Hace apenas unos meses, el 28 de octubre de 2021, Jesús Pena Seijas se fue a buscar morfemas muy muy lejos. Y ya no volverá. Dejaremos de aprender de lo que sabe y, lo que es peor, dejaremos de tener su compañía sincera, jovial y generosa. Descanse en paz él, que aquí nos deja con los ojos aún humedecidos y los corazones secos.
Conocí a Jesús en persona en la lectura de una tesis doctoral en la
Mi idea de Jesús se fue forjando en esos Encuentros. Yo lo llamaba mentalmente «el hombre que camina hacia atrás». Me explico. Los jueves previos a la actividad científica de esas reuniones morfológicas siempre hemos tenido una visita cultural y, después, una cena que ayudaba a estrechar lazos entre los morfólogos que allí estábamos. De camino al restaurante de turno (en Jaén, o en Barcelona, o en Madrid, o en Cáceres, o en Zaragoza…) siempre había un momento en que Jesús se me acercaba por detrás, me cogía del brazo, me apartaba del acompañante con el que estuviera y me preguntaba algo, que abría la espita de una conversación agradablemente interminable y siempre interesante. Como cada paso nos aproximábamos más al restaurante, Jesús tenía la extraña habilidad de reengancharme del brazo cada cierto tiempo, tirar de mí suavemente hacia atrás y ganar así unos metros (y unos minutos) para nuestra particular cháchara. No han sido pocas las ciudades en las que, por este avanzar hacia atrás, Jesús o yo teníamos que llamar a alguien del grupo por teléfono para declarar abiertamente que no sabíamos dónde estaban. ¡Pero si creo que llegamos a «perdernos» incluso en el Encuentro de 2016, que se celebró en Santiago de Compostela, la casa universitaria de Jesús!
Tenía imán, y no solo en esos ojos cristalinos y profundos que te daban confianza y apoyo. ¡Vaya si lo tenía! Solo alguien así es capaz de dominar lo indominable: el azar. Como muestra, dos emocionantes botones.
Primer botón. El mismo día del fallecimiento de Jesús apareció un número de la Revista
Segundo botón. Casi coincidiendo también con la triste fecha de su muerte, vio la luz el libro de su discípula Yolanda Iglesias Cancela titulado
Y es que Jesús dejó huella también en sus publicaciones, en sus investigaciones y proyectos, en sus intervenciones ―siempre sagaces― en congresos y conferencias.
Recuerdo que en mis años de redacción de la tesis doctoral fueron muchas las obras consultadas (de muy diversos autores, países y tradiciones morfológicas) que ―como corresponde a la edad― me dejaban boquiabierto. El paso del tiempo fue bajando del pedestal a ciertos textos, pero dos obras de Jesús Pena Seijas se mantuvieron (y se mantienen) en mi particular lista de «obras de referencia»:
Profundo conocedor del latín, desarrolló su carrera investigadora sobre la Gramática Histórica y la Morfología Léxica del español desde un punto de vista sincrónico y diacrónico. Precisamente esas tensas relaciones entre la perspectiva sincrónica y la diacrónica a la hora de abordar los procesos de formación de palabras en español nos llevó a algunas discrepancias en nuestro modo de entender la morfología. Y me alegro de haber discrepado de Jesús porque, solo gracias a ello, aprendí muchísimo de sus enormes saberes, y no solo en sus libros y artículos sino en esos «paseos hacia atrás» que, como ya señalé antes, solíamos darnos en los «Encuentros de morfólogos» año a año.
No exageramos en absoluto si calificamos a Jesús Pena como figura capital dentro de los estudios de Morfología Léxica y de Historia de la Lengua Española en el ámbito internacional durante la mitad del siglo XX y las primeras décadas del XXI. El reconocimiento institucional demuestra su valía consolidada: era miembro correspondiente de la Real Academia Española por Galicia. Pero es que sus proyectos en marcha subrayaban la magnitud de sus intereses y su propia capacidad intelectual y académica: desde 2009 dirigía el proyecto MORFOGEN, que contiene una base de datos morfológica de palabras españolas y latinas (BDME), además de una aplicación para visualizar las relaciones de parentesco en el seno de familias léxicas. En los últimos años era la niña de sus ojos, al tiempo que fuente de preocupación constante por cómo mejorarla, a quién enseñarla y cómo no dejarla huérfana como magna obra casi inacabable. Prueba de su amor por la BDME es que una de sus últimas publicaciones fue, precisamente, una nota ―artículo más bien― de unas veinte páginas en el número 47 (2020) de
Mis recuerdos más vívidos de Jesús (y de María José) son los asociados ―en la distancia de un tiempo que ya no volverá― a los días pasados con mi familia (mi mujer y mis dos hijos) en una casa rural de Santiago de Compostela en agosto de 2017. Todos comimos en casa (el amor extrafilológico de Jesús: su casa); a todos nos llevaron en dos coches a conocer parte de la costa gallega (¡contaré a mis nietos, cuando los tenga, que tuve el honor y el placer de tener de taxistas particulares y minuciosos explicadores a Jesús y a María José!); todos degustamos (¡y cómo!) percebes en sitios encantadores (en esos «rincones» ocultos que la pareja conocía y compartía). Al final, discutí con ellos: su generosidad era a tumba abierta pero yo no quería abusar de su amabilidad suprema; así que me costó Dios, ayuda e invocaciones al Apóstol quitarles de la cabeza que debían pasearnos también por… ¡Portugal! Esos eran, esos son Jesús y María José. Los que los conozcan no me dejarán pasar ni por falsario, ni por mentiroso, ni por fabulador.
Jesús Pena Seijas era doctor en Filología Románica y catedrático de Lengua Española en la Universidad de Santiago de Compostela. Eso lo sabemos todos, pero en el caso de Jesús también todos sabemos que, por encima de sus cualidades profesionales, estaban sus calidades humanas. Cualidad y calidad: el morfólogo y el amigo. Sobran hoy razones para llorar, como sobran motivos para mantener en la mente y en el corazón esa sonrisa, ese sentido del humor y esa sinceridad vital que desprendía.
Al despedirme de Jesús y de María José en Santiago en esas vacaciones de 2017 de las que antes hablé, nos quedamos citados en Zaragoza. Tenían que venir y nosotros intentaríamos ―aunque el reto se las traía― devolverles el agasajo, el cuidado y el cariño que nos dieron. Antes de cerrar la puerta del coche de Jesús, recuerdo que le dije: «Nos habéis hinchado a percebes, en Zaragoza ―y es una seria amenaza― os hincharemos a ternasco».
No pudo ser. Querido Jesús, el ternasco se nos ha quedado frío; y el corazón, vacío. ¡Te queremos!