1. Introducción
Empecé a trabajar sobre populismo a finales de los años ochenta, principios de los noventa. Mi interés por el tema es por un lado biográfico, pues de niño experimenté la polarización de los ecuatorianos y de mi familia entre los seguidores y detractores de José María Velasco Ibarra, quien fue presidente del Ecuador en cinco ocasiones de las cuales sólo terminó un periodo pues fue derrocado por golpes de estado. La segunda razón es académica y tiene que ver con mi descontento con las aproximaciones al estudio del populismo. Cuando empecé a trabajar sobre el tema, la visión dominante reducía este fenómeno a la irracionalidad y falta de cultura de los seguidores que se decía eran manipulados por un charlatán y demagogo. Los críticos de las visiones dominantes proponían abandonar este concepto del vocabulario de las ciencias sociales. Rafael Quintero argumentó que nociones como liderazgo carismático y populismo eran subjetivas y propuso reemplazarlas con categorías de lo que el denominó el marxismo científico como clase y alianzas de clases. Cuando estudió las campañas electorales y los gobiernos de Velasco Ibarra, utilizó la noción de empate o equilibrio catastrófico de Gramsci, entendido como los momentos excepcionales en que la burguesía no puede ejercer su hegemonía y en las que el proletariado no tiene la capacidad de remplazarlos (). Profundizando la crítica de Quintero, Amparo Menéndez Carrión usó la categoría de clientelismo político, entendido como una respuesta pragmática y racional antes que emocional destacando la importancia de las organizaciones políticas en la conquista del voto ().
Si bien los críticos tienen razón cuando señalan los problemas de la categoría de populismo, que es imprecisa, que se refiere a diferentes momentos en la historia y a líderes de derecha e izquierda, el gran problema es que sus alternativas son reduccionistas. El clientelismo no es patrimonio de los populistas y el empate catastrófico que lleva al bonapartismo no es un momento excepcional. En Ecuador y otros países de la región, el populismo ha sido un fenómeno recurrente y no acotado a un momento histórico sea este la primera incorporación a la comunidad política () o la etapa fácil de la sustitución de importaciones.
Hasta hace poco, el concepto de populismo se utilizó para estudiar la política de algunos países latinoamericanos o al People’s Party de los Estados Unidos. En la actualidad, se usa para entender y explicar la política en países del Sur Global y del Norte. Líderes tan diferentes como Donald Trump, Jair Bolsonaro, Pablo Iglesias, Hugo Chávez o Viktor Orbán son calificados por los medios y académicos como populistas. Sin embargo, muy pocos políticos se autodefinen como tales. Esto explica por qué sólo en los Estados Unidos, donde surgió el People’s Party a finales del siglo XIX, conocido como el Partido Populista, hay una valoración positiva del populismo. El Partido Populista fue una alianza de sindicatos obreros, confederaciones de agricultores, grupos de mujeres, asociaciones en contra del consumo de licor y a favor de la sobriedad y otras organizaciones reformistas. Fue un movimiento de protesta que se caracterizó por innovaciones democráticas como la educación política a los de abajo, las cooperativas y su activa participación en huelgas. La teórica política, lo caracteriza como “uno de los movimientos democratizadores más importantes en la historia de los E.U. debido a su cultura ‘movimientista’” y a la creación de instituciones democráticas participativas alternativas. Sin embargo, al ser un tercer partido en un sistema bipartidista, no le fue tan bien en la lucha electoral. En 1892, James Weaver obtuvo el 8.5% de los votos, ganando mayorías en algunos estados. En 1894, el partido ganó 7 congresistas y un senador. En 1896, se aliaron con el Partido Demócrata en la candidatura de William Jennings Bryan. Luego del fracaso electoral, el partido que se había dividido entre facciones que estaban a favor y en contra de la alianza con los demócratas se desintegró.
A diferencia del resto del mundo donde el populismo es un insulto y un estigma, en Estados Unidos la derecha y la izquierda disputan cuál de ellos es el verdadero populista. Criticando al candidato Donald Trump, el presidente Obama manifestó: “me importa la gente pobre que trabaja muy duro y no tienen oportunidades para avanzar (…) supongo eso me hace un populista” (). El economista escribió en el NY Times, “paren de llamar populista a Trump”. Luego del triunfo electoral del 2016, Steve Bannon manifestó, “Trump es el líder de una insurrección populista. Lo que Trump representa es la restauración del verdadero capitalismo y una revolución en contra del socialismo estatal. Las élites se han llevado todo empujando a las clases media y trabajadoras hacia el fondo” ().
En América Latina, África, Asia y Europa los políticos y la prensa usan el término para descalificar a políticos y sus seguidores como irracionales e irresponsables. Cualquier política económica no neoliberal es descalificada de populista, y el populismo es asociado a los seguidores de políticos que son tachados de charlatanes que se aprovechan de la falta de cultura y educación del pueblo bajo. Las ciencias sociales han heredado esta palabra y han debatido sobre la utilidad de esta categoría desde los años 50, en que usó la categoría nacional populismo para diferencias al peronismo del fascismo y para estudiar al Peoples Party. Las ambigüedades conceptuales y la falta de consenso de qué es el populismo y cómo estudiarlo ha llevado a muchos a proponer desecharlo de las ciencias sociales. Recientemente el historiador anotó que este es un cascarón vacío que puede ser llenado por cualquier tipo de contenido político.
Este trabajo sostiene que la solución no es abandonar el concepto de populismo. El estudio de los movimientos populistas y de los populismos cuando llegan al poder permite estudiar las complejidades de la política sin reducirla a uno de sus aspectos. Obliga a reflexionar sobre los criterios normativos de los investigadores y debatir los alcances y limitaciones de diferentes perspectivas de las ciencias sociales. Este capítulo primero discute las aproximaciones recientes al populismo para luego desarrollar una visión compleja que permita distinguir diferentes tipos de populismo.
2. Aproximaciones conceptuales recientes
Hay dos tradiciones epistemológicas en el estudio del populismo. Los positivistas sostienen que es un fenómeno y una realidad que está ahí para ser analizada y explicada. Han desarrollado definiciones mínimas que lo diferencian de su opuesto. Estos investigadores buscan construir una definición que viaje en el tiempo y el espacio. Hay dos conceptos positivistas de populismo, la ideacional y la estratégico-política.
definió al populismo como una serie de ideas sobre la política, esto es como una ideología de núcleo poroso que considera que la sociedad está dividida en dos grupos homogéneos y antagónicos el pueblo puro frente a la élite corrupta y que sostiene que la política debería ser una expresión de la voluntad general del pueblo. Ya que el populismo es una ideología, sin la fuerza de ideologías fuertes como el liberalismo o el socialismo siempre aparece junto a otras ideologías. Para Mudde el líder no es central en su definición del populismo.
La teoría de Mudde estudia la demanda y la oferta populista. La demanda se enfoca en factores estructurales que influyen en las preferencias, actitudes y creencias de las masas. Por ejemplo, la liberalización de la economía europea, la crisis del estado benefactor, la desindustrialización, la inmigración musulmana han transformado los valores y creencias de los electores. Las explicaciones que se concentran en la demanda señalan que se ha dado un espacio para el populismo, pero no explican las condiciones para que se dé este fenómeno. La oferta se enfoca en la agencia de los partidos y actores políticos. En contextos en que los partidos europeos migraron al centro desradicalizando sus demandas, los partidos populistas ofrecen alternativas. Los de derecha cuestionan la inmigración y la pérdida de soberanía nacional, los de izquierda como Podemos politizan las inequidades producidas por el neoliberalismo sin estigmatizar a los inmigrantes.
Al no tener textos fundacionales y una serie de ideas y preceptos aceptados por todos, el populismo es una ideología porosa y débil que necesariamente va junto a ideologías fuertes. Mudde y sus colaboradores incluyen en su definición a todos quienes ven la política como una lucha moral entre el pueblo y las élites asentándose en la noción de soberanía popular. El problema es que esta definición es demasiado amplia y que incluye demasiados casos. Abarcaría a movimientos de protesta como los indignados en España, a políticos como el norteamericano Bernie Sanders, que contrapone el 99% contra el 1%, pero usó un partido político establecido, y a Chávez que emergió en contra de la partidocracia. Además, se asume que el populismo es una categoría estática, se es populista o no y se decide quien es populista midiendo sus ideas en discursos o manifiestos partidistas. Este empirismo llevó a a sostener que George W. Bush era un populista cuando este se refería en sus discursos a un enemigo externo muy diferente de los enemigos de Chávez, por ejemplo.
Mudde universaliza la experiencia de partidos de derecha radical del norte europeos que están en los márgenes del sistema político sosteniendo que el liderazgo no es definitorio del populismo. Su visión eurocéntrica que no considera la centralidad del líder no permite comprender los populismos del sur global, o los partidos exitosos en Europa que se organizan alrededor de un líder fuerte y a veces carismático. Las teorías ideológicas dicen no usar criterios normativos y aseguran que el populismo puede ser a la vez un riesgo y un correctivo para la democracia (). Anotan que los populistas son antiliberales y que no respetan el pluralismo, pero que no son antidemocráticos. Estos autores deberían diferenciar los procesos de inclusión material, política y simbólica de la democracia. Sin libertades básicas y sin pluralismo, las democracias devienen en autoritarismos. Además, una teoría del populismo necesita criterios normativos para argumentar por qué ciertos populismos son un riesgo o un correctivo para la democracia. Hay populismos como el de Trump y Bolsonaro que son autoritarios y que prometieron mano dura contra el crimen y restringir libertades y derechos. Es necesario tener una teoría normativa para analizar por qué Hugo Chávez o Rafael Correa que prometieron democracias reales y verdaderamente participativas empujaron democracias débiles y en crisis al autoritarismo.
A diferencia de Mudde, que se enfoca en la moral, definió al populismo como una estrategia política para llegar o ejercer el poder en que líderes buscan el apoyo directo no mediado ni institucionalizado de un gran número de seguidores. El populismo no está necesariamente asociado a modelos de acumulación específicos, ni a una etapa en la modernización de la sociedad. El populismo puede favorecer políticas neoliberales o fortalecer el estado para promover políticas nacionalistas y redistributivas. A diferencia de otros movimientos políticos, los populistas no están atados a ideologías pues su objetivo principal es llegar al poder y mantenerse en el gobierno. El líder populista es central en esta definición pues es quien articula las estrategias para llegar al poder y gobernar. Sin líderes, los populismos no son efectivos y quedan relegados a los márgenes del sistema político.
Las teorías del populismo como estrategia política se usaron para diferenciar tres olas populistas en América Latina: el populismo clásico de Juan Perón en Argentina, Getulio Vargas en Brasil, José María Velasco Ibarra en Ecuador, entre otros. Esta ola populista duró desde los años treinta del siglo pasado hasta las rupturas de la democracia en los años setenta. El populismo regresó con las transiciones a la democracia y aceptó el neoliberalismo. Los casos paradigmáticos del populismo neoliberal fueron Albero Fujimori en Perú, Carlos Menem en Argentina, Fernando Collor de Mello en Brasil y Abdalá Bucaram en Ecuador. Con Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa y Néstor y Cristina Kichner se inauguró otra ola populista que esta vez se enfrentó al neoliberalismo y al imperialismo. Se usó el estado como el eje de políticas nacionalistas de desarrollo que buscaron reducir la pobreza y la inequidad.
Las teorías del populismo como estrategia política tienen la ventaja de no reducir el populismo a meros reflejos de procesos socioeconómicos y de estudiar los mecanismos que utilizan para llegar al poder y gobernar. Al basarse en los criterios normativos de la democracia liberal, estos autores pueden diferenciar entre inclusión populista y democracia y explicar cómo y por qué en condiciones de instituciones débiles el populismo decanta en autoritarismo. Sin embargo, los modelos liberales de democracia no siempre son los mejores para tomar en serio las críticas populistas a democracias con déficits de representación y de participación. Las críticas populistas a las democracias realmente existentes apuntan a una serie de fallos y déficits que deben corregirse con más democracia. El liberalismo no es un fin, es más bien un requisito para poder democratizar la sociedad. Sin garantías institucionales para el pluralismo y los derechos civiles es muy difícil que los movimientos sociales, por ejemplo, articulen sus propuestas. Sin una esfera pública plural es muy difícil cuestionar la dominación. Si bien la diagnosis populista está en lo cierto al señalar que las democracias realmente existentes remplazan la participación ciudadana por los dogmas de los tecnócratas y que reduce a los ciudadanos a consumidores, sus soluciones atentan en contra de lo que ellos mismos buscan, esto es democracias más participativas y deliberativas. Si bien los populistas tienen una fe ciega en el poder constituyente del populismo para crear nuevos regímenes que dicen serán más participativos, no consideran todos los riesgos de romper con todas las instituciones del poder constituido. Los liberales en su recelo al autoritarismo populista idealizan las instituciones del poder constituido.
Los críticos del positivismo consideran que el concepto de populismo es una herramienta que ayuda a comprender la realidad social y que la teoría ayuda a constituir como entendemos la realidad. Rechazan definiciones que lo reducen a dos o tres oraciones. En lugar de considerarlo como una oposición binaria lo ven como una gradación y señalan que debido a que el populismo es usado para hacer argumentos normativos sobre la democracia, la ciudadanía, y la pertenencia a la nación continuará siendo una categoría en disputa. El populismo no tiene un sentido único e indisputable, sino que una variedad de significados conceptuales con las que varios grupos luchan por hacer que su definición sea la que tiene autoridad y peso.
desarrolló una teoría formal del populismo. El populismo no es una ideología, políticas económicas o expresión de una clase social. Es una lógica que produce identidades populares y es necesario para dar fin a sistemas administrativos excluyentes y construir ordenes alternativos. Laclau distingue las lógicas de la diferencia y de la equivalencia. La primera supone que las demandas se satisfagan administrativamente de manera individual. Sin embargo, hay demandas que no se pueden resolver institucional o administrativamente y se agregan en cadenas de equivalencia. El populismo es una forma de articulación discursiva que es anti-institucional, está basada en la construcción de un enemigo, y en una lógica de la equivalencia que puede llevar a la ruptura del sistema. El líder es central, pues se transforma en un significante vacío en el que se pueden proyectar diferentes propuestas y aspiraciones.
La ruptura populista fue para Laclau la alternativa a la negación de lo político por la administración. Sin embargo, si lo político se concibe como la lucha entre amigo y enemigo, es difícil imaginarse rivales con espacios institucionales o normativos legítimos. Los populistas desde Perón a Chávez manufacturaron enemigos en el sentido existencial que los caracterizó Schmitt, enemigos que tenían que ser contenidos. Perón, por ejemplo, dijo que cuando un adversario político se transforma en un enemigo de la nación, “ya no son caballeros con los que uno debe luchar siguiendo las reglas, sino que serpientes a las que uno tiene que matar de cualquier manera” ().
Ejemplos recientes de rupturas populistas en América Latina fueron el chavismo, el correismo y el evismo que dieron fin al neoliberalismo y convocaron asambleas constituyentes para crear nuevas instituciones políticas. Otros líderes populistas como los Kirchner no pudieron o quisieron llevar a rupturas populistas en el sentido que les da Laclau. La sociedad civil, e instituciones políticas nacionales frenaron las rupturas populistas.
3. ¿Qué hacen los populistas?
Los historiadores y científicos sociales interpretativos parten de la premisa que el populismo es un fenómeno complejo que no puede ser reducido a un atributo principal o a una definición universal y genérica. Por lo tanto, usan estrategias conceptuales acumulativas o desarrollan tipos ideales. Este capítulo sigue la sugerencia de que en lugar de buscar la definición perfecta en la que nunca nos pondremos de acuerdo es más fructífero analizar que hacen los populistas, sobre todo cuando llegan al poder. Independiente de cómo lo definamos hay una serie de discursos, acciones y performances en las que vemos al populismo en acción. La visión compleja del populismo incorpora aspectos de las definiciones ideacionales, estratégicas y del populismo como lógica de la política. Considero que el populismo es un fenómeno complejo que comprende 1) una lógica de construir la política que puede articularse con diferentes ideologías, 2) un liderazgo fuerte y a veces carismático que usa un estilo de comunicación polarizador, y 3) un tipo de organización. Enfocarse en la complejidad permite diferenciar tipos de populismo.
3.1 Creando y manufacturando enemigos
Los populista no enfrentan a rivales políticos a los cuales pretenden convencer con argumentos. Confrontan y manufacturan enemigos existenciales. Sin embargo, a diferencia de los fascistas que buscaron eliminar físicamente al enemigo, los populistas lo aniquilan simbólicamente como el otro peligroso. Cuando retan el poder de las élites los enemigos son las élites políticas, económicas y culturales. Una vez en el poder concentran su lucha contra de enemigos particulares como los medios, el imperialismo, o el estado profundo de Trump.
No todos luchan en contra del mismo enemigo. Los populistas de derecha en Europa y los Estados Unidos por lo general enfrentan a dos enemigos: élites cosmopolitas que están en el poder y dependientes de color que ocupan el lugar más bajo de la sociedad porque supuestamente no tienen una ética del trabajo y viven de la beneficencia que les dan las élites. Por ejemplo, los enemigos de Donald Trump son las élites globalizantes y multiculturales y los dependientes de color que no trabajan y viven de la beneficencia que es pagada con los impuestos del verdadero pueblo trabajador. Muchas veces se usan argumentos racistas sobre el otro para satanizarlo cómo culturalmente inferior y diferente y que por lo tanto no podrá ni querrá asimilarse. El otro es visto como una plaga, un virus, una enfermedad que contaminará la pureza del pueblo. Su cultura, religión y costumbres no son sólo diferentes, sino que la antítesis de la cultura del grupo étnico dominante. Los populistas de derecha deshumanizan al otro politizando emociones de miedo a lo diferente y por lo tanto desconocido y peligroso. En Europa los inmigrantes musulmanes son vistos como agentes infecciosos (), mientras que en lo EU los mejicanos ilegales, término que se aplica a las personas de origen latinoamericano son el otro contrario a la verdadera americanidad.
Los enemigos de los populistas de izquierda son las élites políticas y económicas, la casta, la oligarquía. Politizan la rabia provocada por las indignidades de las desigualdades estructurales del clasismo y el racismo. La rabia, la indignación y la envidia se usan para la movilización.
3.2 La lógica y el liderazgo populista
Los populistas no buscan empoderar a toda la población, tampoco apelan a la voluntad popular o la voluntad de todos. Más bien buscan devolver el poder a una parte de la población, al verdadero pueblo humillado y destituido por las élites. El resto o son parte de las élites o no cuentan en estas visiones del pueblo que son por último decididas por el líder. Cuando las exclusiones son étnicas hay posibilidades que el populismo se convierta en fascismo. Sin embargo, se podría argumentar que en condiciones de desigualdad estructural profundas no es tan grave excluir a los ricos, la oligarquía o al 1%. La experiencia histórica de los populismos redistributivos y que ampliaron la participación popular demuestran que es el líder quien en última instancia decide quien es parte del pueblo. Cuando las organizaciones plebeyas tienen proyectos diferentes a las del líder son estigmatizadas como manipuladas por el imperialismo y la derecha y como amenazas al proyecto nacional popular.
Para que el populismo sea exitoso se necesita de un líder. La representación populista se basa en la fe que tienen los seguidores en su líder. Éste tiene la misión de redimir a su pueblo, por lo que enfrenta enemigos poderosos. Quienes dudan de la bondad y sabiduría del salvador y redentor pueden ser caracterizados como enemigos del líder, del pueblo y de la patria.
3.3 Estrategias organizativas: los populismos buscando el poder, en el poder y como regímenes
Además de enfocarse en la lógica política del populismo y su ideología o en las acciones y performances del líder, es importante analizar los lazos organizativos que ligan a los populistas con sus bases de apoyo. En este sentido es importante diferenciar a los populistas que retan el poder de las élites, de cuando llegan al gobierno, y cuando cambian constituciones e instituciones creando regímenes populistas ().
Cuando los populismos retan el poder politizan temas que eran visto como técnicos como son las políticas neoliberales. Motivan a que gente que estaba excluida o marginada de la política participe. Desafían modelos de democracia que limita la democracia al voto y que transforma a los ciudadanos en consumidores. Provocan un renacer de la política y fueron vividos como momentos excepcionales en los que el pueblo buscó reapropiarse del poder secuestrado por las oligarquías. El nivel de confrontación con las élites explica la necesidad de los populistas de crear organizaciones en la sociedad civil o en partidos. Cuando son vistos como un reto al estatus quo y enfrentan la arremetida de las organizaciones y partidos anti-populistas no les queda más remedio que organizar a sus seguidores.
Desde Perón a Chávez, una vez en el gobierno, los populismos latinoamericanos incluyeron política, socioeconómica y culturalmente a los pobres y a los desposeídos con prácticas autoritarias. Atentaron en contra del pluralismo, restringieron los derechos a la comunicación y a la asociación libre y trataron de manufacturar al pueblo a imagen y semejanza de cómo se lo imaginó el líder. Cuando surgieron en contextos de instituciones sólidas los populismos por lo general desfiguran la democracia transformando su complejidad en la lucha entre dos campos antagónicos. Si emergen en contextos de crisis de representatividad política y en sistemas políticos con institucionales frágiles los populismos llevaron al autoritarismo de dos maneras. La primera es cerrando espacios institucionales a la oposición que busca librarse de los populistas de cualquier manera, incluso con golpes de estado. Cuando no provocan golpes los ataques sistemáticos de los gobiernos populistas a la libertad de expresión, la tutela estatal de la sociedad civil, la clausura de espacios institucionales para la rendición de cuenta y el uso instrumental del sistema legal para castigar a los críticos provocan la muerte lenta de la democracia.
Si bien los populismos, por lo general, ya no terminan en golpes de estado, una vez en el poder minan la democracia desde adentro. señalan las siguientes prácticas que minan a la democracia desde adentro. La primera es que los populistas son outsiders con poca o ninguna experiencia en la política parlamentaria del pacto y de los compromisos. Segundo, fueron electos con promesas de refundar todas las instituciones políticas y en específico el marco institucional de las democracias liberales. Por último, los populistas se enfrentaron al congreso, al poder judicial y a otras instituciones controladas por los partidos. Para ganar elecciones usaron fondos públicos, silenciaron a los medios críticos, usaron los medios estatales a su favor, en algunos casos intimidaron a sectores de la oposición, controlaron los organismos electorales, el poder judicial y las instituciones de control social y rendición de cuentas. Si bien el momento de votar fue libre, el proceso electoral descaradamente les favoreció y les dio ventajas, transformando a la democracia en regímenes legitimados en la lógica electoral, pero que no garantizan que las elecciones se den en canchas equilibradas y con instituciones imparciales.
Sin embargo, los populismos no siempre decantan en el autoritarismo competitivo. Las instituciones de la democracia también pueden limitar los impulsos autocráticos de los políticos. Por ejemplo, las cortes de justicia argentinas no permitieron la reelección de Cristina Kirchner. Los sistemas parlamentarios en Europa han inducido a que los partidos entren en pactos, negocien sus propuestas y des-radicalicen algunas de sus demandas. Por ejemplo, Podemos dejó de hablar sobre la necesidad de convocar a una asamblea constituyente, y desde que entró a un gobierno de coalición con el PSOE en un partido de izquierda normal. Sólo en contextos de crisis de representación profundos y cuando lograron mayorías absolutas pudieron los populistas en el poder atacar a sus enemigos y concentrar el poder. Cuando los populistas logran usar leyes para controlar la esfera pública, la sociedad civil y las universidades se transforman en regímenes.
Los regímenes populistas se basan en la lógica electoral y democrática como la única fuente de legitimidad y simultáneamente en las ideas autocráticas del pueblo como uno y del líder redentor. La lógica populista transforma a los rivales en enemigos en el sentido existencial en que los caracterizó Carl Schmitt e imaginan al pueblo como uno. Esto es como un ente homogéneo que no tiene divisiones internas. La imagen del pueblo como uno, como argumentó , puede llevar al autoritarismo.
Lefort señaló que las revoluciones del siglo XVIII abrieron el espacio político-religioso ocupado por la figura del rey. En su libro Los Dos Cuerpos del Rey, Kantarowicz analizó cómo el rey, al igual que Dios, era omnipresente porque constituía el cuerpo de la política sobre el que gobernaba. Igual que el hijo de Dios que fue enviado para redimir el mundo, era hombre y Dios, tenía un cuerpo natural y divino, y ambos eran inseparables. La democracia, señala Lefort, transformó el espacio antes ocupado por el rey en un espacio vacío que los mortales sólo pueden ocupar temporalmente.
Las revoluciones del siglo XVIII, argumentó Lefort, a su vez generaron un principio que podía poner en peligro el espacio vacío de la democracia. La soberanía popular entendida como un sujeto encarnado en un grupo, un estrato o una persona podrían clausurar el espacio vacío a través de la idea del “Pueblo como Uno”. El totalitarismo, argumenta Lefort, es un intento forzado de llenar y aún de saturar el espacio vacío de la democracia. Simbólicamente se abandona la noción democrática del pueblo como heterogéneo, múltiple y en conflicto donde el poder no pertenece a nadie con la imagen del Pueblo como Uno que niega que la división es constitutiva de la sociedad. La división, señala Lefort, se da entre el pueblo que tiene una identidad y una voluntad única y sus enemigos externos que tienen que ser eliminados para mantener la salud del cuerpo del pueblo.
Lefort no analizó cómo y cuándo los proyectos totalitarios no devienen en regímenes de este tipo debido a la resistencia de las instituciones democráticas o de la sociedad civil. Tampoco consideró la posibilidad de que existan regímenes que no sean plenamente totalitarios o democráticos. Isidoro utiliza la noción de poder semiencarnado para analizar los populismos. El poder se identifica en un proyecto o un principio encarnado en una persona que es casi, pero no totalmente, insustituible, pues la encarnación del proyecto puede desplazarse hacia otro líder debido a que las elecciones son el mecanismo que legitima el poder. El momento fundacional del populismo, como señala , fue y es ganar elecciones que son consideradas como el único canal para expresar la voluntad popular. Los populistas clásicos lucharon en contra del fraude electoral y expandieron el número de electores. Los populistas refundadores latinoamericanos utilizaron elecciones para crear nuevos bloques hegemónicos y desplazar a los partidos políticos tradicionales. Gobernaron a través de campañas y de elecciones permanentes. Las elecciones fueron representadas por los populistas de antaño o de ahora como momentos fundacionales en los que se juegan los destinos de sus naciones.
Los populismos utilizan tres estrategias para compaginar el precepto democrático de legitimar su poder ganando elecciones y el principio autoritario de asumir al pueblo-como-uno cuya voluntad política se encarna en un redentor. La primera es utilizar instrumentalmente las leyes y las instituciones de la democracia para crear canchas electorales desiguales. Si bien el momento electoral es limpio, las campañas descaradamente favorecen las coaliciones populistas que buscan perpetuarse en el poder. La segunda estrategia es utilizar el poder como una posesión personal del líder que distribuye recursos y favores con el objetivo de ganar votos. El poder se ejerce como una posesión del líder benefactor y se transforma a los ciudadanos en masas agradecidas. Quienes aceptan el liderazgo del Mesías Benefactor son premiados con su amor y con prebendas, quienes resisten o lo cuestionan son tachados de enemigos del líder, del pueblo y de la patria. La tercera estrategia es silenciar las voces críticas regulando la esfera pública y la sociedad civil con el objetivo de educar al pueblo en la verdad del líder. El populismo, anota , es una pedagogía que pretende extraer al pueblo auténtico, tal y como es imaginado por el líder, del pueblo realmente existente.
4. Diferenciando populismos
Los populismos no son iguales. Como se argumentó hay que distinguir a los populismos cuando retan al poder, de los populismos en el gobierno y de los regímenes populistas. Es importante reconocer que, si bien las promesas populistas son incluyentes y democratizadoras, sus prácticas en el poder son híbridas. Se mantienen en el campo democrático apelando al voto como la única manera de llegar al poder, pero tienen prácticas autoritarias para silenciar las voces de los críticos entendidos conos enemigos del líder, del pueblo y la nación. Los conflictos con las instituciones del poder constituido pueden resultar en que los populistas sean desradicalizados o al contrario pueden terminar en regímenes populistas. Estos son regímenes híbridos y pueden decantar en dictaduras o pueden democratizarse. Los regímenes populistas apuntan al cambio constitucional que les permite concentrar el poder en la presidencia y regular las actividades de los movimientos sociales y las opiniones en la esfera pública.
Los populismos se diferencian en su construcción del pueblo y sus enemigos como etnos o plebes. La construcción cultural, religiosa y étnica del pueblo y sus enemigos es excluyente de quienes son racializados como el otro que jamás podrá ser asimilado. Cuando el pueblo es visto como plebes, la oposición es entre los privilegiados y los excluidos. Esta oposición es económica, social y cultural pues se pueden politizar las formas de ser y hablar de los de abajo en contra de las élites.
También hay que distinguir entre populismos light y populismos radicales. En las democracias de audiencia los políticos se relacionan directamente con sus seguidores usando los medios y los expertos en comunicación mediática han remplazado a los militantes del partido. La política es cada vez más personalista y las lógicas de los medios y de la política están entrelazadas (). Sin embargo, y pese que ocasionalmente usen estrategias o retóricas populistas, no todos los políticos en las democracias de audiencia son populistas o buscan transformar la institucionalidad existente. Los líderes populistas, además de personalizar la política, tienen misiones redentoras. Debido a que su misión es la liberación del pueblo no se sienten atados por normativas e instituciones. Enfrentan enemigos y transforman a la política en luchas Schmittianas entre la redención y la opresión.
5. Conclusiones
Este artículo argumenta que, en lugar de buscar el concepto preciso de populismo que viaje en el tiempo y el espacio para acumular conocimiento, es mejor enfocarse en lo que hacen los populistas. Éstos construyen a los rivales políticos como enemigos existenciales, una parte de la población abarca al pueblo y un líder dice ser y es visto como la encarnación del pueblo verdadero. También se argumentó que no se encontrará un consenso sobre qué es el populismo porque los debates sobre el populismo son debates sobre la democracia. Para Laclau el populismo de izquierda es la solución a la administración, la despolitización, la tecnocracia y a los populismos xenófobos de derecha. Para quienes se apoyan en visiones normativas de la democracia liberal el populismo es un riesgo pues decanta en autoritarismos. Si bien Laclau idealiza las rupturas populistas sin analizar cómo los populismos de izquierda decantaron en autoritarismos, los liberales idealizan las democracias realmente existentes.
Este artículo argumenta que es necesario diferenciar las promesas de los populistas cuando retan a las élites de sus prácticas en el poder. Cuando los populistas logran cambios constitucionales e institucionales, someten a las cortes de justicia, quitan poder al parlamento, disminuyen el peso de las instituciones de rendición de cuentas crean regímenes populistas. Estos combinan la lógica democrática de asentar su legitimidad en las elecciones con la lógica autoritaria del pueblo como uno y del líder-redentor.
La visión compleja y no reduccionista del populismo se enfoca en las prácticas y performances de los populistas. El populismo es una lógica populista que divide a la sociedad en dos campos antagónicos. Los contenidos de la polarización varían entre planteamientos de izquierda que politizan las desigualdades y de derecha que construyen un pueblo culturalmente puro que está siendo contaminado por los migrantes. El líder es quien hace populismo. El líder es construido por sus seguidores como un ser normal y a la vez excepcional y asume ser el verdadero representante, el paladín y la encarnación de los valores populares. El líder populista se legitima ganando elecciones y derrotando a los enemigos del pueblo en contiendas representadas como la lucha maniquea entre la redención y el oprobio del pueblo. Enfocándonos en el líder podemos diferenciar entre populistas light o populistas radicales. Los populistas usan organizaciones existentes o crean nuevas. El nivel de confrontación con las élites explica la necesidad organizativa, pues en contactos de polarización se crearon organizaciones en la sociedad civil y partidos. Estas ligan al líder personalista con seguidores a los que se dan beneficios materiales y la dignidad simbólica de ser el pueblo verdadero que enfrenta a las oligarquías extranjerizantes.
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