Frédéric Mérand acaba de publicar su libro, titulado Un sociologue à la Commission européenne, en la editorial Presses de Sciences Po cuya colección Fait politique está codirigida por Eléonore Lépinard y Martial Foucault. Conviene recordar que el autor es catedrático de ciencias políticas en la Universidad de Montreal y director del Centro de Estudios y de Investigaciones Internacionales (CERUM). Miembro de la Sociedad Real de Canadá, ha sido profesor invitado en la Universidad McGill, en la Universidad de Toronto, en la Libera Università Internazionale degli Studi Sociali (LUISS) y en Sciences Po Paris. Está especializado en la sociología de las relaciones internacionales, la economía política europea y la seguridad mundial.
Sus trabajos han sido publicados, entre otras revistas, en Journal of Common Market Studies, Journal of European Public Policy, International Studies Quarterly, Security Studies, Gouvernement et action publique, Politique européenne, Comparative European Politics, Cooperation and Conflict o Revue canadienne de science politique. Asimismo, es autor de las siguientes obras: , y ha dirigido o codirigido , y Cooperation and Conflict between Europe and Russia elaborado con .
En la introducción de la presente obra, el autor constata que, “en 2014, una mayor exigencia democrática se ha impuesto en el nombramiento del ejecutivo europeo. Rechazando [la imposición] de los Estados miembros, los partidos políticos representados en el Parlamento nombraron sus propios candidatos a la presidencia de la Comisión. A lo largo de una campaña transnacional, unas cabezas de lista que representaban a cada partido (…) presentaron [sus programas respectivos] al público. Organizaron unos debates televisados en varias lenguas” (p.5). Dado que el Partido Popular europeo obtuvo el mayor número de escaños en las elecciones, su candidato, Jean-Claude Juncker, se convirtió en presidente de la Comisión.
“Fue una experiencia única en la historia de la política europea. La idea de un verdadero vínculo entre unas elecciones europeas y la designación del presidente del ejecutivo europeo se oponía a la lógica diplomática que [dominaba habitualmente] las organizaciones internacionales” (pp.5-6).
Gracias a la legitimidad otorgada por las urnas, Juncker expresó su voluntad de liderar una comisión “más política” (p.6). Precisamente, “la Comisión política deseada por el presidente Juncker es el objeto de este libro”, dado que su autor analiza las lógicas políticas que rigen la Unión europea y tanto los efectos como los límites de esta estrategia política (p.6). Exponiendo los resultados de una investigación llevada a cabo durante más de cuatro años en el seno del gabinete del comisario europeo galo Pierre Moscovici, un actor clave de la implementación de esta estrategia, Frédéric Mérand trata de “proponer una sociología del trabajo político en el contexto de una organización internacional singular” (p.7).
No en vano, precisa el investigador, Jean-Claude Juncker no es el primero en afirmar la ambición de una Comisión política, ya que, en 1954, “Jean Monnet, el primer presidente de la Alta Autoridad de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, (…) dimitió de su cargo invocando la resistencia de los Estados a conferirle una dimensión política” (p.7). A lo largo de los años ochenta, Jacques Delors realizó parcialmente esta ambición política dando un nuevo impulso a la construcción europea y dotándola de símbolos políticos fuertes (p.7).
Pero, ¿qué significa una Comisión política? Esta pregunta es el punto de partida del estudio llevado a cabo por el politólogo canadiense a lo largo de sus estancias sucesivas en la sede de la Comisión europea (p.9). Si para algunos, la Comisión Juncker fue política porque reunía a un gran número de políticos con una trayectoria relevante en sus Estados miembros respectivos, como primer ministros o ministros, para otros, “la dimensión política se enraizaba en una comunicación menos tecnocrática y en un programa en diez prioridades a realizar durante el mandato”, mientras que, para los últimos, el carácter político translucía en la ambición de la institución de imponer su propia agenda, a pesar de que disguste a los Estados miembros (pp.9-10).
A nivel académico, “de Max Weber a Marcel Gauchet pasando por Hannah Arendt, los pensadores se ponen de acuerdo para definirlo como una esfera de la actividad humana vinculada a la dirección de los asuntos colectivos. Apoyándose en la idea de que es posible hacer elecciones, la política no tolera el determinismo cultural, jurídico, económico, científico o diplomático” (p.11). En política, prosigue el autor, se concede a los seres humanos “el poder de zanjar en función de sus valores y de sus intereses [que no son] a priori convergentes” (p.11). Por lo tanto, “las cosas no son políticas en sí [sino] que se convierten en ellas” (p.11).
Para contestar a esta pregunta, el autor se centra en un comisario y en su gabinete, siguiendo sus trayectorias y estrategias, éxitos y fracasos, durante un periodo crucial de la construcción europea (p.11). El itinerario de Pierre Moscovici reúne “todas las facetas de la Comisión política deseada por Jean-Claude Juncker. [Antiguo diputado] en la Asamblea Nacional [gala] y en el Parlamento europeo, varias veces ministro en Francia, exsecretario del Partido Socialista francés, comunicador eficaz y omnipresente en los medios de comunicación, pensador social-demócrata, no duda en [oponerse a sus adversarios]” (pp.11-12). Pierre Moscovici es uno de los más importantes comisarios de la Comisión Juncker como responsable de los asuntos económicos y financieros, de la fiscalidad y de la unión aduanera (p.12) “Por su trayectoria, su discurso y su ambición, Moscovici es el comisario más político de la Comisión política” (p.12).
Entre 2014 y 2019, gestiona cuatro asuntos principales a los que Mérand dedica sendos capítulos. Se trata “del reglamento de la crisis griega (capítulos 2 y 3); de la vigilancia presupuestaria de los países en situación de déficit excesivo, [como pueden ser] Francia, España, Portugal e Italia (capítulos 4, 5 y 6); del proyecto de reforma de la zona euro (capítulo 7); y de la cooperación en materia de fiscalidad (capítulos 8 y 9)” (p.12). Aunque los dos primeros asuntos sean más sensibles, cada uno de estos dosieres es abordado de manera política, puesto que el comisario Moscovici, junto con el presidente Juncker, ha impuesto “una fuerte voluntad a sus [administraciones, movilizando] sus redes a escala del continente y desarrollando una comunicación estratégica” (p.12). En ese sentido, Moscovici siempre ha mantenido un vínculo con su país de origen, respondiendo a las solicitudes de los medios de comunicación galos y realizando visitas regulares (p.12).
Recurriendo al método etnográfico, Mérand realiza una serie de estancias en Bruselas, entre el verano de 2015 y el otoño de 2019. En inmersión en el seno del gabinete de Pierre Moscovici, durante dos meses cada año, ha podido seguir la evolución de cada dosier en tiempo real. Se ha incorporado “al gabinete con el objetivo confeso de observar el comisario y su equipo in situ” (p.13). Los ha acompañado “en las reuniones internas y [ha participado] en sus encuentros en Bruselas y en Estrasburgo, en Washington y en Atenas. En el comedor y en los pasillos [de la sede de la Comisión, los ha] interrogado sobre sus estrategias y esperanzas. Ha recogido también sus temores y decepciones” (p.13). Esta inmersión constituye la base empírica sobre la cual se apoya ese intento para comprender la manera en que se hace la política en el seno de la Comisión europea (p.13).
En ese sentido, el método utilizado por el autor se sitúa entre la observación y la observación participante. En efecto, si no ha contribuido al trabajo del gabinete, al no ser colaborador del comisario sino profesor de Universidad, tenía su propio despacho, participaba en las reuniones de trabajo y compartía momentos de socialización con los miembros del gabinete e incluso con el propio comisario Moscovici. Con el transcurso del tiempo, se ha convertido en uno más y algunos miembros del gabinete se han convertido en sus amigos. A pesar de ello, espera haber encontrado un equilibrio, alejándose tanto de la admiración como de la denuncia, sabiendo que su objetivo científico no era valorar la política llevada a cabo sino “comprender cómo se ha [traducido] en las prácticas” (p.13).
La observación del comisario de asuntos económicos y financieros y de su gabinete, ha llevado el politólogo canadiense a desarrollar “una sociología del trabajo político” (p.14). Con ese concepto, analiza la división del trabajo político “a través de la cual los profesionales de la política son invertidos de la autoridad de hablar en nombre del grupo, y, vía su palabra, hacen existir ese mismo grupo” (p.14). Apropiándose en esa noción, Mérand se interesa por “la autonomía de los representantes políticos, su margen de maniobra, las condiciones de posibilidad de su palabra en el campo del poder” (p.14). Esto permite poner de manifiesto “las prácticas de legitimación, problematización e instrumentalización que concurren al cambio y a la reproducción de las instituciones” (p.14).
Priorizando una perspectiva inductiva, el autor concibe el trabajo político como “el conjunto de prácticas que aspiran a ampliar el espacio de libertad de los representantes, o su autonomía, frente a [los límites impuestos] por las instituciones, el derecho, la economía, la experteza o la diplomacia. En el seno de ese espacio de libertad, [los] valores e intereses pueden expresarse y confrontarse” (p.15). Si la Comisión europea, como la mayoría de las instituciones internacionales, se enfrenta a una serie de obstáculos, Mérand demuestra que la política no es impotente. Precisamente, el trabajo político consiste en “movilizar unos recursos, unas alianzas [y] unos mensajes para [devolver cierta capacidad de decisión] a los actores” (p.18). Esta libertad es indisociable del conflicto que el trabajo político, lejos de ocultar, integra plenamente (p.18).
Lo cierto es que, “la fuerza relativa de estas coacciones juega un rol fundamental en la limitación del trabajo político. Esta última, forma parte de una dinámica más amplia que incluye los poderes institucionales, jurídicos, económicos, diplomáticos y tecnocráticos. [Es] una forma de influencia, pero que busca específicamente ampliar la capacidad colectiva de hacer elecciones” (p.20). Tres factores permiten ampliar los márgenes de maniobra de las que gozan los actores políticos: la voluntad política, el apoyo de personajes y de redes de influencia, y la comunicación (pp.20-21).
En definitiva, la finalidad del presente libro no es hacer un elogio del trabajo político ni considerar que las decisiones tomadas por Pierre Moscovici y sus colaboradores fueron óptimas, sino que, partiendo de las motivaciones y de las prácticas de los actores implicados, intenta mostrar cómo estas personas, electas o profesionales, han hecho política, siendo conscientes de que las acciones llevadas a cabo no satisfacen completamente sus expectativas (p.22). Lo cierto es que Mérand alcanza sobradamente su objetivo, ofreciendo una inmersión en la Comisión europea. Gracias a su observación atenta y su descripción minuciosa, consigue dar cuenta, de manera pormenorizada, de la labor cotidiana del comisario Moscovici y de sus colaboradores. Poniendo énfasis en las estrategias, alianzas y discursos, muestra cómo consiguen rodear los obstáculos y orientar las políticas de las instituciones comunitarias. No en vano, de cara a matizar la valoración positiva que merece esta obra, se echa en falta una mayor sistematización y se observan ciertas faltas de construcción.
En cualquier caso, la lectura de esta obra se antoja ineludible para mejorar nuestro conocimiento del funcionamiento interno de la Comisión europea y del trabajo político de los comisarios y de sus gabinetes.