencial mexicana. No se sugiere aquí que la votación 2018 haya hecho obsoletas a estas explicaciones políticas, pero sí se señala cómo el contexto actual nos deja dudas. Hay suficientes cuestionamientos como para que valga la pena explorar algunas explicaciones incipientes.
De entre las “nuevas” posibles explicaciones, destaca la incursión de los sentimientos en el campo de la política. En realidad, no se trata de una idea nueva, pues ya había intentado relacionar preferencia electoral con sentimientos hace casi 35 años; incluso agregó algunas variables sobre partidismo. Pero esta propuesta no se consolidó en la ciencia política como lo hicieron las explicaciones clásicas y en años recientes parece estar ganando notoriedad. En este resurgimiento de las emociones, parece haber mucho interés sobre la razón y la emoción que se presumen no opuestas. Destaca aquí el trabajo de , quien sugiere que en los sistemas políticos liberales los electores no tienen que ser racionales y objetivos. Se propone que está bien la presencia de emociones que -además- suelen fomentar la movilización política de la población. El mismo Marcus sugiere que si las personas están emocionalmente involucradas en lo político, tienden a participar más (). Otro aporte proviene de quien se ha enfocado más hacia los movimientos sociales, pero también describe cómo distintas emociones y “baterías morales” empujan a las personas a la acción política tanto formal como informal. Hay también autores que han analizado el rol de sentimientos específicos como el miedo y la ira en la política (; ).
Pese a todo el trabajo realizado, no ha habido una consolidación teórica de los sentimientos como una explicación de la preferencia electoral. Esto es notorio -por ejemplo- en el hecho de que cada autor pareciera hacer su propia selección de sentimientos para investigar.
En el caso mexicano, destacan los trabajos de Fernández Poncela (, , ) sobre la elección presidencial del 2018. La investigadora ha documentado cómo el triunfo del actual presidente provocó optimismo y esperanza entre sus seguidores, así como frustración e ira entre sus detractores. Esos trabajos son descritos como exploratorios-descriptivos (no causales) por la propia investigadora.
Parece muy razonable que -como encontró Fernández- las personas tiendan a votar por los candidatos que les evoquen sentimientos positivos y viceversa. Pero una correlación no implica necesariamente una causalidad ni deja claro cómo es que se vinculan causalmente los diferentes elementos. Es aquí donde aparece la duda que da lugar a este trabajo. Aún si no se cuestiona la relación estadística entre los sentimientos (positivos o negativos) que provoca un candidato y el impulso de votar por él o en su contra: ¿Cómo saber que esto no es sólo parte de una de las explicaciones clásicas? Después de todo, se esperaría que un ciudadano partidista -por ejemplo- sienta cosas buenas por el candidato de su partido y malas por sus adversarios. Igualmente, sería muy natural que los grupos sociales tengan reacciones emocionales positivas o negativas hacia candidatos afines u opuestos y que eso se correlacione con la conducta electoral. Incluso se podría pensar que un actor racional puede sentir frustración o alegría por un resultado electoral. ¿Cómo saber si los sentimientos son una causal de conducta electoral por sí mismos o sólo un reflejo de otros mecanismos políticos clásicos?
De esta forma, el presente trabajo buscará responder la clásica pregunta de ¿qué determina el sentido del voto? Se buscará principalmente saber si los sentimientos hacia los candidatos tienen efectos sobre tal fenómeno. Pero se incluirán también variables independientes clásicas del enfoque sociológico, racional y de la explicación partidista, esto para controlar tales factores.
3. Metodología
Se desea saber si las emociones son causales reales de conducta electoral o si sólo tienen relaciones espurias con el voto. Este planteamiento lleva de manera muy directa al uso de regresiones múltiples, donde la variable dependiente sería la preferencia electoral y las independientes sean sentimientos hacia candidatos, así como variables típicas de las explicaciones electorales clásicas.
Para esto, se aprovechó la elección de Querétaro 2021, donde el estado de casi dos millones y medio de personas eligió gobernador. La elección analizada fue -dentro de todo- bastante regular; sin intervención importante del crimen organizado ni otros elementos que enrarecieran el ambiente político. La carrera por la gobernatura tuvo principalmente dos contendientes; Celia Maya, candidata del Movimiento Regeneración Nacional (Morena) y Kuri, abanderado del Partido Acción Nacional (PAN) y eventual ganador de la contienda. La primera tenía a su favor pertenecer al mismo partido que el actual presidente cuya popularidad parecía ayudarle, aunque no fue muy bien recibida entre los Morenistas del estado. Por su parte, a Kuri le fue útil haber sido postulado por el PAN, partido muy consolidado en Querétaro.
Se diseñó una muestra con representatividad estatal, error de 5% y confianza del 90%. El levantamiento de datos sucedió entre el 1 y 3 de abril 2021. La base cuenta con 842 casos, 394 varones (46.8%) y 448 mujeres (53.2%), la edad promedio es 43.2 años. Sobre la educación, 6.5% dijo no tener ninguna, 19.1% presenta primaria, 32.4% secundaria, 21.1% preparatoria, y 20.8% licenciatura o más.
4. Resultados
Se comenzará con los descriptivos de la variable dependiente (preferencia electoral), luego de las independientes sobre sentimientos. Después se mostrarán las relaciones entre las variables descritas y enseguida vendrán los modelos de regresión que incorporan variables de las explicaciones clásicas del voto.
La preferencia electoral es la variable a explicar y se preguntó con el reactivo “Si el día de hoy fueran las elecciones para elegir Gobernador del Estado ¿Por quién votaría?”, 194 personas (23%) mostraron preferencia por Celia Maya, 206 (24.4%) por Kuri, 103 (12.2%) dijeron que votarían por otros candidatos, 309 (36.7%) no mostraron preferencia (respondieron “no voy a votar”, “ninguno” o “no sé) y 31 (3.7%) no contestaron. Dado que la elección fue esencialmente entre dos candidatos y para facilitar los modelos de regresión, se eliminaron tanto los perdidos como a quienes mostraron preferencia por terceras opciones. De esta forma, se redujo la variable de preferencia electoral a quienes apoyan a Celia (27.3%), a Kuri (29.1%) y quienes no apoyaban a ninguno (43.6%).
El 43.6% de “ninguno” puede parecer alto, pero recordemos que, en los comicios analizados, el 47.8% de las personas no votaron. De este modo, los encuestados que respondieron “ninguno” parecieran ser los que al final no participaron.
La encuesta incluyó seis preguntas sobre sentimientos (3 positivos y 3 negativos), los cuales se seleccionaron considerando estudios previos y un trabajo cualitativo sobre la misma elección que se llevó a cabo paralelamente por el autor de este artículo. Se preguntó sobre los candidatos; ¿Cuál de ellos le hace sentir optimismo sobre el futuro? ¿Cuál de ellos le inspira respeto? ¿Cuál de ellos le hace sentir felicidad? ¿Cuál de ellos le hace sentir desconfianza? ¿Cuál de ellos le ofende cuando lo escucha hablar? Y ¿cuál de ellos le hace sentir decepción? En todos los casos, se dejaron las opciones de los dos candidatos punteros, así como “otro” y “ninguno”. Estos fueron los resultados (Ver Gráfica 1):
Los dos candidatos punteros acapararon mucho de los sentimientos positivos, patrón menos claro en el caso de los negativos. Muchos informantes optaban por la opción de “ninguno”, lo que hace eco de la casi mitad de encuestados que tampoco votaron. Al analizar la relación entre los sentimientos y la preferencia electoral, se encontró que el respeto tuvo la relación más importante, por lo que se comienza con tal variable, tal y como se observa en la Gráfica 2:
De entre aquellos que sienten respeto por Celia Maya, 76.4% dicen que votarán por ella, 84.6% de quienes dicen respetar a Kuri también dicen que votarán por él, mientras que entre quienes no dicen respetar a nadie, la categoría más destacada es no tener preferencia electoral con un 65.7%.
Los informantes tendían a votar por quienes sienten respeto, optimismo o felicidad; además, evitaban votar por candidatos que les causaran desconfianza, ofensa o decepción. En todos los casos, también se vio que quienes no sentían nada por ningún candidato, tampoco mostraban preferencia electoral. Todas las relaciones entre la preferencia electoral y los sentimientos se verificaron con prueba de chi² y siempre se tuvo un valor P de .000. La variable de mayor relación fue el respeto, con un coeficiente de contingencia de .6424, seguido del optimismo con .6416, la desconfianza con .526, felicidad con .505, ofensa con .418 y finalmente sentir decepción con .413. Podemos decir que los sentimientos se vinculan con la preferencia electoral: Queda por ver si tales relaciones son reales o sólo espurias, lo que implica el uso de regresiones.
Previo a los modelos de regresión, conviene señalar que los sentimientos también se relacionan con variables sociológicas. Por ejemplo, una prueba de chi² con valor P de .001 muestra que los encuestados de clases más bajas sienten más decepción por Kuri, y a su vez, la clase baja muestra preferencia electoral por su adversaria Celia Maya. De la misma forma, la clase alta siente más optimismo hacia Kuri, candidato que también favorecen electoralmente.
También se encontraron relaciones estadísticamente significativas entre simpatizar con algún partido político y los sentimientos. Predeciblemente, los que simpatizaban con algún partido tenían sentimientos positivos hacia su respectivo candidato y negativos hacia el opuesto. Los que dijeron no simpatizar con ningún partido destacaron en la opción de no sentir nada por ningún candidato. Estas relaciones se probaron con pruebas de chi² que siempre arrojaron valores P de .000. Estas relaciones harían posible que los sentimientos tengan sólo relaciones espurias.
También se encontró que los sentimientos estaban muy correlacionados entre sí: Quienes sienten respeto por algún candidato también tienden a sentir optimismo y felicidad por el mismo y desconfianza, ofensa y decepción por el candidato opuesto. Todas estas relaciones fueron significativas con P de .000 en prueba de chi2.
Pasando a las regresiones, la contienda fue esencialmente entre dos candidatos, lo que sugería regresiones logísticas dicotómicas. Sin embargo, la pequeña cantidad de personas que dijeron simpatizar con algún partido y especificaron por cuál, obligó al uso de una técnica ligeramente más sofisticada. Se realizaron modelos de regresión logística polinómica, donde la variable dependiente era la preferencia electoral y la categoría de referencia (la excluida) en todos los modelos era el no mostrar preferencia. De este modo, se obtuvieron los determinantes de que las personas voten por Kuri en lugar de no tener preferencia electoral y los de votar por Celia en lugar de no tener preferencia.
Las regresiones comenzaron con una primera ronda que únicamente incluyó sentimientos y que redujo el número de éstos a utilizar. Se eliminaron los sentimientos que mostraron valores P mayores a .01 y se comenzó con los positivos, encontrando que la felicidad es controlada por el respeto, pero el respeto no controla al optimismo. Al revisar las emociones negativas, se encontró que la desconfianza controló tanto a la ofensa como a la decepción, sin embargo, la primera fue controlada por el respeto y por el optimismo. De este modo, sólo se conservó el respeto y el optimismo.
Ya con esos dos sentimientos seleccionados, se agregaron las variables de las teorías clásicas. Para el partidismo se usó el reactivo de por qué partido se tiene simpatía. El enfoque sociológico fue representado por la escolaridad y la clase social (autodeclarada). También había una variable vinculada con el enfoque racional; qué candidato (si alguno) se cree que tiene las mejores propuestas.
Para estas regresiones se siguió una lógica backwards donde se comenzó con un modelo con todas las variables (modelo saturado), luego se eliminaba la variable menos significativa y se hacía un nuevo modelo. Esto se repitió hasta el modelo 4 que sólo tiene variables significativas y cuyas razones de momios se muestran en la columna de la extrema derecha de la tabla uno. Siendo un modelo polinómico, cada celda de la Tabla 1 contiene dos valores P, el primero es para preferir a Kuri en lugar de no tener preferencia y el segundo es sobre preferir a Celia en lugar de no tener preferencia:
Las variables de escolaridad y clase fueron controladas, esto pese a que la escolaridad mostró una relación significativa con el voto en prueba de chi² y a que la clase mostró patrones que casi fueron significativos (P=.072). El optimismo también fue eliminado, pues pese a ser relevante para Celia, no lo fue para Kuri. Vale la pena señalar que el partidismo fue casi 3 veces más fuerte para Kuri (abanderado del PAN, un partido consolidado) que para Celia (candidata del joven partido del presidente). La suma de las dos razones de momios en la última columna para la variable del respeto es 26.04, la de ser simpatizante de partido sólo llega a 14.15, la de tener las mejores propuestas es de sólo 8.18. Claramente el respeto es la variable que más se relaciona con el voto.
El principal hallazgo de la tabla uno es que los sentimientos -el respeto para ser preciso- no fueron controlados por las variables de explicaciones políticas clásicas. Ello nos sugiere que los sentimientos no son meros subproductos de explicaciones clásicas de la conducta política. Esto se ve en el hecho de que el respeto siguió siendo significativo aún cuando estaba en presencia de variables típicas de otras teorías. Pero el respeto no sólo sobrevivió al control de variables, sino que incluso presentó los momios (peso estadístico) más grandes del modelo.
Como un dato adicional, cabe señalar que el respeto también fue la variable que más se relacionó con la participación electoral. El presente artículo habla de preferencia electoral, misma ni es sinónimo de participación ni se explica por las mismas teorías. Aún así, se desea mostrar la consistencia de la variable “respeto” más allá de las pruebas que aquí incumben directamente.
La encuesta también preguntó cuán probable era que el encuestado votara. Se encontró que quienes tenían sentimientos (positivos o negativos) hacia algún candidato tendían a votar y quienes no decían sentir nada por “ninguno” se tendían a abstener. Esta relación fue significativa con todos los sentimientos, pero el respeto -nuevamente- fue el que tuvo la relación más fuerte. Luego se hicieron modelos de regresión con la variable dependiente de participación y la misma lógica ya descrita. Al seleccionar entre los sentimientos sólo se conservaron el respeto y la felicidad. Se agregaron luego las mismas variables de teorías clásicas. La felicidad y las propuestas fueron eliminadas y el respeto -nuevamente- fue la variable de mayor peso, con razón de momios de 2.4, seguida de la clase con 2.17, el partido con 1.9 y la escolaridad con 1.8.
En resumen, podemos concluir que los sentimientos sí se relacionan con la preferencia electoral. La gente tiende a votar por aquel candidato que les evoque sentimientos positivos y oponerse a los que les despierten emociones negativas. Además, tales relaciones no son espurias ni desaparecen en presencia de variables de otras explicaciones clásicas del voto. En todo esto, provocar un sentimiento de respeto fue lo más importante. Ello no sólo tuvo el mayor peso estadístico entre los sentimientos, sino que incluso al agregar variables de explicaciones clásicas siguió siendo la variable más importante. Como prueba adicional de su relevancia, resulta que también fue la variable que más parece determinar la participación electoral.
5. Sentimientos: Sí, pero ¿cómo exactamente? (conclusiones)
Como se expuso, las principales teorías sobre la conducta electoral de los mexicanos (sociológica, psicológica y racional) dejan varias dudas a la luz de los resultados de la elección 2018. En tal contexto, parece valioso explorar nuevas explicaciones al fenómeno y entre ellas destaca la idea de los sentimientos. Efectivamente, las personas tienden a votar por quienes les despiertan sentimientos positivos y viceversa. Sin embargo, esto podría sólo ser un producto secundario de las grandes explicaciones políticas.
Los modelos de regresión aquí realizados mostraron que los sentimientos -respeto principalmente- son estadísticamente significativos independientemente de las principales variables de las explicaciones electorales clásicas. Esto nos hace pensar que el respeto no es sólo un subproducto de alguna explicación tradicional y que su relación con la preferencia electoral no es espuria.
Lo anterior prueba el valor de provocar respeto como una posible explicación novedosa e independiente para entender el voto. Sin embargo, hay dos puntos a considerar: Primero, una correlación (aún una no-espuria) no significa directamente una causalidad. Segundo, dicha relación matemática tampoco es señal inequívoca de que los sentimientos (respeto en específico) sean una explicación completamente independiente de las teorías clásicas.
Sobre lo primero, hay que señalar algunas regularidades matemáticas, principalmente alrededor del “respeto”. Fue interesante que dentro de los sentimientos positivos hubiera comportamientos dispares, pues la felicidad fue controlada por el respeto, además de que sentir optimismo sobre el futuro sí fue controlado por las variables de enfoques clásicos. También debemos considerar la información adicional presentada en los resultados y que muestra cómo el respeto también resultó la variable de mayor peso cuando la variable dependiente era la participación electoral y no la preferencia. Podría incluso pensarse que no son “los sentimientos” -en general- los que explican la preferencia electoral, sino que sólo “el respeto” importa; hay algo especial en “inspirar respeto” que no parece quedar suficientemente claro.
Ahora bien, una relación matemática no es una explicación, pues -entre otras cosas- se necesita tener un mecanismo teórico claro que vincule causalmente las variables dependiente e independiente. Como se vio en la parte teórica, sí hay explicaciones sobre cómo y por qué los sentimientos se involucrarían en lo político, pero no hay mucho consenso ni consistencia al respecto. Debido a ello, no es claro por qué algunos sentimientos como el optimismo sí son controlados por variables de explicaciones clásicas, mientras que el respeto tiene una relación tan intensa con la conducta electoral.
De este modo, sí podemos decir que los sentimientos -o más precisamente, el respeto- se relacionan con la preferencia electoral independientemente de las otras explicaciones clásicas. Pero no es claro el mecanismo teórico que hace que “inspirar respeto” (y no otras emociones) parezca determinar la preferencia política.
Esto nos lleva al segundo punto, pues a falta de un mecanismo causal claro, el respeto -nuevamente- podría absorberse en algún enfoque clásico. Si bien esta posibilidad estaría abierta a las 3 perspectivas tradicionales, la psicológica parece el sospechoso más obvio. Recordemos que aunque históricamente el modelo Michigan se ha reducido al asunto del partidismo, en realidad, los autores originales señalaron explícitamente que su modelo no era sólo un tema de partidos, sino que era una explicación basada que las actitudes políticas que determinan la preferencia electoral: “Por grande que sea su impacto, la lealtad partidista no expresa en modo alguno la influencia total de los factores antecedentes -en un sentido causal- de las actitudes que hemos estudiado” (). Dicho lo anterior, quizá hicimos mal en obsesionarnos con la variable de la “identificación partidista”. Tal vez debimos haber ampliado el espectro de las actitudes políticas para incluir a los sentimientos (especialmente al respeto). Este segundo camino colocaría a la explicación sentimental del voto dentro del enfoque psicológico.
Hay que aclarar que no se está sugiriendo aquí que el respeto sea parte de la explicación psicológica o entre dentro del modelo Michigan. Sólo se muestra un ejemplo de cómo -a falta de un mecanismo causal claro- las emociones aún podrían incorporarse a las explicaciones clásicas. En realidad, el autor de este artículo sospecha que los sentimientos -el respeto en concreto- no terminarán incorporándose a ninguna explicación clásica, sino que se encontrarán sus mecanismos causales propios. Pero no hay -por ahora- evidencia para afirmar tal cosa.
De hecho, en la parte teórica se mencionó brevemente el concepto de la “personalización” de la política. Aunque tal idea parece describir bien tendencias políticas recientes, en realidad no hay mucho consenso ni en la definición del fenómeno ni en los mecanismos causales que le permitirían explicar el voto. No sería extraño que el respeto aquí descrito terminara siendo parte de tal mecanismo. Lo aquí encontrado bien podría incorporarse en una futura teoría del voto no-racional centrado en personas. Aunque -nuevamente- esto es especulación y sólo trabajos futuros nos podrán dar certezas al respecto.
Así pues, inspirar respeto sí está matemáticamente relacionado con la preferencia electoral, tal relación no es espuria y es independiente de las variables más clásicas de las explicaciones electorales. Pero no es claro cómo se vincula tal emoción con la preferencia electoral: ¿Por qué fue el respeto lo que logró tal hazaña? ¿Por qué no la felicidad o la decepción? Estudios muy viejos () ya incluían algunos sentimientos en regresiones múltiples con otras explicaciones del voto. Sin embargo, seguimos sin tener mucho consenso y claridad sobre qué sentimientos importan políticamente, cómo y por qué. Lo que parece faltar aquí es un mecanismo causal claro y consensuado que arranque de los sentimientos y eventualmente desemboque en preferencia política, tal mecanismo nos permitiría comprender el comportamiento dispar de los sentimientos analizados. Hasta que no se tenga eso, la explicación del voto por sentimientos -o sólo por respeto- parece quedar incompleta.
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Notas
[1] Hay diferencia entre emociones y sentimientos, las primeras son reacciones breves y pasajeras, mientras que los sentimientos son más duraderos y están culturalmente codificados. Siguiendo el ejemplo de se hará uso indistinto de ambos términos dada su proximidad semántica.
[2] No confundir este concepto con la noción más regular que refiere a comunicadores y figuras públicas. El concepto original de Lazarsfeld habla de personas que se tienen en gran respeto dentro de algún grupo, como un líder sindical, un párroco o un anciano respetado en una comunidad. La opinión de tales figuras es valorada en su grupo y por ende se les consulta sobre temas políticos.
[3] Se utilizó la variable de “simpatizar” con algún partido en lugar de “identificarse” porque hubo muy pocas personas que decían “identificarse” con algún partido, lo que imposibilitó los análisis estadísticos. Sólo el 15.8% de la muestra dijo simpatizar con algún partido, cifra aún menor en el reactivo de identificación.