1. Hipótesis, objetivo y metodología
La principal hipótesis que sostiene este artículo es que la guerra de Ucrania ha puesto crudamente de manifiesto que existen dos bloques de influencia mundial en curso de colisión, cuyo rearme cada vez recuerda más tanto a la Paz Armada (1871-1914) como a la Guerra Fría (1945-1991), creando un peligroso escenario que puede definirse como de «bipolaridad global armada». Estos bloques están liderados por China y EEUU, siendo Rusia y la UE sus principales aliadas, respectivamente. Como en gran medida anunció el paradigma del choque de civilizaciones (), desde principios del siglo XXI se han ido configurando nuevos ejes de poder internacional de fundamentos culturales, políticos y económicos muy marcados, lo que está dando lugar a un contexto geopolítico internacional radicalmente distinto al del paradigma de El Fin de la Historia () o al del mundo unipolar que se anunciaba tras la desaparición de la URSS en 1991 (). El auge de China como cabeza visible de los BRICS y el resurgimiento de Rusia, unidos al declive como potencias económicas globales de EEUU y la UE, está condicionando un realineamiento global en torno al bloque occidental, identificable con los miembros de la OTAN y sus aliados, y al conjunto que pueden formar China, Rusia y los Estados bajo su influencia más directa. Por otra parte, pese a las enormes posibilidades de acceso a la información existentes, el hecho es que en ambos bloques se están imponiendo versiones maniqueas y en extremo politizadas tanto respecto a la guerra de Ucrania como al peligro que supone el otro, ya sea este Rusia, Occidente o China, que reducen estos debates poco menos que a una lucha del bien contra el mal, y que tanto los medios, las redes sociales e incluso los académicos de ambos bandos están repitiendo hasta la saciedad en una suerte de cámaras de eco.
El principal objetivo de este artículo es mostrar cómo la guerra de Ucrania ha evidenciado e incrementado la mencionada rivalidad entre bloques, que más allá de sus variables económicas, culturales y diplomáticas, está potenciando un rearme global sin precedentes, cuyas devastadoras consecuencias pueden ser ciertamente inimaginables.
La presente investigación recurre a una metodología cualitativa que recurre a bibliografía y hemerografía científica acerca de la visión del mundo a que obedecen la política exterior de Occidente y Rusia. De este modo, se busca interpretar la invasión de Ucrania tanto desde el punto de vista de los países miembros de la OTAN, como en los términos en que el Gobierno ruso entiende el lugar que debe ocupar su país en el concierto internacional, así como su percepción del acercamiento de Ucrania a Occidente, para lo que también se ha recurrido al estudio de sus declaraciones oficiales, a los análisis de sus asesores y al estudio de la política exterior rusa y occidental. Las fuentes se complementan con artículos en prensa escrita y online e informes de institutos de investigación que ilustran y complementan a libros y artículos académicos. Otra de las fuentes de documentación del artículo es el continuo diálogo de los autores con académicos tanto occidentales como rusos o cercanos a Rusia, mediante contactos directos y a través de la participación o asistencia a jornadas y seminarios sobre la guerra de Ucrania organizados desde ambos ámbitos. Por último, la investigación se fundamenta en estancias en varios los principales países implicados, como Rusia, Ucrania y Estados Unidos, donde a la observación sobre el terreno se ha añadido la participación en foros y eventos académicos sobre el objeto de estudio.
El ámbito temporal del artículo está condicionado por tratar sobre un conflicto armado en curso en el momento de su redacción, y se extiende hasta el 10 de abril de 2025, medio mes después de las conversaciones de paz de Yeda y Riad.
2. Introducción y debate terminológico
Quien mejor expresó la importancia de Ucrania, ya a mediados de la década de 1990, fue Zbigniew Brzezinski, quien sostenía que Rusia con Ucrania es un imperio y, sin Ucrania, solo una potencia regional (). Con ello, definió en gran medida las razones por las que Rusia y Occidente están librando una guerra de facto en este momento, así como el marco en el que lo harían. De esta conflagración depende si Rusia será lo primero o lo segundo, además de dónde se situará la frontera entre los dos bloques en esta etapa de nueva Guerra Fría o de bipolaridad global armada.
La tragedia que se desarrolla en el este de Europa –que, en muchos aspectos, se parece a las guerras civiles de Yugoslavia– ya es objeto de controversia cuando intentamos, sencillamente, nombrarla y definirla. Para Moscú, la acción militar iniciada el 24 de febrero de 2022 se denominó «Operación Militar Especial», creando cierto paralelismo con las diversas operaciones que la OTAN ha llevado a cabo durante los últimos treinta años, llamándolas, por ejemplo, «intervenciones humanitarias», caso de Kosovo o Libia; para Kiev, se trata de una flagrante agresión rusa, discurso que secunda buena parte del mundo occidental; por su parte, quienes intentan permanecer neutrales en relación con esta guerra utilizan palabras como «conflicto» o, simplemente, «guerra».
Desde el punto de vista del derecho internacional, los acontecimientos de febrero de 2022 suponen, sin lugar a duda, una agresión de un país soberano contra otro. Moscú utilizó diversos argumentos intentando legitimar y justificar sus acciones militares, así como razones humanitarias, como la protección física y jurídica de los residentes de identidad rusa, quienes tienen prohibido hablar su propio idioma desde que el gobierno de Kiev aprobó una serie de leyes que suprimieron el uso de la lengua rusa en la educación y en prácticamente ningún ámbito del espacio público. De cualquier modo, el motivo oficial de Rusia para legitimar sus operaciones militares continúa siendo que, después de 2014, en Kiev el poder es ostentado por un régimen neonazi que desea unirse a la OTAN, algo que, en conjunto, conduciría a la discriminación o éxodo de la población rusófona y al envío de tropas y misiles balísticos occidentales a las fronteras rusas. En torno a los objetivos rusos en Ucrania, discursivamente, se señalaron el colapso de su régimen ultranacionalista, la desnazificación del Estado, el desarme del país y, sobre todo, asegurar su futura neutralidad militar (). Otro de los argumentos que esgrime el Kremlin es que, al reconocer a Kosovo en 2008, Occidente derribó el orden y el derecho internacional y que, desde entonces, dio comienzo una lucha a puño limpio por las esferas de interés. Desde esta perspectiva, se esgrime que, si la OTAN pudo actuar en Yugoslavia, un país soberano miembro de la comunidad internacional que no suponía amenaza alguna no ya para los miembros de la Alianza Atlántica, sino para ninguna otra nación, la Federación Rusa también tendría idéntica legitimidad para intervenir del mismo modo en áreas donde sus intereses y su seguridad estén amenazados. Tal razonamiento se ve reforzado desde el punto de vista ruso por el hecho de que Kosovo es un lugar lejano a las fronteras estadounidenses y sin población del país norteamericano residente en él, pero aun así la Casa Blanca entendió que los intereses de Washington en la zona no solo justificaban la intervención militar, sino que incluso el ejército de EEUU construyó su segunda mayor base militar fuera de Estados Unidos en suelo kosovar (). Si aquello se entendió por Occidente como razonable y justificado, Moscú se siente cargado de razones para actuar en un territorio que linda con sus fronteras, está habitado por población de identidad nacional rusa y está en vías de incorporarse a una poderosa alianza militar creada precisamente contra la URSS, cuya obvia heredera es Rusia. Otro paralelismo con el conflicto de Kosovo es que en 1999 la OTAN no solo apoyó, sino que impuso manu militari la escisión de un territorio de Yugoslavia, Estado soberano miembro de la comunidad internacional, cuya independencia fue reconocida inmediatamente tanto por Estados Unidos como por el grueso de los países de la Unión Europea. Además, su aliado sobre el terreno, al que Washington entregó el poder, fue el Ejército de Liberación de Kosovo –grupo que, hasta entonces, figuraba en las listas de grupos terroristas de los Estados Unidos– (). Por todo ello, Occidente perdió su legitimidad para reclamar que la integridad territorial de los Estados –en este caso Ucrania– es sagrada, quedando por tanto muy debilitada su negativa a aceptar la independencia de Crimea y el Donbás.
Otra cuestión en disputa es su fecha de inicio. El mencionado 24 de febrero de 2022 es el día en que el ejército ruso se adentró, en varias direcciones, en territorio ucraniano fuera de aquellas zonas que se separaron con ayuda rusa en 2014 (Crimea y las autoproclamadas repúblicas de Donetsk y Luhansk). Sin embargo, el 18 de marzo de 2014, la Federación Rusa ya se había anexionado formalmente Crimea tras un referéndum, mientras que estaba dispuesta a alcanzar algún acuerdo de asimetría en forma de régimen de autonomía espacial dentro de Ucrania para las otras dos repúblicas. Ahora, Rusia ya ha anexado ambas repúblicas y buena parte de los oblasti de Zaporiyia y Jerson –los cuales reclama íntegramente–. Estos territorios, al igual que Crimea en 2014, han sido incorporados formalmente a la Federación Rusa.
3. Antecedentes. Una caracterización de Ucrania
Tanto la República Socialista Soviética de Ucrania como, posteriormente, la República de Ucrania como Estado independiente entre 1991 y 2014, se caracterizaron por su enorme complejidad. Ya en 1991, contaba con 52 millones de habitantes cuya identidad nacional y composición étnica se presentaba como una cuestión intrincada y controvertida, de modo que la crisis de Crimea lanzó a la palestra el larvado problema territorial ucraniano como aspecto fundamental del conflicto. Crimea era, en tiempos soviéticos, el cuartel general de la Flota del Mar Negro, pasando a formar parte de la RSS de Ucrania en 1954 por decisión del secretario general del PCUS Nikita Jrushchov, precisamente de origen ucraniano, y quienes justificaron tal decisión arguyeron que esta favorecería el equilibrio en la composición interna del país. Por otro lado, las áreas occidentales –las zonas en torno a Leópolis y Galitzia–, que alguna vez estuvieron vinculadas a la Mancomunidad polaco-lituana y, posteriormente, a la monarquía de los Habsburgo, a día de hoy, han desarrollado una fuerte identidad proccidental y rusófoba (). Además, la población de este espacio cuenta con importantes contingentes católicos y uniatas – para el caso ucraniano, miembros de la Iglesia greco-católica– que, durante las décadas de 1920 y 1930, contribuyeron enormemente –aunque no únicamente– al desarrollo de la identidad nacional ucraniana. Es más, miembros de la Iglesia greco-católica ucraniana –varios de ellos hijos de sacerdotes– acabaron liderando la Organización de Nacionalistas Ucranianos, un movimiento ultranacionalista y de extrema derecha que, tras el inicio de la Operación Barbarroja, se constituyó en la fuerza colaboracionista del III Reich en Ucrania. Uno de sus miembros y cabecillas de mayor trascendencia fue Stepan Bandera que, ciertamente, era hijo de un sacerdote greco-católico, al igual que otros líderes de la Organización de Nacionalistas Ucranianos, como Stetsko, Lenkavskii o Matvieiiko. Sin embargo, y tal como afirma Rossolinski-Liebe, la relación entre la Organización de Nacionalistas Ucranianos y la Iglesia greco-católica es más compleja, a lo que hay que sumar el hecho de que, durante el Periodo de Entreguerras, una parte contundente de la inteligentsia ucraniana profesaban este credo católico oriental o precedían de familias uniatas ().
En la zona oriental, sin embargo, ha existido una población rusófona que ha considerado Ucrania como un país muy cercano a Rusia y, prácticamente, parte de ella en cuanto a lo histórico, cultural y lingüístico. Esta zona tiene a Jarkov como principal núcleo de población –que, además, es la segunda ciudad más poblada de Ucrania tras Kiev–. Sin embargo, buena parte de los territorios centrales, incluida Kiev, tiene una identidad dual fluctuante, no definida con precisión: sus moradores hablaban principalmente ruso y se veían a sí mismos como parte de una cultura más amplia, aunque no completamente rusa, y la mayor parte de ellos acude a la Iglesia ortodoxa ucraniana, que formaba parte del Patriarcado de Moscú, es decir, de la Iglesia ortodoxa rusa ().
3.1. Lengua, etnia y religión: el juego de identidades en Ucrania
Con la salida de Crimea y la escisión de las regiones orientales de Ucrania, así como con la política cultural e identitaria de Kiev implantada tras 2014, se quebró la compleja y equilibrada estructura de convivencia étnica del país. Para 2022, con la anexión rusa de las repúblicas autoproclamadas como independientes y las zonas ocupadas, en los territorios que, de facto, quedaron bajo dominio de Kiev se inició una fuerte política de uniformización de la identidad nacional ucraniana que, hasta entonces, había estado marcada por una notable fluidez entre los distintos aspectos –etnia, lengua, religión, lugar de procedencia, etc.– que podían inferir en la realidad de los habitantes del país.
Además, la complejidad de los acontecimientos y las cuestiones de identidad se han manifestado en fenómenos como la aparición de controvertidas formaciones ultraderechistas y neonazis ucranianas, como Pravy Sektor y Svoboda, entre los que también hay miembros de la comunidad rusa en el país y, a menudo, rusos de la propia Federación Rusa que perciben al régimen de Vladimir Putin como una continuación del comunismo soviético ().
Por otra parte, incluso antes de la polémica participación de batallones ultraderechistas y neonazis en las acciones bélicas, las formaciones políticas de las que derivan estas organizaciones paramilitares ya habían protagonizado numerosos disturbios en 2014 al calor del Maidán. Ejemplo de ello fue la quema de la Casa de los Sindicatos en Odesa, donde dispararon e incendiaron el edificio, causando decenas de muertos y cientos de heridos (). Asimismo, esta identificación de Rusia como depositaria principal –sino única– del legado soviético no solo atraviesa las concepciones de la ultraderecha ucraniana, sino también del propio gobierno de Kiev que, desde 2014, ha ido ilegalizando agrupaciones rusófilas opuestas a la Unión Europea (), entre ellas, el Partido Comunista de Ucrania (). Este fenómeno, sin duda, allanó el camino –al menos parcialmente– para las distintas organizaciones de ultraderecha y neonazis del país, así como para la extensión del discurso ultranacionalista e identitario que impera a día de hoy en Ucrania y amenaza cualquier ideal y práctica democrática de corte occidental que pueda implantarse en el país ()
Otro ámbito que refleja la complejidad del escenario ucraniano es el eclesiástico y religioso. Tras el estallido de los acontecimientos del Maidán, el conflicto entre la Iglesia ortodoxa rusa y el Patriarcado Ecuménico de Constantinopla se acrecentó, siendo patriarca ecuménico Bartolomé, de convicciones proccidentales y filoestadounidenses. Así, en 2018, el Patriarcado Ecuménico de Constantinopla proclamó la autocefalia de la Iglesia ortodoxa ucraniana, lo que permitió al gobierno de Kiev promulgar una ley que prohibía la actividad de la Iglesia ortodoxa rusa en territorio ucraniano.
En este orden de cosas, hay que mencionar el caso de Mariupol –que, junto a Bakhmut, vivió una de las batallas más sangrientas–, donde, tradicionalmente, ha existido un sector de población griega que mantiene sus ritos y organización religiosa. También destaca Uzhgorod en este aspecto, donde la población húngara es dominante y se afirma que es la única zona del país que el ejército ruso no ha bombardeado a causa del supuesto acuerdo entre Orban y Putin ().
Por su parte, el componente judío resulta muy relevante en la construcción de la identidad ucraniana moderna. El mismo presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, es judío, así como también lo son algunos de los financiadores más importantes de organizaciones militares radicales, caso de Igor Kolomoiski (). Por ejemplo, la ciudad portuaria de Odesa solía tener una importante comunidad judía dedicada al comercio. La presencia de notables contingentes judíos en territorio ucraniano ha facilitado que las relaciones entre el Estado de Israel y la República de Ucrania sean muy estrechas, lo que en varias ocasiones desembocó en acusaciones directas y amenazas por parte de Rusia hacia Israel. Sin embargo, curiosamente, ciertos negocios y otros canales de comunicación entre Kiev y Moscú se mantienen a pesar de la guerra gracias, en gran medida, a la actividad de comunidades y organizaciones judías como Chabad Lyubovich ().
3.2. Dos narrativas antónimas: las perspectivas ucraniana y rusa en torno a qué es Ucrania
Las dos narrativas principales en torno a la identidad ucraniana que se han podido escuchar durante la guerra son dos: la de Kiev y la de Moscú. En cuanto a la primera, afirma que los ucranianos han sido víctimas de la opresión rusa, que el Estado ruso les arrebató la referencia identitaria de la Rus de Kiev –el primer Estado de la zona en convertirse al cristianismo en el siglo X–, dotando así a los «moscovitas» (Moskalji) de una identidad distinta al sustrato de fuerte influencia asiática que poseía su Estado. Siglos más tarde, Rusia iniciaría su expansión imperial, oprimiendo al pueblo ucraniano desde mediados del siglo XIX. Sería el colapso de la URSS lo que permitiría finalmente a los ucranianos disfrutar de un Estado independiente al que, sin embargo, los rusos siguieron chantajeando y explotando. En este sentido, resulta llamativo que, tras tres décadas de independencia, la mayoría de la población del país usaba con más frecuencia el idioma ruso, a diferencia del ucraniano que, ahora, muchos están empezando a aprender. De hecho, el propio presidente Zelenski decidió estudiar ucraniano con objeto de usarlo correctamente en público solo desde su campaña presidencial en 2019. Asimismo, la entrega a Rusia del arsenal nuclear soviético ubicado en Ucrania tras la disolución de la URSS se les achaca a los anteriores líderes del país como uno de sus más graves errores ().
En cuanto a la narrativa rusa, defiende que, en realidad, la mayoría de los habitantes de Ucrania son étnicamente rusos y que el mismo nombre del país lo señala etimológicamente como «la parte exterior de algo», entiéndase, del espacio ruso, no siendo por tanto Ucrania una entidad distinguida de la rusa y separada de ella. Afirman, a su vez, que primero los polacos y luego la monarquía de los Habsburgo comenzaron a desarrollar la lengua e identidad ucraniana como iconos de una nacionalidad supuestamente separada para debilitar a Rusia y crear una nación artificial opuesta a ella. Putin incluso ha afirmado en varias ocasiones que Ucrania ni siquiera existía hasta 1922, siendo un invento de Lenin al diseñar el mapa administrativo de la URSS. Tal construcción nacional habría evolucionado, según la narrativa rusa, hacia los movimientos de Stepan Bandera, la colaboración con el nacionalsocialismo durante la Segunda Guerra Mundial y los movimientos neonazis actuales, tales como el Batallón Azov, Praviy Sektor (trad. «Sector Derecho»), etc. De esta forma, la «Operación Militar Especial» comenzaría con un llamado al pueblo de Ucrania a derrocar el régimen nazi y aceptar el regreso a la alianza con los rusos. Esta intentona sería un fracaso y la misma población de Jarkov, de habla rusa, presentaría una fuerte resistencia a la intervención militar ordenada por Vladimir Putin.
En el fondo de estos discursos subyace la aspiración rusa de ser una gran potencia, omnipresente en la lógica y las narrativas de los principales asesores e ideólogos del Kremlin, quienes también presentan a Ucrania como una cuestión existencial para Rusia (; ; ; ). Ciertamente, el mapa mental de los líderes rusos ha evolucionado desde finales del siglo XX hasta consolidarse en la actualidad como un marco de referencia estable en la definición de su política exterior. Por esta razón puede observarse la transición desde una perspectiva en la que Rusia era contemplada como parte de una posible Gran Europa, a otra en la que Rusia es vista como un polo de poder en Eurasia coaligado con otras potencias regionales como China e India (; ).
Esta iniciativa contribuyó a concretar este mapa mental según el cual Rusia constituye una civilización en sí misma, diferente de Oriente y Occidente, con su propia trayectoria histórica y su propio espacio que se extiende a lo largo de Eurasia (; ; ; ; ). De este modo, Rusia ha centrado sus esfuerzos diplomáticos y propagandísticos en recuperar un prestigio internacional que le otorgue el reconocimiento de su estatus como polo de poder con capacidad para participar en las grandes decisiones políticas mundiales (; y ), el acercamiento de Ucrania a Occidente ha sido interpretado a través de dicho mapa mental, de forma que la política exterior ucraniana ha sido considerada una amenaza para la posición internacional de Rusia y, especialmente, para su proyecto de Gran Eurasia.
4. La guerra de Ucrania, ¿conflicto regional o guerra proxy en el marco de una «nueva Guerra Fría»?
4.1. Génesis del conflicto en Ucrania: el papel de Occidente y el Protocolo de Minsk (2014)
En cualquier caso, podemos convenir que, tras el violento cambio de gobierno en Kiev y la secesión de facto de los territorios de Crimea, Donetsk y Luhansk en 2014 es cuando dio comienzo realmente al conflicto bélico en Ucrania. Un año antes, en 2013, el presidente Viktor Yanukovich, ante la inminente bancarrota y entrada en recesión de la economía nacional, decidió posponer momentáneamente la posibilidad de un acercamiento más estrecho con la Unión Europea, ya que la oferta crediticia y comercial de Rusia ofrecía unas condiciones mucho más ventajosas para Ucrania. De hecho, el Kremlin anunció la concesión a Kiev de un crédito de 15 000 millones de dólares y la compra de bonos del Estado tras fracasar las negociaciones de Ucrania con el Fondo Monetario Internacional y la Unión Europea. Además, Putin sorprendió a todos al anunciar una rebaja de más de un 30% del precio del gas que Rusia exportaba a Ucrania (). Aquella decisión, razonable y tomada por Yanukovich dentro de sus competencias constitucionales, sería el elemento catalizador de la cascada de problemas que han caracterizado desde entonces el devenir del país. Tan solo dos meses después sería derrocado por el levantamiento del Euromaidán, entendido por Rusia como un golpe de Estado, mientras era renombrado por las autoridades entrantes y los medios occidentales como revolución democrática, tras lo que se iniciaron una serie de conflictos internos (). Sin embargo, la guerra se detuvo, principalmente, gracias a las acciones de Angela Merkel y François Hollande, quienes auspiciaron el proceso de negociaciones de Minsk en 2014 para tratar de resolver el conflicto y alcanzar un futuro acuerdo de paz para Ucrania. No obstante, en 2022 la canciller alemana afirmó que, en realidad, aquellas negociaciones habían sido solo una forma de ganar tiempo y que Occidente había estado aprovechando la tregua de facto para armar y preparar al ejército ucraniano para la guerra (). De hecho, pese a los años transcurridos entre la firma del Protocolo de Minsk y la crisis de 2022 estuvieron marcados por la guerra de baja intensidad librada en la frontera de las repúblicas autoproclamadas y en otras zonas de Ucrania ().
Más allá del papel de la Unión Europea en la sucesión de acontecimientos que estalló en 2014, el Pentágono y varias agencias estadounidenses han estado presentes en Ucrania de diversas maneras y han dedicado importantes recursos a la organización y preparación del ejército ucraniano para la guerra (; ; ). De hecho, sus fuerzas armadas, efectivamente, pasaron de unas condiciones de extrema precariedad material en 2014 a convertirse en un ejército moderno perfectamente equipado ya en 2022 (). Todo ello en un ambiente de exaltación patriótica y de culto a las armas y el militarismo que inundaba los medios y que también se plasmaba en todo tipo de propaganda muy presente en los espacios públicos del país. De hecho, resultó llamativo el que se introdujeran oficiales con cargos similares a los antaño comisarios políticos y jefes de oficinas de reclutamiento de la época soviética, cuyo cometido es cuidar la moral y la ideología de los combatientes. En la guerra de Ucrania, a la vez que desempeñan su labor de modo rayano en el fanatismo, se han mostrado como uno de los sectores más corruptos del sistema militar ucraniano (). Además, Hunter Biden, hijo del entonces vicepresidente estadounidense Joe Biden, participó personalmente en diversos negocios y actividades en la Ucrania de Yanukovich (Lizarralde, 2019; Seisdedos, 2022), que su padre pareció perpetuar con su compromiso con Zelenski ().
4.2. Estados Unidos, Rusia y Europa ante la nueva Guerra Fría o bipolaridad global armada
Y aquí llegamos, quizá, a la perspectiva más relevante para analizar las causas y posibles consecuencias de esta guerra; ¿es un conflicto regional o la primera guerra indirecta (proxy war) en la nueva Guerra Fría que parece comenzar?
Hay que recordar también que, al inicio de su mandato, el presidente Joe Biden fundó una nueva coalición: AUKUS. Esta, de clara esencia antichina, está formada por Estados Unidos, Reino Unido y Australia, la cual, por su posición geográfica, juega un papel muy importante en los objetivos de la alianza. A esto hay que añadir la declaración de Niall Ferguson, uno de los principales historiadores de la actualidad, biógrafo oficial del Rothschild y Kissinger, quien afirmó lo siguiente en una reunión en Londres en octubre de 2023: “Debido al enorme poder económico de China, la coalición de China, Rusia, Irán y Corea del Norte es más peligrosa para el mundo occidental libre que la coalición de Hitler de los años 1930” (). Todo esto tiene que ver con el hecho de que Estados Unidos en primer lugar, pero también Occidente en general, parecen estar preparándose para una seria confrontación geopolítica e, incluso, militar con esta coalición emergente cuya máxima expresión institucionalizada es el espacio BRICS. Siguiendo tal razonamiento, el conflicto en Ucrania sería la primera proxy war de este nuevo conflicto (; ; ; ). Mientras tanto, en otras partes del mundo, véase Oriente Medio o África, concretamente el Sahel, los conflictos preexistentes o los nuevos, en los que están implicadas distintas coaliciones globales, van tomando estas características.
En este marco conceptual de proxy wars enmarcadas en un gran conflicto de escala mundial, la guerra de Ucrania es asimilada en Rusia a la decisión que tomó Iosif Stalin en 1939 de hacerse con buena parte de Polonia, moviendo la frontera hacia el oeste, creando así una buffer zone que hiciera más difícil la invasión que las tropas del Tercer Reich terminarían llevando a cabo en 1941. Asimismo, ven a la OTAN como una continuación o nueva muestra del ímpetu de agresión occidental hacia Rusia. Este fenómeno, en la narrativa nacionalista rusa, se habría iniciado con las Cruzadas bálticas y la invasión por parte de la Orden teutónica de territorio eslavo , a la que habría que añadir la dramática ofensiva protagonizada por las tropas napoleónicas en 1812, y que reeditaría Hitler en 1941 con la Operación Barbarroja, causando esta última alrededor de 26 millones de muertos soviéticos. Todas estas aventuras militares compartían la misma idea: cercar, derrotar, y potencialmente ocupar y dividir Rusia. De esta forma, para Rusia el conflicto ucraniano se trata de un episodio más de esta serie de guerras defensivas contra Occidente, al concebir a Ucrania como una potencial extensión vicaria del brazo militar de la OTAN ().
Cada vez parece más evidente que el orden internacional se está precipitando hacia una nueva Guerra Fría. En Rusia, prácticamente todos los miembros de las élites académicas, de seguridad, financieras y políticas, han terminado por renunciar a la posibilidad de alcanzar algún tipo de compromiso o modus vivendi con los países occidentales y, sobre todo, con Estados Unidos y Reino Unido. Incluso después de 2014, dichos sectores esperaban una solución en la que se aceptara la separación de Crimea, mientras que confiaban en que se encontraría una forma de resolver el estatus de las otras regiones. Esta filosofía –tibiamente expresada en los Acuerdos de Minsk– implicaba que Kiev se comprometiera oficialmente a conceder cierta autonomía dentro de Ucrania a las regiones del Dombás, que el país mantuviera un estatus de neutralidad y que no se uniera a ninguna alianza militar, especialmente a la OTAN.
No obstante, se fue produciendo un giro en el que los miembros más radicales de las élites rusas llegaron a la conclusión de que la convivencia amistosa con Occidente era imposible, siendo por tanto necesario prepararse para una nueva Guerra Fría. La clave para comprender tal determinación es la expansión de la OTAN, que ha llegado a las fronteras occidentales de Rusia y que, en su opinión, es una amenaza directa a la supervivencia no solo de la influencia rusa en la región, sino también de la propia Rusia. En el país ya se ha experimentado una transformación completa de la economía, que incluye, entre otras cuestiones, la conquista de la soberanía tecnológica en una serie de áreas, el aprendizaje de la experiencia de otros países sancionados como Irán y la cooperación económica y el cambio de orientación geopolítica, centrándose en Asia, África y Latinoamérica (). En lo que respecta a Moscú, parece entender que la mencionada nueva Guerra Fría ya ha comenzado y que existen tensiones muy serias que podrían escalar hasta convertirse en un conflicto de alcance global.
De cualquier modo, el nuevo orden internacional que parece conformarse no solo recuerda a la Guerra Fría, conflicto que, al fin y al cabo, terminó sin un enfrentamiento directo entre las dos superpotencias contendientes, sino también al complejo periodo que precedió a las dos guerras mundiales. Y es que la lógica que se ha ido imponiendo desde febrero de 2022 de que la única forma de garantizar la seguridad internacional es una escalada militar, recuerda inevitablemente a la Paz Armada, periodo que precede a la Primera Guerra Mundial en materia de relaciones internacionales e historia militar. En él, las potencias y sus aliados resolvieron que cuanto más aumentaran sus tropas y arsenales, más seguros estarían, así como que el agruparse en dos grandes bloques poco menos que garantizaba la estabilidad, pues un conflicto entre dos Estados arrastraría indefectiblemente al resto a una guerra de unas proporciones impensables y que no beneficiarían a nadie.
Volviendo a la cuestión, tanto la revitalización de la OTAN durante el mandato de Joe Biden como la posterior urgencia de armar una defensa autónoma europea ante el distanciamiento de la administración Trump del compromiso estadounidense con la Alianza Atlántica, han disparado los discursos belicistas y alarmistas sobre una nueva guerra en Europa –que bien podría derivar en una Tercera Guerra Mundial–. Así lo han reflejado los medios de comunicación –por ejemplo, el 3 de marzo de 2024, el titular de portada de El País proclamaba un perturbador “Europa se prepara ya para un escenario de guerra”–, que se han ido haciendo eco del auge sin precedentes que está experimentando el gasto militar mundial (), pese a que las arcas públicas de los Estados parecían exhaustas tras la crisis económica de 2008 y la causada por la epidemia del COVID-19. Según los datos de un estudio del SIPRI de marzo de 2025, el presente escenario armamentístico mundial continúa dominado por EEUU, cuyas empresas aumentaron su participación en las exportaciones mundiales de armas hasta el 43% entre 2020 y 2024, desde el 35% del período 2015-2019. Llama la atención en el informe el hecho de que Ucrania fuera en el mayor importador de armas del mundo. Además, la guerra ha subrayado la dependencia de Europa de las armas estadounidenses, pues EEUU suministró más del 50% de las importaciones de armas de Europa entre 2020 y 2024, aunque la OTAN, base de la estrategia de seguridad de Europa desde la Segunda Guerra Mundial, está siendo cada vez más cuestionada (). Este es el contexto en que la Comisión Europea anunció el 4 de marzo de 2025 el plan Rearmar Europa, que contempla elevar a 800 000 millones de euros el gasto comunitario en defensa. El plan se considera tan prioritario que, para su ejecución, se ofrece a los Estados miembros recibir créditos blandos e, incluso, se les permite incumplir su techo de déficit.
De este modo, el status quo que se está consolidando, con dos grandes bloques enfrentados –China-Rusia y Estados Unidos-Unión Europea, más allá de sus desacuerdos puntuales, y sus respectivos aliados– bien podría definirse como de «bipolaridad global armada» (; ). En realidad, como bien advirtió Noam Chomsky en su obra Towards a New Cold War (2003), desde mediados de la década de 1990 ha habido discursos académicos y políticos que han ido diseminando en Occidente una narrativa sobre cómo se ciernen sobre él temibles amenazas y conflictos que hay que conjugar con un rearme preventivo. Es el caso del paradigma del choque de civilizaciones de Samuel Huntington, o de las argumentaciones de think tanks tan influyentes como el European Council on Foreign Relations, The Atlantic, Project for a New American Century, el Center for Strategic and International Studies, el German Marshall Foundation y el DGAP. Todo ello ocurre en un momento en el que el papel de la ONU como foro universal para el diálogo y la gestión diplomática de los conflictos se ha mostrado absolutamente irrelevante. Sin duda, la pérdida, de facto, de las Naciones Unidas de su estatus como agente de mediación y garante del derecho hace aún más peligrosa la dinámica de enfrentamiento global en que nos hallamos.
Por último, surge también un enorme problema en lo que se refiere a cuánto pierde Europa con una interrupción tan súbita y violenta de sus relaciones con Rusia. Hemos mencionado las fuentes de energía y otras materias primas, pero también está la cuestión de los cereales panificables y, sobre todo, del mercado ruso que, poco a poco, está siendo acaparado por proveedores chinos y de otros países. Todo esto va acompañado de una ola de cancelación de la cultura rusa, con situaciones como el ostracismo de escritores y compositores, el rechazo de obras literarias, la censura a medios de comunicación –siendo RT el más llamativo–, a académicos, etc. (), lo que supone una enorme pérdida de capital cultural.
4.3. Consecuencias del conflicto entre 2022 y 2025
Esta es la guerra de mayores dimensiones habida en territorio europeo desde la Segunda Guerra Mundial. Las estimaciones de muertos en ambos bandos durante estos más de tres años superan el millón de personas. Solo las batallas de Mariupol y Bakhmut se cobraron la vida de decenas de miles de seres humanos. Además, conforme nos acercamos a la línea de frente, los territorios que esta atraviesa padecen una enorme destrucción material, con localidades completamente arrasadas y una amenaza constante de incidente nuclear debido a la presencia de varias centrales cerca de los campos de batalla. A todo esto, se podría sumar la progresiva degradación, furto de los combates y de las acciones militares, de la infraestructura hidráulica sobre el río Dniéper, que ya ha causado varias inundaciones de localidades adyacentes.
Ciertamente, de no haber mediado un nuevo impulso de ayuda militar exterior a Ucrania, su situación amenazaba con tornarse desesperada, pues no solo se ha ido incrementando la presión militar rusa sobre los oblasti ucranianos que atraviesa el frente de batalla, sino que, además, Rusia no ha renunciado a objetivos maximalistas, como es el caso de una hipotética ocupación de la ciudad portuaria de Odesa y el territorio circundante. Si esta se lograra, la Federación Rusa poseería un territorio ocupado continuo que iría desde su frontera sudoccidental hasta el territorio de Transnistria –abiertamente prorruso y muy cercano a Moscú–, dejando a Ucrania sin salida al mar.
Por otra parte, Ucrania ya ha sufrido enormes daños a causa de esta guerra y cada vez es menos descabellada la tesis de su utilización como «como carne de cañón» por parte de Estados Unidos y sus aliados europeos con diversos objetivos: medir la capacidad real del aparentemente temible ejército ruso tras sus éxitos en Chechenia, Georgia, Siria y Crimea; erosionar la economía y la estabilidad del régimen de Putin sin tener que confrontarlo directamente ni sufrir bajas directas; y, finalmente, justificar no solo la discutida continuidad de una OTAN considerada en «estado de muerte cerebral» por Emmanuel Macron en noviembre de 2019, sino su revitalización e, incluso, ampliación con la incorporación de Finlandia y Suecia, algo que sucedería en 2023 y 2024, respectivamente (). Además, da la impresión de que, pese a los discursos de apoyo incondicional a Ucrania de los países occidentales, estos han ayudado militar y económicamente a Ucrania lo bastante como para desgastar al ejército ruso y a su gobierno, pero no lo suficiente como para darle oportunidades reales de victoria ni para traspasar ninguna línea roja que les pueda hacer pasar a un nivel mayor de confrontación con Rusia. De hecho, el volumen de las contribuciones de la Unión Europea y Estados Unidos ha ido menguando con el paso del tiempo, dejando a Ucrania en una posición de creciente debilidad en el conflicto después de confiar en el compromiso de sus poderosos patrocinadores occidentales, pagando un alto precio económico, demográfico y de destrucción material. El tiempo iría confirmando el hecho de que en la guerra de Ucrania pesa más el factor proxy que el de uno de los contendientes directamente implicados: Ucrania (). De hecho, da la impresión de que aunque en las mesas de negociaciones haya representantes oficiales de Ucrania, su papel está siendo completamente marginal, siendo únicamente decisivos EEUU, Rusia y en menor medida una UE que se esfuerza por evitar el humillante ostracismo en que la situó Donald Trump al inicio de los diálogos por la paz auspiciados por el mandatario estadounidense.
Ciertamente, el presidente norteamericano se convirtió en el gran protagonista diplomático del conflicto en cuanto tomó posesión de su cargo. No en vano, una de sus promesas electorales en 2024 fue precisamente terminar la guerra de Ucrania en 24 horas. Una vez instalado en la Casa Blanca, Trump mantuvo una cordial conversación con Vladimir Putin que definió como larga y muy productiva, mientras propuso unas condiciones para la paz a Zelenski que éste definió como inaceptables por obligarle a ceder parte de su territorio a Rusia y por situar a su país en una situación de vasallaje respecto a Washington. Aun así, Zelenski las terminaría aceptando, desplazándose a Washington el 1 de marzo de 2025 para firmar un acuerdo de derechos de explotación de tierras raras ucranianas en beneficio de EEUU. Zelenski sería entonces humillado públicamente en un infame encuentro televisado en directo desde el despacho oval, tras lo que se negó a firmar el acuerdo. Cuatro días más tarde, Trump ordenó cesar la ayuda en armas, logística e inteligencia a Ucrania. Pese al apoyo explícito de la UE y Gran Bretaña al esfuerzo de guerra de Ucrania, la extrema dependencia exterior del país eslavo quedaría crudamente al descubierto: en tan solo cuatro días Zelenski solicitó una tregua a Putin y aceptó regresar a Washington, firmar los acuerdos que se había negado a rubricar y declaró estar “dispuesto a trabajar bajo el fuerte liderazgo del presidente Trump por una paz duradera”. Mientras, las tropas rusas avanzaban sin cesar en Kursk imponiéndose a las fuerzas ucranianas defensoras (). El 11, el 23 y el 24 de marzo de 2025, Yeda y Riad albergarían unas negociaciones de paz, aunque en mesas separadas, entre Washington, Kiev y Moscú. Si bien se acordó un alto el fuego en el Mar Negro, el cese de los ataques contra infraestructuras energéticas y se abrió la posibilidad de que terceros países supervisaran los acuerdos, lo cierto es que las hostilidades sobre el terreno continuarían prácticamente inalteradas tras aquellas conversaciones mantenidas en Arabia Saudí. De hecho, tras aquellas semanas de renovado protagonismo mediático, el conflicto de Ucrania se vería totalmente opacado por la guerra de los aranceles iniciada por Donald Trump.
Continuaba así una guerra de desgaste en los frentes donde la situación de Ucrania, mucho más pequeña y empobrecida que Rusia, a la vez que mucho menos poblada que su adversaria, es desventajosa y empieza a rozar lo desesperado, pues sólo el apoyo estadounidense y europeo le han permitido aguantar el pulso de la guerra a Rusia, a la vez que pagaba un precio incalculable en forma de muertes, destrucción material, sufrimiento, endeudamiento y una crisis demográfica que va a condicionar enormemente su futuro. La cuestión del número de habitantes que en la actualidad está bajo control del gobierno de Kiev es un secreto militar en Ucrania, pero un informe de la ONU de octubre de 2024 sostenía que el país había perdido al menos 8 millones de habitantes desde febrero de 2022, si bien algunos institutos estadounidenses creen que no quedan más de veinte millones de personas en el país (; ). Además, la inmensa mayoría de quienes han abandonado Ucrania son mujeres en edad fértil y niños. Las experiencias de la antigua Yugoslavia u otras antiguas zonas de guerra demuestran que la mayoría nunca volverán a sus antiguos hogares y se integrarán en los Estados que los acogen. Un dato particular a este respecto es que, si bien un gran número de refugiados ha acabado en Occidente –entiéndase, territorio de la Unión Europea–, según estimaciones de junio de 2023, el país que, para esa fecha, había recibido mayor cantidad de ellos, alrededor de 1,2 millones, era la Federación Rusa ().
Muchos de los que permanecen en el país han construido su identidad ucraniana recientemente, siendo este el único beneficio que les puede reportar la guerra: la potencial homogeneización de la población por medio de una identidad nacional férrea, bien definida y atravesada por un fuerte sentimiento antirruso. En Rusia, en cambio, se observa con satisfacción que en las zonas que ha ocupado y anexionado la mayoría de la población ha permanecido allí, tienen empleo, salarios y pensiones más altos que antaño, así como ausencia de protestas sociales o incidentes destacables. Ciertamente, el estallido y desarrollo de la guerra cada vez va haciendo más probable la pérdida de prácticamente, la mitad de su territorio respecto a enero de 2014.
Por otro lado, parece que la propia Rusia, durante los últimos diez años, ha visto cambios bastante beneficiosos para el país en comparación con su estado anterior. En 2014, Rusia era un importante importador de trigo y, a día de hoy, es uno de los mayores productores y exportadores del mundo. Se estima que con las conquistas practicadas en Ucrania se podría llegar a controlar un tercio del total del trigo producido a nivel global, del que depende un gran número de habitantes en varios continentes. Ciertamente, las sanciones ayudaron a impulsar la agricultura, los avances tecnológicos y, en definitiva, la reorientación completa en términos de economía –que ha experimentado un crecimiento sostenido– y mercado (; ; ). Sin embargo, los rusos ven el mayor beneficio de esta reorganización del país en que ha dado lugar a una suerte de renovación moral y nacional. Si todo esto se pone en el contexto de la creencia de que les espera una nueva confrontación con Occidente, se puede comprender por qué este proceso es más importante para ellos que la misma duración de la guerra.
4.4. Innovaciones en el arte de la guerra
En términos de táctica y tecnología, esta guerra ha traído algunas innovaciones que no se habían visto antes en territorio europeo. Mientras que en Oriente Medio se fueron introduciendo lentamente drones para observación y, luego, para ataques individuales, y en Siria su uso fue algo más frecuente, sería el estallido de las tensiones en Nagorno-Karabaj entre Azerbaiyán y Armenia en el otoño de 2020 lo que provocó la utilización masiva, eficaz y decisiva de drones guiados y robótica semiautónoma (; ). Gracias a estos drones, de origen turco e israelí, Azerbaiyán pudo finalmente eliminar a la infantería armenia y tomar el control de zonas que, antes, eran inexpugnables.
La guerra en Ucrania trajo consigo el uso diario y masivo de drones en ambos bandos y su integración en el sistema militar general. Por su parte, los ucranianos han implementado la utilización de drones submarinos para acometer varios ataques masivos contra barcos rusos en el Mar Negro. En consecuencia, la importancia de esta nueva arma obliga a ambas partes, así como a todos los que siguen su estela, a desarrollar nuevos sistemas de defensa antiaérea y, especialmente, anti-drones. Así, los rusos han probado el misil hipersónico Kinzhal y, en general, se está probando y utilizando nuevo armamento de carácter específico ().
Otro fenómeno importante es el uso de unidades paramilitares y mercenarias especializadas. El grupo ruso Wagner, encabezado hasta el verano de 2023 por el controvertido empresario Yevgeni Prigozhin, ya había tenido un papel protagonista en áreas de conflicto de África –donde siguen muy activos– y Oriente Medio. No obstante, en la guerra de Ucrania alcanzó un estatus casi mítico, presentándose como unidades decididas, poderosas y mucho más efectivas que el ejército regular ruso. Fueron sobre todo utilizados en las batallas más sangrientas de la guerra, esto es, Mariupol y Bakhmut. Una gran parte de sus reclutas eran presidiarios a los que se les ofreció cambiar la cárcel por el frente con un salario importante y una reducción de sus penas. No es de extrañar que Prigozhin gozara de una enorme popularidad incluso en Ucrania, ya que su conflicto con el ejército regular, percibido como un legado comunista soviético, fue visto como un importante enfrentamiento ideológico y de valores, sublimado en la llamada «Marcha de la Justicia» del 23 al 24 de junio de 2023, rebelión cuyo fracaso precipitó la caída –y posterior muerte– de Prigozhin, así como el sometimiento de Wagner al Estado Mayor ruso.
Por supuesto, el recurso a tropas mercenarias no es una particularidad rusa en la guerra contemporánea, puesto que, en primer lugar, fueron los estadounidenses los que enviaron mercenarios profesionales en sus misiones por todo el mundo, a menudo dirigidos por oficiales retirados de su propio ejército. En el territorio de la antigua Yugoslavia también se utilizaron fuerzas mercenarias: del lado serbio, destacó poderosamente la Guardia Voluntaria Serbia de Željko Ražnatović, apodado «Arkan», que, posteriormente, sería renombrada como Unidad de Operaciones Especiales y transferida a la policía regular; del lado croata, lucharon miembros de la empresa privada estadounidense MPRI. Más tarde, la empresa de mercenarios estadounidense Blackwater, fundada en 1996, obtendría una gran atención mediática a raíz de su papel en la ocupación norteamericana de Irak a partir de 2003. Blackwater continuaría trabajando para el gobierno federal estadounidense bajo distintas denominaciones: Xe Services, Academi y la actual, Constellis Holdings, creada en 2014. En este marco, para las Fuerzas Armadas rusas y su Estado Mayor la utilización de contingentes mercenarios fue algo viable hasta su rebelión en los últimos días de junio de 2023. Hasta esta fecha, dichas unidades y cuerpos militares proponían, en determinados aspectos, notables ventajas con respecto al ejército regular: su carácter voluntario, de forma que sus efectivos no provienen de un ejército de leva articulado a través del servicio militar obligatorio; un gasto menor, pues, al estar contratados por la administración del país, su funcionamiento dependía de presupuestos propios y no del presupuesto en defensa ruso; y, finalmente, las bajas de Wagner no serían percibidas por la población como las sufridas por soldados regulares, reclutas y reservistas ().
Por último, cabe mencionar las impactantes innovaciones en inteligencia artificial que están siendo ensayadas de forma nunca vista en la guerra de Ucrania. Numerosas corporaciones occidentales se han comprometido a ayudar a Ucrania, proporcionando hardware de internet, herramientas de ciberseguridad y otro tipo de apoyo. Por ejemplo, la empresa estadounidense de reconocimiento facial Clearview ha ofrecido gratuitamente al gobierno de Kiev su software, capaz de identificar con exactitud a cualquier persona a partir de una imagen de su rostro, gracias a los billones de fotografías disponibles en su base de datos y a su capacidad de enlazar a páginas que revelan el nombre, la ciudad natal, la dirección y el perfil en redes sociales del individuo. De este modo, Clearview permite identificar y potencialmente procesar judicialmente a todos los militares rusos que participan en la invasión gracias a su acceso a las fotografías que se realizan continuamente vía satélite, así como a identificar y ubicar a niños ucranianos abducidos que ahora viven en Rusia (). Además, su base de datos ayuda a Ucrania a determinar la identidad de los muertos más fácilmente que mediante la coincidencia de huellas dactilares y funciona incluso si hay daño facial, lo que, unido a los a mencionados datos que aporta sobre la vida personal de los individuos, le ha permitido utilizar Clearview para enviar fotos de soldados rusos fallecidos y, a veces, mutilados en el campo de batalla a sus familiares como arma de guerra para causar un efecto desmoralizador en el enemigo (). Por ello, no es de extrañar que el grueso de las tropas rusas haya optado por usar máscaras permanentemente, incluso en los tórridos meses de verano.
4.5. Posibles salidas al conflicto en la actualidad
En cuanto al resultado real del conflicto, uno de los escenarios que se mencionan es que este termine de la misma forma que se resolvió la guerra de Corea (1950-1953), es decir, que en algún momento se trace una frontera relativamente clara, junto con un cierto apaciguamiento y negociaciones, primero secretas y después públicas entre ambas partes en las que se dilucidarán los detalles técnicos de la demarcación. La duración de ese futuro acuerdo dependerá de si el resto del mundo avanza hacia dicho apaciguamiento o de si los dos nuevos bloques continúan chocando en otras guerras e, incluso, de una posible confrontación directa en el futuro. Ya desde el Foro Económico Mundial de Davos de 2023 se ha venido escuchando la idea de que la derrota de Ucrania se experimentaría a nivel global como un fracaso de Occidente, mientras Moscú solo parece contemplar una victoria a toda costa, incluso intentando intimidar abiertamente a los Estados que apoyan a militarmente a Ucrania con un conflicto directo con Rusia. De hecho, el exprimer ministro y expresidente de la Federación Rusa, Dimitri Medvedev, ha venido amenazando repetidamente con la utilización de armamento nuclear si Rusia no logra ganar la guerra por medios convencionales ().
Otro factor que puede tener un enorme impacto en el conflicto es la pugna política dentro de Estados Unidos. La propuesta de los republicanos es de aceleración de un proceso de paz, mientras que los demócratas apuestan por continuar la guerra. Dentro de la élite ucraniana también estalló un conflicto entre el presidente Zelenski, el excomandante en jefe de las Fuerzas Armadas ucranianas, Zaluzhnyi y el alcalde de Kiev, Vitaly Klitschko, quien acusó a Zelenski de autócrata y de controlar la totalidad de los recursos del país. Finalmente, pese a las tensiones creadas, el mandatario municipal siguió ocupando su cargo, mientras Zaluzhnyi fue nombrado embajador ucraniano en Reino Unido, apartándolo de la escena política del país.
5. Consecuencias internacionales del conflicto
Una de las consecuencias más relevantes y sonadas del estallido del conflicto entre Ucrania y Rusia es la relativa a la cuestión energética. Cuando la participación en la guerra de Ucrania estaba limitada, en lo que a combates se refiere, al gobierno de Kiev y a las repúblicas autoproclamadas de Donetsk y Luhansk, el suministro de gas hacia la Unión Europea procedente de Rusia no se interrumpió. Este abastecimiento se practicaba, además de a través de Ucrania, por medio de los gasoductos Nord Stream 1 y 2, que fueron saboteados e inutilizados en septiembre de 2022 por una serie de explosiones submarinas de autor desconocido. Alemania, Suecia y Dinamarca iniciaron tres investigaciones separadas. Las dos últimas se cerraron sin aclarar la responsabilidad de los daños en febrero de 2024. En junio de 2024, las autoridades alemanas emitieron una orden de arresto contra un ciudadano ucraniano sospechoso del sabotaje, no habiendo hasta la fecha mayores progresos en las investigaciones (). Sin embargo, en marzo de 2024, en la entrevista concedida por Vladimir Putin al polémico periodista estadounidense Tucker Carlson, el presidente ruso afirmó estar convencido de que los responsables del estallido de los gasoductos fueron los servicios secretos estadounidenses ().
La entrada de tropas rusas en Ucrania precipitó la internacionalización del conflicto. Cuando esto sucedió, en febrero de 2022, la Unión Europea no tardó en cerrar filas en torno a Kiev, imponer sanciones a la Federación Rusa e iniciar el suministro de material bélico a las Fuerzas Armadas de Ucrania. Sin embargo, la imposición de sanciones en materia energética, sumadas a la inhabilitación de los gasoductos Nord Stream 1 y 2, precipitó que Alemania, corazón de la UE, interrumpiera su crecimiento económico estable y sostenido –fundamentado, en buena parte, en el suministro de recursos energéticos a bajo coste procedentes de Rusia– para entrar en recesión. Paralelamente, el resto de los países de la Unión Europea tuvieron que buscar nuevos proveedores de energía, elevando significativamente los costos de su obtención, puesto que estas materias energéticas, que seguían siendo en buena parte de origen ruso, pasaron a adquirirse a través de intermediarios que no interpusieron sanciones a Moscú. La recesión económica surgida del desbarajuste en las relaciones entre la Unión Europea y la Federación rusa que supuso la intervención rusa en Ucrania y las consecuentes sanciones está entre las causas del renovado impulso de fuerzas de extrema derecha y/o euroescépticas en los países de la UE. Es el caso de Alternative für Deutschland (trad. «Alternativa por Alemania») (AfD) en Alemania, que obtuvo la victoria en las elecciones de Turingia, el segundo puesto en Sajonia y Brandemburgo, y se convirtió en la segunda fuerza más votada en las elecciones generales de febrero de 2025 con un 20% de los sufragios. También en Alemania ha reforzado su posición la Alianza Sahra Wagenknecht - Por la Razón y la Justicia, escisión de Die Linke (trad. «La Izquierda»), aparecida en octubre de 2023, constituida como partido a principios de 2024 y de orientación euroescéptica y crítica con la intervención de la Unión Europea en Ucrania (). Esta fuerza, de breve existencia, se ha postulado como una pieza fundamental para la gobernabilidad en los länder mencionados. Más reciente es la victoria en las elecciones generales austríacas de 2024 del partido Freiheitliche Partei Österreichs (trad. «Partido de la Libertad de Austria») (FPO), que sigue la estela de los anteriores en lo referente a Ucrania y posee un acentuado carácter xenófobo y ultranacionalista (). Finalmente, hay que destacar las elecciones al Parlamento europeo de 2024, en las que los partidos neoconservadores y de extrema derecha obtuvieron casi 200 escaños de 751.
Más allá del férreo alineamiento que ha motivado el estallido del conflicto entre Rusia y Ucrania, existen otras tendencias cercanas o plenamente insertas en la neutralidad. Para el caso de Europa occidental, esta corresponde a Irlanda y Suiza –junto con algunos microestados–, países de facto independientes de las directrices de la OTAN. En su momento, Finlandia y Suecia también jugaron ese papel, si bien cambiaron su orientación en materia de seguridad y completaron los procesos formales de membresía de la OTAN con bastante celeridad. De un lado, Suecia tuvo un problema menor con Turquía para alcanzar la membresía plena, pues Ankara convino con Washington que el gobierno turco había de ser consultado para la integración de Suecia, aunque esta ya está completamente integrada. Cabe señalar que, durante el intento anterior de entrada de Suecia en la OTAN, en 2016, la mitad de la ciudadanía estuvo en contra, mientras que en Finlandia esa cifra fue de más del 70%. No obstante, fuertes corrientes proatlantistas presentes en las élites políticas de ambos países aprovecharon el inicio del conflicto en Ucrania para implementar el plan de membresía.
Fuera de la Europa occidental, Hungría y Turquía, pese a formar parte de la OTAN, han mantenido una cierta independencia y una actitud relativamente contestataria con las instrucciones emitidas desde Bruselas o Washington. Mientras que Hungría pretende mantener las mejores relaciones posibles con Rusia, Turquía se niega a imponer sanciones. Esta es también la posición de Robert Fico, primer ministro de Eslovaquia, quien se opone abiertamente a una mayor asistencia a Ucrania y apuesta por el estrechamiento de relaciones con Rusia. Yendo a los Balcanes, los únicos países no pertenecientes a la Alianza Atlántica son Serbia y Bosnia Herzegovina. Para el caso de Bosnia Herzegovina, la comunidad serbia presiona contra la implantación de directrices proatlantistas en el país. En Serbia, a la luz de esta nueva Guerra Fría, la cuestión de la neutralidad es extremadamente importante, así como también lo está siendo el rechazo a la presión antirrusa de Estados Unidos y la Unión Europea para preservar esta independencia en materia de relaciones exteriores. Sin duda, Serbia es un caso único, pues su indisimulada simpatía hacia Rusia se ha plasmado en el entusiasta apoyo de su prensa amarilla a la causa rusa en Ucrania, en que no impusiera sanciones a Rusia –desafiando las presiones de la Unión Europea y Estados Unidos, en que fuera el único país europeo con vuelos directos a Moscú, y en que Belgrado fuese el destino predilecto de los rusos de clase alta que salieron del país en 2022, viviendo en un entorno de aceptación e integración que contrastaba con la percepción negativa y prejuicios que despertaba su presencia en el resto de países europeos, sobre todo en los meses inmediatamente posteriores a la invasión de Ucrania. Serbia ha tratado de nadar entre dos aguas, pues para contentar a Bruselas y Washington se mostró desde el principio partidario del respeto a la integridad territorial de Ucrania –así fuera una reivindicación velada de la soberanía de Serbia sobre Kosovo-, resistiendo su sempiterno presidente Aleksandar Vučić, hasta octubre de 2024, para condenar las acciones de Rusia en Ucrania, así fuera en el contexto de una declaración conjunta con motivo de la cumbre Ucrania-Europa Sudoriental (). En cualquier caso, Belgrado se cuidó mucho de que los medios de comunicación nacionales hicieran referencia alguna a la firma de la mencionada declaración, que pasó totalmente desapercibida en Serbia.
Como afirmó recientemente el profesor Heinz Gertner, destacado experto austríaco en neutralidad, parece que esta línea de acción, junto con el posicionamiento de un creciente número de países del sur global, tendrá un papel mediador muy importante considerando la perspectiva de una nueva Guerra Fría o una bipolaridad global armada capaz de generar una escalada inadvertida similar a la de 1914 (; ). Por ejemplo, los países de Latinoamérica o potencias emergentes de la talla de Indonesia se negaron unánimemente a alinearse con Washington en lo que respecta a Ucrania, tomando una clara postura de neutralidad. Y es que, aunque en Ucrania las pantallas de las autopistas que daban información sobre el tráfico exhibieron en 2022 mensajes destinados al invasor como «Soldado ruso, vuelve a casa sin sangre en las manos. Putin está perdido, el mundo entero está con Ucrania», lo cierto es que Rusia no está sola ni aislada. Más allá de su cada vez más estrecha cercanía a China (), en países como India, Irán, Brasil, Afganistán, Vietnam, Filipinas, Venezuela, Cuba, Eritrea, Sudáfrica, Kenia o la ya mencionada Serbia, existe un elevadísimo nivel de simpatía hacia Rusia en el conflicto (). De hecho, fueron nada menos que cuarenta países los que se negaron a condenar la invasión de Rusia a Ucrania o se abstuvieron en la votación de la ONU –que, en este caso, es prácticamente lo mismo– y que representan a más de la mitad de la población mundial.
6. Conclusiones
Este artículo trata de mostrar los aspectos más significativos de una guerra tan compleja y trágica como la de Ucrania. El principal punto a destacar es que se trata del conflicto de mayor impacto y trascendencia de todos los habidos en el período posterior a la Guerra Fría, por encima de otros como los de los Balcanes, Afganistán, Siria, Libia o las dos guerras de Iraq, pues ha hecho estallar crudamente numerosas dinámicas de tensión regionales y globales que se habían ido desarrollando a lo largo de las últimas tres décadas.
Hay que destacar cómo Ucrania, un país rico en recursos agrícolas y con una situación geográfica, cultural, demográfica y política clave entre Rusia y la Unión Europea, se ha movido entre sus propios proyectos de afirmación nacional, la influencia de Moscú –que la considera poco menos que parte de Rusia– y unos países occidentales que han tratado de atraerla hacia su esfera de influencia. Lo anterior ayuda a explicar los dos episodios de injerencia externa clave en la historia reciente de Ucrania: una por parte de Occidente, apoyando decisivamente las movilizaciones contra el presidente Yanukovich en 2014, cuando este decidió apostar por Rusia como principal socio comercial; y otro, mucho más dramático, por parte de Rusia en 2022 cuando esta decidió cortar radicalmente la progresiva integración comercial, política y militar de Ucrania en Occidente.
A nivel de relaciones internacionales y geopolítica global, Ucrania ha acelerado la creciente rivalidad de dos grandes bloques, el formado por Estados Unidos, la Unión Europea y sus aliados, como Australia y Canadá –los vencedores de la Guerra Fría–, frente a dos potencias «reemergentes», Rusia y China. Ante su adversario común occidental, ambas se han acercado en una alianza laxa pero potencialmente clave para el futuro inmediato del equilibrio político, económico y militar global. La guerra de Ucrania ha servido como catalizador de su latente rivalidad previa a 2022, generando una dinámica de rearme que recuerda cada vez más tanto a la Guerra Fría como a la Paz Armada, anterior a la Primera Guerra Mundial, dando lugar a un peligroso escenario que bien puede definirse como de bipolaridad global armada.
Por otra parte, la guerra de Ucrania ha sido un medio por parte de Occidente para desgastar sin coste propio directo a una Rusia cuyo crecimiento económico, diplomático y militar –con sus éxitos en Georgia, Siria y Crimea y su creciente influencia en África y América Latina– resultaba cada vez más preocupante para Washington y Bruselas. Así, aprovechando la urgencia y necesidad de defensa nacional de Ucrania, dieron a esta el apoyo suficiente como para combatir y resistir al invasor –alargando el conflicto y poniendo en evidencia las limitaciones del ejército ruso–, pero no para concederle ninguna opción de victoria.
El último elemento que ha hecho de la crisis de Ucrania la más importante tras la Guerra Fría es el uso generalizado de nuevas tecnologías de guerra, sobre todo la inteligencia artificial y los robots semiautomáticos y autónomos en lucha contra fuerzas humanas, destacando entre ellos los drones. A ello hay que añadir que hay potencias nucleares implicadas y que Rusia en particular ha amenazado repetidamente con su posible utilización contra Ucrania y sus aliados, en lo que sería un hecho de guerra sin precedentes desde 1945.
En definitiva, la guerra de Ucrania ha supuesto un gran desafío para la ciencia de las relaciones internacionales, los estudios de seguridad y la irenología, entre otras disciplinas, obligadas a analizar y debatir sobre la comprensión actual de la geopolítica y sobre los instrumentos de la investigación científica con que la estudiamos, todo ello con la tarea general de preservar el planeta en el que vivimos.
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Notas
[1] Entre 2015 y 2022 se aprobaron en Ucrania una serie de leyes que, en última instancia, afectan gravemente a los ciudadanos de identidad rusa y rusófonos. Se comenzó por la Ley de Descomunización (2015) que, con el pretexto de eliminar el legado de la era soviética –monumentos, por ejemplo–, en la práctica se configuró como una «derusificación». Le siguió la Ley de Cuotas de Radio (2016) y la Ley de Cuotas de Televisión (2017). En el año en que se aprobó esta última también se promulgó una nueva ley educativa, la cual fue condenada por la Comisión de Venecia por poner en peligro las lenguas minoritarias del país. En 2019 se publicó la Ley de Protección del Funcionamiento del Idioma Ucraniano como Idioma Estatal. En 2022, con el inicio de la guerra, se aprobaron tres leyes que prohíben la impresión e importación de libros en idioma ruso, así como la transmisión de música en esta lengua. Finalmente, en 2023, la ciudad de Kiev prohibió el uso de todos los productos culturales en ruso.
[2] La figura de Stepan Bandera ha generado una enorme polémica tras el estallido del conflicto interno en Ucrania en 2014 y tras su internacionalización en 2022. Dicha polémica nace de su resignificación a nivel nacional, apoyada en el auge de las fuerzas de extrema derecha a partir del Euromaidán y eventos posteriores. Para más información sobre la relación entre los movimientos nacionalistas ucranianos del Periodo de Entreguerras, la identidad nacional ucraniana y la memoria histórica elaborada en el país tras la disolución de la Unión Soviética, consultar Stepan Bandera. The Life and Afterlife of a Ukranian Nationalist: Fascism, Genocide, and Cult.
[3] Las Cruzadas bálticas se iniciaron en el siglo XII, en el marco de la cristianización de los eslavos orientales, entre los que todavía existía un importante contingente pagano. La lucha contra la Orden teutónica –considerada germen de Prusia y, por ende, de la nación alemana– se prolongó a lo largo del siglo XIII, cuando tuvo lugar la batalla del Lago Peipus (1242). En ella, el ejército de Aleksandr Yaroslavich Nevski, príncipe de Novgorod y Vladimir, y gran príncipe de Kiev, detendrá a las tropas teutónicas y las expulsará de su territorio. A este hecho se suma la colaboración de Nevski con la Horda de Oro, que permitió que los mongoles no arrasaran y saquearan sus territorios. Todo ello hizo que Nevski fuera nombrado santo de la Iglesia ortodoxa rusa y, finalmente, héroe nacional de Rusia.
[4] La cronología del periodo de Paz Armada es discutida. Si bien existe un acuerdo en que se inicia con el fin de la Guerra franco-prusiana (1870-1871) hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), hay historiadores que prolongan su inicio hasta el fin de las Guerras napoleónicas y el Congreso de Viena (1815), fundamentando su hipótesis en la ausencia de conflictos europeos a gran escala como lo fueron las Guerras napoleónicas y la Primera Guerra Mundial. Sea como fuere, este periodo estuvo marcado por la carrera armamentística, la industrialización, el imperialismo y la hipertrofia de los ejércitos europeos, factores que determinaron las características de la Gran Guerra.
[5] Véase el artículo de Ian Brzezinski, hijo del famoso politólogo Zbigniew Brzezinski, exconsejero de Seguridad Nacional de Jimmy Carter, que publicó en el portal del Atlantic Council antes de la cumbre de la OTAN de este año (). Se cita una declaración similar y muy conocida del presidente francés Emmanuel Macron del 27 de febrero.
[6] Cabe destacar que, pese a las numerosas cuestiones controvertidas que rodean a la figura de Tucker Carlson, el valor de su entrevista al presidente de la Federación Rusa, Vladimir Vladimirovich Putin, radica en ser la única concedida por esta figura a un medio o personaje occidental desde el inicio de la intervención rusa en Ucrania, a finales de febrero de 2022.